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Protocolo Confesiones VII, IX

Carlos Andrés Hernández Cortés

La clase pasada se realizó un ejercicio de búsqueda en las confesiones con el fin de


hallar el momento en que Agustín dio con los (neo)-platónicos.

La actividad concluyó con la lectura del capítulo 9 del libro VII de la respectiva obra, por lo
que nos corresponde ahondar en los elementos que intervienen en este pasaje.

Antes que todo mencionar que dicho ejercicio se hace posible por el carácter de la
obra que estudiamos1, las Confesiones, a saber, obra de carácter biográfico que habría
preparado y anticipado la identidad moderna como “libertad, soledad, experiencia de culpa
y fragmentación”2 como estudio de la interioridad humana3. Luego a modo de escueta
contextualización general cabe destacar ciertas consideraciones de esta compleja biografía a
tener en cuenta:

Por una parte, Agustín vive entre el 354 y el 430 de nuestra era, lo que lo sitúa entre
los autores de la Antigüedad si consideramos que Boecio es el último romano, siendo
muerto éste en el 525. Por otra, nuestro autor reviste gran importancia. Horn nos dice que
“el Padre de la Iglesia más importante de habla latina” no sólo influyó grandemente en la
Iglesia y la teología occidental, sino que además se hizo con un puesto indiscutible en la
historia de la filosofía4.

Por último, volviendo a la obra, tomaremos en cuenta los aportes que Magnavacca
ha hecho al respecto de la obra que estamos estudiando. Así pues, el capítulo que
estudiamos correspondería a la distentio en lo que respecta a la “arquitectura de la obra”5
según la nomenclatura de la autora; el libro VII, por su parte, relata lo que sería el camino
que recorre el joven hiponense hacia el cristianismo, esto es: la revelación contra el
maniqueísmo, la resolución del problema del mal moral en tanto que mal metafísico, y para
ello, el descubrimiento de la “noción de una realidad absolutamente inmaterial, superior,
por tanto, a cualquier otra que sea material”6, sea ésta Dios.

1
Además de considerar que Agustín sería precursor de haber concebido “como un problema filosófico la
unidad de su compleja biografía” como nos dice Horn en Christoph Horn, Agustín de Hipona una
introducción (Santiago: Instituto de estudios de la sociedad, 2012), 17.
2
Ib. Id. 20.
3
Ib. Id.
4
Ib. Id. 17.
5
Seguimos en este punto a Silvia Magnavacca que desarrolla este concepto en el estudio preliminar a las
Confesiones, (Buenos Aires: Losada, 2011).
6
Los elementos de este “proceso” que hemos enumerado se encuentran en la página 202 como
ampliaciones al capítulo IV, 6 de la presente edición.
El capítulo en que nos detuvimos expone el encuentro de Agustín con “ciertos libros
de los platónicos”7 que habrían llegado a su poder a través de un “un hombre henchido de
orgullo desmedido”. Recordemos que la vida de Agustín transcurre en el norte de África,
por ese entonces provincia romana, en donde fue criado y progresó en sus estudios de
retórica.

Nacido de madre cristiana y padre pagano, Agustín tuvo que enfrentarse a las vicisitudes de
la fe; un camino tortuoso hacia la revelación de la Verdad divina. Ésta revelación se devela
tortuosa en sus mismos escritos. Tras la lectura del Hortensio de Cicerón –diálogo de
exhortación a la filosofía-, San Agustín comienza un largo camino hacia la obtención de la
verdad. Es así que pasó por diversas escuelas y enseñanzas filosóficas como el
maniqueísmo (movimiento al que perteneció por un período de casi nueve años), la skepsis
académica (que lo limpia de los resabios maniqueos), los conocimientos platónicos (que le
otorgaron las alas para volar en el mundo de las esencias) y por último el cristianismo de la
mano del Obispo Ambrosio (que logra quitar el “velo secreto” al Antiguo Testamento)8.

San Agustín lee a los platónicos de manos del africano Mario Victorino, traductor de éstos,
siendo este último, él mismo un neoplatónico convencido9.

En estos libros, dice el obispo, leyó lo que, posteriormente en la ciudad de Dios vendrá a
ser “la iluminación soberana”, esto es: la explicación del ser por sí, proveedor y generador
de todo lo demás, y del ser por participación del primero (participación en tanto que
creación) en un juego de consonancias entre el dogma cristiano y la doctrina de Plotino10.

Dichas consonancias serían: 1) que el Verbo en tanto principio es equivalente a Dios, esto
es: el Verbo y Dios son distintas personas de la misma naturaleza divina -donde ya se
perfila uno de los dogmas que introducirá más adelante en el capítulo con la referencia
paulina procedente de epístola a los filipenses11; y 2) que “todas las cosas fueron hechas
por él y sin él nada ha sido hecho”, pasaje que guarda especial resonancia con la idea de
que Voluntad, esencia y conocimiento son una y la misma cosa porque la absoluta

7
Acerca de estos libros Magnavacca nos dice que existe consenso en establecer como referencia central de
los denominados “platónicos” a Plotino, especialmente en los pasajes que tratan del mal y la belleza. Se
sabe además que a Jámblico y Apuleyo los leyó sólo tras su conversión por lo que en aquella instancia (la
relatada en el capítulo estudiado) no habría tenido conocimiento de ellos; quedando, por lo demás, en duda
si habrá tenido acceso o no a las obras mismas de Porfirio.
8
Cristoph Horn, Agustín de Hipona una introducción (Santiago, Instituto de estudios de la sociedad, 2012)
22-25.
9
En las notas al libro VIII, Magnavacca nos indica además que Mario fue fuente de inspiración de Agustín
para trazar las analogías entre pasajes plotinianos y el Prólogo del Evangelio de Juan.
10
Véase De civ. Dei X, 2 y especialmente la nota 6 al libro X de la edición preparada por el padre Fr. José
Moran, (Madrid: La editorial católica, 1958).
11
A saber el de la unidad de naturaleza pese a la distinción de personas divinas esbozado en Phil. 2.6-11
(Biblia de Jerusalén), de lo que se sigue que Jesucristo (el Verbo) es congénere de Dios.
simplicidad divina reúne todos estos aspectos en su carácter universal12. Además, puede
leerse en conf. VII, 4 con este mismo carácter: “No existe ninguna naturaleza sino por el
hecho de que Tú la conociste”.

El capítulo prosigue luego con la exposición de una serie de diferencias entre la


doctrina de los filósofos y la expuesta en las Escrituras que Agustín enfatizará,
manteniéndose en la defensa de éstas contra aquellos conocimientos necios y vacíos que
puede provocar la ignorancia del Señorío del Hijo13 y de su tremenda sabiduría, esto es: la
Verdad sólo reluce íntegra a la luz de la Fe y para el omnisciente Creador.

Así, en este capítulo estudiado, vemos de qué manera está configurado el


pensamiento de Agustín en tanto que exégesis de los textos sagrados, con la ayuda que le
prestan los conocimientos platónicos para resolver sus inquietudes intelecto-espirituales.

Por último, condena la necedad e insensatez de ciertos pasajes de los libros, que tal
como los manjares que corrompieron a Essaú, se presentan contradictorios en relación al
dogma cristiano, tentando con sus falsas idolatrías14 y aires de sublimidad que Agustín
repele fuertemente.

Gilson nos dice en su introducción al estudio de San Agustín que:

Il importe de noter que les preuves augustiniennes de l’existence de Dieu se développent


toutes sur le plan de l’essence, beaucoup plutôt que sur celui de l’existence proprement dite.
Elles partent en effet, non pas de la constatation d’existences dont on chercherait la cause
efficiente première, mais de l’observation de certaines manières d’être dont on cherche
l’explication ultime dans un être dont, si l’on peut s’éxprimer ainsi, le statut ontologique est
seul capable d’en rendre raison […] le philosophe se trouve en présence de ce scandale
ontologique, le changement.15

El pasaje aquí citado sirve para poner de relieve una cuestión no menos importante.

En las confesiones tenemos a un Agustín devoto de la misericordia divina, entregado de


lleno a la fe en su religión. Mas, desde nuestros indigentes conocimientos respecto al tema
nos atrevemos a preguntar, ¿son los caracteres del Dios cristiano, per se, los que satisfacen,

12
Aquí seguimos a Magnavacca en su nota 12 al libro VII.
13
En la disertación agustiniana se proclaman una serie de dogmas, a saber: el de la coeternidad del Hijo y el
Padre; el de Cristo como elemento unificador de lo humano y lo divino; y la adoración que por ello merece
como Señor.
14
A saber, el culto que Plotino rendía a Apolo no obstante el reconocimiento de la unidad divina.
15
Es importante recalcar que las pruebas que Agustín exhibe sobre la existencia de Dios se desarrollan más
sobre el problema de la esencia que sobre el de la existencia misma. Éstas parten, de hecho, no de la
constatación de existencias de las cuales buscaríamos la causa eficiente primera, sino de la observación de
ciertos modos de ser de los cuales se busca la explicación última en un ser que, si así puede decirse, es el
único posesor de un estatus ontológico capaz de sostenerlos […] el filósofo se encuentra frente al escándalo
ontológico del cambio. Traducción propia.
a modo de solución, este “escándalo ontológico” que se le presenta a Agustín?, o bien,
¿necesitó aquel que por naturaleza de nada depende, de la mano de Plotino para que el
hiponense pudiese pisar terreno firme hacia su conversión?

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