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Clasicismo y llaneza en la poesía de la

Edad Barroca
Lupercio Leonardo de Argensola (1559-1613)
Lleva tras sí los pámpanos otubre,
y con las grandes lluvias, insolente,
no sufre Ibero márgenes ni puente,
mas antes los vecinos campos cubre.
Moncayo, como suele, ya descubre
coronada de nieve la alta frente,
y el sol apenas vemos en Oriente
cuando la opaca tierra nos lo encubre.
Sienten el mar y selvas ya la saña
del Aquilón, y encierra su bramido
gente en el puerto y gente en la cabaña.
Y Fabio, en el umbral de Tais tendido,
con vergonzosas lágrimas lo baña,
debiéndolas al tiempo que ha perdido.
Bartolomé Leonardo de Argensola (1561-1634)
A un caballero y una dama que se criaban juntos desde niños y siendo mayores de edad
perseveraron en la misma conversación

Firmio, en tu edad ningún peligro hay leve;

porque nos hablas ya con voz escura,

y, aunque dudoso, el bozo a tu blancura

sobre ese labio superior se atreve.

Y en ti, oh Drusila, de sutil relieve

el pecho sus dos bultos apresura,

y en cada cual sobre su cumbre pura

vivo forma un rubí su centro breve.

Sienta vuestra amistad leyes mayores:

que siempre Amor para el primer veneno

busca la inadvertencia más sencilla.

Si astuto el áspid se escondía en lo ameno

de un campo fértil, ¿quién se maravilla

de que pierdan el crédito sus flores?

«Dime, Padre común…»

“Dime, Padre común, pues eres justo,

¿por qué ha de permitir tu providencia,

que, arrastrando prisiones la inocencia,

suba la fraude a tribunal augusto?”

“¿Quién da fuerzas al brazo, que robusto


hace a tus leyes firme resistencia,

y que el celo, que más la reverencia,

gima a los pies del vencedor injusto?”

“Vemos que vibran vitoriosas palmas

manos inicuas, la virtud gimiendo

del triunfo en el injusto regocijo.”

Esto decía yo, cuando, riendo,

celestial ninfa apareció, y me dijo:

“¡Ciego!, ¿es la tierra el centro de las almas?”


Juan de Arguijo (1567-1623)
A la mundanza de la fortuna

Yo vi del rojo sol la luz serena

turbarse, y que en un punto desparece

su alegre faz, y en torno se oscurece

el cielo, con tiniebla de horror llena.

El Austro proceloso airado suena,

crece su furia, y la tormenta crece,

y en los hombros de Atlante se estremece

el alto Olimpo, y con espanto truena;

Mas luego vi romperse el negro velo

deshecho en agua, y a su luz primera

restituirse alegre el claro día,

Y de nuevo esplendor ornado el cielo

miré, y dije: “¿Quién sabe si le espera

igual mudanza a la fortuna mía?”

Algunos sonetos de Lope de Vega


Sátira anticulterana
-Boscán, tarde llegamos. -¿Hay posada?

-Llamad desde la posta, Garcilaso.

-¿Quién es? -Dos caballeros del Parnaso.


-No hay dónde nocturnar palestra armada.

-No entiendo lo que dice la criada.

Madona, ¿qué decís? -Que afecten paso,

que ostenta limbos el mentido ocaso

y el sol depinge la porción rosada.

-¿Estás en ti, mujer? -Negóse al tino

el ambulante huésped-. ¡Que en tan poco

tiempo tal lengua entre cristianos haya!

Boscán, perdido habemos el camino;

preguntad por Castilla, que estoy loco

o no habemos salido de Vizcaya.

Sonetos amorosos
Suelta mi manso, mayoral extraño,

pues otro tienes de tu igual decoro,

deja la prenda que en el alma adoro,

perdida por tu bien y por mi daño.

Ponle su esquila de labrado estaño,

y no le engañen tus collares de oro,

toma en albricias este blanco toro,

que a las primeras hierbas cumple un año.

Si pides señas, tiene el vellocino


pardo, encrespado, y los ojuelos tiene

como durmiendo en regalado sueño.

Si piensas que no soy su dueño, Alcino,

suelta, y verásle si a mi choza viene,

que aún tienen sal las manos de su dueño.

Ir y quedarse, y con quedar partirse…


Ir y quedarse, y con quedar partirse,

partir sin alma, y ir con alma ajena,

oir la dulce voz de una sirena

y no poder del árbol desasirse;

arder como la vela y consumirse,

haciendo torres sobre tierna arena;

caer de un cielo, y ser demonio en pena,

y de serlo jamás arrepentirse;

hablar entre las mudas soledades,

pedir prestada sobre fe paciencia,

y lo que es temporal llamar eterno;

creer sospechas y negar verdades,

es lo que llaman en el mundo ausencia,

fuego en el alma, y en la vida infierno.


Desmayarse, atreverse, estar furioso…
Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,

alentado, mortal, difunto, vivo,

leal, traidor, cobarde y animoso:

no hallar fuera del bien centro y reposo,

mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,

enojado, valiente, fugitivo,

satisfecho, ofendido, receloso:

huir el rostro al claro desengaño,

beber veneno por licor süave,

olvidar el provecho, amar el daño:

creer que el cielo en un infierno cabe;

dar la vida y el alma a un desengaño,

¡esto es amor! quien lo probó lo sabe.

Soneto de inspiración filosófica


A la noche

Noche fabricadora de embelecos,

loca, imaginativa, quimerista,

que muestras al que en ti su bien conquista,

los montes llanos y los mares secos;


habitadora de celebros huecos,

mecánica, filósofa, alquimista,

encubridora vil, lince sin vista,

espantadiza de tus mismos ecos;

la sombra, el miedo, el mal se te atribuya,

solícita, poeta, enferma, fría,

manos del bravo y pies del fugitivo.

Que vele o duerma, media vida es tuya;

si velo, te lo pago con el día,

y si duermo, no siento lo que vivo.

Religioso
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta, cubierto de rocío,

pasas las noches del invierno escuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras

pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío

si de mi ingratitud el yelo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:

«¡Alma, asómate agora a la ventana,


verás con cuánto amor llamar porfía!».

¡Y cuántas, hermosura soberana:

«Mañana le abriremos», respondía,

para lo mismo responder mañana!

La poesía según la tradición clásica

1 Condiciones necesarias
• Ficción
— La tradición clásica, desde Aristóteles, está de acuerdo en que hay una diferencia esencial entre
la historia y la poesía. Mientras que la primera refiere los hechos como realmente fueron, la
segunda los expone como hubieran podido ser, o como debieran haber sido.
— La diferencia entre estas últimas dos formulaciones es importante: mientras que la primera se
limita a expresar las condiciones de posibilidad de la ficción, la segunda tiende a favorecer
exigencias más estrictas sobre la poesía y desemboca en el reglamentismo de la preceptiva.
• Versificación
— Aunque para Aristóteles no era esencial, sí lo fue para la mayoría de los autores del siglo XVI
en adelante. Los poetas y los sabios del Renacimiento y el Barroco español llegaron a aceptar que
era posible la poesía en prosa (lo que se manifiesta en la existencia de las novelas pastoril y
bizantina), pero aun así el lugar de la prosa en el sistema de géneros de la Poética fue marginal.
En términos generales, para la tradición clásica la prosa le pertenecía a la retórica.
— El neoclasicismo dieciochesco, en general, no admitió la prosa, a pesar de que estén escritas
en prosa las únicas obras dramáticas del neoclasicismo español que son disfrutables para el gusto
de hoy: El sí de las niñas y La comedia nueva de Moratín.
— La inclusión de los géneros artísticos en prosa, junto con los géneros poéticos, en una misma
categoría, es un fenómeno propio del mundo moderno. Se transita, del binomio Poesía /
Elocuencia, hacia la Literatura en el sentido moderno.
• Entusiasmo
— Aunque la tradición clásica lo incluye, podría decirse que es sólo un residuo platónico, o un lugar
común al que acuden los poetas y los gramáticos cuando deben emprender una defensa de la
poesía. En realidad, la revaloración del entusiasmo es otro rasgo propio de la coyuntura en la que
la tradición clásica pierde su vigencia, pues llega con el Romanticismo.
2 Exigencias básicas
• Imitación de la Naturaleza
— Para el hombre premoderno, como lo expone Michel Foucault en Las palabras y las cosas, el
lenguaje es de por sí un espejo del mundo. Así, la Poesía no puede escaparse de imitar a la
Naturaleza: lo que importa es que no se olvide de esa ineludible característica (a la vez un límite
y una condición de posibilidad), evitando así las invenciones caprichosas. De aquí el repudio a las
novelas de caballería en el Renacimiento español.
— Podemos comprobar la vigencia de este valor en el supuestamente anticlásico Arte nuevo de
hacer comedias: para justificar la mezcla de lo trágico y lo cómico, Lope argumenta: “Buen ejemplo
nos da naturaleza, / que por tal variedad tiene belleza” (179-180).
• Verosimilitud
— “Verosímil” no es lo que se parece a la Verdad (lo metafísico de la mentalidad premoderna exige
la mayúscula), sino lo que le parece verdadero al destinatario del discurso. Por eso, lo que es
verosímil en el Barroco es inverosímil, por exagerado, bajo la Ilustración, y lo verosímil neoclásico
es inverosímil por estático y abstracto para el Romanticismo, y aun más para el Realismo.
— Además, el concepto se convierte en una especie de arma para arrogarse el derecho a juzgar
los discursos —las obras— de los escritores: cuando los cultos del Renacimiento rechazan por
inverosímil la novela de caballerías, de hecho están imponiendo sus criterios de verosimilitud.
• Imitación de los Antiguos
— Para la mentalidad premoderna, los más grandes entre los autores antiguos produjeron
realizaciones insuperables. Más tarde, se les reconoce un valor análogo a autores como Petrarca
y Garcilaso. Los modernos necesitan aprender de ellos y pueden emularlos, pero no superarlos.
— En el siglo XVIII, ilustrados como Jovellanos rechazan la imitación de los textos de los Antiguos,
pero aún ponen como paradigma su fidelidad a la “Naturaleza”.
• Decoro
— El decoro es un ajuste entre el lenguaje y el tema, el lenguaje y el autor, y el lenguaje y el
destinatario. Ese ajuste no es sólo una cuestión de exactitud, sino también de dignidad. En esto
último debemos poner más atención los lectores modernos y posmodernos: es la exigencia más
difícil de entender para nosotros, pues depende de una visión jerárquica de la realidad en general
y del ser humano en particular que ya no compartimos. Por eso Lope exige: “las damas no
desdigan de su nombre” (280), y asimismo: “el lacayo no trate cosas altas, / ni diga los conceptos
que hemos visto / en algunas comedias extranjeras” (286-288).
• Idealización
— En general, la tradición clásica prefiere que los personajes y las cosas se representen no sólo
como podrían ser, sino como deberían ser. Este valor converge con el decoro. Por eso la picaresca
vive fuera del territorio de la Poética; y aun así cumple con la máxima del decoro: salvo el Lazarillo,
en este género la mentalidad jerárquica premoderna se reconforta comprobando que, de la gente
baja, sólo pueden esperarse acciones bajas. Y por eso el famoso reparo de Cervantes a La
Celestina: “libro, en mi opinión, divino / si encubriera más lo humano”.
3 Factores de la creación poética
• res / verba
— Para la tradición clásica, un mismo “asunto” puede recibir diversos tratamientos poéticos. Por
eso la reiteración de argumentos y tópicos a lo largo de los siglos. El autor elige su asunto, forja
algunos “pensamientos” para concretarlo, y después los organiza una estructura externa —
dispositio— y le da un estilo —elocutio— a manera de acabado. Ya en el siglo XV el Marqués de
Santillana habló de la poesía como “fermosa cobertura”.
—Aunque suene sarcástico, es útil decir que se ve a la obra poética como un pastel, donde el
léxico y los tropos y figuras retóricas son el merengue o el betún que lo cubren y ornamentan. La
analogía nos permitirá comprender el fondo (¿la res?) de los debates suscitados dentro de la
tradición clásica. Si los asuntos son comunes a todo tipo de discurso, entonces el trabajo propio
del poeta es dar con el estilo más esplendido: así obtenemos el cultismo barroco: una estética del
betún y del merengue. Pero un pastel cuya base de pan sea escasa o de mala calidad, y en cambio
tenga una cobertura demasiado rica, será un producto “empalagoso” o “hinchado”: precisamente,
los epítetos que la tradición clásica empleó desde la Antigüedad para rechazar esa práctica, y los
que prodigaron los dómines del XVIII contra lo más conspicuo del legado barroco.
— ¿Parece injusto y obtuso hablar así de la poesía barroca? Respondo: cuando amamos sus
grandes obras, las estamos considerando desde una perspectiva ajena a la de sus autores. Para
nosotros no hay división entre res y verba: el soneto “¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde?” nos
dice algo que no puede ser expresado con palabras distintas de las del autor. Quevedo, para
nosotros, hace mucho más que forjar conceptos agudísimos y labrar un estilo magnífico para lo
que ya fue pensado por Séneca (o quien fuera). En cambio, Quevedo sí aplicó ese criterio a
Góngora: ¿tanta palabrería sólo para decir que unos pastores le sirvieron leche recién ordeñada a
un náufrago? Horror, horror.
• ars / ingenium
— El ingenio es nuestra capacidad inventiva; el arte, las técnicas, las reglas que le dan forma
adecuada a sus frutos: las herramientas que le permiten imitar la Naturaleza, ser verosímil,
decoroso, etc. El peso que se le da a uno u otro es lo que distingue al Neoclasicismo y al Barroco:
éste le da la primacía al ingenio, mientras que el primero se horroriza de una inventiva desbocada;
pero ambos creen en la necesidad de conjugarlos. Es a partir del Romanticismo cuando se empieza
creer en una poesía que dependa sólo de las fuerzas creativas del hombre (o del inconsciente), o
bien en una poesía que consista sólo en “manipular códigos” (como espantosamente escribió no
recuerdo quién).
• docere / delectare
— Esto requeriría un desarrollo más amplio. Aquí solamente lo voy a esbozar. Ambos términos
proceden de un contexto muy antiguo, cuando la tradición clásica apenas se estaba formando.
“¿Por qué demonios la poesía debe instruir?”, preguntaríamos hoy. Pues así era en la Grecia
arcaica: Homero, Hesíodo, Píndaro enseñaban: desde cómo se portan los valientes hasta cuándo
hay que sembrar o cosechar. Eso es lo propio de la poesía de una sociedad arcaica. Pero surge el
pensamiento racional y entonces los filósofos: Jenófanes, Heráclito, Platón… denuncian el
magisterio de esos hombres engañosos: “¿Por qué la gente los toma como maestros? Porque su
lenguaje es deleitable, placentero, Son peligrosos seductores”. A esto se debe la famosa expulsión
de los poetas en la República platónica.
— De aquí partió un largo debate que empezó con los sofistas y los primeros filósofos y sólo obtuvo
una conclusión satisfactoria con Aristóteles. Aunque la fórmula no sea suya sino de Horacio,
podemos decir que a lo largo de toda la Poética del primero se expone de qué manera la poesía,
siendo placentera, es también formativa.
— Sólo falta subrayar que los tratadistas antiguos dicen “deleite”, no “belleza”. Aunque nos
parezca escandaloso, hasta mediados del siglo XVIII no se relacionó a las artes con la belleza,
sino con el placer. La poesía daba un placer superior, más noble, y ya. La belleza estaba en Dios
o los dioses, y en sus cualidades y sus obras: su sabiduría, el mundo, incluso la belleza física de
las personas.
FUENTES
Checa Beltrán, José: Razones del buen gusto, Poética española del neoclasicismo, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, 1998.
Detienne, Marcel. Los maestros de verdad en la Grecia arcaica. T. Juan José Herrera. México:
Sexto Piso, 2004.
Foucault, Michel: Las palabras y las cosas. T. Elsa Cecilia Frost. 7 ed., México: Siglo XXI, 1976.
Tatarkiewicz, Wladislaw: Historia de seis ideas, Madrid: Alianza Editorial-Tecnos, 2002.

De la Poesía y la Elocuencia a la Literatura


1. Es dudoso el estatuto de la lírica en la Poética clásica. No todos los tratadistas la incluyen, y
sus definiciones son dubitativas y ambiguas.

2. Si revisamos el Arte nuevo de hacer comedias, veremos que Lope oscila entre la aceptación y
el olvido de diversos principios de la tradición clásica. El decoro, por ejemplo, resulta esencial para
él.

3. Por lo que se refiere a España, el ensayo es una mera posibilidad que no llega a realizarse,
debido a la ofensiva contra la Modernidad a partir de Felipe II. Pero esa posibilidad estaba allí,
como lo muestran las “silvas de varia lección” del Renacimiento español.

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