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Una cultura del fraude y no más bien de la mentira.

¿Quién dirá que los que inculcan la mentira han de saber


exponerla con brevedad, claridad, verosimilitud, y los otros que
cuentan las verdades de tal modo lo han de hacer que produzca
hastío el escucharlas, trabajo el entenderlas y por fin repugnancia
el adoptarlas? San Agustín1

Este texto iba a tener por título “una cultura de la mentira”. En su escritura se
impuso otro título: “una cultura del fraude”. El cambio expone la
transformación de las hipótesis de partida pero no la intención que las animaba.
Después de las arremetidas salvajes de la empresa neoliberal contra gobiernos
democráticos (aunque muestren un tinte democrático en lugar de los demodé
golpes de estado), se ha formado una impasse en el pensamiento donde
sobrevuela una perplejidad, aquella que surge de no comprender cómo es
posible que beneficiarios de políticas populares elijan o se identifiquen con
quienes los vulneran. Dicha impasse aloja un interrogante sobre cuáles serían
las estrategias de todo proyecto emancipatorio para enfrentar la potencia
desmedida de la hegemonía mediática neoliberal. Este es el punto de partida. El
camino es intrincado y las herramientas frágiles.

San Agustín, en De la Doctrina Cristiana se plantea las dificultades de la


transmisión de la verdad de las sagradas escrituras cuando intenta darle forma a
una serie de preceptos teóricos y de reglas prácticas para uso de los
predicadores cristianos. Escribe al final de su vida que es conveniente que el
orador cristiano use la retórica, disciplina de la cual había sido maestro en su
juventud antes de enderezarse hacia la vía de la santidad.
San Agustín expresa, como lo muestra nuestro epígrafe, que la mentira y la
falsedad pueden ser transmitidas de modo más elocuente que la verdad. Algo
inherente a la mentira encontraría una vía de facilitación para encantar al
oyente, en tanto la verdad puede ser aburrida y rechazada. No hay dudas que
esto ha sido bien comprendido por el marketing de la política y la publicidad
contemporáneos. Puesto a elegir entre ellas: la verdad y su retórica, el precepto
agustiniano privilegia la verdad antes que a su manera de ser dicha. Pero
entiende que se trata de una batalla, la de que el bien de la verdad alcance al
1 Obras de San Agustín. XV. Tratados escriturarios. BAC, Madrid, 1957. p. 264
interlocutor antes que la predicación de las cosas falsas. Dirá: “Contender en
palabras es no procurar que la verdad venza al error, sino que tu lenguaje se
prefiera al del otro”2. Parece aceptar San Agustín que no es suficiente con poseer
la verdad y decirla. Tema convocante en la actualidad y ya planteado en el siglo
IV de nuestra era. ¿Es posible que nos encontremos frente a problemas
similares a los de hace más de 1600 años?

En la contemporaneidad disponemos de una tradición intelectual que ha


tomado como eje de su reflexión filosófica, política y psicoanalítica la relación
entre la retórica y la realidad. Esa problemática relación entre el lenguaje y la
realidad se advierte en polémicas muy actuales derivadas del avance implacable
de la primacía del storytelling (contar historias) en los asuntos de la política, la
publicidad y el mundo mediático que hegemonizan la vida cotidiana de las
personas. Esa relación ha devenido en estructural y ya no nos es tan fácil como a
San Agustín separar la verdad de las palabras que la construyen o de la retórica
con que se la transmite. No podemos dejar de evocar que el último libro de
Ernesto Laclau es Los fundamentos retóricos de la sociedad, donde su intento
de construir una ontología política se apoya en el factor crucial de la dimensión
retórica en la construcción de la realidad social.

Estas ideas acerca de la decisiva intervención del lenguaje como constitutivo de


la realidad toca a la manera en que se está construyendo un nuevo orden
tecnológico-social liderado no sólo por los alcances revolucionarios de la era
informática sino también por la concepción de un sujeto que ya se podría pensar
como hegemónica, en la cual el sujeto es un efecto del lenguaje.

En la época de las fake news o de la post-verdad, términos acuñados desde la


lengua dominante de un planeta globalizado, palabras pergeñadas en el corazón
de los hacedores y propagadores de esas mentiras que pueblan el mundo
mediático estrecha e inmediatamente interconectado, son necesarias algunas
condiciones y complicidades de parte de los receptores de esas mentiras así
como ciertas condiciones de constitución de esas mentiras. Son estrechamente
solidarias las condiciones de verosimilitud de las mentiras, construidas desde el

2 Ibíd., p. 345
Otro, con las condiciones de credibilidad de la mentira que se deben pensar
desde el Sujeto y las condiciones de recepción en el seno de la cultura que se
habita3.

Derrida en Una historia de la mentira propone no sólo hacer una historia del
concepto sino indagar la historicidad de la práctica social del mentir y reconoce
que en esta historicidad hay un lugar privilegiado para la mentira en la política.
Se refiere a Hannah Arendt cuando afirma que las mentiras son herramientas
necesarias y legítimas en la política. En 1967, Arendt había planteado que en la
modernidad la mentira sería completa y definitiva, pues se habría alcanzado la
“mentira absoluta”. También Koyré había dicho en 1943: “Nunca se ha mentido
tanto como en nuestros días, ni de manera tan desvergonzada, sistemática y
constante”4. ¿Qué superlativo podríamos agregarle a esos enunciados ahora, que
la mentira domina y no sólo en los regímenes totalitarios que Koyré y Arendt
tenían en mente?

Kant había proclamado el imperativo de veracidad, en tanto obligación de decir


la verdad, como un deber formal absoluto, sin excepciones en el campo del
deber jurídico. En el deber de decir la verdad, para Kant, se juega la posibilidad
misma de la existencia de lo social, pues si no se proscribe incondicionalmente
la mentira, se hace que “caduquen y pierdan vigor todos los derechos que están
fundados en contrato; lo cual es una injusticia cometida con la humanidad en
general”5. Leyendo San Agustín o Santo Tomás se observa en ellos una mayor
flexibilidad respecto de esa exigencia radical kantiana.

Fragmento del artículo “Una cultura del fraude y no más bien de la mentira”,
publicado en revista Orillera 3. UNDAV, 2017.
Se puede consultar en https://issuu.com/revistaorillera/docs/orillera_2303-
20171115/41

3 La extensión de este trabajo nos impide ocuparnos de ellas en profundidad.


4 Koyré, Alexandre. La función política de la mentira moderna. Madrid, Pasos Perdidos, 2015. p. 33
5
Kant, Immanuel. Sobre un presunto derecho de mentir por filantropía en Teoría y práctica. Madrid,
Tecnos, 1987. p. 63

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