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corrientes historiográficas
1. Introducción
En las últimas décadas del siglo XX, la novela histórica ha ocupado un lugar preeminente
en la producción literaria de América latina. Dichas novelas históricas, lejos de retomar las
convenciones del género instaurado en el siglo XIX, se apartan notablemente de la novela
histórica tradicional, tanto por su contenido como por su forma. Este hecho ha dado lugar a
una discusión sobre si nos encontramos frente al nacimiento de un nuevo género o de si se
trata simplemente de una renovación o continuación del mismo, a partir de un análisis de
los elementos nuevos y viejos que se encuentran en la producción contemporánea. Sin
embargo, la sola comparación de las novelas históricas contemporáneas con sus antecesoras
decimonónicas (o los epígonos más o menos recientes de las mismas) pierde de vista la
inserción de las novelas históricas en el marco de los dircursos contemporáneos en los que
por definición se inscrinbe: el de la novela y el de la historiografía. El de la novela, porque
es el género literario a cuyas convenciones está sometida, y el de la historiografía, porque
con ella comparte tema y objetivo: la escritura de la historia.
Los puntos de contacto entre las novelas históricas de los últimos años y la nueva novela
latinoamericana no han sido pasados por alto por los estudiosos del fenómeno. Se trata
fundamentalemte de la implementación de técnicas narrativas experimentales e innovativas
como los monólogos interiores, el dialogismo, la parodia, la multiplicidad de los puntos de
vista, la reflexión metatextual del proceso de la escritura y la intertextualidad, para nombrar
algunos de las más importantes. Como se ve, esta coincidencia en cuanto a procedimientos
narrativos va más allá de los límites de América latina ya que se encuentra en la narrativa
contemporánea en general.
No es de extrañar que así como la novela histórica del siglo XIX se inscribe por sus
procedimientos narrativos en el discurso del realismo, las novelas históricas actuales se
inserten en el discurso novelístico contemporáneo. Eso significa que la novela histórica a
finales del siglo XX no recurre a la retórica ni se refugia en los conceptos de la novelística
de otra época, sino que se vale de recursos narrativos acordes a sus necesidades expresivas.
En este sentido, David Bost aporta una idea fundamental, para comprender por qué y con
qué objeto la novela histórica contemporánea se vale de los procedimientos arriba citados.
Según este autor, los novelistas contemporáneos perciben la realidad -ya sea presente o
pasada- como un todo complejo, problemático, ambiguo y contradictorio que no puede ser
aprehendido con certeza y por ende se han visto obligados a abandonar las técnicas y el
lenguaje del realismo, que reflejan la creencia en una realidad ordenada, cuyo sentido
puede ser traspasado inequívocamente al papel.
La conciencia de que la elección de los procedimientos narrativos está estrechamente ligada
a la problemática del conocimiento de la realidad (histórica en este caso) y de las formas
posibles de plasmar dicho conocimiento en el papel nos lleva sin duda un paso adelante, ya
que plantea que el conocimiento histórico es un producto de la escritura de la historia.
Así, la distorsión consciente del pasado en la novela histórica (una de las seis características
fundamentales de las nuevas novelas históricas según lo ha demostrado Seymour Menton)
pone en jaque conceptos realistas de referencialidad, al mismo tiempo que propone
focalizar la atención en la escritura como instrumento constitutivo del conocimiento de la
historia. Ahora bien, la idea de que la escritura de la historia debería renunciar a sus
pretensiones positivistas ha sido defendida por teóricos de la historiografía en las últimas
décadas, como por ejemplo Hayden White o Jaques Le Goff. Esto nos lleva a ver la
relación existente entre las novelas históricas de la actualidad y la historiografía
contemporánea, relación esta, en la que quiero centrar el presente análisis.
En una palabra se puede afirmar que la noción de la historia y las estrategias discursivas
implementadas en la novela histórica dependen, la primera, de las concepciones de la
historia y, la segunda, de las corrientes estéticas de su época.
Del mismo modo que él reconoce el rol fundamental de la novela histórica decimonónica
en la constitución de la identidad de las incipientes naciones latinoamericanas a través de
una escritura del pasado que correspondía a los presupuestos positivistas y realistas de la
época; de ese mismo modo, creo poder mostrar concretamente los puntos de contacto entre
el discurso de las novelas históricas y de la historiografía de fines del siglo XX.
En este contexto no debe olvidarse lo siguiente: mientras la novela histórica surgió en una
época, el siglo XIX, en la cual la historia como ciencia desarrolló una metodología de
trabajo "científica" según las normas del positivismo que garantizaba el acceso al
conocimiento histórico por medio de la objetividad y que creía firmemente en la noción del
progreso, la novela histórica de las últimas décadas participa en una discusión sobre la
función de la ciencia histórica, cuestiona la posibilidad del conocimiento histórico objetivo
y contribuye a redefinir objetivos, metodología y lenguaje de la historiografía.
La actual novelística histórica se inscribe -en varios niveles- en el debate sobre las bases
epistemológicas del conocimiento histórico. Primero, y por su simple práctica, la novela
histórica es una afirmación de la narración como estructuradora del material histórico y
como productura de sentido. De esta manera la novela histórica per se constituye una
respuesta positiva a la teoría de Hayden White sobre el rol de las figuras retóricas -
metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía- en el discurso (histórico) como productoras de
sentido en tanto y en cuanto son capaces de realizar el pasaje de lo desconocido a lo
conocido. Dado que White sitúa el proceso de la comprensión en el lenguaje, postulando
para el discurso histórico a nivel formal no una función de mero vehículo de un
conocimiento producido en otra parte, sino la de productor de sentido en forma de una
explicación histórica a través de la organización argumentativa y figurativa del material en
cuestión, su teoría ofrece una justificación epistemológica para la novela histórica.
La idea de que el conocimiento histórico se produce en y por el lenguaje implica sin lugar a
dudas una revolución para las concepciones tradicionales de la historia. Es más,
probablemente la característica más importante del cambio de paradigma en la historia
como ciencia en la segunda mitad del siglo XX consista en definir a la historia como
discurso y no como suceder. Esto no significa, como muchas veces se ha sugerido, que se
ponga en cuestión la existencia del pasado, sino que expresa la convicción de que el pasado
sólo es cognoscible a través del discurso. De ello se deduce que es el relato del pasado el
que lo convierte en historia.
La novela Réquiem en Castilla del Oro (Managua 1996), del escritor nicaragüense Julio
Valle-Castillo, es mucho más que una nueva lectura de la conquista de Nicaragua y del
papel que en ella ocupó Pedro Arias de Avila: es una puesta en escena del lenguaje como
estructurador de la realidad. Así, nos encontramos frente a varias voces narrativas, que se
expresan en distintos lenguajes, cada uno de las cuales transmite su propia cosmovisión. Y
todos ellos están enmarcados por la música del réquiem, por lo que la música fúnebre le
confiere el tono a la orquesta de lenguajes que narran -construyen- la historia de la
conquista y de la vida en Nicaragua bajo el signo de Pedrarias, una vida plagada de muerte,
muerte augurada y ejectuda en el tema del réquiem. El otro lenguaje, que junto al musical,
estructura el relato es el de la liturgia católica cuyo ritmo y cuyo vocabulario atraviesan
toda la novela, imponiéndose como macroestructura en la tercera parte, titulada "Santa
Misa Exequial", en la que la narración está supeditada a las reglas y al desarrollo de la
misa. La fuerza sugestiva de la novela reside en narrar recreando la lengua del siglo XVI, y
en darle un lugar preponderante al lenguaje que marcó los términos y parámetros de la
conquista y la colonización: el lenguaje de la iglesia católica. Ese lenguaje es a su vez
subvertido por el lenguaje de los conquistados que, en contrapunto, cuentan su versión de la
historia. (Las voces de los indígenas sólo en partes fragmentarias se valen del náhuatl, y
usan en general un castellano al que le imprimen su ritmo y sus imágenes.)
Así como al paso de la procesión fúnebre encabezada por la cruz, se levantan "los
degollados y aperreados, las mujeres ciegas y los viejos tuertos por el polvazal de difuntos
y las abuelas arrebujadas en sus rebozos, que yacían aterradas, soterrados, semienterrados,
muertos o como muertos" (pág. 170), así, las voces de los indígenas responden a la letanía
litúrgica en latín, cantada por mercedarios, franciscanos y dominicanos. Unos, uniéndose a
los rezos y orando por Pedrarias: "-De todo mal -Líbralo señor, -de tu ira -Líbralo señor[...],
-Del rayo y de la tempestad, -Del castigo del terremoto, -De la peste, del hambre y de la
guerra "Líbralo señor" (pág. 176); otros en cambio, socavando el discurso de la iglesia y de
la conquista:
[...]
A nivel simbólico, la novela codifica la realidad del pasado desde diferentes discursos (el
de los indígenas, el de los conquistadores, el de los contemporáneos) que encarnan maneras
alternativas -y a veces contrarias- de entender dicha realidad, creando por lo tanto versiones
propias de la historia de dicho pasado. A su vez, la orquestación de todas las voces en una
"máquina de ficción" (pág. 15) o novela es una propuesta de escribir la historia con todos
los lenguajes que han participado y participan de la aprehensión y estructuración de la
realidad.
Esta perspectiva coincide con la teoría tropológica del discurso histórico de Hayden White,
que postula que una explicación del pasado no pertenece unívocamente a la categoría de lo
verdadero o a la de lo imaginario, sino que debe ser juzgada por la fuerza explanatoria de
las metáforas contenidas en ella. Según esta concepción, el discurso de la historia no es
verdadero o falso, sino que funciona como una gran metáfora, cuya fuerza simbólica
permite comprender el pasado desde un punto de vista determinado, que nunca es el único
posible. Por lo cual Hayden White agrega que a la hora de escribir sobre el pasado
Queda claro entonces, que el recurso de valerse de diversos tipos textuales o de varios
narradores a fin de producir un relato polifónico de la historia obedece a la intención de
recoger múltiples perspectivas del pasado con todas sus consecuencias tanto éticas como
políticas.
La afirmación de que "la historia se descubre como un saber científico y la novela como un
saber narrativo" no se sostiene, porque la historiografía, en tanto que narración, se vale de
los mismos mecanismos que la novela para construir un relato del pasado que únicamente
se constituye en historia en y por su escritura.
"No se crea. Pregúnteme usted los nombres de las seis esposas de Enrique
VIII, y verá que me acuerdo, si acaso, de dos o tres de ellas como máximo.
Tengo grandes lagunas." (pág. 158)
Sin embargo, en su búsqueda de la escritura de una historia total, Le Goff reconoce que tal
vez no sea posible escribir historia, sino más bien historias. Este acercamiento a la escritura
de la historia ha sido asímismo adoptado por numerosas novelas históricas durante las
últimas décadas. En Noticias del Imperio, por ejemplo, nos encontramos frente a dos líneas
narrativas, la primera -correspondiente a los capítulos impares- es la voz de Carlota de
Bélgica, que desde su locura y su encierro en el castillo de Bouchout en el año 1927, relata
en primera persona, en un monólogo en el que fluye libremente su conciencia; y la segunda
-correspondiente a los capítulos pares- narra cronológicamente los sucesos acaecidos entre
1861 y 1927, año de la muerte de Carlota, exactamente 60 años después del fusilamiento de
su marido. Ahora bien, la voz del narrador omnisciente de tercera persona de los capítulos
pares es atravesada e interrumpida por una gran cantidad de otras voces y textos que
quiebran la neutralidad y objetividad del narrador. La narración comprende corridos
mexicanos, poemas, cartas, los relatos de mensajeros y cronistas participantes de la guerra,
pregones, citas de otros libros, creando un mosaico de voces que hace palpable la
materialidad y subjetividad del discurso histórico. Lo narrado está ligado
irremediablemente al narrador y a los intereses e intenciones del mismo. La novela de
Fernando del Paso pone en escena una escritura de la historia polífona y controversa,
señalando la relación del narrador con el discurso que produce y cuestionando de ese modo
una escritura de la historia que tradicionalmente ha intentado borrar su propia materialidad,
para crear una ilusión de referencialidad.
La escritua desde abajo, polifónica, que intenta captar múltiples perspectivas sobre el
pasado y que amplía la visión de lo que es considerado como histórico a la vida privada y a
lo cotidiano, es uno de los caminos que han encontrado las novelas históricas para
recuperar el pasado no canonizado, dándole lugar a las voces desoídas por la "historia
oficial" que aportan aspectos fundamentales en la constitución de las identidades colectivas.
La historiografía oficial en América latina forma parte de ese culto del pasado destinado a
canonizar a los considerados héroes de la conquista y de la independencia y aún hoy
continúa aferrada a los preceptos de la historiografía decimonónica. Los libros de historia
constituyen, junto con archivos, museos, fiestas nacionales y monumentos, los pilares en
los que los gobiernos apoyan su construcción de una memoria colectiva dedicada a
preservar el recuerdo de aquellos que son vistos como dignos predecesores. Cada nuevo
gobernante busca inscribirse en la línea de los héroes nacionales en la que las figuras de los
llamados padres de la patria como Bolívar o San Martín y los primeros conquistadores
españoles como Pizarro, Cortés o Pedrarias ocupan un lugar privilegiado, puesto que tanto
unos como otros juegan un rol fundamental -y las más de las veces traumático- en la
constitución de las identidades nacionales y en la identidad americana en general. La
historia oficial, entonces, preocupada por canonizar y establecer una genealogía de próceres
inmaculados presenta versiones reductoras y maniqueas del pasado, más preocupada por
consagrar que por conocer.
Las novelas históricas, en cambio, a través de la polifonía, la intertextualidad y la apertura
de la narración histórica al ámbito de lo particular, local y cotidiano logran recuperar y
formular aspectos del pasado nacional censurados o simplemente no tenidos en cuenta por
irrelevantes por los tratados históricos tradicionales. Así lo entiende Fernando Ainsa, quien
reconoce que en la nueva novela histórica
Otra novela histórica contemporánea que se avoca a la tarea de reescribir una figura central
de la conquista es la ya mencionada Réquiem en Castilla del Oro. La omnipresencia y el
peso de Pedrarias en la conciencia colectiva nicaragüense se condensan en dos leitmotivs
de la novela: el de las falsas muertes sucesivas de Pedrarias con sus correspondientes misas
fúnebres y el de la continuación de Pedrarias en cada nuevo dictador. La novela
funcionaliza a Pedrarias como metáfora productiva del abuso de poder, la tortura, la
violencia, el autoritarismo y la aniquilación sistemática de la cultura y la sociedad
indígenas. A su vez, esta estrategia permite establecer una correlación entre la aniquilación
de los indígenas durante la conquista y durante la dictadura de los Somoza. Veamos dos
ejemplos:
-Aquellos son los caminos por donde antes íbamos a servir a los cristianos y
volvíamos a nuestras casa y a nuestras mujeres e hijos; pero hoy vamos sin
la esperanza de volver.
La primera frase corresponde a la voz de los indígenas durante la conquista, la tercera a una
familia del siglo XX y la segunda hace de puente entre ambas, produciendo el pasaje de una
voz a la otra a través de la comparación entre la institución de la encomienda y los campos
de concentración.
Más adelante, durante el Responso, a los ruegos de Pedrarias, Alvarez de Osorio e Isabel
Bobadilla ("-Kyrie eleison/-Christe eleison/-Señor ten piedad del capitán general y
gonernador, Pedro Arias de Avila", pág. 281) se les contrapone una doble respuesta. En
primer término, la de los indios que sufrieron la conquista en carne propia, quienes
reclaman:
" -Señor, no has tenido piedad de nosotros quince mil naturales a la llegada
del capitán Hernández de Córdoba y de los cuales, hoy, seis años después,
muertos de dolor de costado, cazados, embarcados, aperreados y agónicos
de hambre, sólo sobrevivimos unos tres mil viejos y ancianas y hembras que
se niegan a ayuntarse para no preñarse ni parir criaturas a más dolor y
muerte." (pág. 282)
En ambas novelas encontramos una escritura de la historia que busca incorporar la mayor
cantidad de perspectivas, de lenguajes posibles para comprender mejor los mitos
articulados en la construcción de las identidades nacionales.
Lejos de sumergirse en un culto del pasado como camino para evadirse del presente, la
reescritura del pasado implica la apertura de un debate sobre el lugar desde el que se escribe
la historia y sobre sus consecuencias éticas y políticas.
La novela El misterio de San Andrés (México 1996) del escritor guatemalteco Dante Liano
es un ejemplo de hasta qué punto un mismo suceso -la quema de la municipalidad de San
Andrés- tiene un significado completamente distinto para los indios y para los ladinos.
Mientras que para los primeros representa la pérdida de los títulos de sus tierras (que se
encontraban allí a pedido de un funcionario) y por lo tanto conlleva una amenza existencial,
para los segundos es un símbolo del triunfo de la revolución frente al gobierno de Ponce.
Probablemente por eso, el autor ha elegido escribir la historia de la época de la dictadura de
Ubico hasta la revolución de 1944, centrándose en la masacre de Patzicía, desde dos
perspectivas distintas que se alternan a lo largo de la novela: las de Benito y Roberto, un
indio y un ladino. Aunque contemporáneos y partícipes de los mismos acontecimientos, el
indio y el ladino no viven la misma historia. Como lo explica Werner Mackenbach en su
análisis de la novela
Sin embargo, la elección de escribir la historia de esa época a partir de ambas visiones nos
indica que el camino propuesto por esta novela en la escritura de la historia es la suma de
las distintas construcciones del pasado, en la creencia de que la identidad de Guatemala es
tanto ladina como india. El narrador describe las sensaciones de Roberto luego de haber
entrevistado a Benito del modo siguiente:
El hecho de que Roberto tenga la lucidez de entender que ni su simpatía por los indios ni su
convencimiento de que la versión de Benito es la verdadera lo convierten a él, Roberto, en
indio, es una metáfora lúcida de la dualidad irreductible de la identidad guatemalteca,
puesta en práctica en la estructura narrativa de la novela.
Hayden White explica que para poder representar la realidad, sobre todo en el caso de los
discursos históricos que intentan representar el pasado de la humanidad, es indispensable la
imaginación. Ya que sin la ayuda de la imaginación sería imposible reconstruir en la
conciencia y en el discurso un pasado compuesto por hechos, procesos y estructuras que no
podemos percibir ni experimentar directamente.
Espero haber podido mostrar que la novela puede, por su caracter ficcional, explotar
libremente la imaginación como medio de acceso al pasado y a través de ella escribir una
historia que le dé sentido al pasado, de un modo en que la historiografía no siempre ha
logrado hacerlo.
Quizás sea el desengaño de la retórica anticuada y vacía que no logra dar sentido al pasado
de tantos tratados de historia lo que llevó a numerosos autores latinoamericanos a buscar
formas experimentales e imaginativas de escribir la historia desde la novela.
Si Jacques Le Goff está convencido de que "la historia y sólo la historia está en condiciones
de permitirnos vivir en este mundo de inestabilidad definitiva y duradera con otros reflejos
que no sean los del miedo", las novelas historícas contemporáneas demuestran que la
historia que se escribe desde la literatura está tanto o más capacitada para responder a las
grandes preguntas de nuestra época.
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