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APOCALÍPTICA

Definición:
Anteriormente, definir la palabra “apocalíptica” planteaba un serio problema, pues no
se tenía claridad del término, algunas veces se aplicaba en referencia a un cuerpo literario,
al contenido de tal literatura o a movimientos sociales con ideologías fuertemente
arraigadas en este campo. Dicha falta de precisión impulsó a un arduo trabajo con el afán
de establecer una terminología más diferenciada.
K. Koch, en su libro de 1970, “Ratlos vor der Apokalyptik”, hace una señalada distinción
entre “apocalipsis” y “apocalíptica”. Para él, apocalipsis era una de las diversas tendencias
existentes en la literatura de Israel que incluía varios rasgos característicos: 1) Diálogo, en
el que un representante celestial revela, a menudo en una visión, información secreta
sobre el destino humano a un vidente del que se hacen constar sus atormentadas
reacciones ante la experiencia. El vidente comunica el mensaje mediante discursos,
exhortando a los fieles a la perseverancia en el presente tiempo de angustia, porque el
final de las tribulaciones y el comienzo de la nueva era están a punto de llegar. 2) El autor
suele recurrir al seudónimo de un héroe antiguo y, expresa su mensaje con imágenes
míticas y simbólicas. 3) Los apocalipsis, son obras compuestas, resultado de largos
procesos de evolución literaria.
En un segundo momento, afirma que “apocalíptica” hace referencia a un movimiento
histórico intelectual, con ideas típicas de las cuales enumera ocho:

1. Una expectativa apremiante de que en un futuro inmediato habrá de darse un


vuelco de las actuales circunstancias terrenas.
2. El final llegará mediante una catástrofe cósmica.
3. La historia universal está formada por segmentos predeterminados de tiempo cuyo
final está íntimamente unido a la historia que lo precede.
4. Los escritores recurren a ejércitos de ángeles y demonios para explicar el curso de
la historia y los acontecimientos que tendrán lugar en el fin.
5. Tras la catástrofe final habrá salvación, no entendida desde una perspectiva
puramente nacionalista, sino con tendencia al universalismo (lo cual significa que,
dentro del mismo Israel, no todos experimentarán la liberación, sino sólo los justos,
y a éstos se unirán las personas virtuosas de los demás pueblos).
6. Un acto de Dios efectuará la transición del desastre a la redención, y entonces el
reino de Dios se hará visible en la tierra, aunque ya antes había estado presente de
manera escondida.
7. A menudo, un mediador con funciones reales trae la redención final.
8. La “gloria” caracteriza el estado final y lo hace diferente de lo que existió antes.

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P. Hanson, está de acuerdo que “apocalipsis” se debe aplicar a un género literario,
pero, se debe distinguir de “apocalíptica”, “escatología apocalíptica” y “apocalipticismo”. Al
referirse a la apocalíptica, pretende distinguir el pensamiento apocalíptico de la literatura
profética: perspectiva religiosa que se centra en la revelación hecha al elegido de la visión
cósmica de la soberanía de Yahveh. Con el término apocalipticismo designar un fenómeno
social de aquellos grupos para los que la escatología apocalíptica se ha convertido en
ideología. Hanson reconoce el pesimismo como una disposición anímica que da origen al
pensamiento apocalíptico, y lo sitúa en “las sombrías circunstancias postexilicas”.
J. Collins, al término de las variadas observaciones y ajustes, da la definición de
apocalipsis mayormente aceptada: “Un apocalipsis es un tipo de literatura de revelación
que, en un marco narrativo, presenta una revelación transmitida por un ser celeste a un
destinatario humano y que desvela una realidad trascendente, a la vez de orden temporal,
en la medida en que concierne a la salvación escatológica, y de orden espacial, por tanto,
que implica otro mundo, el mundo sobrenatural. [Semejante revelación] tiene como
finalidad interpretar las circunstancias presentes y terrenas a la luz del mundo
sobrenatural y futuro e influir a la vez en la comprensión y el comportamiento de los
destinatarios por medio de la autoridad divina”. (TOMADO DEL CUADERNO BÍBLICO N. 110)

Origen.l
Desde los tiempos del destierro, y sobre todo con las conquistas de Alejandro
Magno y la imposición del poder y la cultura griegas en el próximo Oriente, y, más
aún, con el dominio romano, Israel no sólo experimentó la superioridad de las
naciones extranjeras, sino que vio amenazadas su fe e instituciones tradicionales.
La profanación del templo y la persecución del judaísmo por parte de Antíoco IV
Epífanes, la toma de Jerusalén y destrucción del santuario por Tito, y otras
tragedias más, avivaron en muchos judíos el celo por su fe y motivaron una toma
de conciencia más profunda de su identidad nacional y religiosa, llevándoles a
buscar respuesta a aquellos males cuya magnitud sobrepasaba lo escrito en la
Ley y los Profetas.
Personas de profunda sensibilidad espiritual y a veces notables dotes
literarias compusieron obras en las que expresaban la esperanza en un futuro
distinto para Israel. En esas obras quedan recogidas tradiciones o quizá escritos
anteriores, cuya formación se remonta al siglo III a.C. e, incluso en el caso de
algunos materiales de carácter astrológico, hasta la época del destierro en
Babilonia. Todo ello con el afán de mostrar la absoluta soberanía de Dios y sus
designios salvadores hacia el pueblo elegido. Estas obras literarias llamadas
apocalipsis manejarán dos recursos literarios, por una parte la pseudoepigrafía,
poniendo como receptores y mediadores de misteriosas revelaciones a insignes
personajes del pasado que de alguna manera vivieron situaciones análogas (Henoc,

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Abrahán, Moisés, Elías, Baruc y Esdras…). Por otra parte la actualización de temas
presentes en la tradición anterior, oral o escrita, reelaborados para iluminar la nueva
situación; especialmente el diluvio en 1 Hen y el destierro en 2Bar, 3Bar y 4Esd, o la
construcción de la torre de Babel en ApAbr.

a) Qué dicen algunos investigadores en referencia a la formación de los apocalipsis.


Frank Moore Cross, sostenía que “los orígenes de lo apocalíptico se debían buscar ya
en el siglo VI a.C.”, al respecto, observó “reformulaciones de la tradición profética y de la
ideología real” en algunos textos proféticos posteriores de la Biblia hebrea que contenían
“rasgos y motivos rudimentarios de apocalipticismo”, tales como: Democratización y
escatologización de los temas y géneros proféticos clásicos, la doctrina de las dos eras y, a
renaciente influencia de mitos sobre la creación utilizados para formular la historia y darle
significación trascendente, significación no manifiesta en los acontecimientos ordinarios
de la historia bíblica”.
O. Plóger y P. Hanson han buscado los orígenes apocalípticos en períodos anteriores de
la historia postexílica, y han intentado identificar los grupos no teocráticos, de mentalidad
escatológica, responsables de la aparición del pensamiento apocalíptico. Sostienen que,
aunque es indudable que los autores de los apocalipsis utilizaron material bíblico anterior
y, hasta cierto punto, imitaron las formas bíblicas, nadie compuso un apocalipsis, en el
sentido que da Collins a este término, hasta el s. III a.C.
En esta misma línea de investigación, los expertos se esfuerzan por encontrar las
fuentes o influencias literarias y doctrinales que originaron a los apocalipsis y al
pensamiento apocalíptico. Aunque ningún libro bíblico escrito antes de Daniel (c. 165 a.C.)
adopta la forma literaria de un apocalipsis, existen pasajes escriturísticos más antiguos que
se le parecen en aspectos formales. Un ejemplo es la visión profética del trono 1R 22; Is 6,
otros son las visiones de Ezequiel cap. 40-48 y de Za 1-8, en ambos casos un ángel explica
el significado de lo que el profeta está viendo, característica definitoria de los apocalipsis.
El hecho de que varios de los mejores antecedentes formales de los
apocalipsis se encuentren en relatos de visiones proféticas, de que el pensamiento
apocalíptico esté profundamente interesado en el futuro, y de que los apocalipsis
hagan frecuente referencia a los libros proféticos animan a considerar la profecía y
la literatura profética como precursoras y modelos de los apocalipsis y el
pensamiento apocalíptico. Ésta ha sido, de hecho, la postura dominante. David
Syme Russell, dice sobre el apocalipsis: “Sus raíces se extendieron y se alimentaron de
muchas fuentes, proféticas y mitológicas, autóctonas y extranjeras, esotéricas y exóticas;
pero resulta indudable que la raíz principal, por decirlo así, se hundió profundamente en la
profecía israelita, y en particular en los escritos de los profetas postexílicos, cuyo
pensamiento y lenguaje proporcionó la tierra de la que habían de brotar las posteriores
obras apocalípticas”. Como ejemplo mencionaba el tema profético del día del Señor, que
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para los profetas significaba una intervención histórica de Dios, pero que los videntes
transformaron en el juicio final. Con ello, las pruebas en favor de la influencia profética
parecen ser claras, sin embargo, no hay unanimidad con dicha postura. De hecho, G. von
Rad negaba que la profecía fuera la precursora del pensamiento apocalíptico, porque
consideraba que las visiones de la historia que se dan en la literatura profética y en la
apocalíptica eran incompatibles. Para él los orígenes apocalípticos se encuentran en la
tradición sapiencial principalmente en los ámbitos de la interpretación de los sueños y la
ciencia de los signos y de los oráculos. Otros han revolucionado el pensamiento de von
Rad señalando que la sabiduría mántica (conjunto de prácticas que intentan adivinar el
futuro), ofrece impresionantes paralelos de lo que los apocalípticos suponían y hacían. Lo
mismo que los adivinos leían mensajes cifrados sobre el futuro procedentes del mundo
divino y anunciaban los resultados de su interpretación a un público concreto, los
apocalípticos descifraban los mensajes simbólicos transmitidos a ellos por una figura
celestial y los comunicaban a sus círculos. Ambos sistemas presuponen que el futuro ya ha
sido determinado. En este sentido resulta interesante observar que los apocalipsis judíos
más antiguos están ligados a nombres de individuos con fuertes connotaciones mánticas:
Henoc y Daniel. Estos dos sabios mánticos se convirtieron en los primeros videntes
apocalípticos judíos.
Todo lo anterior nos lleva a preguntarnos por qué los especialistas en apocalipsis han
encontrado influencias “proféticas” y “sapienciales” en el origen de la literatura y
pensamiento apocalíptico judía y, posteriormente, cristiano. Los indicios señalan que el
estudio moderno hace distinción donde los escritos antiguos no habían establecido
separaciones marcadas. Varios textos primitivos presentan indicios de que lo que ahora
denominamos profetas/profecía y videntes/apocalipsis antiguamente se consideraba
perteneciente a la misma categoría general. Con este antecedente se puede descubrir en
las fuentes que algunos personajes que nos parecen videntes de apocalipsis son
denominados profetas, o se dice que han profetizado. Por ejemplo: Judas 1,14 “Henoc, el
séptimo después de Adán, profetizó ya sobre ellos...”, el texto del Florilegio de Qumrán
(4Q174) hace referencia a “el libro de Daniel el profeta” (1-3 ii 3), 4 Esdras, presenta a
Esdras como un profeta (12,42), el libro del Apocalipsis del Nuevo Testamento, también se
autodesigna como “profecía” al principio del libro: “Dichoso el que lea y los que escuchen
las palabras de esta profecía…” (1,3), y al final: “Yo advierto a todo el que escuche las
palabras de la profecía de este libro...” (22,18-19). Todo esto lleva a pensar que los
términos “profeta” y “profecía” tenían una amplitud mayor que la que se tiene hoy, y que
los apocalípticos y sus escritos entraban dentro de estas categorías. Por otro lado, hay
investigadores que señalan las notables diferencias entre los que profetizaban y los que
pronunciaban apocalipsis, pues, mientras que los adivinadores leen mensajes cifrados en
las entrañas de animales o en los sueños, los apocalípticos, que también interpretaban
sueños, necesitaban la ayuda de intermediarios celestiales para esclarecer el mensaje que
se había de transmitir.

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La conclusión general que se debe sacar de estos datos es que profecía y sabiduría
mántica, que parecen ser las fuerzas más eficaces que actúan sobre los escritores
apocalípticos, son fenómenos que guardan estrecha relación entre sí y comparten el rasgo
de la revelación divina de secretos relativos al futuro a un receptor humano para su
divulgación a un público concreto.

b) La literatura apocalíptica y su territorio


Otra tendencia en el estudio reciente de los fenómenos apocalípticos ha sido situar los
apocalipsis judíos y cristianos dentro del contexto más amplio del apocalipticismo de
Oriente Próximo y grecorromano. Es decir, los expertos han reconocido que los apocalipsis
judíos y cristianos de la antigüedad tardía encuentran sus equivalentes en diversas obras
escritas: zoroástricas, egipcias, griegas, romanas, helenistas, gnósticas…, ante ello, las
investigaciones muestran que el apocalipticismo judío estaba en deuda con la teología
persa/irania. Los principios concretos que habitualmente se mencionan a este propósito
son el dualismo y la división de la historia en períodos. Los apocalipsis persas/iranios son
una importante fuente comparativa; pero en tiempos recientes se han señalado paralelos
a los apocalipsis judíos que proceden de fuentes mesopotámicas más antiguas. Las cinco
Profecías acádicas, datadas entre el s. XII a.C. y el período seléucida, que presentan
“predicciones” de acontecimientos que ya han tenido lugar, en sus “predicciones”
históricas se revelan a los receptores los contenidos, pero no se da el nombre de los
individuos que figuran en las revelaciones. Las “predicciones” utilizan profusamente el
lenguaje de las apódosis augurales (las cláusulas que presentan las consecuencias que se
seguirán de los agüeros examinado) y, por tanto, guardan relación verbal y temática con la
sabiduría mántica. Uno de estos textos, la Profecía dinástica (del período babilónico
tardío), se parece a Dn 2 y 7, por cuanto habla de una serie de reinos que se alzan y caen,
se menciona a Asiria, Babilonia, Elam y los haneanos. Los textos acádicos atestiguan
además rasgos tales como la seudonimia y el mandato de mantener en secreto el
contenido de las revelaciones; sin embargo, no hablan de un juicio universal y, por lo
general, parecen carecer de enseñanzas escatológicas.
M. Hengel ha sostenido que los apocalipsis judíos primitivos dejan entrever influencias
procedentes de círculos diversos. En concreto, dice que los esquemas de la “historia
universal” que encontramos en los apocalipsis judíos primitivos estaban sacados en buena
medida de las concepciones mitológicas del entorno oriental helenístico. Si los primeros
apocalipsis judíos aparecieron en los siglos III y II, el contexto helenístico amplio
proporcionó a sus autores oportunidades para explotar tradiciones y motivos de varias
clases, no sólo autóctonos, sino también internacionales.

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Contenido
En los apocalipsis no sólo se plantea con dramatismo la cuestión del origen del mal y
sus consecuencias para el pueblo de Israel e incluso para todos los hombres, sino que se
especula ansiosamente sobre el momento en que el mal será definitivamente vencido
mediante el juicio de los pecadores y la instauración de un mundo nuevo. En estas obras
se encuentran descripciones de los misterios celestes concernientes a Dios (su morada, su
trono, sus ángeles), a los astros y fenómenos atmosféricos como signos del poder divino
(puertas de los vientos, depósitos de la lluvia, de la escarcha, etc), o a la orientación de la
historia desde su comienzo a su final, expresión asimismo de la soberanía de Dios.
De manera esquemática, podemos decir que en los apocalipsis se describe el cielo, se
da una explicación del origen del mal y se narra la victoria definitiva de Dios sobre el
mismo. Esto permite contemplar la grandeza del Dios de Israel, a confiar en Él y a
prepararse para los momentos finales.

Conexión con el Nuevo Testamento.


La idea de en un final de este mundo presente mediante su transformación radical o su
destrucción, seguida de la aparición de un mundo nuevo, la encontramos en el
pensamiento de Israel después de la vuelta del destierro de Babilonia s. VI a.C. El punto de
partida fue la convicción de Israel de que Dios iba a intervenir para salvar a su pueblo (las
profecías), pero, cómo y hasta dónde iba a alcanzar esa intervención, son inquietudes que
se fueron determinando a medida que avanzó la revelación hasta culminar con la venida
de Cristo y la comprensión de los apóstoles a la luz de la resurrección.
El recuerdo de una intervención portentosa de Dios que había sacado a su pueblo de
Egipto y le había dado la tierra estaba enraizado en la tradición más antigua de Israel. Pero
Dios no había olvidado a su pueblo tras llevarlo a la tierra prometida. Allí, por medio de
hombres carismáticos, los profetas, se anuncia una nueva intervención divina para castigar
la idolatría y para establecer en su pueblo la justicia y el derecho que los gobernantes
violaban con tanta frecuencia. Es el “día del Señor” que anuncia ya el profeta Amós en el s.
VIII a.C. (3,14; 5,18). A medida que avanza la historia del pueblo y éste no se convierte
sinceramente a Dios, el anuncio del día del Señor se hace más amenazador, como vemos
en Sofonías en el s. VII (1,14-15). Estos profetas se refieren a castigos divinos que sufrirá el
pueblo por alejarse de Dios (guerras y pestes). Pero el tono de estos anuncios va
preparando ya el lenguaje en el que se expresará el anuncio de una intervención divina en
la que sean “visitados” todos los reinos y toda la tierra. La dolorosa experiencia del
destierro y las palabras de los profetas en aquellas circunstancias llevan a profundizar en
las características de la futura y esperada intervención de Dios.

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Jeremías (650-586 a.C.) pronuncia palabras de consuelo y de esperanza para los
desterrados pensando en “el día” en el que Dios va a intervenir (30,7), se trata del anuncio
de un cambio que se va a dar en la historia guiada por la providencia de Dios. Ezequiel, en
torno al destierro y la vuelta del mismo, emplea las imágenes de la resurrección de los
muertos y la re-creación del hombre (11,19;37,12). Este profeta, además, proyecta una
reconstrucción del Templo de Jerusalén, una restauración del culto, una partición de la
tierra prometida y una renovación de Jerusalén que reflejarían verdaderamente la
presencia de Dios y de su justicia. Todo ello dio nuevas esperanzas y afirmaciones sobre la
intervención de Dios, sobre el «día del Señor».
En épocas de Esdras, s. V, la creencia en el final de este mundo material se desarrolla
entre judíos que consideran que este mundo, incluso en su orden cósmico, está tan mal
que es necesario que Dios cree un mundo nuevo, y acuden a la tradición sobre el diluvio
signo de nuevos cielos y nueva tierra y, el modelo de lo que va a ocurrir cuando Dios
intervenga de nuevo. En una obra judía del s. IV a. C, el Libro de Noé, recogida en buena
parte en una recopilación posterior que se presenta como cinco libros de Henoc, en el libro
primero el poder de Dios está corroborado por las visiones que Henoc tiene de los
misterios de los fenómenos naturales e indica que sólo al final de los tiempos se
manifestará gloriosamente el Mesías; a la manera de la del Siervo del Señor Is 52-53, pero
se añade que él castigará a los pecadores junto con los ángeles rebeldes, y exaltará a los
justos resucitándoles para que vivan en una tierra transformada (l Hen 50-51). Ahí se habla
de la resurrección de todos los muertos para el juicio: “En aquellos días la tierra y el
infierno (los infiernos) restituirán lo que se les ha confiado. El Elegido separará de entre
ellos los santos y justos, porque habrá llegado el día en que éstos se salven. El Elegido se
sentará aquel día en su trono y todos los secretos de la sabiduría saldrán de su boca,
porque el Señor de los espíritus se los ha confiado y lo ha glorificado (1Hen 51. 83-84). En
la época seléucida (197-142 a.C.), con la opresión y persecución por parte de Antíoco
Epífanes, se fue avivando aquella conciencia del fin y la intervención divina.
El profeta Daniel viendo que con la profanación del Templo el año 167 a.C, el mal había
llegado a un límite intolerable, anuncia que la intervención se ha de dar de inmediato con
la restauración definitiva de Israel (9,24-27). El profeta hace referencia a esta acción divina
mediante imágenes peculiares (2,31-45; 7,15-28), y afirma que el Dios del cielo hará surgir
un reino que jamás será destruido, y este reino no pasará a otro pueblo (2,44).
Para algunos autores de la época de Jesús que muestran tendencia apocalíptica, el
mundo está tan corrompido, que no tiene más futuro que su desaparición, con la creación
por parte de Dios de unos cielos y tierra nuevos donde instaure el reino en el que habrá de
reinar el Mesías. Para otros autores en cambio, se dará una transformación radical con la
instauración en este mundo de un reino regido directamente por Dios en el que haya
desaparecido el mal y todos los pueblos estén sometidos a Israel. Las representaciones
sobre el final son por tanto muy variadas y algunas de las ellas aparecen en el Nuevo

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Testamento para expresar el mensaje de esperanza cristiano. Pero éste está enraizado en
las palabras de Jesús y tiene como fundamento el acontecimiento histórico de su muerte y
resurrección. Bajo esta luz se comprende la escatología cristiana, aunque muchas cosas
concretas, como por ejemplo la forma en que resucitarán los muertos, o cómo será el
mundo tras la renovación universal, quedan todavía en el misterio.
Según los Evangelios sinópticos, la enseñanza de Jesús está centrada en la llegada del
«Reino de Dios». Esta expresión, propia de la predicación de Jesús, pero enraizada en la
religiosidad y esperanza judía, atañe tanto a la vida del hombre en la tierra como a su
destino tras la muerte, tanto al desarrollo de la historia y del mundo como al final futuro.
La proclamación más original de Jesús es que el Reino de Dios ha llegado con su presencia
y sus obras: “si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es que el Reino de Dios ha
llegado a vosotros” (Mt 12,28). Pero el Reino de Dios que Jesús anuncia es muy diferente
del que proponían las corrientes apocalípticas de su tiempo centradas en el predominio
político de Israel. “El Reino de Dios no viene con espectáculo; ni se podrá decir: "Mirad,
está aquí, o "está allá; porque, daos cuenta de que el Reino de Dios está ya en medio de
vosotros” (Lc 17,20-21). Así pues, el sentido del desarrollo de la historia y su final queda
expresado en algunas parábolas del Reino, como las de la semilla que va creciendo hasta
que se recoge la cosecha (Mt 13,24-30.36-43). Jesús ve su realización de manera
progresiva, que culmina en la recolección final por parte de Dios. De esta forma Jesús
enseña ya el carácter transitorio de esta etapa del mundo y anuncia que incluso el Templo
de Jerusalén será destruido (Mt 24,1-2).
Los discípulos de Jesús participaban de la inquietud apocalíptica que predominaba en
algunos ambientes judíos de su tiempo. En el evangelio se cuenta que estando él sentado
en el Monte de los Olivos, se le acercaron sus discípulos a solas y le preguntaron: “dinos
cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de tu venida y del final del mundo”. A
esto, Jesús da primero un imperativo: “no se dejen engañar por nadie”, luego, recurriendo
al profeta Daniel, les hace conscientes de los actos abominables previos al final, seguido de
ello le da algunas recomendaciones y concluye señalando su segunda venida: “Entonces
aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre, y en ese momento todas las tribus de la
tierra romperán en llantos. Y verán al Hijo del Hombre que viene sobre las nubes del cielo
con gran poder y gloria” (Mt 24,3.15-17.29-30). A las preguntas ansiosas de los discípulos
sobre el cuándo y el modo en que llegará el final, Jesús no responde realmente. En cuanto
al momento del fin las palabras de Jesús son tajantes: “Mas de aquel día y hora, nadie
sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36; Mc 13,32). Ese
momento está en el misterio de Dios. La respuesta de Jesús se refiere a la historia, al
tiempo que ha de transcurrir antes del fin. Antes de que ocurra es necesaria la
perseverancia en la fe en él (Mt 24,4-13), la tarea de predicar el evangelio (Mt 24,14) y la
vigilancia (Mt 24,13.42-44; Mc 13,3337).

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En cuanto al modo en que Jesús presenta el final recurriendo al lenguaje propio de los
apocalípticos de su tiempo (señalando el drama de la historia humana). Por otra parte,
Jesús recoge las metáforas proféticas, desarrolladas en la apocalíptica, referentes a la
transformación del mundo creado (Mt 24,29) y a la forma de realizarse el juicio de Dios
(Mt 24,30-31). Pero, cual es la distinción del mensaje de Jesús en contraste con los
apocalípticos. El no predice tiempos ni momentos, sino que une la llegada del Reino a su
presencia entre los hombres, y a su acción. Y al mismo tiempo habla del Reino como la
manifestación suya en gloria al final de los tiempos. La conclusión es que el Reino de Dios
comienza con la venida, muerte y resurrección de Jesús. Tiene una dimensión
metahistórica de juicio personal sobre cada hombre, por lo que cada uno debe estar
vigilante (Mt 24-25), y una dimensión futura que concluirá con la recogida de la cosecha y
la venida gloriosa del Hijo del hombre (Parusía).

LIBRO DE DANIEL

Características
El título del libro hace referencia a su protagonista, este libro recoge las visiones que el
mismo Daniel contó o puso por escrito. En la Biblia cristiana el libro de Daniel es el cuarto
de los profetas mayores. En las versiones griegas aparece junto con Isaías, Jeremías y
Ezequiel, sin guardar un orden fijo; en la Vulgata viene después de Ezequiel por considerar
a Daniel un profeta del destierro. En la Biblia hebrea Daniel figura entre “los Escritos”, a
continuación del libro de Ester y delante de los de Esdras y Nehemías, pues, cuando fue
redactado ya estaba formado y cerrado el conjunto de libros denominado “los Profetas”.
Las versiones griega y latina del libro de Daniel son más amplias que la hebrea, pues
incluyen: la oración de Azarías y el canto de los tres jóvenes en el horno, la historia de
Susana y las del ídolo Bel y del dragón. Judíos y protestantes consideran apócrifos estos
pasajes, por su parte, la Iglesia católica los tiene como canónicos.
El nombre de Daniel significa “Dios es mi juez”, y en la Biblia designa a un personaje
famoso por su justicia y su sabiduría, sin embargo, no se le puede situar históricamente.
Más bien parece que se trata de una figura y un nombre legendarios que se toman como
argumento para componer historias y visiones de distintas épocas que, finalmente, llegan
a ser integradas en una sola obra. De Daniel se tienen referencias en Ezequiel que lo
menciona junto a Job y Noé citándolo como un sabio sin par. Aparece asimismo en un
texto de Ugarit del siglo XIV a.C. como nombre de un rey que juzga la causa de la viuda y
defiende al huérfano. En el antiguo Israel varias personas llevaron ese nombre: un hijo de
David, según 1Cro 3,1, y uno de los que retornaron del destierro, según Esd 8,2; Ne 10,7.

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Contenido y estructura.

En la redacción del libro han sido recogidos materiales de diversa procedencia


y época. Así se deduce la diversidad en la forma de narrar (historias y visiones),
de los distintos rasgos que caracterizan al protagonista (intérprete de sueños,
político, visionario) y, finalmente, del hecho de que en el libro se encuentren
pasajes en tres lenguas (hebreo, arameo y griego). El libro contiene dos tipos de
relatos: aquellos en los que un narrador cuenta una historia sobre Daniel, y aquellos otros
en los que el mismo Daniel narra o escribe sus visiones. A partir de este dato su contenido
puede dividirse en tres partes: la primera parte presenta a Daniel como un judío fiel,
dotado por Dios de una sabiduría excepcional para interpretar sueños y visiones que se
cumplen de inmediato; en la segunda se presenta la revelación recibida por Daniel acerca
del final que todavía ha de cumplirse; y en la tercera, el desenmascaramiento de los
proyectos ocultos y perversos de los hombres, y el engaño de la idolatría, que seguirán
dándose en lo que resta de historia.
1) Primera Parte: Historia de Daniel y sus compañeros en la corte de Babilonia.
Del capítulo 1 al 6, se narran los siguientes acontecimientos: Daniel (judío deportado)
y sus compañeros entran al servicio del rey Nabucodonosor, a éste mismo, Daniel
interpretará el sueño de la estatua, ganándose su favor. Posteriormente, los compañeros
de Daniel son arrojados al fuego por no adorar una estatua de oro, pero por voluntad de
Dios no sufrirán daño alguno, este prodigio permite que el rey reconozca al Dios de los
judíos. Después, Daniel interpreta a Nabucodonosor el sueño del árbol abatido al suelo,
cuyo significado se refiere al rey mismo. A continuación, Daniel descifra, al rey Baltasar, el
significado de las palabras que una mano misteriosa escribe en la pared y, por ello es
colmado de honores por el rey. Finalmente, cuando Darío el Medo, sucesor de Baltasar,
piensa poner a Daniel al frente del reino, los ministros del rey promulgan la ley de adorar
solamente al rey. Daniel no cumple la ley y es arrojado al pozo de los leones del cual saldrá
ileso, este portento permite que Darío reconozca al Dios de Daniel.
2) Segunda parte: Sueños y visiones de Daniel.
Este apartado abarca del capítulo 7 al 12, Recogiendo cuatro visiones de Daniel. La
primera, introducida por un narrador y situada en el año primero de Baltasar, es la visión
de las cuatro bestias y la llegada del Hijo de hombre. La segunda visión (escrita en hebreo),
Daniel ve un carnero que es atacado y vencido por un macho cabrío. La tercera visión
sucede en tiempos de Darío el Medo y le viene a Daniel cuando está investigando en el
libro del profeta Jeremías cuánto duraría la prueba del destierro y pidiendo perdón a Dios.
La Cuarta visión, situada en el año tercero de Ciro el persa, Daniel ve a un hombre vestido
de lino que le explica lo que va a suceder en las guerras entre los reyes del norte y los del
sur, y cómo un hombre abominable (Antíoco IV) traerá las desgracias sobre la tierra santa;
pero a éste le llegará su fin, que coincidirá con la venida de Miguel a salvar al pueblo de

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Dios y con la resurrección de los muertos. Después Daniel ve a otros dos personajes a los
que el hombre vestido de lino les comunica cuándo llegará aquel final.
3) Tercera parte: Otras historias de Daniel.
Esta última parte del libro (presente solo en las versiones griegas y latinas) se compone
de los capítulos 13 y 14. Expone tres historias de Daniel, contadas por un narrador, en las
que se muestra la actuación del profeta frente a la perversidad de los jueces judíos y a la
idolatría de los paganos: El juicio a Susana librada por Daniel de los jueces mentirosos.
Posteriormente, Daniel desenmascara el engaño de los sacerdotes de Bel y, da muerte al
dragón considerado por los babilonios como dios vivo. Por desenmascarar la idolatría
pagana de Babilonia, Daniel es arrojado al foso de los leones. El rey, al descubrir al séptimo
día que Daniel está vivo, lo saca del foso y alaba al Dios único.

Enseñanza teológica.

El autor del libro, por una parte, recoge las historias de Daniel que contienen una
visión teológica acerca del dominio divino sobre los reyes de la tierra y acerca de lo que
Dios otorga a los que le son fieles. Por otra, actualiza aquella enseñanza en las visiones que
tiene Daniel, proyectando a un futuro inmediato la realización del dominio universal de
Dios en favor de su pueblo, y ofrece un motivo de esperanza para seguir manteniendo la
fidelidad. Estos son los aspectos más relevantes de su comprensión de Dios y del mensaje
que dirige al pueblo.
a) El Dios de Israel es el único Dios.
En las historias de Daniel se pone en evidencia que Dios da los reinos a quien quiere y
que remueve a los monarcas de los tronos según su voluntad. Además Dios da a conocer a
los reyes que Él es el soberano universal. Junto a esto, Dios manifiesta su poder librando
de la muerte a los que confían en Él, ante tales manifestaciones divinas los reyes
reconocen al Dios de los judíos como el Dios Altísimo, y colman de favores a Daniel y a sus
compañeros. Esas perspectivas se recogen y se actualizan en los momentos críticos de la
persecución, tal como aparece en las visiones de Daniel. La sucesión de los imperios
humanos está destinada a que se establezca el reinado de Dios. Aunque aquellos tienen su
gloria y su poder, reflejados en los metales de la estatua del sueño de Nabucodonosor o en
la ferocidad de las bestias, se trata de algo pasajero que entra en los planes de Dios para
que se realicen sus designios. Estos se cumplirán sin intervención humana, por voluntad
expresa de Dios mismo que otorgará el imperio a sus santos, destruirá los poderes
adversos a Él y salvará a los fieles resucitándolos de la muerte para que puedan participar
de la nueva situación.
Al final del libro, con el juicio de Susana, se pone de relieve que Dios es el Juez y Salvador
de los que han sido tratados injustamente y hace que brille su justicia. Sólo Él es el Dios

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vivo frente a los ídolos, que resultan ridículos, como ponen de manifiesto las historias de
Bel y del dragón.
b) Dios revela sus designios
Mediante la sabiduría que otorga a Daniel para interpretar sueños y visiones, Dios da a
conocer sus designios a los reyes.
En las visiones de Daniel, orientadas a dar a conocer los planes divinos en la situación
crítica de la persecución, Dios revela lo que va a suceder al final y cómo ha de cumplirse su
palabra. La revelación divina no se da ahora a Daniel sólo infundiéndole sabiduría, sino a
través de mediadores celestiales, ángeles como Gabriel, que explican las visiones o
experiencias interiores del profeta así como el texto de la Escritura, en concreto el del
profeta Jeremías. Esa diversidad de testimonios garantiza la verdad de la revelación divina
y su cumplimiento en lo que toca al futuro. Se trata, sin embargo, de una palabra
misteriosa que ha de guardarse sellada, como en secreto, pues sólo es accesible desde la
fe en Dios y en el poder de su intervención.
c) Mensaje de esperanza
El sentimiento más fuerte que el libro de Daniel despierta es la esperanza en Dios. Dios
salva en las situaciones límite como la del horno de fuego y la del foso de los leones. La
salvación viene a poner fin a las fuerzas del mal representadas en el rey que se alza contra
Dios, y en el establecimiento del reino de los santos. Daniel abre también, de manera
discreta, la visión positiva del futuro: “Poner fin al delito, cancelar el pecado y expiar la
iniquidad, para traer justicia eterna”. La salvación llegará no sólo a los que vivan en el
momento final, sino también a los que han muerto siendo fieles a Dios, pues en aquel
tiempo los muertos resucitarán, unos para vida eterna, otros para horror eterno. Es la
esperanza de la que participa el autor del libro y que quiere infundir en el lector. La
opresión y violencia que ejercen los tiranos tienen los días contados y el final se avecina.
d) Llamada a la fidelidad
El comportamiento de Daniel y sus compañeros en la corte de Babilonia sirve de
modelo a los judíos que viven en la diáspora. Daniel colabora con los reyes de los distintos
imperios y pone a su servicio las cualidades recibidas de Dios. Pero, por encima de todo,
Daniel y sus compañeros cumplen las exigencias de su religión. Tal conducta sirve de
modelo también en Palestina en tiempo de la persecución. El libro invita a pedir perdón
por las infidelidades del pueblo que ha transgredido la Ley de Moisés. Por eso los que
destacan en el pueblo son aquellos que conocen la Ley, los doctos, y la enseñan a los
demás. Ellos sufrirán más en la persecución, pero les servirá de purificación para el
momento final. Esta es la fidelidad que pide el libro de Daniel.

Relectura desde el Nuevo Testamento.

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Desde el punto de vista cronológico Daniel es el último libro profético del Antiguo
Testamento, y por tanto el más cercano al Nuevo. A la luz de éste podemos decir que
Daniel orienta directamente la esperanza del pueblo judío hacia Jesucristo, y prepara los
corazones para acogerlo como el Mesías que instaura definitivamente el Reino de Dios.

 Jesús mismo se presenta bajo el título de Hijo del Hombre que Daniel había dado al
mediador de la salvación, y proclama que con Él llega el Reino de Dios prometido
reiteradamente en el libro de Daniel.
 Cuando Jesús habla del final de īmlos tiempos retoma los signos y las expresiones
utilizadas en el libro de Daniel, tales como la presencia de la abominación de la
desolación en el santuario 83.
 El libro del Apocalipsis se parece extraordinariamente al de Daniel, en cuanto que
también por medio de visiones Juan recibe la revelación de lo que va a suceder al
final de los tiempos, con la instauración plena del Reino de Dios simbolizado en la
nueva Jerusalén que baja del cielo.
 El Apocalipsis recoge muchas de las imágenes y expresiones del libro de Daniel y las
desarrolla desde perspectiva cristiana, hasta el punto de que sería prácticamente
imposible entender el Apocalipsis sin el trasfondo de Daniel, En ambas obras se
emplea el mismo género literario de “revelación” para ofrecer un mensaje de
esperanza y para presentar la llamada a la fidelidad.
Sólo a la luz del Evangelio y de la promesa de Jesús sobre su segunda venida se
comprende, en profundidad, el libro de Daniel y sus imágenes acerca del momento del fin
y de la acción y el juicio de Dios al término de la historia. Cristo resucitado y sentado a la
derecha del Padre es el Hijo del Hombre al que se le ha dado el poder, el imperio eterno y,
al final de la historia vendrá de nuevo a juzgar a vivos y a muertos.

BIBLIOGRAFÍA

 G. Aranda, "Los apocalipsis: origen del mal y victoria de Dios", en G. Aranda, F.


García Martínez y Miguel Pérez Fernández, Literatura judía intertestamentaria,
Verbo Divino, Estella 1996, pp. 271-332.

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hombres y acciones de Dios. La historia de la salvación en la Biblia, RIALP, Madrid
2000, pp. 224-241.
 Vanderkam, J., "Literatura Apocalíptica", en J. Barton, La interpretación bíblica hoy,
Sal Terrae, Santander 2001, pp. 349-367.
 Cuvilier, E., Los apocalipsis del Nuevo Testamento, Verbo Divino (Cuaderno
Bíblico 110), Estella
 AAVV, Sagrada Biblia IV, Libros Proféticos, EUNSA, Pamplona 2002, Introducción
y notas a Daniel, pp. 864-948.

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