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Sumario
1. ¿Qué son y cuáles son los conceptos jurídicos fundamentales? 2. Teorías sobre los
conceptos jurídicos fundamentales. 2.1. Teoría de Kelsen. 2.2. Teoría de Hohfeld.
3. Naturaleza jurídica del ius puniendi.
Todo objeto, para ser apreciado adecuadamente, requiere de cierta distancia; de una
distancia temporal, como la exigida por el objeto susceptible de ser reconstruido
históricamente, en tanto el historiador ha de esperar a que las circunstancias, en que los
hechos se incrustan, se hayan aquietado; de una distancia espacial, como la exigida por la
piedra, que requiere de ser aproximada a la vista hasta verle sus poros ―los mismos a cuya
percepción ha de renunciarse, si se trata, por el contrario, de una catedral, toda vez que
para su contemplación es menester alejarse―; de una distancia espiritual, como la que ha
de tener el artista respecto de la situación que pretende re-crear, pues quien vive la situación
no la contempla y quien la contempla no la vive ―la mujer del moribundo no contempla su
muerte; la vive―2, distancia espiritual esta que, los procesalistas, a propósito de la relación
de separación que ha de existir entre el Juez y el litigio, procesado y enjuiciado, llaman im-
parcialidad ―quien hace parte del litigio no puede contemplarlo, pues lo está viviendo―.
1
Abogado,
especialista
en
Derecho
Procesal
y
Doctor
en
Filosofía
de
la
UPB.
Profesor
de
Introducción
al
Derecho
y
de
Derecho
Penal
–
Parte
General
de
la
UPB.
2
Cfr.
ORTEGA
Y
GASSET,
José:
La
deshumanización
del
arte.
En:
Obras
completas,
T.
III.
Madrid:
Alianza,
1983.
pp.
360
y
ss.
Así mismo, existen ciertos objetos que, para ser tratados con la debida pulcritud y
percibidos en su más acendrada desnudez, liberándolos así de los ruidos propios del
movimiento3, exigen de una distancia intelectual que permita comprenderlos, hacerlos
propios, asimilarlos; son los objetos del conocimiento.
Para comprender es preciso, pues, formar y echar mano de los conceptos ―de concipere,
capere cum, coger con―, esto es, de los instrumentos mentales que sirven para asir,
encauzar, darles forma a las intuiciones ―de intueri, ver―, que son las imágenes,
impresiones producidas en la mente, con ocasión del contacto directo con las cosas. Por
ello, el contenido de los con-ceptos es lo que hay entre las cosas, y lo que hay entre las
cosas no son más que límites5. Para la comprensión se requiere, en consecuencia, tanto de
la forma o “formaleta” como de la materia o contenido, tanto del concepto como de la
intuición; los conceptos sin las intuiciones son vacíos, las intuiciones sin los conceptos son
ciegas, dijo el buen Kant6.
3
Entendida
esta
expresión,
movimiento
(Kínesis),
como
todo
cambio
o
modificación.
4
Cfr.
ORTEGA
Y
GASSET,
José:
Para
un
diccionario
filosófico.
En:
Obras
completas,
Tomo
XII.
Madrid:
Alianza,
1983.
pp.457
y
ss.
5
Cfr.
________:
Meditaciones
del
quijote.
Edición
mexicana:
Aguilar,
1976.
p.
141.
6
Cfr.
KANT,
Immanuel:
Crítica
de
la
razón
pura.
Traducción
de
Pedro
Ribas.
Madrid:
Taurus,
2002.
p.
93.
Pues bien, la comprensión del fenómeno jurídico, en cualquiera de sus dimensiones, exige
tanto de intuiciones como de conceptos; las primeras, se hallan, sobre todo, en las
Dogmáticas Particulares; los segundos, especialmente, en las Teorías Generales –
Particulares y en la Teoría General del Derecho. ¿Por qué? Porque el edificio de los
conceptos jurídicos ―jurídico es lo relativo o perteneciente al Derecho― se encuentra
compuesto por tres plantas o niveles de abstracción: en primer lugar, los conceptos
jurídicos, difícilmente separables de las intuiciones, propios de cada derecho positivo en
particular o, mejor, de cada parcela de este; en segundo lugar, los conceptos jurídicos que
son comunes a una misma parcela de todos los derechos positivos existentes y posibles; y,
en tercer lugar, los conceptos jurídicos que son comunes a todas las parcelas de todos los
derechos positivos existentes y posibles.
Así, del estudio de los conceptos que se hallan en el “sótano” o primer nivel de abstracción
se ocupan las denominadas Dogmáticas Particulares: Dogmáticas Civil, Comercial, Penal,
Laboral, Procesal, Constitucional, Administrativa, Ambiental, entre otras. La Dogmática
Jurídica es, pues, el saber que tiene por objeto la reconstrucción sistemática de los
contenidos de un derecho positivo en particular o, mejor, de cada parcela de este, con miras
a explicar, en una forma coherente, qué es lo prescrito por ese derecho, respecto de quiénes
se encuentra prescrito y en qué circunstancias7.
Por su parte, las Teorías Generales - Particulares, que suelen ser confundidas con las
Dogmáticas Particulares, se encargan del pulimento analítico de los conceptos que
conforman el segundo nivel de abstracción, es decir, de aquellos comunes a una misma
parcela de todos los derechos positivos existentes y posibles. Es admisible y así debería
hacerse, por tanto, la construcción de una Teoría del delito, de una Teoría del proceso, de
una Teoría del acto de comercio, etcétera, que prescindiesen de lo prescrito por tal o cuál
derecho positivo en particular.
7
Cfr.
GUASTINI,
Riccardo:
Distinguiendo.
Estudios
de
teoría
y
metateoría
del
derecho.
Traducción
de
Jordi
Ferrer
i
Beltrán.
Barcelona:
Gedisa,
1999.
pp.23
y
ss.
Por último, en el más alto grado de abstracción, lo que de por sí excluye de su elaboración a
una buena parte de los seres humanos ―como quiera que si bien todos tienen inteligencia
(capacidad de abstracción), existen diversos grados de la misma― se sitúa la Teoría
General del Derecho, que es una Filosofía del Derecho hecha por Juristas8, cuyo objeto de
estudio, principalmente, lo componen el concepto de Derecho y los llamados conceptos
jurídicos fundamentales. Valga decirlo, pese a que sea obvio ―lo obvio por sernos
transparente usualmente no lo vemos (Ortega)― si existen unos conceptos jurídicos que
son fundamentales, es porque hay otros que no lo son. ¿Cuáles sí lo son? Aquellas formas,
“formaletas”, aquel “ropaje”, esto es, aquellos conceptos que son comunes a todas las
parcelas de todos los derechos positivos existentes y posibles, con independencia de los
contenidos que a esos continentes les asigne cada parcela de cada derecho positivo en
particular. Por ejemplo: los conceptos de sanción, acto ilícito, deber jurídico
(comprendiendo, en esta denominación, los conceptos de deber propiamente dicho, de
obligación y de carga), derecho subjetivo, responsabilidad, persona, privilegio, no derecho,
potestad, sujeción, inmunidad, incompetencia, acto jurídico, bien jurídico. Todos esos
conceptos, se insiste, son comunes a todos los sectores de todo derecho positivo, v. gr., en
todos ellos existe el concepto de sanción, el de acto ilícito y el de derecho subjetivo, con
independencia de cuáles sean los actos ilícitos previstos en el Derecho Español, cuáles las
sanciones prescritas por el Derecho Penal Suizo y cuáles los derechos subjetivos del
vendedor según el Derecho Civil Chileno.
Por supuesto, en cuanto se asciende en los niveles de abstracción del pensamiento jurídico,
va disminuyendo el número de los conceptos y va aumentando el grado de la comprensión;
son más numerosos los conceptos de las Dogmáticas que los de las Teorías Generales
Particulares, y son más numerosos los conceptos de estas últimas que los de la Teoría
General del Derecho.
8
Ibídem,
p.
17.
La Teoría General del Derecho es, pues, la distancia intelectual, la mayor, necesaria para
apreciar con pulcritud el fenómeno jurídico, para contemplarlo inmóvil, en su mayor estado
de cribada y acendrada desnudez; sólo pueden comprenderse, tomarse posesión de los
contenidos de cada parcela de un derecho positivo en particular ―esto es, construirse una
rigurosa Dogmática Jurídica―, si previamente se comprenden esas formas, “formaletas”,
ese “ropaje” que envuelven esos contenidos, atribuyéndoles sentido, otorgándoles
significado; sólo se entiende, por ejemplo, qué conductas son delictivas desde la
perspectiva de un determinado derecho positivo, si se comprende qué es el delito, y, sólo se
comprende qué es el delito, si se comprende qué es, desde la perspectiva de la Teoría
General del Derecho, el acto ilícito.
El Jurista, por tanto, se caracteriza no por conocer las realidades jurídicas, sino las
posibilidades jurídicas9; no por conocer, según la metáfora empleada en sus clases por el
Maestro Alejandro Ochoa Botero, “mapas” o enunciados normativos, sino por comprender
la “cartografía jurídica”: quien sabe cartografía puede enfrentarse a cualquier mapa; quien
sólo mapas conoce (“ingeniero de leyes o artesano de disposiciones”), si bien tiene la
posibilidad de descrestar a algunos incautos, que en la actualidad son los más, ni siquiera
los comprenderá. Es, pues, la Teoría General del Derecho la lente para des-velar el
fenómeno jurídico, para contemplar y comprender su fisonomía e, incluso, sus
“patologías”.
Ahora bien, la Teoría General del Derecho es condición necesaria, mas no suficiente, para
comprender el fenómeno jurídico, porque, en primer lugar, toda discusión científica gravita
sobre una discusión filosófica ―hay que salir de la casa para poder verle la fachada10―, y,
en segundo lugar, es necesaria la elaboración, además, de las Teorías Generales Particulares
y de la Dogmática Jurídica, pues, re-cordando ―volviendo a pasar por el corazón― lo
dicho por Kant, si bien las intuiciones sin los conceptos son ciegas, los conceptos sin las
9
Cfr.
GUASP,
Jaime:
La
cultura
del
Jurista.
En:
Estudios
jurídicos.
Madrid:
Civitas,
1996.
pp.
87
y
ss.
10
Cfr.
CARNELUTTI,
Francesco:
La
prueba
civil.
Traducción
de
Niceto
Alcalá-‐Zamora
y
Castillo.
Buenos
Aires:
Depalma,
2ª.
Ed.,
2000.
p.
XV.
intuiciones son vacíos. De nada sirve, por ejemplo, saber qué es un derecho subjetivo, si se
desconocen los derechos subjetivos que el Derecho Colombiano atribuye al vendedor; he
ahí el pecado ―dicho, por supuesto, metafóricamente― de quienes se dedican sólo al
estudio de la Teoría General del Derecho, por regla general, de “los Juristas de tablero”.
Ello explica, pues, el porqué del cansancio intelectual que suele sentir todo aquel que se
dedica, con seriedad y radical autenticidad, al estudio del Derecho; tener que estar
desplazándose por los distintos niveles de abstracción del edifico de los conceptos jurídicos
y, en ocasiones, tener el deber de salir del edificio para, en perspectiva filosófica, intentar
des-cubrir sus perfiles; el cansancio al que aquí se alude, por supuesto, en modo alguno se
debe al producido por el esfuerzo físico de aquellos que, por su ausencia de formación
filosófica o de capacidad de abstracción, pretenden superarlas ―prevalidos, por momentos,
de una férrea y admirable disciplina― con una incesante búsqueda de citas bibliográficas.
Dos son las Teorías, de gran trascendencia, que se han expuesto sobre los conceptos
jurídicos fundamentales11: la primera, la propuesta por el ilustre Jurista, tan
superficialmente denostado como poco leído, Hans Kelsen; y, la segunda, la formulada por
un profesor norteamericano de apellido Hohfeld, y de nombre Wesley Newcomb, tan
importante como desconocido, salvo por los desarrollos que de sus aportes a la Ciencia del
Derecho hiciera el profesor Alf Ross.
11
Cfr.
MORESO,
José
Juan/VILAJOSANA,
Josep
María:
Introducción
a
la
Teoría
del
Derecho.
Madrid:
Marcial
Pons,
2004.
pp.
130
y
ss.
La Teoría de Kelsen (1881 – 1973) des-cubre los conceptos jurídicos fundamentales como
un “Todo” sumamente trabado e interrelacionado de conceptos12; su comprensión, por
tanto, no puede hacerse analizando un determinado concepto en forma aislada, ni puede
tener un feliz término, sin antes des-velar la esencia que, según Kelsen, vincula
sistemáticamente tales conceptos, haciendo de ellos una entidad, un “Todo”, que supera a la
simple sumatoria de sus partes, y sin la cual se estaría en presencia de “un montón de
avemarías desglosadas que jamás se enhilan en rosario”13.
Recuérdese que el “Todo” es más ―o es cosa distinta― que la simple sumatoria de sus
partes ―ningún compuesto es reducible a sus componentes―; lo que al “Todo” lo hace una
entidad independiente de los elementos que lo integran, no es el hecho de que ellos se
encuentren agolpados, sino, por el contrario, es la relación sistemática que existe entre los
mismos; la parte deja de serlo, si se le considera en forma aislada, de tal suerte que sólo es
parte, al ser apreciada en su vinculación sistemática con las otras partes del “Todo”14.
Pues bien, dicha esencia intenta ser sistemáticamente descrita por el Jurista neokantiano,
por vía de su Teoría Pura del Derecho; es esta, en tanto Teoría ―distinta de una ideología,
que consiste en un conjunto ordenado de ideas que permiten adoptar una postura sobre una
realidad determinada― una construcción conceptual sistemática que pretende descubrir la
esencia de algo, para el caso, la esencia del Derecho15.
La Teoría Pura del Derecho, que intenta ser la aplicación de la razón pura kantiana al
fenómeno jurídico, es, pues, una Teoría formalista del Derecho; según ella, la esencia del
12
Cfr.
GARCÍA
AMADO,
Juan
Antonio:
Hans
Kelsen
y
la
Norma
Fundamental.
Madrid:
Marcial
Pons,
1996.
p.
9.
13
ORTEGA
Y
GASSET,
José:
La
ciencia
romántica.
En:
Obras
completas,
Tomo
I.
Madrid:
Revista
de
occidente,
3ª.
Ed.,
1953.
p.
38.
14
Cfr.,
por
ejemplo,
BLONDEL,
Maurice:
La
acción.
Ensayo
de
una
crítica
de
la
vida
y
una
ciencia
de
la
práctica.
Traducción
de
Juan
María
Isasi
y
César
Izquierdo.
Madrid:
B.A.C.,
1996.
p.
121.
15
Cfr.
BOBBIO,
Norberto:
El
problema
del
positivismo
jurídico.
Traducción
de
Ernesto
Garzón
Valdés.
México
D.
F.:
Fontamara,
8ª.
Reimpresión
de
la
1ª.
ed.,
2004.
pp.
39
y
ss.
Derecho está en su forma, no en su contenido ―sólo sobre aquélla pueden emitirse ese
complejo sistemático de juicios sintéticos a priori en que toda ciencia consiste―; el
contenido se halla en movimiento, producto de las cambiantes decisiones políticas; el
Derecho es forma, su contenido es política. El Derecho, por tanto, es una forma constante
respecto de un contenido generalmente variable16; su esencia se halla no en la conducta
regulada ―pudiendo regular cualquiera, en tanto la conducta sea posible, y pudiendo ser
esa regulación justa o injusta―, sino en la particular forma en cómo éste regula la
conducta; el Derecho es un orden coactivo regulador de la conducta humana; su esencia es
la coacción17.
Es, pues, el concepto de sanción18 ―que es el acto coactivo realizado por parte del Estado,
consistente en la privación que éste hace a una persona de un bien, por un acto
determinado― el concepto jurídico fundamental gravitacional, como quiera que los demás
conceptos (acto antijurídico, deber jurídico, derecho subjetivo, persona y responsabilidad)
giran en torno de él, así: el acto antijurídico19 es el acto condicionante de la sanción, de tal
manera que un acto es antijurídico porque el Derecho lo sanciona, mas no lo sanciona
porque sea antijurídico ―no existe mala in se, sino mala prohibita; no existen ilicitudes
por fuera de las establecidas por el Derecho positivo―; el deber jurídico, cuyo titular es el
sujeto potencial del acto antijurídico, es aquel que se materializa en el acto contrario al acto
condicionante de la sanción, al acto antijurídico; el derecho subjetivo ―que existe tan sólo
como reflejo de un deber jurídico― es el mismo Derecho objetivo, pero visto en relación
con aquella persona de cuya declaración de voluntad el Derecho hace depender la
imposición de la sanción; la persona es el centro de imputación de consecuencias jurídicas,
16
Cfr.
Ibídem,
p.
18.
17
Cfr.
KELSEN,
Hans:
Teoría
pura
del
Derecho.
Traducción
de
la
2ª.
Edición
de
Roberto
Vernengo.
México
D.
F.:
Porrúa,
8ª.
Ed.,
1995.
pp.
46
y
ss.
18
No
puede
olvidarse
que,
en
el
lenguaje
del
Legislador,
la
expresión
sanción
es
equívoca,
pues
“la
sanción
legal
―dice
el
artículo
6º.
del
Código
Civil―
no
es
sólo
la
pena
sino
también
la
recompensa:
es
el
bien
o
el
mal
que
se
deriva
como
consecuencia
del
cumplimiento
de
sus
mandatos
o
de
la
transgresión
de
sus
prohibiciones”.
19
Carnelutti,
con
razón,
prefiere
hablar
de
acto
ilícito,
en
vez
de
acto
antijurídico,
pues
una
cosa
es
lo
lícito
y
otra
lo
jurídico;
lo
lícito
es
lo
conforme
a
Derecho;
lo
jurídico
es
lo
relativo
o
perteneciente
al
Derecho
―lo
regulado
por
el
Derecho―,
sea
lícito
o
ilícito
(Cfr.
Teoría
General
del
Delito.
Traducción
de
W.
Roces.
En:
Colección
Clásicos
del
Derecho.
Madrid:
Reus,
2007.
pp.
67
y
ss.)
siendo, por tanto, el sujeto sancionable; responsable ―que puede serlo quien realizó el acto
antijurídico u otra persona, que se encuentra vinculado a aquél por una relación jurídica de
custodia o de aseguramiento― es el que debe hacerse cargo de las consecuencias jurídicas
negativas que se siguen de la realización del acto antijurídico, del acto condicionante de la
sanción20.
Ahora bien, existen, según Kelsen, en todo ordenamiento jurídico ―que es el conjunto de
normas jurídicas que tienen un fundamento común de validez; derivan su validez de una
misma norma hipotética fundamental― dos clases de normas: las normas primarias y las
normas secundarias. Las primarias, que son las verdaderas normas jurídicas ―juicios del
deber ser hipotéticos―, son las que contienen la sanción, por ende, son las que posibilitan
el acto coactivo por parte del Estado; se re-presentan gráficamente así: si es A (acto
antijurídico), deber ser S (sanción); al Juez (sujeto) sólo le es atribuible el deber de imponer
la sanción (predicado) si se realiza un acto antijurídico (condición), de allí que se trate de
un juicio del deber ser hipotético. Las secundarias, que se infieren lógicamente de las
normas primarias, son las que contienen el deber jurídico (acto contrario al acto
condicionante de la sanción); se re-presentan gráficamente así: No debe ser A (acto
antijurídico)21.
Una persona, por tanto, es titular de un derecho subjetivo, sólo si otra, correlativamente,
soporta un deber jurídico; un deber jurídico sólo existe como tal y no como simple consejo
o deber moral, si el acto contrario a aquél en el que él se materializa constituye un acto
antijurídico; un acto es antijurídico sólo si el Derecho le imputa una sanción. Si se utiliza
esa “cartografía” para la lectura y el análisis de los Textos constitucionales y legales, bien
puede concluirse que abundan en ellos enunciados que no expresan normas jurídicas o
fragmentos de ellas, pues se dedican, en gran parte, a emitir consejos, a pretender hacer
cívica.
Es el caso, por ejemplo, del supuesto deber jurídico de denunciar al que suelen aludir las
legislaciones procesales; al revisar la legislación sustancial ―verbi gratia, en Colombia,
los artículos 417 y 441 del Código Penal (Ley 599 de 2000), el segundo modificado por el
artículo 18 de la Ley 1121 de 2006―, se concluye, fácilmente, que tal deber jurídico sólo
existe en relación con aquellos delitos cuya omisión de denuncia constituya un acto
antijurídico, un acto condicionante de una sanción. Otro ejemplo: si se reformase la
Constitución, incorporándose en ella un enunciado que dijese “el voto será obligatorio”, ese
hecho no comportaría, per se, la creación de un deber jurídico; el Jurista, con miras a
verificar la supuesta existencia de un deber jurídico de votar, deberá establecer si “no
votar” se halla sancionado por el Derecho, por ende, si constituye un acto antijurídico; si se
concluye que no, se tratará, a lo sumo, de un deber moral o de un simple consejo.
Por ello, la finitud del mundo hace que en todo sistema jurídico ―y esto, contrario a lo que
suele pensarse, no fue creación del llamado “Nuevo Derecho”― exista un órgano de cierre,
un órgano límite cuyas decisiones no estén sujetas a control alguno; el Derecho,
instrumento “Humano, demasiado humano…”, debe ser dicho por alguien y debe ser dicho
en forma definitiva, con carácter concluyente; la norma que guía el comportamiento del
órgano límite no dirá “si es A, debe ser S”, sino “si es A, ojalá sea S”.
Con todo, la experiencia jurídica nos demuestra que en todo sistema jurídico ―no sólo en
el sistema propio de los Estados Constitucionales―, en efecto, ha habido un órgano de
23
Véase,
sobre
la
razón
vital,
el
texto
de
ORTEGA
Y
GASSET,
José:
El
tema
de
nuestro
tiempo.
En:
Obras
completas,
T.
III.
Madrid:
Alianza,
1983.
pp.
141
y
ss.
24
Cfr.
GARCÍA
MÁYNEZ,
Eduardo:
Algunos
aspectos
de
la
doctrina
kelseniana.
México
D.
F.:
Porrúa,
1978.
pp.
116
y
ss.
cierre: en el Estado Absolutista, el Monarca; en el Estado Liberal Clásico, el Legislador; en
el Estado Constitucional, el Juez. Primero, se decide políticamente quién va a decir el
Derecho en forma definitiva; luego, se construye el mito para legitimar la decisión: “va a
ser él por ser el representante de Dios en la tierra”; “va a ser él por ser el portador de la
voluntad general, mina inagotable de sabiduría jurídica”―mito del Legislador racional―;
“va a ser él por ser equitativo, prudente, ponderador, defensor de las minorías desvalidas”
―mito del Juez razonable―.
Al revisar, pues, el lenguaje de los Juristas, encontró Hohfeld que el binomio derecho-deber
resultaba ser insuficiente para explicar las distintas relaciones jurídicas, o, mejor, para
explicar las distintas posiciones que una persona puede ocupar al hacer parte de una
relación jurídica ―de un conflicto de intereses regulado por el Derecho26―. Halló este
autor que, en el lenguaje de quienes operan con el Derecho, las denominaciones derecho-
25
Traducción
de
Genaro
R.
Carrió.
México
D.
F.:
Fontamara,
5ª
Ed.
2001.
26
Es
esa
la
definición
que
ofrece
Francesco
Carnelutti
en
su
Sistema
de
Derecho
Procesal
Civil.
T.
I.,
Traducción
de
Niceto
Alcalá
Zamora
y
Castillo
y
de
Santiago
Sentís
Melendo.
Buenos
Aires:
UTEHA,
3ª.
Reimpresión,
2004.
pp.
29.
Ibídem
(pp.
11
y
ss),
dice
Carnelutti
que
el
interés
es
la
posición
favorable
a
la
satisfacción
de
una
necesidad;
el
conflicto
de
intereses
se
presenta
en
aquellos
casos
en
los
cuales
la
posición
favorable
a
la
satisfacción
de
una
necesidad
de
una
persona
excluye
la
posición
favorable
a
la
satisfacción
de
una
necesidad
de
otra;
los
bienes
son
los
medios
para
la
satisfacción
de
las
necesidades;
el
Derecho
existe,
precisamente,
por
el
desequilibrio
entre
bienes
y
necesidades:
los
bienes
son
limitados
y
las
necesidades
son
ilimitadas.
deber suelen ser utilizadas para aludir a las más variadas realidades conceptuales; así, por
ejemplo, la expresión derecho es utilizada para referirse, en primer lugar, a la facultad,
normativamente fundada, de exigir a otro una determinada conducta; en segundo lugar, a la
posibilidad reconocida y protegida por el Derecho de determinar la propia conducta; en
tercer lugar, a la capacidad de crear normas jurídicas, generales y abstractas o particulares y
concretas, y de ejecutar sus consecuencias jurídicas; en cuarto lugar, a estados jurídicos de
no sometimiento al ejercicio de una potestad. Es usual que se diga, v. gr., que se tiene el
derecho de exigir el pago de una determinada suma de dinero; que se tiene el derecho al
libre desarrollo de la personalidad; que existe el derecho de castigar (ius puniendi); que se
tiene el derecho a no ser juzgado dos veces por un mismo hecho (non bis in ídem).
Pues bien, una cosa es un concepto; otra, una denominación; y otra, una definición. El
concepto, como ya se dijo, es la “formaleta” mental que permite encauzar las intuiciones; la
de-nominación es el conjunto de signos lingüísticos que permiten indicar, señalar un
concepto; la de-finición ―de-finir es poner límites―es el conjunto de signos lingüísticos
que permiten aprisionar, delimitar un concepto, acotarlo, precisando su género próximo y
su diferencia específica. Si, en el sentido platónico, el conocimiento de las palabras nos
lleva al conocimiento de las cosas; si la función del lenguaje es la de ser el vehículo del
pensamiento; si la función de las palabras es la de diferenciarnos las cosas, los conceptos;
realidades conceptuales distintas ameritan denominaciones distintas. El uso de la expresión
adecuada permite, pues, tomar posesión de los conceptos jurídicos.
Lo cual significa que el lenguaje es el primero, y yo diría que el último modo que se le da al hombre de
tomar posesión de la realidad, de adueñarse del mundo. Cuenta el poeta Juan Maragall que en cierta
ocasión llevó a una niña de algunos años, que no conocía el mar, a la orilla del Mediterráneo, deseoso
de ver el efecto que causaba en ella esa primera visión. La niña se quedó con los ojos muy abiertos y,
como si el propio mar le enviara, dictado por el aire, su nombre, dijo solamente: ¡Mar, el mar! La voz
es pura defensa. La criatura ve ante sí algo que por sus proporciones, su grandeza, su extrañeza, la
asusta, casi la amenaza. Y entonces pronuncia, como un conjuro, estos tres sonidos: ¡Mar, el mar! Y
con ellos, en ellos, sujeta a la inmensa criatura indómita del agua, encierra la vastedad del agua, de sus
olas, del horizonte, en un vocablo. En suma, se explica el mar nombrándolo, y al nombrarlo pierde el
miedo, se devuelve a su serenidad27.
Derecho – Deber
Privilegio – No Derecho
Potestad – Sujeción
Inmunidad - Incompetencia
Derecho – No Derecho
Deber – Privilegio
Potestad – Incompetencia
27
El
Defensor.
En
defensa
del
lenguaje.
En:
Obras
completas,
T.
II.
Madrid,
Cátedra,
2007.
p.
1035.
28
El
Golem.
En:
Obra
poética.
Buenos
Aires:
Emecé,
2005.
p.
193.
Inmunidad - Sujeción
Una persona, pues, al hacer parte de una relación jurídica, puede ocupar en ella una
posición constitutiva de una situación jurídica de ventaja o de una situación jurídica de
desventaja; si se halla en una situación jurídica de ventaja, será porque es titular de un
derecho, de un privilegio, de una potestad o de una inmunidad; si se encuentra en una
situación jurídica de desventaja, será porque soporta un deber jurídico, o simplemente no
es titular de un derecho, o se halla sujeta, mas no obligada, al ejercicio de una potestad, o
porque es incompetente, en determinadas circunstancias, para ejercer una potestad.
Ahora bien, siempre que una persona sea titular de un derecho, correlativamente otra
soportará un deber jurídico; siempre que una persona sea titular de un privilegio, ninguna
otra estará correlativamente facultada para exigirle a aquélla que realice o se abstenga de
realizar la conducta objeto del privilegio; siempre que una persona sea titular de una
potestad, correlativamente otra estará sujeta al ejercicio de esa potestad; siempre que una
persona goce de una inmunidad, correlativamente otra será incompetente para ejercer,
válidamente, respecto de aquélla la potestad de que es titular. Por otra parte, lo opuesto de
tener un derecho es no tenerlo; de ser titular de un privilegio es soportar un deber jurídico
―quien tiene un deber jurídico tiene la libertad de escoger si lo cumple o lo incumple, mas,
si escoge incumplirlo, el Derecho lo sanciona―; de tener una potestad es no poder
ejercerla, válidamente, respecto de determinadas personas; de gozar de una inmunidad es
estar sujeto al ejercicio de una potestad.
Pues bien, a mayor amplitud tengan los deberes jurídicos ―que se imponen al través de
normas prohibitivas o mandatorias―, menor amplitud tendrán los privilegios ―que se
conceden al través de normas permisivas―; a mayor amplitud tengan los privilegios,
menor amplitud tendrán los deberes jurídicos ―las causales de justificación, contrario a lo
que suele decir la doctrina, no son derechos subjetivos, son privilegios―. Asimismo, a
mayor amplitud tengan las potestades, mayor amplitud tendrán las sujeciones y, por ende,
menor amplitud tendrán las inmunidades ―potestades, sujeciones, inmunidades e
incompetencias son impuestas o concedidas por, las llamadas por H. L. A. Hart, reglas
secundarias o anancásticas29, o, por Alf Ross, normas de competencia30―.
Además, es pertinente, para el objetivo de este escrito, aclarar que existen dos clases de
potestades: las públicas y las privadas; las primeras, se materializan en el ejercicio de
funciones públicas (legislativa, jurisdiccional, ejecutiva, electoral y de control); las
segundas, atañen a aquello que los civilistas denominan autonomía privada, esto es, a la
29
El
concepto
de
Derecho.
Traducción
de
Genaro
R.
Carrió.
Buenos
Aires:
Abeledo
–
Perrot,
1998.
pp.
99
y
ss.
30
Sobre
el
Derecho
y
la
Justicia.
Traducción
de
Genaro
R.
Carrió.
Buenos
Aires:
EUDEBA,
2ª.
Ed.,
1997.
pp.
58
y
ss.
capacidad que tienen los particulares para, en determinados ámbitos, normar sus propias
relaciones jurídicas. El ejercicio de las potestades públicas, por regla general, salvo lo que
ocurre con las llamadas potestades discrecionales, constituye un deber jurídico, por cuanto
su no ejercicio se halla sancionado por el Derecho (sanciones disciplinarias e incluso
penales); el ejercicio de las potestades privadas, por regla general, salvo, por ejemplo, que
se obre en cumplimiento de un contrato de promesa, comporta un privilegio, una libertad
reconocida y protegida por el Derecho.
Los griegos entendieron por “naturaleza de las cosas” aquello que permanece en el cambio
―que permanece, pese al cambio, modificación, mutación, movimiento de las cosas―, es
decir, el ser de las cosas32. ¿Cuál es el ser jurídico del ius puniendi? ¿Será, como suele
decirse, un “derecho”, una “facultad” de castigar radicada en cabeza del Estado? No, por
supuesto que no, por lo siguiente:
31
Cfr.
FERRI,
Luigi:
La
autonomía
privada.
Traducción
de
Luis
Sancho
Mendizábal.
Granada:
Comares,
2001.
pp.
38
y
ss.
32
Cfr.
ORTEGA
Y
GASSET,
José:
Historia
como
sistema.
En:
Obras
completas,
T.
VI.
Madrid:
Alianza,
1983.
pp.
23
y
ss.
- Si el ius puniendi fuese un derecho subjetivo, que no lo es, el particular estaría
correlativamente obligado a someterse a la pena estatal; si ello fuera así, que no lo
es, el no sometimiento voluntario constituiría un acto antijurídico, el acto
condicionante de una sanción ―sanción adicional a la imponible por el delito que
se está persiguiendo―; ocurre todo lo contrario, el Estado cuenta con unos plazos
perentorios para ejercer su potestad de castigar, para lograr sujetar al particular,
vencidos los cuales, éste ―el particular― adquiere, en términos Hohfeldianos, una
inmunidad.
El ius puniendi, que de ius sólo tiene el nombre, es, pues, una potestad pública cuyo
ejercicio constituye, por regla general, un deber jurídico. Se dice “por regla general”, por
cuanto el principio de oportunidad, al posibilitar que los sujetos de la relación jurídica, en
casos excepcionales, dispongan del contenido de las normas penales que las regulan,
dejándolas sin efectos para gobernar tales relaciones y tornándolas, por ello, en normas de
orden privado, hace que, en ocasiones, el ejercicio de esa potestad pública adquiera el
ropaje jurídico de un privilegio.
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