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El Triple Significado de la Cena del Señor

La Cena del Señor es un recordatorio de lo que Jesús hizo en el


pasado, un símbolo de nuestro presente compañerismo con él y
una promesa de lo que hará en el futuro. Revisemos estos tres
aspectos.

I. El Pan y el Vino son RECORDATORIOS


de la muerte de Jesús en la cruz.
Esa tarde cuando fue traicionado,
mientras Jesús estaba comiendo con
sus discípulos, tomó un poco de pan y
dijo, “Éste es mi cuerpo que por vosotros
es dado; hagan esto en memoria de mí”
(Lc. 22:19). Ellos comieron un pedazo
del pan. Cuando nosotros participamos
de la Cena del Señor, también cada
uno come un pedazo de pan en
memoria de lo que sucedió esa tarde.

“De igual forma, después que hubo cenado,


tomó la copa, diciendo: Esta copa es el
nuevo pacto en mi sangre la cual es derramada
por ustedes” (v. 20). Cuando nosotros bebemos una cantidad pequeña de vino en la
Cena del Señor, recordamos que la sangre de Jesús fue derramada por nosotros, y
que ese evento significó el nuevo convenio. Así como el antiguo pacto se selló con
la rociadura de sangre en los dinteles de las puertas, el Nuevo Pacto se estableció
por medio de la sangre de Jesús en la Cruz del Calvario (He. 9:18-28).

El apóstol Pablo dijo en su primera carta a los Corintios 11:26: “Porque cada vez que
comen este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que él venga”.
Hermanos, la Cena del Señor es una mirada retrospectiva de la muerte de Jesús
en la cruz.

Entonces, ¿la muerte de Jesús es algo bueno, o algo malo? (esto en razón de
aquellos que no se bautizan).

Ciertamente hay algunos aspectos de mucha aflicción respecto a su muerte, pero


en razón del Mensaje de Salvación, la gran apreciación de este suceso hace ver
que su muerte es la Única y Mejor Buena Noticia posible.

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¿Por qué? Porque nos muestra cuánto Dios nos amó (Jn. 3:16). Y tanto fue ese amor
de Dios que envió a su Hijo para que muriera en nuestro lugar, y para que nuestros
pecados sean perdonados para siempre y podamos vivir eternamente con él.

Hermanos, la muerte de Jesús es un tremendo regalo para nosotros. Es precioso.


Es perfecto, ese regalo no se compara con nada de lo que puedas tener en esta vida.

¿Cómo se siente Usted cuando alguien se toma el detalle de hacerle un regalo?


¿Qué pasa por su mente? ¿Qué sensaciones sentimientos y emociones suceden?

Cuando recibimos un regalo de gran valor, un regalo que involucró que alguien
sacrificara algo de su tiempo, su dinero y de su vida, ¿cómo debemos recibirlo?
¿con lamento y pena, con desgano, con arrogancia, o sólo por educación?

No, eso no es los que el dador espera de nosotros. Más bien, debemos recibirlo no
por educación sino con humildad y gratitud infinitas, y apreciarlo como una
expresión de gran amor hacia nosotros. Y si por ello derramamos lágrimas, éstas
deben ser lágrimas de alegría.

Así que la Cena del Señor, aunque es un recordatorio de la muerte, no es un


funeral, como si Jesús todavía estuviera muerto. Es todo lo contrario, nosotros
observamos esto sabiendo que la muerte del Señor Jesús sólo duró tres días.

Y creer que Jesús ha conquistado la muerte para siempre, y que ha librado a todos los
que fueron esclavizados por miedo a la muerte debe causar en nosotros un regocijo
total (He. 2:14-15). Porque sabemos que la muerte no nos retendrá para siempre.

¡Recordemos la muerte de Jesús con un corazón contrito y humillado, pero a la


vez con una gran felicidad y esperanza. Felicidad porque él ha triunfado por
encima del pecado y la muerte! Y esperanza porque Jesús dijo que llegará el día
en que nuestro llanto y tribulación se convertirá en gozo (Jn. 16:20). Acercarnos
hoy a la mesa del Señor y participar de la comunión, debe ser una conmemoración
gozosa, no un funeral.

En el antiguo pacto los Israelitas entendían la Pascua, sus símbolos y eventos como
el momento que definía su historia, el tiempo cuando su identidad como nación
empezó a surgir (liberación de Egipto). Fue cuando ellos escaparon de la muerte y la
esclavitud a través de la mano poderosa de Dios y fueron librados para servir al Señor.

Ahora en el Nuevo Pacto, la Iglesia miramos los eventos que rodean a la pasión, la
crucifixión, la muerte y la resurrección de Jesús como el momento que define
nuestra historia como pueblo de Dios.

Hablan de cómo escapamos de la muerte y la esclavitud por causa del pecado, y


cómo fuimos liberados para hoy vivir sirviendo al Señor. La Cena del Señor es la
conmemoración de aquél momento que definió nuestra historia para vida eterna.

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II. La Cena del Señor figura nuestra
RELACIÓN PRESENTE con Jesucristo

La crucifixión de Jesús tiene una importancia constante en todos aquellos que


hemos decidido tomar nuestra cruz para seguirlo. Y continuamos participando en
su muerte y en el nuevo pacto porque participamos en su vida.

Pablo escribió en su primera carta a los Corintios 10:16: “Esa copa de bendición por
la cual damos gracias, ¿no significa que entramos en comunión con la sangre de Cristo?
Ese pan que partimos, ¿no significa que entramos en comunión con el cuerpo de Cristo?”.

Por medio de la Cena del Señor, mostramos que compartimos en Jesucristo no


solo el pan y el vino, sino también la amistad y fraternidad; comulgamos con él,
padecemos con él, no alegramos con él porque estamos unidos a él.

El NT habla de nuestro compartir con Jesús en varias formas. Compartimos en


su crucifixión (Gá. 2:20; Col. 2:20), su muerte (Ro. 6:4), su resurrección (Ef. 2:6;
Col. 2:13; 3:1) y su vida (Gá. 2:20). Nuestras vidas están en él, y Él está en
nosotros. La Cena del Señor simboliza esa realidad espiritual.

En el capítulo 6 de Juan vemos un cuadro similar. Después de que Jesús


proclamó ser el “pan de vida”, dijo: “Quienquiera que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día” (v. 54).

Es esencial que encontremos nuestra comida espiritual en Jesucristo. Y la Cena


del Señor figura esta verdad continua. “El que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí y yo en él” (v. 56), lo cual significa que nosotros vivimos en Cristo, y
él vive en nosotros. Así que la Cena del Señor nos ayuda a mirar hacia arriba, a
Cristo, y ser conscientes que la verdadera vida sólo puede estar en él y con él.

Pero cuando somos conscientes de que Jesús vive en nosotros, también hacemos
una pausa para pensar qué tipo de trono, templo u hogar le estamos dando a él.

Antes que él entrara a nuestras vidas, todos éramos habitaciones en las cuales el
pecado se hospedaba con singular a sus anchas. Pero Jesús lo sabía mucho
antes de tocar a la puerta de nuestras vidas. Aun así, Él quiso entrar para hacer
limpieza total.

Sin embargo, cuando Jesús toca, muchas personas al verlo intentan lo más rápido
posible su vida antes de abrir la puerta (para que no vea tanto tiradero). Debemos
entender claramente una cosa Hermanos, ninguno de nosotros es humanamente
capaz de poder limpiar sus propios pecados y mucho menos el de los demás. A lo
más que podemos hacer es esconderlos debajo de la cama, en el baño o en el closet.

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Por eso, el proceso de santificación consiste en limpieza, profunda, total. Primero
en invitar al Señor pasar a nuestra sala. Luego le permitimos entrar a la cocina,
después al comedor, luego el baño y así sucesivamente hasta llegar alcoba
principal. La santificación es un proceso gradual pero que también da fruto.

Al final, el Señor consigue limpiar ese lugar dónde nuestros peores pecados
estaban ocultos. Día tras día, año tras año, vamos creciendo en madurez espiritual,
y rendimos más de nuestras vidas a nuestro Salvador.

La Cena del Señor tiene un papel importante en este proceso de santificación.


Pablo escribió exhortó a los Corintios cuando estaban cometiendo abusos en la
Cena: “Así que cada uno debe examinarse a sí mismo antes de comer el pan y beber de la
copa” (1ª Co. 11:28). Cada vez que participamos, debemos examinarnos,
conscientes del gran significado que involucra esta conmemoración.

Cuando nos examinamos, regularmente encontramos manchas de pecado en nuestra


vida. Pero la buena noticia es que esto es normal. No hay ninguna razón para evitar
en participar de la Cena del Señor, siempre y cuando nuestra actitud hacia ese
pecado sea la misma con la que aquella mujer de Juan capítulo 8 aceptó el regalo del
perdón cuando Jesús le dijo “ni yo te condeno, vete y no peques más” (Jn. 8:11).

Por eso al estar hoy aquí reunidos, la Cena del Señor se convierte en un
recordatorio, en el cual reconocemos que seguimos necesitando a Jesús en
nuestras vidas. Pues sólo él puede librarnos de nosotros mismos, de nuestros
miedos y de nuestros pecados.

En el capítulo 11:20-22 de 1 Corintios, Pablo criticó a los cristianos de Corinto por


su equivocada manera de observar la Cena del Señor. Los miembros adinerados
llegaban primero, comían una gran cena y hasta se emborrachaban. Entonces al
final cuando los miembros pobres llegaban a cenar, los hermanos adinerados no
tenían voluntad de compartir su cena con los pobres (vv. 20-22).

Ellos realmente no estaban compartiendo la vida de Cristo con esa actitud, porque
no estaban haciendo lo que él haría, no nada de lo que quiere decir ser miembro
del cuerpo de Cristo, y que los miembros tienen las responsabilidades entre sí
unos con otros.

Por eso, al examinarnos, necesitamos echar una mirada alrededor para ver si
estamos tratándonos de la misma manera que Jesús ordenó. Si usted está unido
con Cristo y yo también estoy unido a Cristo, entonces realmente vivimos en
unidad porque estamos en Cristo. Por lo que la Cena del Señor, viene siendo una
figura de nuestra participación con Cristo, pero también viene siendo una figura
nuestra hermandad como Iglesia.

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Pablo escribió en 1 Corintios 10:17: “Hay un solo pan del cual todos participamos; por
eso, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo”. Participando juntos de la Cena
del Señor, vislumbramos el hecho que nosotros, la Iglesia somos el Cuerpo de
Cristo pero en el aquí y ahora somos un cuerpo en Cristo, cada uno entre sí, con
responsabilidades entre sí.

El lavatorio de pies también figura nuestra relación unos con otros. Nos hace ver
que la verdadera grandeza está en e servicio. Aquellos que son grandes en el
reino de Dios, aquellos quienes realmente están viviendo la vida de Jesús, están
sirviendo unos a otros.

Jesús dio ejemplo, mostrando esto a sus discípulos cuando les lavó sus pies (Jn.
13:1-15). Nosotros mostramos grandeza cuando lavamos los pies de una persona,
y mostramos humildad permitiendo que nos laven los pies. La vida cristiana
involucra el servir y ser servido también. Y esto debe ser así a lo largo de nuestras
vidas, no sólo mero simbolismo.

El simbolismo de este ritual puede mostrarse también con una verdadera actitud
de servicio, de preocupación por el bienestar de la otra persona.

III. La Cena del Señor nos recuerda también que


en el futuro, JESÚS VOLVERÁ por segunda vez

Tres de los Evangelios nos señalan que Jesús dijo lo siguiente: “Les digo que no
beberé de este fruto de la vid de ahora en adelante, hasta el día en que beba con ustedes el
vino nuevo en el reino de mi Padre” (Mt. 26:29; Mr. 14:25; Lc. 22:18). Siempre que
participemos, recordaremos la promesa de Jesús.

¿Cuál? Aquella en la que habrá un gran banquete “mesiánico”, un “Banquete de


bodas”, de “celebración”. El pan y el vino son prototipos de lo que será la más
grande celebración de victoria en toda la historia (Ap. 4). Pablo escribió que
“Siempre que se coma este pan y beba esta copa, se proclama la muerte del
Señor hasta que él venga” (1 Co. 11:26).

La Cena del Señor es rica en significado. Por eso ha sido una parte fundamental
de la fe cristiana a lo largo de los siglos. Desafortunadamente hubo una época en
que se convirtió en un ritual inanimado, lleno más de hábitos que de significado.

Y cuando la Cena se convierte en un simple ritual, pierde significado, algunas


personas se centran más en el ritual que en el significado y otras exageran
deteniendo el ritual completamente. La mejor respuesta es restaurar el significado
y valorarlo. Por eso será muy importante para nosotros recordar lo que simboliza
este maravilloso acontecimiento.

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