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Breves notas sobre “Parábolas y aforismos”, de

Schopenhauer
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julioaguilarweb 19 de septiembre de 2018

El mundo es la objetivación de la voluntad [de vivir].

[…] el cuerpo es la voluntad hecha visible […]

La manifestación más fuerte de la voluntad es el instinto sexual.

Hay muchas más que lo merecen, pero quiero destacar esas tres frases de
Arthur Schopenhauer en el frontis de este trabajo. Y añadir por mi parte sobre la última,
si me pongo pesimista, que la vida es una enfermedad de transmisión sexual.

Creo que la prioritaria y plausible intención de Carlos Javier González Serrano con su
selección de Parábolas y aforismos (Alianza Editorial, 2018) es la difusión, entre un
público no necesariamente entendido, del pensamiento de Schopenhauer en dosis de
buen llevar, que es lo que contienen las cápsulas que nos administra el filósofo mediante
su gusto por esos dos recursos literarios. Tratando de hacer asequibles al lector
general, pero sin eludir el rigor, tanto las líneas de su “Introducción. Pesimismo que
redime”, como las seleccionadas de Arthur. Aunque fuera el hijo de Danzig recriado en
Frankfurt del Meno un pensador, como he sugerido, digerible más allá de los solemnes y a
veces también envarados círculos académicos. Y, en este sentido literario, destaca
González Serrano el genio metafórico de Schopenhauer para expresar los asuntos más
complejos y enrevesados, como suelen serlo los filosóficos: “No erramos al afirmar que el
sistema schopenhaueriano no es más (ni menos) que una inmensa y cabal metáfora que
nos permite conocer el mundo con las lentes del filósofo a través de la escritura de un
literato”. Sorprende la precocidad de González Serrano cuando leo que con quince años se
despertó en él la curiosidad por Kant y Schopenhauer a través de Historia de la
Filosofía de Julián Marías. El primero, tal vez, éste de la precocidad, de los paralelismos
entre él y su admirado pensador.

Preámbulo largo, pero necesario antes de ir al hilo. Voy a comenzar con algunas
“contradicciones cordiales” que no puedo soslayar. Esas dos palabras entrecomilladas son
de González Serrano, aunque quizá él, gran conocedor del alemán, las refiera a diferentes
circunstancias. En cuanto a mí, respecto a la idea de Schopenhauer de que la historia no
es conducida por otro auriga que el absurdo, “administrado por el más absoluto azar”,
confieso mi desconcierto; no encaja con el sobrenombre de “Buda de Franfort”, pues no
conozco una sola religión-filosofía oriental que cobije entre sus faldones el citado azar. Al
contrario, todas ellas contemplan la Ley Universal de Causa y Efecto, también llamada
Ley Universal de Retribución, incompatible con aquel azar. Prefiero esas dos
expresiones a la palabra oriental (karma), por el recelo que ésta suscita en amplios
sectores y por el abuso que de ella hacen legiones de charlatanes.

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Verdad es que Schopenhauer fue un adelantado del conocimiento y factor de cierta
difusión del pensamiento oriental en Europa, pero también lo es que una más amplia
divulgación del mismo, tanto en Europa como en EEUU, vino pocos años después de la
mano de Helena Petrovna von Hahn (no quiero llamar a esta audaz y sui
generis feminista Madame Blavatsky, apellido del marido de quien hubo de huir siendo
adolescente). No sé si a ese, por temprano, posiblemente imperfecto conocimiento de las
filosofías orientales se debe la presencia del azar como constitutivo de la existencia en
Schopenhauer o si obedece a alguna distinta razón que se me escapa. De todos modos,
a lo largo del libro, esa palabra, “azar”, también escrita “Azar”, adquiere diversos
significados.

Encuentro contradicción también en el empleo del término felicidad y sus derivados, de


repetida presencia en las páginas del volumen. Unas veces se afirma la imposibilidad de la
misma y otras no. Tanto esto como lo referido a su cambiante idea del azar quizá sea
debido, y en relación con lo expresado en el párrafo precedente, a las diferentes fechas de
que la selección de aforismos y de parábolas de Schopenhauer se nutre, algunas
separadas por varias décadas. Todos cuantos escriben evolucionan; es más, tienen el
derecho y hasta la necesidad de hacerlo.

También es cierto que muchos otros pasajes del libro sí indican conocimiento y
sensibilidad orientales: así, cuando habla de que el mundo no ha sido creado (la idea de
la creación del cristianismo y de otras religiones monoteístas me resulta inverosímil, por no
decir infantil); en relación con lo anterior, sus palabras sobre el ciclo eterno de la
naturaleza; del velo de Maya (ilusión) de los hindúes; de que en cada microcosmos se
halla todo el macrocosmos; asimismo es reveladora su confesión de la similitud entre el
joven Buda que sale de su burbuja y conoce la fealdad del mundo y su propia y precoz
comprensión de las desdichas de la humanidad, etc., etc.

E, indirectamente, en pasajes donde no menciona el Oriente, un lector atento puede


descubrir indudables analogías. Cuando escribe que “el cuerpo del hombre y de los
animales no es más que su voluntad hecha fenómeno […]”, ¿no nos está sugiriendo la
apetencia, la sed de vida física que empuja al ser humano (y a los animales) a continuos
renacimientos, otra de las ideas torales del orientalismo?

Incluso, y esto puede sernos más chocante para muchos lectores, bajo las citas e
influencia de autores españoles, todos, curiosamente, del XVII (Calderón, Gracián,
Molinos) se puede vislumbrar, con poco escarbar, cierto orientalismo. Y, desde luego,
afinidad con su pesimismo. Dos versos que recuerdo, desde mis tiempos de estudiante de
Instituto, de la calderoniana La vida es sueño:

Pues el delito mayor


del hombre es haber nacido,

Tampoco extraña su gusto por Baltasar Gracián, autor muy orillado hoy, a pesar de su
maestría en el arte de escribir a través del aforismo; y así, leemos en una nota que su idea
de “la vida como desengaño” caló en Schopenhauer. En cuanto a Miguel de Molinos,
destaca González Serrano su influencia en el alemán en frases del tipo “la vida como un
tránsito hacia la nada, como una nihilización de la existencia”.
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Quiero aclarar que el autor de la introducción, en otra de sus abundantes y extensas notas,
al hilo de la dicotomía entre una existencia efímera y otra eterna incorporada al torrente
sanguíneo del pensamiento de Schopenhauer vía Platón (un Iniciado, lo que no fue su
maestro Sócrates) dice que “lejos de interpretaciones escatológicas, debemos entender
tal eternidad de un modo laico y por la vía epistemológica”.

Libre por su solvencia económica, como nos cuenta Carlos Javier, de dedicar su vida al
pensamiento y otras actividades del espíritu, muy pronto comenzó a tomar pesarosa
conciencia, a pesar de su privilegiada posición, de las lúgubres zahúrdas por las que se
arrastra la existencia de tantos seres humanos. Yo diría, no sé si osadamente, que en
uno de los parágrafos tomados de Parerga y Paralipómena II, asoma cierta tonalidad
marxista: “Por ello, mientras por una parte se mantenga el lujo, por la otra habrá de
subsistir necesariamente el trabajo desmedido y la mala vida, ya sea bajo el nombre
pobreza o esclavitud, de proletarii o de servii […]”. Y ello, en disonancia con “la vertiente
netamente reaccionaria y conservadora del pensamiento de Schopenhauer”, como aclara
González Serrano.

Nos resultan tan llamativas como interesantes las líneas que el introductor escribe para
informarnos de que pretende acercarnos…

… a un Schopenhauerun tanto ambivalente y no muchas veces reconocido: el pensador


cascarrabias y amante de sí mismo, huraño e hipocondríaco, contrasta con la figura de un
excelente conversador, ingenioso e incluso cordial y cercano, que gustaba de disfrutar de una
buena copa de vino…

En fin, esto podríamos tomarlo, haciendo una interpretación holgada, como la


correspondiente traslación de las “cordiales contradicciones” de su pensamiento a su vida
personal y social. Pero ¿quién que haya llegado a una edad no muestra esas diferentes
caras, esos, en lenguaje de Laín Entralgo, pares de contrarios? Además, no
necesariamente han de ser contradicciones.

Hablamos de un hombre a quien se ha llamado fundador del pesimismo. Pero, y de ahí


el título de la introducción, hay dos vías de redención: la primera, el arte; en la segunda,
engloba González Serrano “el ascetismo y la santidad”.

No obstante, las afirmaciones que rezuman pesimismo son de tan apabullante presencia,
que sólo recogeré unas pocas:

Toda nuestra vida es una continua lucha contra obstáculos que al final obtienen el triunfo.

Una vida feliz es imposible…

La vida es un sufrimiento terrible que se distribuye azarosamente.

[…] la vida es un negocio cuyo beneficio no cubre ni con mucho los costes.

La vida jamás es bella; sólo son bellas sus imágenes, transfiguradas en el espejo del arte o de
la poesía; sobre todo en la juventud, cuando aún no conocemos la vida.

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Por fuerza han de quedar sin examen aspectos interesantes, entre otros la expresión
“eutanasia de la voluntad”, su metáfora de los puercoespines, las diversas de las
marionetas y sobre todo sus ideas acerca del suicidio, que no van por donde podría
suponerse.

Quiero terminar, súbdito de mi (de)formación histórica, así: qué casualidad que este
prototipo de pesimista (con lo matices que aporta Carlos Javier) naciera (1788) en la
ciudad pretexto del desencadenamiento en 1939 de la guerra que más sufrimiento ha
originado a la humanidad (Danzig, la hoy polaca Gdansk). Y pues que el filósofo señala,
página 119, que los errores individuales han de pagarse, así como “los errores colectivos
de todo un pueblo”, diré que el pueblo alemán pagó un altísimo precio por la falta de
madurez de sus gobernantes nazis. Los errores no lo fueron de todos los alemanes, pero
sí de una importante parte. Y, véase, aquí sí, el eco oriental de la Ley Universal de Causa
y Efecto en Schopenhauer.

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