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Reforma de 1860

La reforma constitucional argentina de 1860 fue una reforma de la Constitución de 1853 realizada luego de la Batalla
de Cepeda y antes de la Batalla de Pavón, en el contexto de la guerra entre la Confederación Argentina y el Estado de
Buenos Aires, que tuvo como consecuencia la adhesión de esta última al texto constitucional de 1853 y su
integración de derecho a la República Argentina. la paz entre ambas partes se selló en el Pacto de San José de Flores,
en el cual Buenos Aires se declaró parte de la Confederación Argentina y en el que se estableció que la provincia
porteña podría proponer reformas a la Constitución Nacional de 1853, que establecía la forma de gobierno federal,
para que fueran evaluadas por una Convención Constituyente Ad Hoc.

Buenos Aires eligió una Convención Provincial Revisora que propuso varias reformas al texto de 1853, la mayoría de
las cuales fueron luego aceptadas por la Convención Nacional Constituyente de 1860. Las principales modificaciones
fueron la eliminación del artículo que establecía que la Capital Federal sería la ciudad de Buenos Aires, la obligación
de que los derechos de importación sean uniformes en todo el país (con el fin de impedir que se promuevan
determinadas regiones o puertos), la eliminación por cinco años de los derechos de exportación, la reducción de
facultades del gobierno nacional para intervenir provincias, decretar el estado de sitio, someter a juicio político a los
gobernadores, diputados y senadores nacionales, o revisar las constituciones provinciales. La reforma también
introdujo la prohibición al Congreso nacional de dictar leyes que "restrinjan la libertad de imprenta o establezcan
sobre ella la jurisdicción federal", el reconocimiento de los derechos y garantías implícitos derivados del principio
republicano y de soberanía del pueblo, y el reconocimiento del principio de "ciudadanía natural" (jus soli). Suprimió
también las facultades de la Corte Suprema de la Nación en conflictos entre poderes públicos de una misma
provincia, o entre una provincia y sus vecinos.

Reforma de 1866
En el año 1866, debido al marcado aumento de los gastos nacionales generados por la Guerra de la Triple Alianza, se
reformó la Constitución en el sentido de garantizar que los impuestos de importación y de exportación fueran
exclusivamente de propiedad del Estado Nacional. (Artículo 4: se elimina el vencimiento de los recursos aduaneros,
queda igual a la constitución de 1853; artículo 67, inciso primero)

Reforma de 1898
Hacia fines del siglo XIX, se hizo evidente que el crecimiento de las actividades del gobierno desbordaba las
instituciones previstas en la Constitución. Por eso el Congreso Nacional aprobó el 20 de septiembre de 1897 la Ley
3507 declarando la necesidad de reforma constitucional, estableciendo las materias y artículos para reformar, la
representación asignada a cada provincia (los ciudadanos de los territorios nacionales no tuvieron derecho a elegir ni
ser elegidos) y demás requerimientos para conformar la Convención:

Artículo 1.- Declárase necesaria la reforma parcial de la Constitución, en lo relativo al número de habitantes que el
Artículo 37 fija como base para la elección de diputados al Congreso Nacional; en la disposición del Artículo 87,
relativa al número de Ministros del Poder Ejecutivo; y, en el inciso 1.º del Artículo 67, en cuanto no permite la
instalación de aduanas libres en los territorios del sud de la República.6

La elección se realizó el 30 de enero de 1897 y la Convención se instaló en la Ciudad de Buenos Aires el 24 de


febrero, funcionando hasta el 15 de marzo.67

La Convención Constituyente trató los tres puntos que el Congreso consideró necesario reformar, resolviendo:

 Cambio de la base de elección de diputados. La constitución de 1853 indicaba que se elegiría un diputado
cada 20 000 habitantes. El crecimiento poblacional demostró la necesidad de un cambio. El artículo se
reformó para que indicara que se elegiría un diputado cada 33.000 habitantes, y que el Congreso pudiera
elevar la base de elección de diputados para poder mantener su número en una cantidad razonable (de no
haber sido así, de acuerdo con los datos del Censo de Argentina de 2010 la Cámara debería estar formada
por 2004 miembros).
 Aumento de los ministerios. La Constitución fijaba en cinco el número de ministerios y deslindaba sus ramos
(Relaciones Exteriores, Interior, Justicia e Instrucción Pública, Hacienda, Guerra y Marina). Con la reforma, su
número aumentó a ocho y su deslinde se dejó a la legislación.

 Aduanas libres. La Convención rechazó esta posibilidad de reforma.7

Reforma de 1949
La necesidad de incorporar nuevos derechos sociales y las nuevas funciones del Estado, siguiendo los lineamientos
del constitucionalismo social, fueron los argumentos básicos que motivaron esta reforma. Fue promovida por el
gobierno de Juan Domingo Perón. La modificación incorporó en sus artículos los derechos de segunda generación
(laborales y sociales), reconoció la igualdad jurídica del hombre y la mujer, incorporó la función social de la
propiedad, estableció la autonomía universitaria, los derechos de la niñez y la ancianidad, el hábeas corpus,
facultades de intervención de Estado en la economía, entre otras normas. También posibilitó que el presidente
pudiera ser reelegido indefinidamente, y dispuso su elección y la de los diputados y senadores por voto directo.

Reforma de 1994
La reforma de la Constitución de la Nación Argentina de 1994 es una importante modificación realizada al texto
constitucional. Definió el texto constitucional, sobre cuya legitimidad plena no existía consenso y le otorgó rango
constitucional a los principales tratados de derechos humanos. Entre otros cambios, introdujo los derechos
de tercera y cuarta generación, normas para defensa de la democracia y la constitucionalidad, las características de
los órganos de gobierno, y nuevos órganos de control. La Convención Constituyente se celebró en las ciudades
de Santa Fe (sede tradicional de las convenciones constituyentes) y de Paraná (primera capital de la Confederación).

Esta reforma constitucional abarca 44 artículos y tiene 17 disposiciones transitorias, estableciendo entre otras
normas: el reconocimiento de los derechos de protección ambientales, del consumidor, a la información, la acción
constitucional de amparo simple y colectivo, los delitos contra la constitución y la democracia, la preeminencia de los
tratados internacionales, el voto directo y la reelección presidencial por una vez y acortamiento del mandato de 6 a
4 años, la reglamentación de los decretos por razones de necesidad y urgencia, el tercer senador por la minoría, el
Consejo de la Magistratura, la posibilidad de traslado de la Capital de la República, la autonomía a la Ciudad de
Buenos Aires, etc. También estableció el sistema de balotaje, una segunda vuelta electoral en la elección
presidencial en caso de que ningún candidato obtuviese más del 45 % de los votos válidos emitidos o sacando un
mínimo de 40 % superase al segundo por más del 10 %. Entre las disposiciones transitorias se destaca la primera,
que ratifica la legítima e imprescriptible soberanía argentina sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del
Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes.

Reforma constitucional de 1994 - Badeni


Dejando al margen la reforma de 1972 por su manifiesta inconstitucionalidad, a pesar de haber sido avalada por
algunos dirigentes políticos que, en 1994, se esmeraron por incorporar el actual art. 36 de la Ley Fundamental, lo
cierto es que a partir del año 1957 permanentemente se expresaron voces que propiciaban la reforma de la
Constitución Nacional. En ciertos casos, respondían a transitorias pasiones políticas y, en otros, a concepciones
ideológicas transpersonalistas totalmente extrañas a la doctrina humanista o personalista que nutre la Constitución
vigente.

El proceso propiciando la reforma constitucional adquirió carácter oficial cuando el presidente Raúl Alfonsín decidió
crear el Consejo para la Consolidación de la Democracia, mediante el decreto 2446/1985 del 24/12/1985.

En 1987 el Consejo presentó un informe destacando la conveniencia de una reforma parcial de la Constitución.

La obra proyectada por la Comisión se frustró cuando, después de los comicios de 1987, el partido político
gobernante quedó desprovisto de las mayorías necesarias para impulsarlo. De todas maneras, gran parte de las
propuestas de ese Consejo fue incorporada por la Convención Reformadora de 1994.

Ninguno de esos proyectos llegó a la etapa previa de convocatoria a una convención reformadora. La sanción de la
ley 24.309, el 29/12/1993, revirtió dicha situación aunque estuvo precedida y seguida por un proceso político cuyas
anomalías resintieron seriamente la legitimidad de la reforma que, solamente con el transcurso del tiempo y el
acatamiento de la ciudadanía, será posible revertir.

Dos importantes figuras de la política argentina, Raúl Alfonsín y Carlos Menem, arribaron sorpresivamente a un
acuerdo el 14 de noviembre de 1993 sobre el contenido que debía tener la reforma de la Constitución. En el llamado
"Pacto de Olivos", concertado sin debate previo, sin publicidad, sin conocimiento de la ciudadanía y a espaldas de los
partidos políticos que aquéllos representaban, quedaron especificados los temas para la reforma.

Ese acuerdo, que posteriormente mereció la aprobación impuesta coercitivamente por las estructuras partidarias de
aquellas figuras políticas, fue sometido a la Cámara de Diputados que, tras un breve y superficial debate, procedió a
su aprobación. Otro tanto hizo el Senado, aunque con una ligera modificación respecto de la duración del mandato
de quienes integran ese cuerpo. Finalmente, fue promulgada la ley 24.309.

En virtud de ella, y tal como constitucionalmente corresponde, la ciudadanía fue convocada a un acto comicial. En
ese acto, según las opiniones vertidas por prestigiosos analistas del comportamiento electoral, la votación estuvo
más encaminada a premiar o castigar a ciertos dirigentes y partidos políticos que a emitir un juicio sobre la eventual
reforma constitucional y su contenido.

A ello se añadió un total desconocimiento, por parte de la ciudadanía, no solamente sobre el contenido de la
reforma propuesta, sino inclusive sobre los alcances y valores de la Constitución. Todo parecía circunscribirse al
problema de la reelección presidencial con explícita referencia a la persona que ejercía la presidencia de la Nación y
a la necesidad de preservar el protagonismo político por parte de un ex presidente de la República.

Esa situación resintió la legitimidad del proceso reformador con los alcances asignados por la ley 24.309, porque el
concepto de legitimidad es de carácter político y no aritmético. Refleja un consenso manifiesto del pueblo sobre la
oportunidad y necesidad de introducir ciertas modificaciones en la Constitución para suprimir los obstáculos que
impiden alcanzar los fines perseguidos por una comunidad nacional. Pero mal puede existir ese consenso cuando no
se conoce debidamente la Constitución ni el contenido y efectos de la reforma propiciada.

La Convención Reformadora comenzó a funcionar el 25 de mayo de 1994 y concluyó su labor con la sanción de las
reformas y la redacción del texto constitucional ordenado, que fue publicado en el Boletín Oficial del día 23 de
agosto de 1994, entrando en vigencia al día siguiente de su publicación.

Con la reforma de 1994, la Constitución está integrada por 129 artículos, o si se quiere 130 con la inclusión del art.
14 nuevo, al tiempo que está complementada por 17 disposiciones transitorias de vigencia limitada.

Es una reforma importante por su extensión, con la salvedad de la de 1860 y la breve vigencia de la Constitución
neo-fascista de 1949. Pero no es una reforma necesariamente importante por su contenido, ni tampoco puede ser
presentada como generadora de una nueva constitución.

Ella no altera la finalidad de la Constitución de 1853/60, de modo que es incorrecto hablar de una nueva constitución
y sí de un texto reformado con el cual el país afrontará la problemática del siglo XXI. Prosigue siendo una
Constitución personalista, cuyo único objetivo es concretar la libertad y la dignidad del ser humano como máximos
valores en una escala axiológica a los cuales se subordinan la grandeza del Estado, la superioridad de una clase social
y cualquier otro valor transpersonalista autoritario.

La inclusión de presuntos nuevos derechos y garantías en realidad no es tal. Todos ellos ya estaban previstos con
amplia generosidad, explícita o implícitamente, en el texto anterior. Pero la inserción constitucional de algunas
modalidades de esos derechos preexistentes obliga a efectuar un intenso y honesto esfuerzo interpretativo para
evitar el absurdo de que se otorgue a ciertos derechos, en el ámbito individual o social, mayor jerarquía que a los
restantes. Todos ellos son, en definitiva, la institucionalización de diversas manifestaciones de una especie única: la
libertad y la dignidad del ser humano, que imponen el deber de armonizarlos mediante leyes reglamentarias.

En la organización del gobierno, la reforma fundamental reside en ampliar los poderes del presidente de la República
y permitir su reelección inmediata, al tiempo que se reduce el mandato a cuatro años. Podrá dictar decretos de
necesidad y urgencia sobre materias legislativas y, con autorización del Congreso, sancionar leyes como acontece en
algunos sistemas parlamentarios europeos. Ese incremento de poderes conlleva asignar al Congreso una importante
responsabilidad de control que, si no claudica de sus atribuciones por lealtades partidarias, permitirá preservar el
equilibrio de los poderes como garantía eficaz para evitar la concentración del poder en el presidente, con su secuela
inevitable de ejercicio abusivo y autoritario.

Se mantiene la forma federal de Estado, con reformas impositivas y económicas cuyas bondades dependerán de una
prudente y eficaz legislación reglamentaria. Asimismo, se asigna autonomía a la ciudad de Buenos Aires, que tendrá
su propio gobierno político aunque, mientras siga siendo capital de la República, su poder será limitado por la ley del
Congreso que se sancione para garantizar los intereses del Gobierno nacional.

Superada la euforia constituyente y el esnobismo constitucional que inspiraron la reforma, es necesario que se
imponga el equilibrio merced a una prudente y correcta interpretación de sus cláusulas, objetivo no concretado
hasta el presente. Una vez más, ello será posible a través de la educación del ciudadano y del ejemplo ético de los
gobernantes. Porque una Constitución no es solamente una ley fundamental sino, antes que ello, un símbolo
nacional que explicita los fines de la sociedad argentina y un instrumento de gobierno que debe ser cumplido
fielmente para la plena vigencia de un Estado de Derecho.

Nada mejor, a tales fines, que tener presentes las sabias palabras pronunciadas por fray Mamerto Esquiú al ser
jurada la Constitución en 1853 en la Iglesia Matriz de Catamarca: "Los hombres se dignifican postrándose ante la ley,
porque así se libran de arrodillarse ante los tiranos". Plausible recomendación que apunta a la vigencia del Estado de
Derecho, con su secuela de seguridad jurídica, mediante el estricto cumplimiento de las leyes, por el cual deben
bregar, sin claudicaciones, tanto los gobernantes como los gobernados.

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