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Nueva Cátedra de Psicopatología I

Paranoia, demencia precoz, parafrenias


en la obra de Emil Kraepelin*

Presentación

Gabriel Belucci

Kraepelin en contexto

Emil Kraepelin nació el 15 de febrero de 1856 en Neustrelitz (Mecklemburg), y realizó


sus estudios de medicina en Würzburg. Su formación psiquiátrica tuvo lugar en el
marco de la tradición organicista y neuropatológica alemana de la segunda mitad del
siglo XIX. En 1876 asistió en Leipzig a un curso sobre psicología experimental dictado
por Wilhelm Wundt, que influyó decisivamente en su carrera. Dos años más tarde,
presentó en Munich su tesis ante un tribunal presidido por Bernhard Von Gudden. En
ella analizaba la importancia de la psicología para la psiquiatría. Ese mismo año fue
asistente de Von Gudden en el asilo psiquiátrico de Munich. También estudió
neuropatología en Leipzig con Paul Flechsig, de quien fue ayudante entre febrero y junio
de 1882. Trabajó como voluntario en el Departamento de Enfermedades Nerviosas en el
policlínico de la Universidad de Leipzig, con Wilhelm Erb, y en el laboratorio de Wundt
en investigaciones sobre psicofarmacología y psicofisiología. A pesar del gran interés de
Kraepelin por la investigación, Wundt y Erb lo orientaron a la psiquiatría clínica.
En 1885, con sólo 29 años, fue nombrado jefe del Servicio de Enfermedades Mentales
del hospital general de Dresden. Entre 1886 y 1890 se desempeñó como profesor de
Psiquiatría de la Universidad de Dorpat (Estonia). De vuelta en Alemania, se instaló en
Heildelberg, donde contó entre sus colaboradores a Gustav Aschaffenburg y al
histopatólogo Aloïs Alzheimer. A partir de 1903 y hasta 1922, Kraepelin se encargó de la
cátedra de Psiquiatría de la Universidad de Munich. También asumió la dirección de la
nueva clínica universitaria, la Königlische Psychiatrische Klinik que, bajo su égida,
adquirió fama internacional y en 1918, gracias a sus auspicios, se transformó en el
Instituto Alemán de Investigaciones Psiquiátricas. Falleció el 7 de octubre de 1926.
La obra capital de Kraepelin es su Tratado de psiquiatría, que conoció ocho ediciones
entre 1883 y 1913. Ilustrando el desarrollo de las investigaciones de Kraepelin, la
primera edición era un pequeño manual de alrededor de 380 páginas, mientras que en
la octava se había convertido en un extenso tratado de dos mil quinientas páginas en
cuatro volúmenes. Por otra parte, lo que al comienzo era una clasificación
eminentemente sindromática, se transformaría paulatinamente cuando Kraepelin,
yendo más allá de los criterios sintomáticos, articuló su clasificación de las
enfermedades mentales basándose en la consideración de su evolución y de su estado
terminal.
La importancia decisiva del curso clínico y especialmente de los estados
terminales para la delimitación de las categorías nosográficas y para la inclusión de
un caso en una u otra de ellas ubica a Kraepelin como uno de los representantes
paradigmáticos de la clínica diacrónica. A pesar de ello, Kraepelin no descuidaba la

* Material para la lectura de docentes y estudiantes de la Cátedra I de Psicopatología, UBA.

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

precisión del análisis semiológico y el abordaje empírico, lo que lo diferenciaba de


posturas más dogmáticas dentro de la psiquiatría alemana, como las de Wernicke y su
escuela. De ese enfoque, centrado en la diacronía pero con fuerte anclaje en la clínica,
fue surgiendo un sistema nosográfico original que trazó el mapa de la psiquiatría
contemporánea hasta nuestros días, ya que los distintos ordenamientos nosográficos
que se sucedieron posteriormente en este campo pueden pensarse como
reformulaciones, refundiciones o incluso como críticas al mapa kraepeliniano.
Una cuestión importante es, como señala Bercherie1, el lugar que ocupa en la obra
de Kraepelin y en su Tratado la psicología. Fue de su maestro Wundt que le habría
sugerido la redacción del Tratado de quien aprendió a valorar la experimentación
psicológica para la investigación de las enfermedades mentales. Kraepelin pensaba que
la psicología «normal» proporcionaría herramientas para el análisis clínico. De allí su
preocupación por la experimentación psicológica en psiquiatría, realizando mediciones
psicométricas en los distintos estados mórbidos. Por otra parte, extrajo de Wundt sus
concepciones nodales sobre el funcionamiento psíquico. Sin ellas no es posible
orientarse en su ordenamiento nosográfico, en particular en la delimitación entre la
paranoia y la demencia precoz. Wundt sostenía que la experiencia podía pensarse como
un entramado en el que distintos elementos se combinaban a lo largo del tiempo, y que
la voluntad proporcionaba el enlace de los sucesos de conciencia, confiriéndoles su
unidad en el devenir temporal. La voluntad, como función de síntesis, es así el eje de la
psicología wundtiana. No obstante, y a pesar de la gravitación que estas concepciones
ejercieron en el pensamiento de Kraepelin, se preocupó por despegarse de cualquier
postulado psicogenético, como se pondría en evidencia en su larga discusión con el
psicoanálisis y con la psiquiatría dinámica: las causas últimas de las grandes psicosis
no debían buscarse en las circunstancias subjetivas, sino en condiciones inherentes al
sistema nervioso.
Esto nos lleva directamente al problema etiológico. Retomando una distinción
introducida por Paul Moebius, Kraepelin se esforzó por distinguir en las últimas
ediciones del Tratado entre enfermedades mentales exógenas, producto de alguna
alteración tóxica, infecciosa o traumática, de aquéllas que denominó endógenas, que
atribuía a una condición intrínseca del sistema nervioso, en línea con las alteraciones
idiopáticas de los primeros alienistas2. No hay que confundir esa condición intrínseca
con la hipótesis hereditaria. Si bien Kraepelin no desdeñaba el presunto papel de la
herencia, su lugar no le parecía dilucidado con claridad, sobre todo en el caso de la
paranoia, donde los antecedentes familiares eran estadísticamente poco significativos.
Mucho menos aun podría confundirse lo endógeno con la hipótesis genética, ya que los
trabajos de Mendel3 eran casi desconocidos en la época. Fiel al espíritu positivista,
Kraepelin dejó para investigaciones futuras el determinar en qué consistía esa
condición y cuál era su origen. Confiaba en que si se establecían de manera adecuada
las entidades clínico-evolutivas, tarde o temprano podría resolverse el problema de la
etiología, y determinarse el tipo de alteraciones anatómicas o funcionales que estaba en
juego en cada patología. Por otra parte, se opuso firmemente a la hipótesis
psicogenética, en especial para las grandes psicosis crónicas. Las circunstancias
subjetivas tenían para él el valor de factores desencadenantes, nunca de causas en
sentido estricto. Así, cuando con gran honestidad intelectual debió admitir para el
delirio de querulancia que esas circunstancias no parecían ser allí un mero

1 Cf. BERCHERIE, P., Los fundamentos de la clínica. Historia y estructura del saber
psiquiátrico, Manantial, Buenos Aires, 1999, p. 107.
2 Consúltese, al respecto, lo desarrollado por Bercherie. Op. cit., pp. 34-35.
3 Gregor Johann Mendel (1822-1884): monje austríaco que realizó investigaciones

botánicas y formuló las leyes genéticas que llevan su nombre. Completamente


ignoradas en su tiempo, sus contribuciones fueron descubiertas alrededor de 1900,
y tardaron aun muchos años en imponerse en el ámbito de las ciencias biológicas.
Su confirmación definitiva tuvo lugar con el aislamiento de la estructura del ADN
por Watson y Crick, en 1953.

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

desencadenante, resolvió el problema excluyéndolo del campo de la verdadera paranoia,


saldando así su discusión con el psicoanálisis y con la psiquiatría dinámica y
manteniendo a rajatabla la idea de las causas internas.

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

El ordenamiento kraepeliniano

Como ya señalamos, la nosografía de Kraepelin adoptó como eje el criterio evolutivo,


articulado a la precisión en la caracterización clínica. Ello se tradujo, finalmente, en un
ordenamiento original que marcó el desarrollo de la psiquiatría posterior. Nos
referiremos específicamente a lo que hoy pensaríamos como el campo de las psicosis
crónicas.
Una primera diferenciación, en esta dirección, la constituyó la entidad clínica
denominada locura maníaco-depresiva, heredera de la locura circular de Falret4, en la
que la perturbación fundamental se ubicaba a nivel de la afectividad, y las eventuales
alteraciones de otras funciones psíquicas, como el pensamiento y la percepción
(presencia de ideas delirantes y alucinaciones, entre las más importantes), se
consideraban secundarias a aquélla y accesorias. En este punto, tanto Kraepelin como
otros autores seguían de cerca una línea de razonamiento abierta por Guislain y por
Griesinger, según la cual las alteraciones del pensamiento, y en particular el delirio,
siempre tenían como antecedente un trastorno de la afectividad5.
Tomando distancia de esta tradición, autores como Snell, Westphal y Sander
insistieron, en las cercanías de 1860, en la existencia de formas patológicas en las que
la perturbación del pensamiento y el juicio era primaria, es decir, no estaba antecedida
por perturbaciones afectivas. Esta locura o Verrücktheit primaria fue llamada por
Kahlbaum paranoia en 1863, recuperando una antigua denominación griega que podría
traducirse aproximativamente como «razón desviada». El campo de la paranoia se
amplió a partir de ese momento hasta incluir todos los estados patológicos en los que el
delirio tenía un lugar fundamental y supuestamente originario. Así, tanto formas
puramente delirantes como otras con una importante presencia de alucinaciones,
formas en las que las funciones psíquicas se mantenían inalteradas más allá del delirio
con otras que avanzaban hacia un deterioro muy marcado, formas crónicas junto con
otras agudas, periódicas o «abortivas», vinieron a agregarse hasta constituir las tres
cuartas partes de los diagnósticos administrados en los asilos.
Esta extensión desmesurada del campo de la paranoia le resultó a Kraepelin
inaceptable, y fue respondiendo a ella que delimitó, en la sexta edición del Tratado
(1899), lo que definiría como la paranoia vera: formas crónicas y puramente delirantes
en las que las alteraciones de las funciones psíquicas y la personalidad se limitaban a
las producidas por el delirio mismo. De allí su conocida definición, que establecía la
paranoia como el «desarrollo insidioso, bajo la dependencia de causas internas y según
una evolución continua, de un sistema delirante duradero e imposible de sacudir, y que
se instaura con una conservación completa de la claridad y del orden en el
pensamiento, el querer y la acción»6. Nótese la insistencia en el desarrollo insidioso
esto es, progresivo e irreversible , en las causas internas (endógenas) y, sobre todo, en
la conservación del orden y la claridad, en especial en lo tocante al querer, es decir, a la
voluntad. Como ya fue destacado, en la psicología de Wundt la voluntad constituía una
función de síntesis, y el que no se viera afectada tenía como consecuencia el
mantenimiento de la integridad de la vida psíquica, punto capital de la oposición entre
la paranoia y la dementia præcox. El delirio paranoico se caracterizaba según Kraepelin
por su progresiva sistematización, con ideas relacionadas entre sí y subordinadas a una
idea central. Por último, y en discusión con los franceses, Kraepelin cuestionó la
existencia en la paranoia de verdaderas alucinaciones, que a lo sumo tendrían un
carácter marginal y rudimentario.
El resto de los estados delirantes que hasta ese momento se habían incluido en la
paranoia quedaron, a partir de esta delimitación, como formas «paranoides», en verdad

4 Cf. BERCHERIE, P., Los fundamentos de la clínica. Historia y estructura del saber
psiquiátrico, Manantial, Buenos Aires, 1999, pp. 60-62.
5 Op. cit., cap. 4.
6 Citado por Lacan en su tesis de doctorado. Cf. LACAN, J., De la psicosis paranoica en sus

relaciones con la personalidad, Siglo XXI, México, 2000, p. 23. Lacan cuestionaría
fuertemente esta definición en su Seminario 3.

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

inmensamente más frecuentes que la paranoia vera. La mayoría de estas formas se


integrarían a la demencia precoz7. Esta entidad, por otra parte, sólo puede entenderse
como la contracara de la delimitación efectuada sobre la paranoia. En efecto, en la
demencia precoz lo que constituía el eje que permitía agrupar en una única enfermedad
estados muy diversos entre sí, venía dado por una paulatina pérdida de «la claridad y
del orden en el pensamiento, el querer y la acción» y, como se inferirá con facilidad,
suponía una destrucción de la función de síntesis constituida por la voluntad8. No es
casual que la constitución de esta entidad se diera en simultáneo con la delimitación de
la paranoia. Ahora bien, ¿cuáles eran las formas mórbidas que Kraepelin agrupaba en
ella y cómo llegó a agruparlas?
Ya en la cuarta edición del Tratado (1893)9 Kraepelin había intercalado entre las
paranoias (término adoptado en esa edición) y las «neurosis generales» una nueva clase:
la de los «procesos psíquicos degenerativos». Éstos comprendían tres formas: la
dementia præcox, en sus formas ligera y grave (hebefrenia), la catatonía y una forma
denominada dementia paranoïdes. Las dos primeras marcaban la influencia que a
partir de esta edición tendría sobre Kraepelin el pensamiento de Kahlbaum. Fue éste
quien entre 1863 y 1874 caracterizó la catatonía, estado en el que predominaban las
alteraciones motrices cada vez más desorganizadas (crisis de agitación, estupor,
flexibilidad cérea, catalepsia, manierismos), y que desembocaba en un marcado
deterioro de las funciones psíquicas. La hebefrenia, forma de inicio muy temprano
(alrededor de los 15 años) con un rápido deterioro y desorganización de las funciones
psíquicas, fue descripta por su discípulo Hecker en 1871. A éstas agregó Kraepelin una
forma delirante, a la que calificó de paranoide, en la que las ideas delirantes no tenían
más que una escasa sistematización y el desenlace era, una vez más, el deterioro y la
desorganización psíquica. Estas tres formas se mantuvieron en la quinta edición (1896)
bajo el nombre de «procesos demenciales». En esa edición, la paranoia aparecía dividida
en «formas combinatorias» es decir, delirantes, con mecanismo interpretativo10 y
«formas fantásticas», con presencia de alucinaciones y una profusa producción
imaginaria, alteraciones del lenguaje y una tendencia bastante tardía al deterioro y la
desorganización, una descripción muy similar a la del «delirio crónico de evolución
sistemática» de Magnan.
Fue, entonces, en la sexta edición de 1899 cuando Kraepelin agrupó la hebefrenia, la
catatonía y la demencia paranoide en una única entidad, bajo el nombre de demencia
precoz. La denominación acentuaba el proceso «demencial», equivalente aquí al
deterioro y la desorganización de las funciones psíquicas, y el carácter juvenil del
comienzo, entre la adolescencia y la tercera década de vida, en oposición a la paranoia,
de comienzo tardío. Ambos términos serían objetados posteriormente, cuestionándose
que en las verdaderas demencias hay destrucción de la masa neuronal y pérdida de la
memoria lo que no se constata aquí y que existen comienzos infantiles y adultos de
la enfermedad. A pesar de ello, Kraepelin defendería su denominación.
Por otra parte, la restricción del campo de la paranoia forzó a Kraepelin a incluir las
antiguas «paranoias fantásticas» en las formas paranoides de la demencia precoz, a
sabiendas de las diferencias clínicas y evolutivas existentes. Ese forzamiento sería

7 La denominación «demencia precoz» había sido propuesta por Morel, aunque con un
alcance muy distinto al que le daría Kraepelin. En todo caso, este préstamo indica que la
clínica francesa no era desconocida para Kraepelin, sino que había con ella un intenso y
fructífero diálogo, no exento de ásperas polémicas.
8 A partir de la séptima edición del Tratado (1903-04), Kraepelin se referiría explícitamente a

la «pérdida de la unidad interior». Cf. STAGNARO, J. C., «Presentación». En: KRAEPELIN, E.,
Demencia precoz. Parafrenias, Polemos, Buenos Aires, 1996, vol. I, p. XV.
9 Para seguir las modificaciones en la nosografía de Kraepelin, consúltense los dos capítulos

que le dedica Bercherie en su tesis. Cf. BERCHERIE, P., Los fundamentos de la clínica.
Historia y estructura del saber psiquiátrico, Manantial, Buenos Aires, 1999, caps. 12 y 16.
10 Se ha caracterizado la interpretación delirante como un mecanismo que consiste en pasar

«de un percepto exacto a un concepto erróneo», esto es, en extraer de los datos de la realidad
conclusiones desviadas acordes a los presupuestos del delirio.

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

cuestionado por muchos autores, en particular por los franceses, con Séglas y Ballet a
la cabeza, y llevaría a Kraepelin a las modificaciones de la octava edición (1909-13).
Provisoriamente, Kraepelin se autorizó a realizar su agrupamiento en razón de la
similitud de estados terminales y de los síntomas fundamentales, en oposición a la
paranoia: «Creo no equivocarme al considerar que la ausencia de perturbación primitiva
de la voluntad en la paranoia, está en estrecha relación con la ausencia de delirio de
posesión corporal. La idea de que fuerzas extrañas actúan, como lo haría la telepatía,
sobre el organismo, sobre las sensaciones, los pensamientos, los actos voluntarios, no
es para mí más que la expresión de esa misma perturbación de la voluntad que se
reconoce en todas las manifestaciones exteriores de los dementes precoces. En la
verdadera paranoia [...] las ideas de perjuicio pueden ser extremadamente novelescas e
increíbles, pero se mantienen sin embargo siempre, así como las ideas de grandeza, en
el marco de las cosas posibles y naturales. [...] La personalidad corporal o psíquica, si
puede ser afectada o crecer, devenir el objeto del odio o revestirse de una alta dignidad,
sigue siendo lo que era en su naturaleza íntima»11.
La octava edición del Tratado (1909-13) incluía una revisión de su nosografía a partir
de las críticas y aportes que se habían ido sucediendo desde la sexta edición, que
había situado a Kraepelin como el referente princeps del campo de la psiquiatría. Las
principales discusiones se habían planteado con los clínicos franceses, mucho menos
apegados al sistema y más celosos del detalle clínico y, en segundo lugar, con el
psicoanálisis y la psiquiatría dinámica, que introducían entre otras novedades una
nueva idea de la causalidad, entramada a las circunstancias subjetivas tanto o más que
a las condiciones orgánicas. De todas las modificaciones realizadas, mencionaremos las
que conciernen a las grandes psicosis crónicas.
La discusión con los franceses, con Bleuler y con el psicoanálisis lo llevó a repensar el
campo de la paranoia. En particular, su lectura de Sérieux y Capgras lo condujo a
distinguir de la paranoia verdadera limitada al «delirio de interpretación» el delirio
de querulancia el «delirio de reivindicación» de aquéllos , sectorializado y con una
evolución más remitente que crónica. Por otra parte, el delirio de querulancia aparecía
«ligado a un acontecimiento exterior definido; desde este punto de vista, se parece más
bien a otras enfermedades psicógenas, particularmente a ciertas psicosis de los
prisioneros y neurosis traumáticas»12. A pesar de esta concesión al psicoanálisis y a la
psiquiatría dinámica, Kraepelin mantuvo para la verdadera paranoia su origen
endógeno, y señaló que lo que a su entender marcaba la diferencia entre ambas
afecciones era el peso relativo de las causas internas y las circunstancias vitales,
volcado hacia las primeras en la paranoia y hacia las segundas en el delirio de
querulancia. En esta misma línea, Kraepelin admitió la posibilidad de paranoias
benignas o «abortivas», uniendo en una serie clínica los grandes desarrollos paranoicos
con las formas más benignas y las «personalidades paranoides».
Separado el delirio de querulancia, las formas clínicas de la paranoia quedaron
reducidas a seis, que pese a la relativa uniformidad de esta entidad mórbida se
diferenciaban entre sí por el tema delirante central y por algunas otras características.
Una observación fundamental era que en todas ellas podían distinguirse dos direcciones,
una de perjuicio y otra megalómana, pero con diferente predomino relativo. Así, las
formas en las que predominaba la dirección de perjuicio eran, en primer lugar, el delirio
de persecución, basado en la creencia de ser objeto de algún complot o conspiración, y
en segundo término el delirio de celos (celotipia), cuya idea fundamental era la de ser
engañado por el cónyuge o partenaire13. Entre los temas de predominio megalómano
Kraepelin incluyó a los inventores delirantes, convencidos de ser autores de una o más
ideas geniales que inevitablemente les darían fama y fortuna, al delirio de alta cuna,
centrado en la certeza de pertenecer a un linaje elevado (muchas veces noble o real) del

11 Citado por Bercherie. Cf. BERCHERIE, P., Los fundamentos de la clínica. Historia y
estructura del saber psiquiátrico, Manantial, Buenos Aires, 1999, pp. 113-114.
12 Citado por Bercherie. Op. cit., p. 171.
13 Hasta la octava edición del Tratado Kraepelin no se resolvió a incluir el delirio de celos

entre las formas clínicas de la paranoia.

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

que por motivos espurios el paciente habría sido desposeído, al delirio místico, en el que
los pacientes se creían Mesías, iluminados, profetas, enviados de Dios o destinados a
fundar una nueva religión, y el delirio erótico (erotomanía), definido como la convicción
delirante de ser amado por una persona del sexo contrario y de elevada posición social
(muchas veces un noble o gobernante). Los mecanismos predominantes que no hay
que confundir con las causas serían en todos los casos la interpretación delirante de la
realidad y la interpretación retrospectiva de los recuerdos distinta de las «falsificación
la memoria»14 . En algunos casos, sin embargo, como en los celotípicos o los delirantes
de alta cuna, Kraepelin admitía cierto lugar para la «falsificación de la memoria». En
otros casos, como en los místicos, señalaba el lugar de las «experiencias visionarias». En
ningún caso aceptaba una presencia significativa de alucinaciones verdaderas, uno de
los criterios con el que había separado la paranoia de los cuadros paranoides. Por otra
parte, y como se desprende de una cita anterior, Kraepelin insistía en que, a pesar del
carácter desviado de las ideas delirantes con respecto a la realidad, se mantenían dentro
del terreno de lo verosímil, tanto por su contenido como por el modo lógico y ordenado
de argumentación utilizado en su defensa.
La segunda gran innovación de la octava edición fue la creación del grupo de las
«demencias endógenas», compuestas por la demencia precoz y por una nueva categoría
que se diferenciaba de aquélla, las parafrenias, en respuesta a la discusión con los
psiquiatras franceses que ya habíamos mencionado: «debemos tomar en consideración
un grupo más restringido de casos en los cuales, a pesar de sus numerosos y variados
puntos comunes con los fenómenos de la demencia precoz, pero en función del
desarrollo considerablemente más restringido de las perturbaciones de la afectividad y
de la voluntad, la armonía interna de la vida psíquica está considerablemente menos
afectada, o en los cuales, al menos, la pérdida de la unidad interior está esencialmente
limitada a algunas facultades intelectuales. [...] Hasta los últimos períodos de la
enfermedad, no se encuentra esa apatía y esa indiferencia que forman tan
frecuentemente los primeros síntomas de la demencia precoz»15.
El grupo de las parafrenias comprendía cuatro formas clínicas, que Kraepelin
agrupaba de modo explícitamente tentativo, sin desconocer sus grandes diferencias
recíprocas. En primer lugar, la parafrenia sistemática, caracterizada como un «desarrollo
lento pero continuo de una mezcla de ideas delirantes de persecución y de grandeza» 16
que Kraepelin asimilaba al delirio crónico de evolución sistemática de Magnan, aunque
subrayando que una parte de los casos de Magnan pertenecían a la demencia
paranoide. En segundo lugar, la parafrenia expansiva, «caracterizada por el desarrollo
de un delirio de grandeza exuberante con un humor exaltado predominante y una
ligera excitación»17 acompañado por alucinaciones sobre todo visuales y con
importante presencia de interpretaciones, ilusiones de la memoria y «experiencias
visionarias». En tercer lugar, la parafrenia confabulatoria, distinguible «por el papel
dominante que juegan en ella las ilusiones del recuerdo» 18, por el relato de
experiencias extraordinarias, el humor sereno y la casi total ausencia de
alucinaciones. La parafrenia fantástica, por último, la definía por «el desarrollo
lujurioso de ideas delirantes muy extraordinarias, deshilvanadas y móviles»19, la

14 La distinción radica en que, mientras en un caso se conserva el recuerdo de


acontecimientos efectivamente ocurridos, aunque reinterpretados delirantemente, la
«falsificación de la memoria» supone la producción de recuerdos entramados con la textura
del delirio, y que no coinciden con eventos reales del pasado. Aunque esta distinción puede
relativizarse desde otras posiciones teóricas, para Kraepelin es uno de los ejes de su
distinción entre la paranoia y otras formas «paranoides» (demencia paranoide y parafrenias).
Si bien en la paranoia la «falsificación de la memoria» desempeñaría algún papel, sería
mucho más importante en los cuadros paranoides.
15 Citado por Bercherie. Op. cit., p. 172.
16 Citado por Bercherie. Op. cit., p. 173.
17 Ibídem.
18 Ibídem.
19 Citado por Bercherie. Op. cit., p. 174.

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

importancia de las alucinaciones auditivas, cenestésicas y sexuales, el síndrome de


influencia y las ideas de posesión, aunque también las megalomaníacas, siendo
importantes las ilusiones de la memoria y las fabulaciones y estando el humor a
menudo excitado.
Por último, las formas clínicas de la demencia precoz fueron multiplicadas de las tres
originales en nueve, a saber: 1) la demencia simple, forma tomada de Bleuler en la que
sólo los síntomas fundamentales de la enfermedad tendrían un lugar destacado; 2) la
hebefrenia o demencia necia; 3) la demencia depresiva simple o estuporosa, con
predominio de ideas delirantes depresivas (pecado, persecución, hipocondría) y un
humor triste y ansioso; 4) la demencia depresiva delirante, de inicio más agudo y en
la que el delirio y las alucinaciones estaban en primer plano; 5) las demencias
agitadas, caracterizadas por estados de agitación severos y prolongados; 6) la catatonía;
7) la demencia paranoide grave, con ideas delirantes diversas, alucinaciones de
todos los sentidos, síndrome de influencia, ilusiones de recuerdo, mezclados con las
manifestaciones clásicas de la demencia precoz (impulsiones, negativismo, manierismo,
esteriotipias, esquizofasia) y terminación en estados deficitarios; 8) la demencia
paranoide ligera, con un cuadro delirante muy parecido a la forma precedente pero con
los signos típicos de la demencia precoz menos manifiestos (humor concordante,
actividad y discurso en relación con el delirio, a pesar de los neologismos) y un estado
terminal más benigno; 9) la demencia con confusión del lenguaje o esquizofasia, forma
terminal particular cuyos rasgos distintivos eran una logorrea ininteligible, atiborrada de
neologismos, de asociaciones verbales y de juegos de palabras. Este reordenamiento,
como subraya Bercherie20, no tendría mucho éxito. A partir del tratado de Bleuler sobre
las esquizofrenias, se impusieron las cuatro formas clásicas que con variantes llegan
hasta nuestros días: la simple, la hebefrénica, la catatónica y la paranoide.

Los textos

Los textos que a continuación presentamos constituyen extractos del Tratado


referidos a la paranoia, la demencia precoz y las parafrenias, adaptados para hacer más
ágil su lectura.
El texto sobre la paranoia corresponde a la sexta edición (1899), y está tomado casi
en su integridad. Como se advertirá, el delirio de querulancia se menciona ya como una
forma mórbida particular, aunque sin deslindarlo aún del campo de la paranoia, y en lo
tocante a la etiología se acentúa todavía la existencia de una «predisposición patológica,
mayormente hereditaria», idea que como señalamos Kraepelin relativizará en la octava
edición.
Los artículos sobre la demencia precoz y las parafrenias fueron extraídos de la octava
edición (1909-13). El primero incluye únicamente la introducción y la sección
«Síntomas psíquicos», en la que Kraepelin desarrolla la semiología de la demencia
precoz. Se encontrarán en la descripción semiológica de Kraepelin referencias que
provienen de su fructífera discusión con Bleuler, como los apartados dedicados al
autismo y al negativismo, en los que reconoce la justeza de ciertas descripciones
clínicas de Bleuler pero opone a las concepciones de aquél sobre la importancia de los
«complejos» su tesis de una desarticulación de la voluntad como función de síntesis. El
texto sobre las parafrenias, mucho más breve, se incluye casi completo. Como
introducción a ambos textos, se agrega un apartado denominado «Demencias
endógenas», en el que Kraepelin justifica a la vez la creación de este grupo y la
necesidad de diferenciar las parafrenias de la demencia precoz.
En todos los textos, se han suprimido algunos fragmentos redundantes, muchas
veces consistentes en extensas ejemplificaciones en las que Kraepelin era pródigo, o
desarrollos sobre algunos puntos que han perdido actualidad, como el diagnóstico
diferencial con la demencia sifilítica. Esa reducción del texto se realizó respetando en

20 Op. cit., p. 176.

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

todos los casos lo fundamental de la exposición teórica y los ejemplos que resultan
paradigmáticos o que por algún motivo pueden ser significativos para la discusión
clínica, ya sea en el marco de las ideas kraepelinianas o con otras posiciones dentro del
campo de la psicopatología. Según una conocida convención, las elisiones están
indicadas con puntos suspensivos encerrados por corchetes. En la bibliografía se
encuentran las referencias a las fuentes originales.
Hemos agregado al final, a modo de reseña, un cuadro con una breve
caracterización, la semiología y las formas clínicas correspondientes a cada entidad
mórbida. Las formas clínicas son las de la octava edición, excepto las de la demencia
precoz, que como se indicó no fueron retomadas tal como Kraepelin las desglosó. En su
lugar, se mencionan las tres «clásicas» (hebefrenia, catatonía y demencia paranoide)
más la forma simple, que luego del texto de Bleuler sobre las esquizofrenias se impuso
como variante particular. A quienes quieran tener presente la división de la octava
edición, los remitimos a la versión resumida de esta presentación o al texto completo
que se menciona en las referencias bibliográficas.

Buenos Aires, enero de 2012

Referencias bibliográficas

BALLET, G., «La psicosis alucinatoria crónica». En: Alucinar y delirar, Polemos, Buenos
Aires, 1998, vol. II.
BERCHERIE, P., Los fundamentos de la clínica. Historia y estructura del saber
psiquiátrico, Manantial, Buenos Aires, 1999.
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9
Nueva Cátedra de Psicopatología I

Paranoia
Un gran número de psiquiatras alemanes agrupó, bajo el nombre de paranoia, a
todas aquellas enfermedades mentales funcionales en las cuales el trastorno concierne,
principal o exclusivamente, a los campos de la actividad mental. Por lo tanto, se
considera que la presencia de delirios y alucinaciones es la característica esencial de
esta enfermedad. La verdadera causa de esta vaga definición debe buscarse en la
historia de sus orígenes. De acuerdo a la vieja teoría de Griesinger, la paranoia era
siempre la consecuencia de un trastorno mental afectivo precedente. Sólo a partir de las
investigaciones de Snell, Westphal y Sander se arribó al reconocimiento general de una
forma «primaria» de paranoia. Bajo la influencia de este innegable progreso, la nueva
forma de la enfermedad como una afección primaria de la mente fue contrapuesta a la
manía y a la melancolía, en las cuales se consideraba que los trastornos decisivos se
daban en el campo de la vida emocional. Se suponía que las variaciones emocionales
observadas a veces en la primera forma se ponían en escena sólo secundariamente por
la intervención de delirios y alucinaciones, así como se creía que la presencia de
trastornos de la razón en enfermedades afectivas era mera consecuencia de los cambios
primarios del humor, de tinte alegre o triste. Por esto fue de gran importancia para el
pronóstico saber, en el caso individual, si los trastornos en el afecto o en la razón
habían conformado el punto de partida de los síntomas patológicos.
La posibilidad, someramente sugerida por Westphal, de un curso agudo de paranoia
con recuperación, se volvió particularmente perniciosa para el desarrollo posterior de la
clínica psiquiátrica. Cramer y Ziehen formularon recientemente la conclusión final de
esta teoría. Con esta transformación del concepto original, que sólo incluía estados
crónicos e incurables, se promovió considerablemente la forma externa puramente
sintomática del cuadro clínico. Como el curso de la enfermedad ya no era decisivo, el
trastorno de la razón y la presencia de delirios o alucinaciones quedaron como los
únicos síntomas tangibles de la locura. Entonces fue necesario agrupar con la paranoia
a un conjunto de cuadros clínicos que, desde el punto de vista estrictamente clínico, no
ofrecía realmente ni los más mínimos rasgos comunes con la paranoia original; por
ejemplo, amentia, locura alcohólica y otros numerosos estados que sin duda
pertenecían a la dementia præcox o la locura maníaco-depresiva. ¡Hasta se llegó a
hablar de paranoia periódica!
Es necesario enfatizar el hecho de que considero totalmente erróneo este desarrollo
sobre el problema de la paranoia. El mismo representa con total claridad el error
fundamental de nuestra clínica psiquiátrica de las últimas décadas; la especificación
meramente sintomática de las formas patológicas basada en suposiciones imaginadas
con ingenio. La supuesta oposición fundamental entre trastornos de la razón y
trastornos de los afectos es sólo psicológica, pero de ninguna manera clínica.
Observarnos que en los cuadros clínicos actuales estas dos formas de trastorno son
asociadas de manera completamente imprecisa. Quien no pueda percibir esto, debería
tan sólo intentar, en el cuadro clínico generalmente conocido de la parálisis, agrupar los
casos de acuerdo a un origen primario y secundario de los delirios. Este claro ejemplo,
todavía ignorado por la concepción clásica de los trastornos mentales, demuestra con
creces que los delirios y las alucinaciones en sí mismos son tan insignificantes para la
distinción del cuadro clínico como la presencia de depresiones y excitaciones. Lo mismo
se puede aprender de la locura maníaco depresiva y de la dementia præcox, a menos
que el punto de vista imparcial haya sido obstruido por prejuicios.
Efectivamente, cada intento emprendido hasta la actualidad de clasificar al «grupo de
la paranoia» y de diferenciarlo de otras formas de locura, terminó siempre advirtiendo
que las formas mixtas y transicionales exceden en cantidad a las formas genuinas e
incluso conducen a trastornos mentales efectivos supuestamente diferentes en esencia.
De esa manera, la única base del concepto actual de paranoia la oposición artificial
entre enfermedades de la razón y de la afectividad colapsa. No hay duda de que la
falta de esperanzas respecto de la elucidación de los problemas por medio del método
adoptado se explica en alto grado por la renuencia general a lidiar con los interrogantes

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

de la clínica psiquiátrica. ¿Qué valor tiene analizar los principales trastornos de la


razón, especificar sus variedades más sutiles, si al mismo tiempo no descubrimos si el
paciente se recuperará, si se volverá periódicamente insano, meramente imbécil o «loco»
en el viejo sentido? Cada diagnóstico realizado para satisfacernos y para elucidar
nuestras perspectivas tiene que darnos información sobre estas importantes preguntas.
No es necesario demostrar que la actual universalidad de la paranoia que con algunos
psiquiatras ya ha alcanzado el 70 u 80 % de los casos de enfermedad no hace avanzar
nuestro conocimiento un solo paso. Sabemos suficientemente bien que los delirios y
alucinaciones pueden ocurrir tanto en las formas de locura más favorables como en las
que lo son menos, en las formas agudas como en las crónicas, en las simples como en
las periódicas y, por lo tanto, no pueden habilitarnos a formular ninguna conclusión en
relación con el curso posterior de los casos individuales.
No hay medios más apropiados para agudizar nuestro entendimiento acerca de las
características verdaderamente esenciales de un proceso patológico que la observación
del curso y de la terminación final. La comprensión de la parálisis y sus síntomas
físicos comenzó con la experiencia de que todos los pacientes que sufrían de defectos
del habla y de parálisis, finalmente morían de la misma manera. Una vez que
descubramos la existencia de un grupo de casos con la misma terminación, deberemos
también ser capaces de reconocer peculiaridades accesorias en el cuadro mismo y de
juzgar correctamente casos similares en el futuro. De esta manera, somos capaces hoy,
en la mayoría de los casos, de distinguir con seguridad la excitación paralítica de la tan
similar excitación maníaca o catatónica exclusivamente por la fuerza de los síntomas
psíquicos patológicos. Asimismo, estamos en condiciones de hacer un pronóstico sobre
el estupor circular o catatónico, de curso periódico o progresivo, a partir de signos
específicos, con el fin de determinar desde el principio la futura importancia para la
enfermedad de los distintos estados depresivos de la parálisis, la melancolía, la
dementia præcox y la locura maníaco-depresiva. En nuestra actividad práctica, sin
embargo, no siempre será posible hacer un diagnóstico correcto; a veces cometeremos
errores. Pero, inevitablemente, la historia del caso individual sacará la verdad a la luz;
corroborarla o rectificarla nos conducirá a una comprensión cada vez más clara de los
elementos esenciales como opuestos a los incidentales y secundarios. Por otro lado, un
diagnóstico, que es sólo una paráfrasis de los síntomas individuales, no puede ser
probado ni refutado. Aquéllos que todavía hoy se dan por satisfechos con el solo hecho
de llamar paranoia a toda psicosis con trastorno predominante de la razón, no
aprenderán absolutamente nada de nuevas observaciones que sea de utilidad para
futuros casos. Como su diagnóstico no incluye ningún hecho que no pueda ser
reconocido inmediatamente por cualquier lego, no se verán decepcionados por un
futuro desarrollo, y tampoco aprenderán nada.
En suma, éstos son los aspectos que me hacen adoptar una actitud
fundamentalmente diferente con respecto al problema de la paranoia. Considero sólo
aquellos casos idénticos de enfermedad que, más allá de las diferencias de grado y de
los incidentes particulares, muestran el mismo resultado en general. Ésta es la razón
por la que opino que es absurda la afirmación de la existencia de una paranoia aguda,
ya que en ella se ven completamente obliteradas las características esenciales de la
enfermedad la incurabilidad fundamental, la permanente presencia de delirios . Si la
paranoia es una enfermedad, o es aguda o es crónica. Prefiero la última definición, ya
que conozco interpretaciones mucho más satisfactorias para las llamadas formas
agudas.
Del gran número de casos crónicos que usualmente se agrupan con la paranoia,
aquéllos donde los delirios se ven acompañados de signos claros de debilidad mental,
necesitan, desde mi perspectiva, una consideración aparte. En estos casos, observamos
que los delirios cobran con rapidez formas muy fantásticas, se vuelven contradictorios,
extremadamente abundantes o muy escasos, con frecuencia cambian y, finalmente,
retroceden y desaparecen después de algún tiempo. Estos cuadros llevan la clara marca
de enfermedades hebefrénicas, catatónicas o seniles en todos sus rasgos. Por esta
razón, si tomamos en cuenta todos esos signos, somos capaces, aun en el comienzo, de

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

predecir la importancia secundaria de los delirios y el desarrollo de un estado final


determinado. Por otro lado, hay sin duda un grupo de casos donde un sistema delirante
inquebrantable y duradero, claramente reconocible desde el principio, se desarrolla
gradualmente, a la vez que se conserva por completo la presencia del entendimiento y el
orden del curso del pensamiento. Es para estas formas que quiero reservar el nombre de
paranoia. Ellas conducen necesariamente al paciente a una trascendente
transformación de toda su perspectiva de la vida y a un trastorno de su punto de vista
en relación con las personas y sucesos de su entorno.
El desarrollo de estas ideas toma siempre un curso muy lento. El comienzo, que
frecuentemente abarca unos años, consiste en leves depresiones, desconfianza, quejas
físicas vagas y aprehensiones hipocondríacas. El paciente está insatisfecho con su
situación; se siente descuidado, quizás cree que ya no es amado verdaderamente por
sus padres, hermanos y hermanas, que es incomprendido; nadie lo entiende. De este
modo, se desarrolla entre él y su ambiente una oposición secreta gradualmente
creciente: las relaciones con su familia son las de un extraño, de alguien ajeno; la
actitud hacia sus parientes es fría y superficial, forzada y hasta hostil. En el interior
del paciente hay un ardiente deseo de algo grande e importante, una pugna secreta por
acciones osadas, la esperanza tácita de una inmensa felicidad que a veces se contenta
cuando él imagina en detalle situaciones irreales y construye castillos en el aire
ricamente coloreados, en los que juega el papel de héroe. La convicción de que él nació
para ser alguien «bastante fuera de lo común», diferente de la gran masa, se vuelve cada
vez más firme. Cree en un «llamado», en una misión que debe cumplir. Ningún fracaso
lo desanima.
Poco a poco, sus percepciones comienzan a ser afectadas por presentimientos y
pensamientos mórbidos. Él advierte, en tal o cual ocasión, que las personas con
quienes se encuentra no son tan amigables como lo eran antes, son más reservadas,
intentan evitarlo y, como él supone, a pesar de muchas manifestaciones hipócritas de
amistad, no quieren tener más trato con él. Como consecuencia de esto, su
susceptibilidad y desconfianza aumentan; comienza a sospechar de ofensas e
indicaciones ocultas, de intenciones hostiles en cada comentario inofensivo, en cada
gesto casual, en cada mirada que percibe. De las conversaciones en la mesa deduce que
existe una conspiración; en ciertas ocasiones, se usan una y otra vez los mismos giros
de conversación intencionalmente. Alguien silba alguna melodía de manera llamativa
para señalar ciertos eventos insignificantes de su pasado o para hacerle insinuaciones
sobre su comportamiento. En obras de teatro y artículos de diario pueden encontrarse
referencias particulares a sus acciones; desde el púlpito o en una reunión de elecciones,
el pastor o el orador hacen alusiones inconfundibles a su persona en un «lenguaje
metafísico». De pronto, se encuentra con la misma persona que aparentemente lo
observa y lo sigue como si fuera de casualidad; alguien lo mira, lo observa de reojo, se
aclara la garganta, tose por él, escupe ante él o evita encontrárselo; en las tabernas, la
gente se aleja o se para cuando él aparece, le lanzan miradas furtivas y lo critican. Los
cocheros, los guardabarreras y los obreros conversan acerca de él. En todos lados la
atención se vuelve hacia su persona; a pesar de ser extraña, su vestimenta es imitada
por numerosas personas. Ciertos comentarios que realizó se convirtieron
inmediatamente en slogans públicos. Uno de mis pacientes caracterizó al amarillo como
el color del intelecto; al otro día, todo el mundo tenía rosas amarillas para hacerle saber
que él era inteligente y que debla guardar silencio siendo la rosa el símbolo del
silencio . «Aquél que hace todo esto, se dirige a mí».
En sí mismas, todas estas experiencias son de naturaleza bastante indiferente;
pueden parecer naturales o accidentales para cualquiera que no esté iniciado; sólo el
paciente nota con absoluta claridad que todo está ideado con astucia premeditada, que
tiene que tratar con «accidentes producidos artificialmente», ocultando un asunto
arreglado con anterioridad, algún ataque intencional. Por cierto, todo el juego es
ingeniosamente fabricado para engañarlo y frustrar sus posibilidades de defensa eficaz
contra toda la maldad secreta, todo el sistema de espionaje y observación. Cada vez que
él llama a alguien y le deja saber francamente que se da cuenta de todo, la persona en

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

cuestión adopta un aire de inocencia e inventa toda suerte de excusas; el otro no va


directamente al objetivo sino que usa un rodeo de palabras para aludir a sus
verdaderos propósitos. Se lo trata de manera amistosa para engañar su vigilancia, se lo
envuelve en conversaciones extrañas, se lo despista por medio de pretextos,
disimulando las verdaderas intenciones que él comprende inmediatamente. ]
Mediante la continua asimilación prejuiciosa de sus experiencias, el paciente se da
cuenta de que una gran conspiración está en marcha. Se están difundiendo calumnias
sobre él, verbigracia, que ha contraído una enfermedad nerviosa a consecuencia de
excesos, que es sifilítico, adicto a la pedofilia. Su fotografía fue enviada a los burdeles
para hacer parecer que es un asiduo cliente; se publicaron cuentas falsificadas como si
diariamente hubiera bebido enormes cantidades de alcohol. Su comida tiene un gusto
sospechoso; su vecino en la mesa cayó enfermo después de haber tomado de casualidad
del vaso que le correspondía al paciente. Alguien está tratando de liquidarlo, de
eliminarlo por la fuerza, de volverlo loco, de incitarlo a hacer monstruosidades sexuales,
a practicar el onanismo. Estas intenciones son perseguidas, como él supone, por una
sociedad que tiene medios sorprendentes a su disposición, incluyendo personas de
todas las clases, pero también funcionarios, cortes de justicia, periodistas, pastores,
escritores que trabajan como agentes secretos. La fuerza impulsora proviene de ciertas
personas individuales o de una sociedad general de francmasones, socialistas que,
unidos por un juramento terrible, tratan de atraer al paciente bajo su control por
razones puntuales.
Simultáneamente al desarrollo de la manía de persecución, siempre tienen lugar
delirios de grandeza. A veces no exceden los límites de una confianza en sí mismo
considerablemente aumentada. Ya la enormidad de los recursos que el paciente
considera que son empleados en su contra indica una sobrestimación considerable de
su propia personalidad, el supuesto blanco de esos esfuerzos. El paciente se considera
particularmente dotado, un genio, un poeta importante, un compositor, un
descubridor, un hombre ilustrado, le da importancia a su apariencia exterior, se
sobrestima y se siente llamado a ocupar una posición eminente en el mundo. Después
de largos años de especulación vaga, con frecuencia aparece repentinamente el
presentimiento victorioso de que no es hijo legítimo de sus padres sino de cuna mucho
más alta y noble. Es usual que un evento insignificante suministre el motivo externo
para el desarrollo de ese delirio, el que inmediatamente se convierte en una certeza
incuestionable para el paciente. Durante una pelea, su padre usó una expresión que
nunca emplearía con su hijo verdadero. El paciente nota que sus padres susurran en el
cuarto contiguo, se ponen pálidos cuando él entra, lo saludan con particular seriedad;
en su presencia, se pronuncia de manera «significativa» el nombre de una personalidad
eminente; en la calle, en el teatro, una dama noble lo mira de una manera
extraordinariamente amigable; contemplando el cuadro de un conde o príncipe, o un
busto de Napoleón, se siente impresionado repentinamente por una semejanza
sorprendente entre él y la persona en cuestión o, finalmente, recibe una carta en la cual
se puede leer fácilmente entre líneas el gran secreto.
Con gran satisfacción, el paciente se da cuenta de que la superioridad de su persona
y su posición son conocidas por su ambiente de forma más o menos abierta. A donde
sea que él vaya es tratado con evidente respeto; los extraños lo saludan
reverencialmente con sus sombreros; la familia real trata de encontrarse con él con la
mayor frecuencia posible; la música en el desfile o en el teatro comienza a tocar cuando
él aparece. En los diarios que el mozo coloca frente a él, en los libros que el vendedor de
libros le manda, encuentra insinuaciones más o menos veladas con respecto a su
destino. Los actores en el escenario, el cura en el púlpito, le dirigen largas oraciones
señalando su nacimiento noble, y personas que pasan en la calle lo acompañan con
comentarios aprobadores y alusivos. En ciertas ocasiones, puede asegurar que hay en
su destino una intervención directa de la Providencia. Los cambios en el clima, el
peculiar titilar de las estrellas, el vuelo de los pájaros, la vestimenta de las personas con
las que se topa, el pedazo de papel que encuentra en la calle, todo parece dar cuenta
claramente de que Dios lo protege de una manera particular y le da signos para su

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

conducta, los que él entiende y sigue escrupulosamente con alegre confianza. A


consecuencia de todas estas experiencias, se desarrolla una extensa red de misteriosas
relaciones cuyo centro es el paciente. El es heredero forzoso, reformador, Príncipe de la
Paz, emperador y Papa en una persona, Mesías, la Madre de Dios, recibe sus
pensamientos de Dios, se vuelve instrumento electo del Paraíso, el centro del mundo.
En algunos casos, el paciente nota que una persona del otro sexo que, real o
supuestamente tiene una posición distinguida, está bien dispuesta hacia él y le presta
atención de una manera inconfundible (erotomanía). A veces, lo que él capta es un
vistazo, un encuentro casual que le da seguridad sobre ese amor secreto; de cualquier
modo, con más frecuencia es informado de esto de una manera indirecta, por medio de
insinuaciones veladas de su entorno, avisos en los diarios, quizá sin haber visto jamás
al objeto de su interés.
Muy pronto, los signos de comprensión del secreto aumentan. Cualquier experiencia
casual, vestimenta, encuentro, material de lectura, conversaciones se refiere a sus
aventuras imaginadas. Su amor es un secreto a voces y un asunto de atención general:
se habla de él en todos lados, por cierto, no con términos claros sino sólo a través de
sugerencias sutiles, cuyo sentido más profundo él comprende, sin embargo, bastante
bien. Por supuesto, este amor inusual debe permanecer por ahora en secreto; por lo
tanto el paciente nunca recibe novedades directamente, sino siempre por medio de la
intervención de otras personas, por los diarios y bajo la forma de comentarios ocultos;
de la misma manera, consigue su propósito de establecer relaciones con el objeto de su
amor por medio de alusiones ocasionales. El vuelo de las palomas, que son la
representación simbólica de sí y de su amor, le demuestra que él ha sido comprendido,
que luego de largas luchas alcanzará finalmente su objetivo; alguna persona con la que
se encuentra parece ser la elegida, que se ha disfrazado para ocultarle al mundo su
afecto por él, y un presentimiento secreto le permite, en semejante escena, dejar de lado
las diferencias más obvias, incluso la de sexo.
Este extraño delirio, nutrido especialmente por avisos de diario velados, puede
desarrollarse de la manera descripta por un tiempo bastante largo, sin que el
comportamiento del paciente, que trata de mantener su affaire en secreto, revele
desorden alguno en otros aspectos. Frecuentemente, en el curso ulterior se agregan
alucinaciones como de ensueño, la sensación de un beso cuando duerme y fenómenos
similares. La coloración de esta clase de amor es siempre extática, fantástica, con
frecuencia platónica, encontrándose el verdadero instinto sexual del paciente poco
desarrollado o desarrollado de una manera enfermiza (onanismo). A veces, entre los
períodos de ansiedad dichosa y suspenso, hay intervalos de extremo abatimiento, de
sentimiento de no merecer el objeto ideal adornado con todas las virtudes posibles, de
decepción sobre rechazos incomprensibles, de vagos delirios de culpabilidad.
Estos delirios se desarrollan principalmente por una interpretación patológica de
experiencias reales. Las percepciones reales son entendidas como perjudiciales. En la
imaginación del paciente, ciertas experiencias bastante indiferentes se refieren en
secreto a su persona, como aparece claramente en muchos de los aspectos descriptos.
Una mancha en el vestido, un agujero en la bota no son consecuencia del uso habitual,
del desgaste, sino de hechos sorprendentes cuyo origen se explica sólo por una
circunstancia enteramente particular, por maquinaciones hostiles. Una gota de agua en
el plato de comida, una vibración en los oídos, calor en la cabeza, cólicos, prueban con
claridad que alguien quiere envenenarlo; «sé muy bien lo que es». Encuentra muchas
alusiones, especialmente en las conversaciones de su entorno y en materiales de
lectura. Siempre se trata del «el usual lenguaje metafórico», «pensaron que yo no lo
entenderla». El paciente lee sobre el Anticristo e inmediatamente sabe que él está
destinado a ser transfigurado en Cristo. Otro paciente le envió al Primer Ministro de
Baden un mapa donde estaban marcadas las regiones desocupadas del planeta;
inmediatamente después empezó la política colonial alemana.
Mucho más raramente que las asimilaciones delirantes de experiencias reales, se
dan las verdaderas alucinaciones. Sólo en pocos casos numerosas alucinaciones
acompañan el curso de la enfermedad por un largo período; como regla, las

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

alucinaciones auditivas sólo ocurren de vez en cuando, en la mayoría de los casos, una
palabra aislada o una frase corta: «¡Henry! ¡Henry!», «él bebe mucho», «aquí viene el
profeta hediondo». Las personas sentadas a la mesa vecina juntan sus cabezas y
susurran comentarios que el paciente entiende con claridad, ya que él «tiene un oído
agudo». O yendo de paseo se dispara un tiro y el paciente escucha el silbido de la bala
que pasa cerca de su cabeza, hasta siente el viento. De la atmósfera cae sobre él una
fina lluvia venenosa; se ve presa de una opresión repentina y escucha al mismo tiempo
una voz de advertencia. También tienen lugar visones nocturnas, la visión de estrellas,
figuras luminosas, apariciones divinas. Se proclama una promesa; el paciente ha sido
beneficiado con la bendición de Essaus sobre su hombro izquierdo y la bendición de
Jacob sobre el derecho. Pero, por lo común, éstos son hechos aislados que también son
comprendidos por el paciente como sucesos muy particulares que no encajan para
nada en el cuadro de sus experiencias cotidianas.
Considero que estamos tratando aquí con un trastorno bastante extraño, que a veces
juega cierto rol en el origen de los delirios: la falsificación de la memoria. El paciente
abre sus ojos al examen de experiencias pasadas. Muchos detalles que antes no había
notado en absoluto, ahora son percibidos con claridad y cobran mayor importancia.
Cree que su memoria está considerablemente fortalecida, de manera tal que toda su
vida pasada se despliega ante él como un libro abierto. El paciente recuerda
exactamente cómo, de niño, fue separado de sus padres genuinos en un bello castillo,
fue arrojado al mundo y finalmente entregado a sus padres falsos. Las numerosas
declaraciones y acciones de esto últimos, el corte y color de sus ropas, el trato que
recibió en la escuela, ciertos sueños proféticos, todo evento importante o trivial de su
vida, desde su juventud más temprana en adelante, le indicaron que nunca había
habido un ministro con su nombre; sostenía que todos los viejos almanaques oficiales
de Hannover habían sido destruidos por el odio y fueron reemplazados por otros
falsificados para que el nombre de su padre fuera destruido. A veces, se puede observar
directamente cómo tales reminiscencias emergen y se fijan en la mente del paciente. Un
paciente dijo que todo lo que había pensado antes se hizo realidad después.
La característica común de todos los delirios desarrollados de maneras diferentes, es
su fundamental inmutabilidad. Aunque el paciente mismo quizás admita que raramente
o nunca sea capaz de proporcionar evidencia concluyente de lo acertado de su visión,
cada intento de convencerlo de la naturaleza delirante de sus ideas rebota como en una
pared. Todo fue tan astutamente planeado que la conexión intrínseca de todos los
acontecimientos, en apariencia accidentales, sólo pueden ser entendidos desde el punto
de vista de la convicción subjetiva, «que existió una vez y existirá sin cambio», como un
paciente dijo: «En mi imaginación todo esto no es imaginación; sólo me expreso con
mucha precaución». Por esto, el paciente a veces siente que una persona ignorante no
es capaz de seguir el tren de su pensamiento y, de ese modo, tiene miedo de que sus
perseguidores se aprovechen de estas circunstancias y declaren que sufre de manía
persecutoria. La conciencia de enfermedad escapa a sus posibilidades; pero con
frecuencia hay todo tipo de quejas hipocondríacas sobre nervios, presión en la cabeza,
problemas digestivos rápidamente atribuidos por los pacientes al tratamiento médico
por esta razón recurren a todo tipo de curas extrañas, con frecuencia inventadas por
ellos mismos .
El humor del paciente se encuentra íntimamente conectado con sus delirios. Percibe
las pretendidas persecuciones como una especie de «tortura mental», se siente
constantemente intranquilo y atormentado, se vuelve desconfiado, antisocial, irritable.
Por otro lado, los pacientes se sienten satisfechos consigo mismos, son arrogantes,
altaneros y obstinados. El humor cambia con frecuencia por razones delirantes. Un día
encontré a un paciente por otra parte muy seguro de sí ansioso y temblando, ya
que había sacado la conclusión, por un insulto que había oído de casualidad, de que
había sido acusado de un asesinato sucedido años atrás. A veces aparecen ideas
repentinas de suicidio.
Las acciones y el comportamiento del paciente pueden no evidenciar trastorno
alguno por un tiempo relativamente largo. Pero toda su conducta de vida parece con

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

frecuencia algo bizarra e incomprensible. Un comerciante que había adquirido algo de


fortuna en América volvió enfermo, gastó su dinero poco a poco hasta que tuvo que
depender de una pobre limosna, ya que era demasiado orgulloso en su arrogante
opinión de sí para tomar un trabajo que no era apropiado para él. Sólo ahora está a la
vista que ha sufrido por veinte años de marcada manía de persecución y delirio de
grandeza. A pesar de su buena disposición, el paciente no tiene éxito en desempeñar un
trabajo, sino que fracasa por doquier, vive más allá de sus medios, se ocupa de
preguntas extrañas, construye, con una confianza a toda prueba, una máquina de
movimiento continuo o un dirigible. Como supone alianzas secretas en todos lados,
nunca se queda en ninguna parte por mucho tiempo; se retira, escribe cartas
insultantes a personas extrañas, ocasionalmente provoca escenas con sus amigos y
parientes que resultan incomprensibles para éstos. De todas maneras, muchos de estos
pacientes tienen éxito en ocultar sus luchas y deseos, de manera tal que no se pueden
discernir acciones mórbidas en su vida cotidiana y sólo personas con conocimiento
arriban a un entendimiento claro de su estado patológico. Sin embargo, aquí y allá, una
declaración enigmática o una acción incomprensible del paciente llaman la atención de
su entorno, quizá una vestimenta rara, un vestido inusual, un gusto entusiasta por
empeños religiosos, artísticos, populares, científicos; no obstante, lejos de comprender
su verdadera significación, todas estas cosas son comúnmente atribuidas a una
personalidad fuertemente desarrollada o a simples defectos del carácter.
Para evitar persecuciones e interrogatorios continuos, el paciente cambia
repentinamente de trabajo con vanos pretextos, o emprende un viaje. Con frecuencia,
esto ayuda por algún tiempo. Pero pronto, nota que lo tratan como a una personalidad
especial y que alguien tiene información detallada sobre él y su vida previa. En todo tipo
de alusiones se entretejen con el presente hilachas secretas de su entorno anterior. Es
seguido por espías en todos lados, reconoce a algunas personas a pesar de su disfraz,
sus barbas falsas, su cabello teñido; ellos siguen sus pasos, lo vigilan constantemente,
su situación es «peor que la de una persona bajo orden de arresto». Gradualmente,
crecen sus ideas sobre el alcance y los medios de la pandilla que lo persigue. Al mismo
tiempo, su conducta de vida y su comportamiento exterior se vuelven extrañamente
inestables y confusos. La capacidad de tener una ocupación objetiva continua y de
cumplir regularmente con ciertos deberes profesionales está considerablemente
deteriorada por las constantes inquietudes emocionales, aun cuando los desempeños
intelectuales no revelen ningún trastorno importante.
Acompañado de un sentimiento de creciente inseguridad, ahora intenta, por medio
de avisos de diario o panfletos, estigmatizar públicamente el juego infame de sus
enemigos y defenderse de los cargos velados. Quizás comience una acción por
calumnias, invoque la ayuda de las autoridades o del jefe de estado. O toma justicia por
mano propia, da un puñetazo al presunto espía en el restaurante, trata de disparar a
un difamador, de atraer la atención del público hacia su persona y hacia su peligrosa
situación por medio de acciones llamativas. También pueden ocurrir intentos de
suicidio. Los delirios de grandeza pueden inducir al paciente a acercarse a sus
supuestos padres nobles o a su prometida ilustre, al principio dando vueltas por su
casa, haciendo misteriosas alusiones a extraños, convencido de que ellos han
comprendido correctamente y le acercarán los comentarios a su amada. Escribe una
carta y no recibe respuesta; luego una segunda y una tercera y, finalmente, intenta
acercarse personalmente a las figuras y autoridades involucradas en su sistema de
delirios. Cuando el delirio de grandeza tiene una coloración religiosa, el paciente
aparece en público como un apóstol, interrumpe al pastor en la iglesia, intenta fundar
una comunidad, introducir un nuevo servicio divino o sermonear oralmente y por
escrito.
Ciertos actos peligrosos o extraños del paciente lo conducen frecuentemente a la
admisión en un hospital mental. Ante sus ojos, este acontecimiento es una nueva
artimaña de sus enemigos, quienes le dieron a entender tiempo atrás que estaba
destinado a terminar loco. Al principio se somete a la situación, ya que está seguro de
que pronto alguien reconocerá su cordura. Es muy reservado en todas sus expresiones,

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

evade las preguntas apremiantes y, con frecuencia, oculta la red de sus delirios por un
largo tiempo detrás de un comportamiento superficialmente irreprochable, hasta que
un motivo particular, una excitación emocional, la pone al descubierto. De todas
maneras, gradualmente se da cuenta de que el sistema oculto de persecución continúa
en el hospital. Los doctores están contratados para paralizarlo y, si es posible, para
convertirlo realmente en un enfermo mental, ya que de otra manera no hubieran podido
atraparlo. Provocaciones triviales y molestias, cambios en su estado de salud,
observaciones ocasionales, le demuestran que las insinuaciones son también
emprendidas en el nuevo entorno. Sus compañeros pacientes no están realmente
enfermos sino que son simuladores sobornados o espías de la policía que están para
evaluarlo por medio de comportamientos y trucos disparatados. Ésta es la razón por la
que él demanda con urgencia que lo retiren de ahí, escribe una carta tras otra para
lograrlo, formula quejas sobre la privación ilegal de la libertad, intenta escapar y, con
frecuencia, lucha amargamente por sus derechos humanos con gran habilidad y
obstinación extrema.
Quizás el paciente entiende que su estadía en el hospital es meramente un eslabón
inevitable en la cadena de juicios que tiene que soportar para poder alcanzar su noble
fin. Haciendo una reflexión detallada, entiende claramente que en su pasado ha habido
numerosas referencias a este purgatorio en el asilo para lunáticos. Lejos de sentirse
desalentado o desesperado, renueva sus esperanzas de obtener su último y más alto
objetivo ya que todo ese destino que le ha sido previamente asignado se está
cumpliendo con rapidez. Percibe una confirmación especial de su punto de vista en el
hecho de que pronto nota que también en el hospital ocurren alusiones misteriosas a
su brillante futuro. Es tratado con atención especial, le echan aceite de rosas en el agua
de su baño, le dicen piropos velados, le dan diarios y libros cuyos contenidos se refieren
a él. De este modo, no puede dejar de observar que los doctores lo retienen «bajo
órdenes superiores» y que en realidad no lo consideran enfermo. Descubre que entre
sus compañeros de internación se encuentran personalidades muy eminentes, a
quienes han traído al hospital con un nombre falso para hacerle compañía.
El curso posterior de la enfermedad es siempre muy lento, la mayoría de las veces
prácticamente estancado durante muchos años. Los pacientes son calmos, razonables,
preservan una actitud exterior metódica y, frecuentemente, son capaces de mantener
una actividad mental bastante satisfactoria. Otros tienen actividades artísticas o
literarias y son exitosos, o al menos capaces de ganarse la vida; son meramente
considerados tipos raros ya que ocultan con cuidado sus delirios. Ciertamente, con
frecuencia llevan una inestable vida aventurera, llena de acontecimientos extraños e
incomprensibles. Por lo común, sólo en el curso de varias décadas se vuelve evidente
una debilidad psíquica que crece con lentitud, generalmente con una agudeza mental
reducida acompañada por un sistema de delirios gradualmente progresivo.
La frecuencia de la forma de locura descripta aquí no es muy elevada; en mi
experiencia ni siquiera alcanza el 1% de los pacientes admitidos. Los hombres parecen
ser más vulnerables que las mujeres. Una predisposición hereditaria a trastornos
mentales puede jugar un rol importante. En cuanto al resto, se mencionan como
causas la mala fortuna, las decepciones, la soledad, la lucha con la miseria y
privaciones; pero con frecuencia éstas son más bien consecuencias del prolongado
comportamiento extraño del paciente. En la mayoría de los casos la enfermedad se
manifiesta entre los 25 y 40 años. Sin embargo, Sander describió una forma bajo el
nombre de paranoia original en la que, desde su puto de vista, la enfermedad se
remontaba al período de juventud. Efectivamente, éstos y otros pacientes que sufren de
delirios declaran con frecuencia que su juventud temprana ya estaba llena de
presentimientos y percepciones que señalaban su noble cuna y sus poderosos
enemigos. Pero he tenido éxito al confirmar que, en estos casos, el inicio de la
enfermedad sólo puede ser rastreado de modo confiable en la primera mitad de la
tercera década. Los demás relatos que van hasta un pasado más lejano son casi
siempre invenciones subsiguientes. Neisser estableció como la marca distintiva del
grupo descripto por Sander el síntoma frecuente de falsificación de la memoria y sugirió

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

la distinción de una «paranoia confabulatoria». Yo, sin embargo, pienso que no es


posible diferenciar un grupo uniforme desde ningún punto de vista.
Tomando en cuenta el desarrollo lento, los extraños delirios consistentes, la
excelente conservación de la razón y el orden en el curso del pensamiento, en el
comportamiento y en la acción, el diagnóstico de la enfermedad no implica ninguna
dificultad. Ciertamente, bajo una observación superficial, algunos casos de dementia
præcox, parálisis, demencia senil y hasta de locura maníaco-depresiva pueden ofrecer
por un tiempo un cuadro bastante similar. Los rasgos distintivos con respecto a las
enfermedades mencionadas ya han sido descriptos en detalle en cada caso y sólo se
deberá poner énfasis en el hecho de que la paranoia ya existía por varios años antes de
que fuera reconocida, que los delirios son asimilados lógicamente y que las objeciones
son refutadas con inteligencia, aunque quizás mediante falacias. Es más, todo el pensar
y el comportamiento del paciente están enteramente influenciados por el delirio; el
sujeto se encuentra absolutamente inaccesible a la razón, apasionado y obstinado por
defender y sostener sus ideas. La privación de la libertad es sentida por él como una
seria injusticia y no cede en su lucha contra ella, situación que contrasta agudamente
con la suavidad e influenciabilidad de los paralíticos y con la ausencia de
entendimiento y opacidad emocional observadas en la dementia præcox. Los delirios
seniles y preseniles de daño se caracterizan por ser extraños, por su desarrollo rápido,
su labilidad e inconsistencia, mientras que la locura maníaco-depresiva, además del
delirio, siempre muestra signos de inhibición o excitación psicomotriz.

La manía querulante es una forma algo extraña de desarrollo de locura. La


característica del cuadro clínico es la idea de inferioridad legal y el ansia de lucha hasta
el extremo contra las injusticas supuestamente sufridas. Como regla, tal idea se
desprende de un perjuicio realmente sufrido, en la mayoría de los casos, en un litigio.
En esa ocasión, pareciera que el paciente carece de la capacidad de darse cuenta de lo
exagerado de su idea. Es incapaz de considerar imparcialmente el estado del asunto, de
entender el punto de vista antagónico, y demanda que sus opiniones y deseos
personales sean reconocidos por todos. La oposición que encuentra y los obstáculos
tangibles que así surgen corroboran su opinión de que se cometió con él una injusticia
severa, contra la cual debe luchar con todos los medios a su alcance. Es obvio que la
idea de imponer el reconocimiento de los propios reclamos legales es en sí misma
completamente cuerda. Lo que es característico de la persona querulante es la falta de
entendimiento sobre la justicia, el énfasis parcial en sus intereses personales en
oposición a un punto de vista superior de protección legal general. «Él busca la ley pero
no puede encontrarla», dijo un testigo a propósito de una persona querulante en los
trámites para su tutela.
El motivo esencial del desarrollo de tal punto de vista equivocado es siempre una
insuficiencia del juicio. Este trastorno puede ser comprobado con regularidad en las
personas querulantes, especialmente en su total inaccesibilidad a la razón. Ni la
evidencia más obvia los impresiona; ni siquiera se la considera digna de ser examinada.
Ciertamente, los pacientes escuchan con calma los argumentos que se les dan, admiten
todo eso pero evaden todo razonamiento lógico repitiendo simplemente sus perspectivas
previas o lidiando con todas las objeciones a través de contraevidencias en absoluto
concluyentes. «Me atengo al punto; lo que está escrito está escrito». Aun si se lo resarce
legalmente, no se siente satisfecho. Uno de mis pacientes que, a partir de la sentencia
del juez, creyó ser «declarado oficialmente loco», hizo de esta afirmación el punto de
partida de una amarga lucha contra las autoridades, a pesar de habérsele explicado
repetidas veces que no se había emprendido nada en su contra y de intentar
tranquilizarlo de un modo considerado y amigable; él rechazó todo intento de ayuda,
«mientras la declaración oficial de locura no sea anulada». Esta inflexibilidad, presente
desde el inicio, otorga a la idea de inferioridad legal el carácter de delirio. Todas las
posiciones contrapuestas a la perspectiva del paciente son simplemente consideradas
falsas o indignas de confianza; los testigos cometen perjurio o han sido sobornados. En
oposición a esto, el paciente señala un gran número de testigos que él ha aportado pero

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

que no han podido declarar, o lo han hecho de modo insignificante y fueron


desautorizados por no haber testificado correctamente. Usualmente, estos son
reemplazados por otros testigos quienes, según el paciente, dan información muy
importante para engañarlo una vez más en sus expectativas.
De la fuente del delirio también surge la peculiar credulidad de la persona
querulante, que está en sorprendente oposición con su inaccesibilidad a la razón.
Cualquier chisme, rumor o cháchara son considerados inmediatamente
incuestionables, si sus contenidos acuerdan con el abanico de ideas del paciente. Así
como éste es inaccesible a los argumentos más concluyentes, es susceptible a cualquier
calumnia sobre la reputación de sus adversarios. No sólo se considera calificado para
creer en ellas sin ningún examen sino también para repetírselas a otros de la manera
más mordaz y exagerada. Aun el consejo más exhaustivo y amable por parte de
verdaderos expertos con respecto a su situación legal carece de efecto si contradice su
opinión, basada en lo que le dijo «un hombre entendido en leyes» en su pueblo.
Al comienzo, el entendimiento y la memoria de la persona querulante aparecen
inalterados; uno se ve frecuentemente sorprendido por su precisión para recitar de
memoria, palabra por palabra, voluminosos documentos oficiales, exámenes judiciales y
pasajes de la ley. Sin embargo, bajo un examen detallado, con frecuencia sucede que el
paciente no entendió para nada el significado de todas sus declaraciones e interpreta
las oraciones más claras de una manera bastante extraña, incluso convirtiéndolas en
su opuesto. Además, en especial al repetir una conversación, se deslizan los errores
más groseros y es dificultoso determinar si surgen por un malentendido inicial o por
una subsiguiente falsificación de la memoria. Sin duda, esto último también ocurre; a
veces uno tiene la oportunidad de observar directamente cómo un relato, repetido
frecuentemente, cambia más y más de acuerdo con el delirio.
Por su asociación con acontecimientos reales, en una observación superficial puede
parecer que los primeros ataques de la manía surgen de una conciencia legal
particularmente susceptible, pero poco a poco la naturaleza patológica de estas líneas
de pensamiento se vuelve cada vez más clara. La imposibilidad de recuperar su
pretendido derecho prueba al paciente que los testigos son villanos que cometen
perjurio, los jueces y autoridades una pandilla de ladrones y bribones que se mantienen
juntos para eliminarlo y evitar que su propia maldad salga a la luz. «Todos lo ayudan»,
dijo de un adversario. Los testigos que con seguridad hubieran testificado
brillantemente a su favor, no son llamados; sus declaraciones son convertidas en lo
contrario, los documentos y archivos son falsificados, también su firma; las
notificaciones le son entregadas por carteros falsos, las resoluciones llevan «estampillas
como si vinieran de Su Majestad Real». Con frecuencia se agregan delirios llamativos. El
paciente siente que alguien intentó volverlo loco en la prisión por medio de comidas
altamente sazonadas, cree que se atentará contra su vida. Al mismo tiempo, varias
veces observé un marcado delirio de celos. Aquí y allá ocurren alucinaciones aisladas;
en un caso, se desarrolló temporariamente en prisión un estado ansioso de excitación
con numerosas alucinaciones auditivas. El paciente escuchó reproches y amenazas,
pensó que su ejecución era inminente.
La lucidez del paciente no se ve nunca alterada, el orden de sus pensamientos está
bien preservado. Pero uno no puede dejar de percibir una gran monotonía en el
contenido de sus ideas. Cada discusión con una persona querulante conduce con
rapidez a sus ideas de injuria, las que se vuelven cada vez más el centro de su interés a
medida que pasa el tiempo. Desde cualquier punto, por más remoto que sea, la línea de
sus pensamientos siempre retorna a ese centro. Con repeticiones sin fin, a menudo
palabra por palabra, se reiteran en sus declaraciones los mismos hilos de pensamiento,
obviamente sin que el paciente sea capaz de suprimirlos o reducirlos. Cuando la
enfermedad se prolonga en el tiempo, la conexión intrínseca de las explicaciones de
largo alcance se ve usualmente afectada. Por supuesto, no hay lugar alguno para la
conciencia de enfermedad; por el contrario, el paciente considera el diagnóstico de
trastorno mental como un «engaño pérfido». Pero casi siempre él encuentra legos y
hasta doctores que certifican su salud mental.

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

Un síntoma que acompaña en forma regular a la manía querulante es una confianza


en sí mismo considerablemente incrementada. Los pacientes se creen calificados y
honestos de un modo extraordinario, y por lo tanto miran por encima del hombro a sus
adversarios. Tienen una opinión elevada de sí mismos, consideran particularmente
agravante que no se haga justicia con ellos. También se debe a su elevada opinión
de sí que el paciente considere admisibles los medios más inmorales para abatir a un
adversario, mientras que las más leves formas de coacción legal aplicadas a él son
concebidas como escandalosos ataques y violaciones, como un «maltrato despiadado».
Un paciente tomó como injuria severa la entrega atrasada de una carta por parte del
cartero, mientras que consideraba que el incesto con su hijastra y la malversación de
una suma de dinero eran delitos menores insignificantes. Con su elevada
autoestima, el paciente reclama usualmente enormes sumas para compensar el error
cometido con él.
Además, en las personas querulantes observamos, sin excepción, un aumento
considerable de la excitabilidad emocional; éste es quizás la razón más obvia para la
falta de una calma reflexión objetiva en estos pacientes. Si bien por lo común no revelan
ningún trastorno llamativo del humor, súbitamente sufren ataques de excitación
pasional al discutir sus pleitos, abruman a quien los escucha con una verdadera
catarata de invectivas contra sus enemigos y tratan toda contradicción u objeción
mostrando la misma irritación embravecida.
En conjunción con la inaccesibilidad a la razón, esta vehemencia imprime su marca
peculiar sobre todas las acciones del paciente. Aún cuando se hayan intentado todos
los recursos legales habituales para apelar una decisión irrevocable y definitiva, el
sujeto no es capaz de calmarse. Sin entender la completa inutilidad y hasta las serias
consecuencias que con seguridad resultan de los pasos subsiguientes, trata a cualquier
costo y por todos los medios de obtener por la fuerza una victoria en la lucha por su
presunto derecho. Inaccesible a cualquier buen consejo, pone en marcha todo tipo de
recursos legales, demanda un «examen correcto» de las cosas que se han establecido
hace mucho tiempo, interpone todas las apelaciones posibles, sin que los fracasos
logren que entre en razón o, al menos, que se intimide. Por el contrario, su tenacidad y
su apasionamiento se incrementan cada vez más. Envía numerosas cartas y petitorios
, en las que rienda suelta a sus sentimientos por sus enemigos, por las autoridades
y por los jueces con las expresiones más rudas e insultantes, incluso en un lenguaje
sucio y abusivo. Usualmente, estos documentos ya revelan su origen patológico a través
de la forma, de los subrayados y signos de interrogación, exclamación y comillas, del
énfasis puesto en ciertos pasajes de expresiones fuertes por medio de una escritura
especial o tinta de color, así como a través de los contenidos interminables, monótonos
y circunstanciales. También el estilo muestra con frecuencia una característica
peculiarmente complicada, extraña, con repetición de algunas frases singulares y
estruendosas, modeladas en terminología legal. Las secciones de los códigos, la
referencia a los «documentos oficiales» juegan un rol importante. Usualmente, el
paciente lleva consigo las copias de sus peticiones, las citaciones de la justicia y los
mandatos para desplegarlos en las situaciones apropiadas.
Los cargos consecuentes y las sentencias por calumnia y difamación sólo aumentan
la exasperación del paciente; éste responde con nuevos insultos cada vez más violentos
y escandalosos. Todas sus actividades y sus intereses vitales son absorbidos por el
capricho de mantener su posición, aun cuando en consecuencia las demás cosas se
vean descuidadas; su hogar, su negocio, su fortuna, todo es sacrificado por su impulso
patológico. Así su medios se ven reducidos, está permanentemente excitado por
interminables procedimientos y acciones que lo inducen a una creciente actitud hostil
hacia sus enemigos. Finalmente, rechaza todo trato con el orden legal existente y hasta
con las instituciones públicas. No firma más un registro, se niega a aceptar citaciones
de la justicia, tiene que ser llevado a la corte por la fuerza. Hace justicia por mano
propia, simplemente toma lo que considera que es de su propiedad, se dirige a la
prensa, amenaza a sus enemigos en persona, le dispara al albacea.

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Emil Kraepelin Paranoia, demencia precoz, parafrenias

Con esta energía apasionada, con frecuencia el paciente tiene éxito en convencer a
algunas personas de la legitimidad de sus reclamos. Por otro lado, las personas
querulantes aceptan con gusto la ocasión de redactar cartas, peticiones, protestas y
querellas de terceros y, así, se meten de lleno en la carrera de falso abogado. Al hacer
esto exhiben por doquier cierta sutileza y conocimiento superficial de la ley, lo cual
redunda en su beneficio.
En el curso posterior de la enfermedad siempre aparece un claro aumento de la
debilidad mental. Las peticiones del paciente y los discursos se vuelven cada vez más
monótonos e inconsistentes. En la mayoría de los casos, el paciente no espera una
respuesta más que por hábito, escribe uno de sus extraños documentos de vez en
cuando. Decrece la excitabilidad; el paciente se vuelve apagado, inofensivo e indiferente,
con frecuencia hasta quejoso y sentimental cuando se lo provoca intencionalmente
tocando su punto débil. Muestra una actitud amistosa hacia el doctor, a quién quizás
demandó anteriormente por mentiroso infame y estafador. A veces hasta niega sus
acciones pasadas para evitar discusiones desagradables; ya no quiere saber nada más
de eso, es cosa del pasado. Pero una corrección actual de sus ideas patológicas está
fuera de consideración; por el contrario, cuando alude a las viejas reminiscencias en los
momentos en que falta su autocontrol, parece que el paciente se mantiene siempre sin
cambio alguno en su antiguo punto de vista y que sólo ha perdido la energía para
resistir.
Al comienzo el diagnóstico de manía querulante entraña ciertas dificultades, Por un
lado, la querulancia puede aparecer como un síntoma patológico en varias formas de
locura, por ejemplo en la parálisis y, especialmente, en la locura circular. Considerando
las características fenoménicas de estas enfermedades, los trastornos físicos y de la
memoria en la primera, la fuga de ideas, la distractibilidad, la sed de acción, los
cambios de humor y el carácter periódico en la segunda, pronto seremos capaces de
elucidar la situación. Por otra parte, algunas personas sanas pueden ser querulantes
bajo ciertas condiciones e incluso mostrar obstinación y pasión. Recientemente varios
expertos realizaron diagnósticos incorrectos al considerar que el factor de la
querulancia en sí mismo y el volumen de los documentos acumulados eran las
características esenciales de la manía querulante.
Por el contrario es, sobre todo, la forma delirante del conjunto de ideas lo que debe
ser considerado decisivo para el diagnóstico; es la total inaccesibilidad a la razón, la
propagación gradual del delirio de persecución sobre un número de personas cada vez
mayor, el comienzo de todo el desarrollo delirante desde un solo punto que siempre
predomina y al cual se refieren constantemente todas las ideas y acciones posteriores
de los pacientes. Ésta es la razón por la que las personas querulantes no deben ser
confundidas con las sanas, pendencieros y gente obstinada que viven en discordia con
todo el mundo. Por el contrario, parece que los pacientes querulantes, como otros locos,
son más bien pacíficos, aunque con frecuencia son individuos extraños en su vida
diaria. Puesto que aquellas personas cuerdas belicosas se desvían de su camino para
pelear, para instituir procedimientos y ofender a otros en las más diversas ocasiones,
hay sin embargo una conexión intrínseca entre todos los niveles de su lucha; todo el
enredo de procedimientos, acciones y quejas puede ser reconducido, en la mayoría de
los casos, a cierto ímpetu original. Cuando se trata sólo de un carácter pendenciero,
cada asunto llega finalmente a un acuerdo aunque a menudo luego de un largo
combate y todos los participantes se calman; pero aquí la disputa original nunca se
acaba, sólo se vuelve cada vez más importante y llega a su conclusión formal y forzada
sólo cuando el paciente es puesto bajo custodia.
Por otra parte, puede suceder, desde ya, que las supuestas ideas y afirmaciones
delirantes concuerden con los hechos. La exasperación y la lucha desconsiderada hasta
el extremo puede ser la respuesta cuerda a un sentido de la justicia agraviado. Así, en
un caso que observé, se descubrió que el adversario seriamente acusado no era el
hombre de honor que oficialmente se suponía que era, sino que había cometido graves
crímenes. En otra oportunidad, fue comprobado que la falsificación de una firma, que
en un primer momento parecía una idea delirante, realmente había sido cometida por la

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persona acusada. De aquí que uno debería ser muy precavido al respecto. En ambos
casos, los demandantes eran, sin embargo, personas querulantes que no podían ser
diagnosticadas como tales por la exactitud o inexactitud de los cargos expuestos, sino
por la manera en que éstos eran expresados y asimilados. Aun en casos bastante
acentuados, la manía querulante sólo se reconoce después de un largo tiempo, ya que
la buena memoria y fluidez en el habla y en la escritura ocultan al perito la debilidad
mental, la confusión y el desarrollo delirante del conjunto de ideas. La distorsión y la
representación falsa de los hechos que el paciente expone de buena fe desde el punto de
vista de su concepción patológica, son tomadas con facilidad por engaños intencionales
premeditados hábilmente y se consideran evidencia de su depravación moral e
insolencia.
Es más probable que las causas reales de la manía querulante se encuentren en una
predisposición patológica, mayormente hereditaria. En varias ocasiones se encontraron
padres dipsomaníacos. Generalmente la enfermedad comienza entre los 35 y 45 años, a
veces aún más tarde. El pleito debe ser sin duda considerado el factor precipitante, pero
no la causa; con frecuencia, los pacientes han estado involucrados anteriormente en
acciones legales sin mostrar querulancia. El pronóstico es desfavorable; el desenlace
consiste en un grado más o menos alto de debilidad mental con delirios persistentes.
Sin embargo, parece que ocurren mejoras considerables, en las que los pacientes se
abstienen de expresar su perspectiva, al menos por algún tiempo, aunque no la
cambian; observamos condiciones similares en otras formas de locura.

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