You are on page 1of 1

La gente sencilla paga con lo que tiene pero lo hace de corazón

El mes pasado estuve en Perú, en una zona muy pobre. Iba con unos amigos por la carretera y
vimos a una viejita pobrísima que nos hizo señas para que la lleváramos en nuestro carro.
Dudamos por un momento en detenernos (la inseguridad de nuestro país se nota en lo espontaneo
de nuestras reacciones) pero luego, como convenciéndonos unos a otros, dijimos que era
imposible que esa viejita nos fuera a hacer algo. Con algo de temor, la recogimos y seguimos
nuestro camino. Al preguntarle por qué estaba en esa carretera por donde casi no pasa transporte
público, sola y tan tarde, ella nos dio a entender (porque no hablaba muy bien el Español, su
lengua es Aymara) que iba allí todos los días a vender sus artesanías a los turistas porque ese era
su medio de sustento y que no tenía miedo porque Dios siempre la ayudaba a volver a la ciudad
antes de que anocheciera. Sonreía todo el tiempo y miraba por la ventana del carro como si fuera
la primera vez que lo hacía, como disfrutando del paisaje y de la naturaleza que nos rodeaba. Al
llegar a la ciudad nos pregunto: ¿cuánto les debo? Nosotros le respondimos: nada abuelita, solo
rece por nosotros. A decir verdad, le respondimos eso por salir del paso, no porque creyéramos
que ella iba a rezar. En ese mismo instante, la viejita, con una sencillez impresionante y con
verdadera devoción, cerro sus ojos, junto las manos y empezó a rezar por nosotros. Ya estabamos
en el lugar donde tenía que bajarse y ella continuaba rezando. Hasta que no pidió por cada uno,
no se bajo. Nos agradeció nuevamente y continuo sonriendo como quien tiene la conciencia
tranquila de que paga todo lo que debe, de que agradece sinceramente los favores que recibe, de
quien reconoce que nuevamente Dios le ha dado “el pan de cada día” y puede seguir viviendo con
la sonrisa en los labios.
Inmediatamente recordé la escena del evangelio donde Jesús nos habla de aquella viuda que da
todo lo que tiene para vivir: “Jesús estaba observando y vio cómo los ricos depositaban sus
ofrendas para el Templo. Vio también a una viuda pobrísima que echaba dos moneditas. Y dijo
Jesús: “Créanme que esta pobre viuda depositó más que todos ellos. Porque todos dan a Dios de
lo que les sobra. Ella, en cambio, tan indigente, echó todo lo que tenía para vivir” (Lc 21, 1-4).
Realmente descubrí que la gente sencilla paga con lo que tiene pero lo hace de corazón. ¡Que
distinto a lo pagamos con el dinero! Normalmente nos hace sentir más que el otro y exigiendo el
servicio pagado. El evangelio se hace vida, una y otra vez, en estas historias de la vida cotidiana,
que no salen en los diarios, que pasan tan desapercibidas. Son estas viejitas pobres y tanta gente
sencilla las que hacen posible que nuestro mundo, a pesar de todos los problemas que nos
agobian, se mantenga con esperanza y siga triunfando la vida. En aquella tarde, la oración
sencilla y llena de fe de esa viejita hizo nacer en nosotros la confianza en la providencia, la
simplicidad del que paga con lo poco que tiene pero con todo el corazón, la fuerza de la oración
confiada y con verdadera devoción.
Días más tarde, escuchando la lectura del evangelio donde Jesús dice que habla en “parábolas,
porque cuando miran no ven y cuando oyen, no escuchan, ni entienden” (Mt 13, 13) recordaba
esa escena vivida y sentía que Dios habla y mucho, solo que en lo sencillo, lo pequeño, lo pobre y
lo cotidiano. Que el Señor nos regale cada día ojos abiertos y oídos atentos a estas realidades
pequeñas y pobres para sentir su presencia y dejarnos inundar por ella.

You might also like