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La persecución penal es una de las funciones mas esenciales del estado, función que se
materializa cuando las agencias punitivas de persecución activan toda la maquinaria
estatal con la finalidad de someter al sujeto activo a una serie de actos de coerción.
La existencia de una pena sobre el autor presupone la efectiva lesión del bien jurídico que
merece de tutela penal. Según el contenido encontrado en el artículo IV del Título
Preliminar del CP.
El proceso penal es el único medio por el cual la ley penal puede sancionar al sujeto
activo. El IUS PUNIENDI es una potestad que el estado ejerce a través de los órganos de
persecución penal (MP).
Nuestra constitución indica que este poder debe ser trasladado a los órganos que
administran justicia penal en nuestro país, quienes la ejecutan y aplican en nombre del
“comunismo social”.
El proceso se encuentra regido por el principio acusatorio, a diferencia del proceso civil,
donde opera el principio dispositivo, en el ente persecutor del delito esta obligado a
ejercer formalmente actos de investigación criminal ni bien toma conocimiento de la
comisión de un delito.
Nuestro sistema procesal establece como titular de la acción penal al ministerio Público,
quien será autónomo en sus funciones, desde su inicio en la investigación del delito,
donde intervendrá la policía nacional, institución que se encuentra obligada a cumplir los
mandatos del órgano persecutor oficial en el ámbito de dicha función investigativa.
Por otro lado, en un estado de derecho, rige en rigor el principio de igualdad; el orden
jurídico no permite, por lo tanto, hacer diferencias al efectivo ejercicio de la persecución
penal. Sea cual fuese el injusto penal cometido. La ley penal se aplica a todos por igual
como paradigma de una justicia penal democrática.
El poder definitorio del proceso penal es ejercido por el legislador, quien lo determina no
en puridad desde un punto de vista estrictamente criminológico, sino basado en las
influencias que provienen necesariamente de los grupos de poder (económico) quienes se
encargan de tutelar sus intereses, mediando la competencia jurídica penal. De esta forma,
aseguran mecanismos legales de sustracción del ámbito de punición y/o persecución,
dando lugar a un sistema penal que, por lo general, extiende su brazo represor sobre los
clientes de la delincuencia convencional.