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Karl Marx
Karl Marx nació en Tréveris, en 1818, en el seno de una familia burguesa judía convertida
al protestantismo y atraída por el espíritu de la Ilustración.
Realizó sus estudios, entre los años 1830 y 1835, en el instituto de Tréveris, y después,
entre 1835 y 1840, en las universidades de Bonn (Humanidades) y Berlín (Derecho y
Filosofía). Defendió su tesis sobre el pensamiento griego (el estoicismo, el epicureísmo,
etc.) en Jena en 1841.
Colaboró en revistas -Gaceta renana, los Anales franco-alemanes- y, tras un largo
noviazgo, se desposó con Jenny von Westphalen, en 1843. El “joven Marx” asimiló la
filosofía de Hegel y después la puso en duda, dialogó con los “jóvenes hegelianos” –Arnold
Ruge, Bruno Bauer, Ludwig von Feuerbach– y redactó sus primeros “cuadernos de trabajo”
–Manuscritos económicos y filosóficos (1844), La ideología alemana (1845-1846)-.
Entre 1844 y 1850 vivió en París, Bruselas, Colonia y Londres. Trabó con Friedich
Engels una amistad a toda prueba y una entente intelectual fructífera. Entró en contacto
con los socialistas franceses, polemizando con Pierre-Joseph Proudhon –Miseria de la
filosofía (1847)-. Participó en la Liga de los Comunistas y se entusiasmó con las
revoluciones europeas –Manifiesto del partido comunista (1848)-. Estudió especialmente
los acontecimientos que se desarrollaron en Francia –La lucha de clases en
Francia (1850); El 18 de Brumario de Luis Bonaparte (1852)-.
A partir de 1851, Marx y su familia se instalaron con carácter definitivo en Londres, y vivieron
de los artículos que Marx escribía para grandes diarios -como el New York Tribune o
el Neue Rheinische Zeitung-, beneficiándose de vez en cuando de la ayuda financiera que
le prestaba su amigo Engels.
En 1864, Marx intervino en la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores,
cuyos “estatutos” y “discurso inaugural” redactó. En los años siguientes se enfrentaron, en
el seno de la organización, los amigos de Marx con los partidarios de Proudhon y, después,
con los de Mijaíl Bakunin. Tras la experiencia de la Comuna –La guerra civil en
Francia (1871)-, los marxistas abandonaron la AIT, dominada por los anarquistas.
Durante más de treinta años, Marx consagró lo esencial de su energía a leer muchísimo, a
acumular voluminosos cuadernos y a publicar algunos bosquejos –Los principios de
economía (1857), La crítica de la economía política (1859)-, hasta llegar a la publicación de
su obra más importante: el libro I de El Capital, en 1867. Después, Marx continuó dedicado
a su tarea, pero la enfermedad le fue debilitando, y murió en 1883. Engels acabó El Capital,
a partir de las notas dejadas por su amigo y de sus propias reflexiones, publicando el libro
II en 1885 y el libro III en 1894.
El materialismo histórico
El marxismo apareció durante la segunda mitad del siglo XIX, en un momento en que el
historicismo era la tendencia historiográfica dominante tanto en Europa como en
Norteamérica.
Dicho análisis llevó a Marx a formular una nueva filosofía de la historia, que fue denominada
“materialismo histórico”. El pensador alemán expone dicha tesis en obras como La ideología
alemana o Contribución a la crítica de la economía política:
Necesidades básicas. El materialismo histórico partía de la idea de que los hombres
tienen necesidades vitales básicas, de las que depende su supervivencia (alimento,
ropa, vivienda, etc.). Dichos bienes de primera necesidad han de ser producidos.
Fuerzas productivas. Para la fabricación de dichos bienes son empleadas las fuerzas
productivas. Estas son materiales y humanas. Comprenden las fuentes de energía
(leña, carbón, petróleo, etc.), las materias primas (algodón, caucho, hierro, etc.), la
maquinaria (molinos de viento, máquina de vapor, cadena de montaje, etc.), los
conocimientos científicos y técnicos, y los propios trabajadores.
Relaciones sociales de producción. La fabricación de dichos bienes genera relaciones
sociales de producción que los hombres tejen entre sí con el objeto de producir y
repartirse bienes y servicios.
En el Occidente medieval eran el marco del dominio señorial, con el reparto de tierras
entre la reserva y los feudos, el sistema de corveas, las detracciones de tasas, las
diversas categorías de campesinos (siervos, manumisos, colonos, propietarios
de alodios), y la organización de la comunidad campesina (con la rotación de cultivos,
pastos comunales, landas y bosques comunales).
En las sociedades industriales occidentales diversos factores influyen sobre las
relaciones de producción:
La propiedad del capital (que permite tomar decisiones, elegir las inversiones, repartir
beneficios).
El funcionamiento de las empresas (con el personal jerarquizado, la disciplina del taller,
la fijación de normas y horarios).
La situación de los obreros (que varía según los salarios, el procedimiento de
contratación y de despido y la importancia de los sindicatos).
Modos de producción o infraestructura económica. La combinación de las fuerzas
productivas y las relaciones sociales de producción origina un modo de producción (o
infraestructura económica), que determina la morfología de la sociedad (sus aspectos
políticos, jurídicos, ideológicos, culturales, religiosos, intelectuales, etc.).
Marx reconoció la existencia de muchos modos de producción a lo largo de la Historia. No
obstante, únicamente analizó cinco; cuatro que habían existido ya y un quinto, el comunista,
que había de sobrevenir, en su opinión, tras el capitalista:
Además, se podían reproducir en formaciones sociales muy distintas entre sí; por ejemplo,
el feudal tuvo vigencia en el Sacro Imperio Romano Germánico del siglo XI, en la Francia
de los Capetos del siglo XIII o en el Japón de los Tokugawa en el siglo XVIII.
Superestructura jurídica y política. A partir de la infraestructura económica se construye
la superestructura jurídica y política, a la que corresponden las formas de conciencia
social. Esta superestructura la componen las formas de las relaciones jurídicas, las
instituciones políticas y las formas de estado.
Conciencia social. La conciencia social se manifiesta en diferentes “formas
ideológicas”: obras literarias, ensayos filosóficos, doctrinas religiosas, creaciones
artísticas. En contra del idealismo hegeliano, Marx pensaba que las condiciones
materiales de la existencia eran las que determinaban la ideología. No es la conciencia
de los hombres la que determina la realidad; es la realidad social la que determina la
conciencia de los hombres.
Marx reflexionó sobre la evolución de la Historia, que tenía como marco de referencia los
distintos modos de producción. Creía que la Historia no era lineal y que podía pasarse de
un modo de producción a otro por dos vías: la revolucionaria (corta y brusca) o la reformista
(más larga y lenta). Para explicar el cambio de infraestructura partía del método dialéctico
de Hegel para afirmar que la lucha de clases es el motor de la Historia. La contradicción
entre la clase trabajadora y los propietarios de los medios de producción y de las plusvalías
llevaba a la lucha de clases, a la revolución, a la destrucción de la infraestructura y a su
sustitución por otra nueva.
Un ejemplo de este proceso de cambio de modo de producción fue, según Marx, el que
experimentó Francia tras la Revolución (del feudal al capitalista). En el siglo XVIII, el
desarrollo económico, el progreso de las ciencias y de las técnicas, la renovación de los
cultivos y el crecimiento de la población chocaron con el orden antiguo, la administración
monárquica, el marco señorial y el sistema corporativo gremial. Fruto de la lucha de clases,
sobrevino la Revolución y, después, la estabilización del Imperio entre 1789 y 1815.
Posteriormente, en el siglo XIX, se introdujo la sociedad capitalista liberal, dirigida por una
burguesía de empresarios que explotaba a la masa de los obreros asalariados.
En El Capital Marx describió el modo de producción capitalista. En este, existían dos clases
sociales antagónicas, que tenían distintas funciones económicas:
La burguesía (clase dominante, propietaria de los medios de producción y acaparadora
de las plusvalías generadas por la comercialización de mercancías en el mercado).
El proletariado (clase dominada, obligada a trabajar con los medios de producción de
la burguesía, a cambio de un salario siempre inferior al valor de su trabajo en el
mercado).
La explotación social del proletariado por la burguesía era la causa de la lucha de clases
propia del capitalismo, que había de llevar, tras la revolución, al modo de producción
comunista. Como podemos apreciar, Marx concedía al hombre un papel activo en la
Historia; el proletario podía y debía luchar para cambiar la infraestructura.
El análisis marxista no pretendía ser solo una interpretación de la realidad histórica, sino
que pretendía promover una revolución proletaria que acabase con el modo de producción
capitalista e instaurase un nuevo modo de producción (el comunista) que llevase a la
formación de una sociedad sin clases ni explotación humana. De hecho, Marx propuso en
varias obras (como El manifiesto comunista o El 18 de Brumario de Luis Bonaparte) la
intervención política inmediata: la movilización del proletariado, la revolución y la ejecución
del programa político comunista. El ejemplo más claro de esta faceta activista lo
encontramos en la consigna final de El manifiesto comunista: “¡Proletarios de todos los
países, uníos!”.
La influencia de Marx sobre la historiografía fue mínima durante la segunda mitad del siglo
XIX. Aparte de algunos casos aislados (como Jean Jaurés en Francia o Franz Mehring en
Alemania), la práctica totalidad de los historiadores permanecieron fieles a la corriente
historicista. El marxismo no ganaría protagonismo entre el gremio de los historiadores hasta
la Primera Guerra Mundial y el triunfo de la revolución bolchevique en Rusia.
La Deformación Dogmática
Tras la muerte de Engels en 1895 tanto los pensadores como los dirigentes políticos de los
distintos partidos socialistas hallaron dificultades a la hora de interpretar las obras y las
ideas de Marx. A partir de este momento, el marxismo fue simplificado y sufrió dos tipos de
deformaciones:
“Una buena enseñanza de la Historia debe crear la convicción del inevitable fracaso del
capitalismo […] y que en todo, en el ámbito de las ciencias, de la agricultura, de la industria,
de la paz y de la guerra, el pueblo soviético marcha a la cabeza de las demás naciones,
que sus importantes acciones no tienen igual en la Historia. […] Es importante insistir sobre
las guerras y los problemas militares para sostener el patriotismo soviético1”.
Los principales temas abordados en la revista han sido la Historia Moderna, la de Gran
Bretaña y la de Europa. Aunque en su origen, los números aparecieron con periodicidad
bimestral, posteriormente la revista se hizo trimestral. En la actualidad, ya han sido
publicados más de 200 números.
Estructuralismo y culturalismo
Neomarxismo Estructuralista
Neomarxismo Culturalista
La línea neomarxista culturalista o humanista presenta las siguientes características
generales:
Dobb criticó las definiciones del “espíritu del capitalismo” y del “capitalismo como comercio”,
porque, en su opinión, eran demasiado generales y no ilustraban adecuadamente el
desarrollo histórico de los últimos siglos. Y se quedó con la marxista porque creía que
explicaba mejor el fenómeno analizado y porque, además, consideraba el estudio de
aspectos sociales y económicos (al tratar sobre el modo y las relaciones sociales de
producción). A partir de esta definición marxista, desarrolló la suya.
El historiador británico creía, no obstante, que no era suficiente relacionar una época
histórica concreta (los siglos bajomedievales y modernos) con el modo de producción
(capitalista). Pensaba que era más adecuado realizar un estudio “dinámico” del proceso
histórico que llevó al origen del capitalismo y a la sustitución del modo de producción feudal
por el capitalista; un análisis que tuviese en cuenta tanto los períodos de estabilidad, en los
que se producían modificaciones graduales y continuas del modo de producción, como
aquellos de revolución social, en los que los cambios se aceleraban, alterando bruscamente
el curso de los acontecimientos y marcando la transición a un nuevo modo de producción.
Dobb afirmaba que el motor de dichos cambios era la estructura social de clases y, en
concreto, la lucha entre las dominantes y las dominadas en el marco del modo de
producción.
De acuerdo con estas premisas teóricas, Dobb expuso su propia interpretación sobre el
origen del capitalismo y la relación entre el modo feudal y el capitalismo. Situó el inicio de
la era capitalista en Inglaterra y lo dató en la segunda mitad del siglo XVI y en los primeros
años del XVII, cuando se formó una clase burguesa mercantil capitalista, propietaria de los
medios de producción, que comenzó a contratar a trabajadores asalariados para lograr
incrementar la producción (putting-out system) y poder beneficiarse del comercio a gran
escala.
Dobb señaló dos momentos clave en la historia del capitalismo:
En resumen, Dobb concluyó que las causas de la sustitución del modo de producción feudal
por el capitalista fueron:
la aparición de las luchas y revueltas en la Inglaterra del Seiscientos, en las que el
modo de producción y el orden social feudal fueron depuestos;
y el desarrollo de las relaciones capitalistas en la agricultura y en la industria
manufacturera, que dio origen al modo de producción capitalista.
Defendió su definición del modo de producción feudal, por estar basada en las
relaciones sociales de producción entre las clases, y no en las relaciones económicas
(que era en lo que se fundamentaba la del norteamericano).
Sobre la causa del declive del feudalismo, defendió su posición de que este había
decaído por causas internas y externas, aunque fundamentalmente internas. Y afirmó
la pobreza de la de la posición de Sweezy, que solo admitía una causa externa como
causa del fin del modo de producción feudal (el comercio).
Acerca del intervalo de los dos siglos, criticó la existencia del modo de producción
intermedio de Sweezy, afirmando que la clase dominante en aquella época seguía
siendo la feudal.
Y, por último, defendió la “vía revolucionaria” señalando que uno de los grupos más
avanzados, económica y políticamente, fue la clase de pequeños terratenientes,
surgidos del mismo campesinado.
Esta polémica inicial marcó el origen de dos líneas diferentes de interpretación marxista:
una económica, centrada en las relaciones de intercambio, que desarrolló las ideas de
Sweezy; y otra política-económica, centrada en las relaciones sociales de producción y en
la lucha de clases, que evolucionó las propuestas de Dobb. De todas formas, lo más valioso
de la aportación de este último es que abrió un debate historiográfico que se ha prolongado
en el tiempo y que ha implicado a numerosos historiadores.
Tras la respuesta de Dobb a Sweezy, entró en escena el japonés Kohachiro Takahashi,
quien se alineó con Dobb al defender las causas internas en el declive del feudalismo. Sus
aportaciones más interesantes tuvieron relación con la transición al capitalismo en Prusia y
Japón, naciones en las que la revolución se realizó “desde arriba”, es decir, que nuevo
modo de producción fue patrocinado y controlado por el Estado absoluto, que no hubo de
enfrentarse a subversiones revolucionarias desde abajo” (como ocurrió en Inglaterra o
Francia).
Después de conocer la aportación del japonés, Dobb insistió en que la desintegración del
modo de producción feudal y la aparición del capitalista fueron procesos independientes. Y
Sweezy les respondió a ambos defendiendo de nuevo la importancia del comercio, al
resaltar el impacto que tuvo en la economía mediterránea; y también comentó que en el
período intermedio hubo varias clases dirigentes compitiendo por el poder y la autoridad.
En los años 50, Rodney Hilton, Christopher Hill y Eric Hobsbawm participaron en el debate,
realizando aportaciones destacadas.
Rodney Hilton criticó a Sweezy al afirmar que el motor del modo de producción feudal
era la lucha continua de los señores por acumular bienes y por reforzar su posición
dominante respecto a la clase dominada (y no la vertiente económica del sistema de
producción feudal). Y apoyó la opinión de Takahashi de que las relaciones sociales de
producción estructuraron el mercado y no al revés. Posteriormente, Dobb suscribió la
importancia que Hilton asignó a la lucha de clases.
Christopher Hill criticó la tesis de Sweezy de que en el “período intermedio” había varias
clases dirigentes, afirmando que hasta el siglo XVII la única clase dominante fue la
clase feudal de los hacendados (la nobleza) y que su poder se puso de manifiesto en
el surgimiento del estado moderno: la monarquía absoluta.
Eric Hobsbawm estudió la crisis del siglo XVII, la última fase de la transición general
del modo de producción feudal al capitalista. Describió las distintas manifestaciones de
la crisis en la Europa mediterránea, en la del noroeste, en las colonias españolas en
América o en la Europa del este, lo que le permitió demostrar la importancia de las
relaciones sociales en los modos de producción. Justificó dicha influencia en que el
hecho de que las citadas relaciones sociales pusieron las bases de la revolución
industrial en Inglaterra y la Europa noroccidental y, en cambio, retrasaron su progreso
en la Europa oriental o, incluso, en Italia, donde, pese a que la industria había adquirido
cierto desarrollo y a que existía una clase de comerciantes, la estructura social feudal
inhibió o prohibió la apertura al capitalismo.
Oponiéndose a esta teoría, el economista y sociólogo alemán André Gunder Frank presentó
su teoría del “desarrollo del subdesarrollo”, que defendía que el modo de producción vigente
desde la conquista de América había sido el capitalista y que las regiones subdesarrolladas
habían sido explotadas por las metrópolis, primero, y por las potencias dominantes de
Norteamérica. Por tanto, no tenía sentido aplicarles la denominación de “regiones feudales”.
Las ideas de Frank fueron criticadas por teóricos argentinos como Rodolfo
Puiggrós o Ernesto Laclau. Ambos afirmaron que el modo de producción vigente en la
América Latina colonial era el feudal y que era un error identificar la economía mercantil
con el modo de producción capitalista.
El debate continuó en los escritos de Immanuel Wallerstein y Eugene Genovese.
Influido por Sweezy, Immanuel Wallerstein trató de explicar el origen del capitalismo
desarrollando un modelo teórico diferente del que utilizaban los marxistas (que era el modo
de producción) para la comprensión de la historia: el sistema económico capitalista mundial.
Wallerstein defendía que este sistema surgió en el siglo XVI y que ponía en relación
distintas áreas del mundo:
Áreas centrales: la Europa del noroeste, que se apropiaba de los excedentes de
producción de las demás áreas, buscaba la producción para la venta en el mercado
con el objetivo de conseguir beneficios y tenía un régimen de división del trabajo
basado en el arrendamiento y el trabajo asalariado.
Áreas semiperiféricas: la Europa mediterránea, en la que el régimen de división del
trabajo era la aparcería.
Áreas periféricas: la Europa oriental y el Nuevo Mundo, en las que el régimen de
división del trabajo se basaba en la esclavitud y el trabajo del campo a cambio del pago
de rentas obligatorias.
El carácter capitalista del sistema unía a todas las áreas, independientemente de su
desarrollo, de las características más o menos originales de su cultura, de la función que
cumplían en él, o de las relaciones sociales de producción que se daban en ellas (aunque
fuesen típicas de otros modos de producción).
Anderson defendió que el feudalismo, por sí mismo, no dio origen al capitalismo, sino que
este fue posible gracias a la concatenación de antigüedad y feudalismo que se produjo
durante el Renacimiento. En esta época se dieron tres circunstancias que llevaron al origen
del capitalismo:
La intensificación del señorialismo desde el siglo XIV hasta el XVI, con el fin de reforzar
las relaciones sociales de producción basadas en la servidumbre.
La distinta capacidad de los campesinos para oponerse a los señores y lograr
asegurarse el control de tierras.
En Italia, Antonio Gramsci realizó una nueva reflexión del marxismo, que criticaba la
simpleza del recurso al determinismo económico para explicar la política y la ideología,
aspectos que consideraba que mantenían cierta autonomía respecto a las luchas de
clases y las estructuras económicas. Gramsci inventó conceptos, como “catarsis” para
aludir a la toma de conciencia que lleva a la clase dominada a luchar por la libertad en
el marco de un nuevo modo de producción, o “bloque histórico” para hacer referencia
a la alianza de muchas clases o fracciones de clase. El Partido Comunista Italiano,
influido por el stalinismo, se abstuvo durante mucho tiempo de difundir la obra de este
innovador teórico.
Junto a Gramsci, también son reseñables las críticas del húngaro Georg Lukács y el
alemán Karl Korsch a las deformaciones cientifista y economicista del marxismo.
En Francia, algunos integrantes de la Escuela de los Annales, como el propio Marc
Bloch, o cercanos a tal corriente, como Ernest Labrousse, se vieron influidos por
determinados aspectos de la concepción marxista de la historia (como la definición de
las clases o la influencia de los aspectos económicos sobre las distintas capas
sociales).
En Alemania, diversos teóricos marxistas, críticos del cientifismo, se reunieron en torno
a la llamada Escuela de Frankfurt, dirigida por Max Horkheimer. Entre sus
representantes más destacados podemos citar a Siegfried Kracauer y a Walter
Benjamin, autor de las conocidas Tesis sobre la filosofía de la historia.
A finales de la década de 1950 y principios de la de 1960 se empezó a romper la hegemonía
intelectual marxista soviética. Los planteamientos críticos de Gramsci o Luckács
comenzaron a ser conocidos en los círculos militantes.