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Sueño y realidad de América Latina

Discurso de Mario Vargas Llosa


al recibir el doctorado Honoris Causa por la
Pontificia Universidad Católica del Perú

Presentación
Luis Guzmán Barrón
Rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú

Semblanza
Alonso Cueto
Lillyana Zusman

Sueño y realidad de América Latina

Mario Vargas Llosa


Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio,
total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.
Sueño y realidad de América Latina
Discurso de Mario Vargas Llosa
al recibir el doctorado Honoris Causa
por la Pontificia Universidad Católica del Perú
© Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica
del Perú, 2009
© Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica
del Perú, 2009
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Fax: (51 1) 626-2913
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Diseño, diagramación, corrección de estilo
y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP
Ilustración de portada:
Grabado de Martin de Vos, América (1600)
Primera edición: junio de 2009
Tiraje: 3000 ejemplares
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional
del Perú N° 2009-08151
ISBN: 978-9972-42-895-1
Registro del Proyecto Editorial: 31501360900391
Impreso en Metrocolor S.A.
Av. Los Gorriones 350, Lima 9, Perú
Grabado de Theodore de Bry (detalle), De cómo los españoles
fueron recibidos por los indios en otro lugar y de las serpientes
que allí comen (1618).
Nota preliminar

El 12 de diciembre de 2009 la Pontificia Uni-


versidad Católica del Perú otorgó el grado de
Doctor Honoris Causa al escritor Mario Vargas
Llosa, en reconocimiento a su copiosa y rele-
vante obra en los campos de la narración, el
teatro, el ensayo y el periodismo.

Esta ceremonia estuvo presidida por el rector


de la Universidad, el ingeniero Luis Guzmán
Barrón y el discurso de orden estuvo a cargo
del escritor y profesor del Departamento de
Humanidades, Alonso Cueto, cuyos discursos
reproducimos en la presente edición.
Doctorado honorario
para Mario Vargas Llosa

Luis Guzmán Barrón


Rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú

Decía Octavio Paz que uno de los hitos más sal-


tantes que marcaban el final del siglo XX era la
progresiva desaparición del gran intelectual, esto
es, de la persona que no solo destacaba en una
determinada disciplina o rama de la cultura, sino
que, con su trabajo, con sus obras, se encargaba
de iluminar y orientar los destinos de la humani-
dad entera. Se trata, sin duda, de una afirmación
comprobable en la realidad, pues hoy en día son
muy pocas las personas que pueden ostentar con
justicia semejante título. Una de esas personas
es, precisamente, el doctor Mario Vargas Llosa,
a quien nuestra Universidad se honra en recibir
en sus claustros para incorporarlo como doctor
honoris causa.
Sueño y realidad de América Latina

Nuestro homenajeado constituye, en efecto,


un actor y un testigo excepcional de la vida
intelectual de nuestro tiempo. Me gustaría, sin
embargo, resaltar ciertos aspectos de esa bri-
llante trayectoria que resultan especialmente
significativos a la luz de la ceremonia que nos
reúne.

En el terreno de la ficción, el doctor Mario


Vargas Llosa nos ha ofrecido un conjunto indis-
pensable de creaciones que, además de contener
historias cautivantes y originales, son verdade-
ros frescos de nuestras sociedades, imágenes
que retratan los conflictos que se originan en
torno a un elemento singular de la experiencia
humana: el poder. El contacto con su obra nos
lleva, efectivamente, a tener una idea vívida de
lo que fue el Perú convulso de los años cin-
cuenta durante la dictadura odriísta; el Brasil
escindido de finales del XIX, cuando se produjo
la revuelta milenarista de Canudos; o la caótica
República Dominicana de los años de Trujillo,
período en que esa nación fue terriblemente
degradada por los abusos de una autoridad tota-
litaria. A esos vastos retratos colectivos —que
en conjunto van configurando una imagen total

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Luis Guzmán Barrón

de nuestro continente— habría que agregar


aquellas minuciosas, inolvidables exploraciones
en los meandros de la sensibilidad individual,
como el amor y la soledad en Travesuras de la
niña mala; la sensualidad y el deseo en Elogio de
la madrastra y Los cuadernos de don Rigoberto; y
la irrefrenable vocación por contar historias en
El hablador y La tía Julia y el escribidor, solo por
mencionar algunas de ellas.

No conforme con brindarnos extraordinarias


fabulaciones —en las que el hombre, como
hemos afirmado, es auscultado tanto en su
fuero externo como interno—, nuestro gran
escritor nos ha regalado una serie de agudas
reflexiones en torno a la ficción y a su particular
naturaleza. Así, nos ha hecho ver que aquella
nace de una necesidad íntima, profunda, de los
seres humanos, pues nos permite experimentar,
aunque sea de manera vicaria, las vidas que no
tenemos y que hubiésemos querido tener; que
la literatura no solo nos habla de los individuos,
sino también de la intimidad de las naciones, de
aquello que somos y de lo que deseamos ser en
tanto seres colectivos; que los libros nos recuer-
dan que existe el otro, aquel que está a nuestro

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Sueño y realidad de América Latina

lado y en cuyo rostro y mirada podemos reco-


nocernos; que la lectura integra la totalidad de
nuestras facultades y que, al hacerlo, nos hace
tomar consciencia de que somos un repertorio
inagotable de posibilidades; que, en fin, la fic-
ción, el sortilegio de las palabras, no puede ni
debe desaparecer, porque ella responde a una
exigencia perentoria y ancestral: la de nombrar
al mundo, la de darle voz al ser humano, la
de crear nuevos modos de entender a nuestro
entorno y también a nosotros mismos.

Otro aspecto importante dentro del vasto


recorrido intelectual realizado por nuestro
homenajeado es su ejercicio permanente, vigo-
roso, de la ciudadanía. Ejercer la ciudadanía
no significa, como sabemos, limitarse al simple
acto de sufragar. Ella es una condición que se
realiza cotidianamente en la crítica de los acon-
tecimientos sociales, en el debate sobre lo que
le conviene a nuestra nación y, sobre todo, en
la práctica de una conciencia alerta. Todo ello
lo sabe muy bien el doctor Vargas Llosa y por
eso cada una de sus intervenciones públicas,
cada uno de sus artículos y pronunciamien-
tos, han servido para hacernos reaccionar ante

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Luis Guzmán Barrón

los sucesos que amenazan con degradar nues-


tra vida en común, para llamarnos a practicar
la higiene de nuestros actos públicos, para, en
suma, recordarnos que como ciudadanos debe-
mos demandar el cumplimiento puntilloso de
las normas que pautan una vida civilizada. Y al
hacer esto, no lo ha hecho por afán protagónico
o por la asunción de menudas banderías, sino
porque entiende que el ejercicio ciudadano,
cuando es asumido rectamente, esto es, en su
sentido más noble, constituye en sí mismo una
expansión de nuestra sensibilidad moral, de
nuestra irrenunciable conciencia ética.

De los valores que hemos venido mencionando,


y que nuestro escritor ha sabido cultivar con
valiosos y renovados frutos, quizá el que más
se asocie a su persona sea el de la libertad. Él
ha hecho, en efecto, de la libertad no solo una
bandera que defiende incansablemente, sino el
espacio primordial para sus trabajos. Esa liber-
tad se encuentra, desde un inicio, en la osadía
de sus construcciones narrativas que, al tiempo
que albergan un impulso por la exploración
formal, están cargadas de vida y de belleza. La
libertad se halla presente, también, en su labor

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Sueño y realidad de América Latina

ensayística, que es, como sabemos, el vehículo


que ha elegido para hacer oír su voz en medio
de los acontecimientos contemporáneos. El
consumado creador de ficciones y el polémico
ensayista son, pues, dos dimensiones de una
misma persona: la del hombre autónomo que,
por encima de todo, desde su intransigente
libertad, nos señala en todo momento que la
rebeldía ante los poderes establecidos y las ideas
recibidas son ingredientes indispensables para
aspirar a una vida plena.

Esta enseñanza es particularmente valiosa en


nuestro aquí y ahora. Durante siglos hemos
intuido que la libertad es el caldo de cultivo
para nuestro desarrollo personal, pero, a dife-
rencia de lo que se creía en otras épocas, solo
hoy tenemos claro que resulta materialmente
imposible alcanzar la justicia, la paz y el bien-
estar de nuestros pueblos por vías autocráticas.
Sin sociedades libres, sin ese margen de inde-
pendencia que nos permite modelar de manera
responsable y creativa nuestro destino en
común, no hay posibilidad de que las grandes
oportunidades que nos ofrece el mundo actual,
las promesas que se hallan en el corazón de la

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Luis Guzmán Barrón

vida civilizada y democrática, se traduzcan en


realidades concretas y perdurables.

Un último punto que quisiéramos subrayar


dentro de la ejemplar trayectoria de nuestro
homenajeado es la forma en cómo este se acerca
al conocimiento. Para nosotros, los universi-
tarios, el asombro es la semilla del saber, pues
sentimos asombro ante los enigmas de la natu-
raleza y ante los complejos avatares que van
dibujando nuestro panorama social. Escuchar
a esa perplejidad nos lleva a conversar con el
mundo, a estar presentes en él como protago-
nistas y no como simples espectadores. La tarea
universitaria significa, en buena cuenta, abrir-
nos al universo que nos rodea y, sobre todo,
a las carencias y padecimientos de nuestros
semejantes. De la misma forma, en el doctor
Vargas Llosa, cada nueva aventura intelectual,
cada labor de investigación que él emprende,
surge de una profunda curiosidad; pero no de
esa curiosidad ciega que se autosatisface en su
solo poder escudriñador, sino de aquella que
procura transformar la realidad, hacerla más
plena y justa. La suya es, por tanto, una mente
ávida de conocimiento que, en su búsqueda, no

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Sueño y realidad de América Latina

evade, sino que más bien se nutre de los ineludi-


bles compromisos que nos vinculan a nuestros
semejantes.

Como vemos, hablar de los variados terrenos en


los que destaca nuestro homenajeado supone
hablar de una exploración integral de la existencia
humana, de la práctica y la promoción cons-
tantes de la ciudadanía, del ejercicio irrestricto
de la libertad, del cultivo de un conocimiento
responsable y hondamente comprometido con
nuestra sociedad. Es claro, pues, que estamos
ante un gran intelectual que no solo participa
intensamente de su tiempo y de su entorno, sino
que, a través de su obra y en su diario quehacer,
encarna los más altos valores de la Universidad,
aquellos que distinguen y sustentan al auténtico
espíritu universitario.

Doctor Mario Vargas Llosa:

Por lo expresado, y porque guardamos con sus


preocupaciones una afinidad no solo intelectual
sino de principios, constituye para la Pontificia
Universidad Católica del Perú un gran honor
y una verdadera satisfacción poder manifestarle
nuestra admiración y nuestro reconocimiento

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Luis Guzmán Barrón

incorporándolo como miembro del cuerpo aca-


démico de nuestro claustro. Reciba, pues, esta
medalla y este diploma que lo acreditan como
doctor honorario de nuestra Casa y, por tanto,
como uno de los más distinguidos miembros de
nuestra comunidad.

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Grabado de Theodore de Bry (detalle), De cómo los españoles
fueron recibidos por los indios en otro lugar y de las serpientes
que allí comen (1618).
Sueño y realidad
de América Latina

Mario Vargas Llosa

A mediados del siglo XVII, el licenciado Anto-


nio León Pinelo, vallisoletano que había pasado
su juventud en Lima, donde estudió con los
jesuitas, y que más tarde en España fue Con-
sejero Real de Castilla y Cronista Mayor de
Indias, escribió un libro, El paraíso en el Nuevo
Mundo, en el que demostraba, en dos volúmenes
trufados de citas bíblicas, históricas, mitológi-
cas y lingüísticas, que aquel territorio donde
comenzó el acontecer humano se encontraba
en la Amazonía peruana, en las inmediaciones
de lo que es ahora Iquitos. El historiador Raúl
Porras Barrenechea rescató el voluminoso info-
lio que dormía en la Biblioteca Real de Madrid,
y lo publicó en 1943, con un jugoso estudio
en el que pasa revista a la predilección de los
cronistas e historiadores de Indias por ver en el
Sueño y realidad de América Latina

dominio descubierto por Colón una tierra de


maravillas, en la que se materializaban los rei-
nos y ciudades de la mitología greco-romana y
medieval y los personajes más extravagantes.

La tendencia europea a proyectar en América los


sueños de la ficción, la religión y la mitología,
nace con el descubrimiento de un continente en
el que Cristóbal Colón se empeñó en ver, no lo
que tenía frente a sus ojos y bajo sus pies, sino
a la India y a la China, al Asia de la seda y las
especias que traía en el deseo y la imaginación.
El Almirante, por lo demás, dejó sentado en su
diario del primer viaje que en la tierra recién
descubierta por él «había hombres de un ojo y
otros con hocicos de perros que comían a los
hombres, y que en tomando uno lo degollaban
y le bebían la sangre y le cortaban su natura»1.
Esta inclinación a idealizar a América proyec-
tando en sus selvas, cordilleras, altiplanos y
mares, las fábulas y las leyendas más antiguas
y lugares y gentes de la ficción, no era privativa
de la gente culta. La compartía el europeo más

1
Véase, La conquista de América. Antología del pensamiento
de Indias. Edición de Ricardo Céspedes Piqueras. Barcelona,
Ediciones Península, 2002. p. 37.

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Mario Vargas Llosa

humilde, esos campesinos y gentes del común


que en Portugal y España se enrolaban como
soldados y marineros y venían hasta estas orillas
imantados por la perspectiva de riquezas fabu-
losas y aventuras extraordinarias en esas tierras
donde, según las habladurías de la calle y los
tratados más respetados, lo que en Europa era
irreal se tornaba realidad cotidiana y los imposi-
bles del Viejo Continente se volvían posibles.

Irving A. Leonard dejó un sugestivo testimonio


de esta sistemática irrealización de la América
española y portuguesa en su investigación sobre
Los libros del conquistador2. En esas páginas se
advierte cómo la conquista y colonización del
nuevo mundo fue también una empresa imagi-
naria, atizada por la literatura, una aventura en la
que, a la vez que la codicia y el espíritu de evange-
lización, guiaba a conquistadores y exploradores
la voluntad de encontrar en el suelo americano
aquellas ciudades y lugares fabulosos con que las
novelas de caballería y las historias de la narra-
tiva popular les habían alborotado la cabeza.

2
Irving A. Leonard, Los libros del conquistador. Fondo de
Cultura Económica, 1979. La primera edición, en inglés, se
publicó en 1949.

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Sueño y realidad de América Latina

La ilusión de encontrar en América la realidad


literaria y mitológica europea empuja a mon-
tar expediciones imposibles y a repetir una y
otra vez las «entradas» en las selvas, a bajar a las
gargantas o trepar los riscos de la cordillera y a
cruzar los páramos en busca de espejismos que
se desvanecen ante esos cazadores de hechizos
cuando creen estar a punto de alcanzarlos.

Según Irving, el mito que más perturbaba al


conquistador era la leyenda de las amazonas,
«las mujeres guerreras», al extremo de que en los
contratos de financiación de las expediciones de
conquista se incluían cláusulas «requiriendo
la búsqueda de estas mujeres mitológicas»3.
Muchos cronistas, desde los diarios de Colón,
pasando por Pedro Martín de Anglería, Oviedo,
Herrera y, por cierto, fray Gaspar de Carvajal,
que acompañó a Orellana en su aventura ama-
zónica, aseguran haber visto a las mitológicas
mujeres que se cortaban un pecho para poder
tirar mejor el arco, raptaban hombres para
hacerse embarazar y luego los despachaban con

3
Irving A. Leonard, Los libros del conquistador. Fondo de
Cultura Económica, 1979. p. 51. Cito siempre por esta
edición.

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Mario Vargas Llosa

los varones que parían, reteniendo solo a las


hembras para perpetuar el carácter femenino
de la tribu. Fray Gaspar de Carvajal afirma que
Orellana no solo «vio» a las amazonas, sino que
fue atacado en persona por quienes darían su
nombre al gran río de las selvas sudamericanas.
El mito de las amazonas es mencionado por
Cortés en una de sus cartas a Carlos V, dán-
dole cuenta de los rumores de la existencia de
tribus femeninas guerreras en la Nueva España.
Según Irving, la leyenda de las amazonas se
había popularizado en la península gracias a
una novela de la serie de los Amadises, las Sergas
de Esplandián, en la que Calafia, la reina de las
amazonas, vive en una isla llamada California.
Como la tierra de este nombre, muchas ciuda-
des y lugares de América serían bautizados con
los apelativos de palacios y sitios tomados de la
literatura caballeresca y de la mitología clásica.

Bernal Díaz del Castillo, en su Verdadera histo-


ria de la Conquista de la Nueva España, dice que
la primera impresión que produjo a Cortés y a
sus compañeros la visión de la capital azteca fue
«que parecía a las cosas de encantamiento que
cuentan en el libro de Amadis».

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Sueño y realidad de América Latina

Un hermano de Santa Teresa, Agustín de Ahu-


mada, desde Quito, el 25 de octubre de 1582,
pide ayuda al virrey del Perú para organizar una
expedición en busca de El Dorado, cuya pista
dice haber encontrado. El Dorado, ciudad de
vertiginosas riquezas, es otro de los designios de
las primeras oleadas de europeos que llegan a
América e incita expediciones que, a menudo,
terminan tan trágicamente como la del enlo-
quecido Lope de Aguirre.

Otros fuegos fatuos que encandilan a los con-


quistadores son la Fuente de Juvencia (de la
eterna juventud) y las Siete Ciudades de Cíbola.
El primer virrey de México, Antonio de Men-
doza, recibió un informe de fray Marcos de
Niza, recogido por este entre «los indios pue-
bla», sobre la existencia de las siete ciudades
legendarias y organizó la expedición de Váz-
quez de Coronado que, dice Leonard, durante
dos años buscó en vano «las famosas ciudades
empedradas de esmeraldas» (p. 103). No las
encontró, pero, en cambio, descubrió el gran
cañón del Colorado.

El descubrimiento de América se lleva a cabo


bajo el imperio del mito y la ficción. Esto trazará

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Mario Vargas Llosa

poco menos que un destino para América Latina:


ser entendida por los europeos a menudo con
los mismos ojos fantasiosos con que la vieron los
primeros españoles que pisaron su suelo. Desde
entonces, Europa con frecuencia transferirá a
América las utopías y frustraciones artísticas e
ideológicas (también religiosas) nacidas en su
seno y condenadas, allá, a vivir en los reinos de
la ilusión. Recordemos que al final de Los mise-
rables de Víctor Hugo, el malo de la historia,
el tabernero Thénardier, parte a la América del
Sur du coté de Panamá, exótico lugar donde los
naturales tienden a vivir apelotonados en larguí-
simas viviendas y que aún hoy, en Francia, ha
quedado la costumbre del siglo XVIII de excla-
mar c’est n’est pas le Pérou! (¡Esto no es el Perú!)
para decir que algo no es tan opulento como las
riquezas milyunanochescas de ese continente.

Esta contribución de América a la cultura de


Occidente —servir de receptáculo a sus utopías,
desagraviando a los europeos de las limitaciones
que imponía a sus sueños la realidad real— no
se suele casi mencionar entre los aportes ameri-
canos a la vida, costumbres, ideas y creencias de
la civilización occidental. Se reconocen muchos

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Sueño y realidad de América Latina

de ellos, desde los más terrenales, el maíz, la


papa, el chocolate y los múltiples alimentos
sin los cuales hubiera sufrido una considera-
ble merma la dieta de países como Francia,
Alemania, Irlanda, Suiza, Bélgica, Austria, y
medicinales, por ejemplo el árbol de la quina,
cuyo producto farmacéutico, la quinina, con-
tuvo drásticamente los estragos de la malaria,
hasta un hecho cultural y geopolítico neurál-
gico: la idea de una historia realmente universal.
La articulación de América al resto del mundo
inaugura un irreversible proceso de intercam-
bios —violentos y pacíficos— que integraría lo
que hasta entonces habían sido historias parti-
culares, en un proceso mundial, en el que las
historias regionales no son más que las piezas
de un crucigrama en movimiento, deshacién-
dose y rehaciéndose de manera perpetua. De la
llegada de las tres carabelas a la isla de Guana-
haní hasta la globalización de nuestros días hay
un lazo de unión que nunca se rompió, que
fue fortaleciéndose, sobre todo para su bien,
pero, a veces, también para su mal, hasta inte-
grar a todos los pueblos del mundo en una sola
protoplasmática historia.

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Mario Vargas Llosa

Las lenguas, conocimientos, usos, costumbres y


cocinas europeas, las formas artísticas y las ideas
de la humanidad se enriquecieron con la incor-
poración de América al resto del mundo a partir
de 1492. Pero conviene también destacar este
servicio paralelo que ha venido prestando Amé-
rica desde hace cinco siglos a la imaginación y
frustraciones de europeos (a los que, en la época
contemporánea, habría que añadir a muchos
estadounidenses): materializar sus fantasías reli-
giosas e ideológicas, encarnando los paraísos
que anhelan o los infiernos que los espantan.

El Edén bíblico que el Licenciado Antonio León


Pinelo situó en la Amazonía era religioso y pasa-
dista. El que vio en América Latina en los años
sesenta un joven normalien francés, discípulo
del filósofo marxista Louis Althusser, era revo-
lucionario, comunista y pertenecía a un futuro,
que, según él, había comenzado a gestarse con
la Revolución cubana. Como ha corrido tanta
agua desde entonces, ya muchos han olvidado
la repercusión que tuvo en el mundo entero el
pequeño libro de Régis Debray, ¿Revolución en
la revolución?, publicado en 1967, con la ben-
dición de Fidel Castro, lanzado en un tiraje

31
Sueño y realidad de América Latina

masivo por la Casa de las Américas de la Habana


y que fue el catecismo para los jóvenes que en
distintos lugares del mundo trataron durante
los sesenta y setenta de reproducir la gesta revo-
lucionaria cubana.

A algunos hará sonreír que compare el librito


de Debray con el mamotreto de León Pinelo.
La comparación no es arbitraria. Ambos, uno
en el ámbito religioso y otro en el político e
ideológico, desplazan hacia América Latina
una utopía occidental y allí la encarnan. Para
Debray la Revolución cubana ha sacado a la luz
una verdad extraviada en el dédalo de errores,
concesiones, compromisos, desfallecimientos,
prejuicios y traiciones que habían impedido
el progreso de la marcha revolucionaria en la
escena mundial: qué es y cómo se hace una
revolución. Fidel, el Che y sus compañeros
no solo han recordado con su ejemplo que el
primer deber de un revolucionario es «hacer la
revolución», algo que los comunistas aburgue-
sados o sutilmente recuperados por el sistema,
tendían a olvidar, sino, también, el método
correcto de ejecutar aquel ideal y convertirlo
en historia viva. El libro pasa revista a todas las

32
Mario Vargas Llosa

concepciones equivocadas que han frustrado los


intentos revolucionarios, el «economicismo» de
los militantes que, como en la Bolivia del MNR
(Movimiento Nacionalista Revolucionario) de
Paz Estenssoro y de Lechín, cifraban la lucha
sobre todo en el ámbito sindical, y el espon-
taneísmo y las tácticas del «doble poder» y la
huelga general de los trotskistas, que se han
soldado siempre por otras tantas derrotas popu-
lares ante los ejércitos burgueses. También, la
función corruptora y aburguesante de las ciu-
dades para los revolucionarios, comparada con
el ambiente purificador del campo y la supe-
rioridad de la acción armada sobre el trabajo
exclusivamente político.

La verdad revolucionaria la fueron descu-


briendo, por instinto, transparencia y espíritu
pragmático, Fidel y los suyos, desde el asalto al
Moncada y en los dos años en la Sierra Maes-
tra. La teoría del «foco» guerrillero, vanguardia
militar siempre móvil, que golpea y desapa-
rece y que con sus operaciones de «propaganda
armada» va corroyendo al enemigo y educando
políticamente e incorporando a la lucha a cam-
pesinos y obreros, permite que lo que en un

33
Sueño y realidad de América Latina

principio parecía una quimera —el triunfo de


un pequeño número de combatientes mal arma-
dos sobre un ejército poderoso, equipado hasta
los dientes y apoyado por Estados Unidos— se
concrete. Esta realidad ya es un hecho, existe
como prueba histórica de la justeza del modelo
teórico, representada por Cuba, donde, por fin,
se va consumando «aquel asalto al cielo» que,
según Marx, intentaron los parisinos durante
los días de la Comuna. Leyendo el ensayo de
Debray se tiene la impresión de que, a partir de
la Revolución cubana, la historia se ha escin-
dido en un antes y un después, y que a partir de
ella el avance del comunismo será sistemático e
irreversible en el mundo entero.

Difícilmente el mito de Cuba, la primera socie-


dad en la que la libertad y el socialismo se
confundían como las dos caras de la medalla,
hubiera proliferado sin la leyenda utópica, tan
reñida con la verdad histórica de lo que ocu-
rría en la isla, que tejieron en torno a ella tantos
europeos que, a la manera de Régis Debray,
se empeñaron, de acuerdo a la tradición que
arranca de los conquistadores y colonizadores,
en ver en ella el paraíso. Debray no estuvo solo.

34
Mario Vargas Llosa

Sartre, recordemos, después de una visita de


pocos días a Cuba, escribió Un huracán sobre
el azúcar, donde describía una isla que era «una
democracia en acción». Es verdad que, medio
siglo después, aquella revolución ha perdido su
relumbrón ante muchos europeos, incluido el
propio Régis Debray, pero todavía hay quie-
nes en el viejo continente se resisten a ver la
realidad tal como es, y, a la manera de Ignacio
Ramonet, director de Le Monde Diplomatique y
chantre áulico de Fidel Castro —y del coman-
dante Hugo Chávez—, siguen promoviendo
como ejemplar a una dictadura, la más larga
que haya conocido América Latina, que pro-
bablemente ninguno de ellos aceptaría en su
propio país. Recordemos, por lo demás, que el
propio Debray fue uno de los más entusiastas
promotores del subcomandante Marcos y sus
zapatistas cuando el enmascarado apareció en
las selvas de Yucatán, a quien entronizó como el
nuevo redentor social de América Latina y —así
lo dijo— como el mejor prosista de la lengua
castellana. ¿Habría sido igual su entusiasmo si
el subcomandante Marcos hubiera intentado
llevar a cabo su revolución no en Yucatán sino
en Bretaña o Auvernia?

35
Sueño y realidad de América Latina

Sobre esta paradoja polemicé hace algunos años


con Günther Grass, autor de la excelente novela
El tambor de hojalata, pero menos lúcido en
sus recetas políticas para América Latina. ¿Por
qué alguien como él, que, en Alemania, hacía
campaña por la socialdemocracia y criticaba a
los comunistas, pedía que los latinoamericanos
siguiéramos el «ejemplo de Cuba»? ¿Por qué lo
que es malo para los europeos es bueno para los
latinoamericanos? Por una razón muy simple:
porque para Günther Grass, Ignacio Ramonet
y aquel Régis Debray de ¿Revolución en la revo-
lución?, como para don Antonio León Pinelo
en el siglo XVII, América Latina es una realidad
ficticia en la que vuelcan sus utopías fallidas y
con la que se resarcen de sus decepciones.

Afortunadamente, no todos los europeos o nor-


teamericanos que se han interesado en América
Latina la irrealizan para que encaje mejor con
sus ensueños políticos. Es larga la lista de cientí-
ficos, arqueólogos, antropólogos, historiadores,
sociólogos y politólogos, para no mencionar a
los numerosos artistas, poetas y escritores de
Europa y Estados Unidos que han estudiado
con objetividad la realidad latinoamericana,

36
Mario Vargas Llosa

contribuyendo de manera decisiva a revelarla


tal como es, o que, inspirados en ella, han pro-
ducido creaciones literarias tan hermosas como
el Nostromo de Conrad o Under the Volcano de
Malcolm Lowry. Pero, curiosamente, quienes
más han influido en la imagen cultural, política
y mitificada de América Latina, en el extranjero
y en el propio continente americano, han sido
aquellos que la idealizaron, embelleciéndola o
afeándola en función de lo que Freud llamó el
fenómeno de la transferencia.

Sería un error creer que la mitificación religiosa


o ideológica de América ha tenido siempre un
cariz revolucionario. Entre las varias tentativas
de europeos libertarios que vinieron a América
Latina a fines del siglo XIX y comienzos del XX
a construir sus pequeños paraísos figuran inten-
tos de fanáticos reaccionarios y racistas. Entre
ellos, el que encabezaron Elizabeth Nietzsche,
hermana del filósofo, y su marido Bernhard
Förster, antisemitas que con cuarenta familias
alemanas viajaron a Paraguay a fundar la colo-
nia de «Nueva Germania», en San Bernardino,
donde esperaban renovar la vitalidad del pueblo
alemán empobrecida por las mezclas, creando

37
Sueño y realidad de América Latina

una sociedad de arios puros. La siniestra aven-


tura terminó en desastre. Todavía peor fue la
tragedia de Jonestown; una secta evangelista
de Indiana, encabezada por el reverendo Jim
Jones y centenares de seguidores se trasladó a
mediados del siglo XX a las selvas de la Guyana
para fundar el Paraíso. Lo que construyeron fue
un infierno de trabajo esclavo y tropelías sin
fin hasta el holocausto de toda la comunidad
en que más de 900 miembros de la secta pere-
cieron envenenados o asesinados. Confundir la
realidad con la ficción siempre ha tenido conse-
cuencias trágicas para la humanidad.

Encarnar la ficción para el «otro» ha producido


una curiosa secuela: muchos latinoamericanos
han adoptado esas imágenes retocadas de sí
mismos por la fantasía o la enajenación religiosa
o ideológica occidental y, en vez de encarar su
propia realidad, la han recreado de acuerdo a
aquellos modelos y mitos importados. El resul-
tado ha sido beneficioso para las letras y las artes
latinoamericanas, a las que esta ficcionalización
de la vida y la historia ha servido de aliciente,
disparando el vuelo creativo de poetas, escri-
tores y artistas en obras que rompieron los

38
Mario Vargas Llosa

condicionamientos provincianos. Desde el Inca


Garcilaso de la Vega y Sor Juana Inés de la Cruz
hasta los poemas de Vallejo, Neruda, Octavio
Paz, nuestra literatura ha edificado una Amé-
rica Latina de ficción a la altura del paradigma
que vieron en ella los primeros europeos que
desembarcaron aquí. En el campo político, en
cambio, en el que conviene discernir con clari-
dad lo que separa a la realidad de la ficción, esta
tendencia ha resultado catastrófica.

Quisiera examinar a este respecto un texto tan


hermoso como falaz de uno de los más grandes
novelistas de nuestra lengua, el cubano Alejo
Carpentier. Me refiero al prólogo que escribió
para su primera obra maestra, la ceñida, astuta y
perfecta transfiguración narrativa de los primeros
tiempos de la independencia de Haití y la vida y
milagros del gobierno haitiano de Henri Christo-
phe, El reino de este mundo (1949). En este breve
texto Carpentier describe cómo, en un viaje que
hizo en 1943 a Haití, paseando por las ruinas de
Sans-Souci, la Ciudadela la Ferrière y la Ciudad
del Cabo (el antiguo Cap-Français) descubrió
que ese «real maravilloso» que con tanto tesón
se empeñaban en fabricar en Europa poetas y

39
Sueño y realidad de América Latina

pintores, sobre todo surrealistas, era en Haití,


y en toda nuestra América, realidad cotidiana,
historia vivida. «A cada paso —dice— hallaba lo
real maravilloso». Allí, lo real maravilloso no era
«artimaña literaria» ni «trucos de prestidigita-
ción» con los que los europeos hacía treinta años
trataban de «suscitar lo maravilloso». La maravi-
lla y el milagro eran «el patrimonio de América
entera», una tierra donde el mito no se había
congelado en las bibliotecas sino palpitaba, en
sus plazas y aldeas, en sus danzas y en su música
impregnadas de magia, y, sobre todo en sus seres
humanos y en su acontecer social. El bello texto
termina con esta exclamación: «¿Pero qué es la
historia de América toda sino una crónica de lo
real maravilloso?».

Esa América Latina real maravillosa es, en efecto,


la que muestran muchas obras de nuestra mejor
literatura, como las novelas y los cuentos de Juan
Rulfo y de García Márquez, de Jorge Luis Borges,
de Julio Cortázar y del propio Alejo Carpentier, y
la de pintores no menos notables como Wilfredo
Lam, Rufino Tamayo, Matta, Frida Kahlo, Cue-
vas, Szyszlo, Fernando Botero y la que merodea,
dejando un aura de desalada fantasía, por buena

40
Mario Vargas Llosa

parte de las artes populares, el folklore, la arte-


sanía y la poesía latinoamericana y desde luego
la música. Pero, ni qué decir tiene que semejante
lectura de nuestra realidad pierde toda su fuerza
persuasiva cuando se desprende de la ficción y se
coteja con la realidad histórica, social, económica
y cultural del continente a la que, al igual que
en Europa y en cualquier otra parte del mundo,
solo se la puede entender de veras, no con metá-
foras poéticas sino con la observación racional
y el análisis objetivo y científico. Observada de
ese modo, sin los anteojos deformantes de la
mitología, América Latina no es ni el paraíso ni
el infierno, aunque para millones de sus pobres
y marginados esté más cerca de lo segundo que
de lo primero. Es, pura y simplemente, un con-
tinente que todavía no acaba de superar los
obstáculos básicos que impiden el desarrollo o lo
deforman y que, a diferencia de lo que ocurre
ya por suerte en toda Norteamérica, en casi toda
Europa y buena parte del Asia y Oceanía, no
acaba todavía de asumirse como lo que es, prefi-
riendo, a la manera de quienes todavía quisieran
encontrar en ella las Siete Ciudades de Cíbola, la
Fuente de Juvencia y el Paraíso, las visiones de lo
real maravilloso a la escueta realidad.

41
Sueño y realidad de América Latina

Tratemos de acercarnos, haciendo un esfuerzo


de racionalidad —y a sabiendas de que es
difícil, pues todos los latinoamericanos, que-
rámoslo o no, estamos infectados de mitología
y utopismo— a la realidad que yace debajo de
la fosforescencia de imágenes con que la ideo-
logía, la religión y la literatura han revestido a
América Latina.

Comencemos por una pregunta muy simple.


¿Qué significa ser latinoamericano? Ante todo,
sentirse, por encima de sus fronteras nacionales,
parte activa de una comunidad transnacional.
Tener conciencia de que las demarcaciones
territoriales que dividen a nuestros países son
artificiales, impuestas de manera arbitraria en
los años coloniales y que los líderes de la eman-
cipación y los gobiernos republicanos en vez
de reparar, legitimaron y agravaron, aislando a
sociedades en las que el denominador común era
más profundo que las diferencias particulares.
Esta balcanización de América Latina, a dife-
rencia de lo que ocurrió en América del Norte,
donde las trece colonias se unieron y su unión
disparó el despegue de los Estados Unidos, ha
sido uno de los factores conspicuos de nuestro

42
Mario Vargas Llosa

subdesarrollo, pues estimuló los nacionalismos,


las guerras y conflictos en que los países lati-
noamericanos se han desangrado, malgastando
ingentes recursos que hubieran podido servir
para su modernización. Solo en el campo de la
cultura la integración latinoamericana ha lle-
gado a ser algo real, producto de la experiencia
y la necesidad —todos quienes escriben, com-
ponen, pintan y realizan cualquier otra tarea
creativa descubren que lo que los une es más
importante que lo que los separa de los demás
latinoamericanos—, en tanto que en otros
dominios, la política y la economía sobre todo,
los intentos de unificar acciones gubernativas y
mercados se han visto siempre frenados por los
reflejos nacionalistas.

Las fronteras nacionales no señalan las verdade-


ras diferencias que existen en América Latina.
Ellas se dan en el seno de cada país y de manera
transversal, englobando regiones y grupos de
países. Hay una América Latina occidentali-
zada, que habla en español, portugués e inglés
(en el Caribe y en Centroamérica) y es católica,
protestante, atea o agnóstica, y una América
Latina indígena, que, en países como México,

43
Sueño y realidad de América Latina

Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia consta de


millones de personas, y conserva instituciones,
prácticas y creencias de raíz prehispánica. Pero
la América indígena no es homogénea, sino
otro archipiélago pues experimenta distintos
niveles de modernización. En tanto que algunas
lenguas y tradiciones son patrimonio de vastos
conglomerados, como el quechua y el aymara,
otras, como las culturas amazónicas, sobreviven
en comunidades pequeñas, a veces de apenas un
puñado de familias. Son estas últimas las que
están amenazadas de aniquilación.

El mestizaje, por fortuna, está muy extendido y


va fundiendo a estos dos mundos. En algunos
países, como en México, ha integrado cultural
y racialmente a la mayoría de la sociedad —es
el mejor logro de la Revolución mexicana—.
Esta integración es menos dinámica en el resto
de los países, pero continúa ocurriendo y, a
la larga, terminará dando a América Latina el
perfil de un continente mestizo. Aunque, espe-
remos, sin uniformarla y privarla de matices. Lo
indispensable es que, más pronto que tarde, gra-
cias a la democracia —la libertad y la legalidad
conjugadas— todos los latinoamericanos, con
prescindencia de raza, lengua, religión y cultura,

44
Mario Vargas Llosa

sean iguales ante la ley, disfruten de los mis-


mos derechos y oportunidades y coexistan en la
diversidad sin verse discriminados ni excluidos.

El mestizaje no hay que entenderlo exclusi-


vamente como una alianza de lo indio y lo
español o portugués, aunque, naturalmente,
estos sean los componentes étnicos y culturales
más importantes de la realidad latinoamericana.
Pero es también significativo, y, en países de la
cuenca del Caribe y ciertas regiones del Brasil,
esencial, el aporte africano, que llegó a América
al mismo tiempo que los conquistadores y que
ha dejado en todas las manifestaciones del arte
y la cultura —sobre todo en la música— una
huella sustancial. Asimismo, el Asia está pre-
sente en la vida del continente desde la época
colonial. Cuando comienza a escarbarse en el
pasado latinoamericano sin prejuicios ni parti
pris se descubre que nuestras raíces culturales se
propagan por todos los confines del mundo.

Pese a ello, una de las manías recurrentes de la


cultura latinoamericana ha sido la de definir
su identidad. Se trata de una pretensión inútil,
peligrosa e imposible, pues la identidad es algo
que tienen los individuos, no las colectividades

45
Sueño y realidad de América Latina

una vez que superan los condicionamientos


tribales. Únicamente en las comunidades más
primitivas, donde el individuo solo existe como
una parte de la tribu, tiene razón de ser la idea
de una identidad colectiva. Allí, sí, porque el
individuo aislado no podría sobrevivir en un
mundo del que lo ignora todo y donde se halla
desvalido frente a la fiera, el trueno y la miríada
de misterios y enemigos que lo rodean. Lo que
llamamos civilización es ese largo proceso, que la
gran mayoría de latinoamericanos ya ha vivido,
en que, a medida que progresa y va dominando
la naturaleza y emancipándose de los incubos
y súcubos de la ignorancia, el prejuicio y la
irracionalidad mágica, y conquistando la racio-
nalidad, el individuo va naciendo, separándose
de la placenta tribal y adquiriendo soberanía,
una personalidad propia, eligiéndose cada vez
con mayor libertad, es decir, distinguiéndose de
los otros, como una criatura soberana. Ser parte
de una comunidad es un dato fundamental en
los destinos individuales, desde luego. Pero, pre-
cisamente, la civilización permite al individuo
serlo al mismo tiempo de muchas maneras a la
vez, de acuerdo a su propia tradición, circunstan-
cia, vocación y libre albedrío: la nación es solo

46
Mario Vargas Llosa

una de ellas, y, para muchos, menos decisiva que


otras, como la lengua, la religión, la familia, el
grupo étnico, la profesión, la ideología política
o la orientación sexual. Una sociedad moderna
está compuesta de ciudadanos libres, es decir
diferentes entre sí, que pueden manifestar sus
diferencias frente a los otros, sin que ello suprima
la solidaridad del conjunto. Por el contrario, este
espíritu solidario es tanto más profundo cuanto
nace de una libre elección, de una valoración
racional del privilegio que significa ser parte de
una comunidad donde, a diferencia de la tribu,
se puede ser distinto sin ser excluido ni discri-
minado, donde cada cual puede inventarse a sí
mismo creando su propia identidad, mediante
elecciones personales, no impuestas como una
camisa de fuerza por la colectividad. En América
Latina quedan todavía algunas comunidades tri-
bales, sumidas en lo gregario y en esa realidad
mágico-religiosa cara a Carpentier, pero la gran
mayoría de sociedades latinoamericanas dejó ya
atrás ese estadio primitivo y arcaico. Pese a ello,
la mentalidad tribal y la tentación colectivista de
desaparecer al individuo dentro de una colectivi-
dad supuestamente homogénea e idéntica están
lejos de haber sido superadas. Ellas retornan,

47
Sueño y realidad de América Latina

de manera cíclica, como amenazas constantes a


nuestra modernización y a que América Latina
asuma, con todas sus consecuencias, la cultura
de la libertad.

Al igual que en otras partes del mundo, este


afán por determinar la especificidad histórico-
social o metafísica de un conjunto gregario
ha hecho correr océanos de tinta en América
Latina y generado interminables polémicas. La
más célebre y prolongada de todas enfrentó a
hispanistas, para quienes la verdadera historia
de América Latina comenzó con la llegada de
españoles y portugueses y el engranaje del con-
tinente con el mundo occidental, e indigenistas,
para quienes la genuina realidad de América
está en las civilizaciones prehispánicas y en sus
descendientes, los pueblos indígenas.

Aunque apagada por periodos, esta visión esqui-


zofrénica y racista de América Latina nunca ha
desaparecido del todo. De tiempo en tiempo,
reflota, en el campo político, porque, como
todas las simplificaciones maniqueas, permite
a los demagogos agitar las pasiones colectivas
y dar respuestas superficiales a problemas com-
plejos. Lo hemos visto con la subida al poder,

48
Mario Vargas Llosa

en Bolivia, del presidente Evo Morales, a quien


la prensa europea y estadounidense buscadora
de mitos se ha apresurado a presentar como el
primer indio que llega a ocupar tan alto sitial
político en el país del Altiplano. Se trata de una
inexactitud flagrante y para verificarlo basta
hojear el admirable ensayo del ensayista e his-
toriador boliviano Alcides Arguedas sobre Los
caudillos bárbaros, una colección considerable
de espadones y tiranuelos, entre los que había
varios indios aymaras y quechuas, que ocupa-
ron —a sangre y fuego— la jefatura del Estado
boliviano. Pero, a diferencia de Evo Morales,
no eran revolucionarios ni utilizaban la retórica
de la guerra de clases y la todavía más peligrosa
de la guerra de razas que, en la actualidad, cierta
progresía irresponsable utiliza con fines de agi-
tación y propaganda. Plantear el problema de
Bolivia, o de cualquier país latinoamericano,
en términos raciales es propiciar la confusión y
falsear la realidad. Es verdad que existen entre
nosotros estúpidos prejuicios que discrimi-
nan al indio, al cholo, al negro, al asiático, y,
viceversa, prejuicios equivalentes en la direc-
ción opuesta, como en casi todos los lugares
del orbe. Estos prejuicios irán languideciendo

49
Sueño y realidad de América Latina

con la educación y la cultura cuando se hayan


resuelto los problemas básicos, que son econó-
micos y sociales, que enfrentan a privilegiados
de todas las razas a discriminados y explotados,
también de todas las razas, por la existencia
de un sistema injusto, donde ciertas minorías
influyentes y con poder político monopoli-
zan la creación de la riqueza y mantienen a la
mayoría de la sociedad discriminada. Este no es
un problema racial, sino económico y político,
y en última instancia cultural. América Latina
es a la vez española, portuguesa, india, africana,
asiática y varias realidades más. Cualquier
empeño por fijar una identidad única a Amé-
rica Latina practica una cirugía discriminatoria
que relega a millones de latinoamericanos y a
muchas manifestaciones de su frondosa varie-
dad cultural y étnica.

La riqueza de América Latina está en ser muchas


cosas a la vez, tantas que hacen de ella un micro-
cosmos en el que cohabitan casi todas las razas
y culturas del mundo. A cinco siglos de la lle-
gada de los europeos a sus playas, cordilleras y
selvas, los latinoamericanos de origen español,
portugués, italiano, alemán, africano, chino o

50
Mario Vargas Llosa

japonés, son tan oriundos del continente como


los que tienen sus ancestros en los antiguos
aztecas, toltecas, mayas, quechuas, aymaras o
caribes. Y la marca que han dejado los africa-
nos en el continente, en el que llevan también
cinco siglos, está presente por doquier: en los
tipos humanos, en el habla, en la música, en la
comida y hasta en ciertas maneras de practicar
la religión. No es exagerado decir que no hay
tradición, cultura, lengua y raza que no haya
aportado algo a ese fosforescente vórtice de mez-
clas y alianzas que se dan en todos los órdenes
de la vida en América Latina. Esta amalgama
es nuestro mejor patrimonio. Ser un continente
que carece de una identidad porque las tiene
todas. Y porque, gracias a sus creadores, se sigue
transformando cada día.

¿Forma parte América Latina de Occidente, cul-


turalmente hablando, o es algo distinto, como
China, la India o el Japón? En mi opinión,
América Latina es una prolongación ultrama-
rina de Occidente, que, desde la colonia, ha
adquirido perfiles propios, los que, sin desga-
jarla del tronco común, le dan una personalidad
diferenciada. Esta es una opinión lejos de ser

51
Sueño y realidad de América Latina

compartida por todos los latinoamericanos. A


menudo es rebatida con el argumento de que,
si lo fuera, América Latina sería apenas un epí-
gono, una derivación ancilar de Europa.

Quienes piensan así son, a veces sin advertirlo,


nacionalistas convencidos de que cada pueblo o
nación tiene una configuración anímica y meta-
física única, de la que su cultura es expresión.
No es así. Culturalmente hablando, América
Latina es tantas cosas disímiles que solo frag-
mentándola y excluyendo buena parte de esos
fragmentos que componen su realidad, se podría
determinar un rasgo específico válido para todo
el continente. Lo diverso, compatible en su caso
con una unidad subterránea, resulta en buena
parte de las fuentes occidentales que la nutren.
Por eso, los latinoamericanos se expresan sobre
todo en español, inglés, portugués y francés. Por
eso son católicos, protestantes, ateos o agnósti-
cos. Y los que son ateos o agnósticos los son a
la manera que aprendieron de Occidente, igual
que sus reaccionarios y sus revolucionarios, sus
demócratas y sus liberales, sus artistas tradicio-
nales o vanguardistas, románticos, clásicos o
posmodernos.

52
Mario Vargas Llosa

Quienes más se han empeñado en alejar a Amé-


rica Latina de Occidente, han sido aquellos
escritores, pensadores o artistas occidentales
que, decepcionados de su propia cultura, salen
en busca de otras que puedan satisfacer mejor
sus apetitos de exotismo, primitivismo, magia,
irracionalidad y de la inocencia del buen salvaje
rousseauniano, y han hecho de América Latina
la meta de sus utopías. Debemos rechazar a
aquellos amantes de cataclismos para los que
América Latina no parece tener otra razón de
ser que servir de escenario a las fantasías román-
ticas que el espacio europeo, con sus aburridas
democracias, ya no tolera en su seno. Y, sobre
todo, dejar de esforzarnos por representar aque-
llas ficciones que inventan para nosotros ciertos
europeos y norteamericanos desencantados de
la mediocre democracia e impacientes por vivir
las emociones fuertes de la aventura revolucio-
naria, que, creen, América Latina todavía puede
ofrecerles. Que la utopía se confine en nuestra
literatura y nuestras artes o en nuestras vidas
privadas, donde es siempre estimulante y pro-
vechosa. La vocación utópica ha impregnado el
arte americano y ha hecho de él un arte ambi-
cioso, audaz, libre y sin orejeras, que ha dejado

53
Sueño y realidad de América Latina

una huella en la cultura de nuestro tiempo. Pero


no debe salir de ese ámbito y precipitarse en lo
político y social donde solo la visión realista,
el pragmatismo de lo posible en un marco de
coexistencia, legalidad y libertad, trae progreso
y prosperidad.

Lo que ahora necesitamos es que América


Latina lleve a cabo en el ámbito político y social
las mismas proezas que sus creadores han reali-
zado en el dominio de la literatura, la plástica,
la música y el cine. Para ello se necesita menos
delirio y más sensatez y racionalidad. Renun-
ciar a lo imposible y a los cantos de sirena de
la irrealidad, provechosos y suculentos para los
constructores de ficciones, pero nefastos a quie-
nes quieren abocarse a la dura tarea de derrotar
la ignorancia, el hambre, la explotación y la
pobreza, creando un mundo sin despotismo,
de justicia y libertad, con igualdad de oportu-
nidades para todos, donde la felicidad no solo
se alcance cerrando los ojos a la realidad circun-
dante y refugiándose en el sueño y la ficción,
sino, también, a veces, en la vida de verdad.

54
Mario Vargas Llosa,
la aventura moral

Alonso Cueto

El domingo 15 de abril de 1917, hace ya casi un


siglo, el padre Jorge Dintilhac leyó el discurso
que declaraba inaugurada la Universidad Cató-
lica del Perú. En las páginas de ese texto, cuando
proponía el ideal cristiano como base de for-
mación, Dintilhac aseguraba que la propuesta
fundamental de la nueva institución era la de
hacer hombres libres. Su símbolo, recordaba,
era la cruz que significaba lo que cualquier joven
estudiante necesitaba tener en cuenta: la idea del
sacrificio como base de cualquier progreso.

Nueve lustros después del primer discurso del


padre Dintilhac, un joven arequipeño de vein-
tiséis años veía publicada su primera novela en
Barcelona. A esa edad, su experiencia de vida ya
era variada y abundante. Antes de los dieciséis
Sueño y realidad de América Latina

años había vivido en distintas ciudades en Perú


y Bolivia, y había pasado por varios colegios,
donde había conocido a otros jóvenes venidos
de distintas regiones y de distintos estratos socia-
les. Había vivido cerca de la selva boliviana, en
las costas de Piura, y había conocido a otros
muchachos inmigrantes o hijos de inmigrantes
de la sierra peruana. Él mismo fue conside-
rado un serrano por sus compañeros limeños.
Durante esos años, había escuchado historias de
todos ellos, y les había contado la suya propia.
Luego, había sido alumno de uno de los perua-
nos más finos y cultos, del gran maestro Raúl
Porras Barrenechea, pero también había mirado
de frente a los ojos oscuros, siniestros, del minis-
tro Esparza Zañartu. Gracias a las experiencias de
sus viajes, de sus distintos colegios, y a su curio-
sidad, desde muy joven había logrado conocer
toda la variedad cultural y social, la riqueza y
también lo mejor y lo peor, lo más hermoso y
lo más terrible, lo más sublime y lo más sórdido
del Perú.

Los personajes de esa primera novela, La ciudad


y los perros, eran como él lo había sido, escola-
res en una institución marcada por la violencia,

56
Alonso Cueto

la arbitrariedad y los abusos del poder. Sin


embargo, en alguno de los protagonistas de esta
novela anidaban, como estímulos de conducta,
esas nociones de las que el padre Dintilhac había
hablado tantos años antes. El anhelo de liber-
tad y el espíritu de sacrificio, la vocación por la
verdad, la rebeldía contra toda forma de abuso;
en suma, el deseo de ser y de hacerse hombres
libres latía como un instinto en el corazón del
poeta Alberto, el eje de la historia, y acaso en
otros cadetes del colegio militar.

Estos dos instintos, el de la libertad y el del


sacrificio, a los que el padre Dintilhac se refiere
en ese discurso, son cruciales en la formación
de una personalidad. Quizá uno es inseparable
del otro. Podemos especular que es imposible
lograr la libertad sin alguna forma del sacrificio,
y que ningún sacrificio lo es si no se elige libre-
mente. Es quizá lo que sintió el cadete Alberto
Fernández, el Poeta, cuando, ante el poder de la
institución, y el poder del Círculo, regido por el
Jaguar, se propone rebelarse ante esa mini-socie-
dad que es el colegio Leoncio Prado. El Poeta
es el primero de los héroes novelescos de Vargas
Llosa en sentir el fuego de la rebelión contra el

57
Sueño y realidad de América Latina

sistema y en afirmar la verdad individual. Es el


primero de nuestros héroes.

Quiero recordar un episodio de la novela que


me parece ejemplar. Es el que pertenece al ter-
cer capítulo de la segunda parte, cuando el poeta
Alberto entra a una cantina desde cuyo teléfono
va a llamar al Sargento Gamboa para decirle
quién mató a su amigo, el Esclavo. Alberto ha
decidido, después de la muerte del Esclavo,
denunciar los abusos del Círculo y enfrentarse a
las autoridades del colegio. En esa conversación,
planteada con una técnica de vasos comunican-
tes, en la que se alternan las voces colectivas que
celebran una despedida de soltero en la chin-
gana, y la voz individual del poeta Alberto que
llama al Sargento Gamboa, se resuelve, creo, la
identidad del héroe del libro. Cuando Alberto
le dice a Gamboa: «A Arana lo mataron» y le
informa acerca de las actividades del Círculo,
está enfrentándose a los dos grandes poderes, el
del Jaguar y el del sistema militar. Pocas veces se
ha descrito con tanta tensión, con tanto talento,
con tanta maestría, el ritual de la verdad, es
decir, la irrupción de la voz del rebelde, la voz
del individuo que se destaca de las demás voces
anónimas y sociales que la ignoran.

58
Alonso Cueto

En ese episodio, creo, se afirma por primera vez


una de las características de los personajes de
Vargas Llosa: la afirmación de la libertad, la afir-
mación del sacrificio, la afirmación de la verdad.

Quiero recalcar aquí que estas dos ideas fun-


damentales que dan su base a la Universidad
Católica, la idea de la libertad y la idea del sacri-
ficio, son esenciales tanto a la obra como a la
vida de Mario Vargas Llosa. La noción de la vida
como una ruta, un camino, una exploración,
es inseparable de la noción de la lucha. Una de
las frases que mejor recuerdo es la del elogio
que Mario Vargas Llosa hace a la vida cuando
la llama movimiento. De algún modo todos los
personajes de Vargas Llosa han estado siempre a
la búsqueda de una verdad final aunque en rea-
lidad lo que cuenta en ellos es la búsqueda y el
camino, no el arribo a ningún puerto definitivo.

Buscar confrontarnos, construir un mundo de


sueños y de utopías privadas, con frecuencia
hecha de sangre de sí mismos; son las obsesiones
que mueven a estos personajes que sentimos tan
cercanos. Esa verdad es, siempre en sus novelas,
inseparable de la rebelión, la revuelta, la transgre-
sión. La búsqueda y la rebelión, el lado creativo

59
Sueño y realidad de América Latina

y el opositor, son parte de un mismo impulso.


Es el afán de Alberto cuando llama al Sargento
Gamboa y cuando se enfrenta luego al Jaguar
en la celda y cuando intenta que el crimen del
Esclavo no quede impune, aunque pueda írsele
en ello la vida. Es la obsesión también de Zava-
lita cuando, hastiado de ese mediodía nebuloso
a través del cual se le aparece el tráfico de Lima
y el deterioro del Perú, encuentra a Ambrosio
en la perrera, y le pregunta por fin si su padre
lo mandó a matar a Queta, y cuando al hacerlo
también le está preguntando qué pasó en esa
malhadada dictadura y quizá también qué fue
de nuestro país en medio de la podredumbre de
ese gobierno. Es también el afán del líder agua-
runa Jum, cuando desafía a los comerciantes del
caucho y debe sufrir por ello ser colgado de los
tobillos y ser torturado. Es también el impulso
de Pantaleón, quien busca fundar un mundo
perfecto, una comunidad integrada por las
visitadoras, impermeable al caos y el desorden
del mundo de afuera, y que busca reemplazar
el sistema caótico, las voluntades displicentes,
inciertas del ejército, es decir, de la realidad, por
el de un mundo utópico, que opone a ella la
afirmación de sus sueños. Esa obsesión alimenta

60
Alonso Cueto

también el fuego oscuro que anida en los ojos


del Conseilhero que ocupa la hacienda del barón
de Cañabrava, agrupa en torno a él al León de
Natuba, al Beatito, a María Cuadrado, a los
marginados del sertao brasilero para hacer la gran
revolución de Canudos, frente a la República, y
a quien sus seguidores ven elevarse a los cielos al
final del libro. Y es, qué duda cabe, también la
pasión que nutre a la gran Flora Tristán, hija del
coronel arequipeño, Tristán Moscoso, sobrina
de Pío, que visita el Perú, conoce a la Mariscala,
admira la libertad de las mujeres limeñas y que
inicia su lucha contra la injusticia y las desigual-
dades en Peregrinaciones de una paria. Y la de
Paul Gauguin, el pintor de los ojos azules, salto-
nes y movedizos, que conoció el Perú de niño,
y quien alguna vez usó el apelativo de «peruano
salvaje» para justificar sus innovaciones pic-
tóricas y que en París y en Tahití revoluciona
con sus mágicas pinturas la forma que desde
entonces tenemos los seres humanos de ver el
cuerpo y de percibir las formas sensuales que
sus cuadros graban en nuestra memoria. Para
Gauguin, como para todos sus compañeros en
el mundo de Vargas Llosa, vivir es un continuo
acto de creación.

61
Sueño y realidad de América Latina

Todos estos transgresores, todos estos rebel-


des, todos estos creadores, son movidos por
el fuego de la verdad, es decir, el espíritu de
la rebelión a pesar de la evidencia de que no
podrán sobrevivir a sus sueños. Sumándose a
estos personajes, sin duda, mientras carga sus
carteles por las calles de Lima, a la cabeza de
su grupo de cruzados, estaría el profesor Aldo
Brunelli, quien quiere mantener el mundo que
los balcones limeños representan. Y también,
sin duda, aparecería en este desfile de transgre-
sores y soñadores el cuerpo hermoso, seductor,
hechizante, mercurial, de la «niña mala», quien
lucha contra las limitaciones de la realidad gra-
cias a su capacidad de ser muchas mujeres y de
vivir muchas vidas y que entiende, como una
Madame Bovary moderna, que eso solo es posi-
ble en el universo de las ficciones verdaderas. En
la frente sudorosa de Pedro Livio, quien piensa
en Olga, su mujer, en Huáscar Tejeda Pimen-
tel esperando las señales de Antonio Imbert, en
ellos, apostados con los demás conspiradores en
un Oldsmobile negro, mientras llega el Chevro-
let de Trujillo, anida sin duda también ese afán
por la revuelta, la transgresión, la rebelión de la
verdad. Ellos, como los anteriores, son también

62
Alonso Cueto

nuestros héroes precisamente porque son seres


humanos vulnerables, avasallados por el miedo
y el dolor.

Me parece que estos personajes están aquí sen-


tados en esta sala, aplaudiendo con nosotros al
autor que los ha puesto para siempre en nuestras
vidas. Todos ustedes los conocen. Ninguno de
ellos es perfecto, sin duda. Todos están llenos de
defectos y carencias y de ideales. Precisamente
por eso los queremos, los respetamos, los acom-
pañamos, así como ellos nos acompañan. Hay
tantos más. Están también Rigoberto y el niño
Fonchito y su madrastra, y Katy, y Mayta, y el
gran, el portentoso Pedro, el escribidor. Se trata
de una legión de rebeldes. Nos han acompañado
con frecuencia. Nos han hecho ver el mundo
como ellos. Conocemos sus consignas. La de
no aceptar los dictámenes de la realidad. La de
rechazar los abusos del poder. La de buscar lo que
podemos hacer para encontrarnos en la utopía.
Estas son las consignas vitales de los personajes
de Vargas Llosa. ¿No son también las nuestras?

Los grandes libros hacen de nosotros quienes


somos. A veces su influencia no es fácil de ras-
trear. Nos debemos a nuestras lecturas pues son

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Sueño y realidad de América Latina

ellas quienes nos han formado. Nuestras vidas,


y la vida del Perú, les debe mucho a las novelas
de Mario Vargas Llosa. Les debemos el haber
defendido en sus páginas nuestra capacidad
por rebelarnos y también nuestra capacidad de
soñar. Les debemos habernos ofrecido sus vidas
como caminos en el difícil arte de convivir con
la injusticia y el poder. Pero les debemos, sobre
todo, creo, su humanidad, es decir, su dolor, su
vulnerabilidad, su determinación y su fe.

El mundo de Vargas Llosa es un mundo de


rebeldes y de soñadores. Ambas, la rebeldía y el
sueño, son las armas que tenemos para afirmar
nuestra individualidad frente a los embates del
mundo. Nuestro amor a la verdad, nos enseña
Vargas Llosa, no debe ser distinto a nuestro
amor a la imaginación y al arte. La vida es, efec-
tivamente, no tanto buscar un punto de llegada
sino una serie infinita de caminos inspirados por
la libertad. El poema de Constantino Kavafis,
que Vargas Llosa cita con frecuencia, afirma que
la vida se sostiene por su propio discurrir, su pro-
pio movimiento. Lo importante no es llegar a
Ithaca. Lo importante es el viaje, es decir, que el
viaje nos provea descubrimientos, experiencias,

64
Alonso Cueto

aventuras. Lo que buscamos es que nos encontre-


mos con muchas revelaciones en el camino. Lo
que nos enriquece, lo que nos refuerza, los que
nos hace verdaderamente libres es continuar el
viaje. No hay puntos de llegada, sino andanzas,
búsquedas, exploraciones permanentes. La vida
como un descubrimiento, como una aventura,
lejos de las consignas y las ideologías cerradas y
los manuales, es esencial a la vida de un creador,
de cualquier creador, de cualquier hombre libre,
sea cual sea su profesión.

Los estudiantes que salen de la universidad,


los que empiezan a trabajar, van descubriendo,
como Gauguin, que vivir es un acto de crea-
ción continua. Si alguna enseñanza nos debería
dejar la universidad es esta, la de la permanente
apertura a la creación, a la exploración, a la bús-
queda, es decir, a las enseñanzas del camino.
Esta ha sido la tradición de la Universidad
Católica. Tanto para el poeta Alberto como
para Gauguin, para Flora Tristán como para el
loco de los balcones, esta búsqueda de la verdad
se convierte en una cruzada vital. Al igual que
los caballeros medievales que tanto lo asombra-
ron en sus primeras lecturas, los personajes de

65
Sueño y realidad de América Latina

Vargas Llosa son idealistas, a veces delirantes y


apasionados, que luchan por un mundo en el
que la verdad prevalezca por sobre las aparien-
cias de las instituciones. Ninguna ideología o
religión o manual de reglas anima a estos per-
sonajes. Su rebeldía no es programática, sino
instintiva. Su código no es de cuadernos sino de
pasiones. Su aventura es una aventura moral.

Por eso, si hay alguna lección en sus novelas, es


que la historia no está hecha por unas supuestas
leyes que se repiten o que pueden predecirse,
sino por individuos libres. Nuestro futuro,
social e individual, no es un destino que viene
desde alguna conclusión ideológica: es una con-
secuencia de nuestra libertad. No hay fines,
sino recomienzos en la historia. De acuerdo con
el poema de Kavafis, no hay una, sino muchas
Ithacas.

Este sentido del viaje, del riesgo, de la aventura,


ha sido siempre parte de su vida. Su temprana
opción de participar en los procesos de su
tiempo lo hizo abrazar muy joven la carrera
del periodismo, una actividad que no ha aban-
donado desde entonces. El periodismo fue su
modo de mostrar que le interesaba estar siempre

66
Alonso Cueto

con la gente. Los medios de comunicación son


las plazas del mundo moderno, el lugar donde
se encuentra la gente, como lo era el ágora para
Sócrates. Esta participación, así como su carrera
política, ha sido siempre un riesgo. En ella, Var-
gas Llosa ha ofrecido su compromiso con los
ideales de la libertad, del progreso, así como su
compromiso con la difusión del arte. Institucio-
nes como la nuestra lo han acompañado. No me
parece casual, por eso, que en el último de estos
episodios, en las novelas radializadas que se emi-
ten con el nombre de Mi novela favorita, nuestra
universidad haya sido el principal auspiciador.

En unos años celebraremos el primer siglo de la


Universidad Católica. El próximo año se cum-
ple medio siglo de la aparición de Los Jefes, el
primer libro de Mario Vargas Llosa. Los profe-
sores y alumnos de esta institución han asistido
a gran parte de nuestra historia republicana. En
estos años el Perú ha cambiado muchas veces.
Hemos visto construirse y destruirse dictaduras.
Hemos asistido a las grandes dificultades de la
consolidación de nuestra democracia. Hemos
visto entronizarse pillos y a hombres probos
sufrir vergüenzas y acusaciones. Una guerra ha

67
Sueño y realidad de América Latina

marcado nuestra sociedad y ha revelado, en su


crudeza, nuestras enormes brechas sociales y cul-
turales. Como bien han mostrado los informes
de la Comisión de la Verdad y de la matanza
de Uchuraccay, muchos peruanos han perecido
víctimas de la violencia de las balas y también
de la incomprensión, el racismo y las diferencias
que dividen nuestra sociedad. Muchas ideologías
y afirmaciones dogmáticas se han derrumbado.
Algunos valores democráticos han reafirmado
su vigencia entre nosotros. De todo aquello,
¿hemos aprendido una lección?, ¿somos un país
más armónico, más integrado, más conocedor
de sí mismo? No estoy seguro de la respuesta,
pero me parece que, con todos estos golpes y
derrumbes, alguna conclusión hemos sacado.
Creo que somos menos tolerantes a la corrup-
ción y al autoritarismo, dos de las grandes lacras
de nuestra historia. Hemos comprendido por
fin que, sin ellas, hoy seríamos un país mucho
más desarrollado. Pero lo más importante es
que hoy somos capaces de alzar la voz en su con-
tra. En los momentos cruciales de nuestra vida
republicana, la Universidad Católica, en forma
institucional, también ha sabido con frecuencia
dar su opinión y su protesta.

68
Alonso Cueto

En este proceso hacia la rebeldía, hacia el rechazo


de las imposiciones, los dogmas y los abusos de
la autoridad, hacia nuestra madurez cívica, me
parece que a los peruanos nos han acompañado
algunas voces ejemplares. Ninguna ha sido tan
brillante, tan influyente, tan tenaz en ese proceso
como la de Mario Vargas Llosa. Cuestionador
permanente, su voz se ha alzado en episodios
claves como el de la matanza en Uchuraccay,
en el intento de estatización de la banca y en las
satrapías de la dictadura que hasta hace algu-
nos años nos asolaba. Al hacerlo, ha seguido un
camino parecido al de sus personajes, ha sido a
la vez un soñador y un rebelde.

La afirmación de la libertad, de la rebeldía, del


sacrificio, la afirmación de la lucha por la verdad
en la obra y en la vida de Mario Vargas Llosa han
jugado un papel fundamental en la vida de nues-
tro país. Peruanos como él nos han hecho ver a
todos que valía la pena luchar por valores como
la justicia social y por la libre expresión desde
una tribuna que exalta los valores de los indi-
viduos y el derecho de cada uno a satisfacer sus
necesidades básicas, su derecho a una vivienda,
a una educación, a un trabajo y a la libertad.

69
Sueño y realidad de América Latina

Por todo ello, la distinción que le otorga la


Universidad es la distinción a un fabulador,
pero también a un luchador. Su afirmación,
su defensa, su compromiso, nos han servido a
muchos para creer en estos valores con los que
el padre Dintilhac fundó la Universidad hace
poco menos de un siglo y que, sin embargo, con-
tinúan tan vigentes como entonces. Ese espíritu
de sacrificio y de libertad siguen intactos en la
Universidad Católica, que tanto ha contribuido
al desarrollo de nuestro país, y que afirma esa
identidad con la distinción que le otorga hoy
a un hombre que nunca renunció, que siguió
peleando en sus libros y en las calles, y que nos
acompaña por este camino permanente, el de
persistir en los ideales, el de estar en esas trin-
cheras, que el padre Dintilhac nos mostró hace
casi un siglo y que, gracias a hombres como
Mario Vargas Llosa, siguen intactas en nuestro
corazón.

70
Se terminó de imprimir en
los talleres gráficos de
Metrocolor S.A.
Av. Los Gorriones 350 Lima 9, Perú
Teléfono: 251-8830
Se utilizaron caracteres
Adobe Garamond Pro en 12.5 puntos
para el cuerpo del texto
junio 2009 Lima – Perú

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