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La armonía perenne de Aldous Huxley

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Nadia Smirnova 16 de septiembre de 2018

El escritor británico Aldous Huxley es


ampliamente conocido por su contribución al
género de la distopía con Un mundo
feliz (1932), una obra provocadora, profética,
que habla del fin de la individualidad
provocado por el progreso y la
globalización. Más allá de la novelística,
podemos encontrar un amplio espectro de
géneros en la creación literaria del autor,
desde tratados y guiones cinematográficos
hasta teatro y poesía. Un hombre de una
mente infatigable, y un notable
inconformismo, Huxley tuvo infinitas
inquietudes –la música, la psicología, el
misticismo, la medicina, el arte–, que de
una forma u otra se reflejan en sus obras.

En su gran parte, un campo de intereses tan


inmenso puede explicarse por la procedencia
de Aldous, puesto que creció en una familia de grandes intelectuales: su padre era
biólogo y profesor; su madre, una de las primeras mujeres para graduarse de Oxford
y fundadora de una escuela femenina. Su abuelo por la parte paterna, Thomas H.
Huxley, además de gran dibujante, era científico y colaborador de Darwin, mientras que en
la parte materna de la familia encontramos al ilustre poeta Matthew Arnold y a la novelista
Mrs. Humphry Ward. Así, los ancestros de Aldous desarrollaron una notable actividad,
tanto en el campo de las humanidades como en el de las ciencias, mundos que
actualmente se conciben como opuestos e irreconciliables.

Precisamente es Huxley quien hereda ese doble legado: desde los primeros momentos de
su carrera como escritor, demostró una gran preocupación por los dos mundos, y “se
había esforzado, incansable, en agrupar los conocimientos humanos, científicos, intuitivos,
artísticos, en un equilibrio capaz de armonizar hombre y naturaleza”, como expresa
MacDermott. De este modo, Aldous se posiciona en el punto de intersección y crea un
equilibrio perfecto entre el racionalismo y la sensibilidad. Podemos encontrar la
demostración de ello en cualquiera de sus obras. En el Contrapunto, publicado en 1928,
Huxley escribe:

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El griego sensato, armonioso, obtiene el mayor rendimiento posible de esos dos grupos de
estados. No es tan tonto que quiera matar una parte de sí mismo. Guarda el equilibrio. Esto no
es fácil, por supuesto: es hasta endiabladamente difícil. Las fuerzas que hay que conciliar son
intrínsecamente hostiles. El alma consciente pugna contra las actividades de la parte
inconsciente, física, instintiva del ser total. La vida de la una es la muerte de la otra, y
viceversa. Pero el hombre sensato trata al menos de guardar el equilibrio. Los cristianos, que
no eran sensatos, han dicho a las gentes que debían echar la mitad de sí mismas al cesto de los
papeles. Y ahora vienen los científicos y los hombres de negocios y nos dicen que debemos
arrojar la mitad de lo que nos han dejado los cristianos. Pero yo no quiero estar muerto en las
tres cuartas partes. Prefiero estar vivo, enteramente vivo. Es hora de que se inicie una
revolución en favor de la vida y de la plenitud.

Este pasaje también sirve como una demostración del interés que manifestó Huxley hacia
un tema tan controvertido como la relación entre la ciencia y la religión. Sus
conclusiones con respecto a ello pueden encontrarse en varios escritos, como La filosofía
perenne (1945) o Cielo e Infierno (1956), pertenecientes a la época tardía de la obra de
Huxley, caracterizada por el misticismo y la religión. En 1952 publica Los demonios de
Loudun, una novela testimonio que narra los hechos sucedidos en el primer tercio del
siglo XVII en Loudun –un polémico caso de posesión demoníaca sobre un convento de
monjas ursulinas–. Como en la gran parte de los escritos de Aldous, el caso histórico es un
pretexto para una serie de reflexiones sobre la natura hominum y todo lo que a ella
concierne. Los demonios de Loudun es un libro que habla de los infiernos del ser humano,
con sus demonios particulares en forma de deseos de autoafirmación y de
autotrascendencia, de sus vicios y sus pecados, hasta llegar al círculo de la
infrahumanidad.

Los hombres desean reforzar dentro suyo la conciencia de que son aquello que ellos mismos
siempre han considerado ser, pero también desean –reiteradamente y con incontenible
violencia– llegar a alcanzar la conciencia de que son algo más. Se arrojan fuera de sí mismos
para poder rebasar los límites del pequeño y aislado universo dentro del que cada uno se halla
confinado. Este deseo de trascendencia que invade a un individuo no es idéntico al deseo de
escapar al dolor físico o al dolor moral. Es verdad que, en muchos casos, el deseo de escapar
al dolor refuerza el deseo de trascendencia que uno tiene; pero este último puede existir sin el
otro. Si no fuera así, los individuos sanos y afortunados que “han hecho un excelente ajuste
con la vida” nunca sentirían la urgencia de ir más allá de sí mismos. Pero lo hacen. Hasta entre
aquellos a quienes la naturaleza y la fortuna han dotado con más esplendidez, encontramos un
profundo y arraigado horror de su propia personalidad, un ardiente anhelo de quedar libres de
esa repulsiva identidad a la que la misma perfección de su “ajuste con la vida” los ha
condenado. Cualquier hombre o mujer, tanto el ser más feliz, como el más desgraciado y
miserable, pueden llegar, súbita o gradualmente, a lo que el autor de La nebulosa de lo
desconocido denomina “desnudos conocimientos y sentimiento del propio ser”. Esta
conciencia inmediata de la propia personalidad engendra un agónico deseo de rebasar la isla
del yo que está en cada uno. Soy amargura, escribe Hopkins.

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Huxley introduce sus propios
comentarios e hipótesis para
reinterpretar los hechos desde la
racional visión del hombre moderno,
donde la epistemología, la fisiología y,
sobre todo, la perspectiva histórica
tienen una gran relevancia. Así, analiza
aspectos como los modos de vida, los
ideales y los problemas de la época,
arrojando luz sobre las premoniciones,
convicciones y depravaciones de las
personas implicadas.

Bien es sabido que la Edad Moderna se


caracteriza por la constante presencia
de dos grandes protagonistas
inseparables: la Iglesia y la Monarquía,
de modo que en el siglo XVII la
religiosidad estaba estrechamente
ligada a la política. El nombre de Dios
solía usarse para fines personales, de prestigio, venganza o autoafirmación, por lo cual
cabe destacar la separación entre dos fenómenos que, a primera vista, han de ir de la
mano: la religiosidad y la fe. Huxley analiza los vínculos sociopolíticos de todos los
integrantes de la historia de aquellas monjas endemoniadas, llegando hasta el cardenal
Richelieu y los reyes de Francia. No es de extrañar que en esta coyuntura un caso de
posesión puede explicarse como un simple fraude causado por la desmesura de
ambiciones personales en el contexto de una sociedad totalitaria, y no como un pacto con
Satanás.

Evidentemente, en aquella época esa perspectiva no era viable, dado que se trataba de
“una sociedad que se dedicaba a la captura de los demonios”. Por esta misma razón, en
Loudun no se dispensó de los exorcismos y los procedimientos médicos, por lo que
Huxley dedica una gran parte del libro a los métodos de tratamiento de la época, donde el
hecho fundamental es el desconocimiento de las vías del funcionamiento tanto de la
fisiología (estructura celular o química) como de la psicología humana (el subconsciente,
no estudiado debidamente hasta principios del siglo XX). Así, lo que ahora podría
interpretarse como un caso de histeria, neurosis o hipocondría, se explicaba
supersticiosamente como un mal causado por los hechizos, encantamientos o el
exceso de la bilis negra. Para acercarnos a la mentalidad del siglo XVII, Huxley recurre a
la mención del inglés Robert Burton, cuyo ensayo Anatomía de la Melancolía presenta
una perfecta demostración de la teoría de la naturaleza humana, incluyendo los
convencimientos filosóficos y médicos de todo un período de la historia de la humanidad.
Se hacen evidentes las carencias de la medicina de los primeros tiempos de la Edad
Moderna –eran los azotes, la sangración o el uso de antimonio metálico como una purga lo
que se empleaba como tratamiento para casos que hoy en día se reconocen como

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meramente psicológicos–: “Por experiencia puedo afirmar que muchos hombres
melancólicos e hipocondríacos se curaron con la exclusiva aplicación de lavativas” (Robert
Burton).

Huxley presenta un estudio íntegro de la historia de las ursulinas, incluyendo un factor tan
complejo como lo es la humanidad en su plenitud.

Nadie puede concentrar su atención en el mal o en la simple idea del mal, sin verse afectado
por él. Una posición más profunda contra el demonio que con Dios, es peligrosa. La posesión
es con mayor frecuencia secular que sobrenatural. Los hombres son poseídos por los propios
pensamientos de odio a una persona, a una clase, a una raza, a una nación. Actualmente, los
destinos del mundo se hallan en manos de los que se han endemoniado por sí mismos, de esos
hombres que son poseídos por, y que manifiestan, el mal que han elegido ver en otros. No
creen en los demonios, pero han hecho todo lo posible para ser poseídos y lo han logrado. Y
puesto que creen menos en Dios que en el diablo, parece inverosímil que sean capaces de
curarse a sí mismos de su posesión.

En su análisis de los sucesos de Loudun tienen cabida las inquietudes de los individuos,
todos ellos, con sus sentimientos, sus propias maneras de percibir la realidad y sus
cuerpos, inevitablemente unidos con sus espíritus… La psicofísica era un tema de
especial interés para Huxley, y en consecuencia, recurrente en sus obras. “¿Es que el
desorden mental tiene por causa un desorden químico? Y ¿el desorden químico se debe a
su vez a angustias psicológicas que afectan a las suprarrenales?” (Las puertas de la
percepción). En Los demonios de Loudun el autor inglés insiste en la correspondencia
entre el estado anímico y el físico de uno, destacando sobre todo la causalidad espiritual
del malestar del organismo humano.

Durante años de un crónico desasosiego había mantenido tan escaso aliento en sus pulmones,
que parecía vivir en todo momento al borde de la asfixia. Casi súbitamente, su diafragma se
ponía en movimiento; respiraba profundamente y era capaz de llenar sus pulmones de aire que
daba vida. Realmente experimentaba en su cuerpo un fenómeno análogo al de su liberación
espiritual.

Huxley da una explicación racionalista y justificada de los acontecimientos; no obstante, el


libro no es privado de misticismo. En Los demonios de Loudun se hace evidente la
aspiración de Huxley de combinar la materia con el espíritu, una necesidad intrínseca de
su persona. En consecuencia, en ocasiones plantea ideas que incluso hoy en día podrían
considerarse radicalmente innovadoras e insólitas, pero en ningún caso faltas de sentido o
razonamiento.

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No hay nada intrínsecamente absurdo o contradictorio en la idea de la admisibilidad de
espíritus no humanos, sean buenos, malos o indiferentes. Nada nos obliga a creer que la únicas
inteligencias que hay en el universo se hallan conectadas al cuerpo del ser humano y de los
animales en general. Si se acepta el testimonio que nos ofrecen la clarividencia, la telepatía y
la previsión, entonces debemos admitir que hay procesos mentales en verdad independientes
del espacio, del tiempo y de la materia. Si esto es así, parece que no existe razón alguna para
negar a priorique puede haber inteligencias no humanas, enteramente descarnadas o asociadas
con la energía cósmica de un modo hasta ahora para nosotros desconocido.

Todavía ignoramos cómo se halla asociada la mente de una persona con esa vorágine de tan
compleja organización, ese vértice misterioso de la energía cósmica al que llamamos cuerpo.
Que existe alguna asociación es evidente; ahora bien, de lo que no tenemos idea es de cómo la
energía se transforma en proceso mental y cómo el proceso mental afecta a la energía.

En su introducción al tomo de la poesía completa de Aldous Huxley, Jesús Isaías Gómez


López afirma que la forma poética impregna toda la producción narrativa del escritor
británico. Efectivamente, en cualquier de sus escritos, es un constante modo de expresión,
a través del cual se puede observar su fascinación por el lenguaje y su soltura poética,
independientemente de la materia sobre la que se indaga. Los demonios de Loudun no es
una excepción, y de hecho, tanto la poesía como el lenguaje forman todo un tema en la
susodicha obra.

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La pluma es más eficaz que la espada, pues es por el pensamiento hecho verbo por lo que
nosotros dirigimos y mantenemos nuestros esfuerzos y realizamos nuestras obras. Pero
también está el riesgo de usar las palabras como sustitutos, viviendo en un universo puramente
verbal y no en el mundo concreto de la experiencia inmediata. Cambiar un vocabulario es
fácil; cambiar las circunstancias externas o nuestros hábitos inveterados es duro y enojoso.
[…] La letra mata o, al menos, deja inerte. Es el espíritu, la realidad que subyace bajo los
signos verbales, lo que procura nueva vida.

Los Demonios de Loudun es un libro enriquecido con abundantes referencias y citas.


Huxley recurre a los escritos anteriores y contemporáneos de la posesión (como A.
Lefèvre, S. J. o Kramer y Sprenger), lo que hace que el libro se asemeje al
Passagenwerk, la inacabada obra maestra de Walter Benjamin, donde el alemán pinta el
retrato de la época decimonónica únicamente a través de la citación. Evidentemente, el
objetivo de Huxley no fue el mismo, por tanto, aparte de los autores fundamentales para la
interpretación del caso de las monjas endemoniadas, alude a autores como Whitman,
Plinio, Corneille, Kierkegaard y Flaubert, entre muchos más. Así, a la hora de hablar de
la infrahumanidad, recurre a dos poemas de Baudelaire y Mallarmé que nos acercan a
diferentes formas de enfrentarse a la Nada; y cuando lleva a cabo un análisis psíquico de
los protagonistas de la historia, anticipa la citación de Blake que posteriormente dará
origen al título de uno de sus tratados más destacables que tuvo un notable impacto sobre
la cultura de su tiempo, Las puertas de la percepción (1954):

Espontáneamente, y por una especie de bendito acontecimiento, había penetrado en aquel


mundo infinito y eterno que todos nosotros podríamos habitar con tan sólo –según expresión
de Blake– “tener purificadas las ventanas de la percepción”.

A primera vista, parece que los pensadores de períodos tan separados en el eje temporal
no tienen relación alguna con el estudio del caso particular, no obstante, hemos de
acordarnos que se trata de un libro que presenta una perspectiva transversal y atemporal
del género humano. Las referencias de Huxley constituyen un recurso que demuestra, en
las palabras del propio autor, que:

El encanto de la historia y de sus enigmáticas lecciones consiste en el hecho de que nada


cambia a lo largo de los siglos y, sin embargo, todo es completamente distinto. En los
personajes de otros tiempos y de culturas extrañas reconocemos nuestra demasiado humana
identidad y sabemos, mientras lo hacemos, que el marco de referencia de nuestras vidas ha
cambiado, que ciertas proposiciones que entonces parecían axiomáticas son ahora
insostenibles y que lo que nosotros consideramos como evidentes postulados no podían, en un
período anterior, tener cabida en la mentalidad más osadamente especulativa. Sin embargo,
las diferencias entre aquellos tiempos y el nuestro son siempre periféricas. una identidad
fundamental subsiste en el núcleo. Los seres humanos, como mentes encarnadas, sujetas al
desgaste físico y a la muerte, capaces de sentir dolor y placer, sometidas a sus anhelos y
aversiones, y oscilantes entre el deseo de autoafirmación y el de autotrascendencia, se
enfrentan, en todo tiempo y lugar, con los mismos problemas, arrostran las mismas tentaciones
y el orden de las cosas les permite realizar la misma elección entre la pasividad y el
esclarecimiento. El contexto cambia, pero la sustancia y el significado son invariables.

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Dentro de la obra de Aldous Huxley, Los demonios de Loudun es una demostración más
de la extraordinaria educación del autor y de su deseo de la claridad en el discurso
histórico, que de forma directa se relaciona con la aspiración a concienciación del ser
humano. Como expresa en la novela, “el pensamiento independiente y propio es el mejor
antídoto contra los que se hallan sumergidos en la masa”. Huxley procura abrir sus propias
puertas de percepción, invitando a sus lectores al viaje hacia lo desconocido y
fascinante, pero sobre todo, hacia lo armonioso, donde las ciencias y las humanidades no
son maniqueas, sino que forman parte del mismo discurso.

Una poesía que representa al hombre aislado de la naturaleza, lo hace inadecuadamente. Y, de


modo análogo, una espiritualidad que anhela conocer a Dios sólo en las almas de los hombres,
sin considerar al propio tiempo el mundo que no es de naturaleza humana y con el cual nos
hallamos de hecho indisolublemente ligados, es una espiritualidad que desconoce la plenitud
del ser divino.

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