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LA VIOLENCIA FRENTE A LOS NUEVOS LUGARES Y/O LOS “OTROS” DE LA CULTURA Elsa Blair’ AMODO DE INTRODUCCION a situacién de: violencia, més 0 Le endémica en Colombia, ha lameritado por parte de la acade- mia colombiana no pocos esfuerzos in- vestigativos, La literatura en torno al tema es inagotable. En ella, en razén de variadas razones y coyunturas, han pre- dominado enfoques y perspectivas te6- ricas, analiticas e interpretativas que privilegian, a la hora del andlisis, unas dimensiones sociales sobre otras. En efecto, el andlisis ha sido hecho primero por los historiadores, luego por los socié- logos y politélogos y, mas recientemen- te, por otros cientificos sociales, entre ellos algunos antropélogos. De alguna manera, segtin sea la pertenencia de los investigadores a distintas ramas del saber, también se han definido estas di- mensiones. Esto, que podria facilmente ocurrir en otras disciplinas y frente al estudio de otros fendémenos, lama la atencién aqui —y por eso resulta inte- resante mencionarlo— en la medida que hubo incidencia no s6lo de las disci- plinas te6ricas a partir de las cuales se miraba el fenémeno, sino sobre todo de su enfoque. Asi, como resultado de ta- les enfoques, con respecto a la relacién entre cultura y violencia se pas6 de una * Socidloga-investigadora, coordinadora del Srupo de investigacion Cultura, Violencia y Te- rritorio, INER, Universidad de Antioquia, Medellin, Colombia. 4 Elsa Blair negacién total en los primeros and- lisis —particularmente por objecién de los antropélogos— a reconsiderar més recientemente la posibilidad de establecerla. Hacerlo esta, sin embar- go, exigiendo replanteamientos y re- conceptualizaciones muy importantes acerca de los conceptos de violencia y las concepciones de cultura (Ramirez, 1997; Blair, 2000; Blair e¢ al., 2003). La relacin entre ellas es en si misma compleja, en tanto los conceptos que la definen también lo son. Frente a esta relacién, gc6mo conceptualizar la vio- lencia?,! a qué Hamamos cultura? La reflexién actual tiene, en este sen- tido, un reto interesante para los antro- pélogos y los “violentologos”, que obliga a desarrollar investigaciones concretas que coadyuven a jalonar la reflexion en estos términos. Un reto que exige, por un lado, intentar construir un concep- to, 0 mejor aun, una conceptualizacién de cultura a partir de la cual sea po- sible dialogar con el fenémeno de la(s) violencia(s) y, por otro, construir y/o re- construir una delimitacién conceptual (y operativa) del concepto de violencia(s)® a partir de la cual entablar un didlogo con 1 La dificultad de hacerlo ba sido seftalada por mas de un autor. La pregunta que podemos hacernos aqui es si al querer ponerle “apellidos” ala violencia —violeneia politica, violencia social, violencia juvenil, violencia sexual, violencia étnica, etc.— no estamos vaciando de contenido el concep- to mismo. ? Sj bien ha sido una tarea de la antropologia desde siempre, la dificultad para llegar a acuerdos ‘ consensos en torno a las distintas conceptualiza- ciones también lo ha sido, + Hay quienes plantean —no sin cierta razén— que el discurso construido para la violencia desde la cultura para, con estas redefiniciones, lograr replantear, de una manera mas fecunda, la relacién que existiria entre cultura(s) y violencia(s). En razon de una de estas coyunturas tedricas —seguramente como efecto del interés creciente de la antropologia en el tema de la violencia en otras latitudes—, la antropologia colombiana ha empeza- do a incursionar en el fenémeno de la(s) violencia(s) (Ramirez, op. cit.; Castillejo, 2000). Aunque timidas, ya se escuchan algunas voces desde la antropologia y desde el andlisis cultural. La literatu- ra de la violencia en el pais ha pasado, pues, de negar tajantemente cualquier relacién con la cultura (hasta mas o me- nos 1992) a empezar a replantear esta relacién, Esta es, entonces, una muy im- portante oportunidad para que, en esta coyuntura del andlisis y de la reflexién teérica, se puedan cuestionar las con- cepciones esencialistas (y de “segunda naturaleza”) de la cultura y construir una concepcion de cultura més vincu- lada a lo eotidiano, a la vida corriente, a lo cambiante, que se teje con ciertos “hilos culturales” pero en una trama permanente y, en esa medida, siempre cambiante de interrelaciones sociales. ta academia la invisibiliza, Santiago Villaveces sefiala la movilizacién de significados que tiene el concepto de violencia, coneeptualizacién que termi- na por borrar el hecho violento, que en s{ mismo se escapa. En el discurso, por aprehender el hecho no se presenta el suftimiento real, la cara humana de la violencia. Los discursos terminan, asi, por invisibilizar lo que ocurre en la realidad eonereta, hechos que tienen tanto exceso de significado que no se pueden aprohender en un discurso o termina primando la explicacién sobre el hecho (Villaveces, 1996), La violencia frente a los nuevos lugares 15 E] caso colombiano, en toda su mag- nitud y su complejidad —conflicto arma- do, guerra abierta, violencias ligadas al trafico de drogas (criminales y/o organi- zadas), violencias “publicas” no ligadas al conflicto armado, violencias sociales difusas, ete— es, sin duda, significative de situaciones extremas de violencia y sugerente de ser pensado e interpretado en esta direccién. Mas alla de las condi- ciones objetivas-materiales de la violen- cia, el andlisis cultural exige mirar el campo de las representaciones mentales que acompanian los actos de violencia, es decir, su dimensién simbélica:* senti- dos, representaciones, imaginarios, sig- nificaciones, tramas discursivas de los fenémenos violentos; dimensiones que no s6lo tienen una existencia real, sino que se alimentan en los mismos proce- sos violentos de nuevas significaciones. Algunos fenémenos violentos propios de la conflictividad contemporanea, del tipo “nuevas guerras” (Kaldor, 2001; Waldmann y Reinares, 1999), han puesto en evidencia manifestaciones simbélicas de la violencia o dimensiones expresivas como el dolor, el sufrimiento y la cruel- dad presentes en estos fenémenos, las cuales no tienen nada o muy poco que ver con las dimensiones materiales de la violencia y, en cambio, estén muy rela- cionadas con sus representaciones, con las significaciones y los sentidos del acto violento. Estos son, pues, componentes del fenémeno que deberdn ser pensados en su dimensién antropolégica. “Una dimensién que algunos nombran dimen- sidn expresiva de la violencia (Valencia, 2000), Lo més préximo a la discusién acerca de violencia y cultura es lo que se viene desarrollando desde la llamada antro- pologta del conflicto. Otros aportes, muy Ticidos y més recientes, vienen de otra vertiente, conocida como etnografia de la guerra. De ella son ejemplos, el tra- bajo de la etnéloga francesa Veronique Nahoum-Grappe (1993, 1996, 2002) en el marco de la reciente guerra en la ex Yugoslavia y las investigaciones de la antropéloga estadounidense Carol- yn Nordstrom (Nordstrom y Robbens, 1995; Nordstrom, 1997) en contextos similares, en este caso, la guerra en Mozambique, entre algunos otros.° Es- tos autores incursionan en terrenos donde no intervienen ni la sociologia ni la ciencia politica dado que, como lo plantea Nahoum-Grappe, la crueldad no es una categoria de la ciencia politica. Siguiendo estos andlisis, deberiamos preguntarnos cual es —mds alla de las causas 0 las razones estructurales (ob- jetivas-materiales) productoras de vio- lencia, abordadas tradicionalmente por la sociologia y la ciencia politica— el ca- racter y/o la naturaleza (antropolégica) de los fenémenos violentos y qué tanto inciden en ellos las tramas culturales de las sociedades donde estos fenémenos se producen. ,Cémo situar el debate en el caso colombiano? En este articulo intentaré una apro- ximacién al problema a partir de la identificacién de algunos impedimentos que han sido sefialados en el terreno conceptual —o mejor, en el debate aca- démico colombiano— para obstaculizar * Véase también Vidal (1996). 16 el andlisis de la relacién entre cultura y violencia. Ello nos permitira desentra- far algunas hipétesis y presupuestos de la discusién, asi como las concepcio- nes que no permitieron poner a dialogar la(s) violencia(s) con Ja cultura. Luego daré una mirada a algunas de las nue- vas conceptualizaciones de la cultura —esos nuevos lugares y esos “otros” de la antropologfa hoy— para plantear, posteriormente, los retos a los que nos vemos abocados la academia y los ana- listas de la violencia. LA INVISIBILIDAD DE LA CULTURA EN EL ANALISIS DE LA VIOLENCIA EN COLOMBIA En 1990 decia un sociélogo colombiano que “la cultura es el vencimiento de la violencia [...] la violencia seria més bien un momento de quiebre de la cultura. En ese sentido no habria una cultura de la violencia” (Restrepo, 1991). Segdn esto, mas que existir relacién entre los dos fenémenos, ellos serfan excluyentes y sélo seria posible enunciarlos en la po- laridad. Después de 20 afios de otro periodo de violencia aguda en el pais, ta aca- demia colombiana ha emprendido una enorme busqueda de las causas y ma- nifestaciones de esta violencia. E] tema ha concentrado los esfuerzos de centros académicos y de universidades, publicas y privadas, que han dedicado muy buena parte de su produccién a este problema. La bibliografia producida al respecto es inmensa. Sin embargo, una dimen- sién muy importante esta casi ausente de los andlisis del tema: la dimensién Elsa Blair cultural. Asi, a la par que se privilegi la dimensién politica (Pécaut, 1998b; Blair, 2000) se minimizé el terreno de la cultura. La razén fundamental de esta negacién radicé en la objecion expresa- da —generalmente por los antropélo- gos— a que se hablara de una cultura de la violencia® En efecto, durante afios se ha recha- zado el coneepto y, de una u otra ma- nera, se ha minimizado la presencia de factores culturales en ella. Interrogar el problema de la violencia desde la cul- tura pareceria constituir —al menos para los estudiosos del fenémeno en el pais— una provocacién. Las alusiones, bastante dispersas y precarias, que se encuentran en estos andlisis son, en la mayoria de los casos, para distanciarse de lo que serfa una supuesta —y nunca bien planteada— relacién entre cultu- ra y violencia, Esta distancia se da al asumir la cultura como si fuera una esencia, lo cual es, justamente, todo “lo contrario de lo que significa cultura” (Martin-Barbero, 1998). El argumento més fuerte en este sentido ha sido que aceptar la existencia de una cultura de Ja violencia es como aceptar que los co- lombianos somos en esencia violentos y, en esa medida, la violencia es con- sustancial a nuestra historia y, sobre todo, inmodificable. Algo asi como un destino prefijado. Alvaro Camacho de- cia ya en 1990: * El término y el debate alrededor de su uso surgié —o en todo caso fue més visible—a partir del informe de la comisién de “viclentélogos” crea- da por el Gobierno Barco en 1987. La violencia frente a los nuevos lugares El concepto de cultura de la violencia es mucho mds complejo y menos defi- nido. Su utilizacién indiscriminada y laxa ha Mevado a pensar que hay en Colombia un sino fatal que puede provenir de fundamentos atavicos de profunda raigambre histérica y consti- tutivos de una personalidad colectiva que construyen la omnipresencia de la violencia: se puede adjudicar asi la paternidad de ésta a factores étnicos, Reograficos o de cualquier indole meta social de manera que la convierten en inevitable [subrayados afiadidos] (Camacho, 1991). E] término —o més bien la expre- sién— cultura de la violencia’ marcé durante aiios los debates en torno a la posibilidad o no de establecer relacién entre la violencia colombiana en su permanencia, en su terca presencia en el pafs, con algunos rasgos de nuestra cultura y/o con la existencia de algunos “matrices culturales” que pudieran ser proclives a la violencia y, de este modo, contribuyeran a explicar los procesos violentos. En ese sentido se pronuncia- ba Martfn-Barbero, en 1997, contra la objecién de los antropélogos: Tengo desde hace tiempo una disidencia con algunos de los antropélogos colombia- nos a propésito de su rechazo a que se * En el segundo lugar de este distanciamiento entre cultura y violencia est4 Daniel Pécaut, quien ha manifestado claramente su rechazo al uso de ‘ese concepto. Dice Pécaut, “Yo no suacribo ia idea de una cultura de la violencia (...} eon frecuencia la explicacién por la cultura y més tratdndose de la violencia arriesga con ser perezosa y revestir un aspecto tautolégico” (Pécaut, 1997). iy hable de cultura de la violencia pues en- cuentro en esa posicién una contradiccién inexplicable al atribuir a la idea “cultura de la violencia” lo que justamente es su contrario: creer (o querer) que cultura de la violencia signifique que los colombia- nos somos naturalmente violentos 0 un pueblo condenado a la violencia, es ha- blar de la naturaleza o una esencia que es todo lo contrario de lo que significa cul- tura, es decir, historia y por tanto prace- sos largos de intercambios y de cambios. Que sean precisamente los antropélogos Jos que propaguen esta confusién habla de lo extendida que estd en este pais la tendencia antropolégica a considerar las culturas como una especie de “isla cultu- ral, metéfora feliz del tipo de unidad que el antropélogo tiende a buscar: un espa- cio culturalmente homogéneo, un terri- torio bien demarcado, un grupo humano integrado simbélicamente y diseontinuo con relacién a cualquier otra isla adya- cente” (F. Cruces) [subrayados afiadidos] (Martin-Barbero, op. cit.) El rechazo, a mi juicio demasiado temprano,’ al concepto de cultura de la violencia —por esencialista, segrin sus més aguerridos detractores— arrastré con él muchos asuntos que hubiera sido preciso introducir en el andlisis, aspec- tos culturales que, de haberse trabaja- do entonces junto con las condiciones objetivas de ia violencia, nos hubieran ayudado a conocer las formas de repre- sentacién, los procesos y componentes * Demasiado temprano y demasiado facil. Detris del concepto, que puede en efecto no ser muy afortue nado, se alej6, sin embargo, cualquier posibilidad de andlisis desde la dimensién cultural. 18 Elsa Blair simbélicos que acompaian a los ac- tos violentos.* En efecto, hoy podemos sostener, con Castillejo (2000), que “la violencia es un texto social [...] leer la violencia es leer las connotaciones sim- bélicas de los actos, es buscar entender —desde la perspectiva de quien ejecuta determinado acto— la cadena de signi- ficados que se gestan”. Pero ha pasado mucho tiempo y la concepcién de cultura que se tenia enton- ces era, pues, entendida como esencia- lista e inmodificable. A esta apreciacién se sumaron, durante afios, la mayoria de las voces de los antropélogos colom- bianos, que impidieron el desarrollo de un estudio profundo o con una perspec- tiva cultural de la violencia. No en vano los antropélogos —salvo excepciones y todas muy recientes— guardaron un prudente silencio frente al tema de la violencia.” Pese a este silencio, hubo algunos intentos que no fueron muy escuchados. Por ejemplo, Carlos Miguel Ortiz decfa en 1992: Este [el cultural] es uno de los espacios cuya discusién apremia y que debemos de- ° La violencia necesita para reproducirse, més que armas y actores violentos, tramas de significa- cién (Clifford Geertz), es decir, sentido. El andilisis actual precisa, pues, esclarecer, ademds de los con- textos materiales de la violencia (tradicionalmen- te analizados), los contextos donde su dimensién simbélica tiene un sentido, es decir, los contextos culturales a partir de los cuales Ia violencia es ejecutada, lefda, pensada, narrada y significada. Dicho andlisis darfa cuenta de esos componentes més inmateriales que, sin embargo, inciden tanto o més que las armas en la produecién y reproduccién de la violencia. ® Las excepciones son Castillejo (2000), Se- rrano (1998), Muiioz (1998) y Ramirez (1997). sarrollar en los afios venideros si queremos entender la violencia. Incuestionablemente nos exigiré traspasar la érbita del Estado y adentrarnos en la sociedad. Virar de lo politico al territorio de las palabras, las creencias, las significaciones; de la esta- distica a los lenguajes alfabéticos y cor- porales {...] es] en el campo de !o cultural y las significaciones en donde me parece se gestardn en el futuro los aportes mas definitivos para la comprensién de las vio- lencias."” Una década después, el asunto no est para nada resuelto, La categoria —para bien o para mal— contintia circulando en el debate académico colombiano, pero est demasiado cargada como para resultar uitil. Esta carga peyorativa le resta toda operatividad para el andlisis {Debemos, entonces, renunciar a rela- cionar cultura con violencia o estamos obligados a ser mas creativos y a cons- truir nuevas categorias analiticas? Frente al peso que han tomado los factores culturales para explicar diver- sos procesos sociales en las sociedades contempordneas, su estudio adquiere, hoy, una enorme relevancia en las cien- cias sociales y su ausencia en el anélisis —en este caso frente al fenémeno de la violencia— no puede ser sino una caren- cia, un vacio. » Sin embargo, la respuesta a este llamado fue bastante pobre, quiz porque, como lo menciona el mismo Ortiz, “la dimensién cultural del problema, hay que reconocerlo, es la més compleja, la de més largo plazo en sus terapias, la que mayormente desborda la esfera juridica y estatal de soluciones y la que en mayor grado concierne al conjunto de la, sociedad”. Quizé sea por esto que no hemos querido mirarla. Véase Ortiz (1992). La violencia frente a los nuevos Ingares Como optamos claramente por la creacién de nuevas categorias analiti- cas para este asunto, creemos que va- rias razones obligan a reconsiderar el problema desde distintos angulos: a) Los avances en la teorfa antropolégi- ca, que produce nuevas conceptuali- zaciones de cultura y obliga a crear nuevos conceptos de violencia. }) El surgimiento de nuevos grupos, nuevas categorias analiticas, nue- vos discursos y nuevas tramas para abordar el estudio de los fenémenos sociales,” ¢) El interés creciente de la antropologia. en el tema de la violencia, que bien podria ser explicado en razén de las nuevas conflictividades: los eventos violentos contemporaneos, que mues- tran la pertinencia de abordarlos en su dimensién cultural. LOS NUEVOS LUGARES Y/O LOS “OTROS” DE LA CULTURA La problematica de la globalizacién con- temporéinea ha trafdo consigo, mas que efectos econémicos, repercusiones en el terreno cultural: ha desatado una serie de procesos sociales, culturales y poltti- eos que atin no acaban de perfilarse.” En este campo, son sugerentes los estudios de cultura urbana y de jévenes que se han topado con Ja violencia entrando al anélisis de los fenémenos sociales por la via de la cultura: nuevas subjetivi- dades, nuevas sociabilidades, nuevas identidades ‘Veanse Serrano (1998) y Murioz (1998). La globalizacién no es ol tema central; por ‘eso, sélo se menciona como proceso en la base de las transformaciones que si son nuestro tema 19) Por esta via se han desarrollado debates en diferentes escenarios en torno a esos efectos en las sociedades actuales, pues sus consecuencias culturales son, al parecer, enormes. Ese es un debate en plena ebullicién: la homogenizacién cul- tural y, por oposici6n, ol multiculturalis- mo, lag identidades, el problema de las fronteras (0 la falta de ellas), la dimen- sién misma del territorio estén siendo repensados y reconceptualizados. Estos problemas se coneretan en cireunstan- cias como la identidad desubicada en un doble proceso: la globalizacién de la economia y la cultura y el reencuentro y revalorizacién de las culturas regiona- les y locales; el surgimiento de nuevos movimientos socioculturales, étnicos, raciales, de género; la reconfiguracion de las culturas tradicionales en comuni- cacién e hibridacién con otras culturas del mundo; el surgimiento de cultu- ras desterritorializadas, eteétera. Los procesos actuales son, en ese nivel, en el pafs y en el mundo, todo un desafio que lleva a cuestionar nocio- nes como nacién, identidad, ciudada- nia, territorio, cultura, etc. Y, detrés de ellas, paradigmas tradicionalmente aceptados en las ciencias sociales. Asi pues, la globalizacién trae consigo una serie de procesos sociales que coadyu- van a activar el debate y provocan reflexiones muy interesantes de las que no es posible sustraerse. Con los procesos de globalizacién, la ciudad —y los contextos urbanos en general— han pasado a ser el objeto y el espacio privilegiado de andlisis en las socieda- des contemporaneas. Temas como los jovenes, lo publico, la musica, las per- cepciones y representaciones sociales, 20 Elsa Blair los consumos culturales, las etnias y las culturas politicas atraen el debate ha- cia los terrenos de la cultura. Uno de los caminos emprendidos por Ja antro- pologia tiene que ver con los nuevos movimientos sociales que empiezan a generar nuevos discursos y nuevas rutas. En esta reflexion se ubican los debates sobre cultura politica, que vie- nen reconceptualizando la cultura y haciendo lo propio con la politica. Estos nuevos movimientos, impensables un cuarto de siglo atrés —mujeres, etnias, grupos minoritarios, ete—, obligan a ensanchar los 4mbitos de la politica y el espectro de lo cultural. Con ellos, “el panorama se hace diverso porque otros —los otros— se hacen parte de él” (Pratt, 2001). Es importante discutir las concepeiones cambiantes de cultura y politica en an- tropologia, literatura y otras disciplinas, como telén de fondo para entender Ia manera como el concepto de politica cul- tural surgié del intenso didlogo interdis- ciplinario y del desvanecimiento de las fronteras que ha tenido lugar durante la tiltima década, animado por tendencias postestructuralistas (Escobar, Alvarez y Dagnino, 2001). De ellas nos interesa, para los propé- sitos de este articulo, la re-conceptuali- zacién de las concepciones de cultura y de politica y/o lo politico y los cuestio- namientos al anélisis tradicional que se han hecho en el pais acerca de la violen- cia. Por la via de la antropologia de la modernidad, la cultura ha cambiado de lugar en las sociedades contempordneas y est alterando las formas mismas de la alteridad; se estén produciendo nue- vos “otros” en el discurso antropolégico. Ambos cambios permiten nociones reno- vadas y més fecundas del concepto de cultura, menos esencialistas u ontol6- gicas. Esta vertiente ha inaugurado la puesta en escena de nuevos objetos antro- poldgicos que no miran lo exético y lo otro, la alteridad, sino lo mismo, la mismidad y, por esta via, obligan a la antropologia a repensar sus objetos de estudio y a los antropélogos a un manejo distinto del concepto (Blair et al., 2003). Las cultu- ras, en términos de Augé, pueden ser entendidas como el conjunto de relacio- nes de sentido socialmente instituidas (Auge, 1994). Ella define siempre una singularidad colectiva. “Nos encontra- mos —contintia Augé— en la época de una antropologia generalizada, es decir, sin exotismos, una antropologia en la que el estudio de lo social ya no puede hacer abstraccién de la realidad ideolé- gica del individuo” (ibi 17). Siguiendo estas corrientes para el caso de la cultura y del enfoque an- tropolégico —en relacién con nues- tro objeto de interés: el abordaje de la violencia— pensamos que, como lo sostienen los antropélogos colombia- nos Maria Victoria Uribe y Eduardo Restrepo, desde la reelaboracién de he- rramientas conceptuales y metodolé- gicas del discurso antropoldgico hoy se pueden abordar con fecundidad pregun- tas y situaciones que desde una lectu- ra conyencional parecieran caer fuera del orden de pertinencia antropolégica (Uribe y Restrepo, 1997). El interés reciente de la antropologia (y de la cultura) en la violencia también se presenta —y es de particular interés La violencia frente a los nuevos lugares 21 en este caso— por la via de los nuevos confiictos. La existencia, a fines del si- glo xx, de conflictos étnicos —guerras de una enorme brutalidad— en algunos lugares del mundo alegando razones “ancestrales” como identidades, perte- nencias y odios étnicos, ha obligado a las teorfas de la cultura a repensar con- ceptos muy arraigados en la tradicién cultural y a cuestionar los escenarios y los contextos en los cuales se pensaba que se producian, atribuidos a socieda- des que no terminaban de entrar en la modernidad, Aspectos como el dolor, ja crueldad y el sufrimiento hoy son parte de los intereses investigativos. Igualmente lo son la reparacién moral de las victimas de la guerra y el despla- zamiento, y la atencicn a las victimas de situaciones traumdticas provocadas por los conflictos bélicos."* Esta conflictividad contempordnea ha conducido a la inclusién en el and- lisis de fenémenos tradicionalmente mantenidos al margen de la discusion cultural, como la guerra y la violen- cia. En esta direccién se destaca la etnografia de la guerra, desarrollada principalmente por la antropéloga nor- teamericana Carolyn Nordstrom, que pone en claro que la violencia no es una involucién a un estado precultural de comportamiento; como la creativi- ™ Véanse diversos articulos acerea de situa- ciones trauméticas de guerra elaborados por historiadores, mediante historia oral, y por an- tropélogos, muchos de ellos recogidos en la revista Historia, Antropologia y Fuentes Orales, nium, 24, Universidad de Barcelona, 2000. dad y el altruismo, la violencia es cul- turalmente construida y, como sucede con todos los productos culturales, es, en esencia, sélo un potencial que da forma y contenido a individuos espe- cificos dentro del contexto de historias particulares. La violencia es, pues, una dimensién de la existencia de la gente y no algo externo a la sociedad y ala cultura (Nordstrom y Robbens, op. cit.). Por varias vias se esta abriendo paso la reconceptualizacion de la cultura: por medio de la reflexién antropolégica propiamente dicha, mediante los nue- vos movimientos y/o actores sociales y politicos que incursionan hoy en la esfera publica y, finalmente, por la via de la conflictividad contempordnea que confronta a las disciplinas sociales con nuevos retos explicativos frente a estos fenémenos de violencia. Hoy, el abordaje de la violencia desde la cultura, aunque insuficien- te, evidencia el resurgimiento de esta preocupacién, que habia sido bastante postergada. Porque lo que resulta me- dianamente claro es que no podemos seguir pensando el problema de la vio- lencia sin relacién con la cultura. Con estas reconceptualizaciones y los cam- bios operados en la nocién y en su mane- jo, es preciso abordar el andlisis de esta relacidn sin caer en el uso esencialista de la cultura, como si ésta fuera una segunda naturaleza que explicara los intercambios violentos e hiciera a unos pueblos o sociedades mas propensos que otros a tramitar los conflictos por medio de la violencia. Hoy es posible repensar ambas nociones y entablar un didlogo fecundo entre ellas. 22 Elsa Blair EL DEBATE CON LA CULTURA EN EL ANALISIS DEL CASO COLOMBIANO Si hablamos en términos de la naturale- za del conflicto colombiano, digamos que hay una mezcla —por momentos bastan- te confusa— entre guerra y violencia(s). Pero si hablamos de temporalidades del fenémeno, estamos ante una simultanei- dad de procesos que no facilita la tarea: viejas violencias,* guerras antiguas” y conflictos contemporaneos.” En efecto, estamos ante un conflicte politico arma- do de grandes proporciones en el tiempo y en el espacio, de miiltiples violencias ligadas al trafico de drogas, o manifies- tas en el Ambito de lo social pero incu- badas y/o alimentadas en el contexto del conflicto armado. % Para mencionar sélo un caso, la lamada VIOLENCIA, con maytisculas, que va de 1945 a 1965, caracteriza todo un periodo hist6rico, como decir la Repablica liberal de los avios treinta, "© Tampoco el conflicto armado colombiano es reciente, Los primeros grupos guerrilleros surgie- ron en 1964 en Marquetalia. A ellos se suman nue- vos grupos en los aftos posteriores, como el ¥L.N, el FPL, el M-19, Con avances y retrocesos, la guerrilla no ha desapreciado del escenario politico y social colombiano. ¥ Varios conflictos, especialmente del Ambito urbano, evidencian a pertinencia del cuestiona- miento de subjetividades, identidades y ciertas sensibilidades de los j6venes que son construidas en contextos de confficto y violencia. De otro lado, la misma conflictividad contemporanea de la gue- ra obliga a considerar ciertas similitudes o rasgos parecidos a los manifestados en conflietos en otras latitudes. Las primeras voces en este camino A mediados de los noventa, el silencio de los analistas con respecto a la cultura en el andlisis de la violencia empez6 a que- brarse. Autores como Jaime Arocha,"* Myriam Jimeno (Jimeno y Roldan, 1996) o Carlos Mario Perea (1996) in- troducen la variable cultural en el ané- lisis. Jimeno incursioné, en un primer trabajo, en una perspectiva analitica bastante interesante desde lo cultural para abordar y explicar las experiencias cotidianas de violencia y, en un segundo trabajo, un articulo publicado en 1998, se interroga nuevamente acerca de las situaciones de violencia cotidiana, de los significados culturales de los actos violentos y sus representaciones en di- versos sectores de poblacién. Perea, por su parte, lo hace a partir de la indaga- cién en torno a los capitales simbélicos bajo los cuales operé la violencia de me- diados de siglo en Colombia. Apoyado en el andlisis cultural de Clifford Geertz, interroga esa trama de simbolos y de construcciones imaginarias que susten- tan la eliminacién del otro, elaboradas a partir de lo que él lama el sustrato cul- tural de los partidos politicos; sustrato idéntico, dado que los partidos se ubican en los mismos lugares de produccién ® En 1990 Jaime Arocha, antrop6logo eolombia- no, ereé el Observatorio de Convivencia Etnica, un programa comparativo de investigacién disciplina- ria que investiga los mecanismos de resolucién de conflictos en otras culturas (principalmente indi- genas y afrocolombianas). Dentro del observatorio se han producido algunos trabajos de grado en la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogota. La violencia frente a los nuevos lugares 23 del sentido que, sin embargo, explica el gesto del enfrentamiento. Finalmente, inmerso también en esta perspectiva esta un trabajo més reciente de Oscar Useche quien, a partir del andlisis de la violencia urbana, introduce de una ma- nera privilegiada la dimensién cultural para asumir las violencias como formas de significacién, como formas de ser en jas ciudades. Para trazar lo que él llama una cartografia de las violencias asigna —en sus propias palabras— un “lugar central al entramado de la cultura en medio del cual se cocinan los significa- dos de la vida y las raices de la violen- cia” (Useche, 1999). En los dltimos afios Daniel Pécaut, socidlogo francés y reconocido analista de la violencia colombiana, pese a su re- ticencia a utilizar la expresion cultura de la violencia ha empezado a introducir muchos elementos culturales en sus and- lisis. Aun cuando sigue pensando que la cultura de la violencia es una nocién “hechiza y perezosa’, muy poco explica- tiva, ya introduce una salvedad cuando afirma: “[...] salvo si ésta se articulara a un contexto histérico preciso” (1997). Por lo demas, todos sus articulos recien- tes (1994, 1998) aluden, de una u otra manera, a la presencia de factores a to- das luces culturales. Por ejemplo, cuando plantea que las interacciones cotidianas estan sometidas a rituales fundados en la violencia (1997); 0 cuando sefiala el control social y moral que ejercen y se abrogan unos actores armados sobre otros [milicianos sobre “viciosos”] con una enorme aceptacién social (1998); 0 cuando insiste, por ejemplo, en la fragi- lidad de una simbélica unidad nacional, “particularmente incierta [...] [y] que se debilita cada dia més con las multiples violencias que despiertan un sentimiento difuso de inseguridad” (1998). También cuando se pronuncia acerca del interés por esclarecer los valores o la relacién de los colombianos con las normas —y con la ley—, que tienen que ver con la vio- lencia, “violencias productoras de toda suerte de reglas delineando los contornos de un universo que tiene muy poco que ver con el universo politico institucional donde lo legal y lo ilegal, las demandas de justicia y dignidad y la delincuen- cia conviven y se entremezclan” (1998). O cuando ya no aparece tan ajena en su andlisis la vinculaci6n de la violencia con la identidad: “la violencia ofrece, en algu- nos casos, la posibilidad de construirse una identidad mediante la pertenencia a un grupo” (1998); vinculacién que se ma- nifiesta también cuando afirma que “la identidad misma del individuo ha sido tocada por la violencia” (1998) 0 cuando sostiene que “el desarrollo de identidades que se presentan como identidades cul- turales pueden llegar a ser en los afos que vienen otra posibilidad de conflicto” (1994). Asimismo, cuando sefala la im- portancia de desentrafiar el imaginario de la violencia, entre otros aspectos. La violencia en Colombia, segin Pécaut, se ha convertido “en un modo de funcionamiento de la sociedad” (1997). Carlos Mario Perea, por su parte, sos- tiene que es “en una préctica obligada de los aconteceres colectivos” (1996). Mientras para Peter Waldmann ha lle- gado a “ser parte de las estructuras y no algo externo a la sociedad, esto es, un componente de su orden social” (1999). Estos tres argumentos de reco- nocidos analistas, donde la violencia es 24 Elsa Blair banalizada, cotidianizada, aceptada, es decir, inserta en contextos culturales, a Ja par con el recrudecimiento y la degra- dacién que este fenémeno ha ocasionado en la sociedad, deberian bastar para in- terrogar a profundidad ese contexto cul- tural en el que se produce la violencia y los nuevos significados culturales que este contexto violento ayuda a crear. Ahora bien, a pesar de la impor- tancia y a la necesidad reconocida hoy —aunque un poco timidamente toda- via— de introducir los aspectos cultu- rales en el andlisis de los fenémenos violentos, en el caso de la violencia colombiana existen grandes limitacio- nes para hacerlo en el terreno teérico y metodolégico. En lo teérico porque ante la ebullicién del debate no acaban de perfilarse los nuevos paradigmas de Ja cultura desde la antropologia.” Y en el Ambito metodolégico porque los anélisis que finalmente han involu- crado la perspectiva cultural no son suficientes para definir operativamen- te todos los instrumentos analiticos y todas las herramientas metodolégicas que se precisan. Atin no se sabe muy bien de qué manera abordar la inciden- cia de lo cultural en la produccién de la violencia o de qué manera situaciones de violencia pueden construir nuevas significaciones culturales. O cémo cons- * Hay debates abiertos entre las corrientes geerztianas y entre estructuralistaa y postestruc- turalistas, mientras en la academia francesa (y en general europea) se desarrolla el debate en torno a Jo que ha dado en Iamarse antropologia de la mo- dernidad, representada prineipalmente por Mare Augé. truyen diversos actores sociales —en un contexto de violencia— sus tramas de significacién. {Como pensar las re- presentaciones sociales, los imagina- rios, los elementos mégicos, religiosos y rituales que entran en juego en la pro- duccién de la violencia?, {cdmo captar el lenguaje o los lenguajes verbales y/o corporales mediante los cuales se ex- presa la violencia?, ge6mo aprehender y operacionalizar las percepciones de la gente en torno a distintos aspectos de la vida cotidiana que tienen enor- me incidencia en la reproduccién de la violencia?, ja partir de qué conceptos 0 categorias desentrafar las tramas de simbolos con las cuales se tejen las ac- ciones violentas?, ¢qué tanto inciden y cémo pueden entenderse aspectos como la aceptacién y/o la banalizacién de la violencia? ‘Trabajar el tema de la violencia como se hizo hasta ahora tiene, sin duda, sus razones histéricas, culturales y politicas que van més alla de la calidad de los en- foques o de los investigadores. Pero ha Hegado el momento de ahondar en las interrogaciones que la violencia genera desde la dimensién cultural. Esto no es posible hacerlo mas que a condicién de “saldar cuentas” en el terreno te6rico con el debate no siempre bien plantea- do (y nunca resuelto) de la cultura de la violencia, y a condicién —en el nivel metodolégico— de ir construyendo y depurando categorias analiticas lo su- ficientemente consistentes para el and- lisis. Una vez identificadas o perfiladas lag concepciones de cultura y esclare- cidos los enfoques te6ricos y analiticos que se abren paso hoy, debemos apoyar- nos en las nuevas reflexiones culturales La violencia frente a los nuevos lugares para tratar de establecer precisiones —en el mejor de los casos, redefinicio- nes o reconceptualizaciones— y, fi- nalmente, disefiar a partir de ahi una propuesta metodolégica de aproxima- cién al andlisis de diversas dindmicas violentas desde la cultura. RETOS EN EL HORIZONTE Lo mas cercano a la reflexién en torno a la relacién entre cultura y violencia que se ha conocido en el pais aparece del lado de ia llamada antropologia del con- flicto, planteada por Maria Clemencia Ramirez." Siguiendo su reflexién, es posible concluir que se necesita una concepcién que permita mostrar que la cultura no es una esencia y que su re- lacién con la violencia es de doble via, en tanto “la violencia en lugares donde se ha vuelto parte de la vida cotidiana puede incidir en la construccién de sig- nificados culturales y no necesariamen- te es una cultura dada la que explica el comportamiento de los individuos”. Se requiere, entonces, de una visién inter- pretativa que enfatice la produccién de * Vale la pena mencionar, sin embargo, que buena parte de los autores que ella retoma como reftexiones recientes de la Hamada antropologia del conflicto no son conocidos ain en el pais. Y en esa medida, su trabajo sigue siendo pionero en el camino de la reflexién teérica y metodolégica de la apertura hacia la cultura en relacién con la violen- cia. También vale la pena mencionar los esfuerz0s analiticos de algunos estudiantes de antropolo- gfa, miembros del grupo de investigacién Cultura, Violencia y Territorio que, on sus trabajos de tesis, empiezan a abordar este estudio (Gémez, 2003), significados culturales en el contexto de una practica social cambiante (ibid.: 64) y, en este caso, violenta. Desde esta perspectiva interpreta- tiva, la cultura entra en el andlisis de la violencia, en primer lugar, por la via de la palabra: el discurso deja de tra- tarse como grupos de signos y se trata como prdcticas que forman los objetos de los que se habla. Dado que la gente esta confrontando el mundo contextual —experiencias de conflicto y violencia— y el mundo narrado —cémo se relata el evento—, la experiencia es mediada por significaciones culturales e interpreta- ciones (ibid.: 71). En este sentido, es fun- damental comprender la o las maneras en que se narra la experiencia vivida y, a la vez, como se construye la realidad mediante los relatos, pues estas narra- tivas construidas culturalmente no sélo representan eventos, sino que cambian su configuracién. Siguiendo el andli- sis de Perea ya citado, Ramirez sefala que estamos ante discursos que cons- truyen y generan acciones violentas y que constituyen un aspecto central en el andlisis discursivo de la violencia (ibid.: 73). Asimismo, es preciso apropiarse de las nuevas conceptualizaciones de la cultura y de la ampliacion de los “otros” antropolégicos, para incursionar en el andlisis de la violencia, camino posible si se sigue la pista a la reflexion en tor- no a la etnografia de la guerra, que deja ver que una de las formas mas preci- sas para identificar la manera en que la cultura se encarna en las guerras es mediante el seguimiento al ejercicio de 1a violencia producido —més que un seguimiento a la guerra misma— y, en 26 segundo lugar, por medio de un acerca- miento a este ejercicio de la violencia en la cotidianidad de las poblaciones (acto- res armados y civiles) que son el teatro de la guerra. Con estas nuevas reflexiones pode- mos tener una vision més fluida de los procesos culturales en situaciones de conflicto, por medio del andlisis de sujetos o actores sociales determinados que se interrelacionan intersubjetiva- mente, que construyen imagenes el uno del otro, que negocian y “crean cultura permanentemente” (ibid.: 76). No se trata, entonces, de asumir el problema desde 1a perspectiva de situaciones vio- lentas donde la cultura interviene de algiin modo, sino de situaciones violen- tas mediadas en su accién y en su re- produccién por significados simbélicos y culturales. PALABRAS FINALES El debate acerca de la relacién entre cul- tura y violencia continia abierto. Con todo, las nuevas reflexiones de cultura permiten un concepto més cercano a la cotidianidad, mas mévil, menos esteti- zante y folelérico, menos esencialista. Con esta reconceptualizacién en el hori- zonte, los analistas podemos replantear la relacién entre cultura y violencia sin negarle al anélisis lo que hoy se revela urgente: la perspectiva o la mirada cul- tural al fenémeno de la(s) violencia(s). Elsa Blair BIBLIOGRAF{A™ AuGE, Mare (1994), El sentido de los otros. Actualidad de la antropologia, Barcelona, Paidés. Bram, Elsa (2000), “Hacia una mirada cul- tural de la violencia’, Desde Ja Regién, nim. 30, enero, Medellin, Corporacién Region, pp. 43-53. Buair, Elsa et al. (2003), Imdgenes det otro en las violencias colombianas, in- forme final de investigacién, Medellin, Universidad de Antioquia/Banco de la Replica. Camacuo, Alvaro (1991), “La violencia de ayer y las violencias de hoy en Colombia. Notas para un ensayo de interpreta- cidn”, en Imagenes y reflexiones de la cultura en Colombia, Regiones, ciudades y violencia. Memorias del Foro Nacional pare, con, por, sobre, de Cultura, Bogoté, Coleultura, pp. 281-305. 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