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14/9/2018 La Jornada: La izquierda en el límite

La izquierda en 13
Veces compartido

el límite
ILÁN SEMO

E
n la pasada década, en diversas partes del mundo, la izquierda ha
emprendido múltiples y disímbolos intentos por figurar el enigma de
cómo gobernar en tiempos tan inclementes. Tiempos cifrados por las
secuelas de lo más cercano (que nos ha tocado vivir) a una depresión (la
crisis financiera de 2008), por el ascenso de las versiones más exóticas
(e inalienables) de la derecha (Trump, Rajoy, Temer…), por la restauración (casi
en copycat) de los mecanismos que llevaron a la propia crisis y por el súbito giro,
en los años recientes, que recomienda amurallar mercados y naciones. Un
recorrido más detallado por cada una de estas experiencias mostraría las
gigantescas dificultades para hacer política de izquierda desde los andamiajes del
Estado, cuando éste representa hoy la zona más acosada y disputada por los
poderes globales. Toda la retórica conservadora sobre el Estado como sitio de la
degradación, la inoperancia, los excesos y el dispendio no hace más que ocultar
que, por debajo de la mesa –y a veces no tan debajo–, esos poderes han hecho del
Estado su principal fuente de ingresos y utilidades –mediante el endeudamiento–,
su guardián policiaco –para garantizar el extractivismo y las obras de estructura–
y su niñera o su “pastor” –como una metáfora medieval– de almas y cuerpos de
poblaciones que viven siempre bajo el azoro de la criminalidad.

De esta breve y reciente historia de la izquierda quedan éxitos inesperados –


casi nunca reconocidos–, repliegues forzados, caídas bruscas, fracasos abismales
(y hasta fatales) y catástrofes –como la tragedia de Nicaragua–. Pero sobre todo:
intentos apenas advertidos por desarrollar estrategias impensadas –inverosímiles
hace pocos años– para hacer de la vida cotidiana algo menos inclemente en
tiempos tan bizarros. Y acaso es este límite el que fija sus máximas expectativas
en la actualidad. Enumero sólo unas cuantas estaciones de este pasado reciente.

Brasil, el caso más paradigmático. Bajo los gobiernos de Lula y Dilma, Brasil
acabó por consolidarse como una asombrosa subpotencia, la única en América
Latina. Nadie se los puede negar. Gobiernos siempre realistas, enfrascados
frecuentemente en alianzas descorazonadoras (basta con recordar que Michel
Temer fungió como vicepresidente de Dilma Rousseff) que hicieron posible
hacer frente al desafío número uno de cualquier orientación de izquierda en la
actualidad: propiciaron un veloz crecimiento durante años –hasta que llegó la
crisis de 2015. Sólo así, bajo condiciones de maduración, fue posible emplear
estrategias sociales destinadas a hacer un poco menos pobre la pobreza. Sin
crecimiento, intentar distribuir el ingreso conduce a la locura. ¿La clave
brasileña?: no permitir la escalada del endeudamiento. Tal vez, el desafío más
complejo de la actualidad. No hay nada que prenda más los focos rojos en el
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14/9/2018 La Jornada: La izquierda en el límite

mundo global que un Estado que renuncia a endeudarse. La razón es sencilla:


hoy no es necesario bloquear naciones, basta con cortarles el suministro de
préstamos. En el primer momento en que el gobierno del PT mostró una
debilidad, comenzó la cacería de los halcones bancarios. Fue el momento del
desafuero de Dilma. Pero la respuesta del PT, lejos de enfrentar la crisis con
violencia –como en el caso de Nicaragua– siguió los compromisos de las
instituciones que él mismo ayudó a forjar. Nunca hay que despreciar la distinción
entre una izquierda democrática y una autoritaria y clientelar, si se quiere
entender a la izquierda en general.

Portugal, la sociedad manda. Bajo la coalición de Antonio Costa, Portugal


parece haber sorteado muchos de sus dilemas tradicionales. Se ha convertido en
un centro tecnológico, una economía próspera y una sociedad cada vez menos
desigual. La fórmula ha sido distinta a la brasileña: situar al Estado como un
soporte de la sociedad y entregar a ésta toda la iniciativa. Tal vez sea la fórmula
idónea para el siglo XXI.

Grecia, la zona de la ambigüedad. La mayoría de los analistas apuntan que


abandonar el euro habría sido la mejor opción para el país mediterráneo. La
sociedad griega no se recobra, la degradación de la vida continúa, la vida
precaria se extiende. Y sin embargo, Tziriza, al que hace algunos años se acusó
de capitulación, ha logrado tranquilizar a la angustia europea. Todo a costa de su
propia identidad. ¿Valió la pena? Si no hay condiciones para realizar el mínimo
de una estrategia de izquierda, ¿por qué no dejar que gobierne el centro? Un
síndrome de las franjas políticas de este ámbito es no reconocer el momento en el
que hay que replegarse. Esta ambición no mata, pero termina con cualquier
identidad.

Uruguay, un caso singular. Nadie más exitoso que el Frente Amplio que
gobierna desde Montevideo. La fórmula ha sido insertar a las inversiones
extranjeras estrictamente en el mundo productivo –y contener su paso en la
esfera financiera. Inversiones de riesgos calculables, ecológica y socialmente
ecuánimes, sobre todo en el desarrollo de la infraestructura.

Todas estas fórmulas pasan por una y la misma pregunta: cómo domesticar a
las fuerzas globales y mantener, en casa, un Estado disciplinado.

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