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El apóstol Pablo dijo en su primera carta a los Corintios 11:26: “Porque cada vez que
comen este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que él venga”.
Hermanos, la Cena del Señor es una mirada retrospectiva de la muerte de Jesús
en la cruz.
Entonces, ¿la muerte de Jesús es algo bueno, o algo malo? (esto en razón de
aquellos que no se bautizan).
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¿Por qué? Porque nos muestra cuánto Dios nos amó (Jn. 3:16). Y tanto fue ese amor
de Dios que envió a su Hijo para que muriera en nuestro lugar, y para que nuestros
pecados sean perdonados para siempre y podamos vivir eternamente con él.
Cuando recibimos un regalo de gran valor, un regalo que involucró que alguien
sacrificara algo de su tiempo, su dinero y de su vida, ¿cómo debemos recibirlo?
¿con lamento y pena, con desgano, con arrogancia, o sólo por educación?
No, eso no es los que el dador espera de nosotros. Más bien, debemos recibirlo no
por educación sino con humildad y gratitud infinitas, y apreciarlo como una
expresión de gran amor hacia nosotros. Y si por ello derramamos lágrimas, éstas
deben ser lágrimas de alegría.
Y creer que Jesús ha conquistado la muerte para siempre, y que ha librado a todos los
que fueron esclavizados por miedo a la muerte debe causar en nosotros un regocijo
total (He. 2:14-15). Porque sabemos que la muerte no nos retendrá para siempre.
En el antiguo pacto los Israelitas entendían la Pascua, sus símbolos y eventos como
el momento que definía su historia, el tiempo cuando su identidad como nación
empezó a surgir (liberación de Egipto). Fue cuando ellos escaparon de la muerte y la
esclavitud a través de la mano poderosa de Dios y fueron librados para servir al Señor.
Ahora en el Nuevo Pacto, la Iglesia miramos los eventos que rodean a la pasión, la
crucifixión, la muerte y la resurrección de Jesús como el momento que define
nuestra historia como pueblo de Dios.
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II. La Cena del Señor figura nuestra
RELACIÓN PRESENTE con Jesucristo
Pablo escribió en su primera carta a los Corintios 10:16: “Esa copa de bendición por
la cual damos gracias, ¿no significa que entramos en comunión con la sangre de Cristo?
Ese pan que partimos, ¿no significa que entramos en comunión con el cuerpo de Cristo?”.
Pero cuando somos conscientes de que Jesús vive en nosotros, también hacemos
una pausa para pensar qué tipo de trono, templo u hogar le estamos dando a él.
Antes que él entrara a nuestras vidas, todos éramos habitaciones en las cuales el
pecado se hospedaba con singular a sus anchas. Pero Jesús lo sabía mucho
antes de tocar a la puerta de nuestras vidas. Aun así, Él quiso entrar para hacer
limpieza total.
Sin embargo, cuando Jesús toca, muchas personas al verlo intentan lo más rápido
posible su vida antes de abrir la puerta (para que no vea tanto tiradero). Debemos
entender claramente una cosa Hermanos, ninguno de nosotros es humanamente
capaz de poder limpiar sus propios pecados y mucho menos el de los demás. A lo
más que podemos hacer es esconderlos debajo de la cama, en el baño o en el closet.
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Por eso, el proceso de santificación consiste en limpieza, profunda, total. Primero
en invitar al Señor pasar a nuestra sala. Luego le permitimos entrar a la cocina,
después al comedor, luego el baño y así sucesivamente hasta llegar alcoba
principal. La santificación es un proceso gradual pero que también da fruto.
Al final, el Señor consigue limpiar ese lugar dónde nuestros peores pecados
estaban ocultos. Día tras día, año tras año, vamos creciendo en madurez espiritual,
y rendimos más de nuestras vidas a nuestro Salvador.
Por eso al estar hoy aquí reunidos, la Cena del Señor se convierte en un
recordatorio, en el cual reconocemos que seguimos necesitando a Jesús en
nuestras vidas. Pues sólo él puede librarnos de nosotros mismos, de nuestros
miedos y de nuestros pecados.
Ellos realmente no estaban compartiendo la vida de Cristo con esa actitud, porque
no estaban haciendo lo que él haría, no nada de lo que quiere decir ser miembro
del cuerpo de Cristo, y que los miembros tienen las responsabilidades entre sí
unos con otros.
Por eso, al examinarnos, necesitamos echar una mirada alrededor para ver si
estamos tratándonos de la misma manera que Jesús ordenó. Si usted está unido
con Cristo y yo también estoy unido a Cristo, entonces realmente vivimos en
unidad porque estamos en Cristo. Por lo que la Cena del Señor, viene siendo una
figura de nuestra participación con Cristo, pero también viene siendo una figura
nuestra hermandad como Iglesia.
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Pablo escribió en 1 Corintios 10:17: “Hay un solo pan del cual todos participamos; por
eso, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo”. Participando juntos de la Cena
del Señor, vislumbramos el hecho que nosotros, la Iglesia somos el Cuerpo de
Cristo pero en el aquí y ahora somos un cuerpo en Cristo, cada uno entre sí, con
responsabilidades entre sí.
El lavatorio de pies también figura nuestra relación unos con otros. Nos hace ver
que la verdadera grandeza está en e servicio. Aquellos que son grandes en el
reino de Dios, aquellos quienes realmente están viviendo la vida de Jesús, están
sirviendo unos a otros.
Jesús dio ejemplo, mostrando esto a sus discípulos cuando les lavó sus pies (Jn.
13:1-15). Nosotros mostramos grandeza cuando lavamos los pies de una persona,
y mostramos humildad permitiendo que nos laven los pies. La vida cristiana
involucra el servir y ser servido también. Y esto debe ser así a lo largo de nuestras
vidas, no sólo mero simbolismo.
El simbolismo de este ritual puede mostrarse también con una verdadera actitud
de servicio, de preocupación por el bienestar de la otra persona.
Tres de los Evangelios nos señalan que Jesús dijo lo siguiente: “Les digo que no
beberé de este fruto de la vid de ahora en adelante, hasta el día en que beba con ustedes el
vino nuevo en el reino de mi Padre” (Mt. 26:29; Mr. 14:25; Lc. 22:18). Siempre que
participemos, recordaremos la promesa de Jesús.
La Cena del Señor es rica en significado. Por eso ha sido una parte fundamental
de la fe cristiana a lo largo de los siglos. Desafortunadamente hubo una época en
que se convirtió en un ritual inanimado, lleno más de hábitos que de significado.
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