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LA REVUELTA

SERIE: LO S ENSAYOS

M ARTIN CASILLAS EDITORES • MÉXICO


ELI BARTRA
MARIA BRUMM
CHELA CERVANTES
BEA FAITH
LUCERO GONZÁLEZ
DOMINIQUE GUILLEMET
BERTA HIRIART
ÁNGELES NECOECHEA

La Revuelta
Reflexiones, testimonios y reportajes de
MUJERES en MEXICO, 1975-1983

EDITORES

México, 1983
Primera edición, diciembre de 1983
Diseño portada: Concha Latapí
D.R.c Martín Casillas Editores, S.A.
Mar 43, Col. Los Alpes
México, D.F. 01010 México
Tel: 680-37-08
ISBN 968-471-067-4
INDICE

Prólogo 9
Prefacio 11
I. CUANDO LAS BRUJAS CONSPIRAN
Lo personal es político 17
El pequeño grupo 19
Sobre autonomía 23
El derecho a la diferencia 26
La organización de las mujeres 29
Sólo una manera 32
La zapatilla de Cenicienta 34
Falsa dicotomía: ¿feminismo o lucha de clases? 36
Igualdad efímera 38
Reflexión sobre una imagen 40
II. CUERPO Y POLITICA

Deseo de placer 45
Hacer el amor 46
Múltiples voces: la frigidez 49
Hervir de ardor 50
Violencia en la calle 51
Otra violación 52
La sexualidad masculina 55
En defensa de nuestro cuerpo 57
Prostitución 59
Prostitutas 61
Rojo dulce 65
Visiones patriarcales 66
Sobre menstruación: algo práctico 68
Menopausia 69
Las ilusiones perdidas 72
La depresión posparto 75
Mentiras del psicoprofiláctico 78
La parte más oscura 80

7
Maternidad forzada 82
El aborto como defensa de la vida 84
Entre amigas 86
Sobre el aborto 88
III. VIDA COTIDIANA
El amor 93
Trabajo por amor 95
Los celos 97
Erase una vez 99
De la madre santa a la pura madre 101
Tener que salir sin permiso 103
Miedo al cambio 105
IV. LUGAR CON LIMITES
En la cárcel y en el hospital 109
Cárcel de mujeres I 111
Cárcel de mujeres II 113
Nuestra historia 116
Sobre la salud mental 118
v. r e t r a t o s d e m u je r e s
Preludio 125
De domingo a domingo 126
Domésticas del mundo ¡unios! 129
En turno permanente 131
Entre sapos y víboras 133
Parteras 136
Espías 139
Colgando de un hilo 142
VI. DE PINCELES, PLUMAS Y CAMARAS
En el gran escenario 151
Notas acerca de la creatividad y las mujeres 153
Arbol de la esperanza, mantente firme 155
Mujeres periodistas 157
Vicios de la cocina 160
Crónica de una agenda feminista 162

8
PRÓLOGO

C u a n d o i n g r e s e , a f in e s d e 1977, en las filas del movimiento


feminista mexicano, una de las primeras advertencias que recibí
fue: “ ¡Aguas con las de La Revuelta] ¡Son unas radicales!”
Desde entonces, siempre tuve noticias de ellas: “ ¡Armaron una
bronca en Coalición!” “ ¿Ya leiste su periódico?” “ Dieron una
conferencia aquí, un seminario allá, un taller en El C hopo.”
“¿Una agenda feminista?” “ ¿Te enteraste?: ya tienen su página en
Uno más Uno.” Al principio, me preguntaba: ¿Y quiénes son esas
Revueltas que adonde van revuelven tanto?”
Recuerdo aquellas noches en la Coalición de Mujeres Feminis­
tas, en un departam entito de la Colonia Cuauhtémoc, cuando una
llegaba de nuevita, casi casi de calcetas (en lo que a feminismo se
refiere), sin atreverse siquiera a abrir la boca. Encontrarse enton­
ces con L a s -DE-l a -R e v u e l t a era toda una experiencia. Seguras
de sí mismas, estrafalarias, sin ningún recato en salir a la calle con
playera y sin brasier, o en ponerse una de esas faldas exóticas que
una quiso llevar siempre.
D urante un tiempo fueron como seres mitológicos para mí.
Claro, poco a poco fui conociéndolas. Dejaron de ser cíclopes y
m edusas terribles y aparecieron ante mis ojos simplemente como
mujeres que buscan, iguales a tantas más.
Hace un mes, mientras tomábamos un café en Coyoacán, me
pidieron que les escribiera un prólogo. La sola palabra me produ­
jo una sensación de solemnidad que me llenó de terror. Sin
embargo, acepté.
Hacía falta un libro así: producto de ocho años de trabajo
solidario, de cambios constantes, de militancia coherente. H asta
ahora, nos habíamos tenido que conformar con traducciones
sobre la experiencia feminista en otras partes del mundo, o, en el

9
sobre nuestros problemas y alternativas ha ido afilándose y tam­
bién, como era de esperarse, diversificándose. Al mismo tiempo,
hemos tenido muchos tropiezos; continuamente aparecen nuevas
dudas y es preciso enfrentar la desvaloración y la recuperación de
nuestro movimiento el cual, cumpliendo diversos caminos, es
objeto de constantes ataques por parte del poder establecido.
Nosotras, desde luego, también hemos visto modificadas nues­
tras vidas personales y la del grupo. Han nacido varios niños y
niñas, han habido separaciones y encuentros, cambios de país,
descubrimientos vocacionales, momentos de claridad y de desen­
canto. Y la vieja pandilla, tan entrañable, cuya mera existencia
representaba un reto social, ha dejado de existir. Ya no creemos en
respuestas maniqueas ni nos explicamos el mundo a partir de unos
cuantos dogmas y consignas. Por eso algunos de los materiales
incluidos tienen cierto “ olor a viejo” . Sin embargo, todas las ideas
expresadas son parte de un proceso, y como tal hay que verlo
ahora. No pensamos que haya nada concluido, seguimos en mar­
cha.
Por último, queremos decir que los nombres de las que firma­
mos este libro pertenecen a las que lo elaboramos para su publi­
cación; sin embargo, muchas otras participaron en el grupo a lo
largo de los años y este material es también el resultado de sus
esfuerzos.
La Revuelta
Marzo de 1983

10
PREFACIO

L a id e a d e r e u n ir e sto s e s c r it o s en un libro surgió de una


necesidad. Cada día más personas están interesadas en compren­
der la situación que vivimos las mujeres. Los requerimientos de
material feminista por estudiantes, periodistas, grupos de mujeres
y profesionistas diversos nos llevaban a revolver una y otra vez el
archivo de nuestros artículos publicados tanto en el periódico La
Revuelta como en Uno más Uno. Corríamos cada vez más frecuen­
temente a la fotocopiadora de la esquina. Además, la mayoría de
los libros que existen sobre el tema son norteamericanos o euro­
peos; los escritos de las mujeres latinoamericanas generalmente
quedan en producciones efímeras: folletos, volantes, guiones para
los medios masivos de comunicación, notas periodísticas o publi­
caciones con una distribución muy limitada. Es necesario resca­
tarlos, pues por el momento configuran prácticamente los únicos
testimonios históricos sobre el movimiento de liberación de las
mujeres en nuestros países. El material que ahora presentamos
recoge ocho años de trabajo feminista y es una contribución para
este registro imprescindible.
Muchas cosas han cambiado desde 1975, año en el que empeza­
mos a trabajar juntas. Es im portante señalarlas para combatir el
escepticismo propio de nuestros días, que predica la imposibilidad
de transform ar las condiciones de vida. Algunos de los cambios
significativos están implícitos en esta recopilación, tanto en los
hechos que se retratan como en nuestros puntos de vista. Desde el
primer número de La Revuelta hasta la fecha los espacios para
tratar los asuntos de las mujeres se han multiplicado, los grupos
organizados surgen por toda la República Mexicana, las mujeres
de diferentes sectores cada vez tom an más en cuenta su perspecti­
va particular a la hora de participar políticamente a la reflexión

11
mejor de los casos, con artículos aislados en periódicos o revistas.
Tijera en mano, perseguíamos cualquier nota relacionada con la
mujer para guardarla religiosamente en nuestro escuálido archivo.
Para empezar a llenar ese hueco, Las Revueltas nos ofrecen una
recopilación de reflexiones y de vivencias directas de mujeres
mexicanas con historias distintas, pero que, finalmente, son una
sola.
El libro es un testimonio de cómo vivimos el feminismo las
mexicanas que nos atrevemos a vivirlo. Se nos acusa de copiar a
las gringas, o a las italianas y a las francesas. Esto es absurdo e
injusto. La causa de las mujeres es una sola: compartimos situa­
ciones idénticas. Empero, en cada sociedad hay que ganarse espa­
cios diferentes para expresarnos y para organizamos. En México
se nos mediatiza. De ahí la importancia de exponer nuestros
problemas y nuestros logros sobre el papel, como constancia de
que ni estamos solas ni seguiremos calladas.
Los textos tocan lo político, lo social, lo íntimo. Denuncian
nuestros “ lugares con límite” : la casa, la cárcel, el manicomio.
Nos enfrentan a nuestra sexualidad, a la re valorización de nuestro
ciclo menstrual. No, señores, no estamos enfermas, nos prepara­
mos para gestar, tenemos cambios, movimientos liberadores en
nuestro cuerpo. Podemos danzar, hacer el amor, pensar. Y la
menopausia no es un fin sino un principio. Seguimos siendo
mujeres. Nuestros deseos permanecen intactos, y sin el riesgo de
embarazo. ¡Ah!, y no hay mujeres frígidas, sino hombres incom­
petentes. ¡Y qué mentira más gigantesca eso del parto sin dolor!
Nos introducen también a mundos tan ajenos como el de una
telefonista a quien la empresa espía, reprime, intenta automatizar;
o el de las costureras que dejan los ojos, los riñones y la vida
misma en cada ojal. Nos acercan a las maquiladoras, las parteras,
las prostitutas y las empleadas domésticas, esas desconocidas con
quienes convivimos cotidianamente. Todas ellas sin acceso a un
espacio público, como la plana de un periódico o las páginas de un
libro. Aquí, La Revuelta les presta su voz y nosotros podemos es­
cucharlas.
La lectura de estos textos despierta asombro, ternura, rabia,
impotencia. ¿Esto pasa en mi país? A veces, surge una sonrisa;
otras, un nudo en la garganta. Más que nada, a una le brota
esperanza. Por fin, la historia en México también la estamos
escribiendo las mujeres. No en forma accidental o aislada, ni “ por
pura chiripa” . Nuestra lucha apenas comienza, y aunque nuestra
organización es incipiente, el camino recorrido en casi diez años

12
de feminismo ha sido enriquecedor. Y hemos cosechado triunfos.
Este libro es prueba de ello. Su publicación es significativa no sólo
para La Revuelta y para el movimiento feminista mexicano. El
lector en general —y sobre todo la lectora— se encontrará en él y
descubrirá voces nuevas. Porque una cosa es cierta: cada vez
habernos más mujeres que peleamos por nuestro derecho a parti­
cipar directa y conscientemente en la vida política, económica y
social de la nación. También a decidir sobre nuestros cuerpos.
Las mujeres conocimos antes que los hombres el secreto de las
plantas y de la vida. En la Edad Media, “ a la sospechosa la ponían
en la hoguera, y si ardía, bruja era” . Ahora nos llaman despecti­
vamente “ feministas” , y las hogueras varían. Hemos sido, desde
siempre, seres mágicos. Trataron de quemarnos, pero seguimos
vivas... y conspirando. En este libro, La Revuelta nos lo recuerda.

Rosa María Roffiel


Junio de 1983

13
Cuando las brujas conspiran.
LO PERSONAL ES POLÍTICO

E l f e m in is m o p r o p o n e como punto de partida para la activi­


dad política organizada el reconocimiento de las propias insatisfac­
ciones y necesidades. Plantea que la revisión en grupo de las
experiencias personales lleva a la comprensión de las desigualda­
des opresivas de nuestro sistema, al contemplar compartidos los
problemas que se creían únicos e individuales; de este modo, el
feminismo analiza los diversos elementos vitales en su expresión
concreta, en cada mujer y a la vez en todas las mujeres como
grupo; traza líneas de acción a partir de ese análisis propio: cada
sentimiento, idea o suceso personal es parte integrante del sistema
de poder en el que vivimos. Lo personal es político porque la
política no existe como entidad abstracta: la práctica de someterse
o intentar conquistar o mantener el poder la vive la gente, cada
quien, cotidianamente. La inflación, por ejemplo, es un fenómeno
económico-político que padecemos personalmente y que aunque
nos propusiéramos permanecer ajenas(os) a ella, se cuela en la
vida de todos los días, irremediablemente; la relación de cada
quien con la inflación, ya sea de conformidad o de rebelión, es
también un hecho político. Lo mismo sucede con el sistema de
salud, de educación o cualquier otro que acaba por afectarnos en
la vida cotidiana. Las decisiones tomadas en desayunos entre altos
jefes, son hechos políticos; pero también lo son el infectarse en un
aborto clandestino, el golpear a los hijos o ei ser presa de la
angustia.
Intentar fragmentar las experiencias humanas entre públicas y
privadas no tiene sentido; pensar que son dos esferas y que sola­
mente vale la pena luchar por cambiar una u otra es una trampa;
porque no existen separadamente, se entretejen una con otra y
como consecuencia sólo es posible que se transform en ambas a la

17
vez si se persigue un cambio verdadero en la calidad de nuestras
vidas.
Las mujeres, como grupo humano, estamos marginadas de la
toma de las grandes decisiones; es decir, no estamos en las cámaras
ni en las direcciones de los partidos, ni en los comités ejecutivos de
las organizaciones. El hecho de que dos o tres mujeres logren
escurrirse por los resquicios de las instituciones oficiales o de
izquierda, no significa que el resto de las mujeres estemos repre­
sentadas por ellas; es más, generalmente, para lograr tales puestos
es preciso renunciar a la condición de mujer y entrar como “ uno”
más. Sin embargo, el no participar en las altas esferas de la política
no quiere decir que lo que cada una goza y padece no tenga que ver
con esas decisiones tom adas por otros, a distancia. Al contrario,
las experiencias privadas están vinculadas a las públicas, al punto
de ser inseparables.
Nosotras tenemos continuamente problemas por esta falsa divi­
sión del mundo. Se dice, por ejemplo: “ una cosa es el trabajo y
otra la familia” ; si una mujer tom a un trabajo asalariado, serán
frecuentísimas las irrupciones de su vida íntima en él: porque va a
parir, porque el hijo se enferma, porque el marido está en des­
acuerdo con sus actividades... ¿Dónde comienza la vida pública y
termina la privada? En realidad, esta ruptura es ideológica. El
feminismo intenta develar la apariencia y comprender el mundo
como uno solo. Una visión política que desconozca los problemas
domésticos por los que ha de pasar una obrera para militar en su
sindicato no es una visión feminista, como tampoco lo sería
aquella que mide las posibilidades de lucha solamente en cuanto a
enfrentarse al dominio del marido. Necesariamente, porque, ade­
más, a las mujeres no nos queda alternativa, hay que analizar
todos los problemas a la vez: los de clase y los de sexo; los íntimos y los
públicos. Y es esta visión de las feministas, uno de los aportes más
im portantes para la transform ación de las actuales condiciones de
vida.

18
EL PEQUEÑO GRUPO

L a b a s e d e l a o r g a n i z a c ió n p o l ít ic a en forma de red ha
sido el pequeño grupo. Sus orígenes se encuentran en las
reuniones espontáneas en los lavaderos y mercados, en los par­
ques, mientras juegan los niños, y demás ocasiones de encuentro
que ofrece el trabajo doméstico. Las mujeres buscan la satisfac­
ción de la necesidad prim aria de comunicación con los semejantes
sin abandonar el papel que les ha sido asignado por la ideología
dominante. Aprovechan los espacios extensivos de la casa para
encontrarse con otras mujeres que viven condiciones muy simila­
res a la propia. Los temas de conversación tom an inevitablemente
un tinte de intimidad; se habla de partos, de reglas que no llegan,
de maridos ausentes o furiosos, de pañales, de guisos, de monede­
ros vacíos, de miedos y deseos.
En esta búsqueda anhelante de comunicación, las mujeres nos
hemos ganado la fama de chismosas, curiosas y metiches, ya que
durante mucho tiempo no existían las condiciones para ir más allá
de la queja. La inconstancia y la falta de un propósito colectivo
desvirtúan con frecuencia estos brotes, llevando a las mujeres a
librar batallas entre ellas mismas.
El movimiento político de las mujeres tom a algunos de los
elementos del pequeño grupo improvisado y los desarrolla hasta
llegar al pequeño grupo concientizador.
Tom a, de este milenario modo de relación entre mujeres, el
placer de reunirse a com partir experiencias, pero transform a su
calidad azarosa en elección, convirtiéndolo en hecho político.
Siempre ha habido mujeres que se rebelan contra la forma de
vida que les es impuesta, pero durante siglos estas rebeliones
fueron a título individual. En varios casos, la única alternativa
estuvo en la adopción del sexo masculino. Más tarde, sin em­

19
bargo, llegó el momento en que algunas mujeres comenzaron a
vislumbrar que la opresión vivida era com partida por todas las
mujeres como grupo. Este primer paso a la conciencia social no
fue resultado de algunas mentalidades geniales, sino de nuevas
condiciones históricas que permitieron a las mujeres el acceso a
diversas actividades que antes les habían sido negadas. Principal­
mente la posibilidad de entrar en las universidades dio a ciertas
estudiantes la oportunidad de reunirse a discutir, de un modo más
sistemático y profundo, acerca de su marginalidad como mujeres.
Los grupos concientizadores nacen de la pequeña burguesía, en
los países de capitalismo más avanzado. Pero eso no significa que
sean irrealizables en otros países y entre otros sectores; de hecho,
la organización por pequeños grupos se ha ido extendiendo como
una inmensa red internacional. Esto es posible por el funciona­
miento y la estructura misma de estos núcleos, en los cuales cada
mujer participa con su propia experiencia cotidiana. Desde luego,
cada uno tendrá el sello de las particularidades del país y clase
social en que se geste, aunque todos compartan temas claves que
conforman la condición de la mujer en el mundo entero.
Esta variedad de conjuntos que forman la red del movimiento
puede dar la sensación de caos y, sin embargo, es lo que asegura
la participación real de sus integrantes. Porque el pequeño grupo
no adoctrina sino que permite que fluya toda la inconformidad
directa y verdadera con respecto al sistema político y económi­
co en el que se vive, y, tarde o tem prano, despierta el deseo de
transform arlo.
Veamos ahora cuál es el proceso de las mujeres en el pequeño
grupo. Algunas veces se ha pensado que es una transición o
preparación para la acción; en realidad, implica una acción trans­
formadora desde sus comienzos. Decíamos que el grupo político
se diferencia de la reunión improvisada porque el primero es una
elección. Esto significa que la mujer decide abrir un tiempo y un
espacio para ella misma, para lo cual es necesario un rompimiento
de los hábitos y horarios de servidumbre que hasta ahora ha
tenido.
El primer paso es quizá darnos cuenta de que estamos despoja­
das de nosotras mismas, de que hablamos una lengua alienada que
expresa una visión del mundo impuesta. Es clásico, por ejemplo,
llamar a la inconformidad con las palabras locura o maldad, pero
cuando las mujeres descubran que hay causas suficientes para la
inconformidad, locura y maldad adquirirán nuevas connotacio­
nes. Es un proceso de expropiación del lenguaje que a la vez

20
construye una concepción nueva del mundo.
Dice Paulo Freire: “ No hay palabra verdadera que no sea una
unión inquebrantable entre acción y reflexión y, por ende, que no
sea praxis. De ahí que decir la palabra verdadera sea transform ar
el mundo.”* Es cierto, una vez pronunciadas las nuevas palabras,
las que nacen de nuestra experiencia directa y consciente con la
realidad, éstas ya implican reflexión y acción sobre las otras
mujeres, sobre una misma y sobre la globalidad que formamos
juntas.
Como en todos los procesos de desarrollo, la toma de concien­
cia de las mujeres implica varios hechos simultáneos retroalimen-
tados entre sí. En el pequeño grupo se descubre que los problemas
no son solamente personales, lo cual ofrece una distancia que nos
permite no sólo sentirlos sino pensar sobre ellos. Y a la vez, nos
permite convertir el problema de una en el de todas; despierta la
solidaridad.
Estos tres puntos, descubiertos en cada pequeño grupo, confor­
man los principios fundamentales del movimiento de las mujeres.
Sin embargo, no pueden transmitirse por consigna, sino que
deben ser experimentados personalmente por cada mujer. Es un
proceso que no se puede vivir por otra.
Si las mujeres logran salvar las tram pas ideológicas dispuestas
por la concepción opresora de las relaciones, comenzarán a sen­
tir la necesidad de actuar sobre el mundo exterior. Sabemos que
la guerra ideológica es la más larga, porque el enemigo se encuen­
tra infiltrado dentro de nosotras mismas. Los males antiguos
subsisten durante mucho tiempo: la competencia, la inseguridad,
el miedo, no quedan extirpados por el nacimiento de nuevos
valores.
Quizá es éste el momento más delicado: ha pasado la euforia del
primer encuentro, se han saboreado y padecido las rebeldías
domésticas; ahora se requieren la constancia y el apoyo mutuo
para echar a andar otras acciones transform adoras. Como no
existen puntos de llegada preestablecidos, de la tom a de concien­
cia surgirán acciones diversas, dependiendo del momento históri­
co en el que transcurre el pequeño grupo. Éstas pueden ser la
creación de centros de salud, el tiraje de una publicación, la
incorporación a la lucha armada, y tantas otras posibilidades de
participación revolucionaria. Después de un tiempo, es probable
que las mujeres encuentren que no todas desean seguir por el

* Freire, Paulo, Pedagogía del oprimido, Siglo XXI Ed., 8a ed., México, 1983, p. 99.

21
mismo camino —el descubrimiento de una misma depara muchas
sorpresas— pero no es im portante que el pequeño grupo perma­
nezca como tal si ya ha cumplido su tarea movilizadora, si ha
logrado recorrer el trayecto que va de la queja a la lucha.

22
SOBRE AUTONOM ÍA

E l p e s o m il e n a r io d e l a o p r e s ió n de la mujer, revivido por


cada una, en múltiples experiencias de discriminación sexual,
social y económ ica, le ha im pedido y sigue im pidiéndole su
realización como persona. Relegada al hogar, esfera privada,
donde realiza un trabajo gratuito para los demás, la mujer lleva
una existencia de sombra. El ingreso masivo de las mujeres al
proceso productivo no ha cambiado esencialmente este aspecto de
su vida, ya que esta “ integración” se ha dado sobre bases de
sobreexplotación, de desigualdad y de inferioridad. La mujer que
sale de su casa para convertirse en trabajadora asalariada general­
mente realiza alguna tarea que es una extensión del trabajo do­
méstico. La entrada en la esfera pública, dominio masculino, no la
ha liberado.
Además, el trabajo asalariado no la libra del trabajo doméstico.
El resultado de ello es que la mujer realiza una doble o más bien
una múltiple jom ada de trabajo; y es a la vez esta falta de tiem­
po la que muchas veces le impide comprometerse en su lugar
de trabajo con una militancia sindical o partidaria. Así, se cierra
un círculo vicioso para la mujer: la salida del hogar, la entrada
en el mundo de la producción, no sólo la libera —aunque este
paso es im portante en la medida en que le da independencia
económica— sino que se multiplica la jornada laboral tanto co­
mo la discriminación, multiplicándose tam bién los frentes en
los que tiene que luchar contra el sexismo y la opresión.
A partir de un análisis conjunto de su estatus, las mujeres
han empezado a elaborar teorías sobre su opresión, a desarrollar
un criterio sobre el mundo, a expresar sus necesidades, deman­
das y puntos de vista. La elaboración de enfoques propios, la
creación de discursos propios, es un largo proceso de aprendi-

23
zaje que sólo es posible dentro del marco de la autonom ía.
El ver, el desmenuzar qué partes del papel que nos ha sido
asignado por el sistema patriarcal hay que desechar y qué partes
hay que reivindicar es un trabajo que por su carácter implica una
organización autónom a.
La autonom ía para las mujeres significa crearse un espacio
propio, un espacio no sólo físico, sino histórico, social, psicológi­
co. Un espacio en el que no dependan de la aprobación o desapro­
bación masculina, en el que no sean sujetas a esa imposición; un
espacio en el que los hombres no les digan continuamente qué es lo
que tienen que hacer y cómo.
Mucho se ha criticado la autonom ía como organización políti­
ca de las mujeres. Se nos ha acusado de anarquizantes, sectarias y
sexistas; de desviar y de dividir la lucha general contra el sistema
capitalista. Estas críticas se basan, obviamente, en la concepción
de que existe una contradicción principal, el antagonismo de las
clases sociales, a la que se subordinan otras contradicciones se­
cundarias, como la de los sexos. Esta concepción lleva implícito
también el planteamiento de que la desaparición del antagonismo
de clases implica el fin de la opresión de un sexo por el otro.
La autonom ía no es una amenaza para la unidad de la lucha
contra el sistema, sólo significa que a partir de ella se puede
desarrollar una alternativa global al sistema vigente, alternativa
que contempla como fundamentales todas las contradicciones
inherentes a la sociedad capitalista-patriarcal; y esto, lejos de
dividir, enriquece. Dentro de los partidos de izquierda que hacen
esfuerzos para acercarse a la problemática de las mujeres se
incluye, se añade, se completa, la lista de puntos reivindicativos
con lemas tom ados del movimiento feminista. Sin embargo, nun­
ca se llegan a ver en su totalidad las perspectivas de cambio social
que proponen las feministas; ese cambio propuesto va más alia de
un acomodamiento de las leyes burguesas: no es solamente una
despenalización del aborto a lo que aspiramos, sino a un reconoci­
miento real de nuestro derecho a vivir como queramos nuestro
cuerpo y la sexualidad.
Cuando hablamos de discriminación en las condiciones de
trabajo, nuestra visión no se detiene en la igualdad de salarios o en
la apertura de las fuentes de trabajo, pensamos más bien en el
rompimiento del concepto patriarcal de lo femenino que se tradu­
ce en actitudes sutiles de discriminación: puesta en duda de las
capacidades, falta de confianza, etcétera.
Las mujeres feministas que tratan de llevar una doble militancia

24
dentro de una organización de izquierda encuentran sus plantea­
mientos políticos relegados en los anexos de los programas de
partidos y sindicatos.
La autonomía no significa una respuesta rencorosa o vengativa
de las mujeres que, después de haber sido excluidas y relegadas de
muchas esferas de la vida social por tanto tiempo, ahora quieren
excluir a los hombres. No, no se trata de eso, sino de que la
autonomía significa la única opción organizativa real para las
mujeres y es una necesidad vital para su lucha.

25
EL DERECHO A LA DIFERENCIA

¿Q u e h a c a m b i a d o , d e r a í z , p a r a l a s m u j e r e s ? Hoy en día
som os todavía la Eva pecadora, propiedad inalienable del
hombre, y parimos con dolores. Seguimos siendo muy “ natu­
ralmente” los objetos complementarios, subalternos y encerrados...
Y no hablamos de la mujer en general sino de la mujer encerra­
da en la familia, excluida de la política, engañada por la justicia,
marginada de la economía productiva y privada de la creatividad.
Acusamos a esta sociedad que nos impone una vida de sobreex-
plotación y de sobreeinjusticia. Rechazamos un discurso que ha
justificado por medio de las leyes de la naturaleza el dominio
económico, político e ideológico de un sexo sobre otro.
Nosotras, a partir de una conciencia del ser mujer en nuestra
sociedad, abordamos la crítica del sistema arrancando del análi­
sis de nuestra condición específica, de los problemas que deri­
van de una discriminación particular basada en la diferenciación
de los papeles sociales |5or sexo y, para lograr un cambio real,
necesitamos partir de las reivindicaciones generadas por nuestra
marginación. El deseo de cambio se concreta en nuestra lucha
por conquistar un territorio negado hasta ahora: el espacio ex­
terior, la calle, en su significado más amplio; se concreta en el
rechazo de las bases sobre las cuales están establecidos el con­
trato matrimonial, la familia, el trabajo doméstico, la m aterni­
dad forzada; y se concreta en arrasar con las mentalidades que
han hecho aceptable la existencia de aberraciones como la viola­
ción o la prostitución.
Ahora podemos ya emprender el juicio del discurso dominante,
puesto que nos hemos colocado frente a él como disidentes y nos
situamos como seres humanos de sexo femenino y, además, cons­
cientes de serlo.

26
Ese discurso fue elaborado durante dos mil años por profetas
siempre de raza blanca, de sexo masculino, de tradición judeo-
cristiana. Las normas que rigen el orden establecido están respal­
dadas por un discurso cuya dominación sólo puede ser aceptable y
duradera si éste se presenta como el único discurso existente y
factible sobre la base de que está fundado en la razón humana.
Para poder consolidar y extender su dominio el discurso tiene
que universalizar todos sus valores: hay una sola verdad, una sola
razón, una sola libertad, una sola felicidad. Se nos cuenta de la
búsqueda de la felicidad de un hombre en general, universal;
de un ser hum ano asexuado, sin color, sin edad. Y presentar al
ser hum ano sin sexo no es más que afirm ar su propio sexo co­
mo universal, dominante. Nunca se ha concebido que pueda
existir otro sexo para sí.
El discurso dominante, universalizador, tiene que destruir, bo­
rrar o remodelar toda forma discursiva que tienda a reivindicar el
derecho a la diferencia. Sudominio absoluto se vería en peligro si
tuviera que com partir su poder en términos de un respeto mutuo.
El rechazo a admitir la diferencia conduce a actitudes de discri­
minación, pero se nos presenta una ambigüedad en el concepto
discriminación: el discurso dominante, en su tendencia a unlversa­
lizarse, borra las diferencias, lo cual produce una contradicción
con la actitud discriminatoria que hace énfasis en la diferencia.
Partiendo de una diferencia biológica imborrable, se construyó,
se invento, una diferencia total de las características del ser feme­
nino que no podía más que ser inferior, subalterno y, por tanto,
sin derecho a la existencia. El sexo femenino no está definido por
sus cualidades específicas sino en función, en relación con las
cualidades del sexo masculino. El sexo femenino no es más que la
proyección en negativo de la existencia positiva del sexo masculino.
Sin embargo, cuando hablamos de las cualidades específicas de
la mujer estamos aún frente a un interrogante. Estamos apenas en
la búsqueda, en la construcción de una identidad real, no impues­
ta ni inventada. Y nuestra conciencia de sexo para sí nos va dando
la pauta para rechazar o aceptar y hasta reivindicar las cualida­
des hoy definidas com o femeninas. El deseo de cambio se con­
creta, pues, también hacia el interior; es la conquista de una
identidad.
Sabemos que la lucha por la igualdad, pasando por la legalidad,
ha cambiado poco el panoram a de nuestra opresión, y como dice
Claudie Broyelle: “ ... el derecho al trabajo, al divorcio, al estu­
dio, a utilizar la contracepción, sin olvidar el molino de café

27
eléctrico, no nos ha librado de la esclavitud doméstica ni de la
maternidad forzada, ni de nuestra dependencia económica del
esposo, como tampoco nuestros derechos políticos nos han per­
mitido cambiar en nada la sociedad. Es, pues, que nuestra opre­
sión no tenía su origen en la ausencia de esos derechos.” *
Y es que en todas las formas de discriminación, basadas en
la diferencia (color, edad, sexo, religión), nunca se reconoció
el derecho a esa diferencia. Es necesario conquistar este dere­
cho como punto de partida para construir nuestra identidad.

* Broyelle, Claudie, La mitad del cielo. Siglo XXI Ed., México, 1975.

28
LA ORGANIZACIÓN DE LAS MUJERES

E l m o v im ie n t o f e m in is t a e n M é x ic o se encontraba, hasta
hace poco, integrado principalmente por el conjunto de grupos
más o menos numerosos, coordinados o no, que desempeñaban
un papel autoconcientizador a través de los pequeños grupos
de toma de conciencia y de estudio, los que a la vez realizaban,
de diversas maneras, una práctica política para expandir más allá
del grupo la problemática de la mujer. Con base en el acuerdo
general sobre ciertos aspectos fundamentales (la lucha por el
aborto libre y gratuito, la defensa de las mujeres golpeadas, la
lucha contra la violación) las mujeres se habían movilizado tam­
bién públicamente.
La creación de un movimiento feminista amplio ha sido siem­
pre nuestro objetivo. Sin embargo, las cosas parecen complicarse
cuando cada quien entiende por movimiento algo distinto.
Para nosotras un movimiento feminista es (o queremos que sea)
la existencia de innumerables grupos autónom os de mujeres que
se van creando a partir de sus necesidades personales y colectivas
específicas. Esta especificidad dependerá, evidentemente, tanto
de su condición de mujer como de la clase, etnia y edad a la que
pertenecen. Esto es, mujeres de diversos sectores y clases sociales
se agrupan (en general con las del mismo sector o clase) para
iniciar el proceso de toma de conciencia que las llevará a buscar
las formas concretas de lucha contra la condición que viven y
que rechazan.
Resulta claro que, por lo general, son las mujeres de la pequeña
burguesía ilustrada las que inician este proceso de tom a de con­
ciencia, aunque, paradójicamente, en su grupo social los efectos
de la opresión y la explotación recaen menos brutalmente.
Ahora bien, de qué manera se puede iniciar el proceso de toma

29
de conciencia en las mujeres que por su situación socioeconómica
no tienen fácil acceso a la “ información” es una cuestión im por­
tante y bastante polémica. Las ideas al respecto se sitúan en dos
extremos con sus variantes intermedias: por un lado, se piensa que
las mujeres más conscientes deben llevar a otros sectores su con­
ciencia y sus experiencias para desempeñar el papel de vanguardia
organizativa; por otro, se manifiesta la posición de que son las
mujeres más claras de cada sector social y que conocen, además,
las necesidades reales de ellas, las que deben iniciar sus propias
formas de organización de acuerdo con su realidad concreta y no
de acuerdo con lo que la “ vanguardia ilustrada” piensa que son su
realidad y sus necesidades.
Pensamos que a nivel masivo, por lo general, la conciencia no
se genera de manera espontánea; por lo tanto, es necesario que la
gente que, por las circunstancias que sea, ha tenido la posibilidad
de darse cuenta antes que otra de su condición, comunique su
conciencia, y lo idóneo es que la comunicación se dé entre las
mujeres de una misma clase o sector con formas de vida, de
pensamiento y de expresión similares.
El movimiento feminista puede entenderse como una especie de
red que se va extendiendo de m anera horizontal y va cubriendo
todo el territorio en los diferentes ámbitos en que se encuentran
ubicadas las mujeres.
Esta concepción se podría visualizar como una red de vasos
comunicantes que crece a medida que las mujeres vamos desper­
tando, vamos abandonando la inmovilidad y actuamos para per-
mear en todas las esferas públicas y privadas, y esta concepción,
asimismo, parece que se opone a otra que podríam os llamar
vertical, o mejor, piramidal. Esta última sería la organización
política con un núcleo rector y coordinador que promueve, desde
arriba y en este caso desde el centro, es decir el D istrito Federal, la
formación de una asociación de masas por medio de la afiliación.
A partir de estos dos esquemas sobre el movimiento,vamos a
apuntar ahora cómo vemos su funcionamiento y su papel como
vehículo de lucha social.
Si lo vemos como una red, con características de organización
horizontal, se entiende como un movimiento eminentemente anti­
jerárquico, descentralizado, que busca eliminar al máximo la
formación de grupos de poder al interior y, sobre todo, en su etapa
de formación, es fundamentalmente una vía para que las mujeres
descubran poco a poco el por qué de su condición socialmente
subalterna y hallen colectivamente las formas más adecuadas de

30
lucha contra ella.
H a de pasar mucho tiempo para que las mujeres masivamente
lleguen a tener una “conciencia para sí” ; sin embargo, pensamos
que aquí y ahora podemos seguir com batiendo “ con las armas de
la crítica” al sistema patriarcal; por el momento quizá sólo se trate
de ganar batallas. Las mujeres conscientes y en rebelión impugnan
todos aquellos mecanismos opresores del universo privado y del
público, muchas veces de manera individual, sobre todo en el
ámbito familiar o interpersonal, pero con la fuerza que dan una
conciencia y una lucha colectivas; las mujeres que forman parte de
este amplio movimiento de liberación llevan a cabo cotidiana­
mente las pequeñas batallas contra su opresión. Pequeñas batallas
que finalm ente resultarán decisivas p ara ganar la guerra: un
cambio radical de nuestra sociedad.
La militancia en un movimiento de esta naturaleza no viene
a ser como una actividad más de la persona, sino que toda
actividad está determ inada por la militancia; la vida política
(militante) no se encuentra desvinculada de la vida personal o
laboral sino que constituye una unidad.
En el proceso de tom a de conciencia se van dando formas de
expresión, de comunicación y de acción cualitativamente dife­
rentes a las formas que adoptan las organizaciones dom inadas por
los modelos patriarcales.
SÓLO UNA MANERA

T o d o p a r e c e in d i c a r q u e só l o e x is t e una vía correcta de


vivir. O, quizá, correcta o no, se piensa que es la única y, por lo
tanto, la mejor.
Parados ante el mundo que nos rodea todo nos señala y nos
enseña una sola manera de verlo. Nos posee un solo gran significa­
do coherente y universalmente válido del mundo.
Si se quiere hacer política existe una manera de hacerla, para
hacerla bien, claro está; todo lo que se salga de La M anera será
mal hecho o simplemente hacer otra cosa, pero no política.
Pensar, lo que se dice pensar, sólo se piensa cuando se hace de
acuerdo con un consenso; si se piensa diferente, está mal.
Para hacer el am or todos sabemos que existe una única manera
de hacerlo bien, que ha variado formalmente de acuerdo con los
“ nuevos” descubrimientos, pero sigue habiendo una manera co­
rrecta de hacerlo y todas las que no se ajusten al modelo preconce­
bido harán cualquier aberración excepto el am or como debe ser.
Y, desde luego, una vía hay para la relación amorosa: la pareja
monogámica.
Si de vestirse se trata es preciso hacerlo como todo el mundo, de
acuerdo con la moda, que para algo se inventó; y nada de salir
con rarezas porque eso es vestirse mal y, francamente, qué feo.
C uando se sale a la calle a manifestar hay que hacerlo bien,
ordenada y solemnemente; no se permite el ejercicio de la imagi­
nación: hay que manifestar públicamente, de la mejor manera
posible, la esterilidad imaginativa que nos caracteriza.
Que escriban sólo aquellos elegidos de los dioses que saben
hacerlo, porque hay que escribir bien y para hacerlo sólo existe
una manera. ¿El periodismo? Por supuesto, sólo hay una manera
de ser buen periodista, una. Las reglas de oro, ¿reglas o rejas?

32
La Historia, la grandota, debe contarse como los cuentos, como
los cuentos para niños que contaban los bisabuelos de los abuelos
de los papás de los niños; empieza siempre de la misma manera,
acaba ídem y si se vuelve a contar se hace igual y no hay que
cambiarle nada; de lo contrario, ya no sirve... la Historia-cuento
es una y no hay de otra.
El tiempo que vivimos es el futuro. Sí, vivimos un hoy pero
solamente en función del mañana, un m añana siempre mejor,
luminoso, justo, paradisiaco. Vivimos todos el sacrificio presente
para y únicamente para ese lejano, utópico, inexistente futuro
maravilloso que nunca llegará.
A los niños hay que educarlos para el m añana. Se los prepara, se
los forma para el futuro; nunca se convive ni se com parte con ellos
su presente, ni el nuestro.
Y la enumeración de únicas maneras podría extenderse y exten­
derse hasta donde alcancemos a imaginar, pensar, ver, oír y andar
por el mundo. Y si te atreves a rom per en algo las reglas del juego,
de los juegos, y si te atreves a intentar vivir de otra manera estás
mal, eres rarito, o enfermo, o loco, o estúpido... o te encuentras
condenado a la soledad, a la marginalidad y entonces, desde ahí,
tratas de vivir la autenticidad.

33
LA ZAPATILLA DE CENICIENTA

M u c h a s d e l a s f e m in is t a s que usamos la escritura para comu­


nicarnos expresamos frecuentemente nuestra preocupación ante
la necesidad de que exista un cuerpo teórico sólido que sustente,
dé sentido y credibilidad (ante nosotras mismas y ante los demás)
a las acciones emprendidas, a nuestra práctica política cotidiana.
Para muchas parece volverse cada día más urgente la creación
de “ La teoría feminista” , “ La gran teoría” , que empiece por ser
capaz de poner al descubierto esos oscuros orígenes de la opresión
femenina y que esos, a su vez, permitan explicar sus causas, su
desarrollo y, por lo tanto, su situación presente.
Es un vicio común pensar que los orígenes son sinónimo de
causa. Independientemente de la necesidad que existe de iluminar
las lejanas y oscuras etapas de la historia, y hasta de la prehistoria,
para entender cuál fue el origen de la opresión de un sexo por otro,
independientemente, decimos, de que esto es im portante para el
conocimiento de una parte del proceso histórico de la opresión,
pensamos que no lo es, de ninguna manera, para poder sacar de
ese conocimiento las causas y, mucho menos, la explicación de la
condición actual de las mujeres.
El conocimiento que vamos adquiriendo paulatinam ente sobre
nuestra vida, partiendo de nuestras vivencias, a través de los
testimonios, de la observación y la reflexión individuales y colecti­
vas, la comprensión cada día más clara de la vida de las mujeres, es
lo que permite ir elaborando el cuerpo teórico explicativo y trans­
form ador de nuestra condición. Por ahora es im portante estar
conscientes de que la ausencia de conceptos y categorías nuevos,
específicos, hace que se utilicen los ya conocidos que se aplican a
otras esferas del conocimiento de la realidad; en cierta medida, se
puede ver que en más de una ocasión se ve forzada la adecuación

34
entre concepto y realidad; éstos se encuentran forzadamente adap­
tados, algo así como la zapatilla de Cenicienta en el pie de la
hermanastra. Muchas veces el vacío conceptual del feminismo es
llenado por el marxismo.
El proceso de formación de una teoría no se da siempre de la
misma manera. Quizá no nos ayuda mucho la existencia de mode­
los, o, mejor, de lo que hemos erigido como modelos teóricos.
Es cierto, en la actualidad todavía no existe “ La teoría feminis­
ta” que explique cabalmente todos los porqués de la opresión
femenina o que proponga soluciones para cada uno de los aspec­
tos de la condición milenariamente subalterna de las mujeres en
todos los ámbitos de la vida. Pero es innegable que la lucha de las
mujeres ha dado algunas respuestas teóricas a varios aspectos de
la problemática femenina, y se puede ver que hasta ahora la teoría
y la práctica feministas se han ido desarrollando más o menos a la
par.
Por otro lado, pensamos que esta casi obsesión por crear “ La
teoría” puede, en un momento dado, ser bastante desmoralizante
y desmovilizadora, porque, mientras tanto, mientras las mujeres
en lucha se instalan en la preocupación por crear la gran teoría
iluminadora, las redes de la recuperación se ciernen sobre ellas y
llegamos al punto en que todo queda confundido en las aguas
turbias que la m aquinaria ideológica de la recuperación se ha
encargado de remover para llevar el agua a su molino. Para
ejemplificar podemos observar cómo se pone en circulación la
más que dudosa idea de que feminismo es todo aquello que hacen
las mujeres y también todo aquello que se hace hacia ellas, venga
de donde venga. Y es entonces cuando la claridad teórica que ya
existe debe servirnos para avanzar en medio de las aguas turbias y
turbulentas.

35
FALSA DICOTOM ÍA: ¿FEMINISMO O LUCHA DE
CLASES?

U n a d e l a s p r e o c u p a c io n e s del movimiento feminista hoy día


en México sigue siendo la de su ubicación, la de su definición
teórica y práctica . ¿Qué somos?, ¿qué queremos? y ¿Cómo alcanzar
los objetivos? Las diversas posiciones políticas del movimiento
responden poco a poco a estas interrogantes de distintas maneras.
El problem a de la ubicación de las luchas feministas en México
se plantea a varios niveles y lleva aparejada la creciente necesidad
de definiciones: a] el significado de su inserción dentro del femi­
nismo internacional; b] su participación en el contexto de las
diversas luchas de las mujeres en México, y c] el papel concreto
que desempeña y pretende desempeñar en el futuro dentro de la
esfera de las luchas políticas existentes en el país.
Nuestro propósito aquí no es dar una respuesta a cada uno de
estos planteamientos sino únicamente enunciarlos y expresar al­
gunas ideas.
Pensamos que el punto de partida para la solución de cualquier
problem a es el descubrimiento de su existencia; es la tom a de
conciencia de una problem ática lo que permitirá el camino hacia
su solución. Consideramos que hay que avanzar en la compren­
sión de la condición real de la vida de las mujeres; hay que m ostrar
y dem ostrar que la situación de opresión y /o explotación que
vivimos las mujeres no es un producto de la imaginación o la
especulación, sino que es una situación real, objetiva. Esto es lo
que hay que mostrar; hay que hacer visible lo que ha permanecido
en la oscuridad durante tanto tiempo, sobre todo para las propias
mujeres.
Entendemos que los movimientos de mujeres no pueden des­
arrollarse paralelamente a la “lucha principal” , a la lucha de
una transform ación radical, auténtica de nuestro sistema capita­

36
lista patriarcal, es necesario que se resuelvan las múltiples contra­
dicciones inherentes a él. La historia nos ha m ostrado que es
condición necesaria, pero de ninguna manera, suficiente, el cam­
bio en las formas de propiedad sobre los medios de producción y
en las relaciones productivas para lograr un cambio cualitativo en
la condición de las mujeres.
En consecuencia, entendemos que el feminismo es la lucha
consciente y organizada de las mujeres contra el sistema opresor y
explotador que vivimos. El feminismo subvierte todas las esferas
posibles, públicas y privadas, de este sistema, que no sólo es
clasista sino también sexista, racista... que no sólo explota y opri­
me a obreros y campesinos, sino que explota y oprime de múltiples
maneras a muchos otros grupos sociales. A través del análisis y de
la práctica feminista no se pretende conocer y transform ar única­
mente la condición actual de las mujeres, lo cual no pasaría de ser
una necia fantasía, sino que se plantea, sí, la transform ación de la
condición de las mujeres, pero no como resultado de una lucha
paralela o subordinada, sino como una parte integrante funda­
mental de un proceso global de transformación económica, políti­
ca y social.

37
IG U A LD A D EFÍM ERA

en que hombres y muje­


H a y m o v im ie n to s e n l a h i s t o r i a
res se miran como iguales. Hasta ahora han sido solamente cente­
lleos, pero las imágenes que hemos logrado ver no pueden olvidarse.
Esos breves cuadros desafían al escepticismo. Los hemos contem­
plado cuando la Com una de París o el ascenso revolucionario en
la Unión Soviética y, más recientemente, en Argelia y Nicaragua.
Éstos son los días en los que la destrucción de un orden opresor
exige la participación de toda la colectividad, sin distinción de
sexo. Las amas de casa hacen a un lado sus quehaceres e irrumpen
en las calles, cada una abandona su isla y se funde con las otras y
los otros. Se unen a cualquier tarea necesaria, momentáneamente
parece no existir división sexual del trabajo. Una nota editorial del
periódico Poder Sandinista describe este hecho: “ Y si constata­
mos que la Revolución Nicaragüense se realizó en el barrio y no en
la fábrica, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que fueron
los jóvenes y las mujeres quienes desempeñaron un papel funda­
mental para la tom a del poder.”*
Sin embargo, la solidaridad igualitaria entre los sexos es casi
siempre efímera. Una vez derrocado el gobierno indeseable, las
mujeres regresan a sus antiguas condiciones. Nuevamente el tra­
bajo se divide, volviéndose a las viejas jerarquías domésticas. Y en
la mayoría de los casos, el hecho de que la mujer se sume al trabajo
productivo no representa más que una carga extra para su existencia.
Las causas de este retroceso son múltiples y complejas. Se sabe,
por diversos escritos, que una vez probado el sabor de la actividad
colectiva, no se desea abandonarla, pero no existen las estructuras

* Poder Sandinista, año 1, núm. 20, 7 de marzo de 1980. Secretaría Nacional de


Propaganda y Educación Política del Frente Sandinista de Liberación Nacional.

38
que permitan a las mujeres seguir adelante, y los varones, muchas
veces, consideran innecesario cualquier avance en este sentido.
Así, las mujeres no han tenido la oportunidad de vislumbrar las
transformaciones sociales específicas que les son indispensables;
por lo demás, tampoco pueden simplemente sumarse al cumpli­
miento de las consignas del nuevo gobierno, puesto que éstas van
dirigidas principalmente al levantamiento de la producción y la
mayor parte de ellas está todavía fuera del proceso productivo.
Para evitar que las mujeres queden definitivamente relegadas de
la construcción del nuevo orden, se crean las asociaciones femeni­
nas. El único sentido que puede tener separar a las'mujeres de los
hombres, en una organización particular, sería la posibilidad de
descubrir las necesidades específicas, de'discutir y proponer diver­
sos modos, de transform ar las situaciones, sexistas que perduran
después de una revolución. Si las mujeres se reúnen para tratar
asuntos de interés general, ¿por qué lo hacen aparte? Mejor sería
que se incorporaran a las organizaciones ya existentes; pero volve­
mos a lo mismo: esto no puede ser inmediato.
Las necesidades femeninas son tan válidas de tomarse en cuenta
como las de cualquier otro sector oprim ido de la sociedad; sin
embargo, descubrirlas y analizarlas exige un tiempo de organiza­
ción autónom a. A pesar de que muchos consideren peligroso este
planteamiento, es en realidad el único camino para que las muje­
res participen realmente en un proceso revolucionario. La auto­
nomía es una necesidad transitoria, debería funcionar solamente
durante el tiempo que se lleve desterrar todo rastro patriarcal.
Cuando haya cumplido la tarea de crear una sociedad socialista
sin opresión sexual, el movimiento de las mujeres no tendrá ya
razón de ser; nos incorporaremos como cualquier ser humano a los
diversos modos de organización que requiere la vida colectiva.

39
REFLEXIÓN SOBRE UNA IM AGEN

M e s o r p r e n d í AL SENTIRME INCÓMODA cuando, hojeando una


revista, mi mirada se topó por enésima vez con la fotografía de un
desfile de muchachas jóvenes, magníficas, sonrientes, engalanadas
con un uniforme color caqui, portando elegantemente la boina de
paracaidista y blandiendo el fusil, la cabeza erguida y orgullosa.
Hubieran podido ser sajarauies, iraníes, sandinistas o israelíes. Esa
fotografía de mujeres en lucha era emocionante y, sin embargo, no
me conmovía, me preocupaba. ¿Por qué ese despliegue de fotogra­
fías y de reportajes? Esta imagen de la mujer arm ada y comba­
tiente se volvía obsesiva. Mi incomodidad es, tal vez, la expresión
de una paranoia, de una susceptibilidad que aflora en cuanto se
perfila la huella de una manipulación, de la utilización de una
cierta imagen de la mujer. ¿Cuál es la intención, qué esconde ese
bombardeo por parte de la prensa y la televisión de imágenes de
mujeres con fusil?
Yo no creo que los mass media sólo den cuenta de una realidad
excepcional, que su insistencia sobre el hecho de que son mujeres
que se juegan la vida por su patria es sólo la muestra de un
profundo respeto, de un inmenso reconocimiento por el valor de
esas mujeres. Lo dudo sobre todo si se trata de un documento o de
una fotografía de la A FP o de la UPI... ¿Buscan los reporteros de
tales agencias realmente valorizar a esas mujeres?
Las marcas del sexismo son a veces muy sutiles y es difícil
descubrirlas, ya que adoptan las formas más insidiosas. El sexismo
puede utilizar las propias armas de la conciencia rebelde de las
mujeres; puede glorificar, mostrar lo ejemplar de la mujer-excepción y
utilizarlo como coartada para probar su inocencia: “ la sociedad
no es sexista, ofrece las mismas posibilidades a todos y a todas, la
prueba es que existe, por lo menos, una mujer astronauta, una

40
mujer ministro, una diputada y una mujer que lleva una am etra­
lladora; por lo tanto, ¿cómo se puede decir que la sociedad mantie­
ne a la mujer en una situación de inferioridad?”
Pero esas mujeres-excepción, esas mujeres que han podido, a
pesar de todo, llegar “ al mismo nivel” que los hombres, no son
más que una imagen deform ada y recuperada por el sexismo. Que
la mujer-soldado participe en la lucha arm ada por la liberación de
su pueblo es un acto loable y elogioso, pero que el sexismo
acapare y recupere sólo la imagen de este acto representado por el
uniforme y el fusil, es del todo impugnable. Es, además, otra
expresión de la concepción masculina de la igualdad: el sexismo
ornam enta a la mujer con los símbolos masculinos del poder,
como el fusil, y la convence de que ahora ya es igual al hombre.
Pero la alternativa no es ésa, no es volverse hombre o imagen de
mujer-soldado, no tenemos por qué escoger entre ser los amos o
ser los esclavos. Queremos ser mujeres y no mujeres hechas a la
imagen del hombre.

41
Cuerpo y política
DESEO DE PLACER

M ú l t i p l e s d i s c u r s o s s o b r e la sexualidad son el legado históri­


co de muchos años de represión sexual que ha sido regulada y /o
modificada según las necesidades del poder. Sus representantes:
los médicos, los sacerdotes, los pedagogos y los psicólogos han
ocupado nuestros cuerpos con discursos elaborados y “ científi­
cos” que tienen como fin el control y la adm inistración del sexo; el
poder los legitima para afirm ar lo que es sano y enfermo, lo
normal y lo anormal, lo permitido y lo prohibido.
No podemos decir que ahora hay más represión de la sexuali­
dad que antes. Todo el mundo habla del sexo, se expone y se incita
a confiar en que existe una liberalización de los cuerpos; sin
embargo, el poder que nos dom ina sabe muy bien hacer una
represión selectiva, atacando ahí donde el principio de placer
parece vencer la reglamentación que el principio de realidad
impone en nuestras vidas.
Cuando nos negamos a someternos a una sexualidad mecánica
e inducida, ya sea con fines de reproducción o de objetos sexuales,
nos enfrentamos a ese espacio limitado que nos hace difícil el
reencuentro con nuestros deseos y los otros cuerpos. La energía
que viene de Eros es arrollada por la institucionalización de los
afectos (pareja, familia, etcétera), la vida cotidiana y la división
social del trabajo. Todo esto nos arranca la posibilidad de deseo y
a su vez estanca la búsqueda de una sexualidad autónom a más
libre y polimorfa.
Quienes proponen un cambio en la relación que existe entre
sexualidad y política generalmente tratan de incluir, esquemática­
mente, la sexualidad en la política o la política en la sexualidad, sin
revelar la red de silencios en los com portam ientos que interioriza­
mos, quedando atrapadas en un cuerpo mudo frente al placer.

45
HACER EL AMOR

IMAGEN: UN ANCHÍSIMO Y ETERNO eje vial. Empieza a oscurecer.


El cielo tiene el clásico tinte rojo opaco de la capa de smog que no
deja pasar los rayos del sol.
La banqueta ha quedado reducida apenas al tam año para que
los peatones, de uno en uno y en fila india, puedan transitar. El
ruido y las luces de los autos pasan rápidamente. En la parada del
camión, recargada contra la pared, una pareja está “ fajando”
apasionadamente.
La relación entre sexualidad y trabajo, forma de vida, etcétera,
es compleja y, hasta ahora, ha sido poco analizada. Vivimos
parcialmente nuestra capacidad y deseos sexuales y no entende­
mos qué sucede; no registramos que vamos acumulando am argu­
ra, depresión, insatisfacción, tristeza, impotencia y desgano sexual.
La vida en el Distrito Federal, con las enfermedades que nos
provoca el trabajo desligado por completo de lo que alguna vez
pudo habernos interesado, las horas que se prolonga este trabajo
por la ineficiencia del tran sp o rte colectivo, las tensiones por
lograr sobrevivir, no dejan ningún espacio para que nuestros
deseos, ensueños, juegos sexuales, placeres, empiecen a desarro­
llarse siquiera.
La mayoría de las personas, hombres y mujeres, vive insatisfe­
cha y generalmente infeliz.
Después de un día de trabajo que parece no term inar nunca, y
con una cotidianeidad que difícilmente funciona positivamente,
¿cómo pueden llegar un hom bre y una mujer, como si hicieran un
paréntesis, a hacer el amor? ¿Cómo puede desligarse el placer
sexual de la arm onía, del buen hum or, de la vitalidad, de la
identificación con nuestro mundo y el mundo del otro? Un hom ­
bre que viene agotado de la calle, se encuentra con una mujer

46
harta del encierro y del aislamiento. El enfrentam iento por lo
general es inevitable, las necesidades opuestas, la desarticulación
de la vida en común casi insalvable. Algunas mujeres opinan que
no es posible besar, abrazar y distrutar a un hombre por la noche,
si durante el día él no se comunica y sólo da órdenes, si no ayuda a
lavar los platos o ni siquiera recoge su ropa sucia.
“ En la noche me sigo sintiendo como si le lavara la ropa... como
algo que hago por complacerlo, por no disgustarlo, y no por
placer.”
Según las cualidades del trabajo que cada persona realiza (y
la forma de vida que se deriva del salario que recibe), las ten­
siones y la red de problemas varían. Está el obrero que dentro
del pequeño margen que el capital le deja para reponer su fuerza
de trabajo, se queda dormido antes de poder eyacular. O el
hombre que sella recibos detrás de un escritorio y entre taza y taza
de café ve alargarse su mal humor. No puede pedírsele que tenga
entusiasmo y verdadero placer con la mujer a la que mira dorm ir a
su lado, mientras padece insomnios crónicos. La vida, como tal,
ha quedado en el último plano de interés para quienes por ahora
detentan el poder y deciden cómo debemos vivir todos los demás.
Ellos deciden si es mejor hacer un eje vial, auque los demás
quisiéramos un parque; deciden si ahora la Avenida Insurgentes se
convierte en vía rápida y la Avenida Revolución en estaciona­
miento colectivo; ellos decidieron tirar las palmeras que nos m ara­
villaban cuando de niños pasábamos por la avenida Xola. Ellos
deciden mientras nosotros nos secamos, lentamente, entre boca­
nadas y bocanadas de smog.
Muchas mujeres se enfrentan cada noche a la discusión con su
compañero, sobre por qué no quieren o no pueden hacer el am or
tan autom áticam ente como él. Las mujeres rechazan esa sexua­
lidad autóm ata, mecánica, ¿por qué?; porque les genera frustra­
ción, porque todavía les queda un resquicio de vitalidad, de
dignidad.
Una mujer me contaba que generalmente, dentro de su vida
diaria, se negaba a tener relaciones sexuales con su com pañero por
falta de ganas. Sin embargo, durante las vacaciones ella misma era
la que lo buscaba sexualmente. Ante esto, él decía: “ Parece que tú
y yo sólo podemos estar bien entre nosotros cuando no tenemos
tensiones ni trabajo.” No podemos hablar de subvertir los patro­
nes sexuales que se nos han impuesto si no trabajam os paralela­
mente por mejorar el espacio de nuestra sexualidad. Muchos
hombres prefieren acostarse con una prostituta para no tener que

47
enfrentar las necesidades de su compañera. La prostitución les
permite “ olvidar” su pobreza sexual.
Defender el espacio para nuestra sexualidad es, como otros, un
punto importante dentro de nuestra lucha, sobre todo cuando la
sexualidad es algo que está tan íntimamente ligado a nuestro
cuerpo, cuando es una condición para la salud.
Tenemos que profundizar esta relación que existe entre el espa­
cio que nos rodea, la organización de nuestro tiempo y la sexuali­
dad.
Para nosotras el objetivo real del encuentro sexual es lograr la
verdadera comunicación a ese nivel. El placer de sentirse deseada
y de desear a otro. Recuperar el deseo definido y claro de sentirse y
tocarse dentro de una relación larga o como respuesta inmediata
ante un cuerpo y una persona que nos atrae. Tenemos que volver a
hacer el amor.

48
M ÚLTIPLES VOCES: LA FR IG ID E Z

M e a c u e r d o d e u n a p l á t i c a con unos sexólogos que exclama­


ban horrorizados: ¿la frigidez?, no existe; ¡sólo existen hom bres
incompetentes! Y ustedes, ¿cómo lo tomarían?
— La frigidez para mí no es un estado de excepción, resulta ser
más bien el estado “ norm al” de la sexualidad femenina; es la
ausencia de placer de la mujer ante un acto sexual en el que el
hombre llega como a “ lavar ropa” , chaca, chaca y ya.
— Frigidez es estar en la cama con los ojos abiertos, la garganta
anudada, las ganas de salir corriendo enredadas en los intestinos
mientras él duerme tranquilam ente al lado, satisfecho.
— La frigidez es el enojo, la rabia, la revancha, el último episo­
dio de la guerra que se libra en el campo de batalla: la cama. Es
también de la rutina sexual, sin imaginación, impuesta por el hombre.
— La esfinge se llama así porque finge. Eterno teatro de la vida
cotidiana; espectáculo donde el hombre fija las reglas del juego y
dice cuándo pierdes y cuándo te vienes.
La frigidez es esta palabra y una vivencia llena de miedo,
parálisis e impotencia m arcada por la relación de poder que se da
entre hombres y mujeres. Es la consecuencia de una relación de
desvalorización en donde las mujeres no nos atrevemos a rom per
con la pasividad sexual y la imposición del hombre con su modelo
sexual favorito: el coito.
La frigidez es esta palabra clave en el discurso masculino en
torno a la sexualidad femenina, discurso elaborado por los hom ­
bres mientras las mujeres callaban. Esta palabra que designa la
incapacidad de la mujer de experimentar el orgasmo vaginal le ha
servido al hombre para crear sentimientos de culpa en las mujeres
que hemos interiorizado este discurso. Una culpa que no tendna
que existir si la sexualidad masculina no fuera el único modelo.

49
“ HERVIR DE A R D O R ”

O r g a s m o , p r o v e n i e n t e d e l g r i e g o orgao, hervir de ardor.


Helen Deutsch y Marie Bonaparte, epígonos femeninos de
Freud, expusieron durante decenios el mito del orgasmo vaginal
como única experiencia que aseguraba y preservaba la verdadera
femeneidad. Por otra parte, algunas feministas, llevadas por un
exceso comprensible, han predicado el orgasmo clitoridiano co­
mo único, y han reducido la vagina a órgano de sumisión, hecho
sólo para saciar la necesidad de penetración del pene.
Es tan absurdo excluir el placer vaginal como lanzar el anatem a
contra el estímulo clitoridiano. Hoy sabemos que nuestro órgano
sexual esencial no es la vagina ni el clítoris o el pezón sino nuestros
centros cerebrales que aportan una emoción específica y funden
en un mismo crisol todas las reacciones cuando sobreviene la ola
del orgasmo.
El placer sexual no dispersa las sensaciones; por el contrario,
reconstituye la unidad de nuestro cuerpo dividido. La mujer no
debe aceptar que se mutile su personalidad sexual; su placer no
puede fragmentarse por un condicionamiento cultural.
Si localizamos la respuesta femenina en el clítoris imponemos la
misma limitación que ha atrofiado, hasta ahora, nuestra respuesta
sexual. Si las mujeres llegamos a creer que el clítoris es el único
lugar de placer, o por mucho el más im portante, en vez de repre­
sentar una liberación nos veremos dom inadas por una nueva
tiranía. No necesitamos más modelos a los cuales ajustarnos, ni
modernas reglamentaciones ni nuevos dogmas. Necesitamos, en
cambio, la posibilidad de aceptar múltiples alternativas que per­
mitan el desarrollo pleno de la sexualidad y el descubrimiento de
múltiples, variados y deliciosos orgasmos.

50
VIOLENCIA EN LA CALLE

Era como estar y no estar,


no oía bien, no entendía bien,
y luego, de nuevo sola,
nadie para recoger mis carnes,
buscar un zapato;
caminar hasta la casa,
¿lo voy a contar...?
¿por qué?
U n a v i o l a c i ó n . . . es la acumulación de miedos cargados en el
bolsillo durante años de cam inar por calles solitarias, oscuras y no
tan oscuras, donde una va acom pañada por pasos que la per­
siguen, o por lo menos así se siente; de percibir miradas fijas y
penetrantes en caras de hombres desconocidos o no tan desconoci­
dos.
Es ser una provocación por el sólo hecho de ser mujer.
Es vestirse de azul y ser un “culote” .
Vestirse de falda y ser unas “ chichotas” .
De pantalón y ser una “ m am asota” .
Trato de recontar, paso por paso, momento por momento,
mano por mano, jalón por jalón, el suelo frío, pedregoso, la
conciencia de que eso ya te está sucediendo a ti, y lo único que
pensaba: “ Pues ya me tocó...”
Sabemos que muchas veces una anda sola porque no hay de
otra, porque a esa hora sale del trabajo, o porque no encontró
a alguien que la acom pañara ese día. Tam poco se puede estar
atenida todo el tiempo a que a una la acompañen para todos
lados, y la alternativa de quedarse todo el tiempo encerradas para
que no nos pase nada, tam poco parece una solución muy efectiva.

51
OTRA VIOLACIÓN

E s t a v e z u n a m u j e r d e d i e c i n u e v e años ha sido violada por


tres compañeros de trabajo.
En la mañana del 13 de enero seis personas, una mujer y cinco
hombres, trabajan y conversan tranquilam ente en el D epartam en­
to de Información Estratégica y Financiera de Banamex. Hacia el
mediodía, alguno sugiere la idea de comer juntos. Tres de los
hombres y la m uchacha se dirigen a un restaurante.
Ella da el primer trago a su bebida y siente un sabor amargo,
extraño. En unos minutos comienza a percibir que sus piernas no
le responden. No supo ya cómo la sacaron del restaurante. Asaltos
de pesadilla, sus siguientes recuerdos son un piso de adoquín;
luego, ella desnuda y un tipo encima y otro y otro; ella sentada en
un lavabo, las piernas colgando, la cara contra la pared, una
televisión encendida en Hawai Cinco Cero, un viaje en coche.
Lo que no logra recordar es su propio cuerpo, la droga se lo había
arrebatado.
A la mañana siguiente, la joven no podía moverse; el cuerpo
destrozado y la cabeza llena de sórdidas imágenes. Se lo cuenta a
su madre y juntas van a ver a un médico particular: golpes,
desgarraduras graves, posibilidad de embarazo.
Mientras dudaban cómo decírselo al novio, y si debían o no
hacer pública la violación, pasa una semana. Al siguiente lunes,
repuestos todos de las primeras sensaciones confusas—vergüenza,
humillación, anhelo de venganza por propia mano, etcétera— deci­
den levantar la demanda. Cada día que dejaron pasar fueron
puntos a favor de los violadores: las heridas cicatrizan, los more­
tones desaparecen, el tiempo resta im portancia al hecho.
Sin embargo, dos de los violadores fueron apresados; el tercero,
un hombre casado y con dos hijos, no se encuentra en México. Los

52
nombres de los violadores son Félix Olazabal Camiragua, Manuel
López del Collado y Luis Robledo Samperio. Y parece evidente,
por el manejo legal que se está tram ando, que cuando menos uno
de ellos es muy influyente o muy rico, que para el caso es lo mismo.
El jueves 29 de enero la joven violada fue citada a declarar. Tras
de las rejas, los acusados escuchan la declaración. Están presentes
los elegantes parientes de los violadores y algunas integrantes del
Centro de Apoyo a Mujeres Violadas. Comienza el interrogatorio.
Desde luego, el defensor de los hombres hace preguntas que pue­
dan comprometer a la joven en su contra; más adelante, la agente
del Ministerio Público, defensora de la víctima, interroga de un
modo sospechosamente inofensivo; y, por últim o, la juez Gladys
M aría Cristina García, quien decidirá si se dicta formal prisión a
los acusados, dice lo siguiente: “ A mí me quedan algunas dudas,
quisiera hacer algunas preguntas para dictar mejor justicia... ¿Acos­
tum bra ingerir bebidas embriagantes?, ¿le gustan?, ¿le gusta el vino
blanco?, ¿tiene relaciones sexuales con su novio?, ¿cada cuando?,
¿desde cuándo?, ¿con quién más ha tenido relaciones sexuales?,
¿consume drogas?, ¿a qué hora llega a su casa?”
En la lógica de la moral sexista, victoriana y demente de la juez,
si una mujer tiene relaciones sexuales con su novio y además, para
colmo, le gusta el vino blanco, no puede ser violada, sino que se ha
hecho golpear por tres tipos a la vez, por placer.
Al term inar el interrogatorio, la muchacha violada y las muje­
res del Centro de Apoyo que la acom pañaban estaban horroriza­
das de lo que había sucedido: la juez no había hecho mención
alguna sobre la violación. La juez se acercó a ellas: “ Aquí todo es
legal, ¿vieron ustedes mismas? Aquí no se hace ninguna cosa
chueca. Y ahora desalojen todas.” Antes de salir le preguntaron la
razón por la cual en el acta no aparecía el peligro de embarazo, lo
cual otorgaría el permiso legal para abortar en caso de resultar
cierto, a lo que Gladys María Cristina les respondió: “ Aquí no hay
nada” , y dando media vuelta salió con su pequeño poder a cuestas.
La mujer violada, una vez más, tendrá que soportarla desvalori-
zacíón que hacen de su cuerpo y probablem ente llegue a pensar
que el hecho real cometido contra ella no tiene importancia. Las
palabras y la probable decisión final de la juez le devolverán su
propia imagen de mujer violada en la distorsión de la creencia de
que toda violación es provocada, y que en el fondo la culpa la tiene
siempre la mujer.
Paralelamente, los tres violadores verán minimizar ante ellos el
crimen que han cometido y la responsabilidad que les correspon­

53
de. Su defensa no sólo es legal (generalmente comprable) sino
también social. Se apiadan porque tres “ pobres jóvenes” vayan a
la cárcel por algo que en realidad es “ norm al” en ellos.
La doble moral sexual que rige en nuestra sociedad culpa a la
mujer violada, intentando desentrañar en sus hábitos más perso­
nales las causas que arrastran al hombre hacia la violación. La
m oral de los violadores, en cambio, no se pone en duda; ningún
juez les preguntaría, por ejemplo, si les gusta el vino blanco para
señalarlos como inocentes o culpables.

54
LA SEXUALIDAD M ASCULINA

L a s e x u a l i d a d m a s c u l i n a está llena de ritos, entre ellos el de la


violación.
La mujer, después de enfrentarse al violador, debe enfrentarse a
un sistema social en el que, en realidad, se ve la utilización de ella
como una forma “ natural” de desarrollo de la virilidad de los
hombres, como prueba de su sexo, de su existencia (que se basa en
la opresión del otro sexo), de los “ obstáculos” que ellos tienen que
saltar para cumplir con el papel al que los determina su sexo.
En el fondo el hombre debe probarse y probar que es capaz de
ejecutar penetraciones; la certeza de que es macho (y no hembra).
Esta certeza está en estrecha relación con el número de veces y la
cantidad de obstáculos que él haya sido capaz de vencer para
supeditar al otro sexo a sus deseos y necesidades.
La violación no sucede únicamente en el callejón oscuro a las
once de la noche. Los hom bres que violan no son únicamente los
muchachos lumpen que no tienen ningún “ parám etro m oral” .
Las violaciones son diferentes entre sí, con variantes que de
pronto parecen inconcebibles; suceden a distintas horas y en muy
diversos lugares, con más gente, con m ayor o menor cinismo. Los
violadores son hombres de distintas edades en diferentes situacio­
nes, de distinta clase social, casados o solteros, con hijos o sin
ellos, borrachos o sobrios, drogados o no.
Las mujeres violadas tam poco son mujeres de una determ inada
edad. Las violaciones a niñas pequeñas asom bran por el grado de
degradación hum ana y de enfermedad social que manifiestan.
También existen innumerables casos de mujeres mayores de se­
senta años que son violadas.
La violación en los casos en los que hay un mayor grado de
miseria económica se relaciona también con la necesidad de des­

55
truir como una form a de rebelión contra el sistema que oprime y
aniquila. En este caso, destruir a una mujer puede ser como hacer
lo mismo con un teléfono público o una banca; pero destruirla no
es sólo golpearla o asaltarla, la mujer está hecha para algo más,
“ para cogérsela” , como se nos grita en la calle. Y esta degradación
sólo se le hace a ese “ ser inferior” , la mujer; tal vez por esto entre
los hombres se utiliza la denominación “ te cogieron” como el más
alto grado de anulación de su persona.
La concepción de lo que son las mujeres y el “ servicio” que
deben dar, no respeta clase, edad, educación. Es evidente que
según las condiciones y la situación del violador, se dará la manera
concreta en que se viole a una mujer.
Son dignos de señalar, por lo aberrantes, los casos de los
hombres conscientes, aquellos que dicen estar por una transfor­
mación de la sociedad, que luchan porque triunfe la igualdad y la
justicia social, y que sabemos que han violado a una mujer.

56
EN DEFENSA DE NUESTRO CUERPO

L a s m u j e r e s t e n e m o s el d e r e c h o a b s o lu to y legal de p ed ir qu e
se c a stig u e al h o m b re q u e n o s ha v io la d o , p e ro ta m b ién habrá que
p ersegu ir y d en u n cia r lo qu e es m e n o s v isib le .
Ante los violadores que disponen de nosotras y ante las institu­
ciones (Iglesia, Estado, familia) que deciden cuándo y cómo nues­
tro cuerpo puede procrear, qué anticonceptivos debemos comprar,
cuándo nuestro cuerpo es pecador o no, en qué casos tenemos que
aceptar la doble moral sexual, nuestro enfrentamiento es el mismo.
Defender nuestro cuerpo, nuestro sexo, nuestra existencia, nuestra
vida, debe ser parte de un solo frente.
Las pruebas concretas a esgrimir y a denunciar son las setenta
mil mujeres muertas a causa del aborto, la existencia de enferme­
dades extrañas en nuestros cuerpos por el uso de anticonceptivos,
el número de relaciones sexuales sin sentir placer, los datos,
fechas, nombres, apellidos, de nuestros violadores.
No nos asombre la complacencia innegable que demuestran las
autoridades ante esta situación en general y ante la violación en
particular.
No debemos esperar pasivamente que se nos haga justicia. Las
leyes que protegen a las mujeres violadas y que no se cumplen,
acaban am parando al violador y dejando que actúe impunemente.
Pero hay que aclarar que el violador es sólo un eslabón de la
cadena. No se le da protección por sí mismo.
Esta legalidad que indirectamente protege al violador como
individuo, en realidad está encubriendo a un sistema social en el
que se ejerce la supremacía de un sexo, el masculino, sobre otro, el
femenino.
El señor que está detrás del escritorio y que levanta el acta de
denuncia de la mujer violada, también es un hombre que ha

57
crecido dentro de este sistema social. También tratará a la viola­
ción como un problema menor; intentará encontrar siempre en la
conducta de la mujer denunciante algo que justifique que ella ha
provocado la violación y que en el fondo el violador sólo obedeció
a un instinto irrefrenable que es parte de su naturaleza y que la
mujer, por serlo, despierta en él.
Por otra parte, el complejo funcionamiento de la legalidad en
este país, donde las leyes escritas son unas y las que se cumplen son
otras (el que paga más tiene derecho a más), hace que nos encon­
tremos ante un amplio panoram a de contradicciones.
No se legaliza el aborto, pero de hecho se permite su práctica.
No se encarcela a los miles de mujeres que lo practican, probable­
mente porque también dejan buenas ganancias para los médicos
que, protegidos en la ilegalidad, las extorsionan. Tal vez estos
médicos también invierten bastante dinero en el soborno que les
permite continuar con un trabajo cuya práctica es ilegal.
Se condena públicamente a la prostituta pero se hace uso de
ella. Para “ protegerla” se le exige que cumpla con alguna ley de
sanidad y esta “condición para el trabajo” se convierte en algo
más a comprar; si no la com pra, no trabaja.
Nadie puede decir que esa protección que nos extorsiona es, en
efecto, protección. Tampoco puede decirse que hay coherencia en
el que condena algo de lo que hace uso.
Así, la mayoría de los violadores que tienen dinero para pagar
un abogado y sobornar a las autoridades quedan absueltos y
“ am parados” por la ley.
Frente a nosotras tenemos una situación nada alentadora y una
tarea a realizar bastante dura. Sin embargo, el hecho de que exista
el Centro de Apoyo a Mujeres Violadas* es un paso importante.
Este Centro significa para una mujer violada que se abra para
ella de inmediato la alternativa de recibir ayuda solidaria que la
saque del silencio y del aislamiento. Le permite denunciar sin
culpas la vejación que ha sufrido y encontrar a otras mujeres con
las que comparte desde ese momento una misma lucha.

* Centro de Apyo a Mujeres Violadas. México, D.F., Tel. 530-67-26.

58
PROSTITUCIÓN

P a r a n o s o t r a s es im p o r t a n t e hablar de prostitución porque


ese trabajo deja sin velos lo que se cree que somos las mujeres:
objetos sexuales. Su existencia se convierte en un parám etro per­
manente de lo que es la condición de la mujer. La prostitución se
ha transform ado en una forma de control de la sexualidad, redu­
ciéndola a su mínima expresión: la genitalidad. La doble moral
sexual, las conductas reaccionarias y mojigatas en cuanto al sexo,
son prom otoras de una sexualidad reprimida, enferma, culpóge-
na y perseguida. Nos parece fundamental que, dadas estas condi­
ciones, la prostitución sea reconocida como un trabajo del cual se
beneficia toda la mafia que está detrás de la mujer que se prostitu­
ye (padrotes, policías, médicos, dueños de los burdeles y funciona­
rios que los protegen).
M antener la prostitución en la ilegalidad impide que para estas
trabajadoras existan siquiera los mínimos derechos, y que su
integridad física y mental esté llena de atentados que se realizan
con la mayor impunidad.
Pensamos que la contradicción entre prohibir la prostitución,
negar su existencia, pero al mismo tiempo hacer uso de ella y
promoverla, la convierte en “ tierra de nadie” , en la que el único
poder que existe es el del más fuerte económica o físicamente.
La prostitución es un trabajo enajenado como cualquier otro en
términos de desgaste físico y emocional, aunque exista una visión
moralista que reprueba el uso de algunas partes del cuerpo para
trabajar y aprueba el uso de otras; es también una consecuencia de
la desigualdad y la explotación económica; es una salida al desem­
pleo, a la necesidad de comer.
No creemos, por supuesto, que sea deseable trabajar como
prostitutas, pero entre desempleo o ganar dinero con ese trabajo,

59
la conclusión es obvia.
Lo “ bueno” o lo “ m alo” no está en que exista una ley que
prohíba o permita este oficio sino en el orden social y económico
que lo genera. Mientras se practique debe despenalizarse, para
que las trabajadoras de la prostitución puedan crear sus propias
formas de defensa y organización.

60
P R O S T IT U T A S

A partir del m omento en que he decidido vender o, mejor


dicho, alquilar mi cuerpo, considero que es algo que sólo
me interesa a mí y a nadie más. Nadie tiene el derecho de
venir a pedirme cuentas. No acepto ninguna clase de am o­
nestaciones, que me vengan a decir que soy una m arrana, en
el caso de los más despreciativos, o que me vengan explicar
que carezco de afecto, o que me vengan a explicar que
debería salirme o, como hacen los “ polis” , que me vengan
a impedir trabajar por todos los medios. ¿Con qué derecho
nos reprimen, con qué derecho vienen a decir que no
deberíamos hacer este oficio? Mi cuerpo me pertenece,
hago de él lo que quiero. '

E l Pu e b l it o se e n c u e n t r a A u n a s cuadras del Zócalo de Oaxa-


ca, los cuartos de trabajo alquilados para realizar el oficio le
cuestan a cada mujer cien pesos diarios. Los “ dueños de casas”
las obligan a pagar la renta los usen o no. Ellas tienen que aceptar
porque si no se quedarían sin lugar en dónde recibir al cliente.
Pagan cincuenta pesos cada semana de revisión médica y cien
pesos al año por la libreta donde les anotan las visitas de salud que
tienen que presentar para arrendar el cuarto. Generalmente el
trato de los médicos hacia ellas es humillante y despótico. Hay
quienes incluso, al hacer la revisión ginecológica, les ponen el
espejo vaginal caliente. No protestan más el médico les dice
que si reclaman es porque les duele y esto significa que están
enfermas, en cuyo caso les suspenden la libreta y con ella el chance
de trabajar, hasta la siguiente semana, fecha de la próxima revisión.
El pueblito se ha cerrado, lugar de trabajo de 125 mujeres.

61
Razón: “ Devolverle a la capital del estado ese hálito de decencia
que estaba perdiendo” , según declaraciones del presidente muni­
cipal de Oaxaca.
En solidaridad con estas trabajadoras despedidas, damos a
conocer su situación a partir de ellas mismas.
— ¿Qué es la prostitución?
Es una manera de tener con qué vivir.
— ¿Qué piensan de este trabajo?
Que si no existiera, cuántas violaciones más habría . Los jóvenes
no pueden tener satisfacción sexual con sus novias, se meterían en
problemas, y tienen necesidad de hacerlo. Cuando las señoras
están embarazadas, sus maridos no las pueden ocupar y también
ellos nos necesitan.
— ¿Por qué a los hombres se les permite tener relaciones sexuales
y a las mujeres no?
N osotras todavía no somos como ellos, los hombres aguantan
menos. Por ejemplo, la mujer que no hace uso, depende de su
temperatura y de sus pensamientos. A los hombres no les importa
decir a una mujer ¿vamos?, pero cómo una va a decir ¿vamos?
— ¿Creen que las mujeres necesitamos tener satisfación sexual?
Sí, como no, claro, eso es lo natural.
— ¿Cómo llegaron a este trabajo?
“ Yo entré porque tengo hijos, y no soy estudiada; si entro de
sirvienta pagan mil pesos al mes, que no me alcanzan. Además no
me dejan tener a mis hijos conmigo. Mucha gente piensa que es un
oficio fácil y que lo hacemos por gusto, al principio me sentía muy
mal, y no estaba acostum brada.” “ Yo trabajo para que mi hija
pueda estudiar y sea alguien, no me gustaría que se dedicara a
esto. Los hijos no saben cómo le hacemos para tener algo de
dinero, sería feo, están chicos, no com prenderían.”

La mayoría de ellas tiene un promedio de cuatro hijos, que ya


tenían cuando empezaron este trabajo. Cuentan que ante el aban­
dono del marido y no sabiendo leer ni escribir, no les quedaba más
que la prostitución.

— ¿Quién es el cliente?
Los jóvenes [estudiantes], los paisanitos [campesinos]y los
maridos de las señoras.
— ¿Por qué cuando hablan de las otras mujeres dicen las señoras,
no son mujeres también?
N osotras nos consideramos igual que cualquier mujer, nada

62
más que cobramos y ellas piensan que damos el cuerpo gratis a sus
maridos.
— ¿Qué relación tienen con ellos, de qué hablan?
Pues depende de cada una, casi no hablamos, nomás para tratar
el precio. C uando son conocidos, preguntan ¿cómo estás?, ¿cómo
te ha ido?
— ¿Cuántos clientes tienen al día?
A veces cinco o más, todo depende del día.
— ¿Cómo las tratan?
Nos ocupan y ya; algunos nos tratan mal, nos golpean.
— ¿Qué hacen cuando sucede esto?
Pues como las demás están en la puerta, y una está en el cuarto,
ni se oye; sólo que en ese momento vayan pasando, se meten, si no
es mejor dejarse dar un golpe que una “ m adrina” más fuerte.
Algunos se van sin pagar, no tenemos ninguna protección. Los
patrulleros ya nos conocen pero no nos defienden.
— ¿Hay diferencia entre cómo las ocupa el cliente y el trato que les
daba su marido?
Sí hay. Una con el cliente nomás se ocupa, nos sentiríamos mal
si nos besuqueáramos con todos; una cosa es ocuparse y otra
entregarse.
— ¿Qué tiempo dura la ocupación?
Diez o quince minutos.
— ¿Y si tardan más?
Pagan doble.
— ¿Cuánto cobran?
Cien pesos.
— ¿Piensan que el trabajo que realizan está bien pagado?
No, es muy barato porque lo que hacemos nosotras es igual que
lo que hacen las del centro nocturno y ellas cobran quinientos
pesos. La prostitución es la misma pero una se ejerce de manera
diferente: en la calle, en las cantinas, en los cabarets.
— ¿Qué edad tienen?
De 18 a 50 años.
— ¿Son de Oaxaca todas?
Venimos de muchos lugares: Guerrero, Morelos, Tlaxcala, Chia-
pas, Puebla, Jalisco.
— Por qué vinieron a Oaxaca?
Por el trabajo, nadie trabaja en su tierra; daría vergüenza con su
familia.
— ¿Por qué cerraron El pueblito?
Porque está en una zona muy céntrica y comercial, las familias

63
que viven por ahí no quieren que la zona siga.
— ¿Cómo piensan resolver su situación actual?
Teniendo otro lugar donde trabajar y así evitar hacerlo en la
calle. Nuestra situación es difícil, si no trabajamos tenemos proble­
mas económicos. Si por nosotras fuera, ya nos hubiéramos ido a
otro lugar; muchas lo hicieron. El problema son los hijos; imposi­
ble arriesgarse y sacarlos de la escuela, perderían el año escolar y
un año es un año.
— ¿Si les ofrecieran otro trabajo, lo tomarían?
(Se miran entre sí y sonríen.)
La gente nos conoce, no nos darían trabajo; además, no sabemos
leer ni escribir.
— ¿Cuándo decidieron organizarse?
El movimiento empezó el primero de febrero de este año,
cuando nos avisaron que iban a cerrar la zona. Quedamos pocas,
las otras compañeras se confiaron y pensaron que sólo era una
amenaza, así que las que quedamos (35 de 125) tendremos que
buscar un lugar donde trabajar con libertad.

64
ROJO DULCE

“ M e l e v a n t o , c a m i n o p o r e l e s t r e c h o pasillo entre los


mesabancos, me dirijo al pizarrón. Risitas, m urm uran las otras,
apuntan, ¿qué dicen?, ¿por qué se ríen?— M arta, ¡estás toda man­
chada! — me dice una de mis amigas. ¡Ay, no!, no puede ser...”
A partir de cierta edad las mujeres vivimos dentro de nosotras
un proceso lleno de ambivalencias y “cosas extrañas” . Traemos
pegadas sensaciones de impureza, de suciedad, de vergüenza,
residuos de una historia m ilenaria que nos acompaña y nos limita.
Cuántas veces oímos decir: “ C uando te baje no puedes jugar muy
brusco, no puedes hacer ‘ciertas cosas’.” Quizá detrás de esto se
oculta un “ no se te vayan a salir las gotas de la evidencia y nuestros
ojos tengan que aguantarte así, esconde tus menstruos, escóndete” .
Existen muchas ideas falsas acerca de la menstruación. Se dice:
“ estoy enferm a” o “ ando m ala” , como indicando que es una
desgracia que ello nos suceda.
Los cambios que sufren nuestros cuerpos durante esos días son
grandes, pero las actitudes que se tienen hacia los mismos obstacu­
lizan en alto grado nuestro manejo de la situación. Muchas mujeres
experimentan fuertes cólicos, dolores de cabeza o de espalda,
depresión, ansiedad o irritabilidad. Para cada mujer es diferente,
incluso durante las distintas etapas de su vida. Estos estados de
ánimo no son premeditados y m ucha de la tensión que acumula­
mos es producto del rechazo que nuestra cultura tiene hacia el
sangrado de las mujeres. C uenta una mujer adulta que durante su
adolescencia era tal su angustia frente a la menstruación que para
contener el sangrado apretaba las piernas de forma que le producía
fuertísimos cólicos.

65
VISIONES PATRIARCALES

E l c o n o c im ie n t o d e l c u e r p o femenino y su funcionamiento
está apenas siendo recuperado por las mujeres en lucha, quienes se
rebelan en contra del hecho de vivir a merced de la ciencia y el
cuidado médico que hoy se encuentra principalmente en manos de
los hombres. Las mujeres tenemos que apropiarnos, de nuevo, de
un saber que ya había estado antes en nuestras manos.
En la Edad Media, y antes, las mujeres, las curanderas, eran
quienes poseían el conocimiento de la anatom ía y la fisiología;
practicaban abortos y métodos anticonceptivos; como medicamen­
tos usaban hierbas. Más tarde, la medicina se volvió dominio
masculino, al constituirse en disciplina universitaria a la cual las
mujeres no tenían acceso. Para consolidar su poder en esta área,
los hombres tenían que condenar a las curanderas como brujas,
muriendo muchas de ellas en la hoguera, condenadas por la
Inquisición.
H asta de su postrer dominio médico, el trabajo de partera, las
mujeres fueron desplazadas poco a poco en nuestra civilización
por los hombres; por ejemplo, los ginecólogos, que hoy, las más de
las veces, no son más que agentes de la gran industria farmacéuti­
ca con todo lo que esto implica para la salud de las mujeres. Este
dominio masculino de la medicina dentro del dominio más amplio
—cultural, económico y político— ha producido y mantenido
durante mucho tiempo falsas visiones de la sexualidad femenina y
mitos acerca de su naturaleza.
La opresión de la mujer se ha justificado casi siempre a partir de
hechos biológicos. Así, la menstruación, el embarazo, y el parto,
hechos físicos, han servido siempre como base a la discriminación
sexista. Si bien es innegable el carácter físico de la menstruación y
el parto, hay que distinguir claramente entre el proceso fisiológico

66
y el valor cultural que ha adquirido. La menstruación tiene un
significado diferente en cada cultura, que no está dado por el
hecho físico del sangrado.
En nuestra cultura patriarcal occidental se ha impuesto la
visión de la menstruación como algo impuro, sucio. Por ejemplo,
fue una pregunta im portante entre los primeros padres de la
Iglesia si una mujer debía entrar en el templo y comulgar durante
su menstruación. Hoy en día esta idea de suciedad e impureza se
manifiesta en la insistencia con que se aconseja a las adolescentes y
mujeres lavarse muy bien, cambiar con frecuencia su kotex o
tampax, usar sprays que escondan el mal olor, etcétera.
La visión masculina de la menstruación ha determinado en gran
medida la actitud de las propias mujeres hacia su cuerpo. T anto se
había argum entado que era una enfermedad periódica que las
hacía inválidas, que vivían convencidas de ello. Esta actitud servía,
además, para m antenerlas en una posición inferior, ya que el
hecho físico del sangrado, y los supuestos estados psíquicos que
lleva consigo, eran pretexto para excluirla de muchas esferas de la
vida social y pública. Pero si bien muchas actividades les fueron
prohibidas durante su menstruación, nunca se dudó de su capaci­
dad para seguir ejecutando las labores domésticas. ¿O se ha oído
alguna vez que a una mujer le fuera prohibido cambiar pañales,
hacer comida o limpiar el excusado durante su regla? Los puestos
que exigían responsabilidad, y sobre todo estabilidad, quedaron
reservados a los hombres, que no menstruan.
H ablar de la m enstruación ha sido y sigue siendo, aun entre
mujeres, un tabú, gracias al largo adoctrinam iento al respecto.
Son contados los ejemplos en la literatura, el cine, donde se habla
de la menstruación, y siempre en forma disimulada, indirecta. Sin
embargo, la m enstruación en nuestra cultura es un claro ejemplo
de la estrecha relación entre cuerpo y política, de la represión y
negación de la sexualidad femenina en una sociedad que toma por
medida lo masculino en todos los aspectos de la vida.

67
SOBRE MENSTRUACIÓN: ALGO PRÁCTICO

A l r e v é s d e lo q u e g e n e r a l m e n t e se dice, el ejercicio nos


puede ayudar a librarnos de muchas de las molestias menstruales.
El útero es un músculo fuerte que se contrae para arrojar su
contenido, y esto es lo que nosotras resentimos como cólicos. Por
medio del ejercicio podemos descubrir cuáles de ellos nos relajan.
Los dolores de cabeza por tensión nerviosa pueden desaparecer
también con el ejercicio, puesto que éste estimula la respiración y
por lo tanto la circulación de la sangre y ayuda a aflojar las áreas
bloqueadas. El masaje en la espalda es otra posibilidad; podemos
ir descubriendo cuáles son las áreas que después de un pequeño
masaje nos molestan menos. El ejercicio en general nos enseña
cómo relacionarnos mejor con nuestro cuerpo, cómo responder a
nuestras necesidades particulares.
Recientes estudios han demostrado que muchas veces los cólicos
se deben a una deficiencia de calcio y recomiendan tom ar una o
dos pastillas cada hora mientras esté presente el dolor.
Es im portante empezar a ver con naturalidad nuestros ciclos
porque a todas nos toca en algún momento u otro, ya sea en carne
propia o porque convivimos con alguien que menstrua.
La menstruación está íntim am ente ligada al “ ser m ujer” . M u­
chas de las actitudes y sensaciones que experimentamos hacia ella
son un reflejo de cómo nos han hecho vernos a nosotras mismas;
por eso, es necesario hablar de ello y observar con cuidado nues­
tros procesos vitales.

68
M ENOPAUSIA

P u b e r t a d y m e n o p a u s i a , momentos donde aparece y desa­


parece la menstruación, “comienzo y final de la existencia de toda
mujer” , según dicen. Nos ven inestables, agresivas, incomprensi­
bles y perturbadas. Sólo nos reconocen como reproductoras y
mantenedoras de la especie. Cuando llega la menstruación nos
dicen: “ Ya eres mujer” , y cuando se retira: “ Ya noeresuna mujer,
no puedes tener más hijos.” Antes y después (y en medio) hay una
constante: la negación de nuestra sexualidad.
Muchas mujeres han experimentado un gran temor y miedo
frente a la menopausia; la viven como fatalidad, que ha de llegar
tarde o temprano: “ Dejaremos de gustar” , “ Nos volveremos
viejas, marchitas y secas” , “ No serviremos para nada” , “¿Qué
vamos a hacer?” Todos estos sentimientos y actitudes se viven de
m anera ambivalente. Si entrevistas a mujeres del sector popular,
este momento representa la posibilidad, al fin, de liberarse de que
sus maridos “ las usen” , para ellas que han vivido siempre la
sexualidad en función del macho. Es asimismo asumir su frustración
ante una cotidianeidad que las ha negado y privado de placer
durante años.
Generalmente, cuando llega la menopausia las mujeres que han
hecho su vida en función de sus hijos y su m arido sienten que su
existencia está terminada. Aun aquellas que siempre sintieron la
falta de realización o reconocieron los límites del papel de esposa-
madre como único destino y trabajaron, además, asalariadam en­
te, no escapan a la actitud discriminatoria que se tiene socialmente.
A menudo escuchan en sus centros de trabajo: “ déjenla, está
irritable, es menopáusica” . El enlistado de discriminaciones es tan
grande y revela una situación de opresión tan extrema para
estas mujeres que a muchas las ha llevado hasta la locura.

69
Si a cada cambio biológico por el que pasamos las mujeres no se
añadiera tal carga negativa de desvalorización que se hace en
contra nuestra, la menopausia podría experimentarse como una
etapa más de nuestro desarrollo, en la cual ocurren cambios
hormonales que en sí mismos no niegan nuestro valor como
personas. Claro que esto sólo sería posible sí la realización de las
mujeres tuviera otras alternativas más allá de la m aternidad forza­
da y el ser sólo objetos bellos disponibles para el hombre. Si
construimos nuestras vidas a partir de nosotras mismas y no
exclusivamente a partir de la mirada masculina, tendremos una
existencia abierta a otras capacidades de realización, dejaremos
de tener miedo a envejecer y a no gustar, porque nos habremos
reconocido y responsabilizado de nosotras mismas. Nuestros cuer­
pos dejarán de ser una carga culpable y angustiosa que la estética
patriarcal nos ha impuesto; la quietud del maniquí se transform a­
rá en movimiento, comunicación, esfuerzo y placer. La m enopau­
sia puede ser la ocasión de una vida sexual más rica y diversa.
Los hombres piensan que la vida sexual de las mujeres termina
con la menopausia; pero, contrariam ente a estas ideas, la vida de
la mujer continúa en toda su plenitud. En el informe Hite se puede
leer por ejemplo: “ Tengo setenta años y mis deseos sexuales no
han disminuido. El placer es más intenso que nunca. Tenía miedo
de que disminuyera al mismo tiempo que la ocasión de hacer el amor.
La satisfacción del orgasmo no tiene que ver con la .edad.” *
Nos parece importante señalar la actitud del cuerpo médico
frente a la menopausia. El conocimiento de este fenómeno es
relativamente reciente. Una de las razones de que la menopausia
no fuese reconocida era que muchas mujeres no la alcanzaban
(morían por tantos partos), y otra era la ignorancia de la fisiología
femenina. Fue hasta los años veinte que la medicina empezó a
poner atención a esta etapa, comenzando a experimentar diversas
terapias hormonales. Al llegar a los años cincuenta, la utilización
de estos tratam ientos se puso de moda, provocada en gran parte
por la industria farmacéutica. Las mujeres una vez más fueron
usadas como conejillos de indias y sólo con el tiempo se fueron
viendo las consecuencias, muchas veces catastróficas, de este
empleo indiscriminado de hormonas. Aún hoy en día no existe
consenso médico respecto a las terapias hormonales sobre la me­
nopausia, ni en cuanto a la dosis, ni duración de los tratamientos.
Existe la necesidad de una medicina que trate a la mujer meno-

* Hite, Shere, El informe Hite. Plaza y Janes, S.A., Barcelona, 1977.

70
páusica integralmente, ya que no basta con un tratamiento hor­
monal, aun cuando éste ayude, a veces.
Frente a tal panoram a, mujeres de otros países han decidido
organizarse, desarrollar relaciones de solidaridad y luchar por
crear condiciones que permitan vivirla menopausia de otra mane­
ra: no como un dram a o un declive de la vida, sino con toda la
riqueza que este periodo contiene.

71
LAS ILUSIONES PERDIDAS

Q u e d é e m b a r a z a d a sin p r o p o n é r m e l o , apenas dejando la


adolescencia. A pesar de los conflictos familiares que mi nuevo
estado me habría de traer, dada mi supuesta doncellez, recibí
la realidad de mi embarazo con agrado. Era lo que siempre
había esperado, lo que mi cuerpo una vez m aduradas sus funcio­
nes, debía realizar, lo que naturalmente debía suceder. Alguien me
habló de la posibilidad, hasta entonces desconocida para mí, de
provocar un aborto, proposición que desdeñé inmediatamente,
ofendida por la desconfianza con que yo sentía que m iraban mis
capacidades maternales.
Proseguí mis estudios durante toda la gestación, aunque confie­
so que los llevé por entonces muy en segundo término, ya que mi
primera ocupación era el lucimiento de mi vientre hinchado.
En los ratos libres preparaba el atuendo diminuto, arreglaba la
cuna, construía móviles de cuerpos geométricos para el deleite de
los dulces ojos del niño o la niña que habría de nacer. La relación
am orosa con el padre del bebé era fuerte y hermosa, aunque (o
quizá por eso) nos veíamos poco porque ambos estábamos muy
atareados.
A medida que se acercaba el momento del parto, iban invadién­
dome sensaciones confusas, pero nunca hablé con nadie de mis
temores, no hubiera sabido soportar que vislumbraran mi debi­
lidad. Había aceptado la maternidad como un reto que me con­
vertiría en una mujer adulta, capaz, creativa, y sentía el ciego
debe de llegar sola hasta el final.
Desconocía mi cuerpo por completo, ignoraba lo que iba a
pasar con mi útero, mis huesos, mi sangre. El ginecólogo estaba
preocupado porque parecía que el bebé era demasiado grande
para transitar por una cadera dos centímetros más estrecha de lo

72
normal. Mi madre insistía en acompañarm e durante el parto
amedrentándome con misterios de dolores insoportables, posibi­
lidades de muerte, pérdidas del juicio. “ Tú no lo has vivido, no
sabes lo que es.” Mis amigas se lam entaban de sus cuerpos des­
compuestos por la maternidad. Yo guardaba, calladamente, estas
angustias.
Una noche desperté bañada en un líquido claro y transparente,
y entre risitas dejamos la calidez de nuestra casa para ponernos
en camino del hospital. Desde luego, no avisé a mi madre.
Me sentaron en una silla de ruedas, me separaron de mi com pa­
ñero, me acostaron sobre una camilla, me abrieron las piernas, me
rasuraron el vello púbico, me lavaron los intestinos, me metieron
y sacaron no sé cuántos utensilios metálicos, me drogaron. Na­
die se acercó a mí, nadie me preguntó o explicó, nadie me to­
mó de la mano ni me miró.
En la m adrugada, después de varias horas de dolor y soledad,
“ me perm itieron” ver al padre de mi niño. Estaba muy pálido.
Recuerdo que cuando me venía una contracción, él trataba de
com entar algo. Le pedí que abriera la ventana. El cielo estaba
sonrojado, como sintiendo pena de nuestra impotencia.
No recuerdo lo demás, me anestesiaron profundamente. Cuando
desperté le pregunté al médico cuánto tiempo faltaba para que
naciera mi bebé. Me informó con profundo orgullo que, gracias a
un tremendo esfuerzo de su parte, hacía ya un rato que una
inmensa y hermosa niña había nacido. Había vivido mi parto
totalmente inconsciente y ahora no podía aceptar mi vientre vacío
ni comprender que la pequeña persona con la que había convivido
estrechísimamente durante nueve meses, en esos momentos tan
difíciles no estuviera conmigo. Pensé que cuando la viera no la iba
a reconocer, y ¿cómo iba a poder cuidarla entonces? Lo único que
logré decir fue: “ De una vez, ahora que todavía no siente, háganle
los agujeritos en las orejas.”
Una enfermera, perfectamente esterilizada, trajo a la recién
nacida a sus cuarenta y ocho horas de vida. Con sus brazos mecá­
nicos depositó a la pequeña en mi regazo. Eran otra vez las seis de
la m añana, pero para mí hubiera podido ser la noche o el medio­
día. El tiempo se había detenido. Podía escuchar el sonido del
agua de la regadera, mi compañero se preparaba para sus labores
cotidianas. Y es que la vida tenía que seguir, pero la mía estaba
suspendida, quebrados todos los hábitos y horarios, todos los
proyectos, los trabajos, los pensamientos. Solamente existía esa
pequeña niña en mi regazo, buscando ansiosamente un pezón

73
inexperto y adolorido. Y yo misma tan niña que mi mayor deseo
hubiera sido que alguien acariciara mis cabellos, y yo misma
tan sola que no podía encontrar una sola persona con quien
com partir mi desasosiego.
Después siguieron lo días interminables, insomnes, delirantes.
Pareciera invento de torturadores para el enloquecimiento de sus
víctimas. Imposibles un olvido, un descanso; el menor descuido
puede apagar la vida. En vela noche y día: los am am antamientos,
el baño, los cambios y el lavado de los pañales, los biberones de té,
las enfermedades, los llantos indescifrables, el terror a la muerte,
el cuerpo desgarrado, la soledad extrema, las ilusiones perdidas.

74
LA DEPRESIÓN POSPARTO

L a d e p r e s ió n p o s p a r t o es un esta d o de á n im o q u e p a d ecen
m u ch a s m ujeres d u ran te lo s sig u ien te s d ías o m eses o in clu so
a ñ o s d esp u és d el p a rto . La g r a d a c ió n de in ten sid a d es varía de una
m ujer a otra y la g a m a d e se n tim ie n to s d ep re siv o s va d e leves
se n sa cio n es de n o sta lg ia a d elir io s p sic ó tic o s.
El posparto es un momento de grandes cambios corporales:
horm onas que van y vienen, tejidos que se desintegran, órganos
que se reacomodan. Además, el útero que albergaba un pequeño
cuerpo, de un momento a otro está vacío. Esta transform ación
corporal afecta naturalm ente las emociones, pero el matiz depre­
sivo y su intensidad no pertenece ya al reino de lo natural sino que
depende de las condiciones psicológicas, sociales y económicas en
que se vivan el embarazo y el mismo parto.
Los cambios corporales más importantes, como la adolescen­
cia, el embarazo, el parto o la menopausia, están vinculados a
las expectativas sociales que se tienen para cada etapa de la
vida de la mujer. La mayoría de las posparturientas prefieren
callar la depresión porque contradice las expectativas que guar­
dan ellas mismas y quienes las rodean de lo que debería ser la
maternidad. La mujer que descubre que no solamente no siente
la plenitud de la mamá Gerber, de la mamá de los manuales,
de la mamá que todos esperan que sea, sino que tiene muchos
otros sentimientos contradictorios, se culpabiliza y autodesvalora.
Las angustias del posparto son apreciadas como muestras de
enfermedad mental, como desajustes personales. Sin embargo,
todas las padecemos más o menos intensamente. Ninguna mujer
cumple cabalmente el estereotipo de madre que nos han impuesto.
Así, las causas de la depresión posparto no son, desde luego,
“ la histérica esencia femenina” , ni falta de amor hacia los hijos,

75
sino que son resultantes, en gran parte, del modo de organiza­
ción en que vivimos. Basta con reflexionar sobre algunas de
las principales condiciones desencadenadoras de la depresión:
—No haber elegido quedar encinta o no haber podido abortar
si se deseaba.
— Desconocimiento del cuerpo y sus funciones.
— Falta de información en lo se refiere al cuidado de los niños.
—Agotamiento físico debido a la absurda división sexual del
trabajo que obliga a la mujer a enfrentar ella sola los trabajos de la
maternidad.
—El aislamiento en que se realiza el trabajo doméstico, que
nos impide relacionarnos con otras personas con quienes com­
partir de la experiencia.
—Tener ya otros hijos cuyas necesidades debemos satisfacer
también nosotras solas.
—Las presiones económicas y sociales que viven especialmente
las madres solteras.
—Situación económica particularm ente difícil.
En la medida en que estén presentes una o varias de estas
condicionantes, la mujer vivirá en mayor o menor grado la de­
presión posparto. Sin embargo, no hay que olvidar que dichos
provocadores de la depresión son modificables, algunos, cier­
tamente, a largo plazo, pero otros son transformables desde ya.
Por lo pronto, es preciso que las mujeres dejemos de cargar
angustias como culpas y hablemos sobre estos hechos. Esto sig­
nifica un comienzo de socialización de las experiencias y, por
lo tanto, un paso adelante en la lucha por nuestro derecho a
vivir plenamente la maternidad.
Si estás em barazada, o has parido recientemente, puedes in­
tentar procurarte estos cuidados contra las sensaciones desagra­
dables del posparto:
—Asegúrate de tener compañía, alguien con quien compartir
tus dudas y conflictos, cuando menos durante algunas horas del
día.
—Intenta tener contacto con otros bebés, hablar con personas
que tengan niños pequeños, leer sobre el tema.
—Duerme el mayor tiempo posible durante el día, de modo
que repongas el sueño perdido durante los cuidados nocturnos
dedicados al bebé.
—No dejes todas las actividades que realizabas antes del parto,
pues si bien es cierto que las grandes responsabilidades ajenas
al recién nacido pueden ser más angustiosas que benéficas, es

76
indispensable tener alguna ocupación que nos mantenga ligadas
al m undo exterior.
—Comparte el cuidado del bebé. Si vives en pareja, tu com pa­
ñero debería participar en los trabajos de la crianza tanto como tú
o lo más cercanamente posible. Si es distinta tu situación de
convivencia, consigue a alguien que se responsabilice del bebé,
aunque sea durante una hora diaria.
El único remedio contra la depresión posparto es mantener,
contra viento y marea, nuestra calidad de personas; es reconocer e
intentar satisfacer nuestras múltiples necesidades.La m aternidad
puede ser un acto creativo y enriquecedor pero sólo se puede vivir
de este modo si no nos perdemos a nosotras mismas.
La lucha constante de las mujeres debe permitirnos transfor­
m ar los inconvenientes de la maternidad en hechos sensatos y
placenteros.

77
MENTIRAS DEL PSICOPROFILÁCTICO

¿Q u ié n m e jo r QUE n o s o t r a s puede hablar de nuestros par­


tos? Mi experiencia, o la nuestra, es negada o no valorada por
los médicos poseedores del saber. D urante muchos años se ha­
bía considerado al parto psicoprofiláctico como la solución cien­
tífica a un dolor milenario, pero cuando las mujeres nos atre­
vimos a hablar, se puso en tela de juicio todo ese falso discur­
so sobre el “ parto sin dolor” .
“ Espérese, respire, todavía falta.” Quise respirar pero el dolor
se multiplicó. Mi cara se torció y solamente pude cerrar los ojos
para no gritar y huir de ese dolor que me llegaba hasta la punta del
pie. En ese momento la enfermera, muy sorprendida, me pre­
guntó: “ ¿Qué le pasa? ¿Le duele?” Me quedé sin saliva. Pensé
en todo lo que me habían enseñado y de repente descubrí y
entendí el propósito de esos cursos: impedirme gritar, manifes­
tar mi dolor, molestar a esos señores con un “escándalo” , y,
casi por principio, grité. Pero ese grito que se me escapaba era
más el grito del engaño que el del dolor. Recordando bien, nun­
ca me habían hablado de dolor; yo había asimilado el postulado
de base: “Contracción no es dolor.” No era más que una mentira
y, ese parto, un examen, y además me querían culpar puesto
que mi conducta impedía el buen funcionamiento del trabajo.
Empezaron los reproches y las sanciones: “ Señora, se está por­
tando muy mal, esos gritos son indecentes. Si no se controla,
la vamos a bloquear.” Me sentí hum illada por la lección de
moral y etiqueta que me daban. Para poder controlar y aceptar
ese dolor hay que saber primero que existe, pero ahí reside el
engaño. “Relájense, respiren y no habrá dolor.” Las buenas alum-
nas tienen buenos partos; las que sufren, es culpa suya. Todas
histéricas. La buena conducta de las mujeres se confunde, para

78
los médicos, con la ausencia del dolor. ¿Por qué esas mentiras?
¿Por qué culparnos si no pudimos cumplir con los preceptos
que se encuentran en los libros? ¿Por qué querer de nosotras
que nos volvamos “ la mujer de m árm ol” , la mujer ejemplar, a
quien nada conmueve ni transtorna? ¿Será el dolor indecencia?
¿Será que el hombre se siente tan diferente, tan incapaz de en­
tender ese dolor y tan culpable, tal vez, que quiso borrarlo pa­
ra no compartirlo?

79
LA PARTE MÁS OSCURA

E s t a m o s en c a s a d e A n a , poco a poco vienen llegando las


demás, hay un ambiente de preparación y expectación.
Antes de empezar con el autoexamen, Miriam va a escoger a
una de sus compañeras para que le haga un examen bimanual, que
sirve para ver el tam año del útero. Se introducen dos dedos en la
vagina hasta sentir la cerviz, se hace una pequeña presión debajo
de la cerviz; por afuera, con la otra mano, se presiona sobre el
abdom en, unos cinco centímetros arriba del hueso púbico, hasta
encontrar el tam año y las fronteras del útero. Cuando el útero no
está ocupado, se siente como del tam año de una mandarina chica.
Después de los exámenes bimanuales, Miriam se va a introducir
el speculum, conocido más com únm ente con el nom bre de
“ pato” . Se lo introduce en la vagina, lo coloca y lo abre. Con el
speculum las paredes de la vagina son separadas y entonces se
puede ver claramente la cerviz y el canal de la vagina. Con un
espejo y una linterna se puede ella misma ver cómo está todo el
interior. La entrada de la cerviz está un poco dilatada y una gota
de sangre le escurre en un hilito hacia la vagina. “ ¡Ya empecé a
m enstruar!” Hay exclamaciones de gusto. Miriam les pide una a
una que vengan a ver su cerviz. Las mujeres observan con cuidado
y asombro: “¿así como es como se ve?, ¡qué increíble!” La sensación de
maravilla, de estar contem plando algo que nunca se nos había
permitido conocer, es muy grande, es como estar en la creación de
algo nuevo, como ser partícipes de un descubrimiento.
Estamos descubriendo una “ nueva” parte de nosotras: “ la
parte más oscura” . Vemos el canal de la vagina, la cerviz; ver por
dónde nos sale la sangre de nuestra menstruación, o los diferentes
flujos que se producen en los distintos momentos de nuestra
ovulación: “ Antes de esto yo no me podía imaginar cómo era por

80
dentro, sólo veía en mi mente un canal medio retorcido y oscuro
que no sabía a dónde iba a parar.”
“ Había visto muchos dibujos y esquemas, pero no me hacían
sentido, no tenía ninguna experiencia concreta con qué conec­
tarlos, ¡pero ver así, de repente todo cobra sentido...!”
Lo que estoy describiendo es la experiencia de muchos grupos
de mujeres que se están juntando para tratar de entender y cono­
cer el funcionamiento de sus cuerpos, y, a través de las experien­
cias com partidas, sacar más y más información. Para nosotras, la
mayor fuente son las experiencias de las otras, y de ahí vamos
acumulando un aprendizaje, que en particular las citadinas ha­
bíamos perdido. Este conocimiento nos da una sensación de
independencia nunca antes experimentada.
Saber que una puede y entiende lo que sucede en su propio
cuerpo. Cantidad de veces notam os un flujo extraño que sale de
nuestras vaginas, y nos alteramos muchísimo, cuando en realidad
es sólo una pequeña alteración de la acidez vaginal que se produce
a consecuencia de una pequeña irritación y que puede desaparecer
dándose un lavado de agua con un poco de vinagre (un litro de
agua con una cucharadita de vinagre), en lugar de com prar una
medicina que puede resultar cara, además de la consulta al médi­
co. De esto se trata, poder reconocer los cambios en nuestras
vaginas, en la cerviz, en el útero, saber detectar cuándo es grave y
cuándo sólo necesitaríamos un remedio casero. ¿Cuántos reme­
dios caceros conocemos?, ¿cuántos son realmente efectivos? son
preguntas que nos podemos hacer.
De esto se trata la autoayuda: recuperar los medios para con­
trolar nuestros cuerpos y, a través de este autocontrol, decidir si
queremos niños o no, controlar el embarazo y el parto, conocer
nuestro ciclo menstrual. ¿Cuándo ovulamos?, ¿cómo es el flujo
durante la ovulación?, ¿cómo es cuando ya no estamos ovulando?
¿QUIÉN SOY Y CÓMO SOY...?

81
M ATERNID AD FORZADA

U n a m u j e r d e a n d a r r á p i d o y, dolorido lleva un pequeño


atado oculto bajo el brazo. Se detiene frente a un lote baldío,
tras una última mirada vigilante a los alrededores, desaparece.
Unos segundos después sale huyendo con los brazos vacíos. Ha
abandonado a su recién nacido.
Esa mujer tiene quince años. Se dio cuenta de que estaba
em barazada cuando no pudo abotonar el delantal alm idonado de
su uniforme; antes no sospechó nada porque sus reglas no eran
todavía regulares. Se tiró dos veces por las escaleras pero no logró
interrum pir su embarazo. Probó menjurjes, untados y tomados,
pero todo fue inútil. Comenzó a fajarse las caderas, de tal modo
que nadie, salvo el ojo experto de la cocinera, logró adivinar lo que
le sucedía. La cocinera se apiadó de ella y la llevó a consultar a
un médico que conocía. Como ya contaba cuatro meses de emba­
razo, el médico no se arriesgaba a provocar el aborto, a menos que
se le pagaran catorce mil quinientos pesos, cantidad que las
amigas no reunían ni con tres meses de sueldo .
¿Y el otro protagonista, indispensable en todo embarazo? De­
ducen bien, desapareció.
Esa mujer logró ocultar su embarazo hasta el momento del
parto. Una m adrugada parió en el baño de la servidumbre con
ayuda de la cocinera. A falta del clásico cesto, la madre envolvió al
niño en una bolsa de plástico y salió con la esperanza de encontrar
un lugar donde dejarlo antes de que sonara la campanita del
desayuno.
En México, cientos de niños son abandonados por sus padres.
Más de la mitad de estos niños son recién nacidos. Muchos
son abandonados en los hospitales, al nacer o cuando los padres
los llevan para que sean atendidos de alguna enfermedad o de sus

82
propios m altratos; otros son dejados en la vía pública; otros,
encargados con alguna comadre y nunca recogidos. Desde luego,
muchos de los niños abandonados mueren antes de ser encontra­
dos, y los que corren con mejor suerte son hallados en grave estado
de desnutrición, enfermedad y terror. Los más afortunados llegan
a las instituciones de asistencia pública (en la ciudad de México
hay tres: las casas de cuna de la SSA, del D IF y del D D F) y
después de unos días o meses son adoptados por personas que sí
desean tener un hijo.
Cuantas veces sea necesario hay que repetir que la maternidad
obligada sólo crea madres y niños desgraciados, y reafirm ar la
exigencia del derecho de la mujer a elegir si quiere o no tener un
hijo.
Cientos de niños están siendo m altratados y abandonados,
¿dónde están las almas buenas del movimiento pro-vida?, ¿qué
esperan los moralistas que vociferan contra el aborto para venir a
rescatarlos?

83
EL ABORTO COMO DEFENSA DE LA VIDA

C a s i d i a r i a m e n t e p o d e m o s l e e r noticias que cuentan de atro­


cidades cometidas contra los niños: “ Asesinó a puntapiés a su hijo
de dos años por m ojar la cam a.” “ Desnaturalizada madre tortu­
raba a su hijita.” “ M atrim onio detenido por m atar a su hija” ...
La solución del problema de la tortura ejercida sobre los niños
precisa de múltiples y muy variadas acciones y transformaciones;
entre otras reformas: sistema eficiente de lugares adecuados para
los hijos, protección jurídica a los niños, instrucción a los padres,
divulgación y mejoramiento de los métodos anticonceptivos. La
solución, en realidad, implica una transform ación económica,
política y social de nuestro sistema.
¿Quiénes son los torturadores?, ¿por qué torturan? Podría muy
bien pensarse que son hombres y mujeres que se hicieron padres
sin querer, que torturan porque el hijo constituye un impedimen­
to, porque cayó salvajemente invadiendo la vida, porque se le
culpa de fracasos y limitaciones, porque no tienen con qué mante­
nerlo.
Las razones que puede tener una mujer para no desear un hijo
son las mismas que la harán torturarlo si lo tiene forzadamente.
Desde los inicios de la hum anidad se han limitado artificial­
mente los nacimientos. Entre las diversas maneras de lograrlo el
aborto ha sido una de las prácticas más comunes. Se ha llevado a
cabo en todas las sociedades y ha persistido pese a los embates de
las más feroces concepciones moralistas: los embarazos se han
interrum pido a pesar de las amenazas de muerte, de infiernos y de
cárceles.
Miles de mujeres quedan embarazadas sin elegirlo —porque los
anticonceptivos fallan o porque no se conocen— y encuentran el
aborto como última alternativa. En México, más de dos millones

84
de mujeres abortan cada año, casi todas (el 86%) son católicas,
casadas (65%) y madres de numerosos hijos (70%). A pesar de que
el aborto es considerado un delito, las mujeres abortan antes de
enfrentar una maternidad desastrosa. Esto sucede no por crueldad
sino como una defensa desesperada de la vida.
Las absurdas y rechazadas maternidades destruyen el am or
maternal. La relación m adre-hijo sólo puede ser am orosa cuando
la mujer goza de una situación psicológica y material que le
permita soportar los intensos trabajos que significa la materni­
dad. Las mujeres no podem os consentir en seguir dando la vida si
ésta no tiene un sentido real para nosotras. No podemos ser
madres si no participamos como mujeres directa y conscientemen­
te en la vida política, económica y social. No queremos engendrar
víctimas, sino personas capaces de luchar, de escoger. Para lograr
esto tenemos que cambiar nuestras propias condiciones de vida.
La mujer que asesinó a patadas a su hijo de dos años, la que se
negó a abortar, la que ni siquiera contempló esa posibilidad, más
que el monstruo del que nos apartam os con asco representa una
persona con un com portam iento extremo pero, a fin de cuentas,
familiar a nosotras. Su diferencia es de grado, ao de cualidad: esa
homicida somos todas las mujeres asfixiadas por un orden econó­
mico, político y social que nos oprime hasta despersonalizarnos.
El derecho al aborto voluntario significa recobrar nuestras
propias vidas y las de nuestros hijos: es una forma, no sólo de
dignidad, sino de amor.
Preguntémosles, si no —por encima de ideologías, mistificacio­
nes y razonamientos—, a la adolescente empavorecida, a la campe­
sina em barazada del décimo hijo, a la violada, a la que detesta al
marido, a la enferma, a la desesperada, a la que tenía tantos planes
y proyectos, a la desempleada y a la trabajadora, a la soltera, a la
que perderá el empleo, a la que no quiere tener un hijo...

85
ENTRE AMIGAS

A c o m p a ñ é a u n a a m ig a a h a c e r s e un aborto. En general,
cuando una mujer decide abortar le pide a alguien que la acom ­
pañe, alguien que la ayude a enfrentar la pena de solicitar lo
prohibido, que esté con ella durante los momentos desagradables
de la intervención misma, y que luego pueda llevarla de vuelta a
casa. Debe ser triste tener que ir sola.
Mi amiga había dicho ya por teléfono que necesitaba una
inducción de la menstruación. El médico conocía su caso pues él
mismo le había quitado el aparato intrauterino porque, como
muchas mujeres, no logró tolerarlo. Este médico cree en el dere­
cho de las mujeres de interrum pir los embarazos indeseados, y
arriesga su licencia médica practicando abortos, pero no desapro­
vecha la oportunidad de lucrar con ello.
Acomodaron a mi amiga en la cama ginecológica y de inmedia­
to comenzó el aborto. El procedimiento empleado fue el siguiente:
se inserta en el útero un pequeño y flexible tubo de plástico a
través de la cerviz sin dilatar. El final exterior del tubo está
conectado a una fuente de succión, a una bomba eléctrica o
mecánica o, como en este caso, a una simple jeringa que succiona
el tejido de las paredes del útero. Lo que sale es el endom etrio y el
tejido fetal. Este método no requiere anestesia, las punzadas son
levemente dolorosas y pasan pronto. En ningún momento vi
padecer a mi amiga. Yo le tom aba la mano y le sugería que
respirara profundamente. Y ella me iba explicando que sentía algo
así como un ligero cólico menstrual. N ada de lo que vi me hacía
pensar en la muerte de un niño; la jeringa se llenó en apariencia
sólo de sangre.
Es preciso aclarar que este procedimiento únicamente puede ser
usado hasta las primeras ocho semanas de embarazo y que en

86
México todavía se practica muy poco. El método de aborto más
común, y que puede emplearse sin problem a hasta las doce sema­
nas de embarazo, es aquel que va dilatando el cuello de la cerviz
hasta que la abertura es lo suficientemente ancha como para que
la punta del aspirador entre en el útero. Después de la aspiración,
el médico introduce un instrumento de metal y lo mueve dentro del
útero para com probar que esté completamente vacío. Tal procedi­
miento requiere de anestesia local y la posibilidad de una compli­
cación es un tanto más elevada que en el método de succión.
Desde luego, un aborto es más sencillo mientras más reciente es el
embarazo.
El aborto duró once minutos, desde que mi amiga caminó hacia
la salita de exploración hasta que, ya de vuelta, se sentó a escuchar
las instrucciones del médico. En realidad, estaba radiante, sin
rastros de dolor o cansancio; estaba, sobre todo, aliviada, como si
le hubieran quitado una enorme carga de encima.
Por supuesto, la tranquilidad de este aborto fue posible por
diversas razones. La primera, que mi amiga contaba con los
cuatro mil pesos que cobraba el médico; además, tenía solamente
dos meses de embarazo y, por último, disfrutaba del privilegio de
contar con información, la conciencia política y la compañía
necesaria para vivir un aborto sin culpa.
Lo que resulta inadmisible es que no todas las mujeres com par­
tan dichas condiciones, que haya mujeres que tengan que morir
por una intervención más sencilla que la extracción de una muela.
Las técnicas del aborto tem prano, o sea durante el primer
trimestre del embarazo, son tan simples que pueden ser utilizadas
por personal paramédico entrenado, siempre que cuente con un
servicio de emergencia cercano para el caso remoto de una com­
plicación. Los gastos, además, son mínimos, porque un aborto
bien hecho no necesita hospitalización.
Mi amiga salió “ por su propio pie” , veinte minutos después de
haber entrado al consultorio, comió con enorme apetito y se fue a
trabajar.

87
SOBRE EL ABORTO

E x is t e n h e c h o s h u m a n o s que no pueden ser reglamentados,


hechos íntim os que atañ e n únicam ente a quien los realiza.
Tener o no tener hijos es producto de una decisión que no puede
sujetarse a una ley. Sin embargo, el poder en los diversos Estados
del m undo otorga y despoja, a partir de sus propios intereses, el
derecho a elegir la procreación. Hay lugares en donde se premia la
m aternidad y otros donde la esterilización es forzada, donde sólo
se permite un hijo o se cuenta con la posibilidad condicionada del
aborto, que en el caso de México se castiga todavía.
Ninguno de estos dictámenes públicos está basado en las necesi­
dades de las mujeres, ninguno permite elegir. Todos obedecen a
necesidades económico-políticas de permanencia en el poder,
medidas de equilibrio dictadas por el crecimiento del ejército de
reserva, la falta de fuerza de trabajo o de carne de cañón utilizable
en un momento crítico. Las leyes que rigen las reproducción
hum ana son piezas de ajedrez que se disfrazan de guardianas de la
arm onía social. Si las mujeres compartiéramos el poder, o mejor,
si viviésemos en una sociedad sin lucha de clases ni de sexos, la
sexualidad dejaría de ser cuestión de reglamentos. La complejidad
y diversidad de conductas en cuanto a la reproducción es tan
grande que la única ley justa sería la libertad.
Mientras llega ese momento y los Estados patriarcales siguen
planeando cómo capitalizar nuestros procesos corporales, las
mujeres intentamos gobernar nuestros destinos en las desventajas
de la clandestinidad. Así, a pesar de que las altas esferas deciden
prohibir el aborto, las mujeres de toda la tierra lo han practicado
siempre para controlar las concepciones indeseadas.
Las leyes prohibitivas no disminuyen los abortos: los convier­
ten en gravísimos riesgos. Lo que disminuiría su cantidad sería la

88
existencia de anticonceptivos seguros y gratuitos para hombres y
mujeres; la información verídica sobre el funcionamiento sexual
humano, diferenciando la reproducción del placer; la dignificación
social de la maternidad que la convierta en una disyuntiva no
excluyente del resto de las actividades de las mujeres; la transfor­
mación del código moral condenatorio para la madre soltera, y el
término de los apuros económicos para criar un hijo. La disminu­
ción de los abortos depende de la estructura social.
El aborto seguirá subsistiendo por un buen rato como último
recurso de control de la natalidad. Mientras tanto, su prohibición
entraña riesgos de salud e incluso de vida para miles de mujeres.
Ninguna institución debe obligarnos a enfrentar condiciones ate­
rradoras de falta de higiene, de tristeza y de vergüenza. Por eso, la
revuelta contra las leyes penales sobre el aborto.
En varias partes del mundo las mujeres se organizan, llenan las
calles, rompen la clandestinidad y muestran carteles: “ Yo también
he abortado.” Hablan en voz alta del problema, denuncian, exigen.
Como hace algunos años en otros países, ahora en México
acudimos a las cámaras, confiamos en los que se han ofrecido como
aliados y denunciamos las ciento cuarenta mil muertes anuales
por abortos clandestinos en nuestro país.
En la polémica sobre el aborto han intervenido ya muchas
voces: presidentes, obispos, diputados, partidos y periodistas han
opinado, en su mayoría en contra de la lucha de las mujeres por la
despenalización del aborto, por su práctica libre y gratuita en
instalaciones hospitalarias para todas las mujeres que así lo deseen.
A las mujeres que exigimos que la legislación del aborto se
incluya en el código sanitario y no en el código penal se nos ha
repetido una y otra vez que somos asesinas de la vida hum ana
inocente, que el aborto no puede ser un medio de control de la
natalidad, etcétera, etcétera. A estos argumentos hemos respondido
también una y otra vez que nunca hemos pretendido controlar el
crecimiento demográfico mediante el aborto. Es más, nos hemos
opuesto a que se nos manipule y se nos use como instrumento para
las distintas políticas demográficas.
Se trata, en primer lugar, del derecho a decidir sobre nuestro
propio cuerpo, sobre si queremos ser madres o no y sobre cuántos
hijos queremos tener.
El aborto no es ni un medio de anticoncepción, ni una medida
de control demográfico. El aborto es el último recurso para la mujer
que quedó em barazada sin quererlo. Este último recurso es un
acto desesperado en defensa de la vida, de una vida digna: no dejar

89
venir al mundo a un ser de antem ano rechazado.
Los que condenan el aborto se preocupan por una vida futura,
en abstracto, pero jamás se han preocupado por la vida concreta
que llevará una madre que no quiso serlo y un niño o niña que, en
el mejor de los casos, será considerado como una carga indeseada.
Una mejor y más amplia educación, más investigación para
obtener mejores medios de anticoncepción, un sistema eficiente de
guarderías, etcétera, todo esto son reformas necesarias, pero no
pueden sustituir la legalización del aborto, como muchos argu­
mentan. Lo uno no excluye lo otro. Sobre todo, estas reformas no
constituyen ningún consuelo ni una alternativa real para las muje­
res que, por falla del anticonceptivo o porque no tuvieron acceso a
él, se han em barazado y no quieren o no pueden tener el hijo.
Una nueva legislación sobre el aborto se hace urgente al ver las
altas cifras de m ortalidad a causa de un aborto mal practicado y al
conocer el riesgo que significa abortar en la clandestinidad, en
condiciones de higiene pésimas, así como los altos costos y las
agresiones por parte de algunos médicos quienes, a fin de cuentas,
son de los pocos beneficiarios de la actual ley que prohíbe el
aborto.
Así, la discusión pública sobre el aborto gira en torno a estos
argumentos. Ciertos sectores del gobierno y de la Iglesia se dan la
mano en la condena del aborto como “ brutal práctica y abom ina­
ble asesinato” . Pero no faltan quienes, desde otras filas, atacan la
lucha de las mujeres por su autodeterminación. Algunos grupos
dentro de partidos y organizaciones de la izquierda, que general­
mente relegan la lucha de las mujeres a un plano secundario, nos
han inculpado de desviar la atención de los grandes problemas de
la salud pública, como si el hecho de que los miles de mujeres que
ocupan camas en esas instituciones, requiriendo de largos trata­
mientos a causa de un aborto maf practicado, no fueran un proble­
ma. Nos han acusado de querer despoblar el país y de violentar
principios morales y religiosos que sustenta la mayoría de nuestro
pueblo. Entonces, surge la pregunta: ¿por qué la mayoría de las
mujeres que abortan en México son casadas y católicas?

90
Vida cotidiana
EL AMOR

¿E x is t e el a m o r ? El am or existe en cuanto imposible, no co­


rrespondido, esperado, ilusorio, perdido, incompleto. La pala­
bra “ am or” no tiene el mismo significado para el hombre que para
la mujer. La mujer ama al hombre y el hombre al trabajo. Para el
hombre el am or es algo “ más” , mientras que para la mujer es una
razón de ser. En nombre del am or se hicieron tantos usos, abusos,
desusos; lo inflaron y desinflaron según conveniencia. Es una
especie de tiranía casi gentil a la cual nos sometemos desde el
instante mismo de la intimidad; por ella abandonam os nuestros
nombres, nuestra carrera, nuestras costumbres, ysam os sus ojos,
nos bañam os en sus éxitos, perdemos nuestras identidades en
ellos, a quienes sentimos como más “ fuertes” . Cuántas veces,
estando a solas, hemos suspirado: “ ¡si encontrara alguien que me
protegiera!” Pero, cuando lo encontramos, el precio es tan alto
que sólo se compara al pagado a nuestros padres, al convertirnos
en lo que ellos deseaban que fuéramos.
Se dice que el am or es el antídoto de la soledad y del aburrim ien­
to. ¿Pero es así verdaderamente para la mujer que lee la parte
posterior del periódico del marido? Se dice que es un escape a la
inseguridad. ¿Qué opinan al respecto las mujeres abandonadas,
las viudas con pensiones insuficientes?
La aventura suprema sigue siendo enamorarse. Am ar y ser
am ada constituye desde la edad tem prana la obsesión de las
chicas, quienes siguen esperando todavía algo maravilloso, mági­
co. Las revistas femeninas tratan la misma historia: adulterio,
decepción, nostalgia, celos, desengaño. Sigue prevaleciendo la
figura de la mujer abandonada que “ ha dado los mejores años de
su vida” . Para la sociedad el am or es una cosa conveniente: los
amantes que viven el uno para el otro están muertos para el

93
mundo exterior. Un hombre muerto constituye un buen emplea­
do, la mujer olvidada dentro de su casa, en eterna espera, no
representa ningún peligro. El am or para la mujer es un quehacer
de tiempo completo, sin sueldo, ya que el am or no se cotiza. Hoy
las mujeres empiezan a conocer su precio. Con la proliferación de
las instituciones de asistencia, de salud pública, guarderías, etcéte­
ra, el Estado está calculando los costos altísimos del amor, de este
am or que se convierte en servicio social.
Regresando a lo privado, am ar —este acto cognoscitivo— se ha
vuelto mucho más difícil, cuesta más trabajo idolatrarnos m utua­
mente, y lograr esta transfiguración es casi imposible. El hombre y
la mujer parecen como dos luchadores de artes marciales. Uno
frente al otro. Cada quien tiene miedo de aventurarse en el dominio
del otro, porque sabe que ahí el otro es más fuerte. El hombre tiene
miedo de entrar en el mundo de los sentimientos, como la mujer en
el del sexo.
El amor y el sexo, como cualquier otra relación, requieren demo­
cracia. La solución pudiera ser —y aquí quiero crear una consigna—
que en vez de am or sin amistad, hubiera una amistad con amor.

94
TRABAJO POR AMOR

L a i d e o l o g í a d e l a m o r j u s t i f i c a el abuso hacía el traba­


jo que desempeña el ama de casa cotidianam ente a cambio de
su sobrevivencia. En nuestra sociedad se maneja el am or para
no reconocer al ama de casa como trabajadora, ya que da sus
servicios por amor. D entro de este contexto, la reproducción de la
fuerza de trabajo no se valoriza como la otra parte de la produc­
ción social de mercancías. A pesar de esta dulce envoltura ideoló­
gica que cubre al trabajo doméstico, el m atrim onio no es más que
un contrato de trabajo en donde el beneficiado es el capital, y el
hombre es el destinado socialmente a vigilar, disciplinar y sancio­
nar a los miembros de la familia. Si la mujer intenta rebelarse
y rehúsa cumplir con sus tareas, estará infringiendo el pacto de
amor. Las sanciones, represiones y coacciones pueden ir desde el
más sutil nivel de violencia hasta el homicidio. El ama de casa no
recibe salario por su trabajo, se le puede rebajar a la conveniencia
del m arido el gasto familiar, incluso atentando contra la sobrevi­
vencia de la familia, y es común el despido y la sustitución de la
esposa; pero como no se trata de una relación de trabajo, sino de
una relación amorosa, obviamente las formas de lucha posibles no
son ni la lucha sindical, ni la huelga. Su única form a de rebelión
inmediata es el rechazo a realizar el trabajo doméstico de buen
grado. Si la mujer se rehúsa no a trabajar, sino a hacerlo de buen gra­
do, el hombre la culpa por no am arlo lo suficiente. Al juzgarla
culpable, se procede al castigo. Si la violencia psicológica, afectiva
y sexual no resulta suficiente para com poner la situación, se
puede utilizar la violencia física. El hombre está socialmente autori­
zado para hacer uso de la violencia, puesto que “ lo hace porque la
am a” , de acuerdo con las reglas del contrato-m atrim onio. De esta
manera, goza de una “ impunidad am orosa” . El hom bre aparece

95
como el mejor instrumento para controlar el buen funcionamien­
to del universo familiar; es el árbitro que decide cómo y cuándo
ejecutar el castigo, es el juez y el verdugo, es el “ todopoderoso” en
su dominio, es el agente ideal del capital y del Estado. La violencia
ejercida por el hombre en el hogar constituye una válvula de
escape de la propia violencia que él sufre y de las frustraciones
cotidianas que enfrenta en sus relaciones de trabajo. El amor
como expresión máxima de la comunicación y la identificación
con el otro se ve reducido a un vil contrato de trabajo. Toda
nuestra capacidad de emoción, de sensibilidad y de placer se
queda en potencia. En esta relación de oprim ida-opresor que
llamamos relación amorosa, no tiene lugar la libre elección, el
libre manejo de los sentimientos. ¿Es posible el amor entre amo y
esclava? El am or sigue siendo una utopía.

96
LOS CELOS

P a r e c ía q u e e l v ie n t o d e l 68 los había borrado para siem­


pre; el lenguaje de alguna manera se modificó, se usó menos
la terminología: “ mi m arido” , “ mi esposa” , “ mi novio” . Estos
términos fueron reemplazados por otros menos com prom etedo­
res tales como “ mi cuate” , “ mi com pañera” . Sin embargo, subsis­
tió el pronom bre posesivo “ mi” . Y aquí están los celos todavía
entre nosotras, para quedarse, como las brasas bajo la cenizas,
con la misma obsesión. Decimos que no somos celosas, pero por
dentro se nos revuelven las tripas.
Para la mujer los celos representan el miedo a ser privada de una
relación sobre la cual se basa aún toda su existencia afectiva,
económica y social. La mayoría de los hombres, frente a este
problema, declaran que para ellos no existen (mientras no se trate
de su compañera). Cuando les conviene, se com portan como
suecos; cuando no, como mexicanos.
Tampoco la pareja abierta resolvió la situación. Este manejo
abierto de otras relaciones posibles se basa en la sinceridad de la
pareja con una recíproca benevolencia bien reglamentada. El hom­
bre que llega a casa, después de un lance, arrastrando los pies
(post coiíum, animal triste), sigue creando conflictos, y una finge
indiferencia o agrado, como patadas en la espinilla de niños mal
educados. En la pareja abierta se proclamó una libertad que nadie
ha estado nunca dispuesto a pagar. Y quienes han tenido que
pagarla han sido los más débiles, es decir, las mujeres. Además,
este tipo de relación supone una sociedad más móvil y no un orden
social monogámico, aunque sea sólo aparente.
Admitimos que tam poco el cambio de esposas, cambio de
pareja, ofrece posibilidades de alternativa. Es una semilibertad sexual
en el marco de la monogamia, además de ser bastante escuálida.

97
Sentimos la necesidad de transform ar las relaciones, pero no
sabemos de qué manera. Aceptar el modelo de la pareja abierta
nos cuesta trabajo ya que implica frecuentarse, tener relaciones
sexuales, pasar juntos meses y años, crea inevitablemente una
comunión de vida, de costumbres, de puntos de referencia. Saber
que el otro está disponible para otras posibles relaciones no puede
dejar de causar un estado de incomodidad, por no decir de insegu­
ridad. El interés afectivo autom áticam ente disminuye cuando uno
vive con una persona que le puede fallar en cualquier momento. Y
lo que sufre, en definitiva, es la calidad de la relación.
El adulterio hoy está considerado —en nuestra sociedad sexual-
mente represiva— como una válvula de escape del matrimonio. Se
lleva a cabo mediante el engaño, a escondidas, furtivamente,
huyendo y mintiendo para elegir el mal menor, para “ ahorrar” el
sufrimiento al compañero o a la compañera. Un poco con la
opinión de que lo que no se sabe no existe. Están lejos los tiempos
en que el adulterio se castigaba mediante quemadas con un tizón y
azotes con varilla; sin embargo, en el Código Penal mexicano
todavía existe el concepto de culpa (artículo 273): “ Se aplicará
prisión hasta de dos años y privación de derechos civiles hasta por
seis años, a los culpables de adulterio cometido en el domicilio
conyugal o con escándalo.”
El hombre se convenció a sí mismo y a la mujer de que ella es
instintivamente y por razones biológicas mucho más m onógama
que él y, por consecuencia, debe vivir una vida más casta.
Mientras el adulterio femenino siempre ha sido considerado
como ilegítimo, lleno de significados y emociones, el adulterio
masculino se presenta legitimado por la sociedad. Un ejemplo de
esto son las revistas femeninas, que lo enfocan como un fenómeno
natural, como cosa propia del hombre: “la mejor manera de
asegurar que el marido no busque a otra fuera de casa es convertirse
en su mejor amante, en ser actriz capaz de interpretar muchos
papeles, pasando de uno al otro sin previo aviso” ; o b ien: “retenga
a su marido preparándole de vez en vez una cena afrodisiaca a la
luz de la vela” .
La estructura de las emociones sigue siendo tremendamente
igual a la de hace siglos. El nacimiento del nuevo ser hum ano está
todavía lejano.

98
ÉRASE UNA VEZ

Q u is ie r a c o n t a r u n a p e q u e ñ a h i s t o r i a . Pequeña por el tam a­


ño, el tiempo y la talla de las personas, niñas y niños, seres también
llamados —desde hace más o menos cuatro siglos— infantes.
Según cuentan los historiadores y la gente de saber, los pequeños
no vivían diferenciados de los adultos, ni por sus vestidos, ni por
sus juegos, oficios, habitaciones o trato especial. Estaban mezclados
con los mayores en todas partes. Los pequeños circulaban en el
espacio colectivo de la comunidad; la socialización y el aprendizaje
de un trabajo se realizaban de muy distinta manera a la de hoy en
día. Los niños rondaban alrededor de los maestros de oficio,
se veía, se tocaba, se olfateaba y se gustaba del quehacer. La vida
estaba organizada afuera de las casas. Éstas no tenían la misma
función que ahora; todavía no existía el espacio privatizado para
aislar a cada persona de la familia (recámara, sala, comedor,
etcétera) y parcializar la vida cotidiana.
La calle era el lugar de socialización más im portante, con la
existencia de plazas y lugares para toda la comunidad. Estos
lugares se convirtieron más tarde en lugares de tránsito, de vacío
hostil a los habitantes.
El concepto de infancia se produjo con el surgimiento del
capitalismo, que impuso necesidades distintas a los individuos. La
institución familia se modificó y, a partir de ese momento, se
encerró a cada núcleo en su casa y se levantaron paredes de
separación en el espacio del hogar. Así fue como quedó aislada y
se le encargó la socialización de los niños. A la madre se le exigió
que cumpliera con el papel de madre abnegada, educadora y
represora de los infantes. Para ayudarla en esta tarea, y hacer más
efectiva la domesticación, estaba la escuela, y con ella se agilizó el
proceso de diferenciación con los adultos. Se dio principio a los

99
cuentos y libros para los niños, vestidos distintos, juegos y desinfor­
mación sexual. Resultado final: la marginalidad de los pequeños
en la sociedad.

100
DE LA M ADRE SANTA A LA PURA M ADRE

La m a d r e f e s t e j a d a e l 10 d e m a y o es un ídolo al que se
rinde un culto casi religioso, similar al del 12 de diciembre en
que se adora a la mujer virgen y santa. La m aternidad es elevada
como único destino, única tarea válida, única posibilidad de
realización de la mujer. La madre abnegada que se sacrifica por
sus hijos es puesta en un altar, es celebrada no como persona, sino
como un mito institucionalizado.
Esta glorificación de la mujer-madre se manifiesta tam bién en el
lenguaje. Quien dice “ chinga tu m adre” o “ tu chingada m adre”
toca el punto supuestamente más vulnerable del otro: la madre;
ata,ca lo que se considera más sagrado, lo más íntimo; agrede,
viola la imagen idealizada, mitificada de la madre. Este insulto es
una expresión machista y se dirige al macho. Es un insulto a la
madre pero a través del hombre. La madre no existe por sí, sino en
función de y como propiedad del hijo.
La larga lista de insultos que se refieren a la mujer y específica­
mente a la madre no sólo corresponde a la glorificación de ésta
sino que refleja también la cruel realidad de la opresión y de la
humillación constantes de la mujer. En esas palabras, que por su
uso cotidiano van perdiendo algo de su significado estricto, conser­
van sólo su carga emotiva, se reflejan los tradicionales papeles de
lo masculino y lo femenino. También expresan la violencia de las
relaciones entre los sexos donde se impone el hombre sobre la
mujer: el que “ chinga” , el “chingón” es el hombre fuerte, activo;
la “chingada” es la mujer pasiva y víctima; ha perdido su identidad, su
nombre, ya no es nadie, es la nada. En el concepto de la “ chin­
gada” se resume atrozmente la condición femenina de una sociedad
sexista. La identificación de la mujer-madre, “ ¡a toda madre!” ,

101
“ ¡tan venerada!” con la nada es obvia en expresiones como “ ¡vale
m adre” o “ ¡esto es una madre!” , que equivale a no vale nada. En
cambio, decimos “ ¡qué padre!” cuando algo nos gusta. El padre
en el lenguaje connota hermosura, belleza, agrado.
Las “ malas palabras” recogen de alguna manera las formas
más brutales y violentas de la opresión de la mujer. En el lenguaje
cotidiano se refleja la contradicción existente entre la realidad de
la condición femenina y el mito que se ha construido para encubrir
esta realidad. La mujer chingada contra la sagrada madre abnega­
da, conceptos de nuestro lenguaje cargado de la ideología machista
y sexista que nos degrada.

102
TENER QUE SALIR SIN PERMISO

“ S e ñ o r a , n o v in o a l a ú l t im a reunión de padres de familia” ,


dice el director de la escuela. “ No es que no quisiera, pero en
mi trabajo no me permiten salir durante las horas laborales” ,
contesta la madre, confusa. “ Señora, tiene que escoger entre sus
hijos y su trabajo. Los niños necesitan de una madre, no de una
señora que entra y sale.” “ Pero, señor director, es que ese dinero
nos hace falta.” “¿Qué es lo más importante para usted, el porvenir
de sus hijos o los pesos que gana? Además, todos los niños cuyas
madres trabajan fuera del hogar son rebeldes y caminan a gran­
des pasos hacia la delincuencia.” La madre sale del despacho, los
hombros encorvados. Siente el peso de la culpabilidad. Es culpable
de no cumplir con el único papel que la moral dom inante le
reserva, de no cumplir con la total abnegación que se requiere
para su papel de madre. El trabajo de esa señora al exterior
trastorna el orden familiar.
Esa mujer “ sale” a trabajar, traspasa el umbral de lo permitido.
La calle, es decir, el exterior, no es un espacio de la mujer, no tiene
derecho a él. “ Una mujer honesta debe quedarse en su casa, la
calle es para las mujeres cualquiera” , decía ya el poeta griego
Menandro.
No estamos muy lejos de esa máxima o de lo que dicta en
nuestros días la moral coránica. Podemos visitar pueblitos iraníes
donde nunca nos encontraremos con una sola mujer, ni siquiera
velada. Los hombres se encargan del mercado para que el vecino
no pueda decir que vio a sus mujeres en la calle, porque una mujer
que recorre a solas la calle no es más que una prostituta. En
Occidente, el capitalismo va empujando hacia afuera a masas de
mujeres, cuya m ano de obra barata se necesita. El encierro de las
mujeres en el hogar se vuelve económicamente imposible para el

103
sustento familiar; se necesita de un salario de apoyo, ya que no va
más allá de eso, pero la prohibición moral, la misma que la griega
o la iraní, sigue vigente.
Salir a trabajar se vuelve sinónimo de abandonar el hogar, a los
hijos y volverse accesible a todos los hombres que nos rodean. E.
Sullerot, en su Historia y sociología del trabajo femenino*, habla
de una segmentación del espacio exterior, es decir, la economía
doméstica, que no se reduce estrictamente a las cuatro paredes de
la casa, sino que se extiende al trabajo en el campo, en la comuni­
dad, en el barrio. Su derecho a salir de la casa está condicionado a
la realización de lo meramente doméstico. Podrá establecer rela­
ciones con la m archanta del mercado, con la maestra o con el
médico de los hijos, pero si ella, la mujer, establece relaciones con
personas desligadas de la familia, infringe ya el código de lo
permitido.
El sistem a capitalista, incapaz p o r conveniencia p ro p ia de
socializar la educación y las tareas domésticas, trata de conciliar
lo irreconciliable: que las mujeres permanezcan en la familia y que
se integren a la producción. De ahí surge una alternativa: la orga­
nización del trabajo a domicilio, trabajo cuyas condiciones de
sobreexplotación se basan en un pago de miseria a destajo, sin
ninguna prestación social y en el total aislamiento.
Las mujeres nos vemos en la obligación de conquistar no sola­
mente el derecho al trato igualitario en el trabajo, sino también el
espacio exterior que nos está negado. Cada vez que alguna de
nosotras tiene que salir a trabajar, se enfrenta a la prohibición del
código moral, y esta contradicción nos llena de sentimientos de
culpa. La señora descrita al comienzo tendrá que seguir saliendo
al espacio prohibido y seguirá cargando por lo tanto una culpa
continua, hasta que no se destruya la moral dominante.

* Sullerot, Evelyne, Historia y sociología del trabajo femenino. Ed. Península


Barcelona, 1970, 409 pp.

104
MIEDO AL CAMBIO

U n a c o s a es p e n s a r q u e la sociedad debe cambiar y otra muy


distinta es ser capaz de soportar los cambios, ya no digamos
de disfrutarlos. Podemos quejarnos durante horas de nuestras
infames condiciones de vida y disertar noches enteras acerca de
cómo debería ser el mundo, pero una mudanza nos enloquece,
una variación de los planes nos paraliza, y una separación definiti­
vamente nos mata.
Con frecuencia, el cambio se toma como sinónimo de fracaso.
Si una joven muda de carrera, si un grupo se disuelve, si alguien se
convierte a otro sistema de ideas o creencias, se dirá que ha
fracasado. El ejemplo más claro lo ofrece el divorcio. Cuando una
pareja decide separarse, ha fracasado, especialmente la mujer,
quien a partir de la separación será, a secas, una fracasada. Desde
luego, las modas verbales también varían con el tiempo y ahora el
fracaso se ha vuelto “ truene” , pero el sentido sigue siendo el
mismo: el cambio es fracaso, truene, tragedia, incapacidad de
hacerla, inestabilidad, derrota.
Este mirar el cambio con tan malos ojos va íntimamente ligado
a la idea de que las decisiones que tomamos deben ser para toda la
vida, idea opuesta a las leyes de la naturaleza. Todo en este mundo
se transform a, hasta las piedras se ven desgastadas por el m ar y
convertidas en arena; no se diga, pues, ya, cualquier criatura viva,
que necesariamente crece y se desarrolla.
Los procesos de desarrollo personal y social implican muchos
cambios. De este modo, lo que es creativo, útil o placentero en un
momento dado, pasado el tiempo puede resultar estéril, lo cual no
significa que haya sido estéril desde un comienzo, sino que ahora
lo es. O como dijo Flores Magón: “ Los revolucionarios de hoy,
serán los reaccionarios de m añana.”

105
La necesidad de cambio surge en varios momentos de la vida de
las personas y de los pueblos. Los síntomas van de una leve
inconformidad a la angustia aguda y galopante. Siempre esta
necesidad de cambio es conflictiva, se presenta como una cuerda
tirada con fuerza por los dos lados; atrás, queda la seguridad de lo
conocido —por más desagradable que sea—, del otro lado no se
sabe qué nos espera. Puede ser peor, pero siempre cabe la esperan­
za de que sea mejor que lo antecedente.
Cuando alguien se encuentra en ésta, quizá afortunada o desa­
fortunada situación, al borde de la asfixia y la desarticulación, se
dice que está en crisis, o, cayendo en el equívoco del que hablába­
mos, se dice que está tronando.
En la lengua china, la palabra crisis contiene el doble significa­
do de riesgo y oportunidad. Cuando surge la necesidad de cambiar,
tanto en lo personal como en lo colectivo, no caben más que dos
cosas: arriesgarse a la transform ación o condenarse a la inmovili­
dad. Muchas veces, frente al temor, al señalamiento social o ante
el pánico a lo desconocido, elegimos la inmovilidad, dejando
escapar una oportunidad de crecimiento.

106
Lugar con límites
EN LA CÁRCEL Y EN EL HOSPITAL

E n l a c á r c l l y en ll h o s p it a l la situación de la mujer se
presenta de manera extrema. Son espacios limitados, restringi­
dos, donde tanto la mujer como el hombre están sometidos al
cercamiento, a la restricción, a la exasperación, casi al anula-
miento de la personalidad.
Sin embargo, la opresión de la mujer se acentúa más entre esos
muros, ahí se amplifican los estereotipos de los roles. La mujer
llega a tales lugares con la ausencia de poder y de responsabilidad
sociales que le han sido asignados por la sociedad. Se trata de
espacios semejantes a “ las reservaciones de indios” . La brutalidad
de los manicomios, las cárceles y los hospitales refleja la brutalidad
de la sociedad entera. El hospital, por moderno que sea, sigue
teniendo una estructura carcelaria, y las enfermedades surgidas
precisamente por causa del aislamiento se las pretende curar por
medio del aislamiento.
En cuanto a la salud mental de la mujer, se sabe que se la
considera más enferma que al hombre. Basta con recordar el dicho
según el cual “ hay que ser loca para ser mujer” , y, asimismo, existe
una serie de adjetivos que se refieren solamente a lo femenino,
como son: la histérica, la ninfómana, la castradora, la masoquista.
Y aunque cada palabra pueda referirse también a lo masculino, su
connotación no es la misma.
Estos conceptos supuestamente tienen que ver con la naturaleza;,
una naturaleza codificada por los hombres que se presenta engañosa
para las mujeres. ¡No hay que confiar mucho en la naturaleza! La ga­
ma de comportamiento reconocida como legítima es muy reducida en
cuanto a la mujer en com paración con el hombre. Ella puede
cometer menos errores. Una mujer agresiva, egoísta, no es sola­
mente una mujer agresiva y egoísta, sino algo extraño a la natura-

109
leza femenina. Ella está considerada como un cuerpo para los
demás; por lo tanto, sus deseos sexuales son vistos como antinatu­
rales. Y mientras en la cárcel los hombres pueden rentar cuartos,
recibir visitas, gozar de ciertos privilegios, la mujer no. La mujer
vive en ‘‘eterna adolescencia” .
En el hospital y en la cárcel se la acepta si es pasiva, si se adapta
a la situación. En las cárceles —para citar un ejemplo— prefieren
más a las asesinas y a las ladronas arrepentidas que a las políticas y
a las drogadictas, ya que la agresividad y la rebelión forman parte
exclusiva de los atributos del hombre.
¿Qué pasa cuando las mujeres, con esta naturaleza impuesta, se
encuentran en dichos lugares, que requieren un constante autosa-
crificio? Viven una crisis que no conoce alternativas, se encierran
en una impotencia que puede desembocar en distintos tipos de
expresiones: en la pasividad, en la violencia física, o en la autodes-
trucción.
Los sociólogos, los médicos y los psicoanalistas, con su orienta­
ción paternal, no ayudan. Resulta irónico que en su mayoría los
expertos en el conocimiento de la mujer sean hombres: ellos
determinan si somos locas, enfermas mentales o crimínales. Este
fenómeno es un tanto semejante a los criterios según los cuales se
condenó a las brujas en la Edad Media: a la sospechosa la echaban
a la hoguera, y si ardía, bruja era.

110
CÁRCEL DE MUJERES I

L l e g a m o s a l a c á r c e l d e m u j e r e s un jueves por la tarde.


Ibamos a dar la última función de una gira por los reclusorios del
D.F. Nos extrañó que la sala estuviese casi vacía. En todos los
anteriores habíamos encontrado las salas abarrotadas. Nos ex­
plicaron que la mayoría de las mujeres estaban trabajando y que
no podrían venir. En esta cárcel, a diferencia de las de varones, las
“ actividades culturales” no cuentan como puntos buenos en favor
de la libertad. Después comprendimos la razón de esta distinción.
Dimos, pues, la función para una treintena de personas, algunas
con niños en los brazos. En prim era fila, doña María, con su
vestido de tehuana y su cabello enorme y blanco, bprdaba maravi­
llas. En la conversación que tuvimos después de la representación,
doña María opinaba que era un error que las mujeres trabajaran
fuera de la casa: “ Eso hace que los hombres se vuelvan más
huevones. Y ven ustedes, allá en el Istmo las mujeres van a
trabajar al campo y, mientras, los hombres tiradotes en la hamaca;
llegan las mujeres a hechar las tortillas y los hombres siguen tiradotes
en la ham aca.” Doña María es poetisa, aunque analfabeta; dicta a
otras sus poemas. Ladrona reincidente, le han preguntado la
razón de su com portamiento y ella responde que todo se debe a su
alma de aventurera. Pero doña M aría es una excepción gozosa en
este encierro; la mayoría llega aquí por necesidad y desesperación.
Están las jovencitas drogadictas, místicas incom prendidas, solí­
simas. Una de ellas, lentes oscuros y pantalón de mezclilla, decía:
“ La gente está equivocada, se preocupa demasiado por lo material
y poco por la energía. Yo soy un ser especial, tuve una hija hace
tres años sin haber tenido nunca relaciones sexuales. Pregunten si
no, yo jam ás he recibido visita de hombre. Tengo tam bién una
mirada especial, miren qué tristes mis ojos.” Y levanta sus lentes y

111
nos muestra su mirada dilatada y ausente, y ciertamente triste.
“ Tengo que conseguir mucho dinero, la droga es cara.” Varias
jóvenes se le acercan y cuchichean secretos problemas de la adic­
ción.
Interviene otra mujer, quizá cerca de los cincuenta: “ Yo creo
que la mujer sí debe salir a trabajar, conocer otras cosas, otras
gentes. Fíjense, yo, treinta años me pasé yendo de mi casa a la
escuela de los niños y al mercado. No salí de ahí, sólo para venirme
para acá. Tengo compañeras que cuentan de Acapulco, de Cuer­
na vaca, pero yo no conozco nada de eso.” Doña María la interrum­
pe y le explica sonriente: “ Si estás aquí, ya conoces todo México.”
Terminado el debate nos invitan a un recorrido por la cárcel. Túne­
les fríos, todo viejo y sucio. También esto nos extraña, las nuevas
cárceles para varones son simulacros de hoteles de lujo.
Llegamos a los sótanos y comprendimos por qué nuestra función
había estado tan despoblada. En salas enormes que evocan las
fábricas de principio de siglo decenas de mujeres se aplican al
trabajo de maquila. Envuelven, en atractivos papeles de colores,
las paletas Tutsy Pop, las que se van para los Estados Unidos, que
por cierto saben diferente de las que se quedan en México. Cada
paleta envuelta es un minuto menos de encarcelamiento. Así que
algunas trabajan desde las nueve de la mañana hasta las siete de la
noche, en furiosa carrera por alcanzar la libertad. Dicen que la
que más gana se lleva sus ochenta pesos al mes, “ pero si una tiene
hijos, lo que sea es bueno” .
También pintan minúsculos ojos y bocas en los seguros para
bebé de no sé qué marca. Y cuentan que hace tiempo, la Adams les
encargó la maquila de miles de paracaídas en los que echarían a
v o lar los correspondientes miles de chicles po r los cielos de
nuestra ciudad. Un joven adm inistrador de dicha empresa expli­
caba: “ Pobres, ¿no? Siquiera llevarles algo de trabajo; claro que a
nosotros nos conviene. ¿Dónde vamos a encontrar mano de obra
tan barata? Pero a ellas también, porque ahí encerradas, qué van a
hacer.”
Ahora ya no se dice cárcel, se dice reclusorio; ya las presas han
dejado de serlo, ahora son internas; ya no existen las celdas, se han
convertido en dormitorios; hasta la explotación ha cambiado de
nombre, la llaman ahora caridad.
Oscurece, y hasta las fábricas ocultas llegan los cantos de las
mujeres que han ido a misa. Sí, si estás aquí, ya conoces todo
México.

112
CÁRCEL DE MUJERES II

L a c á r c e l a p a r e c e a n t e nuestros ojos como cualquier quin­


ta vieja de Cuernavaca: portón grande de fierro, barda enca­
lada reflejando la luz generosa. Apenas se notan sus pequeñas
torres. Al cruzar la puerta, las ocho inmensas palmeras del primer
patio nos ofrecen su frescura y placidez. ¿Cómo tanta serenidad
puede esconder y contradecir el infierno que viven sus habitantes?
Contamos diez galeras de las cuales una es para las mujeres. A
diferencia de las cárceles de las grandes ciudades, las galeras no
nos dan esa sensación de sordidez y encierro; parecen más bien
pequeños pabellones de dos pisos bien asoleados.
En la galera de las mujeres, las que tienen hijos se encuentran en
el piso de abajo, y las que no los tienen en el de arriba. Aurelia nos
platica que cuando llegó a la cárcel todas las mujeres estaban en el
mismo piso, amontonadas. Es así como durmió durante las prime­
ras semanas con sus tres hijos en una sola cama tejida con lazo,
hasta que ella propuso y junto con las demás (veintisiete) decidie­
ron organizarse de tal modo que los niños no molestaran a las que
no tenían y que no estaban acostum bradas a tratarlos o cuidarlos.
—El piso de arriba no se utilizaba, así que decidimos tomarlo
para las que tenían hijos.
—¿Y las autoridades del penal se los permitieron?
—¡Claro que no! Ya estábamos encerradas en la galera y muchas
dormían cuando entraron los carceleros a sacarnos. Eran las once
y media de la noche. Nos levantaron y empezaron a acarrear nues­
tros colchones, todas nuestras chivas, hasta a nuestros hijos, y nos
forzaron a subir. Al mismo tiempo querían que las mujeres de
arriba bajaran, pero ellas se negaron, y así fue como nos quedamos
tal como lo habíamos decidido.
Las galeras sirven nada más para dorm ir, no nos dan ni

113
colchón ni cobijas, pero nos dejan meter todo lo que queramos:
camas, colchones, radios, hasta estufas. Claro que éstas están en
un galerón abierto, cada quien tiene su lugarcito.
—¿Y por qué tienen que cocinar, no les dan de comer?
—Nos dan el “ perol” , pero casi nadie lo come, da asco.
—¿Y de dónde sacan para com prar la comida?
—Algunas reciben dinero de sus familiares y pueden com prar
aquí en las dos tienditas que hay, aunque venden al doble de lo que
cuesta afuera; y las otras pasan con los internos.
—¿A dónde pasan?, no entiendo.
— Pues se meten con ellos, y a cambio reciben comida, zapatos o
dinero. A ellos sí les permiten trabajar en la cárcel, tejen bolsas de
hilo, aunque les pagan una miseria. Para nosotras no hay trabajo,
y ¿qué nos queda? Pues, pasar con los internos... Yo digo que esto es
una forma de prostitución. Está tan bien organizado que hasta se
rentan cuartos, 500 pesos al año como contrato más 10 pesos a la
semana como renta.
—¿Y los que no pueden pagar esa renta?
—Tapan su cama con cobijas, hacen casita.
Al contarnos su vida cotidiana dentro del penal, el rostro de
Aurelia ha cambiado, se ve cansada. Ya sus ojos han perdido la
alegría que le había causado nuestro encuentro; el cuadro tropical
no parece reconfortarla.
Aurelia sigue contándonos:
—Ahí está Vicenta, madre abandonada con siete hijos y que
trabajaba de sirvienta; robó porque no tenía para darles a sus
hijos. Ahí está la que mató al marido después de aguantar las
golpizas durante muchos años; además, él intentó violar a la hija.
Cuando la detuvieron le pusieron chile en la “ parte” y la tuvieron
encerrada una semana con los ojos vendados, sin comer, y la
golpearon. Es muy común que las m altraten cuando las detienen.
Antes de entrar, una piensa que no es cierto todo eso de los golpes,
que exageran, pero así es. Mira, a una muchacha que se llama
Soledad, una política, le dieron toques en todas partes, la violaron
entre veinte. Todo esto es ilegal. Hay leyes para castigarnos por
cometer un delito, pero para defendernos no hay. El gobierno no
nos ayuda, las mujeres que violan la ley lo hacen por necesidad...
¡No es posible seguir aguantando tanto! Como te decía, somos los
chivos expiatorios, porque los verdaderos delincuentes no están
en la cárcel.

Estas víctimas de la miseria social, económica y sexual son triple-

114
mente marginadas: por su clase, por su sexo y por su condición de
presas.

115
NUESTRA HISTORIA

E n l a s a l a d e g i n e c o o b s t e t r i c i a de un hospital la condi­
ción femenina se vive de un modo muy especial. Sin embargo, las
vivencias ante las funciones biológicas pueden darse de diferentes
maneras, según el lugar que ocupe la mujer en la vida social y
política.
La higiénica blancura enmarca los rostros doloridos. Las que se
provocaron un aborto están ahí, no como números o fragmentos
de líneas estadísticas, sino como personas reales. Las que ya no
están graves hablan entre sí, se cuentan sus motivos, los horrores
pasados, los apuros económicos y el miedo: de vez en cuando ríen.
Son muchas, ocupan la mitad de la sala. En su conversar se siente
una sensación de alivio; por esta vez se salvaron. La de la cama
cuatro no, murió esta mañana. En su expediente puede todavía
leerse como motivo de ingreso: aborto criminal. Dicen que ya
solamente un médico en el hospital insiste en calificar de criminal
lo cotidiano. Una doctora joven comenta: “ Imagínate, si lo tomas
así, México entero tendría que convertirse en una cárcel.” Es
cierto. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que cambie una ley
ciega que prohíbe lo habitual? La mayoría de las mujeres en esta
sala no deberían ser internadas como enfermas, sino en un simple
tránsito de apenas unas horas que en nada pone enjuego sus vidas.
Sufren una enfermedad social por estar obligadas al riesgoso
aborto clandestino.
Más allá, alguna primeriza deambula de un lado a otro, esperan­
do. No sabe lo que está ocurriéndole a su cuerpo, nadie se lo ha
explicado nunca. Así que simplemente espera, mientras escucha
espantada los alaridos provenientes de la sala de labor. Disimula­
damente, se limpia los ojos con la manga de su blanco batón.
También su llanto tiene una razón social: la desinformación.

116
Ningún médico es capaz de acercarse a ella y explicarle. Para el
sistema hospitalario ella no es una persona, es únicamente un
útero al cual medir los centímetros de dilatación. En su camino
recorre las camas donde algunas mujeres descansan después del
parto. Aunque descansar es realmente un decir, porque está ahí la
tejedora, madre de diez hijos, para la que dejar de trabajar, aun
recién parturienta, es un lujo inimaginado. También está la que
sufre la depresión posparto, de llorar incansable, y la del mirar
nostálgico por el hijo que nació muerto.
En la última cama yace una adolescente inalterable. Le han
practicado su tercera cesárea. La primera, a los trece años. La
misma doctora joven se le acerca: “ Cómo se siente, señora?”
Como respuesta, apenas una tímida sonrisa. “¿Sabe que sería muy
peligroso para usted volver a embarazarse?” La joven vuelve
suavemente la cabeza como no queriendo escuchar. “ Señora, ¿no
quiere usted que la liguemos?” “ No, señorita, no quiero.”
El ofrecimiento de esterilización es un procedimiento de rutina.
A las “ gestas” de tres hijos en adelante se les pregunta, mientras
sufren las contracciones más fuertes del parto, si quieren que sus
trompas les sean ligadas.
Llega en esos momentos a la recepción una joven quejosa de
ataque de apendicitis, acom pañada por su madre. El vientre
apenas abultado, ocultando con celo su embarazo a térm ino con
crueles fajas simuladoras. Horas después, la madre se desploma
acongojada cuando le informan la causa real de los malestares de
su hija. Los médicos comentan que el bebé ha nacido semiasfixia-
do y que no puede saberse si podrá desarrollarse normalmente. De
nuevo, la explicación de todos estos sufrimientos es una sola: son
provocados por una sociedad que nos niega a tal punto que se
adueña inclusive de las decisiones sobre nuestras entrañas.

117
SOBRE LA SA LU D MENTAL

En MÉXICO, c a d a DÍA MÁS mujeres acuden a los profesionales


de la salud mental para recobrar la cordura que ellas mismas
o quienes las rodean juzgan resquebrajada. Ansiedad, angustia,
depresión, van siendo el pan de cada día. ¿Por qué sucede esto?
¿De quiénes requieren ayuda las mujeres? ¿En qué consisten los
tratamientos?
Concepción Fernández y Dulce María Pascual, militantes femi­
nistas, autoras de diversos trabajos sobre la mujer y la salud
mental, tienen un punto de vista crítico sobre las técnicas psiquiá­
tricas empleadas en nuestro país y se esfuerzan en la búsqueda de
alternativas para el tratamiento de la enfermedad.
— ¿Cuál es la función que cumplen las instituciones de salud
mental en nuestro país?
En términos generales, las ciencias de la salud están al servicio
del régimen, son instrumentos de quienes detentan el poder y su
función principal es devolver a las personas descarriadas del
código de normas dominante a la “ norm alidad” . No siguen la
lógica de curación sino de exterminio. Un ejemplo de esto es el
descubrimiento científico realizado en el siglo pasado de una
enfermedad que solamente padecían los negros. A este síndrome
se le llamó drapetomanía, consistente en que el “ enfermo” se
negaba a obedecer al amo blanco. Pueden imaginarse las “curacio­
nes” a las que estos individuos se veían sometidos.
Este castigo psiquiátrico a la disidencia nos recuerda varios
fenómenos, como, por ejemplo, a las mujeres histéricas que se
atreven a responder a la represión del medio con llantos y gritos.
— ¿Piensan que la función exterminadora puede generalizarse a
todas las ramas de la ciencia de la salud mental?
En términos generales, sí. El psicoanálisis, por ejemplo, se

118
consideró durante algún tiempo como una alternativa liberadora
frente a las técnicas violentas como el electroshock. Sin embargo,
también el psicoanálisis aleja a la persona de toda posibilidad de
rebelión. A grandes rasgos, concibe a la salud como la resolución
adecuada del complejo de Edipo, o sea, como la adaptación a los
roles sexuales preestablecidos. Esto significa que en el proceso de
desarrollo el niño debe identificarse con su padre, con su poder, su
potencia, mientras la niña ha de verse reflejada en su madre y
asumirse como un ser castrado que sólo se completa más tarde a
través de otro: el hijo. Cualquier variación frente a este esquema se
considera síntoma de enfermedad.
Por otro lado, el psicoanálisis es esencialmente una técnica
elitista. Las sesiones cuestan mucho porque supuestamente quien
se compromete a pagarlas se responsabiliza más con el trabajo que
va a emprender. Los que no tienen dinero acuden al servicio
psiquiátrico de la salubridad social en donde, con sus honrosas
excepciones, la consulta se limita a la revisión rápida del expediente,
a unos cuantos minutos de entrevista seguida de la prescripción de
fármacos, muchas veces dañinos a otras áreas de la salud. En
ambos casos, la función principal es el apaciguamiento, como en
otros tiempos lo fue el garrote o el asomo forzoso al pozo de las
víboras.
—¿Cuál sería, en síntesis, la crítica feminista al psicoanálisis orto­
doxo?
Freud observó la estructura familiar patriarcal de su época e
infirió que las normas que la regían eran leyes naturales del
comportamiento humano; generalizó como biológicos fenómenos
sociales. Su observación fue hecha a la luz de sus lentes clasistas,
misóginos y autoritarios. El psicoanálisis da, además, la idea de
que todo conflicto es meramente personal, lo aísla del contexto
macrosocial. Desde este punto de vista es ahistórico y reaccionario.
Miren, por ejemplo, este caso que mostró un grupo de analistas en
un congreso hace algunos años. Se trataba de un mujer a quien,
según ellos, el psicoanálisis había “ curado” . Esta mujer, tras una
denodada lucha interna, había logrado renunciar a sus apetitos
intelectuales y había roto con esas inclinaciones “ homosexuales”
de desear trabajar fuera de casa.
Nosotras pensamos, sin embargo, que estas características no
son privativas del psicoanálisis ortodoxo. También el psicoanálisis
de avanzada parte de categorías semejantes y, de algún modo, este
último es más peligroso porque analiza con el mismo esquema,
obliga a la misma adaptación —mutilación, más bien—, pero bajo

119
una engañosa envoltura de liberación.
Bromeando, el otro día comentábamos que el psicoanálisis
ortodoxo sería a las revistas femeninas como Buenhogar mientras
que el de vanguardia sería como Cosmopolita?2.
— ¿Cómo vinculan ustedes la militancia feminista con la práctica
terapéutica?
Estamos haciendo un trabajo sobre las mujeres y las ciencias de
la salud mental; se trata de dem ostrar cómo en nuestro país los
tratamientos consisten básicamente en llevar a la mujer al papel
impuesto para así luchar contra cualquier disidencia.
— ¿Cuáles son las principales causas por las que las mujeres
acuden a la terapia?
La mayoría llega por conflictos con la pareja; se creen culpables
de la crisis de la pareja y quieren que alguien las ayude a arreglar lo
que está mal en ellas. Una compañera feminista italiana, Franca
Basaglia, está trabajando acerca de cómo hombres y mujeres
codificamos la realidad de modos muy distintos; lo que para una
es im portante, el otro lo considera insignificante. Esto no es por
culpa de ninguno, ni le sucede a una sola pareja, es una cuestión
social de educación básicamente diferente —a menudo opuesta—
para cada sexo. Ha observado, por ejemplo, las diferencias en
cuanto a la memoria: ¿qué recuerda una mujer y qué un hombre de
un hecho que han vivido juntos?, y la disparidad es asombrosa.
¿Cómo pueden más tarde estas dos personas convivir codo con
codo el resto de sus días? Nosotras constatamos una y otra vez que
dicha convivencia sólo es posible si uno se somete al otro. En este
sentido interpretamos la visión del matrimonio burgués: comple­
m ento uno del otro, medias naranjas, etcétera, como un embona-
miento de sometedor y sometida.
Sólo si la mujer se somete y cumple con la norm a preestablecida
para ella, la relación con su pareja y con el mundo en general será
armónica. Lo mismo sucede en cualquier relación de poder; entre
los obreros y el patrón, por ejemplo.
Y es por su condición de sometimiento que las mujeres se
sienten incómodas dentro de la pareja. Nosotras pensamos que
esto es norm al, que es un signo de salud mental. El psicoanalista,
en cambio, intentaría quitarles la incomodidad devolviéndolas a
la adecuación a su papel.
De hecho, la movilidad de la mujer en nuestra sociedad es tan
pequeña que casi cualquier paso es considerado como síntoma de
enfermedad. El margen de acción es tan reducido que, por poco,
se la considera loca. Los expedientes psiquiátricos dan cuenta de

120
ello: el m arido lleva a su mujer al hospital porque se negó a lavar
más mamilas, porque gritó, porque decidió tom ar un empleo sin
haber pedido permiso, etcétera. Si una mujer asume por entero su
papel, no hay problema; pero si reconoce necesidades ajenas a las
consideradas hasta ahora como naturalmente femeninas, entonces
entra en crisis, como una cuerda que se estira con fuerza por
ambos lados.
En nuestra sociedad a las mujeres se nos ha dado la identidad de
cosas, cosas que se expanden, se encogen, se arrugan, cosas que
sirven o que ya deben ser desechadas. Esta sociedad falocrática
nulifica los valores que una mujer pueda tener. Nosotras trabaja­
mos con las mujeres para que logren rescatar su calidad de perso­
nas, para que puedan mirar sus propias experiencias y necesidades
como válidas.
Una cosa, un objeto, existe en tanto que es utilizado; las mujeres
tendemos a buscar nuestra identidad, igual que los objetos, a
través de otros: esposa de X, madre de Z; sin embargo, esta
identidad es quebradiza como cualquier espejo. Los hijos crecen,
los maridos pueden irse y la mujer que ha basado su existencia en
el servicio a otros llega a sentirse inútil. Es así como nuestra
sociedad “ enferm a” a las mujeres.
— ¿Cuál es la diferencia entre la terapia que ustedes practican y
las llamadas tradicionales?
Es ideológica. Nosotras no descartamos ninguna técnica. Los
fármacos algunas veces son útiles; otras veces, es necesario internar
al paciente. La diferencia está en lo que se persigue con la técnica.
Nosotras trabajam os con las mujeres en una relación hum ana en
la que desempeñamos un papel activo; descubrimos junto con
ellas las causas del malestar, las personales y las sociales. No
empujamos a un ajuste sino a un reconocimiento de la validez de
la incom odidad, del potencial de disidencia que existe en toda
mujer que entra en crisis y recurre a la psicoterapia. Trabajamos
con las mujeres para que la inconformidad no se vuelque contra
ellas mismas, en sentimientos y acciones destructivas, sino que
pueda transform arse en rabia revolucionaria.

121
Retratos de mujeres
PRELUDIO

¿ Q u é g u s t o p u e d e t e n e r nuestra propia expresión si las costu­


reras en huelga o las colonas masacradas no tienen siquiera acceso
a la denuncia pública?
Para que un espacio ganado por una mujer o por un grupo de
mujeres cobre un significado feminista ha de volverse de todas,
extenderse hasta alcanzar a las más aisladas y marginadas. Ha de
ser de la prostituta, de la encarcelada, de la despedida.
La acción de arrancar espacios para sí, con la idea de que esto es
un gran adelanto político puesto que una puede hablar por las
demás, está guiada por la lógica del poder. Lejos de esta lógica
dominante se halla la claridad con la que las mujeres cuentan aquí
sus experiencias de represión y de lucha, sin necesidad de intérpre­
tes ni apóstoles.

125
DE DOM INGO A DOM INGO

E l f o t ó g r a f o e n f o c a l a c á m a r a sobre dos muchachas, las


cuales, con una gran sonrisa, posan en el parque teniendo co­
mo fondo la enorme estatua de Pancho Villa. El “ retratista”
dispara y rápidamente revela la foto, para luego colocarla, aún
mojada, en un flamante marco de cartón rosa que, con satisfacción,
entrega a una de ellas. El recuerdo en la mano, las jóvenes siguen
su paseo por el parque como cualquier otro domingo.
Gloria, de 16 años, y Juana, de 18, van todos los domingos al
Parque de los Venados, lugar preferido por muchas mujeres,
muchachas y niñas que dedican su único día libre a “dar la vuelta”
por el parque, donde se columpian un rato, disfrutan un raspado o
un helado y platican animadamente con sus compañeras. Un día a
la semana salen de las casas de las colonias cercanas: Narvarte,
Del Valle, Portales, Campestre, etcétera.
En México, aproximadamente el 60% de las mujeres económi­
camente activas son sirvientas. Un poco más de la mitad tienen
entre 8 y 24 años. Las sirvientas presentan el índice más bajo
de instrucción: el 30% de ellas son analfabetas y el 46% sólo
cursaron algunos años de la primaria. La servidumbre actual
eleva a las tareas domésticas a la categoría de “ trabajo” , puesto
que sus labores se pagan con un salario, aunque esto no impide
que siga considerándose como una actividad humillante y desva­
lorizada.
Juana y Gloria siguen caminando al sentirse observadas por
nosotras; nos miran recelosas. Ha llegado el momento de acercar­
nos a intercambiar las primeras frases. Finalmente aceptan plati­
car después de cuchicheos y risitas.
—¿Ustedes son de aquí?
—No, de San Juanita [Oaxaca].

126
—¿Vienen siempre a este parque?
—Sí, porque nos queda muy cerca; estamos a unas cuadras.
—¿Todos los domingos?
—No —contesta Gloria—, a veces me quedo en la casa... bueno,
en el cuarto, a preparar mi ropa y a descansar.
—¿No salen otros días?
—Pues no, ¿cuándo? El día de descanso es el domingo. A veces
vamos al cine, pero la patrona prefiere que no, porque regresamos
tarde... y además... cuesta muy caro.
El hermano aparece. Él también ha venido a la ciudad buscando
empleo. Es albañil y gana 890 pesos* a la semana. Juana y Gloria
corren a columpiarse.
Más adelante encontramos a un grupo grande: M artha, Lupe,
Concha, María y “ aquella, la Francisca” , también de Oaxaca.
—¿Qué hacen en su trabajo?
—¡Ay, pues de todo! Como recién llegamos de nuestro pueblo
[hace dos años] estamos aprendiendo.
Las familias que habitan en las colonias que rodean el Parque
de los Venados generalmente emplean a muchachas muy jóvenes a
las que les pagan menores salarios “ mientras las enseñan” .
—A mí la señora me regañaba mucho. Dice que parezco burro,
que no me entra nada en la cabeza. Por eso estoy pensando en no
regresar y buscar en otro lado.
—Nos dijeron que fuéramos a la plaza de San'Jacinto, que ahí
se consigue trabajo, que llegan señoras en sus carros y que pagan
bien; pero dicen que ahí hay que estar abusadas y hay que saber
leer y escribir...
—¿Ustedes saben leer?
Pues, ¿cómo?, en el pueblo ni escuela había, nom ás andábam os
arreando chivas...
—¿Y cuando se enferman, les paga su patrona las medicinas y el
doctor? —Concha y Lupe “ se atacan” de la risa.
Y nosotras pensamos: ¡claro, qué pregunta!; es obvio que no les
pagan nada.
—¿Por qué se ríen?
— Es que nunca nos enfermamos —y todas sueltan una carcaja­
da.
A la pregunta ¿cómo las tratan?, la más jovencita responde:
—Mi patrona es muy buena, me trata como si fuera su hija,
hasta me duermo con sus niños. Los dom ingos me deja salir

* En 1979.

127
después del desayuno y tengo que regresar a las seis de la tarde
para no andar sola de noche porque los hombres son muy maloras.
Carmen y Tomasa trabajan en Copilco “ de entrada por salida” .
Ganan mil pesos al mes. De este dinero tienen que pagar el
alquiler del cuarto donde viven, juntas. Su horario de trabajo es de
siete de la mañana a cinco de la tarde. Les dan sólo una comida. Se
sorprenden mucho cuando les decimos que ni siquiera ganan el
salario mínimo.
Las sirvientas, aisladas en las casas donde laboran, dependientes
de la “bondad” de sus señores, no gozan de ninguno de los
derechos propios de los trabajadores. En el servicio doméstico
aún rigen condiciones laborales casi feudales. La inmensa mayoría
de estas asalariadas no tienen sindicatos u otras organizaciones
que exijan el salario mínimo o defiendan sus derechos.
La Ley Federal del Trabajo estipula sobre la jornada algo tan
vago como: “ Los trabajadores domésticos deberán disfrutar de
reposo suficiente para tom ar sus alimentos y de descanso durante
la noche” (artículo 333).
La sirvienta vive una contradicción entre la explotación que
ejercen sobre ella y la participación en la vida de la familia para la
que trabaja. Esta “ adopción” de la sirvienta por parte de una
familia ai tifícial de una clase diferente a la suya le impide convivir
con su verdadera clase. De esta manera cae en la tram pa que el
sistema le tiende: sujeta a condiciones de vida miserables, imagina
suyo el status económico y social de sus patrones.
Ya llevamos varias horas en el parque: los remolinos de polvo
hacen huir a la gente. Nos resguardamos en el puesto de fritangas
y cae en nuestras manos un volante en el que la Asociación
Nacional de Trabajadoras Domésticas invita para el 27 de abril,
día de Santa Zita, Patrona de las Trabajadoras Domésticas, a un
festival. En el volante hay una oración que revela la ideología de
esta Asociación: “ Santa Zita, gloriosa patrona de las trabajadoras
domésticas que llenaste con la fragancia de tus buenas obras el
hogar donde serviste, alcánzanos del Señor la gracia de seguir
fielmente el ejemplo de tus virtudes, siendo dulces y amables en la
servidumbre, sufridas en el trabajo, resignadas en las contrarieda­
des y edificantes en la vida y las costumbres, para que después de
haber servido cristianamente en la tierra, merezcamos ser ahí
arriba en los cielos las fieles sirvientas del Señor... por los siglos de
los siglos. Am én.”

128
DOM ÉSTICAS DEL M U N D O ¡UNÍOS!

A o c h o c o l u m n a s , LA p r im e r a plana de un diario morelen-


se anuncia: Sindicato de Fámulas. Con este hecho ha comenza­
do una ofensiva de la prensa contra el movimiento de las trabaja­
doras domésticas. En el nuevo local de Hogar de Servidores D o­
mésticos, A.C., Erna, una de las coordinadoras, nos explica: “ En
ningún momento hemos dicho que esto sea un sindicato, somos,
por ahora, un grupo de mujeres organizadas alrededor de tres
objetivos: term inar con el trabajo de planta, lograr la jornada de
ocho horas y exigir un trato respetuoso por parte de los patrones.
En este sentido hemos expresado el disgusto que sentimos de ser
llamadas fámulas o gatas.”
—¿Cómo comenzó esta campaña contra ustedes? —preguntamos
a Carmen, la encargada de la cocina de la guardería.
“ íbamos a inaugurar la nueva casa — nos responde— y que­
ríamos invitar a todas las compañeras, así que dimos una en­
trevista por la radio, y ahí mismo un periodista del Diario de
Morelos nos prom etió, también, sacar una noticia que hablara de
nuestra organización. Nos sorprendimos mucho al ver el periódi­
co unos días después.”
Hacemos un recorrido por la casa. Nos muestran la oficina que
a la vez es biblioteca incipiente, la guardería donde 17 niños
juegan y recortan alrededor de pequeñas mesas, las recámaras que
albergan a las mujeres recién llegadas a la ciudad en busca de
trabajo, el jardín, la cocina impecable.
—¿Cuántas personas están agrupadas en Hogar de T rabajado­
res Domésticos, A.C.?
“ Ahora somos más de 300, puras mujeres —nos dice Erna— .
Solamente algunas trabajam os aquí en la casa: las tres niñeras,

129
Carmen, las que nos encargamos de la bolsa de trabajo y del
hospedaje...”
—¿Cómo funciona el hospedaje?
“ Es temporal —explica Carmen— . Tenemos un término de seis
o siete meses mientras las mujeres encuentran solución a sus
problemas. Aquí les dam os cuarto, cobijas, comida, el servicio de
guardería y el de la bolsa de trabajo. Desde luego, las mujeres
pueden utilizar la guardería después de que han encontrado empleo;
ésta funciona de 7:30 de la m añana a 6 de la tarde, para que
puedan cumplir con tranquilidad su trabajo.
Este lugar sorprendente es el resultado de varios años de esfuerzo
y organización de las trabajadoras: “ G ran parte de nuestro tiempo
—cuenta Carmen— lo dedicamos a ayudar a la casa. Hay muchas
cosas que hacer; además de las tareas de cada una, es necesario
preparar convivencias, hacer prom oción, dar a conocer la casa.”
Yolanda, una de las encargadas de la guardería, nos enseña
varias fotografías de las últimas convivencias que han organizado:
mujeres discutiendo, actuando en sociodramas, cantando con los
niños. Y, junto a estos testimonios, llegamos de nuevo a los
recortes del periódico: “ El sindicato de mucamas, una am enaza” ,
“ la mayor parte de las fámulas son irresponsables, a pesar de que
ganan un buen salario” , “ ladronas de ropa y de utensilios de cocina,
tienen el descaro de exigir prestaciones que no desquitan” , “ medio­
día de laborar, soy doméstica y no gata, ¡ah!, y no habrá para tu
hogar carne buena y barata” .

130
EL TURNO PERMANENTE

M e d i c e R o s a r i o : “ Para mí, los días prim ero de mayo son


como domingos, quiero decir, son como cualquier día en que no
tengo que ir a la fábrica. Me levanto como de costumbre, ya ves
que los chiquillos no entienden de días feriados, así que a eso de las
seis ya piden su leche. Luego, mientras term ina de amanecer,
aprovecho para adelantar en la lavada; antes no se me juntaba
tanta ropa, pero desde que comencé a trabajar, qué m ontañas.
Los días de descanso me los paso lave y lave, y es que entre semana
no me queda tiempo, ya llego a la casa al oscurecer...”
Rosario es obrera en una empresa textil, tiene veintisiete años,
seis hijos. Cuenta con un sindicato, aunque parece que blanco,
pero ella no participa porque no le queda tiempo: cumple una
doble jornada de trabajo —la fábrica y la casa—, y, además, su
m arido, también obrero, no se lo permite.
C ontinúa diciéndome: “ Bueno, pues ya de día, levanto a mi
señor y a los mayorcitos, y mientras ellos se visten les preparo el
alm uerzo.‘Al term inar, mi m arido se va, como cualquier día de
fiesta, sólo que el prim ero de mayo, en vez de ir al fútbol, va a su
desfile. No creas que muy contento, dice que preferiría quedarse
hasta tarde en la cama, pero ¿qué va a hacer? Si le toca, le toca.”
Millones de mujeres, trabajadoras asalariadas, tienen cerrado el
acceso a la participación política, pues la jornada laboral no las
libera de la doméstica. Por ello, les es imposible la asistencia a
reuniones organizativas o de estudio. Los sindicatos no emprenden
ninguna lucha para la transform ación de sus condiciones de vida,
no consideran que sea una tarea im portante para la clase trabaja­
dora. En las reivindicaciones obreras, por ejemplo, no aparecen,
o, cuando menos, no en prim era fila, los comedores y lavanderías
colectivas.

131
Rosario describe: “ Cuando mi m arido se ha ido, ya con calma,
aprovecho mi día libre para hacer una limpieza a fondo de la casa;
la verdad en las noches solamente cumplo con los quehaceres por
encimita, no creas que por cansancio, que sí, llego cansada, sino
porque tengo que cocinar la merienda y la comida del día siguiente.
Además, claro, de ocuparme de los pañales y las mamilas, que eso
sí se tiene que hacer todos los días.”
La mayoría de las trabajadoras asalariadas no participan en la
fiesta del trabajo, tam poco en otras marchas se escuchan sus voces
o se aprecian estandartes con sus reivindicaciones específicas; y si
ellas no van porque se encuentran atareadas, ¿quién va a exigir por
ellas?, ¿quién siquiera reconoce sus problemas y necesidades como
políticos?, ¿a quién le parece indispensable su participación en la
lucha revolucionaria?
Rosario me mira con sus ojos negros y ansiosos: “ Como ese día
no hay escuelas y no tengo tanto quehacer, les prendo la tele a los
niños desde temprano. Así, además, yo me entero de lo que sucede
en el desfile, aunque sea a pedacitos, porque ando trabajando. Ya
luego mis hijos me llaman para que vea el contingente de papá o de
mis compañeros. Pobrecitos, les da emoción verlos a todos tan
seriecitos, con sus pancartas, la música y todo eso. ¿Qué más te
digo? Pues así me paso la mañana, apurándom e con la limpieza
para que me alcance el tiempo de tener lista la comida para
cuando llegue mi marido, que después de tanto caminar, llega con
mucha ham bre.”
Quizás a Rosario, como a muchas otras mujeres, le hubiera
gustado ir al desfile; no, desde luego, porque éste represente en
nuestros días una manifestación obrera verdadera, sino por el
simple hecho de participar en la vida colectiva, de tener la oportu­
nidad de vivir el descontento acompañada. Y sin embargo, por
de pronto, aunque lograse romper por unas horas su aislamiento, si
consiguiese que alguien cuidara a los niños y la sustituyera en el
lavado y la cocina, asistiría a esta marcha o a otra en calidad de
sombra. Un rótulo de aum ento de salario habla por ella, por
supuesto, pero en la medida en que está m arginada del proceso de
lucha, está también ausente de la toma de decisiones. Su situación
de trabajadora en turno permanente no está considerada. A fortu­
nadamente estas condiciones no durarán mucho tiempo, se acerca
el día en que ella, nosotras, estemos verdaderamente presentes en
la vida política de nuestro país.

132
ENTRE SAPOS Y VÍBORAS

“ C u a n d o l l e g a m o s a e s t o s p e d r e g a l e s [Colonia Ajusco]
sólo había sapos, víboras y tarántulas; llegué hace 16 años, traía
dos niños pequeños y tenía siete años de casada.
” Me casé casi por compromiso, por compromiso conmigo
misma; ya andaba en los 21 años y me daba pavor quedarme soltera.
Decía: yo creo que ya no me voy a casar, estoy muy vieja — Pero
no es m ucho’, dice una mujer que escucha atenta la conversación
acerca de nosotras— ; es que cuando no se tienen amistades, se
asusta una de todo.
” Por aquel entonces trabajaba de sirvienta y estaba decepcionada
porque quería mucho a un novio que tenía; pero me metieron en
un chisme y me desprestigiaron, así que él ya no quiso saber más
de mí. Ora sí que andaba volando bajo cuando casi a fuerzas me
casé. No estaba enam orada. La boda fue muy bonita, hubo baile y
comida; estaba contenta; pero todo cambió al siguiente día de
casados: mi marido estaba serio y casi no me hablaba. Entonces le
pregunté qué tenía y me contestó: —Nada. Pero cómo de que no
tienes nada, ya no estás cariñoso conmigo. — Es que no te quiero.
—Tú me dijiste que me adorabas. —Yo me quise vengar de ti
porque me hiciste muchas cosas, me hacías esperarte horas o
llevabas a tus amigas cuando salías para verme; además, era un
capricho, a mí ninguna mujer me dice que no.
"Después lloraba mucho y salí luego luego embarazadita. Cuan­
do se lo dije nomás se volteó diciendo ‘Tú ni para eso sirves’, y
se fue al trabajo. A veces llegaba a dormir, y un día dejó de venir.
Una vecina se dio cuenta que yo no comía, ni dorm ía, nada de
tranquilidad, me desmayaba en cualquier parte, y ella me conven­
ció de que lo fuera a buscar a la salida del trabajo. Yo le dije:
‘¿Usted me acompaña?’ ‘¡Ándale pues!’

133
” Estábamos en la esquina del trabajo, en la esquina de enfrente de
la fábrica, cuando lo vimos salir y acercarse a una mujer que le dio
el brazo. En eso me vio y como demonio se echó a correr y se subió
a un carro. Como yo no sabía ni qué camiones pasaban por ahí, ya
no lo alcancé. Luego me contaron que también embarazó a esa
mujer y que ella quiso abortarse, se puso muy mala y su comadre
en cuanto vio a mi m arido le dijo: ‘Córrale que esta mujer se está
muriendo.’ Él se asustó tanto que huyó y nunca más regresó a
verla.
’Tuve seis hijos. Desde que nació la tercera le dije al doctor que no
quería tener más hijos y que no era feliz con mi marido, y él me
contestó que entonces para qué me había casado. No es como
ahora, antes, al contrario, me decían: la fulana tiene ocho hijos y ni
se queja, así que en vez de ayudarme me amolaban. Por eso no
pude evitar mi familia, hasta hace seis años que me pusieron el
dispositivo. Hace tiempo fui a que me lo quitaran, pero no quisie­
ron, dijeron que lo podía traer hasta que me muriera, que no me
pasaba nada.
” La vida de casada ha sido dura, mi marido siempre ajeno a mí,
nunca me sacaba a ningún lado, me sentía bien triste, con la boda
se acabó el paseo. Mi vida fue cambiando, él se acercó no por
am or sino por costumbre; sólo ahora siento cariño por él, porque
soy libre como antes de casarme, estoy liberada, hago lo que
quiero. Mucho trabajo me ha costado. Cuando empezaba a ir a las
juntas de colonos él me decía: ‘Sólo las mujeres de la calle andan
solas de noche.’ No le hacía caso y me iba. De repente teníamos que
repartir volantes, y qué me quedaba, pues seguir adelante. Estaba
y estoy tan decidida a luchar ahora que él ya no me dice nada.
” Llegamos aquí cuando llegaron los primeros pobladores, sólo
éramos cinco familias. Entonces salió el dizque dueño Elias Sesma.
Dijo que nos iba a dejar vivir, pero que pagáram os cierta cantidad
o no había calles ni nada; sólo estaban trazados los predios. La
gente empezó a trabajar haciendo calles y alguien aconsejó que
metieran más gente porque los podían m atar y tirar en cualquier
lado. Así fueron invitando más gentes y se empezaron a hacer
juntas después de las tareas.
” E1 dueño se enojó y puso policías para que familia que llegara la
golpearan y se la llevaran a la Delegación de Coyoacán. La gente
dejó de trabajar; algunas familias se asustaban y ya no se quedaban.
Estaba tan feo que cuando llovía salían tarántulas de cualquier
piedra.
” No había agua, ni camino para traerla, era el puro cerro bruto.

134
Yo me levantaba tem pranito, a las cinco, para que me diera
tiempo. Hacíamos una hora de ida y otra de regreso. Dos cubetas
diarias usaba para el gasto de la casa. No podíam os bañar a los
hijos y en tiempo de calor parecía que las piedras echaban lumbre.
Fue muy duro, algunos lloraban de desesperación.
"Después contratamos a unos licenciados para que nos defendie­
ran, pues el dueño trajo granaderos y nos quem aron las casas. A
los hombres los golpeaban y a las mujeres, ahí mismo, afuera de
las casas, nos burlaban en pleno campo raso. También investiga­
ban dónde trabajaban los hombres y hacían que los corrieran y
así perdían el trabajo.
” Lo más duro fue cuando el supuesto dueño se fue en grande con
Uruchurtu y llegaron las máquinas a tirar las casas. Los hom bres
empezaron a llamar a todos con silbatos que siempre traíamos por
si había alguna emergencia y se hizo una asamblea. El com pañero
que la dirigía dijo: ‘O nos dejamos m atar o los m atam os.’ La
respuesta no se hizo esperar y agarram os palos, piedras, lo que
fuera, para defendernos. Murió muchísima gente, sobre todo
niños. Una señora estaba defendiendo su casa y los granaderos le
dijeron: ‘Saque a sus escuincles que va a entrar la m áquina’, y la
señora no se movió, y se vino la m áquina y tiró todo y nomás
salieron pedazos de los niños. Algunos granaderos se ponían
com o diablos y nos am enazaban con que nos iban a m andar
avionetas con gases y nos íbamos a morir como moscas, y nosotros
les contestábam os que ellos se iban a quedar como tortillas aplas­
tadas. Les apedreamos sus máquinas.
” Luego, con todo lo que pasó, les construyeron sus casas a las
familias que las perdieron en el tiradero, y trajeron brigadas de
médicos, desayunos escolares, ya no sabían ni qué. Pero principal­
mente fue por la m ortandad tan grande que las cosas se fueron
arreglando.
” Ya después se calmó la cosa, aunque esto está hecho a la brava,
pues nunca han dado permiso para construir y siempre nos han
sacado m ordida.”

135
PARTERAS

“ S o y m u j e r , n o t e n g o t i t u l o de médico y no trabajo en nin­


guna institución, suficientes razones para ser atropellada y llevada a
la cárcel” , así contó Agustina parte de su odisea como partera en
el estado de Morelos.
La actividad de las parteras no sólo es reconocida y aceptada
por las comunidades en que se desempeñan sino que carga con la
herencia histórica de persecuciones y sexismos que sufrieron millo­
nes de mujeres encargadas de curar y que fueron calificadas con
estigmas de brujas, comadronas o hechiceras.
Todavía hoy, en México, se observa la batalla para erradicar el
poder femenino de las parteras y curanderas empíricas, las cuales,
pese a ello, soportan en sus manos gran parte del trabajo de salud
en las regiones campesinas. El número de partos que estas mujeres
atienden representa un porcentaje elevado de los nacimientos que
ocurren en el país. Se sabe que en las comunidades con menos de 2
mil 500 habitantes, el 65 por ciento de los alumbramientos son
atendidos por ellas, por lo cual reciben una remuneración que
oscila entre 50 y 500 pesos. Su promedio de edad es de aproxima­
dam ente 50 años, pero muchas de ellas trabajan desde los 15 o los
18 años hasta los 80. La mayoría son analfabetas y están casadas
en su propia comunidad, lo que les permite establecer sólidas
relaciones culturales con su medio ambiente.
Nos reunimos en Morelos con algunas parteras. Nos cuentan
cómo llegaron al oficio, en qué consiste su trabajo, cuáles son los
problem as que enfrentan con mayor frecuencia. La mayoría de
ellas estuvo cerca de una comadrona que les transm itió sus cono­
cimientos y habilidades prácticas. Se puede decir, sin duda, que el
oficio de partera se hereda y reproduce de generación en genera­
ción.

136
Micaela, partera de 42 años, nos cuenta de cuando asistió por
primera vez a un parto, a la edad de trece años: “ Mientras mi
abuelita preparaba un té para la señora, yo vi cómo salía el
chamaco; le grité a mi abuelita, pero como llovía a cántaros y la
cocina estaba retirada, no me escuchó, así que apenas tuve tiempo
para cacharlo. ¡Qué susto, casi se me cae al suelo! En eso entra mi
abuelita y me dice: ‘No le digas a nadie que has visto a la señora
porque dejas de ser virgen.’ Y bueno, yo me callé, pero la señora
después dijo que yo había recibido al niño y, desde entonces, no
teniendo qué perder, acompañé a mi abuelita a todas partes.
Estaba muy ancianita, llegaba casi a los 80 años.”
Aurelia, otra partera, está preocupada por el trato que les dan
las instituciones, que las utilizan para la planificación familiar
pero no las respetan. “ Cuando nos llaman los del Seguro Social
para darnos una plática, nos damos cuenta de que nos consideran
ignorantes porque no hemos ido a la escuela. Nos llaman sucias y
descuidadas porque atendemos los partos en casas humildes y no
en una sala de operaciones. ¡Serán trapos viejos los que usamos,
pero nunca sucios! Nos hablan en términos médicos que no enten­
demos y nuestras ganas de investigar y preguntar siempre quedan
en el aire.”
“ Yo sé —añade Aurelia— que a nosotras acuden muchas seño­
ras que no se atreven a ir con el médico, porque el médico se va a
burlar de lo que ellas quieren preguntar. En ocasiones vienen con
la hija y me piden que la revise para que yo les diga si todavía es
virgen. La señora viene con una carota, viene enojada, tratando de
asustar a la hija. Es difícil explicar a la señora que la chica pudo
haber sufrido un accidente cualquiera y que su himen se haya roto
por eso y no por haber tenido relaciones sexuales. Cuando vamos
con este tipo de cuestiones al médico, nos responde que nosotras
no tenemos por qué meternos en esta clase de asuntos y jamás se
preocupan por hacernos entender que puede haber hímenes rotos
sin penetración y que hay hímenes elásticos que no se rompen con
la relación sexual. Pero yo le digo a esa mamá que si no se da
cuenta del daño que le está haciendo a su hija: ‘Por qué le cuida
usted ahí, cuídele la cabeza, métale otra clase de ideas, no le meta
usted ideas tontas en la cabeza.’ Una mujer, creo yo, no vale nada
más por eso, vale por todo lo que es ella, vale si es una muchacha
inteligente que sabe desenvolverse, dar cariño y recibir lo que se le
da.”
Agustina, una tercera partera, se queja también de las institu­
ciones de salud: “ Las instituciones ¿qué nos van a proteger? Sólo

137
cuando les conviene, cuando somos buenas para resolver las
deficiencias de atención médica de la población, que ellas son
incapaces de cubrir.” Agustina cuenta un ejemplo: “ Estaba yo
atendiendo hace poco a una señora, que después de tener tres hijos
quería regularse con un método anticonceptivo. Tenía problemas
con el marido porque él se oponía a que ella se cuidara, cuestión
común con el atraso de muchos señores. Por fin, la señora nunca
se controló y el m arido la embarazó. Vino a verme cuando registró
el primer atraso de su regla y le comprobé que estaba esperando.
Días después llegaron unos tipos malencarados, con lentes oscu­
ros, todos en un coche galaxie blanco sin placas. Entraron revol­
viendo la casa, gritando y atemorizándonos a mí y a mis hijos. La
acusación: homicidio. La señora que me había venido a ver había
sufrido un aborto espontáneo, probablemente por los golpes que
le daba el esposo, y había levantado un acta en mi contra, diciendo
que yo la había hecho abortar. Se me trataba como criminal y se
me pedía la cantidad de 15 mil pesos por dejarme salir. No
im portaba cuántos partos había yo atendido en mis 25 años de
partera, los conocimientos que tuviera en mi cabeza y sobre todo
la confianza y la fe de toda la gente que vive en mi com unidad y me
conoce de hace tiempo. No tengo título de médico, soy mujer y no
trabajo en ninguna institución. Suficientes razones para ser atro­
pellada y llevada a la cárcel.”

138
ESPÍAS

“ Mi t r a b a j o es s e r e s p ía en las tiendas A urrerá.” Con esta


confesión, Hilda García Tovar explicó las raras características de
su labor.
— ¿Por qué me dices que eres espía?
M ira, existe todo un servicio que se ha creado recientemente
y que consiste en un ejército de espías. Bueno, el principio es el
mismo que el del espionaje: supervisamos a las cajeras.
— ¿Cómo llegaste aquí?
Un día leí un anuncio que decía: “ Se solicita muchacha entre
25 y 35 años, con coche propio, para trabajar como supervisora en
tiendas de descuento Aurrerá. Llamar al teléfono tal, con la
señora Valenzuela.” Me presenté sin saber en qué iba a consistir
mi trabajo. Me hicieron pruebas de psicología y de matemáticas y
me entrevisté con esa señora. Me molestó la manera insistente con
la que me preguntó si realmente necesitaba ese trabajo. ¡Claro que
lo necesitaba! Me aceptaron y en ese m omento me explicaron de
qué se trataba. Me dieron un entrenam iento de unas horas y, al
salir de ahí, estaba lista para cumplir mi nuevo oficio. Así, me
convertí en una shopper.
—¿Entonces, ¿no se necesita mayor preparación?
No, la mayoría de las mujeres que llegan son divorciadas, pero
todas son amas de casa, tienen hijos y en el trabajo no se ocupan de
otra cosa que de lo que hacen diariamente: ir de compras para la
familia.
— ¿En qué consiste et trabajo?
Somos como treinta mujeres que salimos de nuestras casas para
trabajar com o amas de casa. Las shopper, en cuanto llegamos a
las tiendas, nos transform am os; tom am os nuestro carrito, pasea­
mos y compramos. Nos acercamos a la caja para pagar la mercancía

139
y en ese momento empiezan las pruebas. Las cajeras van a estar
controladas, fichadas y anotadas, sin que ellas sepan cuándo o por
quién.
— ¿Cuáles son las pruebas que utilizan?
Cada una de las shopper tiene que ingeniárselas para encon­
trar el máximo de pruebas o, más bien, trampas para hacer que
caigan las cajeras. Se escogen artículos en diferentes departam en­
tos para verificar si la cajera marca bien el departam ento y el
impuesto. También se escogen diferentes artículos, aunque muy
parecidos entre sí y con una diferencia de precio mínima; por
ejemplo, jabones de la misma marca pero con diferentes precios; o
sopas instantáneas, de esas chinas, que a veces tienen sólo veinte
centavos de diferencia. La shopper presenta diez de esas sopas ala
cajera, y entre el montón, una de precio diferente. También com­
pramos muchos vasos o flaneras. La cajera tiene que m arcar los
artículos, uno por uno, verificando el precio de cada producto.
— ¿Y si se equivocan de precio ¿que pasa?
En una hoja con el nombre de la cajera marco los puntos o
calificaciones de cada una. Por ejemplo: Juanita Pérez, tienda de
descuento de Villa Coapa, 13 horas; buena presentación: cien
puntos; dijo “ buenos días” : cien puntos más; me aventó las mer­
cancías: cien puntos malos; no me preguntó “ ¿es todo?” : cien
puntos malos; verificó si el carrito estaba vacío: cien puntos
buenos. Los puntos llegan hasta mil. Ahora reviso cómo marcó
las mercancías. Con el ticket en la mano, “ checo” cada artículo.
En general, si las trampas son buenas, todas se equivocan.
— No entiendo, ¿tú compras las mercancías?
No, cada tercer día voy a las oficinas del servicio y me dan mil
quinientos pesos* para las compras de esos días. Ahí mismo me
entregan una hoja con la ruta de las tiendas que debo recorrer, y
con los nombres de las cajeras que la empresa quiere probar, el
número de caja y su horario. Al mismo tiempo, entrego las
mercancías que compré el día anterior y los reportes de cada
cajera.
— ¿Y para qué hacen esto?
P ara castigar o gratificar a las cajeras. En función de los
puntos que acumulan se les da una compensación al mes. Todo
esto significa que la empresa gasta dinero, pero a largo plazo le
reditúa, porque es una manera de sacarle el máximo a sus emplea­
das. El gerente de cada tienda es el único que decide a cuál cajera

* A ntes de la d ev a lu ació n .

140
hay que supervisar. Cuando son nuevas se las supervisa varias
veces en una misma semana.
— ¿Las cajeras no las reconocen?
P arte de nuestro trab a jo es despistarlas. Nos disfrazam os,
sobre todo cuando hay que entrar varias veces a la misma tienda.
Nos cambiamos de ropa, de bolsa, usamos pelucas. Algunas hasta
trabajan con sus hijos. No sólo porque no tienen con quién
dejarlos, sino también porque así perfeccionan su disfraz de ama
de casa. En general, las mujeres que están en ese servicio no
aguantan mucho; hay que correr demasiado de un lugar a otro.
— ¿Y los reportes, a qué hora los haces?
Bueno, después de mi día de trabajo, que nunca termina a la
misma hora, después de recorrer todas las tiendas que me tocan y
de haber supervisado a diez o doce cajeras, llego a mi casa a hacer
los reportes, de noche. Es demasiado traqueteo. Y muchas veces
pierdes tu día de trabajo si tienes algún problema con el coche.
Imagínate, sólo te dan cuarenta pesos al día para gasolina. Y
además, piensa en cuántas cajeras te han de odiar al final del mes
cuando no reciben su compensación.

141
COLGANDO DE UN HILO*

“ N u n c a d e b e m o s s e p a r a r n o s del lapicerito, que de tanto usar­


lo se convierte en un dedo m ás.” C uatro m ujeres telefonis­
tas hicieron, en el transcurso de una larga plática, esa y otras
confesiones sobre su casi alucinante labor. Enigmática, casi irreal
detrás del aparato, la operadora de larga distancia vive, sin embargo,
un m undo donde las condiciones de trabajo están lejos de ser
gratificantes.
“ Permanecemos, durante ocho horas, pegadas a una silla. El
espacio no es mayor que la am plitud de nuestros brazos.” Cuando
alguien solicita el servicio de una operadora, es atendido por una
voz neutra que repite, invariablemente, una frase hecha.
“ Existen 63 frases hechas que debemos memorizar y usar siempre
la indicada. Jamás ninguna otra.” Sujetas a la necesidad de manejar
uno de los mecanismos claves de las comunicaciones modernas, el
teléfono, las telefonistas soportan una alta carga de tensión, auto­
matismo e inhum anidad en su tarea cotidiana. Asimismo, son
víctimas de enfermedades crónicas de trabajo, especialmente en su
sistema auditivo.
No es de extrañar que por su alta concentración y por las
condiciones en que se desenvuelven, sean el sector más combativo
en el proceso de democratización del Sindicato de Telefonistas de
la República Mexicana.
Aún se recuerda que el 22 de abril de 1976, cuando se inició el
movimiento que llevó a la dirección sindical a Francisco Hernández
Juárez, las operadoras de los departam entos 02,09 y 04 fueron las
primeras en parar espontáneamente. Desde entonces, el paquete de
demandas de las operadoras se ha constituido en uno de los ejes de

* Colaboración para La Revuelta de Fernanda Núñez y Coral Solá.

142
la actividad del sindicato. Repetidamente se han denunciado los
riesgos de trabajo, el sistema policiaco de control y el pesado
ritmo de labor, y muchas veces —afirmaron las entrevistadas— la
empresa Teléfonos de México respondió incrementando el personal
policial y la represión sistemática mediante despidos y otras me­
didas.
En esta entrevista se usan los testimonios de las operadoras
María de Jesús, Laura, Patricia y Guadalupe. Sus denuncias están
avaladas por abundante documentación que está en nuestras
manos, pero como esas trabajadoras se vieron imposibilitadas de
dar sus nombres completos por razones de seguridad en su fuente
de ingresos, quienes firmamos asumimos la responsabilidad de
toda la información.
— ¿Dónde trabajas?
En el 02, que es el servicio de larga distancia nacional, en el
Departam ento de Tráfico, que lo forman tam bién el 04 y el 09.
— ¿Cuántas operadoras son?
En total somos aproximadamente unas tres mil trabajadoras;
en el 02 somos como mil ochocientas.
— ¿Cuánto tiempo tienes trabajando aquí?
Dos años; pero sigo siendo eventual, porque a veces tardan
hasta tres años en dar las plazas aunque nuestro trabajo es permanente.
— ¿Cuál es tu horario de trabajo?
Los turnos varían de acuerdo a las necesidades de la empresa.
Cambian cada semana al igual que los días de descanso que no
siempre son continuos. Por ejemplo, esta semana me toca de 4 a 11
p.m.; la siguiente de 6:30 a.m. a 1 p.m.; la, siguiente, turno mixto;
descansé esta semana jueves y viernes, la siguiente lunes y sábado
y así, nunca es igual. De acuerdo a la antigüedad, hay operadoras
que tienen descanso fijo, aunque cambien el turno. Los turnos son
muy variados. Existen 500 turnos fijos aproximadamente. Además,
dos veces al año me toca velar, durante un mes. Nos pasamos dos
meses trabajando toda la noche.
— ¿Qué es el turno mixto?
El turno mixto es un turno discontinuo. Por ejemplo, hoy entro
a las 9 a.m. y salgo a las 2 p.m., con media hora de descanso;
vuelvo a entrar a las 5 p.m. y salgo a las 8 p.m., con 20 minutos de
descanso. Como vivo muy lejos, no me alcanza el tiempo en las
tres horas intermedias para ir a mi casa, de la que salgo a las 7:30 y
regreso a las 9:30. Los turnos mixtos nos los llegan a poner hasta
un mes seguido. De hecho, la organización de los horarios de
trabajo, además de cumplir con las necesidades del servicio, nos

143
exprime, pues esas tres horas intermedias están pensadas para que
la operadora recupere fuerzas y vuelva al rendimiento de las
primeras cuatro horas. Además, rara vez nos toca con las mismas
compañeras. A veces pasa hasta un mes para volver a ver a alguna
de ellas, y como incluso nos cambian de central en la misma
semana, se dificulta la comunicación entre nosotras y eso nos
desmoviliza. En ocasiones la empresa utiliza los cambios de turno
para impedirnos la asistencia a alguna asamblea. Esto en cuanto
al trabajo. En cuanto a nuestra vida familiar, muchas de nosotras
somos mujeres solas con hijos, madres de familia que tenemos que
cumplir un trabajo en el hogar difícil de adaptar a estos horarios
jodidos. Así es difícil planear un ritm o de vida estable y cualquier
actividad extralaboral.
— ¿En qué consiste tu trabajo?
Mira, lo primero que haces al entrar es checar en la sala de
conmutadores; se registra la hora de entrada y salida de turno, y
de entrada y salida de descanso. Debemos entrar con el aparato y
el lapicero en la mano, listas para conectarnos al conm utador. Al
llegar al lugar que se nos indica, debemos checar que las patas de
la silla estén derechas, debemos entrar a sentarnos por el lado
izquierdo y salir por el derecho. Trabajam os siempre sentadas;
tenemos una hora para salir a comer y a veces media. Durante la
jornada de trabajo no se nos permite salir sin autorización de la
auxiliar de jefe; en este tiempo no debemos exceder los diez
minutos y tenemos que esperar, en ocasiones, hasta una hora y
media después de que nos anotan para salir.
Permanecemos durante ocho horas pegadas a una silla, general­
mente incómoda. El espacio de trabajo no es mayor que la amplitud
de nuestros brazos, y enfrente, el tablero del conm utador lleno de
foquitos que reclaman ser atendidos. Para la empresa, nuestra
tarea fundamental es comunicar con signo de pesos. Cada llamada
que efectuamos con rapidez, eficacia y amabilidad significa dinero.
Para ello nos dan instrucciones precisas de cómo trabajar.
Existen 63 frases hechas que debemos memorizar y usar siempre la
frase indicada, jam ás ninguna otra. No debemos separarnos del
lapicerito que de tanto usarlo se convierte en un dedo más. Llenamos
los datos de la llamada que se nos solicita y marcamos el número
autom áticam ente, como al accionar la palanca de una máquina.
Sin olvidar que al trabajar la llam ada debemos hablar y escribir al
mismo tiempo, ahorrar tiempo, siempre ahorrar: tres minutos
para cada llamada, solamente dos intentos cuando la línea está
ocupada, únicamente dos minutos para que otra central conteste,

144
sólo 20 minutos para proporcionar tiempo y costo, etcétera.
— ¿Cómo es el lugar donde trabajas?
El ambiente de la sala de tráfico, donde trabajam os, es muy
particular, está organizado por varias filas y cada fila tiene doce
posiciones y una auxiliar de jefe que es la que nos vigila.
A veces hace mucho frío, ya que el clima es artificial y se regula
dependiendo de las necesidades del conm utador. Puede hacer un
frío que nos cale los huesos, pero al solicitar que pongan calefacción
nos dicen que el clima es para conservar el equipo y no para
nosotras. En ocasiones, nos dan permiso para salir por un suéter
cuando mucho.
“ La empresa lo que quiere es espiarnos, oír todo lo que decimos” ,
denunciaron, en la segunda parte de esta entrevista, las operadoras
de Teléfonos de México. En su opinión, el sector patronal se vale
del método de grabar tramos de su trabajo no sólo para com probar
el nivel de eficiencia de su labor, sino también como un claro
espionaje político.
“ La empresa —dijeron— quiere saber si vas a tener alguna reu­
nión, si tienes alguna queja, algún problema con el sindicato. Es un
ejemplo de los métodos más sofisticados para controlar al trabajador.”
Si a esto se suma, como surge de su relato, la actividad de las
subdirectoras de turno y de las empleadas de confianza, se observará
una verdadera red de ojos sobre las telefonistas, al estilo de
cualquier gran industria capitalista.
— ¿Cómo es el sistema de control?
La empresa tiene muchas formas de controlar y supervisar
nuestro trabajo. Se trata de que no perdamos ni un segundo, de
que cometamos menos errores, dicen que para mejorar el servicio;
pero la empresa quiere m ayor rendimiento, que se traduce en
mayores ganancias.
U na de las form as de co n tro l es la fam osa grabación. De
repente, no sabes ni a qué hora, ¡zas!, te empiezan a grabar sin que
te des cuenta. G raban todo lo que dices, cómo lo dices, cuánto te
tardas, qué palabras usas, el tono de la voz, tu amabilidad. En
síntesis, se trata de medir nuestra eficacia bajo las instrucciones
que la empresa nos impone. La grabación dura de 20 minutos en
adelante; te graban hasta lo que le dices a la com pañera de al lado.
En realidad es un método policiaco de espionaje.
— ¿A ti te han controlado?
—¡Claro!, de eso nadie se escapa, es una amenaza constante.
—¿Cuéntanos?
M ira, el dom ingo pasado una com pañera llegó y se sentó

145
junto a mí. Eso ya fue suficiente para que cayera el control. La
auxiliar me vio agacharme y llegó a molestarme. Me quería cambiar
de lugar. Yo me quejé con mi com pañera y hasta eso me grabaron.
Me cambiaron de lugar y siguieron grabándome; cualquier comentario
o expresión está prohibido. D urante todo el turno la auxiliar
estuvo sobre mí, molestándome, hostigándome.
Al final me llam aron para que escuchara mi propia grabación,
me regañaron y me siguieron grabando durante toda la semana.
— ¿Qué pretende la empresa con esto?
En realidad, la empresa lo que quiere es espiarnos. Quiere oír
todo lo que decimos. Por ejemplo, quiere saber si vas a tener
alguna reunión, si tienes alguna queja contra el personal de confianza,
algún problema sobre el sindicato, etcétera. Si mencionas la palabra
esquirola, ya sabes a qué te atienes. La represión es constante y
sistemática, vives en el pánico. ¡Imagínate!, como en las películas
¡pueden escuchar todo lo que dices a todas horas! Después te
mandan a llamar para que la subdirectora en turno te haga la
observación.
Esto, la mayoría de las veces la empresa lo utiliza como una
presión psicológica sobre nosotras y como medida de represión
contra operadoras combativas. En ocasiones hasta te inventan
grabaciones. Cuando te consideran rebelde, a veces te graban
durante todo el turno, haciéndotelo notar aplicando una guerra
de nervios. Lo más sano para nosotras es olvidarnos de este
control, así contrarrestamos un poco esta presión, pero no siempre
se puede.
Además, al ejercer este control la empresa nunca tom a en
cuenta cuántas horas llevas trabajando sin parar. Después de siete
horas de trabajo, tu rendimiento debe ser el mismo.
— ¿Y quién es la encargada del control?
Es una empleada de confianza que, gracias a sus cualidades de
capataz y a su servilismo, ha escalado hasta ese puesto: es una
arrastrada.
— ¿Tienes otras form as de control?
Por supuesto. Están las auxiliares de jefe, que son las encargadas
de vigilar nuestras espaldas durante todo el turno. Form alm ente
revisan cómo se registra cada llamada; miden el volumen de
producción de cada operadora, controlan el orden, entradas y
salidas del personal, auxilian en llamadas cuando la operadora se
atora y, en muchos casos, olvidan que ellas también fueron operado­
ras, asumiendo su papel de autoridad.
Las auxiliares, que son sindicalizadas, por el papel que juegan

146
en el proceso de trabajo viven constantemente entre la espada y la
pared. La empresa ejerce un fuerte control sobre ellas para que
nos presionen para trabajar bajo las reglas establecidas; muchas
están cerca del personal de confianza, pues en esta confusa relación de
trabajo existe la perspectiva del ascenso. Su trabajo es el otro
extremo de nosotras: deben permanecer paradas durante todo el
turno y sólo pueden sentarse en contadas ocasiones. M ira, son
mujeres que después de haber pasado diez años sentadas, de
repente tienen que trabajar otros diez años paradas, para lograr el
puesto de confianza.
Hay otra forma de control, a través de las empleadas de confianza.
Además de las auxiliares, estas empleadas realizan un constante
patrullaje durante la jomada de trabajo. Nos vigilan y vigilan a nuestras
vigilantes. Estas mujeres autoritarias tienen el apoyo de la empresa,
son sus incondicionales. La empresa les ha hecho creer que, por su
posición, son superiores al resto de las compañeras. Y esto las
convierte en las más celosas guardianas de los intereses de la
empresa. ¡Pareciera que son dueñas de la mitad de las acciones!
— ¿Cómo afecta este trabajo a tu salud?
Los ojos se ven afectados por el reflejo que reciben del con­
m utador, los riñones te duelen con frecuencia de tanto estar
sentada, el aparato circulatorio se ve afectado por la inmovilidad
en la que permanecemos; también sufrimos de problemas en la
columna vertebral.
Pero lo más evidente son las lesiones en el oído. Una está
constantemente expuesta a sufrir descargas de sonido, conocidas
como “ repique de los mil ciclos” , que cuando son muy intensas te
pueden dejar sorda, con todos los problemas que esto implica.
— ¿La empresa las indemniza o incapacita?
Ninguno de estos riesgos de trabajo están reconocidos por la
empresa como enfermedades profesionales, siendo que en casos,
como los del oído, la mayoría de las operadoras hemos sufrido
algún repique. Yo, por ejemplo, estoy malísima de un oído y como
que pierdo el equilibrio.
Se han dado luchas importantes a este respecto, estamos conscientes
del problema; pero te acostum bras a vivir en el riesgo pues la
amenaza del repique es constante. Además, la empresa ha interpuesto
muchísimos trámites burocráticos para conseguir una incapacidad.
Esto tiene como resultado cierta apatía entre nosotras; pero, sí, es
una de nuestras principales preocupaciones.

147
De pinceles, plumas y cámaras
EN EL G RAN ESCENARIO

En e l g r a n e s c e n a r i o de las artes plásticas, la mujer no está


totalmente ausente, ahí se halla como consum idora de arte, co­
leccionista, art dealer, prom otora del marido, modelo y, en su
expresión sublime, como musa. Una vez más, en este universo,
la mujer está representada como ángel o como demonio, es la
salvación o el paraíso perdido. Nosotras, impotentes, miramos
nuestra imagen proyectada por el hombre, aprisionada en una
naturaleza modelada según los deseos de él; somos mediadoras
entre el creador y las fuentes naturales. El espejo de Narciso nos
refleja una semejanza inexistente, irreal y tram posa que justifica,
al mismo tiempo, nuestra vida enajenada.
La creación es una prerrogativa masculina y, aunque la mujer
siempre ha creado, nunca estuvo entre los llamados “ grandes” .
Todavía hoy, engendrar, para muchos, es sinónimo de creación:
“ para qué quieren crear las mujeres —comentan los del otro
sexo— si tienen el acceso a la m aternidad” ; y la fecundidad se
presenta como la quintaesencia de la creación.
En el arte, esa lucha entre el ser hum ano y la naturaleza, se
observa la ausencia casi total de las mujeres, para no hablar de los
pocos casos excepcionales.
¿Por qué? La respuesta no es fácil. Por un lado existen las
dificultades concretas: tener un espacio, un estudio, cuesta, el
material cuesta. Adquirir una técnica necesita mucha dedicación,
disciplina, y un aprendizaje serio es difícil por el acontecer diario;
la energía femenina se invierte en cosas cotidianas que alguien
tiene que resolver; y mientras los hombres crean las obras maestras,
nuestra capacidad de interpretar el m undo “se evapora con los
sabores de la comida del mediodía”, como dice la cineasta Joyce
Buñuel.

151
Por otro lado, los hombres siempre han sido custodios de la
creatividad; piensan y crean por nosotras, sobre nosotras, para
nosotras, con la ayuda de nosotras, nos interpretan minuto a
minuto. Según Luce Irigaray: “ El hombre no está dispuesto a
com partir la iniciativa del discurso, prefiere hablar, escribir, sufrir
y gozar como si fuera mujer, en vez de dejar a ella el derecho de
intervenir en las cosas que le atañen.” * El hombre, responsable
del m undo, se encarga del peso del universo, es una especie de
Chaplin de la creación, hace de todo, sella la concepción del arte
como demiurgo, vidente, individualista, precursor de tiempos por
venir, y nos deja la censura, la autocensura, los espacios limitados.
Nuestro espacio social cerrado nos prohibe crear con libertad,
nuestros temas nos parecen muchas veces poco trascendentales,
nuestras vivencias, experiencias, carecen de dignidad estética.

* Irigaray, Luce, Speculum (espéculo de la otra mujer). Ed. Saltés, Madrid, s/f, 403 pp.

152
NOTAS ACERCA DE LA CREATIVIDAD Y LAS MUJERES

“ Si l a s m u j e r e s s o n i g u a l e s a los hombres ¿por qué no ha


habido en toda la historia una mujer, aunque sea una sola, que
haya alcanzado la grandeza de un Picasso, o un Marx, o un
Einstein?”
Hay quienes piensan, porque así les conviene pensarlo, que el
acto creador surge por mágica inspiración, misteriosa iluminación
con que el destino ha dotado a unos cuantos. De esta idea infieren
—muchas veces apoyados en investigaciones “ científicas”— que
quien no desarrolla su creatividad es porque por naturaleza es
incapaz de hacerlo. Quien aplica este criterio condena a la mayor
parte de la hum anidad como especie inferior y justifica así las
atrocidades de la opresión que ejercen unos seres humanos sobre
otros.
La creatividad está estrechamente ligada a las condiciones reales
que vive una persona, a lo que hace diariamente, a cada minuto de
su vida. No podemos com prender el acto creador en abstracto. Es
preciso conocer quién lo realiza, en qué trabaja, cuánto gana, qué
preparación ha logrado, dónde y con quién vive.
Generalmente, hasta ahora, para que un ser hum ano desarrolle
plenamente su creatividad ha sido necesario que otro u otros la
sacrifiquen. Esta aniquilación de la creatividad de una persona
para el florecimiento de la de otra es una de las razones de la ausencia
de nom bres de mujeres en las largas listas de aportaciones im por­
tantes a la sociedad.
¿Qué hemos hecho las mujeres todo este tiempo?
A la som bra de la grandeza (o de la mediocridad), en las casas
cerradas hemos trajinado, ¡larguísima jornada!, proporcionando
los servicios necesarios para que otros puedan descubrir, inventar,
conquistar...

153
Si pensamos en las “grandes mujeres” (nunca tan grandes como
los “grandes hombres” ), si espiamos un poco en sus vidas, nos
salta a la vista la semejanza de sus condiciones de vida con las de
los varones: independientes económicamente, sin hijos, con posi­
bilidades reales de desplazarse, etcétera. No podemos, las mujeres,
argum entar a nuestro favor rescatando a Rosa Luxemburgo, o a
Simone de Beauvoir, o a Virginia Woolf, porque la mayoría de
nosotras vivimos en situaciones muy diferentes: entregadas a un
trabajo de tiempo completo, no asalariado, con hijos y atenidas en
muchos sentidos a la voluntad de un hombre del que además
dependemos económicamente.
Algunas mujeres desesperadas por tener acceso a la creación se
han visto precisadas no sólo a adoptar las ideas de los hombres
sino aun a tom ar como suya su apariencia. Huyendo de su condi­
ción de mujeres han entrado a hurtadillas en el mundo de los
varones para poder alcanzar su capacidad de actuar, de crear. La
Monja Alférez o George Sand son prototipos de la renuncia de las
mujeres en tanto mujeres para lograr la creatividad. Tampoco
ellas nos brindan oportunidad para reivindicar nuestras capacida­
des; alrededor de ellas se enrarece el aire en una forma que
recuerda la traición. Se han cambiado de bando, nos han desdeñado.
Nombres vacíos, irreconocibles, ligados únicamente a alguna
insípida historia de amor: Melba Hernández, Jenny de Westfalia,
Nadieschka Krupskaya, tu nombre, mi nombre. ¿Qué académico
va a dedicarnos algunas líneas en sus tratados sobre las creaciones
humanas? ¿Quién tendría la paciencia de describir nuestro trabajo?
¿A quién va a interesarle cuántas camisas hemos lavado en la vida,
o cómo es el polvo que han levantado nuestras escobas?
Nadie va a luchar por nuestro derecho a la creación; es preciso
que lo hagamos nosotras mismas. No es por caminos ya hechos,
siguiendo las huellas de los varones, que alcanzaremos a acceder a
la creatividad, porque no tenemos las condiciones de que ellos han
gozado hasta ahora, ni deseamos someter a otros para alcanzarlas.
Nuestro fin no puede ser la brillantez de la “ gran mujer” o de la
“mujer-hombre” . Es preciso trabajar colectivamente en la creación
del cambio de condiciones de vida por otras que permitan el
desarrollo de la creatividad.

154
ÁRBOL DE LA ESPERANZA, M ANTENTE FIRME.

F r i d a K a h l o v iv ió c o m o n i n g u n a la prisión estrecha de la
casa. Ella, que soñó con ser “ navegante y viajera” , tuvo que
resignarse a la inmovilidad; conoció el universo en un espejo y
supo pintarlo. Día tras día, Frida retrató las experiencias de su
cuerpo; quedaron atrapadas en color todas las sensaciones femeninas.
Si todavía viviera, se sorprendería de la identificación que existe
entre su pintura y las batallas actuales de las mujeres. Las feminis­
tas españolas imprimieron en cartel un autorretrato de Frida en el
que se la ve con el cabello cortado y regado por el suelo, con un
letrero que dice: “ Mira que si te quise fue por el pelo, y ahora que
estás pelona ya no te quiero.” A excepción de algunos cuadros,
por ejemplo el retrato de Stalin, cualquiera de las pinturas de
Frida Kahlo podría ser pancarta del movimiento de liberación de
las mujeres: Las dos Fridas. M i nacimiento o Árbol de la esperanza.
Frida no logró reconocer las dimensiones de su obra, utilizó
hacia ella una medida ajena. Ella afirma en los testimonios que
recogió Raquel Tibol: “ Los tres primeros cuadros que pinté tenían
los temas habituales en Diego: una mujer hincada, un niño sen­
tado en un banco, una mujer sentada en una silla de palm a.”
Por fortuna, más tarde se dio cuenta de que el camino de Diego no
era el suyo, y aunque desvaloraba el propio, anduvo por él: “ Mi
pintura lleva el mensaje del dolor. Creo que, cuando menos, a
unas cuantas personas les interesa. No es revolucionaria, para qué
sigo haciéndome ilusiones de que es combativa; no puedo. La
pintura me completó la vida. Perdí tres hijos y otra serie de cosas
que hubieran llenado mi vida horrible. Todo eso lo sustituyó la
pintura.”
Frida fue una ferviente socialista. Siempre que pudo sacó el arte
a la calle, asistió a manifestaciones, participó políticamente con los

155
artistas de su tiempo. Sin embargo, su universo inmediato tenía
una fuerza inaplazable y de éste surge su mejor pintura. Ella
misma acepta que sus cuadros predilectos son La nodriza y y o y El
abrazo de amor entre el universo, la tierra, Diego y yo. Vivió en
contradicción entre lo que necesitaba pintar y lo que sus ideas
políticas le dictaban. Sentía que su arte traicionaba o, cuando
menos, no cumplía su compromiso revolucionario: “Tengo mucha
inquietud por mi pintura. Sobre todo para transform arla para que
sea algo útil, pues hasta ahora no he pintado más que la expresión
honrada de mí misma, pero alejada absolutam ente de lo que mi
pintura pueda servir al partido.”
La pintura de Frida no fue útil a un partido político, no fue
propagandística o agitativa de manera inmediata, pero fue enor­
memente combativa en el mejor sentido de la palabra. La pintura
de Frida es revolucionaria porque la transform ó a ella misma,
llenándola de esperanza en la desgracia, y porque transform a a
quien la mira, invitando a la reflexión.

156
MUJERES PERIODISTAS

H o y l a s m u j e r e s , c o m o n u n c a a n t e s , están presentes en el
periodismo cotidiano; las reporteras son cada vez más nume­
rosas. No es un hecho casual que muchas mujeres escojan la
carrera de Ciencias de la Comunicación y de la Información. Sin
embargo, hay que reconocer que la mujer nunca estuvo ajena a la
palabra escrita, siempre ha tenido una sólida presencia en la
literatura. Se puede decir que la escritura, como medio de comuni­
cación, es bastante accesible para ella. Este fenómeno es explicable
por el hecho de que las mujeres durante largos siglos estuvieron
excluidas de la educación formal, y que la única foj*ma de cultura a
la que tenían acceso eran las palabras, y de la palabra oral a la
escritura el tram o no es muy largo.
Buonanno, escritora italiana, se ocupa de la sociología de las
masas y de la familia; también varias veces abordó temas como el
feminismo y la información. En su libro La donna nella stampa
(La mujer en la prensa),* analiza, mediante una serie de encuestas,
las condiciones de vida de las periodistas en Italia, los aspectos
negativos de la profesión y las prácticas discriminatorias relaciona­
das con las mujeres.
Las motivaciones que las llevan a esta profesión son las siguien­
tes: ejercicio de la escritura como sustituto de la actividad literaria,
hacia la cual las mujeres se sienten atraídas, pero todavía no
suficientemente preparadas. Según cierta evaluación realista, el
oficio de periodista parece más remunerativo que el quehacer
literario, o por lo menos tiene una remuneración inmediata, ofrece
la posibilidad de un trabajo intelectual autónom o, una especie de

* Buonanno, Milly, La donna nella stampa. Ed. Reuniti, Roma, 1978.

157
vocación más cercana a una imagen hemingwaiana que el trabajo
cotidiano de redacción. Un factor im portante son también las
relaciones interpersonales: “ La diferencia entre escribir para sí o
para un público inmediato garantizado, es como entre la m astur­
bación y el hacer el amor. Es decir, son iguales, pero en el último
caso por lo menos se conoce gente” , según expresó de manera
anecdótica una de las entrevistadas.
En el itinerario de acceso de las mujeres al periodismo en Italia,
la primera etapa es la de colaboración externa. La afanosa búsque­
da de este tipo de colaboración aparece en la memoria de las
entrevistadas como un periodo duro, lleno de humillaciones por
los numerosos rechazos y por la ausencia de una reglamentación
contractual, que muchas veces ni siquiera es solicitada por el
temor al rechazo o a la pérdida del espacio de trabajo. Es inevita­
ble la disminución de la calidad del trabajo cuando de la colabora­
ción externa se pasa al “ voluntariado” , es decir a la experiencia
de las tareas de “baja cocina” redaccional. El voluntariado coad­
yuva a la congelación de la fuerza de trabajo, desarrolla en la
periodista un sentido de m arginalidad e inseguridad, ya que tam ­
bién está indefensa sindicalmente, y dicha inseguridad la acompa­
ñará a todo lo largo de su vida profesional. Son el último escalón de
la escalera redaccional.
La desigualdad y diferencia entre los colegas masculinos y
femeninos es más evidente cuando se trata de la ubicación. “ La
colocación inicial de la periodista —escribe Milly Buonanno—
ocurre más bien en el sector del espectáculo o en la sección
cultural, pues se la considera notoriam ente más apta para cultivar
estos tipos de relaciones sociales que garantizan al sector el ñujo
de la información. Pero no se trata sólo de una ubicáción inicial:
uno de los datos más llamativos y significativos de la investigación
es la escasa movilidad intersectorial y vertical de las periodistas.”
Es evidente también el hecho de que la mujer tiene poca capaci­
dad de decisión política: es ajena a los grupos de poder del
periódico y participa escasamente en las mesas directivas.
Existen otras formas de discriminación latentes y directas. Por
ejemplo: el redactor que corrige y cabecea —generalmente un
hombre— puede rebasar los límites de su tarea ejecutiva e introdu­
cir variantes de significado en los artículos; a la redactora de
noticias exteriores se le encarga el personaje, la biografía y el lado
hum ano, psicológico de los hechos; difícilmente será enviada y
todavía menos será comentarista. La redactora de la noticia nacio­
nal podrá enfrentarse con los problemas sociales, pero lo político

158
es de competencia masculina y a la mujer sólo le queda la nota de
color. En el campo sindical tendrá oportunidad de estar presente
en las reuniones cumbres más fatigosas y menos interesantes, pero
no se le confía la entrevista con el líder. Aunque la periodista esté
en contacto, por su necesidad de trabajo, con las esferas más
influyentes, difícilmente obtiene por ello posiciones ventajosas, ya
que también la información está monopolizada y las noticias más
relevantes las tienen los colegas especializados. Esta posición
periférica ofrece a la periodista la posibilidad de salvaguardar una
cierta autonom ía, según la lógica ambigua del menor ejercicio de
control sobre sujetos menos influyentes.
Con todo eso, se tiene como resultado un aplastamiento profesio­
nal de la mujer, lo cual a su vez alimenta el juicio sobre la
incompetencia femenina. El mecanismo funciona como si fuera de
“ selección natural” que deja subir a flote sólo a los mejores, los
mayormente dotados para la lucha. Se manifiesta como un circuito
cerrado, una serpiente que se come la cola.
El último tema abordado por Buonanno es la difícil conciliación
del trabajo de la periodista con la vida privada. Extremadamente
crítico, en este sentido, es el momento de la m aternidad: los meses
de ausencia, la menor disponibilidad de tiempo y las dificultades
de desplazamiento injertan un proceso de marginación muchas
veces irreversible. Las únicas que no reconocen e\ conflicto entre
vida familiar y profesional son “ las que ya han llegado” . Sus
biografías revelan, más que equilibrio, la subordinación de lo
privado a lo público.
Buonanno concluye exponiendo la situación de las nuevas gene­
raciones, “ quienes rechazan la lógica de la carrera, evitando el
juego arrollador y muy a menudo autom utilante de la competitivi-
dad. Pero eso no significa que renuncien a la autoprom oción o a la
defensa de sus propios espacios. Al contrario, dan la impresión de
que aum entaron las aspiraciones individuales y colectivas.
“Solamente sus nociones de carrera no coinciden con el acceso al
poder en el sentido masculino; sin embargo, ya no están dispuestas
a tolerar el ser figuras m arginadas y profesionalmente ilegítimas.”

159
VIC IO S DE LA COCINA

No SON n u e v a s LAS IDEAS acerca del papel que las mujeres hemos
desempeñado como imagen en el cine. El avance de nuestra con­
ciencia del mundo en el que vivimos ha permitido que se hable
cada vez más sobre este tema, como uno de otros en general.
Sabemos que hemos sido manipuladas con estereotipos femeni­
nos utilizados para hacernos creer que esa imagen de la pantalla
era el ideal a alcanzar.
Sin embargo, lentamente empieza a conformarse una conciencia
feminista y las mujeres trabajam os para elaborar la teoría de
nuestra opresión y sus alternativas concretas en un trabajo prácti­
co. Paralelamente a este crecimiento se desarrollan también las
formas de trabajo que las mujeres aportam os, cada quien en el
campo en el que se mueve.
El trabajo de realización en el cine, como uno de los ámbitos
antes casi inaccesibles para las mujeres, es tom ado ahora por ellas
y es utilizado para mostrar el “ mundo femenino” , nuestro mundo,
con nuestra propia óptica. Hemos empezado a analizar y a denun­
ciar los problemas inherentes a la condición específica de la mujer.
Es un hecho que en la medida en que el movimiento feminista
ha avanzado, una mayor cantidad de mujeres se ha preocupado
por utilizar algunos medios de comunicación y transform arlos en
una “ tribuna” para expresar nuestro sentido de la existencia.
¿Qué sucede cuando la imagen que ahora nos devuelve la
pantalla es de fastidio, de frustración, de soledad; la de una mujer
sin alternativa aparente más que la del trabajo doméstico como su
m anera “ natural” de existir?
Sobre las mujeres no se ha dicho casi nada o se ha dicho mal;
debemos redescubrir su presencia y m ostrarla para que conozca­
mos la verdad.

160
Un ejemplo de esto es Vicios de la cocina, un documental de
veinte minutos realizado por Beatriz Mira que, junto con algunos
otros, form an el pequeño acervo de cine feminista que existe
ahora en México y que ya demuestra su eficacia y la necesidad de
su existencia por la cantidad de mujeres y de grupos que lo
utilizan.
El tema de Vicios de la cocina es el trabajo doméstico. La película
sigue a una mujer a lo largo de su jornada de trabajo, que empieza
desde el momento en que ella se levanta y que term ina solamente
cuando se ha quedado dormida. La cámara nos lleva de la cocina a
la recámara, de la recámara a la cuna del bebé, de ahí de nuevo a la
cocina; ahora la cámara desciende y la mujer, de rodillas, trapea el
mosaico del comedor. Es la hora de comer, hay que atender a los
niños. Por la tarde sale del pequeño departam ento para colgar en
algún tendedero la ropa que ha estado lavando.
Sin tener una relación directa, la banda sonora del documental,
en contrapunto con la imagen, está compuesta por una entrevista
realizada durante la etapa de investigación previa a la filmación,
que nos deja conocer lo que pasa por la cabeza de esta persona:
“ Yo creía que el matrimonio era todo lo que uno podía querer,
como en los cuentos...” ; y la narración continúa: “ Me doy cuenta
de que él anda con alguien... yo no haría lo mismo porque sé que él
no lo aguantaría; lo destruiría moralmente... él me dice, arréglate,
no me gusta encontrarte así...” Al final del día, como parte de su
jornada de trabajo, cumple con su última obligación, arreglarse.
Sentada frente a la televisión, espera adormilada a que acabe la
jornada.
¿Existe un lenguaje cinematográfico específicamente femenino?
En el caso concreto de Vicios de la cocina inevitablemente se
crea un lenguaje “ nuestro” , que no está determ inado como femi­
nista a priori, al elegirse una form a para expresar tal o cual cosa,
sino que más bien tal forma resulta del tratam iento de problemas
nunca antes captados por una cámara, con espacios anteriormente
ignorados, con alturas diferentes, con emplazamientos necesaria­
mente distintos, al tratar de describir una realidad que nadie antes
se había molestado en describir.

161
CRÓNICA DE UNA AGEN DA FEM INISTA

ÉRAMOS SIETE e l DÍA q u e d e c i d i m o s hacer un calendario


feminista. Com entábamos entusiasmadas sus posibles utilida­
des y repercusiones. Alguna decía que mucha más gente se acerca
a un calendario que a un libro, dado que es un artículo de
beneficio inmediato, sobre todo para las mujeres. Además, es un
objeto que nos acom paña todo el año, siendo generalmente colo­
cado a la vista en algún lugar estratégico de la casa. Y así, después
de variadas alabanzas al invento que lleva la cuenta de nuestros
días, concluimos que habíamos encontrado un vehículo eficaz
para cumplir nuestro propósito de difundir reflexiones sobre la
condición de la mujer. Arremetimos, entonces, sobre una lista de
temas, de textos y fotografías que adornarían el paso de los meses.
Nunca imaginamos por las que habríam os de pasar. Cierto es
que nos faltó suspicacia porque nuestras condiciones difícilmente
podrían ser más adversas: una de las siete-estaba por partir a otro
país, realizando un viejo plan con su com pañero y sus hijos; otra
tenía un bebé de apenas un mes de nacido, y una tercera se
encontraba en su octavo mes de embarazo. Todas, además, debía­
mos cumplir con un trabajo asalariado y con las tareas de llevar
una casa y cuidar a los hijos. Sin embargo, el prim er golpe no cayó
de ninguna de estas puntas. En la siguiente reunión nos enteramos
de que la más joven del grupo, y probablemente la más apasionada,
había decidido marcharse a Nicaragua. Recibió una invitación del
Ministerio de Cultura y la respuesta había de darse ahora o nunca.
Y como más vale ahora, todas la ayudamos apresuradam ente a
hacerse un pequeño atado para el trópico y la despedimos incré­
dulas con un rápido abrazo. Tardam os dos o tres sesiones en
restablecernos de la sorpresa, pensando en lo que el hecho signifi­
caba para nosotras, para el trabajo y para ella; pero durante la

162
cuarta sesión comenzamos a reunir material.
Dos semanas después, se fue la otra viajera del grupo, y aunque
su partida estaba prevista, no dejamos de resentir la pérdida. Sin
embargo, el trabajo estaba ya encaminado. Empezábamos incluso
a tener material de sobra para un calendario, por lo que alguien
propuso que éste se transform ara en agenda. En la im prenta ter­
m inaron de convencernos, pues la agenda salía más barata por el
tam año de los pliegos de papel que requería.
El día destinado a reconstruir el plan para el nuevo utensilio,
nos llegó la noticia de que la em barazada había por fin parido, y
digo por fin, porque llevábamos diez días en ascuas, esperando
que sucediera en cualquier momento, suspendiendo varias veces
las reuniones para atender a los signos que nos parecían eran ya de
alumbramiento. Sin embargo, a pesar del gusto que todas sentimos
por el acontecimiento, veíamos que las fuerzas estaban cada vez
más mermadas: tendríamos que seguir sin ella, cuando menos por
un mes. Pero no nos desalentamos, sabíamos por experiencia lo
difícil que es en este país llevar a buen fin cualquier proyecto
independiente, más tratándose de mujeres. Y peor aún si de
mujeres que viven económicamente al día, porque entonces se está
condenado a realizarse en las horas libres, y las horas libres no
existen.
Debíamos trabajar en nuestra agenda, en una tercera jornada
laboral sobrepuesta con la segunda: la doméstica. Así que a la vez
que preparábamos biberones y meriendas, redactábamos, pasába­
mos a m áquina y elegíamos fotos. Las discusiones fueron casi
siempre susurrantes para no turbar el sueño de los recién nacidos.
Las interrupciones eran tantas que en una sola tarde se preguntó
creo que veinticinco veces “¿cómo iba ese texto?” . Porque si bien
nosotras guardábam os el descanso de los durmientes, los niños
mayores lo atacaban continuamente, algunos con justa rabia por
el desplazamiento apenas sufrido. Ahora pedían agua, a los cinco
minutos galletas, después cualquier otra cosa que se les venía a la
cabeza; y en una de esas, como es natural, algún bebe despertaba.
Entonces había que hablar a gritos para que las que se habían
levantado a atender a los niños pudieran seguir escuchando las
redacciones.
Finalmente, una noche llevamos el material a la imprenta.
Siempre bajo las miradas picarescas de los técnicos, les mostramos
los pequeños escritos y las fotos y explicamos cómo queríamos
que fuese formada la agenda. Debían pensar que estábamos medio
deschavetadas, al ver por ejemplo que la agenda lleva un registro

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menstrual, una bibliografía feminista y otras cosas por el estilo.
Por cierto que debajo de la bibliografía quedaba un hueco, que en
el trajín no habíamos planeado que quedara, y sugerimos llenarlo
con alguna viñeta. Uno de los muchachos comentó que él tenía
por ahí una de Pancho Villa pero otro le corrigió risueño: “ Su
ideología no se los permite.” Nosotras explicamos que no teníamos
nada contra Pancho Villa, pero que a nuestro modo de ver no
tenía nada que hacer ilustrando un texto como ése. Y bueno, en
gran parte nuestro trabajo consiste en explicar una y otra vez lo
que es el feminismo, echar por tierra el mito de que es un movi­
miento en contra de los hombres y de todo lo que ellos han hecho.

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La Revuelta se terminó
de imprimir el 10 de diciembre de 1983
en los talleres de
Edicupes, S.A.
Calzada San Lorenzo 251
Iztapalapa
La edición consta de 2,000 ejemplares
se utilizó tipografía Times 10/12
La formación la hizo Gilberto Quiroz
y el libro estuvo al cuidado de
Silvia Molina y Carlos Enrique Forno

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