En lo que va del presente siglo, la economía peruana ha presentado dos fases
diferenciadas de crecimiento económico. Entre 2002 y 2013, Perú se distinguió como uno de los países de más alto dinamismo en América Latina, con una tasa de crecimiento promedio del PIB de 6.1 por ciento anual. La presencia de un entorno externo favorable, políticas macroeconómicas prudentes y reformas estructurales en diferentes áreas crearon un escenario de alto crecimiento y baja inflación. El sólido crecimiento en empleo e ingresos redujo considerablemente las tasas de pobreza. La pobreza (US$5.5 por día con un PPA del 2011) cayó de 49.9 por ciento en el 2004 a 26.1 por ciento en el 2013. Esto equivale a decir que 5.6 millones de personas salieron de la pobreza durante ese periodo. La pobreza extrema (US$3.2 por día con un PPA del 2011) disminuyó de 28.4 por ciento a 11.4 por ciento en ese mismo periodo.
Posteriormente, entre 2014 y 2017, la expansión de la economía se desaceleró,
principalmente como consecuencia de la caída del precio internacional de los commodities, entre ellos el cobre, principal producto de exportación peruano. Esto generó una contracción de la inversión privada, menores ingresos fiscales y una desaceleración del consumo. Así, en los últimos cuatro años, el PIB registró un crecimiento promedio de 3.1 por ciento. Dos factores atenuaron el efecto sobre el producto de este choque externo, permitiendo que, aunque más lentamente, el PIB siga aumentando. Primero, la prudencia con la que se habían manejado en años previos tanto la política fiscal, como la monetaria y cambiaria. Esto permitió, por un lado, sobrellevar la caída de los ingresos fiscales sin ajustes drásticos en el gasto, y por el otro, contar con las reservas internacionales para permitir un ajuste ordenado del tipo de cambio. Segundo, el aumento de la producción minera, debido a la maduración de los proyectos que se habían gestado durante los años de auge, lo que impulsó las exportaciones y contrarrestó la desaceleración de la demanda interna. En este contexto, el déficit por cuenta corriente disminuyó rápidamente, de 4.8 por ciento del PIB en 2015 a 1.3 por ciento en 2017. Las reservas internacionales netas se mantuvieron en un nivel estable y, a marzo de 2018, ascienden a 29 por ciento del PIB. La inflación general promedio se situó en 2.8 por ciento en 2017, dentro del rango meta del Banco Central. Como parte del ajuste, en los últimos años el déficit fiscal se ha venido incrementando y cerró en 3.2 por ciento del PIB en el 2017. El mayor déficit proviene de una disminución en los ingresos producto de los menores precios de exportación y la desaceleración económica, y un incremento en los gastos recurrentes durante años recientes, especialmente en el caso de bienes y servicios y salarios. A pesar de ello, con 24.7 (9.4) por ciento del PIB, la deuda pública bruta (neta) del Perú sigue siendo una de las más bajas de la región.
Para el 2018, se espera una aceleración del PIB basada en el aumento de la
inversión privada, principalmente minera, ante la recuperación parcial del precio de los commodities. También se espera un mayor impulso de la inversión pública, a través de la ejecución de las obras de reconstrucción de los daños causados por el Fenómeno del Niño y la vinculada a los Juegos Panamericanos que el Perú albergará en el 2019, así como con la aceleración de grandes proyectos de infraestructura. En este contexto, se anticipa que este año el déficit fiscal alcanzará un pico, para que a partir de 2019 se inicie un proceso de consolidación fiscal que permitiría una convergencia relativamente rápida hacia un nivel de 1 por ciento del PIB en el 2021.
Las proyecciones de crecimiento son vulnerables a los impactos externos en
relación con los precios de los commodities que Perú exporta, una mayor desaceleración del crecimiento de China, la volatilidad de los mercados de capital y la velocidad del ajuste de la política monetaria en los Estados Unidos. La economía está además expuesta a riesgos naturales, incluyendo fenómenos climáticos recurrentes como El Niño. Por otro lado, para incrementar el crecimiento de largo plazo, se requiere de reformas estructurales y fiscales que liberen la productividad, reduzcan la informalidad, y mejoren la eficiencia de los servicios públicos.
El análisis respecto del contexto económico en el Perú Hoy, lo que es necesario
cambiar es: a) Que la riqueza que se genera, no se quede sólo en grupos económicos y empresarios. Por el contrario, debe servir como medio para que, vía una política de empleo y remuneraciones adecuadas, se haga más equitativo el ingreso de peruanas y peruanos. b) Lograr la diversificación productiva y, por ende, diversificar el crecimiento de la economía doméstica (interna), aprovechando ventajas competitivas como las que tenemos en: Agricultura, Ganadería, Turismo – Gastronomía, por mencionar los principales. c) Encausar los Planes de Desarrollo Concertado y los Presupuestos Participativos a la mejora de oportunidades y al desarrollo de potencialidades productivas y de comercio en espacios locales. d) Hacer una reforma tributaria que suponga que paguen más impuestos los que mayores ingresos tienen y viceversa. Es verdad que esta agenda, para su concreción, necesita articular el corto con el mediano plazo; al mismo tiempo que dejar de gobernar o tomar decisiones para enfrentar sólo problemas coyunturales; pasando, de una vez por todas, a poner el acento en que la economía y la política económica deben estar al servicio de ciudadanas y ciudadanos, de sus intereses y del desarrollo de sus capacidades y no al revés. Cambiar, por lo tanto, el timón, el timonel, el sentido y el rumbo de la manera como hemos venido organizando la economía, desde 1990 hasta hoy, es imperativo y no debe tener vuelta atrás. La exclusión y postergación de quienes menos tienen es ética y humanamente inaceptable.