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El combate
de la tapera
Cronoiogío Comentario Vocobulorio
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21/29.488
Eduardo Acevedo Díaz
El combate de la tapera
Ediciones Orbe
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Resumen Cronológico
1851 -
c) El ciclo histórico
El núcleo de laobra narrativa de Eduardo Acevedo Diazseencuentra
en ¡mae/(1888),
las cuatro novelas que constituyensu tetralogi'aépica'
Nativa(1890), Grito de Gloria (1893) y Lanza y Sable (1914). En las
cuatro existe idéntico propósitosubyacente:hacer de la obra literaria
instrumento eficaz para la creación de una conciencia colectiva
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intestinas, concluyendo con el episodio de la Defensa de Paysandú,
continuación dealguna manerade las situaciones generadas en la gesta
emancipadora.
Sobre el telón de iondo constituido por estas etapas historicas, el
novelista levanta un mundo imaginariocomplejo y rico en personales
ysituaciones.donde un centenar de pct ,' ¡Trucvcl y vale. como
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podránescapar.
—
Los personajes
—
1886 -
Brenda (BuenosAires)
1888 -
Ismael (BuenosAires)
1890 -
Nativa (Montevideo)
1893 -
Soledad (Montevideo)
1898 -
ArroyoBlanco (Montewdeo)
1903 -
Cana) Zabala de riego(ensayo) (BuenosAires)
1907 -
Minés (BuenosAires)
1911 -
I
Era despuésdel desastre dei Catalán,más de setenta años hace.
Un tenue resplandor en ei horizonte quedaba apenas de la luz del
dia
La marcha habia sido dura, sin descanso.
Por las narices de ios caballos sudorosos escapaban haces de
vapores, y se hundian y dilataban aiternativamenie oon sus ¡iares como
si fuera todo el aire para calmar el ansia de ios pulmones.
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heridasanctmen
los cuellos y pechos, que eran desgarradurashechas por la lanza o el
sable.
En los colgajos de piel habla satpicado el todo de los arroyos y
parianos, estanr‘ando ia sangre.
Parecian iamelgosde lidia embestidos ymattratadospor ios toros.
Dos o tres mrgaban oon un hombre a grupas, además de los jinetes.
enseñando en los cuartos uno que otro suroo rojizo,especiede lineas
trazadas por un látigode acero, que eran huellas recientes de ias balas
recibidas en ta fuga
Otros tantos parecian ya desplomarse bajo el peso de su carga, e
ibansequedandoaretaguardia con taswbezasgachas,insensibtesaia
espueta
Viendo esto ei sargento Sanabria, gritocon voz puiante:
-
¡Alto!
El destacamento se paró.
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cartuchos deshechos, que los dragones llmban atados a la cintura en
detecto de cananas.
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pellejo,barajo!Yespreciso,... r fl
¡Ciriacat|
¿te queda caña en la mimosa?
—Estáa mitad —respondió la aludida, que era una criolla matiza
vestida a lo hombre, con las greñas hacia arriba y ocultas bajo un
charnbergoinooloro de barboquejode lonjasobada—.Mirá,gueno es
darles un trago alos hombres...
—Daleschinaza a los de avanzada. sin pijotmrles
Ciriatz se encamina a saltos. evitando las 'rosetas'. agachándose
y lue pasando el ‘chille' de bom en boca
Mientras esto hacia el dragónde un flanco leat‘ariciabalas piernas,
y el del otro le hacia cosquillas en el seno, cuando ya no eraque le
pellizcabaalguna lorma más mórbida.diciendo: '¡lunallena'.
—¡Te ha de alumbrar muerto, zafao! —contestaba ella riendo al
uno;
y al otro: —¡Iargá Io ajeno, indino! —yai de más allá-2 ver si
¡a aflojásel
chisme, mamon!
Y reoania cachetes.
-¡Poc2vara alta quiero yo!—griioel sargento con acento estemo-
reo—. Estamos para clavar ei pico, y andan a los requiebros,
golosos.
¡Apartate Ciriaca, que aurita no más chiflan las redondas!
En ese momento acrecentose el rumor sordo, ysonó una
desmrga
entre vocerios salvajes.
El peiotóncontesto con brío.
La tapera quedó envuelta en una densa humareda sembrada de
tacos ardiendo; atmósfera que se disipóbien pronto, para volverse a
formar entre nuevos iogonazos y broncos clamoreos.
II
En ios intemlos de las descargas y disparos, oiase el furioso
iadrido delos masiines haciendo coroa lostemosycrudosjuramentos.
Un semiciculo de fogonazos indicaba bien a las claras que el
enemigohabíaavanzado enformade media lunaparadominarlatapera
oon su iuegograneado.
Em medio de aquel tiroteo, Ciriam se lanzo fuera con un atado de
cartuchos, en busm de Mauricio.
Cruzó el oorio espacio que separaba a éste de la tapera, en cuatro
manos, entre siibidos siniestros.
Los tiradoresse revo Man en los pastos como cuiebras, en constan-
te ejerciciode baquetas.
Uno estaba inmóvil,bom abajo.
La china ie tiró de la melena. y notoia inundada de un liquido
III
Las balas que penetrabanen la tapera. hablan dado ya en tierra con
tres hombres. Algunas.pedorando el débil muro de lodo hirieron y
derribaron mios de los transidos rnataloles.
La segunda de las criollas, compañerade Sanabria, de nombre
Catalina, cuando más recio era el luego que salia del interior por las
troneras improvisadas, escurriose a manera de ligra por el ciculal,
empuñandola carabina de unos de los muertos.
Era Cata -como la llamaban- una mujerlornida y hermosa. color
de cobre, ojos muy negros velados por espesas pestañas,labios
hinchados y ro jos. abundosa cabellera, cuerpo de un vigorextraordi-
nario, entraña dura y acción sobria y rápidaVeslla blusa y chiripáy
llevaba el sable a la bandolera
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Lanocheestabamuyoscura, ,pemlos
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A! tulgordeírelampagueo,Catapudo
obsmque Iatmpaenemig
había echado pie a tierra y que los soldados hacían sus disparosde
'mampuesta' sobre el lomo delos caballos. no deiando
másblancoqua
sus (203238.
Algunoscuerpos yadan tendidos aquíyallá Un malla muribundo
con los cascos para arriba se agitaba en convulsiones sobre su jinete
mueno
Dexezencuando un trompa de órdenes ¡anzabasones
precipitados
deatención y toques de guerrilla ora cerca, ya lejos.
segúnla posición
que ou oara su jefe.
Una deesasveces, tacornetaresono
muypróximaACataIeparec
por el eco que el resuello del trompa no era mucho. y que tenía miedo.
Un elámpago vivfsimo baño en ese instante el matorral y la ¡om
y permitiólever a pocos metros al ¡etedel destacamento ponuguesque
dirigíaen persona un desplieguesobre el f'anco, montado en un mballo
tordiuo,
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Cata, ; -
f M-‘M', lo reconoció al momen-
lo.
Era el mismo; el capitánHeitor,con su morrión depenacfmzul,su
casaqui Iadealamares. botas Iargasdecuero de Iobomfleranegray
pistolerasde piel degao.
Alto. membmdo. con el sabre oorvo en la diestra. sobresalíaoon
acaso dehmmurayhacíarzracolearsutordillodeun ladoaotro.
empujmdooon losermentrosalossoldadospaalmeflosemam
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Paedaírawndomostigabaconeisableypronumpíamm
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Chispeabael pedernalen las cazoletas en toda la linea, y no pocas
balas caían sin luerza a corta distancia, junto al taco ardiendo.
IV
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vivo mostraba
coloramarillento. al ojo del atacante,en medio de nutrido
boscaje.dos picachos negros de los que brotaba el plomo,y delormes
bultos que se agitaban sin cesar como en una lucha
cuerpo a cuerpo
Los relámpagos sin serie de retumbos, a manera de
cabelleras de luego desplegando sus hebras en el
gigantescas
espacio lÓbrego
contrastaban por el silencio con las rojizas bocanadas de las armas
seguidas de recias detonaciones. El trueno no acompañaba al coro, ni
al rayo como ira del cielo la cólera de los hombres. En
cambio,algunas
de lluvia caliente golpeabanaintervalosen los rostros sudorosos
gotas
sm atenuar por eso la liebre de la pelea
EIcontinuo 9533:: d: -, tii» rar-Lu ' "
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uno de los tabiques de barro seco, jm debil y vacilante a musa de los
movimientos de hombresyde bestias, abriendo ancha brecha porlaque
entraban las balas en luego oblicuo.
La pequeñafuerza no tenía más que seis soldados en condiciones
de pelea Los demás habían caldo uno en pos de otro, o rodado heridos
en la zanja del londo. sin luerzas ya para el manejodel arma
Pocos cartuchos quedaban en los saquillos.
El sargento Sanabria empu ñando un trabuco, mandó cesarelluego.
ordenando a sus hombres que se echaran de vientre para aprovechar
sus últimos tiros cuando el enemigoannzase.
-Ansl que se quemen ésos —añadió- monteacaballo el que pueda.
ya rumbear por el lao de la cuchilla.. Pero antes. naide se mueva si no
quiereencontrarse con la bocade mi trabuco...¿Y quese han hecho las
mujeres?No veo a Cata..
—Aqul hayuna-contesto una voz enronquecida—.
Tiene rompidala
cabeza. y ya se ha puesto medio dura.
—Hade ser Ciriaca
—Por lo motosa es la mesma. a la lija
—¡Cállense!—dijo el sargento.
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El enemigo habla apagado también sus fuegos. suponiendo una
luga y avanzaba hacia la
'lapera'.
Sentlase muy cercano ruido de caballos. choques de sabias y
crujidos de cazoletas.
—No vienen de a pie, -dijo Sanabria-. ¡Menudeen
bala!
Volvieron a estallar las descargas.
17.
V
Asomaba unaaurora gris-cenicienta.pues el sol era impotentepara
romper la densa valla de nubes tormentosas, cuando una mujersalía
arrastrándose sobre manos y rodillas del matorral vecino; y ya en su
borde, que trepócon esfuerzo, se detem’a, sin duda a cobrar alientos.
arrojando una mirada escudriñadora por aquellos sitios desolados.
Jinetes y cabalgadurasentre charcos de sangre, tercero las, sables
ymorrionescaidos acáyacullá. tacostodavía humeantes. Ianzones mal
encajados en el suelo blando de la hondonada con sus banderolas
hechas flecos, algunos heridos reuolviéndose en las hierbas, Ilvidos,
exangües,sin alientos paraalzarla voz: tal era el cuadro en elcampoque
ocupóel enemigo.
El capitánHeitor yaclaboca abajo junto aun abrojal ramoso.
Una bala certera disparadapor Cata le habla derribado de los lomos
en mitad delasalto, produciendoeltiroylaaaídalacontusiónyladerrota
de sus tropas, que en la oscuridad se creyeron acometidas por la
espalda
La huir aturdidos, presos de un terror súbito.descargaronlos que
pudieronsus grandes pistolassobre las breñas,alcanzando a Cata un
proyectilen medio del pecho.
De ahl le manaba un grueso hilo de sangre negra
El capitánaún se movía. Por instantes se crispabaviolento,alzán-
dose sobre los codos, para volver a quedarse rígido.La bala le habla
atravesado el cuello, que tenía enrojecidoy cubierto de cuajarones.
Revolcado.con las ropas en desorden y las espuelasenredadas en
la maleza, era el blanco del ojo bravlo y siniestro de Cata. que a él se
aproximabaen felino arrastre con un cuchillode mango de asta en la
diestra
Hacia el frente,velase la tapera hecha terrones; lazan jacon el cicutal
aplastadopor et peso de los cuerpos muertos; y allá en el tondo, donde
re
se manearon los caballos, un montón deforme en que sólo se descu-
brían cabezas, brazos y piernas de hombres y matalotes en lúgubre
entrevero.
El llano estaba solitario. Dos o tres de los caballos que habian
escapado a Ia matanza, mustios, con los ijares hundidos y los aperos
revueltos, pugnaban por triscar los pastos a pesar del freno. Salíales
junto a las coscojas un borbollón de espuma sanguinolienta.
AI otro flanco, se alzaba un monte de lalas cubierto en su base de
arbustos espinosos.
En su orilla, como atisbando la presa, con los hocicosal viento y las
narices muy abiertas, ávidas de oliateo. media docena de perros
cimarrones iban y venían inquietos lanzando de vez en cuando sordos
gruñidosr
Catalina,que habíaapuradosu amnce, llegojuntoaHeitormllada,
jadeanle, con la melena suelta como un marco sombrío a su taz
bronceada; reincorporarsesobre sus rodillas, dando un ronco resuello,
y busco con los dedos de su izquierdael cuello del oficial portugués
apartando el liquidocoagulado de los labios de la herida.
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Si hubiese .2.:- 1 ; --,ti,i0s, , 1
pavura.
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Al sentirL,. ..Z:.. w game. el capitán
se sacudió,arroiandouna especiede bramido que hubo de ser gritode
cólera; pero, ella muda e implacable.introdujoalli el cuchillo, lo
revolvio con un gesto de espantosa saña. y luegocorto con todas sus
tuerzas, sujetando bajo sus rodillas la mano de la victima.que tanto
alzarse convulsa
-¡Aiñudo hadeserl-rugioel dragón-hembra
con irareconmmraia
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Tejidos y venas abriéronse bajo el acerado lilo hasta la tráquaa¡a
cabeza se alzo besando dos veces el suelo, de laancha
y
salto en espeso chorro toda la sangre entre ronquidos.
desgarradura
Esa lluvia mlientey humeante baño el seno de Cata,corriendo
hasta
el suelo.
Soponola inmóvil.resollanle, hosoosa y fiera y al tin, cuando el
lornido cuerpo del mpitán ceso de sacudlrse quedándose
encogido,
crispado, con las uñas clavadasen la tierra, en tanto el rostro vuelto hacia
arriba enseñaba con la boca abierta y los ojos sallodos de la
órbitas.el
ceño iracundo de la última hora, ella se paso el puño cerrado por elseno
en expresiónde asco. hasta hacer salpicar los coáguloslejos.yexclamo
con indecible rabia
—¡0uela lamban los perros!
Luego se echo de bruces. y siguio arrastrándose hacia la tapera
Entonces los clmarrones coronaron la loma. dispersos, a paso de
""‘"‘“
fiera, alargando cuanto podíansus pm 1‘: 7'“ ‘:T.:
para aspirar mejor el tuerte rabo de los declives.
VI
Algunos cuervos enormes. muy negros. de cabeza pelada y pico
ganchudo, extendidas y (asi inmovi les las alas a poca altura sus giros
en el espacio. lanzando sus graznidos de ansia Iúbrica como una nota
tuneral.
Cemde Iazmia, velaseun perro cima'rOn con el hocico yet pecho
ensangrenladosïentapropiamente botas roias, pues parecia haber
Wide los remos deta'iteros en el vientre de un cadáver.
Cataatago elbrao. yloamenazocon el cuchillo.
El perro grano, enseño el colmillo. el pelajese le erizo en el lomo
ybajando laúezapreparoseamometer, viendo sindudacuánsin
m a mata su enemigo.
Caneldn! —grilo
—¡Veni. Cata colérica,como si llamara a un viejo
¡Aél, Canelonl...
amigo—.
Y se tendió,deslallecida...
Allí.a poca distancia, entre un montón de cuerpos acribillados de
heridos. polvorientos,inmóviles con la prolunda quietudde la muerte.
estaba echado un mastln de pielleonada como haciendo laguardiaasu
amo.
a
Volvioseasu sitio el mastln, yCatallegóacruzar
lazanjaydominar
el lúgubrepaisaje.
Detuvo en Sanabria, tendido delante. sobre el lecho de
oscura; sus
oios negros, íebríles,relucientes. con una expresiónintensa dearnor y
de dolor.
Y arrastrándose siempre ¡legosea él, se acosta a su rado. ¡omo
alientos; volvióse a incorporarcon un quejido,lo han ruidosaneme.
apartole las manos del pecho, cubriole con las dos suya la herida y
quedose oonternplándole con Iij cual si obserm cómo se le
esrzpaba a él la vida y a ella también.
Nublábansele las pupilas al sargento, y Cata sentia que darme de
ella aumentaba el estrago en las entrañas.
Giró en derredor la vista quebrada n, maine. y pudo
distinguir a pocos pasos una Cabeza desgreñadaque tenía ¡os sesos
volrzdos sobre los párpadosa manera de horrible (¡bellota El merpo
estaba hundido centre las breñas.
—exclamo con un
¡Ciriar‘a' hipo violento.
En seguida extendió los brazos. y cayo a promo sobre Sanabria
El cuerpo deesteseestremecio; yapagosedesúbito el pálido
brillo
de sus ojos.
Quedaron formando cruz, acostados sobre ¡amisma d'un. que
Canelón olfaleaba de vez en cuando entre hondos lamentos
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'El combate de Ia tapera‘ constituye, sin
duda, uno de los hitos fundamentales
con que cuenta nuestra literatura. Sobre
et fondo histórico constituido por la
gesta emancipadora, se construye
-según Zum Felde- Iaprimera realización
seria y durable del género narrativo en el
Uruguay.
Esta edición no pretende sustituir los
completos y eruditos estudios que
existen sobre la obrade Acevedo Díaz.
El objetivo es darle al lector un panorama
general que contribuya a ubicar la obra y
un punto de apoyo al estudiante para
valorarla