EDITORIAL

DIRECTORA Isabel Margarit

REDACTORA JEFE Empar Revert
REDACCIÓN Francisco Martínez Hoyos
MAQUETACIÓN Mercedes Barragán
DISEÑO Feriche & Black (2008)

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DIRECTORA COMERCIAL Verónica Lourido
JEFA PUBLICIDAD Pilar Pérez
COORDINADORA Teresa Lechuga

LUCHA POR
Edificio Planeta. Av. Diagonal, 662-664, 4.ª pl.
08034 Barcelona. Tel.: 93 492 68 13

Edita: PRISMA PUBLICACIONES 2002, S. L.

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LA LIBERTAD
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PRESIDENTA Laura Falcó Lara

DIRECTOR GENERAL Albert Terradas Cumalat n su obra Heart of Europe (“El corazón de Europa”), el historiador británico

E
DIR. FACTORÍA PRISMA Vanessa López Vidal
DIR. RELACIONES EXTERNAS Belén Feduchi Escario
Norman Davies, gran conocedor de la historia polaca, ofrece una impresionante
DIRECTOR DE ARTE Xavier Menéndez Santanach visión de Polonia. Analizar el destino de este país, escribe Davies, “lleva a re-
RESPONSABLE DE PATROCINIOS flexionar sobre los aspectos más profundos de la historia y la mortalidad huma-
M. Carmen Velasco
CONTROLLER Ricard Lorente del Hoyo nas. [...] Si Polonia fue destruida, ¿cómo pudo volver a la vida? Si Polonia
DISTRIBUCIÓN Pilar Barceló Llevadot resucitó, algo tuvo que haber sobrevivido a su destrucción física”.
PRODUCCIÓN Planeta Innovación
Para los polacos, su identidad nacional parte de una lucha larga y dramática por la liber-
Grupo Planeta tad. Nunca se conformaron con el hecho de haber perdido su independencia, y, tras
varios levantamientos, lograron recuperarla. Fue en 1918, después de 123 años de domi-
HISTORIA Y VIDA está editada y publicada por Prisma Publicaciones
2002, S. L. bajo licencia de Mundo Revistas, S. L. U. Av. Diagonal, nio de Prusia, Rusia y Austria. La desaparición de aquellos grandes imperios tras la Gran
477, 16.ª pl. 08036 Barcelona, España. HISTORIA Y VIDA es una marca
registrada de Mundo Revistas, S. L. U. y está utilizada bajo contrato Guerra benefició a quienes perserveraban por la restauración del estado polaco. Se logró
de licencia. Copyright © 2014.
y se volvió a perder, tras la invasión nazi, pero su capital se rebeló contra aquella ocupa-
CONSEJO DE REDACCIÓN ción, de un modo épico. Varsovia quedó arrasada en 1944; sin embargo, su espíritu no
Màrius Carol, José Manuel Cuenca, Juan Eslava,
Nazario González, M. Ángeles Pérez Samper, desapareció. Con el final de la guerra, la URSS concedió oficialmente la independencia a
Antonina Rodrigo, Josep Tomàs Cabot Polonia, aunque la sometió a su férrea tutela. Tras años de intentos, la resistencia interior
Atención al cliente y suscripciones se materializó en 1989, liderada por el sindicato Solidarnosc. Su victoria condujo al país
DYRSL. Teléfono: 902 180 830 hacia un proceso democratizador, sobre el que planeó la figura del papa Juan Pablo II.
E-mail: dyr@dyrsa.es
Pero la historia milenaria de Polonia es también la de dos importantes dinastías (los Piastas
Depósito legal: y los Jaguellones), una singular monarquía electiva desde finales del siglo XVI y una Consti-
B.8784-1968. ISSN: 0018-2354
tución, la primera que se aprobó en Europa. En esta historia se incluyen nombres propios,
Fotomecánica: Grupo Ormo
Imprime: Imprenta Rotocayfo figuras universales, como Copérnico, Adam Mickiewicz o Chopin,
(Impresia Ibérica) y nóbeles como Maria Sklodowska-Curie o Henryk Sienkiewicz.
Distribuye: LOGISTA
El gran relato histórico de este país protagoniza este número
Revista controlada por especial, que ha contado con la estrecha colaboración del Ins-
tituto Polaco de Cultura y con el inestimable apoyo de las
instituciones diplomáticas de Polonia en España.

Esta revista ha recibido una ayuda a la edición

del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

Isabel Margarit, directora

Para opinar sobre la revista puedes escribir a redaccionhyv@historiayvida.com

PORTADA Retrato de Józef
Pilsudski, jefe del Estado
polaco entre 1918 y 1922.
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HISTORIA Y VIDA no se hace responsable
de las opiniones expresadas
por los autores de los artículos.
ESPECIAL
SUMARIO

06 Los primeros
pasos de Polonia
Viajamos desde la remota Prehi-
toria a la creación del reino de
Polonia y su espendor bajo Casi-
miro III. J. M. Parra, historiador.

12 Una fructífera unión

Polonia y Lituania vivían bajo un
mismo monarca cuando Juan III
Sobieski salvó Europa de los tur-
cos. E. Garrido, periodista.

20 Copérnico y el
siglo de oro polaco
El gran astrónomo desarrolló la
teoría heliocéntrica y fue pieza
clave de la revolución científica
europea. A. Herrera, periodista.

24 El Gran Ducado
Los polacos combatieron en las
filas de Napoleón, que les recom-
pensó con un estado satélite de
Francia. M. P. Queralt, historiadora.

30 La Gran Emigración
Grandes figuras como el músico
Chopin o el poeta Mickiewicz se
convirtieron en exiliados entre
1831 y 1870. I. Margarit, historiadora.

38 Henryk Sienkiewicz
Autor de Quo Vadis y Nobel de
Literatura, fue un nacionalista
comprometido. J. Elliot, periodista.

42 Marie Curie
La famosa científica descubrió el
radio y ganó el Nobel en dos oca-
siones. J. Tomàs Cabot, historiador.

50 Jan Matejko
El pintor historicista que reflejó
los grandes acontecimientos de
su país. A. Echeverría, periodista.

54 Entreguerras
30
POLONIA FUERA DE POLONIA
Polonia se independizó en 1918.
¿Cómo se desarrolló esa etapa? Los caminos del exilio en el siglo XIX
S. Sánchez Collantes, historiador.

4 H I STO R I A Y V I DA
 EXTRA / NÚM. 15

42

88 LA TRANSICIÓN POLACA
El hundimiento del comunismo

64 Resistir en el gueto al Holocausto en este campo de

Los judíos de la capital desplega-
ron una resistencia heroica con-
tra los nazis. D. Rogut, historiador.
72 El levantamiento
de Varsovia
La ciudad vivió poco después un
épico alzamiento contra el domi-
nio alemán. Hasta quedar derrui-
da. C. Joric, historiador y periodista.
80 Jan Karski
Miembro de la resistencia, inten-
tó dar a conocer el horror nazi.
C. Joric, historiador y periodista.
concentración nazi.
88 Del comunismo
a la democracia
Tras la IIGM, Polonia se convir-
tió en un satélite de la URSS. El
sindicato Solidarnosc encabeza-
ría en los ochenta el camino ha-
cia la libertad. E. Serbeto, periodista.
94 Polonia y España
Las influencias entre ambos paí-
ses son mucho mayores de lo que
permite suponer su lejanía geo-
gráfica. F. Martínez Hoyos, historiador.

84 Auschwitz 98 Foto con historia

20 Entrevistamos a Marian Turski,
periodista polaco que sobrevivió
LOS “BEATLES” POLACOS
El rock de Czerwone Gitary.

Créditos fotográficos: Aci Agencia de Fotografía: pp. 61, 83. AGE Fotostock: pp. 12-13. Agencia EFE: p. 97. Álbum Archivo Fotográfico: pp. 6-7, 9, 11, 40, 42-43, 58, 93, 94-95.
Aurimages: portada. East News Poland: pp. 40, 41, 98. Edu García: p. 7. Getty Images: pp. 5, 14, 16, 19, 22, 23, 26, 27, 36, 36-37, 38-39, 48, 54-55, 56-57, 58-59, 60, 61,
62, 64-65, 68, 72-73, 74, 75, 77, 78, 79, 81, 88-89, 90-91, 92. Getty Images / iStock: pp. 11, 15. Getty Images / Thinkstock: pp. 5, 44, 45, 47, 48, 49. Instituto del Patrimonio
Cultural de España, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte: p. 96. Museo del Castillo Real en Varsovia (foto: Andrzej Ring, Lech Sandzewicz): pp. 50-51. Scala Archives Flo-
rence: pp. 10, 24-25, 30-31, 35. Shutterstock.com: pp. 4, 5, 8-9, 20-21, 21, 23, 28-29, 32, 45, 62-63, 66, 85, 86, 87. Cortesía de Instituto Polaco de Cultura: p. 84. Creative
Commons: pp. 16-17, 28, 34-35, 46, 52-53, 53, 69, 70, 71, 80, 82, 82-83, 96. Archivo HISTORIA Y VIDA. Infografía y cartografía: Enric Sorribas / Geotec: pp. 18, 33, 67, 76, 90.

H I STO R I A Y V I DA 5
A
partir, aproximadamente, del
año 8000 a. C., cuando los
hielos se hubieron retirado del
norte de Europa, los bosques
hicieron de nuevo su apari-
ción, y fue en ellos donde buscaron esta-
blecerse los distintos grupos de humanos
de la zona. No obstante, la densidad de
árboles era tal que solo en claros o áreas
6 H I STO R I A Y V I DA
ralas llegaron a crearse asentamientos. En
el centro de los territorios que, con los
milenios, se convertirían en Polonia esto
impidió un fácil contacto entre grupos,
pero, por otro lado, esto creó fuertes lazos
tribales dentro de cada colectivo.
En la parte septentrional de ese espacio,
en cambio, siempre hubo un producto que
fomentó el contacto con el mundo exterior:
el ámbar. Esta resina fosilizada era muy
apreciada por su belleza, y se encontraba
con relativa facilidad en las costas del mar
Báltico, llegando mediante sucesivos in-
tercambios comerciales hasta lugares tan
alejados como Egipto. Estos ritmos econó-
micos se transformaron aproximadamen-
te en 3700 a. C., cuando la mayor parte de
la población ya se había sedentarizado de

forma permanente y obtenía sus alimentos
EL ÁMBAR, APRECIADO de la agricultura y la cría de animales.
POR SU BELLEZA Y MUY De lusacianos a polanie
COMÚN EN LA ZONA, Entre los años 1300 y 400 a. C. florece en
FOMENTÓ EL CONTACTO torno al río Bug uno de los primeros gru-
pos culturales que son reconocibles en el
CON OTROS TERRITORIOS futuro territorio polaco. Se trata de la
cultura lusaciana, surgida a finales de la
MIECISLAO I y Boleslao I. Catedral de Poznan.
Edad del Bronce, que tiene una de sus
representaciones en el emplazamiento
arqueológico de Biskupin, al norte de la
actual Poznan. Esta cultura será luego
sustituida por poblaciones invasoras esci-
tas y celtas. Por entonces, la uniformidad
de la zona era lo bastante evidente como
para que los romanos, que nunca llegaron
a poner los pies en estas regiones, comen-
H I STO R I A Y V I DA 7
POLONIA
zaran a hablar de grupos de población
“eslavos”. Con esta palabra se definía a las
gentes que compartían un idioma común
y podían entenderse entre ellas. Dichos
eslavos, a su vez, describían a quienes les
resultaban ininteligibles como “los mu-
dos”, refiriéndose, sobre todo, a los colec-
tivos del mundo germánico.
Si ahora damos un pequeño salto de cinco
centurias, nos encontramos con que la
llegada de Atila y sus hunos produjo el
desplazamiento de los germanos hacia el
oeste, y los eslavos aprovecharon el vacío
para ocupar el espacio entre los Cárpatos
y el Báltico. Fue un centenar de años des-
pués, entre los siglos vi y ix de nuestra era,
cuando en la cuenca del río Warta apare-
ce una unidad política clara, con centros
en Gniezno y Poznan. Es la tierra de los
polanie, los habitantes de la llanura (pole),
un territorio que en el xiii comenzó a lla-
marse Wielkopolska, o Polonia Mayor.
Pero, volviendo la vista atrás, en el siglo
viii, media docena de las casi cincuenta
8 H I STO R I A Y V I DA
tribus de la región, más aventuradas o
simplemente más belicosas, consiguieron
ampliar su influencia a territorios ajenos.
Parece que fueron los polanie quienes en-
cabezaron este impulso controlador de
tribus vecinas, pues, gracias a su dominio
del comercio de la sal, disfrutaban de una
posición económica más sólida. Será entre
los siglos ix y x cuando estas tribus parecen
organizarse con fines defensivos en centros
fortificados, los grodziska.
Dinastía y cristianismo
La primera dinastía polaca, la de los Piastas,
nació en territorio de los polanie entre los
siglos viii y ix de resultas del derrocamien-
to del príncipe Popiel, un gobernante des-
crito por la leyenda como un ser de la peor
calaña, cruel y despiadado. Su maldad
hizo que sus doce tíos conspiraran para
deponerlo, pero él se les adelantó envene-
nándolos a todos, algo que causó la ira del
pueblo y terminó con el príncipe y su es-
posa escondidos en una torre, donde fue-
ron devorados vivos por una marabunta
de ratas y ratones. Según continúa dicien-
do la leyenda (recogida por varios cronis-
tas medievales, como el Galo Anónimo,
cuyo texto data del año 1113), ascendió
entonces al poder Piast Kolodziej.
Considerado el fundador de la dinastía,
Kolodziej comenzó una política de con-
quista territorial continuada por sus here-
deros. Este incipiente estado en formación
quedó consolidado por el primer gober-
nante Piasta cuya existencia está demos-
trada, Miecislao I, que gobernó entre 960
y 992. La creciente preponderancia del
estado de Gniezno en la zona del Vístula
acabó por llamar la atención de los grandes
poderes europeos: el emperador del Sacro
Imperio Romano-Germánico y el papa no
tardaron en tomar en consideración a una
entidad política que cada vez más a menu-
do aparecía mencionada como Polonia.
Los casi ciento ochenta años transcurridos
entre el reinado de Miecislao I y el de Bo-
leslao III fueron determinantes a la hora

RECONSTRUCCIÓN de estructuras defensivas de la
cultura lusaciana en el yacimiento de Biskupin.
de sentar las bases de Polonia, cuyas fron-
teras quedaron definidas como los límites
de una unidad política (casi siempre un
ducado, aunque varios de estos duques se
coronaron reyes). Aquella unidad política
contaba con una estructura estatal y tenía
como religión oficial el cristianismo. Este
acontecimiento clave, la conversión, tuvo
lugar en 966 y fue una meditada decisión
política, que no religiosa, de Miecislao I.
Dada las ansias expansionistas del empe-
rador germano, al someterse a la autoridad
del papa, Miecislao privaba a aquel de una
excusa razonable para invadir Polonia. Al
mismo tiempo, como gobernante avalado
por la Iglesia, su potestad pasaba a proce-
der directamente de Dios. Eso sin contar
la unidad ideológica que una fe común
podía proporcionar a todas las tribus.
Como es lógico, en un primer momento,
la conversión solo se dejó ver en la corte.
En realidad, el cristianismo tardó bastante
en implantarse en el resto del territorio
polaco, y sufrió varios reveses importantes
LA CRISTIANIZACIÓN de Polonia, 966. Obra de la serie “Historia de la civilización en Polonia”, Jan Matejko.
LA CONVERSIÓN AL
CRISTIANISMO FUE UNA
DECISIÓN POLÍTICA DE
MIECISLAO I ANTE EL
EMPUJE DEL IMPERIO
antes de imponerse por completo. La lucha
continua con el Imperio, en paralelo a la
búsqueda del apoyo papal, acabó en 1025,
cuando Boleslao I fue coronado rey. Polo-
nia se convertía así en un miembro más del
club de los reinos cristianos de Occidente.
Constante inestabilidad
El proceso interno de afianzamiento del
reino no fue sencillo ni lineal. Por ejemplo,
los jefes tribales tuvieron que avenirse a
ser una aristocracia. A cambio, se asegu-
raban unos privilegios que se incremen-
taban cada vez que lograban arrancarle
una nueva concesión al soberano en los
momentos de debilidad política de este.
Algo en lo que tuvieron que ver tanto el
Sacro Imperio Romano-Germánico como
los gobernantes checos, siempre pendien-
tes de que el poder del reino vecino no se
tornara demasiado amenazante.
Entre unos y otros, el período estuvo su-
mido en una época de constante inestabi-
lidad. Fue sobre todo durante el siglo xii
LOS ORÍGENES
cuando, además de sentarse las bases
administrativas y recaudatorias del Estado,
la aristocracia ganó sus privilegios y los
campesinos los perdieron, incluido el de-
recho a las tierras que cultivaban, lo que
dio lugar a la aparición de los siervos de
la gleba. Fue también el momento en el
que Polonia se decantó por la cultura oc-
cidental en vez de por la bizantina, como
resulta lógico, debido a su relación con el
papado. No obstante, el contacto y la in-
fluencia del mundo oriental nunca desa-
parecieron del todo, pues no fueron pocos
los matrimonios concertados de la aristo-
cracia con sus vecinos del este.
Durante el siglo xiii, toda la centralización
conseguida hasta entonces desapareció a
favor de una fractura en principados: Ma-
lopolska, Wielkopolska, Pomerania, Silesia
y Mazovia. Boleslao III había decidido que,
a su muerte (ocurrida en 1138), el reino
tenía que repartirse entre sus hijos, pero
con el primogénito como señor de todos y
gobernante del territorio central. Su pro-
yecto político para el futuro de Polonia no
funcionó. Un elemento importante de las
luchas posteriores entre los herederos por
el control del territorio central fueron sus
esfuerzos por ganarse el apoyo del empe-
rador o del papa. A la vez, todos tenían
puesta la mirada en la expansión hacia el
este: las tierras de Rutenia, Kiev y Galitzia
se convirtieron en blancos legítimos para
H I STO R I A Y V I DA 9
POLONIA
EL PODER TEUTÓNICO
Una orden religiosa con estado propio en el norte de Europa
COMO OTRAS órdenes militares,
la de los caballeros teutónicos (abajo,
miembros de la orden en Malbork, por
Carl Wilhelm Kolbe el Joven, s. XIX) tuvo
su origen en las cruzadas. En su caso,
en 1190, durante la tercera de estas ex-
pediciones, inspirada en modelos como
el Temple. Sus fundadores fueron, co-
mo indica su nombre, alemanes.
CUANDO LA PRESENCIA cristiana
en Tierra Santa llegó a su fin, la orden se
estableció en Prusia, donde creó su pro-
10 H I STO R I A Y V I DA
pio estado. Su objetivo ya no era comba-
tir al islam, sino cristianizar los pueblos
del norte de Europa. Con este fin se em-
prendieron las “cruzadas bálticas”, con
impulso de Suecia y Dinamarca.
LOS TEUTONES, en su expansión,
se enfrentaron a los lituanos, con los que
mantuvieron una lucha larga y sangrien-
ta. En 1410, en Grunwald, los caballeros
fueron derrotados por las tropas polaco-
lituanas. Tras esta derrota catastrófica, la
orden no volvió a recuperar su influencia.
los cristianos por el hecho de que en ellas
todavía se adoraba a los dioses paganos.
La llegada de la orden
Mientras, el papa Inocencio III, resuelto a
hacerse con el poder político tanto como
con el religioso en el suelo polaco, logró
que tres de los principados polacos se de-
clararan vasallos suyos, al tiempo que lla-
maba a una cruzada para conquistar Prusia.
En su deseo de apoderarse del territorio,
Conrado de Mazovia llamó en su ayuda a
los caballeros teutónicos, una orden militar
dedicada a la conquista de los territorios
paganos del Báltico. No fue un movimien-
to político demasiado inteligente, porque
estos llegaron con sus propias ideas, que
eran quedarse allí y crear un estado teo-
crático propio. Este proceso estuvo repleto
de adversidades, como la de 1241, cuando,
coaligados con los templarios y las tropas
de Enrique el Piadoso de Silesia, los teuto-
nes no pudieron frenar a la Horda Dorada
CONRADO DE MAZOVIA
PIDIÓ AYUDA A LA ORDEN
TEUTÓNICA, QUE LLEGÓ
CON SUS PROPIAS IDEAS
SOBRE EL TERRITORIO
de Gengis Jan. Finalmente, tras su con-
quista de Prusia en 1283, la orden se con-
virtió en un auténtico estado. Su actividad
política fue autónoma, y los caballeros no
se subordinaron ni a la Iglesia ni a los prín-
cipes polacos, pero siempre contaron con
el emperador como aliado.
Por su parte, tanto el pontífice, que quería
ampliar su poder terrenal, como los bur-
gueses de Cracovia comenzaron a ver las
ventajas de constituir un territorio fuerte
y organizado. Sus deseos no tardaron en
verse cumplidos, y todo gracias a varios
príncipes (de Danzig, Pomerania Occiden-
tal, Poznan) que se designaron herederos
entre sí. Al final, todas estas tierras acaba-
ron en manos de Premislao II. En 1295,
con permiso del papa Bonifacio VIII, Pre-
mislao fue coronado rey de Polonia por el
arzobispo de Gniezno (la primera capital).
Su reinado terminó a los pocos meses, tras
ser asesinado por instigación del margrave
de Brandeburgo. Heredó el trono su primo

Vladislao, que, sin apoyos en el país, vio
cómo le arrebataba el poder Wenceslao II
de Bohemia, coronado en 1300. Este ape-
nas duró cinco años en el trono y fue su-
cedido por su hijo, Wenceslao III, asesina-
do menos de un año después.
Dado que Polonia era territorio papal y el
rey checo vasallo del emperador, las sim-
patías del papa se inclinaban por que Vla-
dislao recuperara el trono, algo en lo que
coincidían los húngaros, que veían con
malos ojos el crecimiento del poder checo.
Finalmente, en 1306, Vladislao hizo una
entrada triunfal en Cracovia, aunque solo
en 1314 se puede decir que hubiera derro-
tado a la práctica totalidad de sus oposi-
tores. No sería hasta 1320 cuando, con el
permiso tácito del papa, Vladislao fuese
coronado de nuevo rey de Polonia. Su ma-
yor reto fue su enfrentamiento con los
caballeros teutónicos, que terminó con la
pérdida de Silesia. “El Breve”, como le lla-
maban, murió septuagenario en 1333,
cediéndole el trono a su hijo. Casimiro III,
coronado con el apoyo de la nobleza, los
obispos y el papado, sería considerado uno
de los grandes reyes polacos.
Casimiro halló solución al problema de
la orden teutónica reconociendo el statu
quo, y el contencioso con el pretendiente
checo quedó solventado al renunciar es-
te al trono polaco a cambio del control
feudal de Silesia. La zona de expansión
territorial polaca se desplazó hacia el es-
te. Casimiro decidió lanzar una exitosa
campaña de conquista sobre Rutenia, un
impulso hacia oriente que el papa convir-
tió luego en una cruzada. En 1366, los
polacos se quedaron con Galitzia y la
mitad sur de Rutenia, mientras Lituania
ganaba la parte septentrional.
En el frente interior, Casimiro consolidó
y amplió la administración y la judicatura,
mandando a las diferentes regiones del
país representantes de la soberanía regia.
En su intento por paliar la ausencia de
LOS ORÍGENES
CASIMIRO III, por Marcello Bacciarelli, s. XVIII.
A la izquierda, la catedral de Cracovia.
súbditos cualificados para la gestión ad-
ministrativa y legislativa del reino, no
solo recurrió a polacos formados en las
universidades extranjeras, sino que obtu-
vo dispensa papal para crear la suya pro-
pia en Cracovia en 1364. En ella se impar-
tían leyes y artes liberales (el pontífice
Urbano VI no consintió el estudio de la
teología por temor a que el rey polaco
dispusiera de sus propios teólogos y mi-
nara con ello su autoridad sobre el terri-
torio). Este centro educativo se sumó a las
escuelas catedralicias, donde se cursaban
asignaturas especializadas como la arit-
mética, y a las escuelas parroquiales, don-
de se enseñaban las primeras letras.
Pese a todos sus logros, uno de los grandes
problemas de Casimiro III el Grande fue
la descendencia. Sus muchos matrimonios
(incluyendo uno con una viuda que le con-
vertía en bígamo) le proveyeron de nu-
merosas hijas, pero no así de un herede-
ro varón, lo que ponía en peligro todo lo
conseguido durante su reinado. Finalmen-
te le sucedería en 1370 su sobrino Luis I,
rey de Hungría, que iba a ser el último
monarca de la dinastía de los Piastas.
PARA SABER MÁS
ENSAYO
KIENIEWICZ, Jan. Historia de Polonia. Ciu-
dad de México: Fondo de Cultura Económi-
ca, 2017.
LUKOWSKI, Jerzy y ZAWADZKI, Hubert. His-
toria de Polonia. Madrid: Cambridge Univer-
sity Press, 2003.
PRAZMOWSKA, Anita J. A History of Po-
land, Londres: Palgrave Macmillan, 2011 (2.ª
edición). En inglés.
H I STO R I A Y V I DA 11
UNA UNIÓN
Durante tres siglos, del XIV al XVII, el tándem de Polonia y Lituania dio
como resultado una potencia de primer orden en la política europea.
EDUARDO GARRIDO, PERIODISTA
POLONIA
C
on el fallecimiento del rey de
Polonia, Luis I de Hungría, sin
descendencia masculina, surgen
las dificultades sucesorias. Su
hija mayor, María, hereda el rei-
no de Hungría. La segunda en la línea
dinástica, Eduviges, destinada a reinar en
Polonia, había sido comprometida en ma-
trimonio con el duque Guillermo de Aus-
tria, pero la nobleza polaca no ve con bue-
nos ojos que un Habsburgo ocupe el trono
de su país, así que consigue anular el com-
promiso. Se decide que la futura reina
contraiga matrimonio con Vladislao II
Jaguellón, gran duque de Lituania. La ce-
remonia, que tiene lugar en 1386, supone
el inicio de una fructífera unión entre am-
bos territorios. De origen pagano, Vladis-
lao se convierte al cristianismo para casar-
se, y finalmente todo el pueblo lituano
será asimilado al mundo cristiano.
De esta alianza salieron beneficiadas am-
bas partes: Polonia ganó un socio en los
enfrentamientos que mantenía contra
tártaros y mongoles, y Lituania recibió
ayuda en su lucha contra los caballeros
14 H I STO R I A Y V I DA
teutónicos. La prematura muerte de la
reina en 1399, con veinticinco años de
edad, convierte a Vladislao II en único
soberano de Polonia y en el fundador de
la dinastía Jaguellón, cuya presencia en el
trono polaco se prolongará hasta 1572.
Una batalla simbólica
La orden de los caballeros teutónicos, de
carácter religioso y militar, ocupaba des-
de 1230 Prusia y grandes extensiones del
gran ducado de Lituania y del reino de
Polonia. A medida que avanzaba en sus
conquistas, la institución levantaba sus
característicos castillos de ladrillo rojo,
símbolo del poder teutónico. Uno de los
más destacados es la fortaleza de Mal-
bork, lugar de residencia del gran maes-
tre de la orden y joya del Gótico.
El levantamiento en la región de Samogi-
tia, a orillas del Báltico, invadida por la
orden militar, marca el inicio de la guerra.
Un año después, el 15 de julio de 1410,
tiene lugar la batalla de Grunwald, una de
las mayores contiendas militares de la Edad
Media. Se calcula que en el campo de ba-
BATALLA de Grunwald, de T. Popiel, 1910. En la pág.
anterior, la Unión de Lublin, de J. Matejko, 1869.
talla se enfrentaron cerca de 40.000 hom-
bres por parte de la alianza polaco-lituana
frente a los 27.000 que formaban las hues-
tes de los caballeros teutónicos. Tras un
largo día de contienda, las tropas de la
coalición, con la ayuda de los rusos, se
alzaron con la victoria, en lo que se consi-
dera uno de los acontecimientos más sim-
bólicos de la historia de Polonia.
Durante treinta años, en virtud de la man-
comunidad con Lituania, el Imperio pola-
co forma el estado europeo de mayor ex-
tensión, cuyos límites se extienden desde
el Báltico hasta el mar Negro. El principal
reto continúa siendo la política agresiva
de la orden teutónica. Pese a la gran vic-
toria en Grunwald, los combates eran
frecuentes. La Paz de Torun, firmada en
1466, con Casimiro IV Jaguellón al fren-
te, puso fin a la guerra de los Trece Años
y supuso el último episodio de enfrenta-
mientos con los caballeros teutones.
Lo cierto es que la aparente situación de
estabilidad no durará mucho. Las amena-
zas aparecen a finales del siglo xv, cuando
los otomanos desde el sur, los tártaros de

Crimea desde el este y los zares moscovi-
tas desde el norte y el este, por separado
o formando alianzas, asaltan una y otra
vez los territorios orientales y meridio-
nales de la mancomunidad.
La Edad de Oro
En la última etapa de la dinastía Jaguellón,
extinta a fines del siglo xvi, se vive el mo-
mento de mayor esplendor cultural de
Polonia. Es la llamada Edad de Oro. Las
corrientes pictóricas de los artistas italianos,
alemanes y flamencos penetran en el país.
Bajo la influencia del Renacimiento italia-
no, la élite polaca recreó una cultura basa-
da en los valores de la Roma republicana
que cristalizó en un decidido auge de las
artes y las ciencias. La Universidad de Cra-
covia se convierte en una de las más pres-
tigiosas de Europa. En el paso del siglo xv
al xvi, la presencia de humanistas como
Filippo Buonaccorsi y Conrad Celtis así lo
certifica. En el apartado científico, y en
concreto en el astronómico, se llega al ce-
nit en 1543 cuando se publica en Núrem-
berg, de manera póstuma, la teoría helio-
céntrica de Nicolás Copérnico.
La arquitectura vive su particular esplen-
dor. La ciudad de Torun, lugar de naci-
POLONIA FUE CONOCIDA
COMO “LA TIERRA SIN
HOGUERAS” POR SU
PERMISIVIDAD EN UNA
EUROPA INQUISITORIAL
miento de Copérnico, posee la mayor
riqueza de Gótico en Polonia. Por su par-
te, Zamosc, ubicada en la franja oriental
del país y símbolo de la arquitectura re-
nacentista, fue diseñada tomando como
modelo las ciudades italianas del siglo
xvi. Por entonces se vivió también la trans-
formación del castillo real de Cracovia en
una joya del Renacimiento.
En esa atmósfera de dinamismo cultural,
la primera imprenta se creó en Cracovia
en 1476, y su uso se popularizó a lo largo
del siglo siguiente. Jan Kochanowski des-
tacó en poesía. Andrzej Frycz Modrzews-
ki, político y escritor, formuló el postula-
do de la igualdad de todos los estratos
sociales ante la ley. Un sello de identidad
LA MANCOMUNIDAD
WAWEL, EL PODER DE UNA COLINA
SÍMBOLO DE POLONIA durante
siglos, el castillo de Wawel, en Cracovia,
se erige majestuoso sobre la colina del
mismo nombre, a orillas del Vístula. Crea-
do en su origen como un castro militar,
a lo largo del siglo XIV, con Casimiro III el
Grande en el trono, se consolidó como
centro político del país. Tras un incendio
en 1499, es reconstruido en estilo rena-
centista. En el extenso recinto del castillo
se encuentra el palacio real. Construido
en el siglo XI, fue residencia de los monar-
cas polacos y corazón del poder del reino
hasta que la capital se trasladó definitiva-
mente a Varsovia a finales del siglo XVI.
de este período es, sin duda, la tolerancia
religiosa. En 1573 se ratifica el acta de la
Confederación de Varsovia, que confirma
el acceso a las funciones administrativas
con independencia de la fe profesada.
Polonia fue llamada “la tierra sin hogue-
ras” por su permisividad en un momento
en el que casi toda Europa sufría perse-
cuciones inquisitoriales.
El esplendor artístico del Renacimiento
polaco fue posible gracias al decidido
apoyo de los monarcas, así como al con-
tinuo encargo de obras de arte a los me-
jores talleres de Europa occidental. Al
mismo tiempo, Polonia disfruta de una
buena perspectiva económica, debido,
en gran medida, a que suministra pro-
SITUADA TAMBIÉN en la colina
de Wawel, con una trayectoria de más de
mil años, la catedral de San Estanislao y
San Wenceslao es fiel testimonio de la
historia de Polonia. Escenario tradicional
de coronación de los monarcas polacos,
el templo fue reconstruido en el siglo XIV
tras ser devastado en diversas ocasio-
nes. Su cripta es el lugar elegido para dar
sepultura a los reyes y a otras destaca-
das personalidades del país, como Ta-
deusz Kosciuszko, héroe nacional que
lideró el levantamiento armado contra
la ocupación rusa, o Adam Mickiewicz,
poeta del Romanticismo polaco.
ductos agrícolas a gran parte del oeste
europeo, hecho que favorece tanto a los
nobles como a los campesinos.
La República Real
A partir de un sólido equilibrio político y
económico, en 1569 se formaliza defini-
tivamente la alianza entre los estados po-
laco y lituano, conocida como la Unión de
Lublin, que dará lugar a la llamada Repú-
blica de las Dos Naciones. Tres años más
tarde, la muerte del rey Segismundo II
Augusto sin descendencia pone el punto
y final a la dinastía Jaguellón. El estado
polaco pasa a ser una monarquía electiva
en la que el soberano es nombrado por una
asamblea general que otorga la mayoría
H I STO R I A Y V I DA 15
POLONIA
SEGISMUNDO III de Polonia (1566-1632), también
monarca de Suecia. Retrato de Martin Kober.
de los privilegios a la szlachta (pequeña
nobleza feudal). Es decir, ya no habrá he-
redero directo al trono, sino que la sucesión
real dependerá del voto de la nobleza.
De modo paulatino, se amplían los pri-
vilegios de los nobles, que, elegidos en
convenciones locales por ellos mismos,
dan lugar al Sejm, esto es, la cámara ba-
ja del Parlamento. El poder está repre-
sentado por esta cámara de los diputados,
donde se encuentran los representantes
de la nobleza, y por el Senado, o Conse-
jo Real, presidido por el rey.
Hasta finales del siglo xvi, la capital es
Cracovia, sede de la corte real desde el
siglo xiv. Durante todo este período, la
ciudad sufre una extraordinaria trans-
formación. Crece y prospera al mismo
ritmo que se levantan numerosas iglesias,
construidas a menudo por arquitectos
extranjeros. Tal fue la expansión de la
capital que llegó a ser conocida con el
sobrenombre de “la Roma polaca”. No
obstante, las instituciones políticas se
desplazan, de manera progresiva, de
Cracovia a Varsovia, donde en 1573 se
celebra ya la primera elección del rey de
la República de las Dos Naciones.
En cada nueva elección real, las potencias
extranjeras promocionaban a sus candi-
datos mediante todo tipo de argucias,
incluido el soborno. El primer rey electo
tras la dinastía Jaguellón fue Enrique de
Valois. Cuando solo llevaba un año en el
16 H I STO R I A Y V I DA
trono polaco, regresó a su tierra natal pa-
ra ser coronado como Enrique III de Fran-
cia. Su sucesor, Esteban I Báthory, prín-
LA ILUSTRACIÓN
cipe de Transilvania, casado con Ana
Jaguellón, fue una elección más acertada.
EN VARSOVIA
Báthory, junto con su canciller y jefe mi- El impulso cultural del rey
litar Jan Zamoyski, libró una serie de exi-
tosas batallas contra Iván el Terrible, y
y el crecimiento económico
estuvo cerca de formar una alianza con condujeron a una explosión
Rusia frente a la amenaza otomana. A lo urbanística de la capital.
largo del siglo xvi, Polonia desempeña un
papel fundamental en la defensa del ca-
tolicismo y actúa como frontera en mo-
mentos críticos de la expansión turca.
Tras la prematura muerte de Báthory se
ofrece la Corona al sueco Segismundo III
Vasa, cuyo reinado duró casi medio siglo.
Durante su mandato, Polonia vive un pe-
ríodo de expansión y gran influencia po-
lítica. El rey traslada la corte de Cracovia
a Varsovia y proclama oficialmente la
DURANTE EL MANDATO
DE SEGISMUNDO III, EL
PAÍS VIVE UN PERÍODO DE
EXPANSIÓN Y DE GRAN
INFLUENCIA POLÍTICA
nueva capital en 1611. Al morir su padre,
el monarca de Suecia, y tras heredar el
trono de aquel país, intenta unir los dos
reinos. Este hecho, junto a la rivalidad por
el territorio de la actual Estonia, marca el
inicio de una larga guerra contra Suecia.
Intrusos del este
A principios del siglo xvii, Polonia se im-
plica en la batalla sucesoria al trono mos-
covita. En 1610, el ejército polaco derrota
a las fuerzas ruso-suecas en la batalla de
Klúshino, y llega a ocupar Moscú. Pero, dos
años más tarde, la tropa polaca se rinde en
el Kremlin, y en 1619, tras el armisticio, que amenazan desde distintos frentes. La
concluye la guerra con Rusia. Algo más de invasión sueca, que se prolongaría duran-
un año después estalla la primera guerra te cinco años a partir de 1655, conocida
contra Turquía, lo que significó el comien- como “el Diluvio”, resultó especialmente
zo de una serie de conflictos que se exten- crítica. Gran parte del reino pasaría a estar
derían a lo largo de todo el siglo. controlado por los suecos, y muchos nobles
Las potencias extranjeras no cejan en su se unieron al ejército nórdico. La defensa
presión fronteriza. Juan II Casimiro, último del monasterio de Jasna Góra, en Czesto-
miembro de la dinastía Vasa, se ve incapaz chowa, cuya virgen negra fue coronada
de resistir el acoso de los rusos, tártaros, reina y patrona de Polonia, fue el punto de
ucranianos, cosacos, otomanos y suecos partida para la expulsión de los suecos.

DURANTE EL REINADO de Estanis-
lao II Poniatowski (1764-95), gran protector
de las artes y las ciencias, la Ilustración
irrumpe en Polonia. Varsovia, capital desde
1596, se convierte en el centro cultural, polí-
tico y económico del país. Novedosas ideas
y movimientos culturales de todo signo, jun-
to a un auge económico importante, aportan
un dinamismo excepcional a la ciudad. Crece
el número de fábricas y de trabajadores, mu-
chos llegados del campo. En menos de cua-
Las victorias del hetman (segundo coman-
dante mayor después del rey) Juan Sobies-
ki, que frenaron el avance de los suecos y
los turcos, le abrieron las puertas del trono
real. Sobieski fue uno de los monarcas de
mayor prestigio de la Mancomunidad
polaco-lituana. Aficionado a la historia, las
matemáticas y la poesía, estudió filosofía
en la Universidad Jaguelónica de Cracovia.
Compaginó sus estudios con una sólida
formación militar, y, tras licenciarse, sus
renta años, la población de Varsovia se
multiplica por cuatro (en 1792 cuenta con
115.000 habitantes), lo que obliga a una pla-
nificación urbanística que, a su vez, propicia
el desarrollo del sector de la construcción.
EN 1765 ABRE sus puertas el Teatro
Nacional, y, tres años después, Bernardo Be-
llotto, reconocido paisajista veneciano, sobri-
no de Canaletto, se establece en Varsovia,
donde Estanislao II le nombra pintor de la
padres le enviaron, con su hermano Marek,
a realizar el Grand Tour por Europa.
Ya como rey de Polonia, Juan III Sobieski
se puso al frente de las fuerzas reunidas
polaco-austríaco-alemanas y derrotó a los
otomanos en la batalla de Kahlenberg, a
las afueras de Viena, en 1683. Esta victoria
detuvo la expansión turca hacia Europa.
La paz definitiva se firmó en Karlowitz (la
ciudad serbia de Sremski Karlovci) en 1699.
Las unidades de la caballería pesada del
LA MANCOMUNIDAD
corte. Tal era la precisión de sus obras sobre
la ciudad (vedute; aquí, una de ellas) que al-
gunas de ellas sirvieron de modelo para la
reconstrucción de edificios históricos des-
truidos durante la Segunda Guerra Mundial.
POR SU PARTE, el monarca polaco reu-
nió una magnífica colección de obras de arte,
entre las que destacaba Niña en un marco,
de Rembrandt, adquirida por su sobrino, el
príncipe Józef Poniatowski.
ejército polaco, conocidas como húsares
alados, eran tropas de élite armadas con
lanzas largas y corazas adornadas con alas
de plumas. Ellos fueron los grandes prota-
gonistas de las cargas que acabaron con el
asedio turco de Viena, lo que granjeó un
gran reconocimiento a Sobieski.
A lo largo de su vida, Juan III Sobieski
destacó por su labor como mecenas y con-
virtió la corte polaca en referencia para
los intelectuales y artistas de la época.
H I STO R I A Y V I DA 17
POLONIA

Una nación acorralada

TRES POTENCIAS LISTAS PARA DISTRIBUIRSE EL TERRITORIO POLACO
EN LOS ÚLTIMOS DECENIOS del siglo XVIII, Polonia fue víc-
tima de la codicia de tres poderosos vecinos, Austria, Prusia y
Rusia, que se repartirían su territorio en tres ocasiones. La injeren-
cia extranjera se vio favorecida por las divisiones internas. Sea co-
mo fuere, la nación desapareció del mapa europeo como entidad
independiente. El posterior Gran Ducado de Varsovia, nacido de la
mano de Napoleón Bonaparte, sería un sueño breve, y nunca logra-
ría constituirse realmente como estado soberano.

0 125 km
SUECIA
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Curlandia
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DINAMARCA

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Mar Báltico

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Samogitia Polock

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Batalla
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Varsovia
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Polonia
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(1794)
Cracovia Rutenia
Los tres repartos Galitz Ucrania
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Rusia Prusia Austria Lod Podolia iép
o me er
1772 ri a
1793 Batalla de
1795 Kahlenberg REINO Cosacos
Frontera polaca en 1772 (1683) D E HU N G R Í A
Gran Ducado de Varsovia Buda Pest
(1807-1814)
IMPERIO OTOMANO

Fundó varias iglesias y patrocinó la cons-
trucción del palacio de Wilanów en Var-
sovia, conocido como el “Versalles polaco”,
cuyo diseño fue encargado a Agostino
Locci, arquitecto italiano afincado en Po-
lonia. Asimismo, financió a pintores, es-
cultores, humanistas y hombres de ciencia,
llegando en algunos casos a concederles
una paga vitalicia para que pudieran de-
dicarse por entero a su disciplina.
Los últimos años de su reinado fueron
convulsos. Los nobles, inquietos por las
tendencias absolutistas de Sobieski, tra-
taban de desacreditarlo por todos los
medios. En busca de una cierta tranqui-
lidad, se instaló en Wilanów, donde fa-
lleció el 17 de junio de 1696.
Dominio de Rusia
A finales del siglo xvii, la República de las
Dos Naciones se halla notablemente debi-
litada como consecuencia de las guerras
y las inevitables epidemias. Por otra parte,
las ventas de los productos agrícolas a paí-
ses europeos descienden bruscamente
debido a la llegada de artículos importados
de las colonias. Al mismo tiempo, Prusia,
en la costa báltica, proclama su indepen-
dencia. El debilitamiento de Polonia se
acentúa, mientras sus vecinos, Austria,
Rusia y Prusia, crecen y se consolidan. La
crisis política se pone de manifiesto, y los
intentos de una reforma interna del esta-
do, así como de reforzar su posición inter-
nacional, resultaron insuficientes.
Federico Augusto I de Sajonia, tras con-
vertirse al catolicismo y pagar los atrasos
del ejército, llega al trono polaco de la
mano de Pedro I de Rusia. El nuevo rey,
heredero del estado más rico del Imperio
Romano Germánico, arrastra a Polonia a
la Gran Guerra del Norte (1700-21). Aun-
que oficialmente Polonia no participaba
en la contienda, se convirtió en campo de
batalla entre el rey de Suecia y la coalición
de Rusia, Dinamarca y Sajonia. Los efectos
de la guerra fueron devastadores. Se su-
frieron terribles hambrunas y la economía
se debilitó todavía más. Federico Augusto
murió en febrero de 1733.
La influencia del Imperio ruso sobre Polo-
nia era cada vez más evidente. Así, bajo su

18 H I STO R I A Y V I DA

ESTANISLAO II, por Bacciarelli. A la derecha,
Kosciuszko en la batalla de Raclawice, por Matejko.
tutela, fue elegido Estanislao II Poniatows-
ki (1764-95), el último rey de la República
de las Dos Naciones. El derrumbe del Im-
perio polaco estaba a las puertas.
El reparto de Polonia
Tras la firma de un acuerdo en Viena en
1772, se produce la primera partición de
Polonia. Prusia, Rusia y Austria toman
por la fuerza un tercio de su territorio,
incluyendo las provincias más ricas. Tras
la derrota militar de la resistencia polaca,
los imperios invasores obligan a firmar
la renuncia sobre las zonas ocupadas e
imponen miembros de su influencia en
el Parlamento de Varsovia.
En un intento por hacer frente a la nueva
situación, Poniatowski pone en marcha
una serie de reformas. La más importante
fue la aprobación de la Constitución del 3
de mayo de 1791 (la primera de Europa y
la segunda del mundo, después de la de
Estados Unidos). Su redacción, fruto de
una larga tradición de pensamiento polí-
tico polaco, fue elaborada en secreto por
un grupo de reformadores bajo la dirección
de Stanislaw Malachowski, Ignacy Potocki
y Hugo Kollataj. El texto recogía la separa-
ción de poderes y establecía la igualdad de
LA MANCOMUNIDAD
todos los ciudadanos, acabando de esta
forma con los privilegios de la nobleza.
A pesar de la buena acogida general de la
Constitución –la población entendía que
era el último intento de salvar la República
de las Dos Naciones–, buena parte de los
grandes magnates y de la nobleza se opu-
so de manera radical a los cambios pro-
puestos. Llegaron a un acuerdo y pidieron
ayuda a Catalina II. En 1792, las tropas
rusas entraron en Polonia y derrotaron al
ejército. Se anuló la Constitución y se pro-
dujo el segundo reparto, a través del cual
Rusia ocupó más territorio y Prusia, por el
oeste, se anexionó ciudades históricas co-
mo Poznan, que pasaría a denominarse
Posen. A partir de ese momento, el país se
convirtió en un protectorado ruso.
La lucha por recuperar el territorio nacio-
nal se inicia en 1794, liderada por el ge-
neral polaco Tadeusz Kosciuszko. Héroe
de la guerra de Independencia de Estados
Unidos, promovió la rebelión armada y
rápidamente consiguió el apoyo popular
con la ayuda de fuerzas patrióticas. En el
alzamiento se produjo alguna victoria
inicial. La más significativa, que pasaría
a formar parte del imaginario nacionalis-
ta de la resistencia polaca, tuvo lugar el 4
de abril de 1794. El ejército polaco, infe-
rior en número y con filas formadas en su
mayoría por campesinos armados con
guadañas, consiguió derrotar al poderoso
ejército ruso en la célebre batalla de Ra-
clawice. La noticia de la victoria enarde-
ció a Polonia, pues desde Sobieski los
polacos no habían vencido a un ejército
enemigo. Sin embargo, en poco tiempo
Kosciuszko tuvo que ceder ante el poderío
de los ejércitos ruso y prusiano.
La derrota en 1795 desencadena el tercer
y definitivo reparto. A consecuencia del
mismo, Polonia desaparecería del mapa
de Europa durante más de cien años, has-
ta el fin de la Primera Guerra Mundial.
PARA SABER MÁS
ENSAYO
GONZÁLEZ CAIZÁN, Cristina; DE LA FUENTE,
Pablo; PUIG-SAMPER, Miguel Ángel; TA-
RACHA, Cezary (coords.). Polonia y Es-
paña. Primeras constituciones. Lublin:
Werset, 2013.
LUKOWSKI, Jerzy y ZAWADZKI, Hubert. His-
toria de Polonia. Madrid: Akal, 2003.
PRAZMOWSKA, Anita J. A History of Po-
land. Nueva York: Palgrave Macmillan, 2011
(2004). En inglés.
H I STO R I A Y V I DA 19
COPÉRNICO Y LA
REVOLUCIÓN CIENTÍFICA
La publicación de De revolutionibus orbium coelestium, en el que Copérnico
afirma que la Tierra gira alrededor del Sol, sentó las bases de la ciencia moderna.
ANABEL HERRERA, PERIODISTA

C
uenta la leyenda que, en mayo
de 1543, Nicolás Copérnico se
encontraba en su lecho de muer-
te cuando cayó por primera vez
en sus manos un ejemplar impre-
so de su obra magna. El anciano, grave-
mente enfermo a causa de una apoplejía,
despertó repentinamente, miró el libro,
en el que había invertido 25 años de su
vida, y finalmente murió en paz. Los his-
toriadores dudan de la veracidad de este
episodio, porque hacía tan solo un mes
que el texto se había llevado a imprimir a
Núremberg, localidad alemana situada a
mil kilómetros de donde residía Copérni-
co, Frauenburg (en la actualidad, From-
bork, en el norte de Polonia).
Por lo tanto, es posible que, aunque por
poco, nunca llegara a ver publicado De
revolutionibus orbium coelestium (“Sobre
las revoluciones de los orbes celestes”),
en el que el científico postuló que es la
Tierra la que gira alrededor del Sol, y no
al revés, como se creía hasta entonces.
La teoría heliocéntrica no solo cambió de
manera radical nuestra forma de enten-
der el Universo –de hecho, hoy en día
todavía utilizamos la expresión “giro
copernicano” cuando queremos indicar
un gran cambio en el comportamiento o
la manera de pensar–, sino que puso los
cimientos de la llamada Revolución Cien-
tífica en la época del Renacimiento.

20 H I STO R I A Y V I DA

Entre los siglos xvi y xvii, Europa se halla-
ba sumergida en un amplio movimiento
cultural que renovaría por completo el
campo de las artes y de las ciencias, tanto
naturales como humanas. Los científicos
recuperaron el conocimiento de los anti-
guos como base para exponer nuevas ideas
en matemáticas, física, química, biología
y, en especial, astronomía. Copérnico, y
más tarde Kepler, Galileo y Newton, que
con su teoría de la gravitación universal
PATIO del Collegium Maius, en la Jaguelónica.
A la izqda., estatua de Copérnico en Torun.
DURANTE AÑOS,
COPÉRNICO OBSERVÓ EL
MOVIMIENTO DE LOS
PLANETAS, AUNQUE ERA
MÁS BIEN UNA AFICIÓN
cierra este período, construyeron un mo-
delo de interpretación del hombre y del
mundo que es el que se acabaría imponien-
do en la ciencia moderna.
Interés por la astronomía
Copérnico nació en la ciudad polaca de
Torun el 19 de febrero de 1473, en el seno
de una familia de adinerados comercian-
tes. Cuando a los 10 años se quedó huér-
fano, su tío materno, Lucas Watzenrode,
canónigo en la catedral de Frauenburg,
ejerció su tutela y orientó su educación
hacia la vida clerical. Después de una for-
mación humanista inicial, Nicolás ingresó
en 1491 en el Collegium Maius, el edificio
principal de la Universidad Jaguelónica
de Cracovia, la institución de educación
superior pionera de Polonia y una de las
más antiguas del continente.
Fundada en 1364 por el rey Casimiro el
Grande, la universidad vivió su época de
máximo esplendor a partir del siglo xv.
Por entonces, cada año se inscribían alre-
COPÉRNICO
dedor de doscientos alumnos procedentes
de todo el continente –no solo polacos,
sino también rutenos, lituanos, húngaros,
alemanes, checos, suizos, ingleses, holan-
deses, franceses, españoles e incluso tár-
taros–, situando a Cracovia como referen-
te educativo en los campos del derecho,
las matemáticas y la astronomía. Entre los
ilustres maestros del centro se encontraba
Alberto de Brudzewo, quien durante dos
décadas impresionó a sus estudiantes por
su extraordinario conocimiento de la lite-
ratura y su modernización de la enseñan-
za de la astronomía mediante la introduc-
ción de los textos más actualizados.
Se piensa que Copérnico también recibió
lecciones privadas de Alberto, de ahí su
creciente interés por la astronomía, que
siguió potenciando en otras dos reputadas
universidades de la época, la de Bolonia y
la de Padua, en Italia, aparte de adentrar-
se en otras disciplinas, como la filosofía,
el derecho, la geografía o la medicina. Por
eso, si bien se erigió como el nuevo canó-
nigo de la catedral de Frauenburg en sus-
titución de su tío, a lo largo de su vida
ejerció de médico, diplomático y econo-
mista, entre muchos otros cargos.
Aunque la astronomía era más bien una
afición para él, Copérnico llevaba años
realizando minuciosas observaciones del
movimiento de los planetas cuando, hacia
1507, escribió De hypothesibus motuum
H I STO R I A Y V I DA 21

coelestium a se constitutis commentariolus,
abreviado como Commentariolus (“Peque-
ño comentario”). En este manuscrito de
40 páginas ya aparecían esbozados muchos
de los postulados de su revolucionario mo-
delo heliocéntrico. Por ejemplo, que todas
las esferas giran alrededor del Sol, que se
encuentra cerca del centro del Universo, y
que el movimiento aparente de las estrellas
es debido a la rotación diaria de la Tierra.
Se popularizan sus teorías
Mientras Copérnico seguía con sus inves-
tigaciones y perfeccionaba las tablas que
había confeccionado con los movimientos
de los planetas, el manuscrito –que en rea-
lidad no se publicó hasta 1878– llegaba a
manos de algunos de sus contemporáneos
22 H I STO R I A Y V I DA
y adquiría cada vez más popularidad. Tan-
to es así que, en 1533, Johann Albrecht
Widmanstetter, secretario del papa Cle-
mente VII, impartió varias conferencias
sobre el tema ante distintos miembros de
la curia romana. Tras el fallecimiento del
pontífice, Widmanstetter pasó a ser secre-
tario de Nikolaus von Schönberg, arzobis-
po de Capua (Italia), quien, en 1536, animó
por carta a Copérnico para que escribiera
un tratado ampliando sus ideas, ofrecién-
dose incluso a sufragar los gastos.
Pero el científico no lo veía tan claro. Cons-
ciente de que su interpretación heliocén-
trica del Universo chocaba frontalmente
con la ideología religiosa medieval, y
anticipando los posibles problemas que
podía granjearse con la Iglesia católica
COSMOGONÍA copernicana, grabado, s. XVI. A la
dcha., Dialogus de systemate mundi, de Galileo.
como institución, nunca tuvo intención
de dar a conocer su obra magna, De revo-
lutionibus orbium coelestium, ya práctica-
mente acabada por entonces. Pero en 1539
llegó a Frauenburg un joven profesor de
matemáticas y astronomía protestante
llamado Georg Joachim Rheticus.
El Sol en el centro
Lo que iba a ser una visita breve destinada
a conocer a aquel canónigo aficionado a la
astronomía se convirtió en una intensa
colaboración de dos años. Hasta que Rhe-
ticus, por fin, logró convencer a Copérnico
de que debía publicar sus descubrimientos.
La versión final del ensayo, dedicado al
papa Pablo III, incluía un prefacio que du-
rante mucho tiempo fue atribuido al sabio
 COPÉRNICO

EL DOBLE ENTIERRO DEL CIENTÍFICO POLACO

EL PROFESOR Jerzy Gassowski, del
Instituto de Antropología y Arqueología
de Pultusk, en Polonia, llevaba años de-
dicado a la búsqueda de los restos de
Copérnico cuando, en 2005, halló una pe-
queña tumba sin nombre en la catedral de
Frombork. Los investigadores a su cargo,
un equipo formado por historiadores, bió-
logos, antropólogos y arqueólogos, aún
tardarían tres años más en confirmar que
aquellos restos, efectivamente, pertene-
cían al ilustre astrónomo.
Para ello, analizaron el ADN de varios pe-
los encontrados en un libro que perteneció
a Copérnico y encontraron coincidencias
genéticas con un diente y un fragmento
óseo hallados en la tumba. El cráneo ser-
viría para realizar una reconstrucción
digital de su rostro (a la dcha., la presen-
EL EDITOR QUISO DAR tación), caracterizado por tener los ojos
hundidos y una nariz aguileña con el hue-
A ENTENDER QUE EL so partido, tal como aparecía en los retra-

HELIOCENTRISMO ERA tos que se conservan de él.

UN MERO INSTRUMENTO
PARA HACER CÁLCULOS
polaco, cuando lo cierto es que lo escribió,
sin su consentimiento, el teólogo y editor
protestante Andreas Osiander, encargado
de la corrección de las pruebas finales. En
él, Osiander afirmaba que el modelo des-
crito en el libro no debía ser entendido
“como una descripción del Universo como
este es realmente, sino como una herra-
mienta matemática para clarificar y sim-
plificar los cálculos que tienen que ver con
el movimiento de los planetas”. Y advertía
que nadie podía esperar, “por lo que se
refiere a las hipótesis, algo cierto de la as-
tronomía, pues no puede proporcionarlo”.
Es decir, Osiander dio a entender que Co-
pérnico, en realidad, no creía en el sistema
heliocéntrico, sino que lo utilizaba como
un mero instrumento de cálculo, útil, por
ejemplo, para desarrollar un calendario
más exacto. Presentando los movimientos
de traslación y rotación de la Tierra como
una hipótesis y no como un hecho com-
probado, el teólogo evitaba cualquier tipo
de polémica respecto al modelo astronó-
mico de Aristóteles (384-322 a. C.) y Clau-
dio Ptolomeo (100-170 d. C.), que era el
que imperaba desde hacía 2.000 años.
El 22 de mayo de 2010, 467 años después
de su muerte, los restos de Copérnico fue-
ron enterrados de nuevo en la catedral en la
En efecto, para los científicos y filósofos
griegos –a excepción de Aristarco de Sa-
mos, que ya en el siglo iii a. C. fue respon-
sable de una primera aproximación a la
teoría heliocéntrica, aunque curiosamen-
te Copérnico nunca lo mencionara–, la
Tierra permanecía estática en el centro
del universo, y el Sol, la Luna, los plane-
tas y las estrellas giraban en torno a ella.
Una idea que encajaba a la perfección con
la visión del mundo antropocéntrica de
la Iglesia, con el hombre como el centro
de la creación divina. Pero con la irrup-
ción de Copérnico, la naturaleza va per-
diendo su carácter teológico.
El papel de la Iglesia
Aunque la reacción de los estamentos aca-
démicos en los países protestantes tras la
publicación de De revolutionibus orbium
coelestium fue casi de indiferencia, en 1616
la Inquisición determinó que la obra era
“necia y absurda en el aspecto filosófico”
y contradecía “las máximas de la Sagrada
Escritura”, por lo que permaneció en el
Index Librorum Prohibitorum et Expurga-
torum (el índice de libros prohibidos)
que ejerció de canónigo, bajo el altar mayor,
en una ceremonia oficiada por los máximos
líderes de la Iglesia católica polaca.
hasta 1835. Pero ya no había vuelta atrás:
la Revolución Científica estaba en marcha,
y desde Polonia la teoría heliocéntrica fue
ganando adeptos por toda Europa.
La Iglesia como institución no aceptó las
ideas de Copérnico hasta que, en 1979, un
año después de haberse convertido en pa-
pa, Juan Pablo II manifestó públicamente
su deseo de investigar la condena a Galileo
por su defensa de la teoría copernicana.
En 1992, finalmente, pidió perdón ante la
Academia Pontificia de la Ciencia, 359 años
después de la sentencia con la que conde-
nó al italiano la Santa Inquisición.
PARA SABER MÁS
CLÁSICO
COPÉRNICO, Nicolás. Sobre las revoluciones
de los orbes celestes. Madrid: Tecnos, 2009.
ENSAYO
PRINCIPE, Lawrence M. La revolución cientí-
fica: una breve introducción. Madrid: Alian-
za, 2013.
WOOTTON, David. La invención de la ciencia:
una nueva historia de la Revolución Cientí-
fica. Barcelona: Crítica, 2017.

H I STO R I A Y V I DA 23

NAPOLEÓN hace una donación a un anciano en la
campaña de Polonia. Jean-Charles Tardieu, s. XIX.
LA ILUSIÓN
DEL PAÍS
QUE NO FUE
Entre 1807 y 1812 se entrevió la posibilidad de que
Polonia recuperase su total independencia como
estado de la mano de la Francia napoleónica.
MARÍA PILAR QUERALT DEL HIERRO, HISTORIADORA
E
l gran reparto de Polonia en 1795
dejó el territorio dividido en tres
áreas de influencia extranjera,
pero tal circunstancia no con-
siguió que desaparecieran las
aspiraciones nacionales polacas. De man-
tenerlas vivas se encargó fundamental-
mente la aristocracia exiliada en París, que
encontró a su mejor aliado en la Francia
napoleónica. No en vano, ambas debían
contener a tres enemigos comunes: Prusia,
Rusia y el Imperio austríaco.
En aquel momento, el exilio polaco se
coordinó en la capital francesa mediante
la creación de L’Agence, una organización
destinada a la reconstrucción de Polonia
que, además de actuaciones de carácter
propagandístico, colaboró en la forma-
ción de un destacamento militar que se
integró en la Grande Armée, concreta-
mente, en el ejército destinado a Lom-
bardía. L’Agence actuaba en paralelo con
aquellos patriotas que permanecían en
tierras polacas y a la cabeza de los cuales
se encontraba Józef Antoni Poniatowski,
sobrino del último rey de Polonia, Esta-
nislao II Augusto Poniatowski.
Las corrientes independentistas polacas
consideraban a Napoleón Bonaparte el
gran héroe libertador. El único que, por
su empuje militar y su concepción del Es-
tado, podía devolver a Polonia la condición
de reino libre, restablecer la Constitución
de 1791 y restaurar la entidad territorial
anterior a los repartos. El emperador, por
su parte, contemplaba el territorio polaco
como el trampolín perfecto para el asalto
definitivo a Rusia, y confiaba en que el
importante sector bonapartista centrado,
principalmente, en Varsovia aceptaría de
buen grado convertir la nueva Polonia en
un estado satélite de Francia.
La condesa Walewska
Al interés político y militar de Bonaparte
por Polonia se añadió una circunstancia
POLONIA

privada mucho más personal: su roman-

ce con la condesa Maria Walewska. Es
aventurado aceptar la leyenda románti-
ca de que fue la hermosa condesa polaca
la que consiguió que, aun de forma efí-
mera, Bonaparte diera estructura legis-
lativa al embrión de una Polonia inde-
pendiente. Pero es incuestionable que
sirvió para que el emperador viviera de
cerca la llamada “cuestión polaca”.
Maria Walewska había nacido en 1786 en
Kiernozia, a unos cien kilómetros al oeste
de Varsovia, en una familia de rancio abo-
lengo, los Laczynski. Culta, refinada y
extraordinariamente bella, apenas conta-
ba 18 años cuando contrajo matrimonio
con el conde Anastase Colonna Walewski,
cabeza de una de las más nobles casas po-
lacas y bonapartista declarado. El matri-
monio solía frecuentar los círculos sociales
de Poniatowski, y fue allí donde Maria
comenzó a sentirse fascinada por la figura
del emperador. No es de extrañar que, en
enero de 1807, al saber que, tras vencer a
Prusia en la batalla de Jena, Napoleón
pensaba viajar a Varsovia, decidiera acudir
a recibirle en compañía de una amiga.
El azar quiso que se diera un encuentro
fortuito entre ambos, y al emperador no le
pasó desapercibida aquella joven de cabe-
llos castaños, piel blanca y ojos claros, que
tenía modos de gran dama y que, al salu-
darle, no se recató de mostrarle su más
rendida admiración. Un imperial interés
que no tardó en llegar a oídos del príncipe
Poniatowski, que vio el cielo abierto. De-
cidido a hacer de la joven condesa Wa-
lewska el vehículo para que Polonia consi-
guiera la protección francesa frente a las
ambiciones exteriores, organizó un baile
en honor a Bonaparte y lo dispuso todo de
forma que fuera Maria quien lo abriera con
el homenajeado. Ella, por su parte, aceptó
de buen grado convertirse en un instru-
mento en manos de los políticos de su país,
entre los que se contaba su propio esposo,
quien no dudó en alentar el idilio.
La relación entre Bonaparte y Maria Wa-
lewska duró poco más de cuatro años,
pero fue mucho más que una simple aven-
tura. Maria no solo dio un hijo a Napoleón,
Alejandro José, sino que, cuando el empe-
rador regresó a Francia, Maria partió con
él. No obstante, tras la nulidad de su ma-
trimonio con Josefina, que no había podi-
do darle hijos, el Gran Corso eligió como

26 H I STO R I A Y V I DA

NAPOLEÓN entra en Gdansk en 1807. A la
izqda., retrato de su amante Maria Walewska.
SUBORDINADO A LOS
INTERESES FRANCESES,
EL DUCADO NUNCA
LLEGÓ A CONSTITUIR UN
ESTADO INDEPENDIENTE
nueva esposa a María Luisa de Habsburgo-
Lorena, quien condicionó su aceptación a
que Napoleón se alejara de la que se co-
nocía como “la reina polaca”.
El Gran Ducado
Poco antes, el 14 de enero de 1807, el em-
perador había proclamado el Gran Duca-
do de Varsovia, con el que pretendió sa-
tisfacer las esperanzas de los sectores
nacionalistas y agradecer la ayuda militar
recibida por parte de los destacamentos
polacos integrados en el ejército francés.
Se trataba de un ente político de escasa
autonomía y sometido a los intereses fran-
ceses, pero abrió un resquicio a la posibi-
lidad de que Polonia recuperara su iden-
tidad como reino independiente.
El ducado estaba bajo la soberanía de Fe-
derico Augusto I de Sajonia, aliado de
Napoleón y sobrino del rey Augusto III de
Polonia, quien, por voluntad de Bonapar-
te, hubo de convertirlo de iure en una mo-
narquía constitucional y revitalizar el
tradicional Parlamento electo polaco, o
Dieta: el Sejm. Nunca llegó a tener la con-
dición de estado independiente, porque
no solo careció de representación diplo-
mática, sino que se subordinó a los intere-
ses franceses, que lo utilizaron como fuen-
te de recursos militares y económicos.
Fueron las autoridades galas, encarnadas
en la figura del embajador de Francia en
Varsovia, las que controlaron de facto la
Comisión Gubernamental de Varsovia, un
gobierno compuesto de aristócratas pola-
cos, mientras se estructuraba un ejército
dividido en tres secciones al mando res-
pectivamente de Józef Poniatowski, Józef
Zajaczek y Jan Henryk Dabrowski.
Aunque aumentó su territorio en 1809 tras
el Tratado de Schönbrunn, que puso fin a
un corto enfrentamiento bélico con Austria,
en un principio, y según el Tratado de Til-
sit, los límites geográficos del ducado se
establecieron en las zonas que habían sido
anexionadas a Prusia durante el Segundo
y Tercer Reparto, a excepción de la actual
Gdansk, que fue nombrada Ciudad Libre
GRAN DUCADO
de Danzig, y la zona de Białystok, que que-
dó bajo la autoridad de Rusia. Asimismo,
se añadieron las áreas en torno a la cuen-
ca del río Notec y la región de Kulmerland
en la margen derecha del Vístula. Es decir,
el corazón de la Polonia medieval, un
total de 104.000 km², con una población
de aproximadamente 2.600.000 habitan-
tes que, tras el ya mencionado Tratado
de Schönbrunn, prácticamente se dupli-
có, al incorporar la Galitzia austríaca y
las áreas de Zamosc y Cracovia.
Una nueva Constitución
El propio Napoleón se implicó en la con-
fección de un nuevo cuerpo legislativo,
rechazando las propuestas que los nobles
polacos le ofrecieron y que se inspiraban
en la anterior Constitución de 1791. La
nueva Carta Magna, que regiría desde
entonces los destinos del Gran Ducado de
Varsovia, se proclamó en una solemne
sesión en la que estuvieron presentes los
principales nobles polacos, incluido Sta-
nislaw Malachowski, antiguo portavoz de
la Dieta entre 1788 y 1792. Por ella se es-
tablecía un sistema bicameral, y en su
conjunto era más liberal que su anteceso-
ra, puesto que reconoció la igualdad de
H I STO R I A Y V I DA 27
POLONIA
PONIATOWSKI,
SOLDADO LEAL
LA BIOGRAFÍA DEL príncipe
Józef Antoni Poniatowski (abajo) es
la de una lealtad sin límites para con
Napoleón. Sobrino del último rey de
Polonia, Estanislao II Augusto, nació
en Viena, pero se educó en la corte
de Varsovia, donde tomó conciencia
de su condición de polaco.
CONVENCIDO DE QUE, tras el
reparto de 1795, solo Napoleón po-
día conceder a Polonia una entidad
política de peso en el concierto eu-
ropeo, “le bel prince Pepi”, como se
le conocía por su talante galante y
refinado, abrió sus salones en Var-
sovia a la élite ilustrada y bonapar-
tista y no tardó en erigirse en el
alma del nacionalismo polaco. Su
condición de militar y su excelente
formación castrense le pusieron en
cabeza del ejército del Gran Ducado
de Varsovia, y, desde este puesto,
colaboró con la Grande Armée en
las guerras contra Austria y en la
campaña contra Rusia.
PESE A LA EVIDENCIA de la
inminente derrota de Napoleón, Po-
niatowski permaneció fiel a su figu-
ra y le acompañó en la retirada hacia
Leipzig, donde, en reconocimiento
a su lealtad, fue elevado a la condi-
ción de mariscal (1813). Tres días
después de su nombramiento murió
en el campo de batalla. Su cuerpo re-
cibió sepultura en la colina de Wawel
en Cracovia, mientras que su nom-
bre está inscrito en el Arco del Triun-
fo de l’Étoile, junto con los del resto
de mariscales napoleónicos.
28 H I STO R I A Y V I DA
todos los ciudadanos ante la ley. Aun así,
el poder político se reservó para los nobles
y algunos burgueses de recursos, y aunque
abolió muchos de los privilegios de la no-
bleza y desterró la servidumbre, la propie-
dad de la tierra solo podían disfrutarla los
nobles, con lo que los campesinos quedaron
relegados a la condición de meros arren-
datarios aún sujetos a la obligación de la
corvée, o corvea real, es decir, a pagar un
tanto al dueño de las tierras cultivadas.
El catolicismo se mantuvo como religión
oficial, aunque la aplicación del Código
Napoleónico autorizó la práctica de otros
credos y contempló la existencia del ma-
trimonio civil y el divorcio, unas medidas
que valieron la oposición del clero a la
nueva estructura legal. Sin embargo, aun
con sus limitaciones, la nueva Constitu-
ción y la aplicación del Código Napoleó-
nico pusieron las bases para el desarrollo
de la burguesía, al permitir su ascenso a
los estamentos superiores de la sociedad,
mientras que, gracias al ministro de Edu-
cación Estanislao Potocki, un ilustrado
convencido, se instauró la obligatoriedad
SOLDADOS FRANCESES durante la retirada
de la enseñanza primaria. napoleónica de Rusia. Johannes Hari, c. 1812-20.
Al servicio de la Grande Armée
Una de las primeras medidas tomadas gatorio reclutamiento) fue una auténtica
en el nuevo ducado fue su militarización. sangría para la economía del ducado. A
Napoleón quiso proteger el territorio, ello se añadió la caída de las exportaciones
siempre considerado por él como un bas- de grano, junto con el llamado “acuerdo
tión para controlar a la vecina Prusia y a de Bayona” (1808), por el que Varsovia
los imperios ruso y austríaco. Para ello, hubo de hacerse cargo de la deuda pru-
en un primer momento se estructuró un siana por imperativo francés. Un total de
ejército regular compuesto por 45.000 veinte millones de francos oro en forma
soldados de caballería e infantería, que de instalaciones e infraestructuras que
se duplicó en 1810. Aun dividido en tres Prusia no pudo saldar y que castigó muy
secciones con tres mandos distintos, co- duramente al erario polaco.
mo superior del mismo estaba el ministro Ni siquiera el hecho de que se intensifica-
de la Guerra Józef Poniatowski, a quien ra el desarrollo de la agricultura –gracias
Bonaparte había nombrado mariscal de a nuevas técnicas y mejoras en los sistemas
Francia. La obediencia a las consignas de trabajo– o las medidas proteccionistas
llegadas desde París era total. De hecho sobre las manufacturas consiguieron que
las tropas polacas eran una fuerza im- la situación remontara. De ahí que los
prescindible a la hora de ampliar las filas sectores más tradicionalistas o los repu-
de los ejércitos imperiales. Prueba de ello blicanos comenzaran a mostrar su discon-
es el importante contingente militar, com- formidad con la presión de Francia y a
puesto por más de 20.000 soldados, que contemplar con una cierta simpatía las
participó en la campaña de Napoleón en propuestas del zar Alejandro, que preten-
la península ibérica, o los más de 100.000 día romper la alianza polaco-francesa a
efectivos que se integraron en las tropas cambio de ceder al ducado algunos de los
que invadieron Rusia en 1812. territorios obtenidos en el Gran Reparto.
La consecuencia inmediata de la alta mi- Una estrategia por parte de Rusia que no
litarización (y, concretamente, del obli- solo no se hizo realidad, sino que deterio-

LOS PATRIOTAS POLACOS
ADMITIERON LA GUERRA
RUSO-FRANCESA POR
CREER QUE OBTENDRÍAN
AL FIN LA INDEPENDENCIA
ró extraordinariamente sus relaciones con
Francia entre 1810 y 1812.
El fin del Gran Ducado
No obstante, los patriotas polacos admi-
tieron de buena gana la guerra ruso-
francesa por creer que así conseguirían
su independencia definitiva. Confiaban
en que, durante la campaña de Napoleón
contra Rusia, el ducado acabaría unién-
dose a los territorios lituanos, reviviendo
así la antigua Mancomunidad de Polonia-
Lituania. Es más, el 28 de junio de 1812,
al comienzo de la campaña imperial con-
tra Rusia, se proclamó solemnemente la
restauración del reino de Polonia. Tal era
el convencimiento de poder hacerse con
las tierras polacas bajo dominio ruso.
Fue un espejismo. La derrota de las tropas
imperiales en Rusia provocó que, en 1813,
una gran parte del Gran Ducado queda-
ra bajo el poder de los zares, mientras
que Prusia recuperó los territorios pola-
cos perdidos. Poco después, tras la abdi-
cación de Napoleón en abril de 1814,
Alejandro I reclamó su autoridad sobre
el ducado e instó a los polacos a iniciar
una serie de reformas que permitieran
la constitución de un nuevo estado bajo
soberanía Romanov. La práctica totalidad
del antiguo territorio napoleónico pasó
a manos de Rusia, que para gobernar
creó un Consejo Supremo Provisional del
Ducado de Varsovia presidido por el ge-
neral ruso Vasili Lanskói.
Fue el principio de una larga agonía para
el que fuera Gran Ducado napoleónico. En
1815, el Congreso de Viena decretó que
Rusia y Prusia se repartieran el territorio,
mientras que Austria mantuvo los dominios
que le eran propios desde el Primer Repar-
to de Polonia de 1772. Como resultado, el
nuevo reino de Polonia nacido del Congre-
so tendría unas dimensiones un 30% infe-
riores a las del Gran Ducado de Varsovia.
GRAN DUCADO
Los patriotas polacos aceptaron las nuevas
condiciones movidos tanto por una cierta
solidaridad eslava como por la esperanza
de que Alejandro I mantuviera en su nuevo
dominio polaco unas libertades ya conquis-
tadas gracias a la promulgación de una
nueva Constitución liberal, un Parlamento
electo de amplio sufragio y unos derechos
civiles que, paradójicamente, contrastaban
con el autoritarismo que imperaba en la
Rusia zarista. Lo cierto es que se iniciaba
una nueva era para Polonia que la iba a
mantener al margen del concierto político
europeo durante más de un siglo.
PARA SABER MÁS
BIOGRAFÍA
QUERALT DEL HIERRO,María Pilar. “María
Walewska, la amante polaca de Napoleón”,
en Reinas en la sombra. Madrid: EDAF, 2014.
ENSAYO
LUKOWSKI, Jerzy y ZAWADZKI, Hubert. His-
toria de Polonia. Cambridge: Cambridge
University Press, 2002.
VALDEÓN, Julio. “Polonia. Panorama his-
tórico”, en VV. AA. Enciclopedia de Europa
(vol. 10). Barcelona: Planeta, 1993.
H I STO R I A Y V I DA 29
LA GRAN
EMIGRACIÓN
A mediados del siglo XIX, París se había
transformado en cuartel general de
políticos e intelectuales polacos que
tuvieron que abandonar su país tras el
levantamiento armado de 1830 contra
el dominio ruso. Fue el primer episodio
de la Gran Emigración, un fenómeno
que se desarrollaría en diferentes
oleadas y que tendría como trasfondo
la lucha por la independencia polaca.
ISABEL MARGARIT, DOCTORA EN HISTORIA
POLONIA
E
n 1847, dos años antes de su
muerte, Chopin celebró en su
domicilio parisiense una reu-
nión privada en la que inter-
pretó, junto al famoso violon-
celista Auguste-Joseph Franchomme, una
de sus composiciones preferidas. Se tra-
taba de su único trío. La pieza incluía en
el último movimiento una cracoviana, la
antigua danza polaca, en tiempo de 2/4,
que utilizó en varias de sus obras. Chopin
se había convertido en el intérprete fa-
vorito de los auditorios más selectos de
la capital francesa. Sin embargo, lejos de
Polonia, su música seguía reflejando la
nostalgia de sus orígenes.
Bajo tres potencias
Tras la caída de Napoleón, el territorio del
Gran Ducado quedó ocupado por tropas
del Imperio ruso, de Austria y de Prusia.
De hecho, las potencias continentales que
derrocaron a la Grande Armée resultaron
ser las mismas que se habían repartido
Polonia, por lo que la expectativa de res-
taurar la independencia se vio frustrada.
32 H I STO R I A Y V I DA
En 1815, el Congreso de Viena, que pre-
tendía reordenar el escenario europeo tras
el período bonapartista, devolvía a Prusia
parte de los territorios polacos perdidos
y declaraba a Cracovia ciudad libre (Re-
pública de Cracovia). Otra de las resolu-
ciones de aquel congreso consistió en crear
un estado satélite (el denominado Reino
de Polonia), cuyo monarca sería el zar
LAS MEDIDAS OTORGADAS POR EL ZAR A POLONIA
DISGUSTABAN A LOS GOBERNADORES ENVIADOS
ruso. Alejandro I quiso otorgar a esta
nueva entidad, que integraba al 80% de
la población polaca, algunas peculiari-
dades, como cierta autonomía cultural y
aduanera. También la posibilidad de po-
seer una asamblea nobiliaria propia y un
ejército. Incluso se aprobó una Constitu-
ción con tintes “liberales”, que pronto
colisionó con la tradicional autocracia
centralista del Imperio ruso. Pero los go-
bernadores enviados en representación
del zar no tardaron en mostrar su des-
LA PLAZA del Castillo Real de Varsovia. En la pág.
anterior, El fin de Polonia 1831, Dietrich Monten.
contento, por juzgar excesivas las medi-
das otorgadas a aquel territorio.
Entonces, la política reaccionaria se puso
en marcha. Se estrechó la vigilancia a los
sectores liberales, críticos con los intereses
rusos, y se puso especial celo en desarti-
cular las sociedades patrióticas, que se
fueron forjando en torno a las universida-
des de Vilna, Cracovia y Varsovia. Desde
estos sectores empezaban a tramarse cons-
piraciones, así como desde el interior del
propio ejército. Algunos de sus oficiales
sufrieron purgas, y en el ámbito académi-
co se aplicaron medidas disciplinarias. Así,
en 1823 se nombró un nuevo director del
distrito educativo de Vilna. Se trataba de
Nicolas Novosiltsov, el denominado “He-
rodes de Lituania”, por sus brutales inte-
rrogatorios a los estudiantes.
Si en el terreno político la tutela se hacía
cada vez más patente, en especial desde
 LA GRAN EMIGRACIÓN

Los beneficiarios del Congreso de Viena

CARACTERÍSTICAS DEL SUECIA
Memel
Mar Báltico LITUANIA
REPARTO POLACO DE 1815 DINAMARCA
Vilna
TRAS 1815, LAS TIERRAS de
la antigua Mancomunidad Polaco-Li-
tuana permanecieron fragmentadas Danzig
en un complejo escenario político-ad-
ministrativo. El Imperio austríaco con- MECKLEMBURGO
Stettin
servó la Galitzia “vieja”, y la disputada
A
ciudad de Cracovia se convirtió en una POMERANIA S I Bialystok
U Rí
república bajo la protección de Rusia, R oV
P íst
Prusia y Austria. Prusia siguió mante- Berlín E ula I M P E R I O R U S O
niendo la Prusia Occidental (su ganan- D Poznan
BRANDEBURGO O Varsovia
I N
cia derivada del reparto de 1772) y POSNANIA Grochów
recibió Posnania, en forma del casi E Lodz
autónomo ducado de Posen. La ma- R REINO DEL CONGRESO
yor parte del territorio polaco quedó Dresde (POLONIA)
integrado en el nuevo Reino de Polo- Breslau Lublin
nia (o Reino del Congreso), bajo domi- O NIA SILESIA
S AJ
nio del Imperio ruso. Las fronteras Río
internacionales de Polonia en 1815 Ode REPÚBLICA
se mantendrían durante un siglo, con DE CRACOVIA
I M P E R I O
r

la excepción de Cracovia, que acabó Cracovia

Gdow GALITZIA
siendo anexionada por Austria tras el Límite de la Confederación Germánica
levantamiento de 1846. Límite oriental del Reino del Congreso 0 100 km
A U S T R Í A C O

el acceso al trono de Nicolás I, en el eco-
nómico se experimentó cierto despegue
industrial en la década de los años veinte.
Fue el caso de Lodz. Una serie de reformas,
impulsadas por el político Stanislaw
Staszic, convertirían esta ciudad en un
importante centro de producción textil.
Sin embargo, el campesinado acusó las
fuertes cargas fiscales y su descontento no
hizo sino aumentar. Otro tanto sucedía en
el terreno intelectual. El concepto román-
tico de la nación estimuló el llamamiento
a realizar acciones heroicas.
Levantamiento en Varsovia
En 1830, en plena fiebre revolucionaria
europea, se desató un levantamiento en
Varsovia cuando el zar se dispuso a emplear
tropas polacas para sofocar los estallidos
en Francia y Bélgica. Aquella rebelión ar-
mada contra el dominio ruso, protagoni-
zada por un grupo de cadetes, pronto fue
secundada por buena parte de la sociedad.
Pero no existía unanimidad política en los
medios y objetivos de la insurrección. Los
enfrentamientos entre liberales y conser-
vadores se hicieron patentes. Finalmente,
se formó un gobierno de unidad nacional,
liderado por el príncipe Adam Jerzy Czar-
toryski. Representante de la opción mo-
derada, Czartoryski confiaba en que una
victoriosa campaña militar forzaría a Ni-
colás I y a las grandes potencias a revisar
las cláusulas del Congreso de Viena rela-
tivas a Polonia. Según el historiador po-
laco Marian Kamil Dziewanowski, su
intención no era la subversión social, si-
no encontrar un lugar para Polonia en la
Europa de aquel tiempo.
La causa polaca tuvo eco en el exterior,
como pone de manifiesto la apasionada
canción La Varsovienne, de Casimir De-
lavigne, cantada en París en 1831 y con-
vertida en un himno del movimiento
nacional en Polonia. Sin embargo, no
halló el apoyo político necesario de los
gobiernos europeos. En el terreno militar,
pese a que las fuerzas que lideraron el
levantamiento lograron algunas impor-
tantes victorias (como la de Grochów, la
mayor batalla terrestre que tuvo lugar en
el continente entre Waterloo y la guerra
de Crimea), el ejército zarista consiguió
aplastar la insurrección.
Tras la derrota de 1831, la rusificación se
hizo más efectiva. Se experimentó una
mayor represión del nacionalismo local,
se extendió la censura en los medios de
prensa, se dificultó la actividad del clero
católico y se expulsó de la administración
pública a los funcionarios nativos. En es-
ta misma línea, las universidades de Vilna
y Varsovia fueron clausuradas y se abolie-
ron la Constitución, la Dieta (asamblea
nobiliaria) y el ejército autónomo polaco.
Ivan Paskévich, uno de los grandes res-
ponsables militares de la victoria zarista,
fue nombrado príncipe de Varsovia. Bajo
su duro mandato se introdujo la ley mar-
cial y se construyó la ciudadela-prisión de
la capital para intimidar a posibles insur-
gentes. Algunos políticos y varios mandos
militares fueron sentenciados a muerte,
y otros, deportados a Siberia.
Las dos facciones
Junto a la pérdida del autogobierno, otra
de las consecuencias de la derrota tuvo

H I STO R I A Y V I DA 33
POLONIA
EL CLUB
DE LOS PESOS
PESADOS
La vida social en el hotel
Lambert, una “corte” polaca
en el exilio francés.
lugar a finales de 1831. Se inició la Gran
Emigración. Miles de polacos cruzaron la
frontera prusiana para no ser capturados
e iniciaron su particular diáspora. Reino
Unido, Suiza, Canadá y EE. UU. fueron
algunos de los destinos. Pero las élites se
refugiaron en su mayor parte en Francia,
donde constituyeron un microcosmos po-
lítico y cultural que ejerció gran influencia
en la conciencia nacional polaca.
Diversas asociaciones científicas y litera-
rias se ocuparon de mantener vivo aquel
34 H I STO R I A Y V I DA
TRAS EL FRUSTRADO levantamiento
de 1830, París se convirtió en uno de los re-
fugios más preciados, en especial desde la
llegada del príncipe Czartoryski. Bien rela-
cionado en los ámbitos diplomáticos inter-
nacionales, en torno a él se creó un círculo
polaco de poder e influencia en la capital
francesa. Su sede fue el hotel Lambert (arri-
ba). Además de la actividad política que se
generó entre sus muros, Czartoryski convir-
espíritu. A ese clima contribuyó también
la presencia en París de ilustres exiliados,
como el gran poeta del Romanticismo en
lengua polaca Adam Mickiewicz y el mú-
sico Fryderyk Chopin. Si el compositor
dedicó su Estudio revolucionario a los
miles de polacos que se levantaron contra
el dominio ruso en 1830, dos años des-
pués, Libros de la nación polaca y del pe-
regrinaje polaco, escrito en prosa poética,
fue concebido por Mickiewicz como una
guía espiritual destinada a la Gran Emi-
tió el Lambert en un gran salón cultural y so-
cial. A las fiestas suntuosas de aquella “corte
real” del exilio polaco asistían figuras como
el pintor Eugène Delacroix, los escritores Ho-
noré de Balzac, Alphonse de Lamartine y
George Sand, los poetas polacos Zygmunt
Krasinski y Adam Mickiewicz y músicos co-
mo Hector Berlioz, Franz Liszt y Fryderyk
Chopin. Este último compuso para el gran
baile anual numerosas polonesas.
gración. Ambos formaron parte del círcu-
lo patriótico creado en torno a la figura
del príncipe Czartoryski, también exilia-
do, que fijó su residencia en el parisino
hotel Lambert. Aquel majestuoso edificio,
construido en el siglo xvii en la isla de
San Luis, configuraría el gran centro de
la vida polaca fuera de Polonia.
Sin embargo, esta emigración, que dirigía
desde el exterior la actividad política clan-
destina en el país, seguía sin mostrarse
homogénea. Como afirma el historiador

LA VECINA BIBLIOTECA POLA-
CA de París, creada en 1838 por la
emigración llegada a la capital francesa
(entre ellos, Czartoryski), es desde el
siglo XIX una de las instituciones cultu-
rales más importantes de Polonia fue-
ra de sus fronteras. Situada en el Quai
d’Orléans, alberga el Museo Adam
Mickiewicz, el del pintor Boleslas Bie-
gas y el salón Fryderyk Chopin.
Julio Gil Pecharromán: “Los emigrados,
que realizaron durante décadas una tenaz
y eficaz campaña antirrusa, convirtiendo
el lema ‘Por nuestra libertad y la vuestra’
en una causa común del liberalismo euro-
peo, no fueron, sin embargo, capaces de
unir fuerzas, y reprodujeron las dos fac-
ciones de la Dieta varsoviana de 1831”.
La división condujo a fuertes enfrenta-
mientos entre los moderados, favorables
a una monarquía constitucional (el llama-
do “grupo del hotel Lambert”), y los ra-
LA GRAN EMIGRACIÓN
CHOPIN en el salón del príncipe Radziwill en Posen. Litografía a partir de un cuadro de H. Siemiradzki.
EN LOS TERRITORIOS
BAJO EL DOMINIO DE
PRUSIA, EL MONARCA
PARECIÓ ALENTAR LAS
ESPERANZAS LIBERALES
dicales, bajo el mando de Joachim Lelewel,
partidarios de la lucha revolucionaria
contra las tiranías en Europa. Czartoryski,
líder de la primera, confiaba en poder
llevar adelante sus planes, a través de las
acciones diplomáticas y con el apoyo de
países como Francia y Gran Bretaña. Le-
lewel, en cambio, esperaba que un gran
levantamiento, con la nobleza y la bur-
guesía conduciendo a las masas campesi-
nas organizadas en un ejército regular,
pudiera restablecer la nación polaca, en
forma de república parlamentaria. Este
último bando intentó un levantamiento
en 1833 que resultó fallido y solo sirvió
para aumentar la coordinación de las
potencias ocupantes en la represión de
las actividades nacionalistas.
Una cuestión latente
Así sucedió en los territorios que habían
quedado bajo el dominio de los prusianos,
repartidos entre el Gran Ducado de Posen
y la Prusia Occidental. El levantamiento
de 1830 en Varsovia hizo recelar a Berlín,
cuyas autoridades querían evitar una ré-
plica. La población polaca en Posen (actual
Poznan) era mayoritaria, y como medida
preventiva de posibles revueltas se cesó al
duque-gobernador, Antoni Radziwill, al
considerarlo cercano a los nacionalistas.
La política de germanización se hizo efec-
tiva en todos los ámbitos hasta la llegada
de Federico Guillermo IV de Prusia.
En un principio, el monarca pareció alen-
tar las esperanzas liberales. Puso freno a
la inmigración de colonos alemanes, re-
habilitó al obispo de Posen (encarcelado
por enfrentarse al proceso de germani-
zación) y devolvió el carácter oficial a la
lengua polaca. También en el terreno
económico se experimentó en los años
cuarenta una modernización en los mé-
todos agrícolas, con el cada vez más amplio
cultivo de la patata (que añadió un im-
portante complemento nutricional). El
comercio y las manufacturas se dinami-
zaron, y la construcción de ferrocarriles
vivió un considerable auge. La inversión
privada se incrementó en el desarrollo
de estas infraestructuras.
Pero la cuestión polaca seguía latente. La
actividad de las sociedades secretas no
cesaba, estimulada en gran modo desde
el exilio. En ese continuo vaivén conspira-
tivo, se tramó un levantamiento que debía
llevarse a cabo en Posen y Galitzia (bajo
dominio austríaco). Pocos días antes, la
policía prusiana detuvo a los principales
H I STO R I A Y V I DA 35
POLONIA

rador Fernando I, que fue sucedido por el

ADAM MICKIEWICZ. A la dcha., El levantamiento
de enero de 1863. Museo Narodowe, Varsovia.
joven Francisco José, y el canciller Metter-
nich (artífice y garante del orden europeo
desde 1815) tuvo que dimitir. No obstante,
los intentos de convertir Galitzia en un
nuevo Piamonte pronto se frustraron. Vie-
na proclamó la ley marcial durante seis
años en aquel territorio. En paralelo, en el
complejo tablero de intereses geoestraté-
gicos, la capital imperial empezó a contem-
plar a las oligarquías polacas como posibles
aliadas en su lucha contra el nacionalismo
ruteno, proclive a las ideas paneslávicas
de Rusia. Otra secuela de los levantamien-
tos de 1848 fue la supresión del Gran Du-
cado de Posen, que se convirtió en una
provincia más del Reino de Prusia.
En la década siguiente, la cuestión polaca
siguió marcada por el destino de las tres
monarquías que se repartían aquellos vas-
tos territorios, pero algo cambió en el pul-
so llevado a cabo para recuperar la inde-
pendencia. Los círculos de la emigración,

líderes que encabezaban el intento de re-

vuelta en Posen, y el plan se desarticuló.
La célula de Cracovia sí se hizo con el con-
trol de la ciudad en 1846, y desde allí lan-
zó un manifiesto a todos los polacos, pero
la sublevación fracasó tras la derrota de la
milicia rebelde ante el ejército austríaco
en Gdow. Ello conllevó la anexión de esta
ciudad libre por parte de Austria. Un paso
atrás en los intentos de emancipación.
Los ecos del 48
Dos años después, en 1848, la nueva olea-
da revolucionaria en Europa introdujo en
la lucha el componente del nacionalismo.
En aquella “Primavera de los Pueblos”, que
acabó con el predominio del absolutismo
en el Viejo Continente, la causa polaca
adquirió protagonismo, hasta el punto de
que el 15 de mayo en París, miles de tra-
bajadores, al grito de “Vive la Pologne!”,
invadieron la Asamblea Nacional. Sin em-
bargo, la recién constituida República
Francesa no se atrevió a crear un conflicto
internacional para liberar Polonia.
Ante el temor de la expansión revolucio-
naria, Nicolás I acentuó los controles re-
presivos en los territorios polacos bajo
dominio ruso. Por su parte, en los estados
de los Habsburgo, los sucesos fueron tan
graves que la propia continuidad del Im-
perio se vio amenazada. Abdicó el empe-
LA RECIÉN CONSTITUIDA
REPÚBLICA FRANCESA
NO SE ATREVIÓ A CREAR
UN CONFLICTO PARA
LIBERAR POLONIA
cada vez más ajenos a la situación real de
su país, perdieron influencia entre los na-
cionalistas que no habían tomado el cami-
no del exilio. Por otra parte, las divisiones
sociales eran cada vez más patentes, y ello
dificultaba cualquier empresa en torno a
la reconstrucción del estado polaco.
Un ejemplo de estas disensiones tuvo lugar
a raíz de la guerra de Crimea, que se libró
entre 1853 y 1856. En aquel conflicto, Gran
Bretaña, Francia y Turquía se enfrentaban
a las ambiciones rusas en los Balcanes. La
intervención de Francia en la contienda
creó expectativas a los polacos, debido al
manifiesto apoyo que Napoleón III mos-
traba a causas nacionalistas, como la uni-
ficación de Italia. Pero la deseada victoria
franco-británica en Crimea no trajo la li-
bertad a la Polonia rusa. Si el apoyo exte-
rior volvió a frustrarse, también se reflejó
de nuevo la discrepancia entre las faccio-
nes que abogaban por la independencia.
Durante el enfrentamiento, el poeta Adam
Mickiewicz, quien preparó desde Cons-
tantinopla (actual Estambul) la interven-
ción del ejército polaco en la guerra, en-
fermó de cólera y murió en 1855. Ese
mismo año, Alejandro II se convertía en
zar de Rusia. De talante más liberal que su
antecesor, puso en práctica importantes
medidas, como la abolición de la servidum-
bre en 1861. Con él se inició un período de
deshielo político en el Reino de Polonia y
una etapa de crecimiento económico. Sin
embargo, la devolución parcial del auto-
gobierno no fue suficiente para la facción
radical, que empezó a tramar un nuevo
levantamiento. En enero de 1863 se pro-
clamó el llamado Gobierno Nacional Pro-
visional y se dirigió un manifiesto a polacos,
lituanos y ucranianos proclamando la in-
dependencia y la restitución de las antiguas
fronteras de la Mancomunidad Polaco-
Lituana. Según el mismo, se establecería
un gobierno constitucional y una reforma
agraria favorable a los campesinos.

36 H I STO R I A Y V I DA

Bajo la táctica de guerrillas, los insurrectos
polacos tomaron el poder en las zonas
rurales. Pero los rusos siguieron dominan-
do Varsovia y los núcleos urbanos. Ante
aquel desafío, Austria y Prusia reacciona-
ron. El por entonces primer ministro pru-
siano, Otto von Bismarck, llegó a ofrecer
al gobierno de San Petersburgo una acción
militar conjunta. Una vez más, la suble-
vación fracasó. Las consecuencias de la
derrota se concretaron en numerosas eje-
cuciones, condenas a trabajos forzados,
deportaciones, confiscaciones de bienes
y miles de exiliados, como ya sucediera en
los episodios de 1830 y 1848.
La inoperancia recurrente de la lucha
armada, así como las transformaciones
sociales y económicas experimentadas
en la segunda mitad del siglo xix, provo-
caron un cambio de orientación en el
nacionalismo polaco. De modo paulatino,
se alejó de aquella corriente romántica,
limitada a la nobleza y a los intelectuales,
LA GRAN EMIGRACIÓN
que había marcado la iniciativa. El creci-
miento demográfico y la industrialización
hicieron entrar en juego a otras capas de
la sociedad, más populares, que ponían
el énfasis en factores identitarios, como
la defensa del catolicismo y la lengua po-
laca (la Iglesia jugó un importante papel
en la conservación de la cultura polaca).
A ello se enfrentaban las nuevas premisas
zaristas. Autocracia, preeminencia del
cristianismo ortodoxo y rusificación se
convirtieron en las consignas dictadas
desde San Petersburgo.
Pese a estas dificultades, el Reino de Po-
lonia experimentó un desarrollo industrial
notable en ciudades como Varsovia, Lublin
y Lodz, aunque las condiciones del prole-
tariado eran, en ocasiones, lamentables.
La llegada de Nicolás II en 1894 supuso
una leve liberalización que permitió el
surgimiento de grupos políticos, como el
Partido Nacional Demócrata, dirigido por
Roman Dmowski, y el Partido Socialista
Polaco, liderado por Józef Pilsudski, quie-
nes protagonizarían la vida política en
Polonia a principios del siglo xx. Un siglo
en el que el transcurso de la Primera Gue-
rra Mundial, el desgaste político y militar
de los imperios y el estallido de la Revolu-
ción de 1917 darían pie a la aceleración
del proceso de independencia polaca, que
se materializaría un año después.
PARA SABER MÁS
ENSAYO
DAVIES, Norman. God’s Playground. A
History of Poland. Vol. 2: 1795 to the
Present. Oxford: Oxford University Press,
1981. En inglés.
GIL PECHARROMÁN, Julio. Europa Centro-
oriental Contemporánea (siglos XIX y XX).
Madrid: Universidad Nacional de Educación
a Distancia, 2010.
LUKOWSKI, Jerzy y ZAWADZKI, Hubert. His-
toria de Polonia. Madrid: Cambridge Univer-
sity Press, 2002.
H I STO R I A Y V I DA 37
POLONIA
COMO
UTOPÍA
Nacionalista, conservador, solidario y muy
viajero, el autor de Quo vadis, Premio Nobel en
1905, fue la gran estrella literaria de Polonia
cuando el país no existía como tal.
JULIÁN ELLIOT, PERIODISTA
A
la caída de Napoleón, el Con-
greso de Viena confirmó la
partición de Polonia entre
Austria, Prusia y, principal-
mente, Rusia. Fue en el es-
tado satélite dominado por los zares
donde nació, en 1846, el escritor desti-
nado a ser el más brillante de las letras
polacas durante el cambio de siglo. Re-
cordado sobre todo por su novela histó-
rica Quo vadis, Henryk Sienkiewicz llegó
al mundo en una familia noble venida a
menos. Este hecho y la opresión a que
estaba sometido su país marcaron su tra-
yectoria vital desde muy pronto.
EL NOVELISTA polaco Henryk Sienkiewicz,
autor de Quo vadis, a finales del siglo XIX.
Tras los años iniciales, a veces atribulados
por dificultades económicas, Sienkiewicz
comenzó a prosperar gracias al periodis-
mo, al que se dedicó desde la mayoría de
edad, alternándolo con estudios de Filo-
logía e Historia en la Universidad de Var-
sovia. No mucho después, en 1872, publi-
có una primera obra de ficción. Se trató
de una novela corta que, como sería ha-
bitual en él, salió por entregas en la pren-
sa antes de hacerlo en formato libro.
Amores, viajes y el éxito
Sus horas, desde entonces, se repartieron
entre la literatura y las columnas perio-
dísticas, el ambiente cultural de Varsovia
y dos pasiones que relacionó de un mo-
do íntimo: los viajes y los romances. Se
instaló brevemente en París y Bruselas,
POLONIA
LA NOVELA QUO VADIS, edición de 1902.
Abajo, el escritor en compañía de sus dos hijos.
40 H I STO R I A Y V I DA
por ejemplo, con una novia efímera. Y
persiguiendo un idilio con la actriz trá-
gica Helena Modjeska, la gran diva po-
laca de la época, se afincó durante dos
años en Estados Unidos.
Allí no se estuvo quieto. Establecido en
Nueva York y luego en California, creó obras
de teatro y redactó crónicas sobre el salva-
je Oeste para revistas, mientras promocio-
naba la independencia de su país. A la vez,
“muy sensible a los encantos femeninos”,
como recuerda un nieto suyo, flirteó con
la Modjeska hasta que el marido, “con mu-
cho tacto, le invitó a salir de su casa”.
De regreso en Europa, vivió un tiempo
en Londres y todo un año en París antes
de volver a la capital polaca. En ella, sen-
tó la cabeza al casarse con la que sería su
primera esposa y la madre de sus dos
hijos. La tuberculosis, sin embargo, trun-
có esta felicidad. Maria murió apenas
cuatro años después de la boda.
Pese a su dolor, a esas alturas Sienkiewicz
logró estabilizar su economía definitiva-
mente. Fue gracias a la dirección de medios
editoriales y, sobre todo, a grandes éxitos
como la trilogía épica que inició en 1883
con A sangre y fuego. Cada vez más volca-
do en la ficción en detrimento del perio-
EN QUO VADIS, EL AUTOR
OFRECÍA UNA METÁFORA
DE LA RESISTENCIA
POLACA FRENTE A UN
RÉGIMEN ODIOSO
dismo, su obra alcanzó el cenit, siempre
comprometida con un nacionalismo hu-
manitario que el escritor también desple-
gaba en una dinámica agenda social. Lo
muestra la trilogía que mencionábamos,
una recreación de las sucesivas invasiones
de Polonia en el siglo xvii por cosacos,
suecos y otomanos. O, de manera indirec-
ta, la otra creación mayor de Sienkiewicz,
Quo vadis. Publicada a partir de 1895,
relata las desventuras de los primeros cris-
tianos en la Roma de Nerón, metáfora de
la resistencia de una minoría moralmente
superior bajo un régimen odioso.
Primer Nobel polaco
El autor, entretanto, continuó con sus ro-
mances. Se casó en segundas nupcias con
otra Maria, aunque solo durante un par de
semanas, y luego con otra Maria más, su

UN POSITIVISTA GENEROSO
Sienkiewicz legó a la sociedad de su momento mucho más que sus
diecisiete volúmenes de obras completas.
A LA LIBERTAD POR LA PAZ
Nacido en un hogar aristocrático de capa
caída, Henryk Sienkiewicz fue criado entre
ideales patrióticos y conservadores a veces
deslucidos por las estrecheces económicas.
Este entorno influyó en que abrazara desde
joven el movimiento positivista polaco. Se
trata de la corriente que, en la segunda mi-
tad del siglo XIX, buscaba la independencia
sobrina y último amor notorio. Para enton-
ces, era el escritor más exitoso de Polonia
y uno de los más leídos de Europa. Vendía
millones de ejemplares, debía viajar de
incógnito, se nombraban calles en su ho-
nor... Pero el reconocimiento más impor-
tante fue el Premio Nobel de 1905, el pri-
mero otorgado a un ciudadano polaco en
solitario (aunque su pasaporte lo identifi-
cara como ruso), seis años antes del de
Marie Curie en Química. Fiel a su ideario,
Sienkiewicz dedicó el galardón a su patria.
“Dicen que Polonia está muerta, exhausta,
esclavizada”, afirmó en la ceremonia, “pe-
de Rusia no por las armas, sino con inicia-
tivas racionales y solidarias para ir fortale-
ciendo la identidad y las infraestructuras
nacionales. Esta filosofía también explica la
generosa labor filantrópica desarrollada por
el escritor una vez que prosperó.
EL FILÁNTROPO INCESANTE
Destinando buena parte de sus ingresos
ro esta es la prueba de su vida y su triunfo”,
manifestó, alzando la medalla.
La Primera Guerra Mundial, sin embar-
go, le impidió expirar en la tierra amada.
La muerte lo sorprendió refugiado en
Suiza el 15 de noviembre de 1916. Hen-
ryk Sienkiewicz nunca llegó a vivir en
una Polonia libre. No obstante, poco des-
pués de su funeral, en el que hubo dele-
gaciones de honor de los dos bandos en
conflicto, por fin cristalizó la indepen-
dencia polaca, y los restos del novelista
fueron trasladados de modo solemne al
panteón nacional en Varsovia.
a la utopía de construir en Polonia un estado
del bienestar que favoreciera la independen-
cia, el autor llegó a levantar un sanatorio pa-
ra la tuberculosis, que fue, además, un
homenaje a su primera esposa, fallecida de
esta enfermedad. Por otra parte, fundó una
escuela primaria en una mansión (arriba)
que le había regalado el pueblo polaco, finan-
ció a diversos escritores sin recursos y par-
ticipó en campañas contra el hambre. Esta
actividad solidaria no cesó cuando buscó re-
fugio por la Primera Guerra Mundial. En Sui-
za no tardó en montar una red de ayuda para
sus compatriotas, acompañado, entre otros,
del pianista Ignacy Jan Paderewski.
PARA SABER MÁS
BIOGRAFÍA
GIERGIELEWICZ, Mieczyslaw. Henryk Sien-
kiewicz. A Biography. Nueva York: Hippo-
crene, 1991. En inglés.
NOVELA
SIENKIEWICZ,Henryk. A sangre y fuego.
Madrid: Ciudadela, 2007.
— Quo vadis. Madrid: Valdemar, 2000.
CINE
Quo vadis (EE. UU., 1951). Dir.: Mervyn Le-
Roy. Ints.: Robert Taylor, Deborah Kerr, Leo
Genn, Peter Ustinov.
H I STO R I A Y V I DA 41
MARIE CURIE
PASIÓN POR
LA CIENCIA
Una joven polaca aterriza en París para
estudiar Física en unos tiempos en los que
la mujer era vista con extrañeza en las
universidades. Conocerá el éxito profesional,
pero también la pérdida del amor y hasta un
escándalo público. La importancia de su
legado la ha catapultado hasta convertirla
en la científica más famosa del mundo.
JOSEP TOMÀS CABOT, HISTORIADOR

M
aria Sklodowska, des-
tinada a ser conocida
años más tarde como la
famosa descubridora
madame Curie, era la
menor de cinco hermanos en una fa-
milia de la clase media polaca, venida
a menos debido a su compromiso con
la causa de la independencia de Po-
lonia. Su territorio estaba dividido y
ocupado por sus poderosos vecinos:
Prusia, Austria y Rusia. Aquella em-
presa patriótica había supuesto tanto
a su familia paterna como a la mater-
na pérdidas en propiedades e inver-
siones que mermaron su patrimonio.
El padre de Maria fue un hombre
volcado en el estudio, que impartía
clases de Física y Matemáticas en un
colegio privado. El perfil de la madre,
maestra y pianista, era el de una mu-
jer austera y profundamente religiosa.
Había dirigido un internado femeni-
no y murió muy joven de tuberculosis.
POLONIA
LA FUTURA Marie Curie (a la izqda.) junto a su padre y sus hermanas Bronia y Hela en una foto de c. 1885.
Poco antes desaparecía su primogénita,
Zofia, a causa del tifus. Dos muertes en
la familia que, según algunos, alejaría a
la joven Maria de la fe que profesaba su
madre hasta declararse agnóstica.
A los 16 años, terminados sus estudios
secundarios en su Varsovia natal, ciudad
entonces bajo dominación zarista, ya
había demostrado un claro talento y una
fuerte voluntad. Hablaba perfectamente
cuatro idiomas (polaco, ruso, alemán y
francés), y deseaba estudiar Física o Quí-
mica. Pero ante la imposibilidad de ha-
cerlo en cualquier universidad de su país,
debido a que el acceso de la enseñanza
superior estaba vetado a las mujeres,
inició, tras un tiempo sabático, una ex-
periencia clandestina enmarcada en la
revolución pasiva e intelectual del pueblo
polaco. Era la denominada Universidad
Volante, imbuida de las ideas positivistas
de Auguste Comte, y cuyo objetivo ra-
dicaba en que todo aquel que tuviese
algún conocimiento lo transmitiese a
otros y así sucesivamente, manteniendo
vivo el legado cultural autóctono. Pero
necesitaba ingresos para propiciar el plan
que le había propuesto a su hermana
mayor: primero trabajaría ella para ayu-
dar a Bronia a posibilitar sus estudios de
44 H I STO R I A Y V I DA
Medicina en La Sorbona. Cuando esta
concluyera su carrera, ayudaría a la pe-
queña a financiar la suya.
Aquel pacto comportó a Maria alejarse
de Varsovia y de su entorno tan querido,
así como dejar de lado su activo papel en
la Universidad Volante. Encontró trabajo
como institutriz en la remota localidad
de Szczuki. Vivía sobriamente, sin más
CON UNA ESCASA PENSIÓN, SOLO COMÍA PAN CON
MANTEQUILLA Y ALGO DE FRUTA UNA VEZ AL DÍA
ocupación que el cuidado de los niños
ajenos, la lectura de los pocos libros cien-
tíficos que podía encontrar y el ahorro
casi obsesivo de su mísero salario, que
destinaba en gran parte a ayudar a su
hermana Bronia, finalmente matriculada
en París. Esta se casó tras licenciarse con
un joven médico de origen polaco y dejó
de necesitar la ayuda de Maria.
Asentada su vida familiar y profesional,
Bronia llamó a su lado a su hermana pe-
queña, pues quería recompensar su es-
fuerzo y hacer que estudiara una carrera
universitaria en la capital francesa. Maria
se interesaba por las ciencias experimen-
tales, y solo la Sorbona podía hacer posi-
bles sus objetivos, pese a la prevención con
que también allí eran miradas las mujeres
que pretendían acceder a determinadas
carreras consideradas masculinas. Sin
embargo, empezaba a dar muestras de su
fuerte personalidad. Manifestaba un en-
tusiasmo de raíz positivista por la ciencia
y una firme voluntad de emancipación,
aunque no en la onda de los movimientos
feministas de la época.
Al llegar a París se instaló en casa de su
hermana y su cuñado, que vivían y ejercían
su profesión en un apartamento de un
barrio humilde, muy alejado de la univer-
sidad. Esto y el alboroto que encontraba
en la consulta al volver de sus clases la
decidieron a trasladarse a una buhardilla
del barrio latino, donde vivió sola en una
situación cercana a la indigencia. La esca-
sa pensión que le enviaba su padre no
daba para mucho, y su hermana, agobia-
da por el rápido aumento de su familia,
tampoco podía ayudarla. Maria contaría
años después que solo comía unas reba-
nadas de pan con mantequilla y un poco
de fruta una vez al día, y que para no sen-
tir el frío en las noches de invierno, se
abrigaba con una manta raída y se pasea-
ba por la sórdida buhardilla arriba y aba-
jo con un libro en las manos. Tenía pocos
amigos en la universidad. Los estudiantes
franceses la miraban con extrañeza, entre
la conmiseración y el desdén. Cuando
María se matriculó en la Facultad de Cien-
cias de la Sorbona, esta contaba con 776
estudiantes, de los cuales solo 23 mujeres
y, de aquellas, solo media docena forá-
neas. Era para unos “la extranjera de ape-
llido imposible”, y para otros “la estudian-
te silenciosa”, pues casi nunca la oían
hablar. Nadie podía imaginar que aquella
muchacha tímida y reservada se conver-
tiría un día en una gloria nacional.
Tras licenciarse en Ciencias Físicas con el
número uno, podía volver a su país con el
objetivo cumplido, pero comprendió que
necesitaba una formación suplementaria
en Matemáticas para abordar sus investi-
gaciones, y decidió continuar un año más
en la Sorbona. Una buena preparación
científica era imprescindible para su fu-

turo profesional. Y ante esta evidencia,
las privaciones no contaban para ella.
Pero la decisión de quedarse en París fue
afortunada en otro sentido. Le permitió
conocer y tratar a Pierre Curie, un profe-
sor de ciencias tenaz, con una carrera
prometedora, tan absorto en sus estudios
y experimentos que a los 35 años no había
pensado en casarse. En realidad, no espe-
raba encontrar a la persona idónea . “Las
mujeres geniales son tan raras como una
perla”, decía. Pero la suya estaba muy
cerca. El talento y las cualidades de la jo-
ven extranjera le sedujeron. Se enamoró
de Maria y no cejó hasta que ella, tras
vacilar más de un año, le aceptó.
Piedras radiantes
El cambio de vida, de estatus y de nombre
ocurrió cuando Marie se acercaba a los
29 años. Pierre, que la aventajaba en
ocho, ya era un hombre maduro, pero
aún disponía de optimismo y energías.
“Tengo el mejor marido que puedas ima-
ginar (confesaba ella a su hermana Bro-
nia en una carta). Ni yo misma podía
sospechar que encontraría a un hombre
así. Es un verdadero don del cielo. Cuan-
to más juntos vivimos, más nos quere-
mos”. Inicialmente ambos volvieron a su
trabajo. Él a sus clases y experimentos
en la École de Physique de la Ville de Pa-
ris, y ella a la preparación de su tesis
MARIE CURIE
LA UNIVERSIDAD de la Sorbona. A la izqda.,
Pierre y Marie en su jardín. París, 1906.
doctoral, cuyo tema eran las misteriosas
radiaciones emitidas por los minerales
de uranio, puestas de manifiesto hacía
poco por el físico Henri Becquerel, amigo
de Pierre y mentor de Marie.
Con la ayuda de su esposo, experto en
mineralogía, la joven investigadora se pro-
puso estudiar la verdadera naturaleza de
aquellos rayos. Tras rehacer pacientemen-
te el camino recorrido por Becquerel, la
que ya era madame Curie comenzó a in-
vestigar otros minerales, y observó que
algunos de ellos manifestaban una radiac-
tividad mucho más intensa que la que
cabía esperar por su contenido en uranio.
¿Ocultaban tal vez algún elemento más
poderoso que el propio uranio? En todo
caso, ¿qué elemento, conocido o descono-
cido, podía ser? La incógnita apasionaba
a Marie, que contagió su entusiasmo a
Pierre. Este abandonó los trabajos que
estaba realizando sobre la piezoelectrici-
dad (electricidad por presión) y acabó por
integrase definitivamente en las fascinan-
tes investigaciones de su mujer.
Para realizar su trabajo con la suficiente
cantidad de minerales sospechosos, pidie-
ron autorización al gobierno austríaco con
objeto de utilizar los residuos de las minas
de Joachimstahl. En la pechblenda (una
H I STO R I A Y V I DA 45
POLONIA
MARIE CURIE y su esposo, Pierre, trabajan en el
laboratorio. Fotografía tomada hacia 1900.
variedad de la uraninita) de aquella pro-
cedencia podía existir el elemento radiac-
tivo que buscaban los Curie. Pagaron el
traslado de aquel material que parecía
inútil a todo el mundo y lo guardaron cui-
dadosamente en un cobertizo de la escue-
la donde trabajaba Pierre. Y allí comenzó
para el matrimonio una agotadora tarea
que duró más de tres años.
Por fin Pierre y Marie lograron su objetivo.
En los últimos coletazos del siglo xix en-
contraron los nuevos elementos químicos
que buscaban, aquellos cuerpos más ra-
diactivos que el propio uranio. A uno lo
llamaron polonio, en honor de la patria
de Marie, y al otro, radio, por la gran can-
tidad de radiaciones especiales que des-
prendía. Los dos elementos fueron aislados,
aunque en poquísima cantidad. Más que
suficiente, sin embargo, para comunicar
el descubrimiento al mundo. Los químicos
se rindieron entonces a la evidencia. Se
habían descubierto dos nuevos elementos
químicos, dos cuerpos que hacían miste-
riosamente radiantes las piedras que los
contenían y que podían prestar inestima-
bles servicios a la humanidad.
46 H I STO R I A Y V I DA
En 1903, cuando Marie iba a cumplir 36
años y ya era madre de una niña, Irene,
leyó su tesis doctoral en la Sorbona y ex-
puso con todo detalle el descubrimiento
del radio, así como su propia teoría de la
radiactividad. Ese mismo año, junto con
su marido y su maestro Becquerel, recibió
el Premio Nobel de Física. Era la primera
mujer en conseguirlo. Pero, agotada por
CUANDO PIERRE MURIÓ EN UN ESTÚPIDO ACCIDENTE,
MARIE PENSÓ EN DEJAR LA CIENCIA Y DESAPARECER
el esfuerzo, no pudo asistir a la recepción
del premio en Estocolmo.
La alegría de este importante galardón no
duró mucho. En 1906, tres años después
del nacimiento de Eva, su segunda hija,
un estúpido accidente vino a quebrar para
siempre la felicidad de los Curie. Era un
día lluvioso y oscuro, y Pierre, inmerso en
sus reflexiones, andaba con prisas por la
calle Dauphine de París, donde innume-
rables carruajes se entrecruzaban entonces.
Aquel profesor distraído, que acababa de
ganar una cátedra en la Sorbona, resbaló
de improviso y cayó bajo las patas de un
percherón desbocado. Nadie pudo evitar-
lo. Murió en cuestión de segundos.
La pérdida de su compañero hizo pensar
a Marie que ya no tenía sentido continuar
luchando por la ciencia. Quería abando-
narlo todo y desaparecer. Pero André
Debierne, colaborador de Pierre en la
universidad, logró convencerla de que
debía continuar la obra de ambos. So-
breponiéndose al desconcierto y al dolor,
prosiguió sola los trabajos sobre radiac-
tividad y aceptó la cátedra dejada vacan-
te por su marido. Alquiló una casa en
Sceaux y fue a vivir allí con su suegro,
médico jubilado, y sus dos hijas. El viejo
Curie fue como un padre para Marie y
un abuelo ideal para las niñas. Marie
veía crecer su prestigio y el afecto que le
profesaban colegas y alumnos en la Sor-
bona. Asistía también a casi todas las
grandes reuniones científicas que se
celebraban en Europa, así como a los
congresos que entonces organizaba la
poderosa y filantrópica empresa indus-
trial Solvay. Allí conoció y se relacionó
con los grandes sabios del momento,
Perrin, Poincaré, Rutherford, Soddy y,
en especial, Albert Einstein. El científico
alemán, bastante más joven que ella,
sentía una profunda admiración por la
dama, de la que decía: “De todas las per-
sonas célebres que conozco, es la única
a quien la gloria no ha corrompido”.

La amistad peligrosa
En uno de esos congresos de Solvay, el de
1911, celebrado en Bruselas, estalló un
escándalo que afectaría a la fama de la
viuda Curie y la de su colega Langevin.
Paul Langevin, parisiense como Pierre,
trece años menor que él y antiguo alumno
suyo en la Sorbona, era también un físico
de mérito. Había ayudado a los Curie en
alguno de sus trabajos y proseguía por su
cuenta los estudios de Pierre sobre la pie-
zoelectricidad. Antiguo colega de Marie
en la Escuela Normal de Sèvres, donde
ella había impartido algunas clases, dis-
frutaba de una plaza de profesor en el
Collège de France. Estaba casado con la
hija predilecta de una severa familia pa-
risiense, los Desfosses, y vivía con su mu-
jer y sus hijos en Fontenay-aux-Roses,
LAS HIJAS DE LOS CURIE
donde también había residido eventual- Dos actitudes divergentes frente a la ciencia, dos grandes vidas
mente el matrimonio Curie. Al enterarse
de la muerte accidental de su colega y IRENE, LA CONTINUADORA EVA, LA SORPRESA (1904-2007).
maestro, fue uno de los primeros en pre- (1897-1956). Era la hija seria, estudiosa, Se mostraba inteligente y amable, pero
sentar sus respetos a la viuda, que era una que adoraba a su madre y la ayudaba e parecía odiar la ciencia. Cuando su her-
imitaba en todo lo que podía. Desde niña mana Irene y su cuñado fueron a Estocol-
antigua y fiel amiga suya.
merodeó por el laboratorio de Marie. Es- mo a recoger su Nobel, se limitó a tocar
Todo esto lo conocían perfectamente los tuvo a su lado cuando, entre los años el piano como siempre y a embadurnarse
asistentes al congreso de Solvay de Bruse- 1914 y 1918, esta organizó un equipo mó- con aquellas cremas que repugnaban a su
las. Lo que no podían sospechar era lo que vil con un aparato de rayos X para ayudar madre. Esta acababa de morir, y fue en-
publicarían pocos días después algunos a los médicos militares en los hospitales tonces cuando Eva pareció despertar de
periódicos sensacionalistas de Europa: la de campaña. Se doctoró con una tesis so- un largo sueño. En 1934 escribió una bio-
suegra y un cuñado de Langevin, después bre el polonio, uno de los dos elementos grafía de Marie que se convirtió en best
de forzar un cajón de su mesa de despacho, radiactivos que habían descubierto sus seller. Seis años más tarde se unió en
habían encontrado unas cartas de Marie padres. Cuando ya se acercaba a los Londres a De Gaulle en su lucha por la
en las que esta comentaba las ventajas de treinta años se casó con Frédéric Joliot, Francia libre. Durante el conflicto fue co-
discípulo y ayudante de su madre en el rresponsal de guerra. En 1952 actuó
un hipotético divorcio entre Langevin y su
Instituto del Radio. Trabajaron juntos en como consejera especial del secretario
mujer y recomendaba a su amigo que ini-
el campo de la radiactividad artificial general de la OTAN. Dos años después
ciase una nueva vida. Según un periodis- y recibieron por este motivo el Nobel de se casó con el diplomático Henry La-
ta de Le Journal, que había escrito el artícu- Química. Irene, que había tenido cargos bouisse, quien durante quince años dirigi-
lo más venenoso de la serie, la suegra de políticos importantes (Subsecretaría de ría Unicef. En 2005 recibió la Legión de
Langevin le había confirmado la realidad Investigación) y había sido profesora de Honor por su contribución a la causa hu-
de aquella correspondencia, que demos- la Universidad de París, falleció cuando manitaria. Dos años después, el 22 de
traba sin lugar a dudas la secreta relación aún no había cumplido los sesenta. octubre, moría en Nueva York.
entre la viuda del honorable Curie y el

H I STO R I A Y V I DA 47
POLONIA

EL INSTITUTO del Radio, Varsovia (1932),

conocido hoy con el nombre de Marie Curie.
LA POLÉMICA
DEL AMORÍO
PARA ROBERT REID, docu-
mentado biógrafo de madame Curie,
la relación de esta con Paul Lange-
vin debería interpretarse así: “Con la
perspectiva de cincuenta años, la
culpa de Marie parece muy escasa.
El matrimonio de Langevin ya fun-
cionaba mal desde hacía algunos
años. El mayor error de la viuda Cu-
rie fue atreverse a dar consejos en
esta cuestión. Paul Langevin era un
hombre brillante y sensible a quien
ella admiraba y con quien tenía una
relación de afecto. No se puede du-
dar de que hubiera alguna atracción
sexual. Pero también es verdad que
Marie Curie, entonces con muy poca
salud, deseaba mucho más la com-
pañía que el sexo... Ella desconocía
discípulo predilecto de este. Del artículo
podía deducirse que para la señora Des- ATACADA DESDE TODOS
las artes de la seducción y las detes-
taba cuando las descubría en otras
fosses era evidente que Marie y su yerno LOS FLANCOS, MARIE
personas. No existe, pues, ninguna
habían huido juntos de París, porque eran
dos amantes adúlteros. Ningún periódi- CURIE SE CAMBIÓ DE
CASA PARA PROTEGERSE
prueba segura de que la viuda Curie
apartase a Langevin de su hogar”. co aclaró que ambos habían acudido

¿CONTINUÓ DE ALGUNA
forma la relación entre Paul y la viuda
Curie? Sus biógrafos aseguran que
aquella amistad se había roto para
siempre. Pero queda un testimonio
gráfico (abajo) que podría indicar lo
contrario. En otro congreso de Sol-
vay celebrado en 1930, los asistentes
se reunieron para hacerse la fotogra-
fía de rigor. Sentada en el centro de
la primera fila hay una mujer seria
y de aspecto sencillo, con la cabe-
llera blanca. Es Marie. A la derecha,
también sentado y canoso, el espi-
gado Langevin. Y al lado de este,
su común amigo: Albert Einstein.
normalmente a un congreso científico.
Y así, la marcha simultánea de los dos se
explicó de un modo que confirmaba las
peores sospechas y encantaba a los lec-
tores más curiosos y suspicaces.
Atónitos por la noticia, casi todos los con-
gresistas de Bruselas se apresuraron a
consolar a Marie, víctima en su opinión
de una incalificable calumnia. Pero ella,
después de anunciar que se encontraba
mal de salud, hizo rápidamente las ma-
letas y desapareció de Bruselas antes de
que se clausurara el congreso. Por su
parte, hosco y melancólico, Langevin
dejó de hablar con sus colegas y ni siquie-
ra escuchaba a su amigo Einstein cuando
este le contaba, para distraerle, lo que
ocurre con las luces de dos trenes cuan-
do ambos, corriendo por vías paralelas,
se cruzan a gran velocidad. En aquel
momento existían para Langevin cues-
tiones mucho más urgentes y graves que
la teoría de la relatividad.
Pocos días después, Marie cumplía 44
años. En París no hubo celebración de
aniversario. Sus dos hijas, de 14 y 7 años,
sin saber exactamente qué ocurría, com-
prendieron que la fiesta era imposible.
Pero al día siguiente llegó a casa de los
DE LA MALEDICENCIA
Curie un telegrama sorprendente. Proce-
día de Estocolmo y habría sido un motivo
de entusiasmo en cualquier otro momen-
to. La Academia sueca de Ciencias conce-
día a madame Curie el premio Nobel de
Química por sus anteriores descubrimien-
tos del polonio y el radio. Era la única
persona que había obtenido hasta entonces
dos Nobel de ciencias. Sus amigos se ale-
graron, pero los adversarios encontraron
otro tema de maledicencia. Dijeron que la
izquierda política, muy influyente enton-
ces en Suecia, al conceder el premio a la
discutida científica polaca, pretendía hu-
millar a los patriotas franceses, justamen-
te cuando estos intentaban poner orden y
hacer justicia en su propio país.
Marie, atacada desde todos los flancos, no
tuvo más remedio que mudarse de casa.
Unos amigos la acogieron en su domicilio,
junto con sus hijas, para protegerla de la
curiosidad pública. Al mes siguiente sacó
fuerzas de flaqueza para desplazarse a
Estocolmo y recibir en persona el Nobel
que, debido a la enfermedad, no había
podido recoger la vez anterior, ocho años

48 H I STO R I A Y V I DA

MARIE CURIE en la Universidad de Columbia, en Nueva York, durante su gira por Estados Unidos, 1921.
antes. Pero a la vuelta, desquiciada por
tantas emociones, tuvo que permanecer
en cama, someterse a varios reconocimien-
tos médicos y a una operación quirúrgica
de riñón. Luego, alejada de sus hijas, pasó
una temporada en Brunoy, otra en Thonon
(Saboya) y un tiempo más en una casa
alquilada por su amiga inglesa Hertha Ayr-
ton en las costas de Hampshire.
Voces malévolas llegaron a difundir la fal-
sedad de que la relación adúltera había
comenzado en vida de Pierre, que, deses-
perado, se habría suicidado arrojándose a
los pies de un carruaje. Lo cierto es que las
críticas y los rumores duraron mucho tiem-
po y se manifestaron con una pasión difícil
de entender. Pero llegó un momento en
que todo lo que ocurría en torno a madame
Curie dejó de interesar. Por fin, como era
lógico que sucediera, las habladurías de-
crecieron y las aguas volvieron a su cauce.
Cueste lo que cueste
En 1912, Marie, ya restablecida, regresó a
París para reintegrarse a sus clases. Lange-
vin y su esposa se habían separado amiga-
blemente, y él volvía a ser el hombre tran-
quilo y seguro de siempre. Continuó su
trabajo científico y dirigió el Journal de
Physique et du Radium, donde dio a conocer
las teorías de su amigo Einstein. Langevin
haría importantes aportaciones en el cam-
po del magnetismo, por las que obtuvo
reconocimientos internacionales. Siguió
asistiendo a los congresos de Solvay, don-
de coincidía a veces con su colega Marie.
En 1914 estallaba la Primera Guerra Mun-
dial y Marie, con unos aparatos ambulan-
tes de rayos X, se acercó a muchos hospi-
tales de campaña para ofrecer su ayuda
científica. Gracias a la radioscopia, cono-
cida perfectamente por ella desde mucho
tiempo antes, los cirujanos militares podían
descubrir las balas y los fragmentos de
metralla ocultos en el cuerpo de los heridos
y extraerlos con mayor precisión. Termi-
nada la guerra en 1918, Marie volvió a
ocuparse del Instituto del Radio que dirigía
en París. Dos años después, una periodista
norteamericana, Mary Meloney, le propu-
so una larga gira por Estados Unidos para
organizar una campaña destinada a recau-
MARIE CURIE
dar fondos para su instituto. El viaje no fue
todo lo feliz que la promotora había ima-
ginado, pues madame Curie no veía con
agrado tantas manifestaciones multitudi-
narias, tantos desfiles en su honor y tantas
recepciones inútiles. Protestó enérgicamen-
te cuando supo que la llamaban “bienhe-
chora de la humanidad”. En cualquier
caso, gracias a los fondos reunidos con
estos viajes consiguió adquirir un gramo
de radio, que donaría a la Universidad de
Varsovia, y culminaría uno de sus sueños
al crear en la capital polaca, junto a su her-
mana Bronia, otro Instituto del Radio.
Dos años más tarde Marie falleció de leu-
cemia, provocada por su continuada re-
lación con materiales radiactivos. Tenía
67 años. No pudo celebrar el Nobel de
Química que, solo un año después, recibían
su hija Irene y el marido de esta, Frédéric
Joliot, por el descubrimiento de la radiac-
tividad artificial. Cuenta su hija menor,
Eva, que, en el instante de su muerte,
madame Curie seguía pareciéndose a
aquella joven, la estudiante pobre y soña-
dora que había sido Maria Sklodowska.
“Una tenaz, brillante y larguísima carre-
ra no había logrado engrandecerla, dis-
minuirla, santificarla o envilecerla”. Com-
prender a la infatigable científica resulta
todavía más fácil si se revisan sus propias
palabras. Fue ella quien dijo: “La vida no
es sencilla para nadie. Pero ¿qué impor-
ta? Hay que perseverar y tener confianza
en nosotros mismos. Hay que pensar que
estamos dotados para conseguir algún
objetivo y que este objetivo, por difícil
que parezca, podemos y debemos alcan-
zarlo cueste lo que cueste”.
PARA SABER MÁS
EPISTOLAR
CURIE,Marie. Marie Curie y sus hijas. Car-
tas. Madrid: Clave Intelectual, 2015.
BIOGRAFÍA
CURIE, Eva. La vida heroica de María Cu-
rie, descubridora del radio. Madrid: Espa-
sa-Calpe, 1986.
REID, Robert William. Marie Curie. Barce-
lona: Salvat, 1995.
SÁNCHEZ RON, José Manuel. Marie Curie
y su tiempo. Barcelona: Crítica, 2009.
CINE
Marie Curie: el valor del conocimiento (Po-
lonia / Alemania / Francia, 2016). Dir.: M. Noëlle.
Ints.: Karolina Gruszka, Arieh Worthalter.
H I STO R I A Y V I DA 49
CREADOR D
E MITOS
No hay en Polonia un
estudiante cuyos libros
de texto no estén
ilustrados por el pintor
Jan Matejko, creador
del imaginario histórico
polaco y voz de la
Polonia ocupada.
ANA ECHEVERRÍA, PERIODISTA

L
a escena es deliberadamente
dramática. El diputado Tadeusz
Rejtan se arroja a las puertas del
Sejm, el parlamento de la Repú-
blica de las Dos Naciones, la
Mancomunidad Polaco-Lituana. Desde el
suelo, se rasga literalmente las vestiduras,
contemplando con aire acusador al resto
de parlamentarios. En el centro del cuadro
se yerguen los traidores, dispuestos a con-
sentir la primera partición de Polonia
entre tres potencias: Rusia, Prusia y Aus-
tria. A la izquierda, el arzobispo Ponia-
towski y el canciller Michal Fryderyk
Czartoryski miran hacia otro lado. El rey
Estanislao II Poniatowski consulta, ner-
vioso, su reloj, deseando tal vez retirarse
a sus aposentos. Un retrato de Catalina la
Grande, verdadera artífice de la partición,
preside, arrogante, la sala.
Nada hay de comedido en Rejtan (1866,
a la izquierda), sin duda uno de los cuadros
más emblemáticos de Jan Matejko (1838-
93). Ni tendría por qué haberlo. Su pro-
pósito era avivar el nacionalismo polaco y
acusar de falta de patriotismo a la élite de
Polonia, que en el siglo xix todavía carecía
de estado propio y seguía bajo el yugo ru-
so, prusiano y austríaco. “No hay que se-
parar el arte del amor por la propia tierra
natal”, afirmó el pintor en una ocasión. La
reacción al cuadro no se hizo esperar: los
descendientes de los diputados tildados
de traidores, pertenecientes a familias aún
poderosas, pusieron el grito en el cielo.

REJTAN (1866), por Jan Matejko, conservado

en el Museo del Castillo Real en Varsovia.

H I STO R I A Y V I DA 51
POLONIA
DOS NACIONES, UN SÍMBOLO
LA VICTORIA DE LA UNIÓN polaco-litua-
na contra los Caballeros Teutónicos en 1410
es un mito fundacional tanto para polacos co-
mo para lituanos. Por ello, La batalla de
Grunwald (1878) es tal vez la obra más recor-
dada de Matejko. Durante la ocupación nazi,
la resistencia ocultó celosamente la pintura.
De nada sirvieron las torturas ni la recompen-
Acusaron a Matejko de derrotismo y de
oportunismo, le enviaron anónimos ame-
nazantes, algunos aseguraron que com-
prarían el cuadro solamente para destruir-
lo. Mientras tanto, la pintura ganaba una
medalla de oro en la Exposición Universal
de París, aclamada por un público extran-
jero que no comprendía sus implicaciones
políticas. La respuesta de Matejko a las
52 H I STO R I A Y V I DA
sa de diez millones de marcos que ofreció
Goebbels a quien revelara su paradero.
VYTAUTAS EL GRANDE, Gran Duque
de Lituania. Aunque las fuentes no se ponen
de acuerdo sobre quién lideró la batalla, si
Vytautas o su primo Vladislao II Jagellón, rey
de Polonia, Matejko decidió destacar el papel
críticas de algunos de sus compatriotas
estuvo a la altura de su indiscutible talen-
to melodramático: pintó El juicio de Ma-
tejko, que describe su propia imaginaria
ejecución a manos de sus detractores.
Patria, pasión y exceso son los rasgos pre-
dominantes de la carrera de Jan Matejko,
hoy recordado como el padre del Roman-
ticismo pictórico en Polonia. Nacido, como
del aliado lituano. La cruz de su corona su-
braya su reciente conversión al cristianismo.
ULRICH VON JUNGINGEN. Toda his-
toria épica necesita su villano; aquí, Von Jun-
gingen, gran maestre de la Orden Teutónica.
Como venganza por sus tropelías, le dan
muerte dos campesinos, uno de ellos armado
con una réplica de la lanza Sagrada; el otro,
con un hacha de verdugo. En realidad, Von
Jungingen murió a manos de un caballero.
muchos de sus contemporáneos, en una
familia de raíces mixtas (su padre era che-
co y su madre, germano-polaca), se crio,
sin embargo, en un ambiente decidida-
mente pro-polaco y se consagró desde muy
joven a la pintura historicista. Dos de sus
hermanos mayores combatieron a los aus-
tríacos para conservar la efímera ciudad
libre de Cracovia en 1846, y él mismo apo-

JAN ŽIŽKA. Este general checo, segui-
dor del sacerdote reformista Jan Hus, aparece
matando al teutón Heinrich von Schwelborn.
Considerado uno de los militares más impor-
tantes de la historia, se haría célebre más tar-
de por inventar los carros de combate.
ZYNDRAM DE MASZKOWICE. Este
caballero polaco alza la espada por detrás
de Von Jungingen, tal vez dispuesto a ata-
car al caudillo teutón.
yaría con dinero y armas a los rebeldes
durante el alzamiento antirruso de enero
de 1863. Pero su verdadera contribución
a la causa polaca serían sus óleos.
Expresivos, coloridos, imaginativos, icó-
nicos. La fuerza de la obra de Matejko no
reside en su fidelidad a los hechos, sino en
su eficacia a la hora de crear imágenes
memorables. El de Cracovia nunca permi-
ZAWISZA CZARNY. De este no-
ble polaco, recordado como un decha-
do de virtudes caballerescas, se cuenta
que salvó la bandera real en un momen-
to crítico de la batalla.
SAN ESTANISLAO. La victoria de
polacos y lituanos no habría sido posible
sin la protección de san Estanislao, pa-
trón de Cracovia, que contempla la con-
tienda desde el cielo.
tió que la realidad le estropeara una bue-
na historia. Con frecuencia incluía en sus
pinturas personajes que no pudieron estar
presentes en los hechos relatados. Por
ejemplo, en La campana de Segismundo
(1874), aparece erróneamente el príncipe
Segismundo II, que en el momento de los
hechos era, en realidad, un bebé. Lo mismo
sucede con personajes de El sermón de
MATEJKO
AUTORRETRATO, óleo de Matejko de 1892,
conservado en el Museo Nacional en Varsovia.
Skarga (1864) u Homenaje prusiano
(1882). La exactitud era secundaria para
Matejko, lo importante era reforzar el
mensaje: Polonia tenía un glorioso pasado
y merecía recuperar su independencia.
Matejko no murió ejecutado por sus de-
tractores. Bien al contrario, recibió toda
clase de honores, incluyendo un docto-
rado honoris causa por la Universidad
Jaguelónica. Le dieron su nombre a una
beca y a una plaza, lo nombraron hijo
predilecto de su Cracovia natal, le entre-
garon, incluso, un cetro simbólico que lo
identificaba como líder espiritual de la
nación. El único homenaje que no pudie-
ron rendirle en vida fue la Segunda Re-
pública de Polonia, que llegaría veinticin-
co años después de su muerte.
PARA SABER MÁS
INTERNET
Jan Matejko en el portal Culture.pl.
En inglés.
http://culture.pl/en/artist/jan-matejko
H I STO R I A Y V I DA 53
POLONIA
ENTRE
GUERRAS
La recuperación de la independencia tras la Gran Guerra
no fue un proceso fácil, y la República tuvo que afrontar
innumerables problemas sumida en una alta inestabilidad.
SERGIO SÁNCHEZ COLLANTES, DOCTOR EN HISTORIA
POLONIA

A
l terminar la Gran Guerra,
Polonia emergió de nuevo
como estado con un territorio
de 389.000 km2. Pero antes
tuvo que recorrer un camino
plagado de obstáculos, y su historia en
estos años presenta una complejidad
enorme. Los efectos de la guerra repre-
sentaron la primera dificultad, porque
sus territorios se hallaban en pleno fren-
te oriental. A las pérdidas humanas, que
algunos autores elevan hasta las 400.000
víctimas, habría que sumar medio millón
de heridos, las confiscaciones, el racio-
namiento y la destrucción de infraestruc-
turas. La producción agraria e industrial
se hundió, las cifras de paro se dispararon
y el hambre fue la secuela inevitable.
En ese contexto de tanto sufrimiento,
había algo positivo: la desaparición de
los grandes imperios beneficiaba a quie-
nes deseaban restablecer el estado de
Polonia, que había sido borrado del ma-
pa en 1795. Y con ese objetivo acudió a
la Conferencia de Paz de Versalles, en
1919, el Comité Nacional Polaco. Sin em-
bargo, dicha cumbre solo contribuiría a
fijar la frontera occidental.
Ante la perspectiva, cada vez más real, de
una Polonia independiente, las luchas en-
tre las facciones políticas se enconaron.
Las diferencias serían especialmente pro-
fundas entre dos figuras que dominaron
buena parte de la escena política: Roman
Dmowski, líder de los nacionaldemócratas,
y Józef Pilsudski, que se había iniciado en
el socialismo. Difería incluso su visión de
lo que era la comunidad nacional polaca:
mientras el primero –antisemita– soñaba
con una Polonia étnicamente homogénea
y católica, el segundo –lituano de naci-
miento– concebía una nación plurinacio-
nal donde las creencias religiosas no cons-
tituyesen un atributo esencial.
Será Pilsudski quien adquiera mayor pre-
ponderancia en la época de entreguerras.
A principios de noviembre de 1918, se
proclamó en Lublin una República Popu-
lar de izquierdas que pronto reconoció su
autoridad. Y cuando las tropas alemanas
dejaron Varsovia, el Consejo de Regencia,
antes de disolverse, lo nombró coman-
dante en jefe de las Fuerzas Armadas y
jefe del Estado con todos los poderes.
Entonces designó primer ministro al so-
cialista Jedrzej Moraczewski, que impul-

56 H I STO R I A Y V I DA

CONFERENCIA de paz en Versalles, 1919. En la pág.
anterior, el mariscal Pilsudski visita París, 1921.
só medidas avanzadas (como la jornada
de 8 horas, el salario mínimo, la inspección
de trabajo o el seguro de salud) y prome-
tió una reforma agraria. Luego se formó
un gobierno no partidista integrado por
técnicos y que lideró Ignacy Jan Paderews-
ki, un reputado pianista que tenía el apo-
yo de sectores muy diversos. Su obra más
notable fue instituir la escuela obligatoria
y gratuita de los 7 a los 14 años, no de
carácter laico pero sí interconfesional.
También se crearon durante su mandato
la Universidad de Poznan y la católica de
Lublin, y se restableció la de Wilno.
Delimitar un país renacido
Lo más acuciante era definir las fronteras,
proceso que Norman Davies considera uno
de los episodios más complejos de la Eu-
ropa contemporánea. Hicieron falta tres
años de guerras regionales, hasta 1921,
tres años que propiciaron un crecimiento
sustancial del ejército polaco (a mediados
de 1920 rondaba el millón de hombres).
La lucha por las fronteras supuso el en-
HICIERON FALTA TRES
AÑOS DE GUERRAS
REGIONALES, HASTA 1921,
PARA DEFINIR LAS
FRONTERAS DE POLONIA
frentamiento con Alemania, Checoslova-
quia, Lituania, Ucrania y Rusia.
La Conferencia de Versalles tomó varios
acuerdos relacionados con los límites
noroccidentales del nuevo país, adjudi-
cándole Poznania y el grueso de Pome-
rania en Prusia Occidental, con una es-
trecha salida al mar Báltico (el llamado
“corredor polaco”, en la desembocadura
del Vístula). Sin embargo, el puerto his-
tórico de Polonia, Gdansk, se convirtió
ahora en la ciudad libre de Danzig, y
quedó bajo la tutela de la Sociedad de
Naciones. En otras zonas los plebiscitos
no resultaron favorables a la causa pola-
ca, como en Masuria, que prefirió seguir
en Alemania, o como en la industriali-
zada Alta Silesia, de la que Polonia se
quedaría menos de un tercio (aunque
ventajoso en población y recursos). Y la
relación con los checos tampoco sería
ENTREGUERRAS
LOS POLACOS
Y LA I GUERRA
MUNDIAL
El precio pagado en
hombres dio opciones
al independentismo.
POLONIA NO EXISTÍA co-
mo país cuando estalló la Gran
Guerra, pero sí había polacos que
vivían en sus antiguos territorios,
ahora ocupados por los imperios
de Alemania, Austria-Hungría y
Rusia. Esas tres potencias necesi-
taron que todos sus habitantes
ayudaran en el esfuerzo bélico, de
modo que los polacos engrosaron
las diferentes tropas, incluso en
ejércitos enfrentados. Se calcula
que aportaron hasta dos millones
de combatientes en toda la guerra.
EL CONFLICTO FORJÓ la
leyenda de Józef Pilsudski, cuyas
legiones –bajo mando austríaco–
cosecharon sonados éxitos frente
a los rusos. Su cautiverio en Mag-
deburgo no hizo sino reforzar el
mito en la lucha por la independen-
cia. Mientras, otras personalidades
se consagraron a las gestiones di-
plomáticas, como el político Ro-
man Dmowski, que en agosto de
1917 creó el Comité Nacional Pola-
co, con sede en París.
LAS POTENCIAS BELIGE-
RANTES trataron de ganarse a
los polacos haciendo concesiones.
Los emperadores de Alemania y
Austria-Hungría anunciaron en no-
viembre de 1916 la creación de una
monarquía constitucional polaca
y luego se formó el Consejo de Re-
gencia. El zar prometió el restable-
cimiento de una Polonia libre pero
unida a Rusia, oferta superada tras
la Revolución de 1917 por el gobier-
no provisional, que apoyó sin reser-
vas la independencia. Y, ya en enero
de 1918, los Catorce Puntos de Wil-
son pedían una Polonia indepen-
diente y con acceso al mar, objetivo
que los aliados ya secundaban cla-
ramente ese mes de junio.
H I STO R I A Y V I DA 57
POLONIA
nada buena desde que ocuparan la re-
gión industrial de Teschen.
La zona oriental y sureste iba a resultar
más conflictiva. Los polacos tomaron la
parte occidental de Galitzia y luego se en-
frentaron a las tropas bolcheviques, que
en Rusia libraban su propia guerra civil
pero aspiraban a llevar la revolución al
centro de Europa. El Ejército Rojo había
llegado a las inmediaciones de Varsovia
cuando, en agosto de 1920, Pilsudski di-
rigió una exitosa operación desde el sur
que condujo a la derrota bolchevique. El
Tratado de Riga, firmado en marzo de
1921, puso fin a esta guerra, y Polonia
amplió sus territorios en el este.
Otros frentes les depararon más conflictos
y roces a los polacos. La ocupación de Vil-
na en 1920, por ejemplo, les granjeó la
animadversión de la recién independizada
Lituania, que veía en ella su capital histó-
rica. Así y todo, la Conferencia de Emba-
jadores de París no reconoció las fronteras
orientales de Polonia hasta marzo de 1923,
y la relación con los países vecinos, salvo
quizá Letonia y Rumanía, no sería buena.
La nueva Polonia tenía ante sí un reto
colosal por la diversidad de realidades
que comprendía en territorios que, ade-
más, presentaban un grado de desarrollo
muy desigual. El 75% de la población
vivía en el campo. De los 27 millones de
habitantes que tenía Polonia en 1921,
casi una tercera parte eran minorías na-
58 H I STO R I A Y V I DA
cionales, en general con su propia lengua:
así la ucraniana (14%), la judía (8%), la
bielorrusa (3,9%), la alemana (3,8%) y
otras en porcentajes menores (rusa, che-
ca, lituana). También convivían varias
confesiones religiosas, siendo la católica
romana la mayoritaria, profesada por
dos tercios de sus habitantes. Por si fue-
ra poca heterogeneidad, al empezar los
años veinte regían cuatro sistemas lega- FUNERAL del presidente Narutowicz, asesinado en
1922. A la izquierda, ocupación polaca de Vilna.
les diferentes, funcionaban cinco admi-
nistraciones, circulaban seis monedas y
hasta existían tres raíles de ferrocarril lada entre la derecha del grupo nacio-
incompatibles: debían unificar el fruto naldemócrata, el centro y la izquierda,
de más de un siglo de partición. con un tercio de los escaños cada facción,
aproximadamente. Roza Pomerantz se
La Segunda República convirtió ese año en la primera mujer
La Polonia que emergió después de la diputada de Polonia.
guerra fue un régimen parlamentario que La República democrática se afianzó con
tuvo que afrontar el desafío de sobrevivir la nueva Constitución de marzo de 1921,
EN LOS AÑOS VEINTE REGÍAN CUATRO SISTEMAS
LEGALES, CINCO ADMINISTRACIONES, SEIS MONEDAS...
en una Europa que pronto se revelaría que se inspiraba en la de la III República
adversa para los sistemas democráticos. Francesa. Recogía un amplio listado de
En los primeros meses, además, se mul- derechos y libertades civiles, incluida la
tiplicaron los conflictos sociales, que se religiosa y el sufragio femenino. Asimismo,
tradujeron en huelgas y protestas nume- mantenía las avanzadas medidas sociales
rosas tanto en el campo como en las ciu- del texto provisional de 1919, como la gra-
dades (Varsovia, Lublin, Lodz...). tuidad de la enseñanza. Sin embargo, in-
En 1919 se celebraron unas elecciones troducía una proporcionalidad que, unida
de las que resultó una Dieta muy parce- a las limitaciones del poder presidencial y
a las circunstancias que atravesaba el país,
abocaba una sucesión de gobiernos de
coalición inestables. Tampoco lograría
erradicar la corrupción política.
Cuando el país encauzaba su restableci-
miento, un trágico suceso conmovió a la
opinión pública. En las elecciones de di-
ciembre de 1922, el ingeniero Gabriel
Narutowicz se convirtió en el primer pre-
sidente de Polonia con el apoyo de la iz-
quierda, el centro y las minorías naciona-
les, mientras los sectores de la derecha
nacionaldemócrata alentaban violentas
protestas en las calles. A los pocos días,
fue asesinado en una galería de arte por
un extremista de esta facción política.
La crisis económica que se vivió en 1923
ayudó poco a la estabilización de la repú-
blica. La producción industrial era casi la
mitad de la existente en vísperas de la gue-
rra, y se desencadenó una hiperinflación
terrible, como en Alemania. Si en 1918 un
dólar se cambiaba por nueve marcos pola-
cos, en 1923 equivalía a varios millones.
El creciente descontento social generó
tensiones y huelgas, a menudo reprimidas
con gran dureza por el Ejército y la poli-
cía. También se restringieron los derechos
de las minorías nacionales. Aquellos días
no faltaron incluso los atentados terro-
ristas. Gobernaba entonces el centrista
Wincenty Witos, del partido campesino
(PSL-Piast), pero a finales de 1923 tomó
el relevo Wladyslaw Grabski con el co-
metido de restablecer la estabilidad. Se
consiguió aplicando medidas severas de
recorte del gasto público y recaudación
de impuestos, así como la creación de
una moneda fuerte basada en el patrón
oro: el esloti (zloty). Para facilitar la ex-
portación de carbón, también se cons-
truyó un ferrocarril entre la Alta Silesia
y Gdynia, donde se acondicionó un gran
puerto que rápidamente convertiría en
ciudad lo que hasta entonces había sido
una diminuta localidad pesquera.
La confianza se fue recuperando y pudo
superarse la delicada coyuntura, a pesar
de la mala cosecha de 1924 y la ofensiva
de tarifas que inició Alemania poco después.
Pero la reforma agraria impulsada en 1925
parecía tibia: todavía en 1931, una cuarta
parte del suelo cultivable de Polonia esta-
ba en manos de 64.000 propietarios.
En el plano de las relaciones internacio-
nales, mientras tanto, el peligroso acerca-
miento entre Rusia y Alemania sellado en
el Tratado de Rapallo (1922) lo compensó
Polonia firmando alianzas con Francia y
Rumanía. Pero en los acuerdos de Locarno
no obtuvo las garantías deseadas para sus
fronteras. En 1925 se firmó un concorda-
to por el que la Iglesia católica romana
obtenía notables privilegios.
En torno a 1926, Polonia había avanzado
de modo notable, si se considera el punto
H I STO R I A Y V I DA 59
POLONIA

de partida y lo mucho que tuvo que crear

ex novo: Parlamento, leyes, administración,
sistema de enseñanza, red de comunica-
ción, Ejército, finanzas, etcétera.

El golpe de Pilsudski
En noviembre de 1925 se había formado
un gobierno de coalición encabezado por
el moderado Aleksander Skrzynski, pero
dimitió al cabo de medio año y Witos re-
gresó al cargo de primer ministro. Enton-
ces Pilsudski, que se había retirado de la
vida pública, marchó sobre Varsovia con
varias unidades rebeldes del Ejército. Era
el 12 de mayo de 1926, y en el puente de
Poniatowski, sobre el Vístula, tuvo lugar
un histórico cara a cara del mariscal con
el veterano socialista Stanislaw Wojcie-
chowski, segundo presidente de la Repú-
blica. Los enfrentamientos se prolongaron
durante tres días, con un saldo de 379
muertos y casi mil heridos. Una huelga de
ferroviarios impidió que llegasen los re-
fuerzos gubernamentales.
En aquel contexto, el temor a un golpe de
la derecha nacionalista proporcionó a
Pilsudski muchos apoyos desde la izquier-

PARTE DE LA IZQUIERDA
DIO SU RESPALDO
A PILSUDSKI POR MIEDO
A UN GOLPE DE LA
DERECHA NACIONALISTA
da. El grueso de sus antiguos colaborado-
res socialistas le darían la espalda, pero
no sus viejos compañeros de las legiones.
El Ejército, de hecho, aumentó cada vez
más su presencia en la vida social y polí-
tica. Los coroneles leales al mariscal irían
ocupando puestos clave (Józef Beck, Wa-
lery Slawek, Adam Koc...).
No es fácil definir el nuevo régimen, de
notoria vaguedad ideológica. Muchos lo
percibieron en aquel momento como
progresista, pero es obvio que termina-
ba con la normalidad parlamentaria aun
cuando se mantuvieran varios de sus
elementos formales, como la actividad
de los partidos. Los grupos afines al fas-
cismo, de hecho, se oponían al mariscal,
PILSUDSKI, foto sin datar. En la página opuesta, el presidente Moscicki inspecciona las tropas, junio de 1939. y el carácter laico del régimen tampoco
gustaba a la Iglesia católica.

60 H I STO R I A Y V I DA

Sea como fuere, el autoritarismo irá pre-
valeciendo. En apariencia, Józef Pilsuds-
ki solamente era inspector general de las
Fuerzas Armadas y ministro de la Guerra,
sin asumir el cargo de dictador; pero de
facto era el dueño de la situación, ya que
ejercía su poder en la sombra por medio
de figuras interpuestas. Además, la re-
forma constitucional de agosto le dio
tales poderes al presidente que podía
disolver el Parlamento, gobernar por de-
creto y aprobar el presupuesto.
El golpe inició lo que se llamó “la Sanacja”,
nombre que remitía al “saneamiento” po-
lítico y moral. La crítica de la corrupción
y la retórica antiparlamentaria, de hecho,
eran habituales. Aunque no se constituyó
un régimen de partido único, surgió una
formación de seguidores de Pilsudski: el
BBWR (Bloque No Partidista de Coopera-
ción con el Gobierno). Se creó en 1928 y
obtuvo un 25% de los escaños, pero la
oposición vivía intimidada y cada vez más
perseguida, realidad acentuada en víspe-
ras de las elecciones de 1930, cuando se
produjo un rosario de detenciones de lí-
deres o activistas de la oposición. El BBWR
logró entonces la mayoría absoluta.
Entretanto, el contexto de mejora econó-
mica favorecería al nuevo régimen esta-
blecido. El alto precio de los productos
agrícolas benefició a los campesinos, y
las inversiones extranjeras fueron consi-
derables. También sirvió de alivio la fuer-
te emigración: solamente a Francia lle-
garon más de 300.000 polacos entre 1925
y 1930, la mayoría a las zonas mineras de
Lille, pero también viajaron al otro lado
del Atlántico (a Canadá, 103.000; a Ar-
gentina, 119.000). En general, la coyun-
tura permitió ampliar las prestaciones
sociales y extender la instrucción elemen-
tal a lo largo del territorio.
Sin embargo, esa bonanza económica se
vio interrumpida por la Gran Depresión,
que también tuvo su repercusión en el
estado polaco. Al poco de empezar la
década de 1930, la producción industrial
había caído a la mitad, hasta un tercio
de la mano de obra se vio abocada al
desempleo y, en el campo, donde los
trabajadores en paro sumaban 2,5 mi-
llones, el desplome de precios extendió
la miseria. Dada la mermada situación
del erario público, las ayudas sociales
resultaban insuficientes.
Ese difícil contexto económico contribuyó
a radicalizar las actitudes políticas. Los
nacionaldemócratas se escoraron aún más
a la derecha. Paralelamente, el gobierno
redujo las libertades de asociación y ma-
nifestación, quedó comprometida la in-
dependencia de la justicia y las purgas
llegaron a la universidad. Los nueve presos
políticos que había en 1931 pasaban de
diecisiete mil en 1933. Mientras, los sepa-
ratistas ucranianos eran perseguidos sin
tregua. Hasta el episcopado católico ro-
mano, liderado por el cardenal Hlond,
censuró más abiertamente el progresivo
ENTREGUERRAS
Una época
de explosión
cultural
EN EL PERÍODO de entreguerras,
la cultura polaca vivió una edad dora-
da. Muchos autores se lanzaron a la
búsqueda de nuevas formas de expre-
sión e hicieron de la creatividad su se-
ña de identidad. Fue el caso de los
poetas del grupo Skamander, liderados
por Jaroslaw Iwaszkiewicz, que explo-
raron temáticas sexuales, exóticas o
surrealistas. Destacó también el pintor
y dramaturgo Witkacy, maestro en el
teatro del absurdo, cuyo suicidio en
septiembre de 1939 encarnaba el des-
tino trágico de toda una generación. El
escritor Bruno Schulz (en la imagen in-
ferior) o el poeta Julian Tuwin sirven,
además, para ilustrar la contribución
de los judíos a la literatura.
ENTRE LOS ESCRITORES van-
guardistas sobresalen asimismo Witold
Gombrowicz, que llegó a ser candidato
el premio Nobel de Literatura, igual que
Stefan Zeromski. Quien obtuvo ese ga-
lardón en 1924 fue el novelista Wla-
dyslaw Reymont. Y en medio de tanta
efervescencia literaria no faltaron muje-
res que brillaron con luz propia, como
Maria Dabrowska y Zofia Nalkowska.
AUNQUE TARDÍO, no fue menor
la importancia del movimiento futuris-
ta polaco, con autores como Bruno
Jasienski o Tytus Czyzewski, que se
agruparon en torno a la revista Zwrot-
nica. En pintura, escultura, fotografía,
diseño gráfico y otros campos, Polonia
ocupó un lugar de honor en las Van-
guardias de entreguerras.
H I STO R I A Y V I DA 61
POLONIA

autoritarismo. Pero el mariscal seguía agudizó los problemas de las minorías

conservando una masa de partidarios.
El régimen de los coroneles
Un cáncer de estómago terminó con la
vida de Pilsudski en mayo de 1935. Ocu-
rrió poco después de aprobarse una Cons-
titución que reforzaba la primacía del
Estado y los poderes del presidente. Entre
otras prerrogativas, quedaba facultado
para disolver las cámaras, anular sus de-
cisiones y nombrar a los ocupantes de
muchos puestos clave. Por el contrario,
la Dieta veía reducido su papel y el nú-
mero de diputados. El texto, en puridad,
recrudecía el autoritarismo y el viraje
hacia la derecha corporativa.
Bajo la presidencia de Ignacy Moscicki,
mantuvieron su preponderancia varios
coroneles que venían desempeñando car-
gos relevantes. Edward Rydz-Smigly, ele-
vado a mariscal de Polonia, fomentó un
verdadero culto a su persona. Pero la Sa-
nacja no logró ampliar su respaldo popular,
y las tensiones sociales se intensificaron.
En 1936 y 1937 hubo enérgicas huelgas
de obreros y campesinos que fueron du-
ramente reprimidas. Además, la situación
nacionales. Los judíos, en particular, su-
frieron las consecuencias del antisemitis-
mo, azuzado por los nacionaldemócratas,
que llamaban a boicotear sus negocios y a
participar en manifestaciones.
En el ámbito económico, las principales
secuelas de la crisis fueron remitiendo
desde 1935. Se adoptó en este período una
política intervencionista que preveía crear
una Región Industrial Central; construir
diversas fábricas, centrales hidroeléctricas
y plantas químicas, aunque dirigidas sobre
todo a fines militares; y hacer una serie de
inversiones que propiciasen la moderni-
EL PAÍS SE HABÍA MODERNIZADO, PERO LOS POLACOS
SOLO DISFRUTARON DE DEMOCRACIA HASTA 1926
zación de la agricultura, la educación y las
comunicaciones a medio plazo.
Observados con perspectiva los años de
la independencia, Polonia se había mo-
dernizado y mejorado su nivel de vida.
El porcentaje de analfabetismo se redujo
a una cuarta parte. La prensa vivió una
expansión notable. También la radio (los
INVASIÓN de Polonia, 1939. A la izqda., cena de gala
con Rydz-Smigly en primer término. Varsovia, 1936.
120.000 aparatos que había en 1927 se
duplicaron en 1930 y llegaron al millón
en 1939). Pero sus habitantes, que en 1939
rondaban los 35 millones, no disfrutaron
un régimen democrático más que hasta
1926, y la economía rural no se había
desarrollado lo suficiente.
La muerte de Pilsudski se produjo en un
momento delicado para la seguridad de
Polonia, considerando su posición geoes-
tratégica y el apaciguamiento de las demo-
cracias occidentales. Entre la URSS de
Stalin y la Alemania de Hitler, la política

62 H I STO R I A Y V I DA

exterior de Józef Beck, ministro del ramo,
fue buscar el correcto equilibrio sin aliarse
con ninguna. Esto se tradujo en la firma de
sendos pactos de no agresión en 1932 y
1934, respectivamente. Pero la situación
fue a peor. En septiembre de 1938, en vir-
tud de los acuerdos de Múnich, los Sudetes
fueron cedidos al Reich. Y Polonia no dejó
de aprovechar la debilidad de Checoslova-
quia para anexionar Teschen en octubre.
Las exigencias de Hitler continuaban. Pedía
la devolución de Danzig y vías de comuni-
cación que atravesaran el corredor polaco,
mientras seguía invitando a Polonia a que
ingresara en el Pacto anti-Komintern. Pero
las autoridades de Varsovia no cedieron.
Tras una famosa declaración pública de
Neville Chamberlain, en abril de 1939 se
produjo formalmente la garantía de apoyo
británico a la independencia de Polonia,
pronto secundada por Francia.
Las tropas nazis invadieron Polonia el 1
de septiembre de 1939 y se desencadenó
la Segunda Guerra Mundial. Apenas dos
semanas más tarde, el ejército soviético
ocupó las regiones orientales del país. Se
ejecutaba así lo acordado en el pacto de
no agresión germano-soviético firmado
en agosto de 1939. Los límites exactos del
nuevo reparto figuraban en un protocolo
secreto que se desvelaría años más tarde
y que la URSS no reconoció hasta 1989.
Después de que una generación entera
hubiese interiorizado nuevamente la in-
dependencia de su país, Polonia volvía
a esfumarse del mapa europeo.
ENTREGUERRAS
PARA SABER MÁS
ENSAYO
BEAUVOIS, Daniel. Histoire de la Pologne.
París: Hatier, 1995. En francés.
DAVIES, Norman. Heart of Europe. A short
history of Poland. Oxford: Oxford Universi-
ty Press, 1984. En inglés.
MINK, Georges. La Pologne au coeur de
l’Europe: de 1914 à nos jours: histoire po-
litique et conflits de mémoire. París: Bu-
chet-Chastel, 2015. En francés.
TYMOWSKI, Michal. Une histoire de la Po-
logne. Montricher: Éditions Noir sur Blanc,
1993. En francés.
CATÁLOGO
BONET, Juan Manuel y KURC-MAJ, Paulina
(comisarios). Un mundo construido: Po-
lonia, 1918-1939. Madrid: Círculo de Bellas
Artes, 2011.
H I STO R I A Y V I DA 63
 DESTRUCCIÓN del gueto de Varsovia,
1943. Judíos vigilados por las SS.

RESISTIR EN
Entre abril y mayo de 1943, los ocupantes alemanes tuvieron que enfrentarse
a la inesperada resistencia de los judíos encerrados en el gueto de la ciudad.
DARIUSZ ROGUT, INVESTIGADOR EN LA ACADEMIA DEL ARTE DE LA GUERRA, REMBERTÓW (POLONIA)
64 H I STO R I A Y V I DA
POLONIA
A
l amanecer del 19 de abril de
1943, víspera de la fiesta judía
de la Pascua, nadie de entre
los miles de personas hacina-
das en el gueto de Varsovia
podía predecir los acontecimientos que
iban a tener lugar en pocas horas. Lo que
ocurrió se convertiría en uno de los sím-
bolos del heroísmo de los judíos polacos.
Aquella mañana, soleada pero fría, las
tropas motorizadas de las SS (el organis-
mo paramilitar del partido nazi) y de la
policía alemana entraron en el recinto.
Heinrich Himmler, el omnímodo líder
de las SS, había decidido liquidarlo y de-
portar a entre 60.000 y 70.000 judíos al
campo de exterminio construido por los
nazis en Treblinka. Pero, para sorpresa de
los germanos, estalló un levantamiento.
Los ocupantes de aquel infecto lugar, lejos
de amilanarse, ofrecieron una resistencia
organizada. ¡El gueto se defendía!
Los alemanes lo habían levantado más
de dos años antes, en noviembre de 1940.
Lo separaron del exterior con muros altos
y puestos policiales, por lo que cortaron
todo contacto con la parte “aria” de la
ciudad. Muy pronto congregaron allí a
miles de personas. En enero de 1941 había
66 H I STO R I A Y V I DA
EL GUETO, con el muro al final de una de sus
calles, en una foto del 3 de febrero de 1941.
en el gueto unos 400.000 judíos y en mar-
zo, alrededor de 460.000. Las raciones de
comida eran prácticamente inexistentes,
por lo que quienes no tenían trabajo ni
dinero morían de hambre en las calles. No
había casas desocupadas ni habitaciones
para dormir. “En las cunetas y las aceras
se amontonan cuerpos humanos desnudos
y extenuados por el hambre. Junto a ellos
se encuentran los vivos, en una situación
no muy diferente de los muertos [...]. Se
LAS RACIONES DE COMIDA ERAN CASI INEXISTENTES,
Y QUIENES NO TENÍAN TRABAJO MORÍAN DE HAMBRE
puede ver a las madres con los niños pe-
queños tumbados inmóviles al lado de
ellas o en sus rodillas. No sé si están ya
muertos o si sus madres están esperando
su muerte”, escribió un testigo.
Sin hogar, sucios, llenos de piojos, des-
nutridos, sin acceso a agua corriente, los
habitantes del gueto dormían y comían
en las calles. En aquella tesitura, el tifus
y la tuberculosis recogían abundante co-
secha. Sin embargo, la comunidad no era
homogénea, y el testigo anterior anotó:
“Los que tienen dinero buscan la abun-
dancia, la persiguen en el bullicio sofo-
cante siempre lleno de cafés, se zambullen
en la música de baile y en los locales noc-
turnos. Los que no tienen nada, los po-
bres, buscan la suerte escondida en la
mohosa patata entre la basura y, cuando
no la encuentran, en el mendigado trozo
de pan, lo que por un momento les per-
mite olvidar lo que es el hambre”.
Con el objeto de aparentar cierta “nor-
malidad”, Alemania creó, recurriendo a
conocidos ciudadanos judíos, el Consejo
Judío y el Servicio Judío de Orden. Sin
embargo, a pesar de compartir el origen
étnico con el resto de miembros del gue-
to, con el paso del tiempo se instauró el
terror. Los alemanes fusilaban sin oposi-
ción a judíos en el acceso a la parte pola-
ca de la ciudad; practicaban la “caza” en
las calles, disparando a hombres, mujeres
y niños; llevaban a cabo redadas y trans-
portaban a los capturados a los campos
de trabajo. Todas las noches se podían oír
disparos y gritos de gente pidiendo ayuda.
Nadie se sentía protegido ni estaba segu-
ro de ver llegar el siguiente día. El miedo
había paralizado el instinto de autode-
fensa, y llevó a la mayoría de los habitan-
tes a la obediencia pasiva. Todos estaban
a merced de sus captores.
La respuesta al terror
A mediados de julio de 1942, los alemanes
comenzaron el exterminio de los judíos y
la liquidación del gueto de Varsovia como
parte de la Operación Reinhard, la Solución
Final en el Gobierno General. Como re-
cuerda el testigo mencionado: “Miles fue-
ron a morir, pasivamente, sin resistencia.
Un joven soldado alemán guiaba a la muer-
te a cientos de personas, y nadie se atrevió
a agarrarlo por la garganta hasta estran-
gularlo. Cuando un judío en el gueto bus-
caba a otras diez personas para enfrentar-
se a los alemanes, no las encontraba...
Cuando les proponía actuar, alegaban
tener esposa, hijos, responsabilidades...
Cada uno tenía algo a lo que atenerse.
Nadie quería morir por los demás”.
El 21 de septiembre, unos 300.000 ha-
bitantes del gueto, alrededor del 80%
 EL GUETO DE VARSOVIA

LA ESPELUZNANTE PESADILLA DE UN PAÍS OCUPADO

Las fuerzas de Hitler intentaron erradicar el sentimiento nacional polaco y dispensaron un trato brutal
a la población, que tenía prohibido prestar ayuda a los judíos bajo pena de muerte.
APLICAR EL ESPANTO
Los territorios polacos ocupados por Alemania
a partir de septiembre de 1939 se dividieron en
dos partes: una fue incorporada directamente
al Tercer Reich, y en la otra se creó el llamado
Gobierno General, con cierta autonomía. Desde
los primeros días de la ocupación, la política
alemana hacia la población polaca tuvo un ca-
rácter brutal, implementada en conformidad
con la declaración de Himmler de que “los po-
lacos debían ser borrados de la faz de la tierra”.

GERMANIZACIÓN O CASTIGO
En Varsovia, como en otras partes, lo que regía
la vida cotidiana eran las detenciones masivas,
las ejecuciones callejeras (sobre todo de repre-
sentantes de la elite intelectual) y los despla-
zamientos a Alemania para el sometimiento a
trabajos forzados. Fueron clausuradas las edi-
toriales, las redacciones de prensa y las escue-
las secundarias y superiores. Con la prohibición
de la enseñanza de la historia, la geografía y la
literatura polacas se pretendió germanizar a la
sociedad. Por ley, la posesión de una radio era
punible con la cárcel, y cualquier tipo de ayuda
a los judíos era castigada con la pena de muer-
te. Se introdujo el principio de responsabilidad
colectiva, por el que el castigo no era impuesto
únicamente a quien prestara tal asistencia, si-
no también a su familia y vecinos.

LA EXTENSIÓN DEL HAMBRE

Las autoridades alemanas llevaron al límite la
explotación económica del territorio polaco, to-
mando posesión de las grandes empresas es-
tatales y privadas. La población se encontraba
en una situación difícil: los salarios no eran
proporcionales al precio de los alimentos, que
fueron estrictamente racionados. Las raciones
eran tres veces inferiores a los mínimos calóri-
cos necesarios para subsistir. Esto dio lugar a
una disminución de la tasa de natalidad y a la
extensión de enfermedades infecciosas.

MOMENTO DE REBELIÓN
Pese a todo, el pueblo polaco no aceptó la pér-
dida de su independencia. Ya en septiembre de
1939, se habían creado las primeras células del
Estado secreto polaco, un conjunto de estruc-
turas clandestinas militares (Ejército Nacional,
AK) y civiles (administración, poder judicial y
sistema educativo). El apogeo de la lucha con-
tra los alemanes tuvo lugar durante 1944, y su
final fue el levantamiento de Varsovia, acaeci-
do el 1 de agosto de aquel año.

TRANVÍA destinado a los judíos del gueto, como indicaba la estrella de David montada en la parte superior.
de su población, fueron enviados a Tre-
blinka. Sin embargo, una parte de la
comunidad judía decidió luchar contra
los opresores, aunque fuese en clara des-
ventaja. En noviembre nació la Unión
Militar Judía (ZZW), compuesta por ofi-
ciales del ejército polaco y activistas de
la derecha judía vinculados al movimien-
to sionista (entre otros, la organización
Betar, cuyos miembros habían sido en-
trenados regularmente por oficiales del
ejército polaco antes de la Segunda Gue-
rra Mundial). Por todo ello, la ZZW tenía
una estructura militar y fue dividida en
departamentos. Sus miembros, bajo las
órdenes de Pawel Frenkel y de Leon Ro-
dal, estaban bastante bien entrenados y
contaban con armas (pistolas de mano,
explosivos caseros, cócteles molotov...)
que habían obtenido ellos mismos o a
través de la resistencia polaca.
Unos meses antes, en agosto, los grupos
políticos y sociales judíos habían formado
la Organización Judía de Combate (ZOB),
encabezada por Mordecai Anielewicz,
Szomer, de 24 años. Las armas que recibió
68 H I STO R I A Y V I DA
la ZOB de manos de los resistentes polacos
ayudaron a perpetrar el asesinato de Jakub
Lejkin, el jefe de la policía judía, y, un mes
más tarde, el de Yisrael First, representan-
te del Consejo Judío. Un poco antes del
estallido de la insurrección, se estableció
la cooperación entre la ZOB y la ZZW.
El 18 de enero de 1943 se cerró el gueto
y comenzó una segunda oleada aniqui-
ladora. Esta vez los alemanes encontraron
LA PRIMERA VICTORIA DE LOS RESISTENTES PROVOCÓ
UN CAMBIO PSICOLÓGICO EN LA COMUNIDAD JUDÍA
resistencia. Los grupos armados atacaron
en las calles Mila y Zamenhof. Aunque
sufrieron gran número de bajas, lograron
detener la acción represiva. Fue la pri-
mera victoria de los resistentes judíos y
una gran sorpresa para los alemanes, que
de ningún modo se lo esperaban. Todo
ello provocó también un notable cambio
psicológico en la comunidad judía, que
desde entonces albergó la esperanza de
plantar cara a los opresores.
Tras un primer momento de confrontación
abierta, las fuerzas judías pasaron a la
guerrilla. Montaron emboscadas en la
calles contra miembros de las SS, de la
Gestapo (la policía secreta del Estado ale-
mán) y de la policía judía. Liquidaron a
los que consideraron traidores –fuesen
delatores, colaboradores de la Zagiew
(Guardia Judía de la Libertad) o policías
judíos– y a los alemanes que entraron en
el recinto. En palabras del representante
del Bund (Unión General de Trabajado-
res Judíos): “Organizamos la defensa del
gueto no porque pensemos que podemos
defenderlo, sino para que el mundo sea
consciente de la inutilidad de nuestra lu-
cha, como muestra de desesperación. [...]
Vamos a ver si nosotros, los judíos, todavía
tenemos derecho a morir en combate, y
no por medio de la tortura, como Hitler
ordenó”. Compraron o recibieron de la
resistencia polaca armamento ligero, ex-
plosivos y granadas, así como instruccio-
nes sobre sabotaje, preparación de bote-
llas incendiarias y construcción de minas,
granadas de mano y refugios.
Diferencia de efectivos
Las fuerzas que participaron en la repre-
sión del levantamiento, bajo el mando
del general de las SS Jürgen Stroop, con-
taban con aproximadamente 2.000 sol-
dados de las Waffen-SS (cuerpo de élite
de las SS); tropas de policía, zapadores
y artilleros de la Wehrmacht (las Fuerzas
Armadas), del batallón auxiliar mixto
lituano-letón y del batallón de formación
ucraniano de Trawniki, así como con la
estrecha colaboración de la SD (servicio
de inteligencia de las SS) y la Gestapo.
Estaban armadas con 13 ametralladoras
pesadas y 69 ligeras, 115 pistolas ametra-
lladoras, 1.174 fusiles, un obús de 105 mm,
3 cañones antitanques de 20 mm y 3
automóviles blindados.
El gueto fue rodeado literalmente. Además
del contingente humano, para destruir los
búnkeres, refugios y escondites, los ale-
manes utilizaron explosivos, lanzallamas,
gases lacrimógenos y bombas de humo.
Bajo la orden del general Stropp, los sol-

dados prendieron fuego y volaron casi
todos los edificios del distrito.
Les hicieron frente, como máximo, entre
750 y 800 combatientes pobremente ar-
mados, entre ellos unos 100 o 150 de la
ZZW, además de entre 220 y 400 de la
Organización Judía de Combate (incluidas
muchas mujeres) y unos cuantos solda-
dos. Según diversas fuentes, la ZZW tenía
dos o tres ametralladoras ligeras, algunos
fusiles, unas 200 pistolas y unos cientos
de granadas y botellas incendiarias. Por
su parte, el ZOB contaba con dos ametra-
lladoras ligeras, 10 fusiles, entre 200 y
300 pistolas, alrededor de 2.000 granadas
y el mismo número de botellas incendia-
rias y cientos de kilos de explosivos. La
comunicación con la parte polaca de la
ciudad y el abastecimiento desde ella se
mantenían gracias a los túneles que cava-
ron los propios insurgentes.
Combate de guerrilla
La lucha que se desarrolló en el gueto fue
extremadamente dura. Se llevó a cabo en
las calles, donde los alemanes introducían
EL GUETO DE VARSOVIA
vehículos blindados, artillería de campaña
y antitanques. Su objetivo era dividir a los
defensores para convertirlos en grupos
dispersos y focos de resistencia aislados.
Pero ellos evitaban los combates directos,
y se defendían a partir de los búnkeres y
los puestos fuertes de la resistencia. Los
búnkeres, con una extensa red de túneles
y pasos subterráneos, les permitían llevar
a cabo eficaces emboscadas y seguras re-
tiradas a las principales posiciones defen-
sivas. Además, protegían a la población
civil de los ataques aéreos alemanes. Los
mayores búnkeres fueron construidos en
la plaza Muranowski y en las calles Mila,
Swietojerska, Franciszkanska, Nowolipie
y Leszno. Los insurgentes resistieron. Des-
de casas y techos lanzaban granadas y
botellas de gasolina. Disparaban desde las
ventanas y balcones. Lucharon por cada
calle, defendieron cada casa... Incapaces
de romper la resistencia, los alemanes de-
cidieron cortar los suministros de electri-
cidad y agua, y el 23 de abril prendieron
fuego al gueto con lanzallamas. Como en
su día refirió un combatiente: “Las llamas
UN CONJUNTO de cadáveres sobre escombros
en una parte del gueto. Abril o mayo de 1943.
cubren todo el bloque, el humo negro as-
fixia, quema los ojos. [...] Las llamas se
aferran a la ropa, que comienza a arder.
El asfalto se derrite bajo nuestros pies en
una negra y pegajosa pringue. Con el calor
del pavimento, las plantas arden”. Los in-
surgentes se replegaban a las fortificacio-
nes siguientes, resistiendo a los alemanes
y protegiendo al pueblo de las ejecuciones.
Sin embargo, la desproporción de fuerzas
y la falta de armas y municiones les obligó
a retirarse sistemáticamente. De todos
modos, el mayor enemigo era el fuego, y
los incendios llegaron a todas partes. No
había refugios o albergues seguros.
Miles de personas murieron en las llamas,
otros al saltar desde tejados y ventanas
huyendo del fuego. Otros más corrieron
a las calles y patios, donde cayeron en
manos de las SS. Fueron ejecutados allí
mismo o deportados al campo de exter-
minio. El testigo recuerda: “Nos dicen que
nos arrodillemos. No nos podemos mover.
En el centro de la habitación hay una le-
trina improvisada. El hedor y el humo son
terribles. Los niños están llorando, los
H I STO R I A Y V I DA 69
POLONIA

De ocupantes y cautivos MORDECAI

ALGUNOS DE LOS PERSONAJES RELACIONADOS
CON EL LEVANTAMIENTO DEL GUETO
WLADYSLAW E. SIKORSKI
Militar y político nacido en Polonia en 1881.
Teniente general del Ejército, comandante en jefe
de las Fuerzas Armadas y primer ministro del go-
bierno en el exilio durante la Segunda Guerra Mun-
dial. Sikorski (en el centro) falleció en julio de 1943
en un accidente aéreo en Gibraltar. Fue enterrado
en el cementerio destinado a los pilotos polacos en
Newark, cerca de Nottingham (Inglaterra). En 1993
sus restos fueron trasladados a Varsovia, y en sep-
tiembre de ese mismo año fueron depositados en
la cripta del castillo de Wawel, en Cracovia.
MAREK EDELMAN
Activista político y social judío,
cardiólogo de profesión, nacido
en Polonia entre 1919 y 1922.
Durante la Segunda Guerra
Mundial fue miembro de la
Unión General de Trabajadores
Judíos (Bund). En 1942 sería
uno de los fundadores de la Or-
ganización Judía de Combate
(ZOB). Tras la muerte de Mor-
decai Anielewicz se convirtió
en el líder de los combatientes
de la ZOB durante los enfrenta-
mientos en el gueto. En 1944
participó en la sublevación de
Varsovia. Después de la guerra
se instaló en Lódz. Desde prin-
cipios de los años ochenta
formó parte del sindicato Soli-
daridad. Murió en 2009.
ANIELEWICZ
Nacido en 1919 o 1920, perteneció a la
organización de izquierdas sionista de
scouts Ha-Szomer Ha-Cair. En la pri-
mavera de 1942 cofundó el Bloque
Antifascista Judío en los guetos del
Gobierno General y en Silesia. A partir
de diciembre fue comandante de la
ZOB en el levantamiento del gueto
de Varsovia. Organizó el asesinato
de Jakub Lejkin, subcomandante de
la policía judía del gueto. Entre el 18
y el 21 de enero de 1943
encabezó la primera
defensa armada en el
recinto, lo que llevó a
la suspensión de la de-
portación. Desde el 19
de abril fue jefe de la
ZOB. Murió el 8 de
mayo, junto a la mayor
parte del comando de
esta organización.
PAWEL FRENKEL
Nacido en 1920, fue miembro del
movimiento juvenil judío de la extre-
ma derecha sionista Betar. En 1943
se convirtió en uno de los líderes de
la Unión Militar Judía (ZZW) y en
el jefe de su Departamento Militar y
de Información. Durante el levanta-
miento, fue comandante del cuartel
general de la ZZW en la plaza Mura-
nowski. Murió el 23 de junio de aquel
año en Varsovia durante la lucha.

quemados están gimiendo. Por las ven-
tanas nos llega el sonido de las ráfagas
constantes de los fusiles”.
De día el gueto estaba abandonado, pero
la lucha continuaba. Los insurgentes se
escondían en refugios y por la noche ata-
caban a las patrullas y columnas alemanas.
Sin embargo, los alemanes los rodearon,
y el 8 de mayo detectaron el gran búnker
sede del ZOB, en la calle Mila. Tras dos días
de combates, los alemanes lanzaron una
bomba sobre él. Por el gas o por suicidio
murieron más de 130 militantes, entre ellos
el líder del ZOB, Anielewicz. En su lucha
murió el comandante de la ZZW Leon Ro-
del con la mayoría de sus soldados. Esca-
paron solo Pawel Frenkel y algunos de sus
hombres. Gracias a la ayuda de los polacos,
se escondieron en Varsovia hasta el 23 de
junio. Sin embargo, ese mismo día se vieron
cercados por la gendarmería alemana y
murieron en la refriega que siguió. También
perdieron la vida la mayoría de los solda-
dos de la ZZW. Un pequeño grupo de com-
batientes escapó por los sistemas de al-
cantarillado, y con ayuda de los polacos
alcanzó el bosque cercano a Varsovia.
Durante la sublevación hubo también tro-
pas polacas del Ejército Nacional (AK) que
atacaron los puestos exteriores alemanes
y dispararon contra las fuerzas que com-
batían en el gueto. Pero la capacidad mili-
tar del Estado polaco en la clandestinidad
era limitada. Si bien los soldados aniqui-
laron varias instalaciones alemanas, el
19 de abril fracasaron al intentar volar el
muro del gueto para permitir la huida de
los judíos. Las autoridades clandestinas
hicieron también un llamamiento a la po-
blación polaca para apoyar a los comba-
tientes del gueto, al igual que hizo el 5 de
mayo el primer ministro del gobierno po-
laco en el exilio, el general Wladyslaw Si-
korski, en un programa de radio de la BBC.
Pero el mundo, ante aquel grito pidiendo
ayuda, se mantuvo en silencio.
Paulatinamente, la resistencia comenzó
a perder fuerza. El 16 de mayo, los alema-
nes volaron la Gran Sinagoga en la calle
Tlomackie y el general Stroop escribió en
su informe: “¡El antiguo barrio residencial
judío ha dejado de existir!”. Esa es la fe-
cha oficial de la liquidación del gueto por
los alemanes, aunque los enfrentamientos

70 H I STO R I A Y V I DA

HEINRICH HIMMLER
Uno de los principales dirigentes de la Ale-
mania nazi, nacido en Múnich en 1900.
Himmler fue cofundador y líder de las SS
(desde 1929), la Gestapo (desde 1934) y
la policía (desde 1936), así como ministro
del Interior (desde 1943). Sería también
uno de los máximos responsables del ex-
terminio de los judíos en Europa. Detenido
por los estadounidenses tras la capitula-
ción del Tercer Reich, murió el 23 de ma-
yo de 1945 en Lüneburg (Alemania) tras
ingerir una cápsula de cianuro.
esporádicos continuaron hasta junio. So-
lo sobrevivieron los judíos que lograron
salir del gueto o que se mantuvieron en
sus escondites, en las ruinas y canales. Un
reducido número se escondió allí duran-
te varios meses. Muchos polacos acogie-
ron a fugitivos en sus hogares. Entre otros,
sobrevivió Wladyslaw Szpilman, promi-
nente intérprete y compositor cuya odisea
plasmó Roman Polanski en El pianista.
En total, hasta el estallido del levanta-
miento de Varsovia en agosto de 1944,
llegaron a esconderse en la parte “aria”
de la ciudad más de veinte mil judíos.
Balance de bajas
Las pérdidas alemanas, dadas como ofi-
ciales, fueron de 16 muertos y 85 heridos,
EL GUETO DE VARSOVIA
JÜRGEN STROOP
Stroop (2º por la izqda.) nació en
1895 con el nombre de Josef, que
cambiaría por Jürgen por considerar-
lo “más nórdico”. En 1939, como ge-
neral de brigada de las SS y coronel
de la policía en la Polonia ocupada,
tomó parte en las matanzas de judíos
y polacos llevadas a cabo en varias
ciudades. En 1943 fue responsable
de la represión del levantamiento del
gueto de Varsovia, por lo que fue as-
cendido en el escalafón de las SS.
Tras Varsovia, fue máximo jefe de las
SS y de la policía en Atenas, y de no-
viembre de 1943 a marzo de 1945, en
Wiesbaden (Alemania). En marzo de
1947 fue condenado a muerte por los
aliados, acusado de crímenes de gue-
rra. Enviado a Polonia al año siguien-
te, en 1951 fue condenado a morir en
la horca. Quedó encerrado hasta su
ejecución, el 6 de marzo 1952.
lo que sin duda son cifras subestimadas.
Es probable que en total muriesen y re-
sultaran heridos unos doscientos solda-
dos y policías. Tres vehículos blindados
fueron destruidos. Según las estimacio-
nes alemanas, 56.065 judíos fueron ase-
sinados o detenidos. En las luchas mu-
rieron entre 5.000 y 6.000 judíos, y
alrededor de 50.000 fueron deportados,
principalmente a Treblinka, donde fue-
ron sacrificados. Otros miles perecieron
bajo los escombros, y solo algunos cen-
tenares lograron escapar.
El levantamiento duró 28 días y su balan-
ce fue trágico. El gueto entero fue arrasa-
do hasta los cimientos. La mayor parte de
los insurgentes perdieron la vida. Según
nuestro testigo: “Bajo la influencia del
terrible y sobrehumano tormento, los ju-
díos entendieron que la muerte no era lo
más importante, y que lo era mucho más
decidir cómo morir y para qué. [...] No
soñaban con el fin de una lucha desespe-
rada. Los judíos tenían que morir, pero no
en una muerte miserable, inútil para cual-
quier hombre, sino por la defensa de la
dignidad humana y de su honor”.
Setenta años después
Durante el régimen comunista en Polonia,
la memoria del levantamiento de Varsovia
fue utilizada políticamente mediante la
manipulación de los hechos históricos. En
los trabajos científicos se omitía el funcio-
namiento de las estructuras de los nacio-
nalistas judíos y su lucha, mientras que se
glorificaba a los militantes de izquierda
del ZOB, se abultaba el número de insur-
gentes y armas y se daban informaciones
falsas. Se publicaron memorias poco fia-
bles, no verificadas por el uso de otras
fuentes. A su vez, las publicaciones extran-
jeras exageraron el papel de la ZZW.
Tras el giro político del país hacia la de-
mocracia en 1989, la situación comenzó
a cambiar. La abolición de la censura y la
aparición de publicaciones científicas
imparciales contradijeron los mitos crea-
dos y permitieron valorar con mayor ob-
jetividad las acciones de los judíos du-
rante el levantamiento. Lo que siempre
quedó al margen de toda duda fue la vo-
luntad de lucha de los recluidos en el
gueto de Varsovia. Pese al triste resulta-
do, los insurgentes obtuvieron una gran
victoria moral que pasó a formar parte
de la memoria no solo del pueblo judío,
sino también del polaco al completo.
Traducción: Bartosz Kaczorowski y Francisco Javier
López Avilés, Universidad de Lódz (Polonia)
PARA SABER MÁS
MEMORIAS
MOCZARSKI, Kazimierz. Conversaciones con
un verdugo. Barcelona: Alba, 2008.
RINGELBLUM, Emanuel. Crónica del gueto de
Varsovia. Barcelona: Alba, 2003.
SZPILMAN, Wladyslaw. El pianista del
gueto de Varsovia. Madrid: Amaranto /
Turpial, 2000.
MONOGRAFÍA
GRYNBERG, Michael (ed.). Voces del gueto
de Varsovia. Barcelona: Alba, 2004.
H I STO R I A Y V I DA 71
VARSOVIA
SE REBELA
CONTRA
EL TERROR
NAZI
En 1944, la capital de Polonia se sublevó
contra la ocupación alemana. Durante dos
meses, la resistencia polaca combatió
contra la maquinaria de guerra nazi sin
apenas ayuda aliada. Tras la capitulación,
Hitler ordenó la destrucción de la ciudad.
CARLOS JORIC, HISTORIADOR Y PERIODISTA
POLONIA
E
l 25 de julio de 1944, el gobierno
polaco en el exilio se reunió en
Londres con carácter de urgencia.
Sobre la mesa, un tema trascen-
dental para el futuro del país: el
levantamiento contra los nazis en Varsovia.
La situación en esos momentos era extre-
madamente delicada. Como en otras oca-
siones en su historia, Polonia sufría las
consecuencias de encontrarse entre dos
vecinos muy poderosos. A un lado, Alema-
nia, que gobernaba el país con mano de
hierro desde su ocupación en 1939. La po-
lítica del “espacio vital” de Hitler, que per-
seguía la germanización de los territorios
del Este a través de su limpieza étnica, había
causado millones de víctimas polacas, en
especial entre los judíos. El cambio de signo
de la guerra tras la victoria soviética en
Stalingrado (febrero de 1943) y el desem-
barco aliado en Normandía (junio de 1944)
prometía acabar con el dominio nazi.
Al otro lado estaba Rusia. La llegada del
Ejército Rojo, que había entrado en te-
74 H I STO R I A Y V I DA
rritorio polaco a principios de julio, era
visto más como una amenaza que como
una liberación. A pesar de considerarse
aliados, las relaciones entre los dos países
no eran buenas. Stalin invadió Polonia
dos semanas después de que lo hiciera
Hitler. En 1941, cuando Alemania atacó
a la Unión Soviética, Polonia se vio obli-
gada a firmar un tratado con su antiguo
enemigo. Pero no duró mucho. En abril
de 1943, los alemanes hicieron un des-
cubrimiento que conmocionó al pueblo
polaco. En el bosque de Katyn, cercano
a la ciudad rusa de Smolensk, encontra-
ron enterrados los cadáveres de miles de
oficiales polacos asesinados durante la
ocupación soviética. La masacre, atribui-
da hipócritamente por Stalin a los nazis,
provocó la ruptura de relaciones diplo-
máticas entre los dos gobiernos.
En el verano de 1944, la posición de Po-
lonia era de gran debilidad. El avance de
las tropas soviéticas estaba siendo mucho
más rápido que el de las angloamericanas.
COMBATIENTES del AK con un grupo de alemanes
detenidos, Varsovia, 20 de agosto de 1944.
Y su principal aliado, Gran Bretaña, había
perdido mucha influencia política. Esta-
dos Unidos, el país que verdaderamente
llevaba el peso de las operaciones en el
oeste, estaba dejando los asuntos de Eu-
ropa Oriental en manos de Moscú. Ante
esta situación, el gobierno polaco no tu-
vo más remedio que acercar posturas con
los soviéticos. Su brazo armado, el Ejér-
cito Nacional (Armia Krajowa, o AK),
compuesto por todos los grupos de resis-
tencia menos los comunistas, comenzó a
colaborar con el Ejército Rojo durante su
ofensiva en territorio polaco. Fue un error.
Una vez liberadas las ciudades, la policía
política soviética del NKVD (Comisaria-
do del Pueblo para Asuntos Internos) se
hizo con su control y comenzó a arrestar
a los combatientes polacos acusándolos
de antisoviéticos. Los deportaron a la
Unión Soviética y su lugar fue ocupado
por polacos prosoviéticos organizados
bajo el nombre de Comité Polaco de Li-
beración Nacional (PKWN).
 EL LEVANTAMIENTO

Operación Tormenta
El levantamiento contra los alemanes era
una posibilidad que los dirigentes polacos
venían barajando desde que la guerra ha-
bía cambiado de rumbo. Existía el conven-
cimiento de que la manera más efectiva
de contrarrestar los planes de sovietización
de Stalin (quien consideraba el control de
Polonia vital para la seguridad de la Unión
Soviética después de la guerra) era enca-
bezar su propia liberación. Los objetivos
del alzamiento eran militares, pero tam-
bién políticos. Por un lado, se perseguía
desactivar la propaganda soviética que
acusaba al AK de no combatir a los alema-
nes. Por otro, el gobierno pretendía refor-
zar su posición como autoridad legítima
del país, convertir a la resistencia en parte
del ejército nacional (y, por tanto, aliado),
y “obligar” a sus socios occidentales a in-
tervenir en caso de injerencia soviética.
En un principio se pensó en un alzamien-
LA MASACRE DE KATYN
Los crímenes soviéticos que los aliados prefirieron ocultar
EL 13 DE ABRIL DE 1943, Alema-
nia emitió un comunicado informando de
que se había hallado una fosa común en
el bosque de Katyn, cerca de la ciudad
rusa de Smolensk, con los restos de mi-
les de oficiales del ejército polaco ejecu-
tados por los soviéticos. La noticia,
preparada por Goebbels con fines propa-
gandísticos (lo sabía desde hacía meses),
cayó como una bomba entre los aliados.
Moscú negó las acusaciones y declaró
que los cadáveres pertenecían a prisione-
ros polacos ejecutados por los nazis du-
rante la invasión de Rusia. El gobierno
polaco, por su parte, insistió en abrir una
investigación para aclarar los hechos. Co-
mo consecuencia, Stalin rompió relacio-
nes diplomáticas con los dirigentes polacos
acusándoles de colaborar con los nazis.
LA INVESTIGACIÓN, LLEVADA a ca-
bo por la Cruz Roja internacional, determinó
que había enterrados más de 4.000 cadáve-
res, la mayoría con un agujero de bala en el
cráneo. Stalin continuó negando su autoría y
lo calificó de montaje nazi. Roosevelt y Chur-
chill, conscientes de que en esos momentos
el Ejército Rojo estaba llevando todo el peso
(y las bajas) de la guerra, prefirieron mirar a
otro lado. Tras la caída del régimen comunis-
ta se supo la cruda verdad: 22.000 polacos,
entre militares, policías e intelectuales, fue-
ron ejecutados en 1940 por el NKVD en Ka-
tyn y otros puntos de la Unión Soviética.

EL LEVANTAMIENTO
PODÍA SERVIR, ADEMÁS,
PARA CONTRARRESTAR
LOS PLANES DE STALIN
DE SOVIETIZAR POLONIA
to general. Los planes incluían atacar a la
retaguardia alemana y liberar determina-
das regiones para así poder controlarlas
antes de que llegaran las tropas soviéticas.
Sin embargo, las dificultades logísticas de
esta operación y la precipitación de los
acontecimientos hizo que los planes ter-
minaran centrándose en la capital. No
había tiempo que perder. El 22 de julio,
un gobierno prosoviético fue instaurado
en la ciudad polaca de Lublin con el obje-
tivo de administrar las zonas liberadas. El
23, las tropas soviéticas del Primer Frente
Bielorruso llegaron a las puertas de Var-
sovia. Y el 24, miles de civiles abandonaron
la capital ante la inminencia de un enfren-
tamiento (que finalmente no se produjo).
Un día después, se dio la orden: la Opera-
ción Tormenta estaba en marcha.
El martes 1 de agosto, a las cinco de la
tarde, comenzó el levantamiento. Los días
previos habían sido de una gran tensión.
Las autoridades alemanas, conocedoras
de los planes de rebelión, promulgaron
POLONIA

Una organización ejemplar una orden que obligaba a 100.000 hom-

A PESAR DE QUE el alzamiento
se produjo en todos los barrios de Var-
sovia y la mayoría se liberaron, solo en
dos se hicieron verdaderamente fuer-
tes los insurgentes: la Ciudad Vieja y el
Centro. Wola lograron controlarlo a du-
ras penas y se perdió trágicamente días
después por la durísima intervención
de las SS. Mokotów y Zoliborz también
se liberaron, pero quedaron completa-
mente aislados al perder los resistentes
el control de las vías de comunicación
con el centro. En Ochota se atrinche-
raron grupos de partisanos heroicos,
pero pronto fueron aplastados por los
nazis. Y en el área de Praga, fuerte-
Río
mente defendida por los alemanes,
apenas pudieron ofrecer resistencia.
AUN ASÍ, LOS insurgentes esta-
blecieron una muy eficaz red de comu-
nicaciones. Municiones, provisiones y
heridos eran trasladados de un barrio
a otro a través de las líneas enemigas
o por las alcantarillas. La abundante
prensa clandestina la distribuía un ser-
vicio de correos compuesto por jóve-
nes boy scout. Y una emisora de radio,
Blyskawica (Relámpago), empezó a
emitir después de que se pasaran ca-
bles por el alcantarillado y se coloca-
ran altavoces por toda la ciudad.
BRÓDNO
bres y mujeres a trabajar en la fortificación
de Varsovia. Los soviéticos, por su parte,
hicieron un llamamiento a la insurrección
a través de la radio y del reparto de octa-
villas. Temiendo que grupos de resisten-
cia comunista se les adelantaran, el Ejér-
cito Nacional, a pesar de no encontrarse
suficientemente armado (solo disponían
de armas ligeras), no tuvo más remedio
que actuar. Unos 36.000 combatientes
salieron esa tarde de la clandestinidad
dispuestos a liberar la capital del yugo
nazi. El ataque, lanzado de modo simul-
táneo en los principales barrios de la
ciudad, no tomó por sorpresa a los ale-
manes, que se atrincheraron en distintas
posiciones, manteniendo el control de
puntos estratégicos como los puentes, las
estaciones o los aeródromos. Lo que no
esperaban era el amplio apoyo popular
que recibieron los insurgentes.
A diferencia de lo ocurrido en el frente
occidental, en países como Francia (con

MARYMONT el gobierno de Vichy) o Noruega (con el

Vís

de Quisling), en Polonia no hubo apenas

tula

colaboración con el enemigo. Los brutales

ZOLIBORZ métodos de ocupación llevados a cabo en
el Este hicieron que una parte significativa

PRAGA LOS ALEMANES ESTABAN

CASCO Ta
rg
AL TANTO DEL ATAQUE,
ANTIGUO
PERO LES SORPRENDIÓ
ow
(STARE MIASTO) a

KOLO
Castillo Real EL APOYO POPULAR A
Górczew
ska Les
zno
POWISLE
LOS INSURGENTES
BARRIO CENTRO
Río

(SRODMIESCIE)
de los habitantes de Varsovia se expusiera
skie
Vís

olim
Al. Uja

eroz a los peligros de la batalla y a las represa-

Al. J
t
ula

WOLA lias participando activamente en la insu-

zdows

rrección. Desde el primer día, ayudaron a

montar barricadas, cavar trincheras, tras-
kie

OCHOTA ladar heridos o distribuir alimentos. Gra-

cias a su apoyo y al enorme ímpetu mos-
ka
wiec trado por los combatientes (que también
Rako SIELCE
sorprendió a los alemanes), el AK obtuvo
ka
jec

varias victorias durante esos primeros días.

Gró

MOKOTÓW
Sus hombres se hicieron con el control de
distintos barrios, bloquearon importantes
So
bie

vías de comunicación y lograron apode-

sk
ieg

rarse de un buen número de armas, entre

o

ellas, un carro de combate que utilizaron

para la liberación de un campo de concen-
tración con cientos de prisioneros judíos.

76 H I STO R I A Y V I DA
UN OFICIAL ALEMÁN da órdenes a sus hombres
desde una barricada en Varsovia en septiembre.
“Hay que matarlos a todos”
La reacción alemana no se hizo esperar.
Cuando Hitler se enteró del levantamien-
to, ordenó destruir Varsovia. Según se
traduce de las posteriores órdenes del
jefe de las SS, Heinrich Himmler, su in-
tención era “matar a todos los habitantes”,
“no hacer prisioneros” y “destruir todos
los edificios de la ciudad”. Varsovia debía
convertirse en un ejemplo disuasorio pa-
ra los demás países de Europa. Durante
los primeros días, varias unidades de
castigo de las SS cumplieron las órdenes
a rajatabla. Entre ellas estaba la temible
“Dirlewanger”, una brigada capitaneada
por el comandante Oskar Dirlewanger
(un exconvicto por violación y pederas-
tia) que se hizo famosa por su ilimitada
crueldad. A lo largo de tres días, decenas
de miles de hombres, mujeres y niños
(entre 38.000 y 65.000, según las esti-
maciones) fueron violados y masacrados
en el barrio de Wola, al oeste de la ciudad.
Nadie quedó a salvo, ni siquiera el per-
sonal y los pacientes de los hospitales,
asesinados a tiros o quemados vivos.
Días después, la orden fue revocada por
razones logísticas. Los alemanes no podían
luchar contra los insurgentes y exterminar
a la población al mismo tiempo. El desplie-
gue de cerca de 50.000 soldados fuerte-
mente armados (tropas de la Wehrmacht,
SS y otras formaciones, incluyendo colabo-
racionistas rusos, azeríes o ucranianos) y
el apoyo de la aviación, que había comen-
zado a bombardear las zonas en poder de
los rebeldes, no eran suficientes para cubrir
un campo de batalla urbano de 250 km2
defendido por guerrilleros muy bien orga-
nizados y de ánimo inquebrantable, pese
a sus numerosas bajas. La lucha fue des-
igual pero encarnizada. Los días se convir-
tieron en semanas, y las semanas en meses.
Los alemanes comparaban la resistencia
de Varsovia con la de Stalingrado. Los in-
surgentes solo se hacían una pregunta:
¿dónde están nuestros aliados?
La negativa de Stalin
A finales de julio, mientras en Varsovia se
preparaban para el levantamiento, el go-
bierno polaco inició una intensa campaña
diplomática destinada a obtener ayuda
de sus aliados. El primer ministro Stanis-
law Mikolajczyk viajó a Moscú para en-
trevistarse con Stalin y pedirle ayuda. A
pesar de las tensiones entre los dos países,
el mandatario polaco sabía que sin el apo-
yo de la Unión Soviética el éxito del levan-
tamiento sería imposible. Por culpa de un
error de coordinación, el alzamiento se
produjo antes de que se llegara a un acuer-
do, lo que perjudicó enormemente las
conversaciones. Días después, Winston
Churchill envió un telegrama al líder ruso
en el que le comunicaba sus planes para
enviar suministros a Varsovia y solicitaba
su colaboración. El líder soviético no se
sintió presionado por ninguna de estas
dos peticiones. Se limitó a contestar con
evasivas, minimizó la relevancia del alza-
miento y recomendó a Mikolajczyk que
se reuniera con sus compatriotas proso-
viéticos del PKWN (que casualmente es-
taban en Moscú) y llegara a un acuerdo
de colaboración con ellos.
Durante las primeras semanas del levan-
tamiento, Stalin no solo no prestó ayuda
H I STO R I A Y V I DA 77

a Varsovia, deteniendo el avance de su
ejército a las afueras de la ciudad, sino que
obstaculizó la de los aliados. A mediados
del mes de agosto, el comisario de Asun-
tos Exteriores se opuso a que los aviones
occidentales utilizaran los aeródromos
soviéticos para aprovisionar la capital po-
laca. “El gobierno soviético no desea par-
ticipar directa ni indirectamente en la
aventura de Varsovia”, informó a los em-
bajadores británicos y estadounidenses.
La reacción de Churchill ante este “epi-
sodio grave y de gran alcance”, como lo
calificó en sus memorias, fue convencer a
Franklin D. Roosevelt de la necesidad de
mandar una petición conjunta. El presi-
dente estadounidense, que hasta ese mo-
mento se había mantenido prudentemen-
te al margen (y que veía a Polonia más
como un obstáculo en su relación con los
rusos que como un aliado importante),
accedió. No sirvió de nada. El líder sovié-
tico calificó de “criminales” y “reacciona-
78 H I STO R I A Y V I DA
rios” a los insurgentes y mantuvo su ne-
gativa de permitir utilizar sus aeródromos.
Roosevelt, a quien le preocupaba mucho
más perder el apoyo de “Uncle Joe” que
el de Churchill, dejó de insistir.
Como consecuencia, el abastecimiento de
Varsovia fue muy escaso. Los pocos sumi-
nistros que llegaron, enviados fundamen-
talmente por la aviación británica que
operaba desde Italia, no fueron suficientes
para avanzar en la lucha contra la pode-
rosa maquinaria bélica nazi. Aun así, el
AK siguió resistiendo. Rendirse en esos
momentos, cuando todavía no eran con-
siderados soldados, sino rebeldes, signi-
ficaba una muerte segura. Pero las pers-
pectivas de éxito eran pocas. Mientras los
alemanes recibían cada vez más refuer-
zos, incluyendo un devastador mortero
de asedio (Mörser Gerät) que causó enor-
mes destrozos, ellos tenían cada menos
armas, medicinas y alimentos. Cuando el
25 de agosto llegó la noticia de la liberación
COMBATIENTES polacos son hechos prisioneros
tras el levantamiento de Varsovia.
de París por las tropas aliadas, fue recibi-
da con una mezcla de envidia y esperanza.
¿Serían ellos por fin los siguientes?
La gran batalla
Después de recuperar el control de los
barrios de Wola y Ochota, los nazis diri-
gieron su ofensiva hacia la Ciudad Vieja
(Stare Miasto). El emblemático centro
histórico de la ciudad era un laberinto de
callejuelas medievales defendidas por unos
8.000 insurgentes. El objetivo del mando
alemán era cortarles el acceso al Vístula,
el río que cruza Varsovia, y proteger la
retaguardia que combatía en la otra orilla.
La batalla fue durísima. Los combates se
produjeron casa por casa y barricada por
barricada. La aviación germana castigaba
severamente las posiciones rebeldes lan-
zando bombardeos masivos. Para evitar
los ataques a los carros de combate, los
alemanes usaron a la población civil como
escudos humanos, sobre todo a mujeres.

Las subían a los tanques o las obligaban a
marchar en formación delante y detrás.
La batalla se prolongó durante casi tres
semanas. A finales de agosto, las bajas
empezaron a ser intolerables, tanto de
combatientes como de civiles. Todos los
intentos del AK por romper el cerco alemán
resultaron inútiles. Los mandos decidieron
que la única solución era evacuar a los
resistentes que quedaban. Para ello, utili-
zaron la red de alcantarillado, que ya se
estaba usando para transportar armas y
municiones. Entre el 31 de agosto y el 2
de septiembre, miles de soldados escapa-
ron de una muerte segura huyendo por las
cloacas bajo las posiciones alemanas. Ca-
minaron en fila durante horas, sin apenas
visibilidad, respirando un hedor insopor-
table y vadeando una corriente de detritus
que en ocasiones les llegaba hasta el pecho.
Algunos tramos eran tan estrechos que
tenían que avanzar agachados. Aunque
hubo bajas, hombres y mujeres que se que-
SIGUIENDO LA ORDEN DE
HITLER, VARSOVIA FUE
DESTRUIDA. LAS TROPAS
SOVIÉTICAS ENTRARÍAN
EN ELLA SIN RESISTENCIA
daron atrás exhaustos o fueron descubier-
tos por los nazis (quienes lanzaban grana-
das y botes de gas por las bocas de acceso),
la evacuación fue un éxito. Unos 5.000
guerrilleros lograron escapar de esta ma-
nera. Atrás quedaron casi 2.500 insurgen-
tes malheridos y aproximadamente 35.000
civiles. Los primeros fueron fusilados. Los
segundos, dependiendo de su estado de
salud, fueron enviados a campos de con-
centración o también asesinados.
Amarga derrota
A mediados de septiembre, mes y medio
después del inicio del levantamiento, Sta-
lin, probablemente presionado por las no-
ticias que llegaban a Londres sobre las
detenciones de miembros del AK por el
NKVD, accedió a algunas peticiones de sus
aliados. El día 18, una enorme flota de
bombarderos B-17 estadounidenses surcó
el cielo de Varsovia lanzando suministros
y aterrizando luego en suelo ruso. Arroja-
MIEMBRO de la resistencia polaca capturado en
una alcantarilla, probablemente en octubre.
ron cientos de contenedores, pero llegaban
demasiado tarde. En esa fecha, las zonas
controladas por la resistencia eran tan po-
cas que la mayor parte del cargamento
cayó en manos alemanas. Al mismo tiempo,
las tropas soviéticas, que habían detenido
su avance semanas antes, entraron en Var-
sovia junto a unidades de polacos comu-
nistas y liberaron el barrio de Praga, en la
orilla oriental del Vístula. Tampoco sirvió
de mucho. Stalin volvió a detener el avan-
ce, acabando con las pocas esperanzas que
les quedaban a los insurgentes.
La última semana del mes de septiembre
la situación se volvió desesperada. La
ofensiva alemana continuaba imparable,
conquistando un barrio tras otro y depor-
tando o fusilando a sus habitantes. Falta-
ban municiones, alimentos y medicinas
para los miles de heridos que se apilaban
en hospitales improvisados en los sótanos
de los edificios. Había distritos enteros
destruidos. La población civil recorría la
ciudad buscando refugio y haciendo in-
terminables colas para conseguir algo de
agua y comida. Como relata un testigo,
“los perros y los gatos habían desapareci-
do de las calles”. Ante la falta de ayuda
externa, el comandante en jefe del AK
decidió negociar los términos de la capi-
tulación. La noche del 2 al 3 de octubre
se firmó el acta de rendición.
EL LEVANTAMIENTO
Atrás quedaron 63 días de lucha y entre
150.000 y 200.000 muertos, 10.000 de
ellos de la resistencia. De los supervivientes,
15.000 insurgentes fueron hechos prisio-
neros y más de 100.000 civiles, contravi-
niendo el acuerdo de capitulación, fueron
deportados al Reich como mano de obra
esclava o enviados a campos de concentra-
ción como Auschwitz. Siguiendo las órde-
nes de Hitler (y de nuevo rompiendo el
acta de rendición), Varsovia fue saqueada
y destruida. Durante las siguientes sema-
nas, el 65% de la ciudad quedó reducida a
escombros. Solo unos meses después, el
17 de enero de 1945, las tropas soviéticas
entraron sin apenas resistencia en las rui-
nas nevadas de la capital de Polonia.
PARA SABER MÁS
MEMORIAS
Miron. Diario del levanta-
BIALOSZEWSKI,
miento de Varsovia. Barcelona: Alba, 2011.
ENSAYO
DAVIES, Norman. Varsovia, 1944. Barcelo-
na: Planeta, 2005.
BORODZIEJ, Wlodzimierz. The Warsaw
Uprising of 1944. Madison (EE. UU.): Uni-
versity of Wisconsin Press, 2001. En inglés.
INTERNET
Museo de la Insurrección de Varsovia. En
polaco e inglés. www.1944.pl
H I STO R I A Y V I DA 79
POLONIA
EL HOMBRE QUE
QUISO PARAR EL
HOLOCAUSTO
Miembro de la resistencia polaca y testigo del
exterminio de los judíos, Jan Karski denunció
los crímenes nazis ante Roosevelt y el gobierno
británico. Nadie le prestó atención.
CARLOS JORIC, HISTORIADOR Y PERIODISTA
J
an Karski vivió impotente cómo
invadían su país en 1939. Fue
prisionero de los soviéticos y de
los nazis, fue torturado brutal-
mente por la Gestapo (hasta el
punto de intentar suicidarse) y fue testi-
go de los horrores del Holocausto. Sin
embargo, lo que más le dolió en su vida
fue no ser escuchado. Como miembro de
la resistencia, Karski alertó a los aliados
sobre lo que estaba ocurriendo con los
judíos en Polonia. Y lo hizo en una fecha
tan temprana como 1942. Se lo comuni-
có al gobierno polaco en el exilio, a los
británicos y personalmente a Roosevelt
en la Casa Blanca. Pero su testimonio fue
recibido con escepticismo. No le creyeron
o no quisieron creerle. Y cuando lo hicie-
ron, ya era demasiado tarde.
Una vida truncada
Jan Karski, nombre de guerra de Jan Ko-
zielewski, nació el 24 de junio de 1914 en
Lodz, Polonia. Era el octavo hijo de una
familia de clase media de profundas con-
vicciones católicas. Su padre era maestro
talabartero y regentaba una guarnicione-
ría. Jan destacó pronto como estudiante.
Se graduó en Derecho en la Universidad
de Lvov y comenzó una prometedora ca-
rrera como diplomático. En agosto de 1939
fue movilizado por el Ejército ante la in-
minente invasión alemana (tenía el grado
80 H I STO R I A Y V I DA
MOLOTOV firma el pacto de no agresión entre la
URSS y Alemania, 1939. A la dcha., Karski, 1944.
de oficial de artillería). La madrugada del
1 de septiembre, mientras dormía junto
a su unidad en Oswiecim (Auschwitz, en
alemán), la Luftwaffe bombardeó el cam-
pamento. Logró salir ileso y emprender
la retirada hacia el este. El 18 de septiem-
bre, un día después de que la Unión So-
viética invadiera Polonia, acabó siendo
capturado por el Ejército Rojo.
Karski fue trasladado a un campo de pri-
sioneros en Ucrania. Tras varios meses
realizando trabajos forzados, un golpe de
suerte le permitió escapar nuevamente de
la muerte. Como parte del pacto de no
agresión Ribbentrop-Molotov, alemanes
y soviéticos acordaron un intercambio de
prisioneros. Los primeros devolverían a
soldados ucranianos y bielorrusos, y los
segundos a polacos de origen alemán o
nacidos en “antiguas tierras germanas”.
Jan, que se había hecho pasar por soldado
raso (los oficiales no estaban incluidos en
el trato), fue elegido para el intercambio
gracias a que su ciudad de nacimiento
había sido incorporada al Reich con el
nombre de Litzmannstadt. De esta mane-
ra, sin saberlo, estaba evitando ser uno de
los miles de oficiales polacos que meses
más tarde serían asesinados por los sovié-
ticos en el bosque de Katyn.
Entrada en la resistencia
Una vez en poder de los nazis, Karski fue
subido en un tren con destino a un campo
de trabajo alemán. Durante el trayecto, se
tiró en marcha del convoy y logró huir de
sus captores, llegando hasta Varsovia. Allí,
a través de un amigo, entró en contacto
con la resistencia. Enseguida se puso a su
servicio. Gracias a su extraordinaria me-
moria, que le permitía trasmitir informa-
ción sin llevar nada escrito (“soy un disco
de gramófono que se graba, se transmite,
se escucha”, decía de sí mismo), y a su do-
minio de varias lenguas, entre ellas el ale-
mán, Jan comenzó a realizar labores de
enlace con otros países. En particular con
Francia, donde todavía se encontraba la
sede del gobierno polaco en el exilio.
En julio de 1940, mientras intentaba cru-
zar los montes Tatras, en Eslovaquia, fue
apresado por la Gestapo. Lo interrogaron
y torturaron durante días, pero Karski no
delató a nadie. Cuando estaba al límite de
su resistencia, intentó suicidarse cortán-
dose las venas. Herido de gravedad, fue
trasladado a un hospital, donde permane-
ció un tiempo. Allí se enteró de que Fran-
cia también había caído. Antes de ser de-
vuelto a la prisión donde estaba encerrado,
la resistencia logró rescatarlo. Lo mantu-
vieron oculto en una granja cerca de Cra-
covia hasta que se recuperó de sus heridas.
En cuanto pudo, Jan volvió a la actividad
clandestina. En 1942, después de un tiem-
po trabajando en el Departamento de In-
formación y Propaganda, fue elegido para
una nueva misión. Esta vez debía viajar a
Londres, adonde se había trasladado el
gobierno polaco, para informar al primer
POLONIA

EL GOBIERNO
EN EL EXILIO
Así sostuvo las estructuras
del Estado desde Londres
y organizó la resistencia.
EL 30 DE SEPTIEMBRE de
1939 se constituyó en París el gobier-
no polaco en el exilio, bajo la presi-
dencia de Wladyslaw Raczkiewicz y
con el general Sikorski (abajo) como
primer ministro y jefe de las Fuerzas
Armadas. Era un gobierno de coali-
ción compuesto por los cuatro gran-
des partidos que estaban en la
oposición durante el régimen autori-
tario instaurado por el mariscal Pil-
sudski en 1926. Uno de sus primeros
cometidos fue unificar a los grupos
de resistencia militar en un solo cuer-
po, el Zwiazek Walki Zbrojnej (ZWZ,
Unión para la Lucha Armada), ger-
men del Armia Krajowa (AK).

TRAS LA CAÍDA de Francia, el

gobierno se trasladó a Londres. Des-
de allí, con la ayuda de una delega-
ción en Varsovia, se organizaron las
estructuras militares y civiles (judi-
cial, administrativa) del Estado clan-
destino y se prepararon reformas
sociales y políticas con vistas a su
implantación en una futura Polonia
democrática. Cuando la Unión Sovié-
tica se convirtió en su aliada, se inició
una campaña diplomática para con-
seguir su apoyo militar y frenar sus
ambiciones expansionistas. A pesar
de perder el reconocimiento interna-
cional tras la guerra, el gobierno si-
guió existiendo en el exilio hasta la
caída del estado socialista en 1990.
ministro Wladyslaw Sikorski y a los aliados
acerca de la situación en Polonia.
Visita al infierno
Antes de emprender el viaje, Karski debía
reunir pruebas. Para ello, se introdujo dos
veces en el gueto de Varsovia. Vestido con
harapos y acompañado por dos miembros
judíos de la resistencia, Jan descubrió ho-
rrorizado cómo era la vida detrás de esos
muros que habían levantado los nazis dos
años atrás. “No era un cementerio porque
los cuerpos se movían, aunque aparte de
la piel, los ojos, la voz, no existía nada de
humano en esas palpitantes figuras. Por
todas partes había hambre, miseria, la atroz
pestilencia de cuerpos en descomposición,
los lastimeros gemidos de los niños ago-
nizantes, los gritos desesperados de un
pueblo que mantenía una espantosa y
desigual lucha por la vida”. Cuando esta-
ba a punto de finalizar su visita, vio una
última escena que le heló la sangre. Escon-
dido tras una ventana, presenció cómo dos
adolescentes de las Juventudes Hitlerianas
se paseaban divertidos por el gueto dispa-
rando a cualquier hombre, mujer o niño
que se cruzara en su camino.
Karski salió de allí profundamente con-
mocionado. No se lo podía creer. Sin em-
bargo, aún no lo había visto todo. Días
después fue llevado de incógnito hasta
Izbica, un campo de tránsito cerca de Lu-
blin que servía como punto de transfe-
rencia para los deportados antes de ser
enviados a su destino definitivo: el cam-
po de exterminio de Belzec. Disfrazado
con el uniforme de los guardias ucranios
que custodiaban el recinto, Karski con-
siguió entrar en el campo. Rodeado de
suciedad y de un hedor insoportable, vio
a miles de personas hambrientas y enlo-
quecidas esperando a que llegara el tren
que los enviaría a la muerte. Cuando lle-
gó el ferrocarril, presenció “lo más horri-
ble que he visto nunca”. Cientos de per-
sonas obligadas a subir a unos vagones
de ganado con apenas espacio para la
mitad; una masa de carne humana voci-
ferante, apaleada salvajemente por los
guardias y tan apretada que muchos se
veían obligados a subir sobre las cabezas

82 H I STO R I A Y V I DA

LAS SS DEPORTAN judíos de Varsovia, 1943. A la
dcha., Karski en el Centro Judío de Berlín, 1996.
DESPUÉS DE LO VIVIDO,
PARTIÓ HACIA LONDRES
CON UN MICROFILME
OCULTO EN UNA LLAVE,
PERO NO SIRVIÓ DE NADA
de los demás. Los que no podían o se re-
sistían a entrar, recibían un disparo.
Un grito no escuchado
Después de ser testigo de estas atrocidades,
Karski fue consciente de la importancia de
su misión. La vida de millones de personas
dependía de su capacidad para movilizar
ayudas. Como le dijeron desesperados los
líderes judíos, no había manera de parar
esto desde dentro, a través de la resisten-
cia. La ayuda solo podía venir del exterior.
Y pronto. “La victoria de los aliados en un
año, en dos, en tres, no nos servirá de na-
da porque ya no existiremos”.
Karski partió hacia Londres con un mi-
crofilme oculto en una llave y el recuerdo
muy vívido de todo lo que había presen-
ciado. Cruzó Alemania, Francia y España
hasta llegar a Gibraltar, desde donde em-
barcó hacia Inglaterra. Allí se entrevistó
con Sikorski, con los líderes de los parti-
dos políticos en el exilio, con el ministro
de Exteriores británico Anthony Eden y
con el influyente periodista de origen
judío Arthur Koestler. También presentó
su testimonio ante la comisión de críme-
nes de guerra de las Naciones Unidas. Por
último, el 28 de julio de 1943, se reunió
con Roosevelt en la Casa Blanca. No sirvió
de nada. Su testimonio fue recibido con
escepticismo, y sus ruegos, con buenas
palabras. Cuando Karski le preguntó al
presidente qué mensaje debía transmitir
a su pueblo, este respondió: “Dígales que
vamos a ganar esta guerra y que en la Ca-
sa Blanca tienen a un amigo”.
En un último intento por hacerse oír, Kars-
ki escribió un libro contando sus vivencias.
Historia de un Estado clandestino fue pu-
blicado en 1944 por un editor estadouni-
dense que le exigió dos condiciones: rapi-
dez y ninguna mención antisoviética. El
libro fue un éxito, con 400.000 ejemplares
vendidos antes del final de la guerra. Pero
tampoco sirvió de mucho. El destino de
Polonia se había sellado meses antes en la
Conferencia de Teherán (1 de diciembre
de 1943). Churchill y Roosevelt habían
realizado numerosas concesiones a Stalin
sobre los territorios de Europa oriental. El
5 de julio de 1945 se materializaron. Es-
tados Unidos y Gran Bretaña retiraron su
reconocimiento al gobierno polaco en el
exilio y se lo dieron al gobierno prosovié-
tico instalado en una Varsovia devastada.
JAN KARSKI
Karski no volvió nunca a Polonia. Consi-
guió la nacionalidad estadounidense, se
casó allí (con Pola Nirenska, una bailari-
na y coreógrafa polaca de origen judío
que había perdido a toda su familia en el
Holocausto) y, tras doctorarse en la Uni-
versidad de Georgetown, trabajó en ella
durante treinta años como profesor de
Ciencias Políticas (Bill Clinton fue uno de
sus alumnos). No volvió a hablar públi-
camente de sus vivencias en la guerra
hasta 1977, cuando el director Claude
Lanzmann le convenció para que apare-
ciera en su monumental documental so-
bre el Holocausto Shoah (1985). En 1995,
cinco años antes de morir, lanzó un último
lamento en una entrevista. “Fue muy sen-
cillo matar a los judíos porque habían
sido abandonados por todos. Los aliados
consideraron imposible y demasiado cos-
toso acudir en su rescate. Ahora muchos
gobiernos y la Iglesia dicen: intentamos
ayudarles. Pero nadie hizo nada”.
PARA SABER MÁS
MEMORIAS
KARSKI,Jan. Historia de un Estado clan-
destino. Barcelona: Acantilado, 2011.
BIOGRAFÍA
WOOD, E. Thomas y JANKOWSKI, Stanisław
M. Karski: How One Man Tried to Stop
the Holocaust. Lubbock (Texas): Texas Tech
University Press, 2014. En inglés.
NOVELA GRÁFICA
RIZZO,Marco y BONACCORSO, Lelio. Jan
Karski. El hombre que descubrió el Holo-
causto. Barcelona: Norma, 2015.
H I STO R I A Y V I DA 83
 POLONIA
MARIAN TURSKI:
“EN EL INFIERNO DE
AUSCHWITZ EXISTÍA
LA SOLIDARIDAD”
ISABEL MARGARIT, DOCTORA EN HISTORIA
H
istoriador y periodista,
Marian Turski nació en
1926 en Druskiennikai
(entonces Polonia, hoy
Lituania) como Moshe
Turbowicz. Tras la invasión alemana
de Polonia en 1939, Marian, sus pa-
dres y su hermano menor fueron tras-
ladados a la fuerza al gueto de Lódz
en 1940. En el recinto asistió a la es-
cuela de secundaria, donde se unió a
un grupo de jóvenes izquierdistas. En
agosto de 1944, su familia fue depor-
tada al centro de exterminio de Ausch-
witz. Allí, su padre y, muy probable-
mente, su hermano murieron en las
cámaras de gas poco después de llegar.
Tras la evacuación del campo, parti-
cipó en una de las denominadas mar-
chas de la muerte, que le llevó a Bu-
chenwald, en territorio alemán, y en
una segunda marcha hasta el campo
de Theresienstadt (instalado en la
84 H I STO R I A Y V I DA
actual ciudad checa de Terezín), don-
de fue finalmente liberado.
Acabada la guerra, se reunió con su
madre en Lódz y se trasladó a la capi-
tal. Turski contraería matrimonio con
una excombatiente del Levantamien-
to de Varsovia, Halina Paszkowska,
técnica de sonido en gran cantidad de
producciones cinematográficas pola-
cas, fallecida el pasado año. En 1958,
Marian se convirtió en el jefe de la
sección de historia del semanario de
actualidad y opinión Polityka.
Miembro de varios jurados (entre
otros, el del premio anual KLIO al me-
jor libro histórico) y de numerosas
organizaciones judías, Turski es presi-
dente de la Asociación del Instituto
Histórico Judío de Varsovia, miembro
del Consejo Internacional de Ausch-
witz y del Consejo de Asociación que
supervisa el Centro de Conferencias
de Wannsee, y uno de los ideólogos y
fundadores del Museo de Historia de
Polonia, en cuyo consejo también fi-
gura. Ha sido condecorado con varias
distinciones, entre otras, la Legión de
Honor francesa, la Orden del Mérito
de la República Federal de Alemania
y la Orden Polonia Restituta (una de
las más relevantes del país).
Su testimonio, en exclusiva para his-
toria y vida, contribuye a cimentar la
memoria histórica. Como afirmó la
canciller alemana Angela Merkel: “No
tenemos derecho a olvidar Auschwitz”.
Hambre, frío, hacinamiento, enferme-
dades, miedo… ¿Qué fue lo peor que vi-
vió en Auschwitz?
Todo fue horrible, pero, para mí, lo peor
fue la humillación de las personas y el
desprecio a su dignidad. Nos trataban
peor que a los animales. A los animales,
a no ser que alguien sea un sádico, se les
trata bien. A nosotros nos trataban como
insectos, como bacterias. A los perros no
hay que pegarlos, a los caballos hay que
tratarlos bien. ¿Y a una pulga, a una cu-
caracha, a una chinche? ¡Aplastar, piso-
tear, exterminar! La humillación, la in-
tención de privarnos de nuestra dignidad
humana, fue lo peor de todo.
¿Cuándo empezó usted a ser consciente
de que los nazis se proponían un exter-
minio sistemático?
Sabíamos que Hitler era nuestro enemigo
mortal. Por el Mein Kampf, por los prime-
ros campos de concentración alemanes:
Dachau, Sachsenhausen, Oranienburg,
Buchenwald. Tras la Noche de los Crista-
les Rotos en 1938 y desde los primeros
momentos de la ocupación de Polonia en
1939. Estaba claro que su intención era
eliminar a los judíos, pero ¿cuándo se
decidió la Solución Final? Probablemen-
te no lo sabían ni los propios alemanes.
No es que estuviese decidido desde un
principio. Los historiadores no se ponen
de acuerdo sobre la fecha. ¿Empezó el 1
de julio de 1941, o el 11 o 12 de diciembre
del mismo año, como sostiene el historia-
dor alemán Christian Gerlach, basándose
en su documentación? Yo le podría con-
testar: ya el 8 de diciembre se llevó a ca-
bo la primera gasificación en Kulmhof...
Las fechas son contradictorias.
Pero ¿qué íbamos a saber nosotros, haci-
nados en los guetos, sin radio, sin noticias
del mundo exterior? ¿Cuándo empeza-
ron las víctimas a darse cuenta del exter-
minio? En el gueto de Varsovia se percata-
ron cuando llegó la noticia de las primeras
ejecuciones en masa en Ponary, cerca de
Vilna. El comandante de la guerrilla judía
local, el poeta Aba Kowner, planteó la hi-
pótesis de que empezaba la segunda eta-
pa de la política alemana respecto a los
judíos. Esto lo confirmaría luego el pri-
mer fugitivo de Kulmhof, uno de los que
enterraban los cuerpos gaseados. Se lla-
maba Szlamek Winer, aunque se le cono-
PUERTA DE ENTRADA a Auschwitz I, con la
leyenda tristemente célebre “El trabajo libera”.
ce también como Fajner o Grojanowski.
Logró escapar y contó lo que vio a Hersz
Wasser, colaborador de Emanuel Ringel-
blum, que había fundado el archivo clan-
destino en el gueto de Varsovia.
En el gueto de Lódz, cuando empezaron
los transportes a las cámaras de gas de
Kulmhof no nos dimos cuenta de nada.
Que los alemanes querían eliminarnos
estaba claro. Nos sometían a trabajos
forzados, como la construcción de carre-
teras, de donde pocos volvían. La gente
moría de agotamiento. Nuestras raciones
diarias eran una clarísima prueba de que
querían matarnos de hambre. Sin em-
bargo, morirse de hambre no es algo
inmediato. En Lódz advertimos que había
llegado el exterminio directo el 5 de sep-
tiembre de 1942 (La Gran “Szpera”). Fue
cuando los alemanes ordenaron desalo-
jar a todos los menores de 10 años, a los
mayores de 65 y a los enfermos.
El administrador del gueto había incluido
el recinto en la red de campos de trabajo
alemanes. Con ello, evitaba ser destinado
al frente y encima sacaba tajada (sobor-
nando a los supervisores de Berlín), mien-
tras que los alemanes obtenían mano de
obra. Es por eso por lo que, como pasaba
en los campos de concentración, querían
sacar del gueto a todos los “improducti-
vos”. Antes se llevaban a familias enteras,
con lo que se podía creer que se los des-
plazaba a algún lugar del este, a algún
campo de trabajo con las mismas condi-
ciones, donde iban a perecer igual, pero
por lo menos sería una muerte “normal”.
Que sería algo mucho más inmediato lo
supimos aquel 5 de septiembre.
¿Podía existir solidaridad en un entorno
tan infernal como el de los campos?
Por suerte, sí. Para mí es la conclusión más
optimista que hay. Sé que en los recuerdos
de otros supervivientes domina algo dife-
rente. Por ejemplo, mi amigo Roman Fris-
ter extrajo la lección de que el hombre es
un lobo para el hombre, y de que solo
existe la ley del más fuerte. Para sobrevivir
hay que pensar exclusivamente en uno
mismo. Yo me siento feliz porque mis ex-
periencias son diferentes. Puedo dar dos
ejemplos personales que lo ilustran mejor.
Son formas muy sencillas de solidaridad.
A partir del otoño de 1942 entré a formar
parte de la organización clandestina Iz-
quierda Sindicalista. Las raciones diarias
de comida equivalían a 700-750 calorías,
un tercio de las necesidades normales de
un hombre. Todos estábamos desnutridos,
pero cada uno donaba a una fiambrera
común dos o tres cucharadas de sopa pa-
ra los más necesitados, enfermos, etc. Muy
a menudo no era suficiente para ayudar
de verdad, pero tenía un valor moral im-
portante: los que daban y los que recibían
no se sentían solos. De igual modo, en un
gesto de fraternidad, de heroísmo inclu-
so, donábamos un trocito de pan.
Un día, ya en Auschwitz, caí en desgracia
con un kapo, o sea, un celador. Los kapos
eran prisioneros como todos, pero tenían
H I STO R I A Y V I DA 85
POLONIA
poder sobre la vida y la muerte de los
demás. Podían matar a cualquiera con el
pretexto de insubordinación. Aquel era
un criminal, un alemán sádico. Me orde-
nó algo en el argot berlinés y no le enten-
dí. Me golpeó enseguida: me tiró al sue-
lo y se me rompieron las gafas. Un miope
sin gafas en un campo de concentración
está condenado a una muerte segura. No
ve bien, hace algo mal y le matan a po-
rrazos. Necesitaba unas gafas. Hoy en
día no parece nada complicado, pero allí,
en aquel momento, no era así. Sin em-
bargo, existía la posibilidad de hacerse
con las gafas de un muerto.
Los que han visitado Auschwitz saben que
allí había pilas de muletas, palanganas,
pelo, ropa, dientes y, por supuesto, gafas.
De su clasificación se ocupaba el Komman-
do Kanada. También eran prisioneros,
pero con mayores privilegios, porque po-
dían meter mano a hallazgos interesantes.
Ellos podían proporcionarme unas gafas,
pero no me las iban a regalar. Tenía que
pagarles, pero ¿con qué? En el campo no
había dinero. Se pagaba con otras cosas.
Los Kommandos más afortunados podían
tener vodka. No era nuestro caso. Otra
moneda eran los cigarrillos. Los fumado-
res lo daban todo por un cigarrillo. Pero
tampoco los teníamos. Nos quedaba la
tercera categoría de moneda: el pan. Los
del Kanada fijaron el precio de unas gafas
para mí en tres raciones de pan.
86 H I STO R I A Y V I DA
Si las hubiera intentado pagar solo, no
habría sobrevivido. Después de días sin
pan habría muerto de hambre. Mi grupo
de amigos, compañeros de la misma orga-
nización, decidieron entonces hacer una
colecta. Entre todos teníamos diez raciones
de pan. Con tres se compraron mis gafas,
y todos comimos aquel día un tercio menos
de pan. Fue un acto de máxima solidaridad.
Así que, si me preguntan si en el infierno
existía solidaridad, yo digo que sí, y que
la experimenté personalmente.
¿Hasta qué punto las personas que co-
metían los crímenes eran conscientes de
la magnitud de sus actos?
Yo creo que hubo varias categorías de per-
petradores. Algunos lo hicieron por con-
vicción, porque querían matar a los judíos.
Pero hubo otros motivos. Leí en unas me-
morias: “Se preparaba una acción contra
los judíos. No debía ir. Pero ¿debía dife-
renciarme de mis compañeros, de mis
amigos?”. Tenía que acompañarlos en
aquel duro momento de prueba. Era una
forma de solidaridad que incluso puedo
entender. Otros tenían miedo: si no quie-
res ir a matar judíos, eres un blandengue,
no eres fiel a nuestra ideología nazi, tienes
dudas, tal vez hay que enviarte al frente.
Otros podían pensar: “Los judíos van a
morir de todos modos. Algunos se apro-
vecharán, ¿y yo qué? ¿Estaré sin hacer
nada, no enviaré nada a mi mujer?”.
En resumen, hubo varias motivaciones, lo
que no cambia el hecho de que el resultado
fue el mismo: la muerte de decenas, cen-
tenares, miles de personas. Probablemen-
te, los propios alemanes llegaron a acos-
tumbrarse a todo esto. Yo siempre les digo
a todos: no os acostumbreis a los primeros
síntomas del mal. Si os acostumbrais, lue-
go haréis lo mismo con la etapa siguiente
y la siguiente. Creo que fue lo que les pasó
a los perpetradores. Empezaron a pensar:
¿qué más da otra barbaridad, si ya he hecho
tantas? Es lo que creo, pero son los psicó-
logos quienes lo analizarían mejor.
Usted es superviviente e historiador.
¿Han influido sus investigaciones en la
forma en que recuerda los hechos?
Muy buena pregunta. Durante veinte años
sufrí amnesia. En algún momento, los re-
cuerdos empezaron a volverme gradual-
mente. Gracias a ello, no viví el trauma que
experimentaron mis colegas. Tal vez fue
una reacción de defensa de mi organismo.
Por eso luego pude dedicarme al estudio
del Holocausto, a pesar de que mis inves-
tigaciones previas no tenían nada que ver.
Durante veinte años escribí libros sobre
África, Polonia, Potsdam, Europa después
de 1945..., pero no sobre los judíos.
En 1965, algo se rompió dentro de mí y
pasé a dedicarme al período de la Shoá
(no solo, pero en gran parte). Yo mismo
me pregunto si logro mantener las distan-
cias. Intento mantener la perspectiva de
un historiador, pero son los demás los que
pueden juzgar si realmente lo he logrado.
Sabemos que, en una ocasión, encontró
usted a una persona que le dijo que le
había salvado la vida, pero no pudo re-
cordar el episodio. ¿Por qué retenemos
unos acontecimientos y llegamos a olvi-
dar otros tanto o más relevantes?
No lo sé. Sería una pregunta para psicólo-
gos o psiquiatras. Yo no conozco la res-
puesta. Tal vez es cosa mía o tal vez una
regla general, pero he olvidado por com-
pleto mis buenas acciones con los demás.
En cambio, recuerdo muy bien mis malos
actos hacia otros. Y me avergüenzo.
En 1993, compartió espacio en la televi-
sión británica con tres neonazis. Dijeron
que el Holocausto era un invento. ¿Cómo
se sintió ante esas afirmaciones?

No me indigné en absoluto. Me lo espera-
ba de ellos. Acepté ir a la entrevista, aunque
mi mujer me lo desaconsejó. Me dijo: “¿Y
si sufres un infarto hablando con ellos?”.
Le contesté: “Halinka, lo aguantaré por-
que sé lo que quiero y porque sé por qué
lo acepto”. Mi intención no era convencer-
les a ellos. Era un programa de televisión,
y yo iba a hablar a los telespectadores. “Si
me enfrento a ellos, será para disipar las
dudas o preguntas del espectador”. Nos
encontrábamos en el momento cumbre
del negacionismo, y me parecía que era
mi deber para con el público.
Me habían advertido que uno de aquellos
neonazis no daba la mano a los judíos. Así
que yo, conscientemente, alargué la mano
a todos delante de las cámaras. Él retiró la
suya, a lo que dije: “Perdón, me había ol-
vidado de que usted no saluda a los judíos”.
Por supuesto, era una forma de dejarle en
evidencia ante los espectadores.
¿Cree que se está olvidando lo que su-
puso el Holocausto?
Podríamos preguntarnos: ¿se olvidan
otros genocidios? Alguien dirá que el
Holocausto fue único. Pero igual de úni-
co fue el de Ruanda, el hambre en Ucra-
nia, los crímenes japoneses en China...
A escala local, algo parecido supusieron
los campos británicos para los mau mau
en Kenia. ¿Quién recuerda hoy la masa-
cre que, en un acto de locura, cometieron
los indonesios con medio millón de víc-
timas chinas? Cuando me preguntan qué
se aprende del Holocausto, yo hablo no
solo de la Shoá, sino también de cómo
se crea la mentalidad asesina. Si el Ho-
locausto logra enseñarnos cómo se forma
el odio, cómo crece, cómo se transforma
en algo normal y, luego, en un crimen
sin límites, tal vez seamos capaces de
evitar otra Ruanda u otra Srebrenica.
¿Cuál es el reto (material y moral) que
cree que tiene por delante el Museo Esta-
tal Auschwitz-Birkenau?
El reto material es conservar el terreno y
los restos del campo, de forma que no se
ponga en duda la credibilidad de las prue-
bas. Cuando la gente como yo ya no esté
(y eso va a pasar muy pronto), esas huellas
materiales tendrán que confirmar que la
LITERAS en el interior de uno de los barracones de
Auschwitz. A la izqda., gafas de prisioneros.
Shoá sí tuvo lugar, y que negarlo es faltar
a la verdad histórica. Por ello, es necesario
proteger meticulosamente las colecciones
y los artefactos, ya que serán importantí-
simos cuando solo queden las declaraciones
escritas de los testigos oculares. Por tanto,
trabajamos para conservarlo todo de forma
casi arqueológica: con una escobilla, con
un cepillo. Así, por ejemplo, restauramos
los barracones de Auschwitz.
Y, ya que usamos la palabra “material”,
aunque no esté tan relacionado con el lu-
gar en sí y con su memoria, también es
importante dar apoyo a los supervivientes
el resto de su vida. Sobre todo a los que se
han quedado sin familia y sin recursos. A
mí me gustaría que viviesen el mayor tiem-
po posible, pero ¿cuánto tiempo les queda
realmente? ¿Uno, dos, cinco años?
El reto moral lo he tratado aquí ya y no
querría extenderme mucho más. Es in-
tentar entender cómo nace el fascismo,
cómo nace el hecho de matar a otro hom-
bre, cómo nace la indiferencia. Si visitar
Auschwitz provoca una reflexión sobre
la necesidad de empatizar con otra gente,
eso para mí es lo más importante.
H I STO R I A Y V I DA 87
LARGO CAMINO
Antes de terminar la guerra, el destino de Polonia ya quedó comprometido
por la presión soviética. Le esperaban cuatro decenios hasta la transición.
ENRIQUE SERBETO, PERIODISTA

A
l comienzo de la Segunda Gue-
rra Mundial, Polonia había
vuelto a desaparecer del mapa
en virtud del pacto-germano
soviético de 1939 por el que
Hitler y Stalin se repartieron su suelo. Des-
pués del conflicto, la URSS no estaba dis-
puesta a renunciar a esa conquista terri-
torial, y consintió la enésima resurrección
de este atormentado país a costa de áreas
de las que se despojó a la Alemania venci-
da, por lo que sus contornos se movieron
considerablemente hacia el oeste. Y, pues-
to que Stalin podía definir las fronteras de
Polonia, también le impuso un gobierno
y una Constitución a su medida, para con-
vertirlo en una pieza clave de su sistema
de satélites en el este de Europa.
Teniendo en cuenta que los polacos no
estaban en la lista de los que se habían
aliado con Hitler, al acabar la guerra, las
potencias occidentales hicieron un somero
intento de hacer reconocer al gobierno en
el exilio en Londres, presidido por Stanislaw
Mikolajczyk. Pero, en los hechos, la URSS
ya había tomado el control del país. A fi-
nales del mes de julio de 1944, pocos días

88 H I STO R I A Y V I DA
A LA LIBERTAD
antes de que se desencadenase el Levan-
tamiento de Varsovia, Moscú reconoció
como autoridad legítima al Comité de Li-
beración Nacional, formado por comunis-
tas en la ciudad oriental de Lubin. En la
Conferencia de Yalta, los aliados occiden-
tales pidieron que el comité de Lubin fuese
ampliado con los dirigentes exiliados para
formar un gobierno de unión nacional,
aunque, a medida que los soviéticos avan-
zaban, los comunistas ya se habían apode-
rado de la administración local, y tenían
17 de las 21 carteras de aquel gobierno.
Terminada la guerra, Polonia había perdi-
do más del 20% de sus habitantes y tenía
casi tres millones de desplazados, la ma-
yoría expulsados de las provincias del este
que debían ser trasladados a los territorios
arrancados a Alemania. Las primeras elec-
ciones no se pudieron celebrar hasta enero
de 1947, mientras el Partido Obrero Polaco
(comunista) se organizaba y el gobierno
boicoteaba la actividad de todos los demás.
Bajo la engañosa denominación de Bloque
Democrático, los comunistas se atribuyeron
el 90% de los votos y 394 escaños, aunque
dejaron un resquicio para que la presen-
H I STO R I A Y V I DA 89
POLONIA

Desde el este hacia el oeste

FRONTERAS DESPLA- Polonia en 1939
ZADAS. Tras la Segunda Gue- A partir de 1945 LITUANIA
rra Mundial, Polonia cambió de
Gdynia Vilna
fronteras y adquirió sus actua-
Gdansk
les dimensiones. En el este per-

URSS
Szczecin
ALEMANIA
dió una franja de territorio a
favor de la Unión Soviética, con
lo que sus límites quedaron es- Poznan Varsovia
tablecidos en la línea Curzon, Línea Curzon
POLONIA
llamada así por el diplomático SI Lublin
LE
británico que la propuso como SI Kielce
A
separación tras la guerra ruso- Línea Katowice
polaca de 1919-20. Al oeste, en Óder-Neisse Cracovia
cambio, ganó territorios arre- CH
EC
batados a Alemania. Su fronte- OS L
OVAQ U I A
ra pasó a estar fijada por los
ríos Óder y Neisse. AUSTRIA
0 150 km
HUNGRÍA

cia de un puñado de diputados (27) del
Partido Campesino de Mikolajczyk legi-
timase la maniobra. En todo el espacio
controlado por el Ejército Rojo se repitie-
ron esquemas similares, incluyendo, por
supuesto, las purgas masivas, que en
Polonia comenzaron inmediatamente
después de acabada la guerra.
En septiembre de 1948, incluso el líder del
Partido Obrero, Wladislaw Gomulka, fue
acusado de “desviación derechista”, y sus-
tituido por el fervoroso estalinista Boleslaw
Bierut. Gomulka y muchos otros presos
políticos (comunistas y disidentes) no fue-
ron puestos en libertad hasta después de
la muerte de Stalin el 5 de marzo de 1953.
Sin embargo, el cardenal Stefan Wyszyns-
ki siguió en régimen de detención domi-
ciliaria hasta finales de 1956. La figura de
Wyszynski fue crucial en este período,
porque asoció a la religión católica con la
oposición al régimen comunista y convir-
tió a la Iglesia en parte esencial del núcleo
del sentimiento nacional polaco.
Vanas esperanzas
Como ocurría en los demás países de la
órbita soviética, los polacos esperaban una
clara apertura del régimen en la etapa de
la desestalinización. Fueron los primeros
en conocer (y difundir) el discurso secreto
de Nikita Jruschov en el XX Congreso del
PCUS. De hecho, Bierut murió en Moscú
en extrañas circunstancias mientras asistía
a ese congreso y fue sustituido por Edward
Ochab, que emprendió tímidos pasos de
apaciguamiento hacia los represaliados.
Sin embargo, no logró mejorar la situación
económica, y, en el verano de 1956, el
descontento entre los obreros provocó las
primeras manifestaciones de protesta en
un país comunista, que fueron violenta-
mente reprimidas por el Ejército. Pese a
ello, ese mismo año los polacos aprove-
charon la peregrinación al santuario de la
Virgen de Czestochowa para seguir mos-
trando su descontento y para pedir la li-
beración de Wyszynski.
El comité central del Partido Obrero cedió
y llamó a Gomulka, que tenía el prestigio
de haber sido víctima del estalinismo, pa-
NINGUNO DE LOS LÍDERES APROBADOS POR MOSCÚ
LOGRÓ SACAR AL PAÍS DE LA ESPIRAL DE LA CRISIS
ra dirigir el país, bajo la atenta mirada de
los principales dirigentes soviéticos. Estos
se desplazaron a Varsovia resueltos a ob-
tener garantías de que Polonia mantendría
el régimen socialista y su alianza con la
URSS. Gomulka dirigió el país durante
catorce años con la aureola de haber evi-
tado una invasión soviética como las que
sufrieron húngaros y checos. Intentó nor-
malizar la situación de la Iglesia, pero tam-
poco pudo resolver los problemas econó-
micos y las protestas se reactivaron. Para
DISCURSO público del rehabilitado Wladyslaw
Gomulka en Varsovia el 24 de octubre de 1956.
sustituirle, el partido designó a Edward
Gierek, un comunista que había sido mi-
nero en Francia y Bélgica antes de la gue-
rra y que desde finales de los setenta era
primer secretario de la formación, aunque
tampoco disponía de recetas para sacar al
país de la espiral de crisis y deuda.
Mientras el descontento crecía, en la so-
ciedad arraigaron los gérmenes de dos
movimientos que acabarían destruyendo
la dictadura comunista: el activismo de la
Iglesia, reforzado por la elección de un
papa polaco (Juan Pablo II), y el sindica-
lismo independiente, aliado por primera
vez en un país socialista con la inteligentsia.
Ello desembocaría en el nacimiento de
Solidaridad, bajo la dirección de un elec-
tricista de los astilleros de Gdansk llamado
Lech Walesa, cuyo papel sería determinan-

90 H I STO R I A Y V I DA

te en los cambios que sacudieron al país
durante años. La alarma en Moscú era
cada vez más manifiesta, dado que la si-
tuación en Polonia empeoraba constante-
mente y en todos los sentidos.
En el verano de 1980 estallaron las huelgas
masivas de trabajadores reclamando una
vida digna, lo que provocó la caída de Gie-
rek y su sustitución por Stanislaw Kania,
que intentó negociar con Solidaridad bajo
la vigilancia del general Wojciech Jaru-
zelski, al que se nombró jefe de gobierno.
El régimen reconoció el derecho de huel-
ga y la existencia de los sindicatos, algo
inédito en un país comunista. Al menos en
dos ocasiones, a fines de 1980 y en marzo
de 1981, la invasión del país por las tropas
soviéticas parecía inminente. En junio,
poco después del atentado contra Juan
Pablo II, la URSS envió una clara amones-
tación a los dirigentes polacos advirtiendo
del “peligro contrarrevolucionario” que
encarnaba Solidaridad y exigiendo que
“las fuerzas sanas de la sociedad reviertan
la situación”. La proclamación de que la
URSS “no abandonará a un país hermano
en problemas” fue interpretada como una
clara amenaza de intervención.
Varsovia y Moscú
Lo cierto es que Solidaridad era ya una
auténtica maquinaria de agitación, con
diez millones de militantes, que podía de-
safiar sin el menor complejo al partido
desprestigiado socialmente. Fueron meses
en los que ya nadie podía detener el colosal
pulso entre un régimen totalitario que se
proclamaba defensor universal de los tra-
bajadores y un sindicato cuya mera exis-
tencia era la denuncia más obvia de su
fracaso en todos los aspectos, ante la evi-
dente descomposición del Partido Obrero.
En el otoño de 1981, la Iglesia intentó una
mediación in extremis. El 21 de octubre,
el cardenal Józef Glemp, el sustituto de
Wyszynski, volvió de Roma después de
haber sido instruido por Juan Pablo II, y
se reunió sucesivamente con Jaruzelski
TRANSICIÓN
y con Walesa con la propuesta de alcanzar
un pacto de unidad nacional para hacer
frente a la situación. Solidaridad logró
contener todas las huelgas, y el régimen
respondió con algunas señales cosméticas
de apaciguamiento, como permitir que se
celebrase el aniversario de la recuperación
de la independencia en 1918,aunque en
realidad el Partido Obrero se preparaba
en secreto para dar un golpe de timón.
El 28 de noviembre, Jaruzelski anunció
que se disponía a proclamar una ley que
le otorgase poderes extraordinarios “para
oponerse a las amenazas contra el estado
socialista”. Solidaridad reaccionó dando
por muertos los proyectos de un pacto
nacional y (en contra del criterio del pro-
pio Walesa) amenazando con una huelga
general si esos poderes extraordinarios
eran aprobados. La Iglesia tomó partido
abiertamente a favor del sindicato, y
Glemp pidió que esa ley no fuera aproba-
da, pero los dirigentes soviéticos hicieron
saber con una carta a sus homólogos po-
H I STO R I A Y V I DA 91
POLONIA
JARUZELSKI anuncia la ley marcial el 13 de diciembre de 1981. A la dcha., Walesa recibe a Juan Pablo II en 1991.
lacos que consideraban que había llegado
la hora de acabar con Solidaridad.
Walesa y los demás dirigentes del sindi-
cato ya no podían ceder. Respondieron
convocando un referéndum para que la
población se pronunciase directamente
sobre si estaba o no de acuerdo con el
sistema, algo que el régimen comunista
no podía permitir en ningún caso. El 11
de diciembre, la agencia oficial soviética
Tass publicó un comentario acusando a
Solidaridad de “intentar destituir al poder
ejecutivo de la Polonia socialista” y ga-
rantizando el apoyo de la URSS a las ac-
ciones de Jaruzelski para enderezar la
situación. Ese teletipo, en el ambiente
particular que rodeaba los hechos, fue
para muchos la advertencia última que
anticipaba una invasión inminente.
En la noche del 12 al 13 de diciembre,
Jaruzelski sacó al Ejército a la calle y pro-
92 H I STO R I A Y V I DA
clamó la ley marcial. Siempre sostuvo que
lo hizo precisamente para evitar que lo
hicieran los soviéticos, aunque, teniendo
en cuenta que la URSS ya se había embar-
cado en la desastrosa aventura de Afga-
nistán y que Leonid Brezhnev era un líder
moribundo, hay razones para pensar que
la URSS difícilmente hubiese podido in-
vadir Polonia. Sin embargo, consideran-
do los antecedentes históricos del país, el
riesgo de volver a verse invadidos por los
rusos podía resultar inaceptable hasta
para un comunista. En todo caso, la cues-
tión sigue siendo uno de los debates pre-
feridos de los historiadores polacos.
Decenas de sindicalistas fueron deteni-
dos. También Walesa, con quien los mi-
litares intentaron pactar para evitar más
disturbios en las fábricas. El golpe de
Estado, el “autogolpe” de Jaruzelski, fue
recibido con alivio por todos los países
de la órbita soviética, y los sucesivos cam-
bios en el Kremlin favorecieron cierta
distensión. El papel mediador del carde-
nal Glemp, respaldado desde el Vaticano,
contribuyó a suavizar la represión, pese
a que frecuentemente las posiciones pú-
blicas de Juan Pablo II eran netamente
favorables a Solidaridad.
El papa tenía previsto haber visitado por
segunda vez Polonia (la primera fue en
1979, justo antes del comienzo de las
movilizaciones sindicales), pero solo pu-
do cumplir su deseo en junio de 1983,
cuando Jaruzelski se sentía fuerte y había
decretado el fin de la ley marcial y la li-
beración de todos los detenidos. Este
viaje permitió al pontífice reivindicar
ante una sociedad desmoralizada el pa-
pel de Solidaridad como defensor de los
derechos de los trabajadores y “patrimo-
nio no solo de Polonia, sino de toda la
humanidad”. El dramático asesinato de
un sacerdote comprometido con las pro-
testas como era el padre Jerzy Popieluszko
indicaba que los sectores más radicales
FRECUENTEMENTE, LAS
POSICIONES PÚBLICAS
DEL PAPA JUAN PABLO II
ERAN FAVORABLES
A SOLIDARIDAD
del régimen habían comprendido bien en
qué trinchera estaba la Iglesia.
La mesa redonda
Por encima de las disputas políticas y geo-
estratégicas estaba, sin embargo, el pro-
blema que había originado la inestabilidad.
La economía polaca no funcionaba ni
podía atender las necesidades de una po-
blación que había aumentado a gran ritmo
después de la guerra. Los recursos natu-
rales se agotaban, la deuda externa era
insostenible y el retraso tecnológico resul-
taba innegable. La llegada al poder en
Moscú en 1985 de un dirigente tan hete-
rodoxo como Mijaíl Gorbachov iba a su-
poner un cambio drástico en la orientación
de la política polaca. Jaruzelski tenía todo
el apoyo político de la URSS, pero necesi-
taba el dinero de Occidente, que pasaba
por la rehabilitación de Walesa y de So-

lidaridad. En octubre de 1987, el propio
Comité Central del Partido Obrero redac-
tó un informe en el que proponía abierta-
mente reformas democráticas “que no
dañen los compromisos diplomáticos y
militares de Polonia”, es decir, sin poner
en cuestión su alineamiento con la URSS.
La reforma política se sometió a referén-
dum junto a un paquete de medidas eco-
nómicas tan impopulares como subidas
masivas de precios o tan necesarias co-
mo la autonomía de las empresas. El
resultado fue ambiguo, porque Jaruzels-
ki podía considerar que había ganado el
referéndum, pero Walesa le invitó a “es-
cuchar el mensaje” de la sociedad. La
participación fue muy baja, teniendo en
cuenta que el voto era obligatorio.
En 1989, el gobierno no tuvo más remedio
que legalizar a Solidaridad y considerar a
Lech Walesa como principal interlocutor
de la oposición para negociar con él la
construcción de un nuevo sistema político,
en lo que se llamó “la mesa redonda”. Al
contrario de lo que había pasado hasta
entonces, desde la Unión Soviética de Mi-
jaíl Gorbachov no solo se veía el proceso
sin hostilidad, sino, más bien al contrario,
con simpatía y curiosidad. Y en las prime-
ras elecciones bajo las nuevas reglas, el 4
de junio de aquel año, ambos se repartie-
ron los cargos: el general Jaruzelski actua-
ría como presidente de la República y
Tadeusz Mazowiecki, el principal asesor
de Walesa, como primer ministro.
Polonia había hecho el tránsito desde
una dictadura comunista a una demo-
cracia posibilista con sus propias fuerzas
y siguiendo su propio camino. Los pro-
blemas económicos no empezarían a
resolverse hasta que se completó su in-
greso en la Unión Europea, quince años
TRANSICIÓN
después. En ese tiempo, el propio Wale-
sa llegó a ser presidente de la República
durante una legislatura, el papa Juan
Pablo II visitó su país hasta en nueve oca-
siones y la Unión Soviética y el Pacto de
Varsovia se disolvieron como un terrón
de azúcar en el agua de la historia. Aho-
ra, Polonia vive el período más próspero
y libre de su trayectoria reciente.
PARA SABER MÁS
ENSAYO
BOGDAN, Henry. Histoire des pays de
l’Est. Des origines à nos jours. París: Pe-
rrin, 2008. En francés.
BUHLER, Pierre. Histoire de la Pologne
communiste. Autopsie d’une imposture.
París: Karthala, 1997. En francés.
LUKOWSKI, Jerzy y ZAWADZKI, Hubert. His-
toria de Polonia. Madrid: Cambridge Uni-
versity Press, 2002.
H I STO R I A Y V I DA 93
LAS RELACIONES ENTRE
A pesar de su distancia geográfica, la interacción
entre Polonia y España ha sido intensa a lo largo
de los siglos, y ha contribuido a configurar la
historia de ambos países a distintos niveles.
FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS, DOCTOR EN HISTORIA
S
i hay que poner un punto de
arranque al vínculo hispano-
polaco, debemos remontarnos
al siglo x. Fue entonces cuando
Ibrahim Ibn Ya’kub (¿912-?), un
comerciante judío originario de Tortosa,
dejó constancia de su visión de Polonia en
un escrito del que solo han sobrevivido
fragmentos. No es seguro, sin embargo,
que hubiese visitado el país; tal vez ob-
tuvo su información en Praga.
Ya en el siglo xii, Riquilda, hija de Ladis-
lao II, se convertirá en la esposa de Alfon-
so VII de Castilla. Existió, por tanto, un
contacto diplomático entre los dos extre-
mos de Europa. En el terreno religioso es
posible detectar también lazos importan-
tes. Jacek Odrowaz (1185-1257), el que
sería canonizado como san Jacinto, in-
trodujo en Polonia la orden dominica
después de conocer en Italia a su funda-
dor, Domingo de Guzmán. Por otra parte,
la presencia polaca resulta detectable
entre los peregrinos del camino de San-
tiago. Un cálculo aproximado ha estable-
cido la cifra en más de un centenar.
Bajo el esplendor hispano
En el siglo xvi y principios del xvii, España
era la superpotencia mundial. Su moda,
por ello, se imponía en todas partes. Polo-
nia no fue una excepción. Sus nobles co-
piaban el estilo de vestir de los aristócratas
que servían a los Austrias. Y no solo eso.
Algunos hablaban castellano, que por en-
tonces tenía una importancia similar a la
que posee hoy el inglés. Y se formaban en
centros como la Universidad de Vilna, en
manos de una orden religiosa de origen
hispano, la Compañía de Jesús.
“Langosta española”, “buitres españoles”
“nueva secta española”... Eran algunas de
94 H I STO R I A Y V I DA
EN LA LITERATURA DEL
SIGLO DE ORO ESPAÑOL
APARECEN PERSONAJES
POLACOS, COMO EN EL
QUIJOTE DE CERVANTES
las denominaciones que utilizaban los de-
tractores de los jesuitas para referirse a la
Compañía de Jesús. Expresaban su hosti-
lidad hacia la dinastía de los Habsburgo,
que encarnaba el absolutismo monárquico.
Por el contrario, la llegada de los carmeli-
tas en 1605 no despertó especial animad-
versión. Por esta razón, dos místicos, Te-
resa de Jesús y Juan de la Cruz, ejercerían
su influjo en el este de Europa.
La España del Siglo de Oro asistió al au-
ge y declive de los tercios, a la vez que
representó una época irrepetible de es-
plendor artístico y literario. En este últi-
mo ámbito también surgen ejemplos de
los vínculos entre España y Polonia. Cer-
vantes, en el Quijote, menciona a un he-
chicero polaco, discípulo del famoso
mago italiano Girolamo Scotto, que ha-
bría construido una cabeza encantada.
En otra de sus obras, Los trabajos de Per-
siles y Segismunda, aparece un persona-
je, Ortel Banedre, de la misma naciona-
lidad. Es un católico que comparte con la
mentalidad hispana de la época un pun-
to crucial: la obsesión por el honor.
El teatro también se hizo eco de perso-
najes polacos. Lope de Vega, en El rey sin
reino (1625), se inspiró en el misterio
que rodeaba al monarca Vladislao III,
desaparecido en combate en 1444 du-
BATALLA de Somosierra, de J. Suchodolski. Los
rante la batalla de Varna, en lucha contra polacos se distinguieron en este choque de 1808.
los turcos otomanos. Pero, sin duda, el
POLONIA Y ESPAÑA

H I STO R I A Y V I DA 95
POLONIA
SOFÍA CASANOVA con Pérez Galdós. Instituto de Patrimonio Cultural de
España, MECD. A la dcha., el Instituto Cervantes en Varsovia.
ejemplo literario más relevante es el de
Calderón de la Barca. La vida es sueño,
uno de sus títulos más importantes, está
protagonizada por el príncipe polaco
Segismundo. La acción, ciertamente, no
refleja ninguna mirada sobre su país,
sino la reflexión sobre ideas abstractas
como la libertad humana.
Tampoco podemos prescindir de la lite-
ratura picaresca. En La vida y hechos de
Estebanillo González (1646), el español
protagonista acude a Varsovia en repre-
sentación del archiduque Leopoldo. En la
novela se hallan alusiones a la relación del
monarca, Vladislao IV, con la nobleza. Es
posible que el anónimo autor quisiera re-
flejar con su relato la importancia de la
aristocracia española del momento.
De la Ilustración al XIX
En tiempos de la Ilustración, Carlos III
contrajo matrimonio con María Amalia
de Sajonia, hija del monarca polaco Au-
gusto III. La pareja reinó en Nápoles du-
rante muchos años, pero ella murió al
poco tiempo de trasladarse a España. El
mismo día de su fallecimiento, el conde
de Aranda, destinado a ser uno de los prin-
cipales estadistas de su época, llegó a Po-
lonia como embajador. En sus informes a
la corte de Madrid se manifestó en térmi-
nos críticos con el gobierno polaco, sumi-
do en la anarquía por las ambiciones de
los nobles, mientras que el monarca, con
un poder muy escaso, poco podía hacer.
Aranda, por su parte, se esforzó en pro-
mover las exportaciones españolas.
Por lo que respecta a la literatura polaca,
un gran escritor ilustrado, el conde Jan
96 H I STO R I A Y V I DA
Potocki, creará a principios del siglo xix
una obra maestra, Manuscrito encontra-
do en Zaragoza, a partir de su conoci-
miento de España. El relato está prota-
gonizado por un oficial, Alphonse van
Worden, de viaje por Sierra Morena.
Cuando Napoleón Bonaparte se convirtió
en el amo de Europa, el Gran Ducado de
Varsovia contribuyó con hombres a sos-
tener su esfuerzo bélico. Los polacos
lucharon en diversos frentes contra los
enemigos de Francia. En España, duran-
te la guerra de la Independencia, se dis-
tinguieron por su valor en el primer sitio
de Zaragoza, en la batalla de Medina de
Rioseco o en Somosierra, donde su ca-
ballería ligera protagonizó una recorda-
da carga que dejó abierto para las tropas
bonapartistas el camino a Madrid.
A lo largo de siglo xix, varios polacos rele-
ARTÍCULOS COMO LOS DE SOFÍA CASANOVA, DE ABC,
AMPLIARON EL CONOCIMIENTO DEL PAÍS EN ESPAÑA
vantes llegaron a la península por distintas
razones. Unos deseaban conocer el país.
Józef Tanski (1805-88), tras intervenir en
la insurrección de 1830, vino por otro mo-
tivo: luchar con los liberales en la guerra
carlista. Regresó poco después, esta vez
como corresponsal de un periódico galo.
Reunió sus artículos en el libro L’Espagne
en 1843 et 1844, de gran éxito.
En España no faltó quien siguiera con aten-
ción la lucha de Polonia por su indepen-
dencia. Tras el fracaso de la sublevación
de 1830 contra el dominio ruso, el escritor
romántico Enrique Gil y Carrasco publicó
un poema, titulado Polonia, en el que pre-
sentaba un país oprimido a cuya defensa
nadie acudía, pues la comunidad interna-
cional prefería mirar hacia otro lado. Po-
lonia, en estos versos, aparece como una
“madre sin hijos”, una “reina sin blasones”.
Por su parte, José de Espronceda, en El
canto del cosaco, hizo referencia a cómo
las tropas al servicio del zar habían aba-
tido “la gloria de Polonia”.
Tan lejos, tan cerca
Según datos de Joaquín Riquelme Ribas,
doctor en Filología Eslava por la Universi-
dad Complutense de Madrid, en 1917, un
año antes de la proclamación de la inde-
pendencia de Polonia, un escolapio, Ama-
deo Pons, ocupó por primera vez en la
historia un puesto de lector de lengua
española en la Universidad de Varsovia.
Fue lo que daría lugar a la primera cátedra
de estudios hispánicos en Polonia. En 1918,
la colaboración cultural entre los dos paí-
ses se puso de manifiesto con la inaugu-
ración de una exposición de artistas pola-
cos en el patio del Palacio de Santa Cruz,
sede del Ministerio de Asuntos Exteriores
(entonces Ministerio de Estado).
Por entonces empezaron a publicarse libros
y artículos de prensa que permitieron un
conocimiento recíproco de ambos países.
La periodista Sofía Casanova, corresponsal
del diario ABC en Europa central y orien-
tal, publicó en este periódico una serie de
FELIPE GONZÁLEZ con el presidente Lech Walesa
durante su primera visita oficial a Polonia, 1993.
artículos sobre el proceso de independen-
cia de Polonia. Casada con el aristócrata
polaco Wincenty Lutoslawski, Casanova
fue la figura más relevante en las relacio-
nes entre ambos países durante la prime-
ra mitad del siglo xx. Sus crónicas dejaron
constancia del horror de las dos guerras
mundiales, no desde la perspectiva de las
operaciones bélicas, sino del sufrimiento
de la población civil. Lo que más llama la
atención es su sensibilidad para con los
heridos, como también el modo en que
refleja la incertidumbre de la gente cuan-
do escaseaban las noticias.
Unos años antes, en 1919, el aristócrata
hispano-polaco Casimiro Granzow de la
Cerda, duque de Parcent (representante
diplomático de España en Varsovia) escri-
bió Polonia: su gloria en el pasado, su mar-
tirio y su resurrección, la primera historia
de Polonia escrita directamente en caste-
llano, y no traducida de otra lengua.
Tras el inicio de la Guerra Civil española
en 1936, unos cuatro mil polacos, alistados
en las Brigadas Internacionales, llegaron
a España para luchar por la República. Uno
de sus compatriotas, el periodista Ksawery
Pruszynski, escribió En la España roja (Al-
ba, 2006), un poderoso ensayo sobre el
conflicto en el que reflejó en términos
críticos, pero con voluntad de objetividad,
el mundo de los milicianos.
En las siguientes cuatro décadas, Madrid
y Varsovia siguieron caminos opuestos.
El régimen de Franco y el sistema comu-
nista encarnaban valores antagónicos,
por lo que las relaciones bilaterales bri-
llaron por su ausencia. Pero eso no sig-
nifica que no existiera ningún vínculo.
Los exiliados políticos polacos, que huían
del sistema marxista, crearon en 1949
una sección de Radio Nacional de Espa-
ña, conocida como “Radio Madryt”, des-
tinada a difundir emisiones antiguber-
namentales en territorio polaco.
En las décadas más recientes, en cambio,
hay que hablar de un reencuentro a raíz
del ingreso de ambos estados en la Unión
Europea. En el terreno cultural destacan
las actividades en Varsovia del Instituto
Cervantes y la acción del Instituto Polaco
de Cultura con sede en Madrid.
Entre los dos países se han intensificado,
además, las relaciones económicas, como
muestra la llegada de empresas hispanas
al mercado polaco, así como la mayor pro-
fusión turística en ambos sentidos. Las
huellas centenarias de esta conexión ava-
lan el interés, la influencia y el contacto
entre España y Polonia, una correspon-
dencia en vías de incrementarse.
PARA SABER MÁS
ENSAYO
BAK, Grzegorz. La imagen de España en
la literatura polaca del siglo xix. Tesis doc-
toral. Madrid: Universidad Complutense de
Madrid, 2002.
GONZÁLEZ MARTÍNEZ, Elda y NALEWAJKO,
Malgorzata (coords.). España y Polonia:
los encuentros. Madrid: CSIC, 2005.
H I STO R I A Y V I DA 97
FOTO CON HISTORIA
LOS OTROS BEATLES
E
l rock and roll significaba rebeldía.
Por eso, el gobierno comunista de
Polonia no deseaba que este estilo
musical se extendiera entre la ju-
ventud. Para burlar la censura, la primera
banda que lo introdujo se hizo llamar
Rhythm and Blues. Su primer concierto
tuvo lugar en abril de 1959. A partir de
entonces, para evitar las suspicacias de las
autoridades, el rock se conoció con el eu-
femismo de big beat (“gran golpe”). Pron-
to surgieron otros conjuntos. El primero
98 H I STO R I A Y V I DA
en adquirir un éxito masivo, Czerwone
Gitary (“Guitarras Rojas”), fundado en
1965, no tardó en ser comparado con los
Beatles. Un eslogan publicitario asegura-
ba que nadie en Polonia tocaba a más de-
cibelios. Todos sus miembros escribieron
temas, pero fueron dos los compositores
principales, Krzysztof Klenczon y Seweryn
Krajewski. Como no podía ser menos, el
público vio en ellos una reedición del mí-
tico dúo formado por John Lennon y Paul
McCartney. Las semejanzas entre los de
Liverpool y los de Gdansk no acababan
aquí. En la cumbre de su éxito, ambos gru-
pos optaron por la separación. También
en ambos casos, uno de sus miembros
moriría en circunstancias trágicas. Lennon,
asesinado por un demente en 1980. Klenc-
zon, víctima de un accidente de tráfico al
año siguiente. Por último, tanto unos como
otros protagonizaron regresos tardíos. En
esta imagen, los Czerwone Gitary aparecen
durante una actuación en el festival anual
de Opole, en el sur del país, en 1969.