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La comunidad y sus valores

Probablemente no exista un tema de mayor recurrencia en la actualidad como el de los valores. Es muy común escuchar la
afirmación de que la principal causa de las crisis contemporáneas es la falta de valores, aun cuando al mencionarlos se
esté hablando indiscriminadamente de moral, ética, normatividad o reglamento.

Resulta conveniente, por tanto, hacer algunas precisiones: se entiende por moral el conjunto de comportamientos y
normas que la sociedad acepta como válidos. Etica es la reflexión de por qué se consideran válidos y la comparación con
otras morales que tienen otras personas o sociedades; qué hacer es un asunto de moral, por qué es un asunto de ética. Para
qué la moral es un asunto de ética; en consecuencia, el problema de la ética es básicamente filosófico (por cuanto es tarea
de la filosofía en el ámbito social discernir entre lo puramente vigente y lo racionalmente válido).
Por su parte, los valores constituyen el fundamento principal de la acción social. Un valor social es una forma de ser, de
pensar y de actuar de la sociedad y los individuos que la componen, como sustento en función del cual se organizan los
comportamientos. En los valores se define la significación o importancia de una norma o de una regla para una sociedad o
persona determinadas. En el concepto de valor se encuentran implícitas las prioridades de una sociedad, comunidad o
persona para su supervivencia.
Pongamos un ejemplo: ninguno de nosotros quiere que nuestros hijos sucumban a las drogas, a conductas deshonestas o a
acciones crueles o antisociales; y todos queremos que nuestros hijos aprueben la justicia, acepten la autoridad legítima, se
preocupen de las necesidades de otros y asuman sus propias responsabilidades en una sociedad democrática. Dentro de
este contexto, hay cantidad de cosas sobre las que podemos discutir, pero también hay muchas otras sobre las que
podemos estar de acuerdo (...) sin ambigüedad ni duda alguna. (Damon, 1988).
Aprobar la justicia, aceptar la autoridad legítima, preocuparse por necesidades de otros y asumir responsabilidades, se
relaciona con las reglas morales. Su sentido, justificación y explicación se relaciona con la ética. Su pertinencia para una
sociedad o persona determinadas se relaciona con los valores. Dicho de otra forma, los valores determinan la pertinencia,
la significación y el alcance de determinadas reglas morales para una sociedad o para una persona determinadas.
Establecen aquellas reglas morales a las que una comunidad o persona les dan valor.
El tema de los valores, sin embargo, no es tan sencillo: por un lado, esas reglas morales no vienen dadas de una forma
innata y por tanto es preciso aprenderlas; por otro, los valores no son propiedades de las cosas o de las acciones, sino que
dependen de una relación con alguien que valora; además, no todos los valores se relacionan con la moral. Algunos tienen
que ver más bien con la estética; por último, el problema de establecer una jerarquía de reglas morales, es decir, de valorar
unas más que otras, varía de sociedad en sociedad, de manera que en una se puede valorar más el respeto y la sumisión
mientras que en otra más la bondad, la solidaridad o la justicia.
Dos dificultades adicionales: primera: los valores pueden estar determinados por las relaciones económicas y la
distribución de la riqueza y del poder en una sociedad determinada; segunda: como vivimos en sociedades que cambian
con bastante rapidez, las valoraciones se van modificando y las nuevas coexisten con las antiguas. Eso produce también
conflictos con las generaciones, pues los mayores están apegados a sus viejos valores y tratan de mantenerlos,
resistiéndose a los cambios, mientras que los jóvenes tratan de imponer nuevos valores, a veces opuestos a aquéllos.
(Delval y Enesco, 1994, 61).
Actualmente existe la impresión -muy generalizada, por cierto- de que en los últimos años los valores han entrado en
crisis. Sin embargo, lo que puede más bien estar sucediendo es que en épocas de crisis se manifiesta con mayor intensidad
la preocupación -y la confusión- por los problemas morales, éticos y valorativos. Porque las épocas de crisis pueden
explicarse por la distancia que se genera entre nuevas circunstancias de una sociedad y las reglas morales que ha valorado,
de tal manera que al dejar éstas de funcionar como lo habían hecho hasta ese momento, es preciso encontrar otras que las
reemplacen y que se adecuen mejor a las nuevas circunstancias.
De forma similar, es frecuente escuchar que la crisis de la sociedad contemporánea se debe a la falta de autoridad (lo cual
es también probable, especialmente en sociedades en las cuales la formación del Estado precedió a la consolidación de la
sociedad civil). La delincuencia juvenil, la droga, los embarazos en adolescentes, los abortos, la impunidad, el divorcio, la
desestabilización de la familia, la agresividad y el bajo rendimiento escolar, para no citar más ejemplos, se explican
entonces por un fracaso en la transmisión de valores y por la pérdida de respeto a la autoridad concreta del padre, del
maestro o del policía, o a la autoridad abstracta de la familia, la escuela, la justicia o el Estado. Pero también existen otras
razones. Veamos algunas de ellas:
LA TRANSMISIÓN DE VALORES. Es muy difícil encontrar argumentos contra la importancia de la transmisión de
valores de generación en generación. La supervivencia de una sociedad, en muchos aspectos, depende de ello. Pero
igualmente es muy difícil defender la transmisión de valores tal como se ha venido haciendo tradicionalmente.
El ser humano no ha sido dotado biológicamente de una moral y unos valores determinados, pero sí de la capacidad de
adquirirlos. Puede que posea una disposición innata para ello, pero necesita también que le ayuden durante el largo
período de su infancia -e incluso en períodos posteriores- de tal manera que el medio social es como una segunda matriz
en la que los humanos se desarrollan y que les resulta tan necesaria como el útero materno. (Delval, 1994). La transmisión
de valores es, así, una tarea de carácter social y, en consecuencia, supone unos agentes especiales encargados de la
transmisión, como la sociedad misma, la familia, los medios de comunicación y la escuela. Y si bien es cierto a esta
ultima se le puedan achacar las mayores responsabilidades de transmisión -y por lo mismo de fracaso- es indudable que
los demás agentes -llamados también de socialización- ejercen una influencia mayúscula en la transmisión de valores.
En efecto, en cada hogar existen determinadas técnicas para comunicar las reglas morales a las que se les concede mayor
valor, medios para hacerlas cumplir, castigos o sanciones frente al incumplimiento, etc. Este conjunto de técnicas y
medios influye notablemente en la forma en que los niños asumen las normas y valores sociales transmitidos por sus
padres, mucho antes de que los niños puedan ver televisión o ingresar a una escuela. De esta manera, la escuela se
enfrenta a una concepción moral y a un determinado tipo de valores desde el primer momento en que recibe a un niño, y
al mismo tiempo se enfrenta a tantas concepciones morales y tipos de valores como familias con las cuales se relaciona.
Se puede afirmar, por ejemplo, que los niños que provienen de familias excesivamente autoritarias y punitivas, en las que
las normas son rígidas y no se explicitan de modo directo, suelen ser niños que desarrollan una escasa autonomía y un
débil sentido de la responsabilidad. Paradójicamente, resultados parecidos se encuentran con niños cuyas familias ejercen
poco o ningún control sobre la conducta de sus hijos, no explicitan ninguna forma de convivencia y, más bien, tienden a
sobreprotegerlos. Estos niños suelen desarrollar poca confianza en sí mismos, un escaso autocontrol y poca autonomía y
responsabilidad social (Delval y Enesco, 1994). Los casos más complejos, sin embargo, son los de aquellos niños que se
enfrentan un padre muy autoritario y una madre muy permisiva (o viceversa), a una escuela muy autoritaria y unos padres
muy permisivos (o viceversa) o bien a una escuela o unos padres a veces muy autoritarios y a veces muy permisivos.
Cuando las reglas del juego, las normas y su valoración no son claras y coherentes, las crisis individuales denominadas 'de
la adolescencia' y las crisis sociales se expresan con gran violencia y esto es algo muy frecuente, por cuanto ninguna
familia utiliza un único medio para garantizar la obediencia de sus hijos, ni ninguna puede ser totalmente coherente en su
aplicación de las normas.
El estilo en que los padres, la escuela, los medios de comunicación masivos y la sociedad expresan y sancionan las
normas sociales es una forma de comunicarle a los niños las conductas deseables e indeseables, es decir, de transmitirles
sus valores. Pero además del estilo, interviene en esta tarea el método, es decir, la manera más o menos sistemática como
se asume esa transmisión, que en las familias a nadie se le ocurre reglamentar, señalar por escrito y distribuir o pegar en
las paredes de la casa y que en los colegios se convierte en reglamento estudiantil, manual de convivencia o como quiera
denominársele, en una suerte de combinación de reglas morales y jurídicas.[1]
ESTUDIOS SOBRE EL DESARROLLO DE LA MORAL: algunos autores han estudiado las maneras como se ha
desarrollado la moral en las personas. Para Freud, el proceso de hacer propias las reglas morales depende más de la
esencia de los sentimientos de culpa que se generan en la persona cuando viola una norma y menos de la reflexión que se
va generando con el paso de los años sobre ellas. Subyace una especie de miedo a las represalias, que dependen a su vez
de la magnitud y el alcance de las expectativas que sobre el comportamiento de las personas -y especialmente de los
niños- se hacen los adultos que detentan una autoridad especial.
Para Piaget, la fuente de la moralidad infantil es doble: por un lado están las normas adultas a las cuales los niños adecúan
su conducta y sus relaciones sociales en la familia, la escuela y la sociedad en general y que con el paso de los años
empiezan a reflexionar y a ponerlas en duda; por otro lado están las normas que los niños establecen para regular sus
relaciones y sus intercambios entre iguales. Gracias a éstas, que no implican el sometimiento a autoridad alguna, tienen
los niños la oportunidad de participar en relaciones de igualdad, de reciprocidad y justicia. De esta manera, coexisten dos
tipos de moral: la moral autónoma, generada en los intercambios entre iguales y cuya fuente primordial es la reciprocidad,
y la moral heterónoma, establecida mediante la presión de los adultos y en los intercambios entre desiguales. Su fuente
primordial suele ser la autoridad. Estas morales, a pesar de que encuentren determinadas edades en las cuales una se
manifieste más que otra, permanecen vigentes en todas las personas.
De esta manera, Piaget establece tres fases evolutivas en el desarrollo moral: la primera, correspondiente a un momento en
que la persona es aún pre-moral, es decir que carece de todo sentido de obligación hacia reglas sociales; la segunda, de
heteronomía, en la que el sentido de lo moral es la obediencia literal a las normas y una relación de obligación sumisa al
poder; la tercera, de autonomía, en la que la obligación está basada en relaciones de reciprocidad e intercambio.
Por su parte, Kohlberg desarrolló una teoría sobre el juicio moral según la cual existen básicamente tres estadios o niveles:
i) preconvencional, en el que la moralidad está gobernada por reglas externas y en consecuencia la moral se orienta hacia
el castigo y la obediencia; ii) convencional, en el que la base de la moralidad es la conformidad con las normas sociales y
su orientación el mantenimiento del orden social; iii) postconvencional, en el cual la moralidad se determina mediante
principios y valores universales que permiten examinar críticamente la moral de la sociedad propia, y en el que la moral se
orienta hacia el principio ético universal. (Kohlberg, 1976).

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