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Con delicadeza Pablo traza un cuadro de la iglesia de Corinto, como si fuera necesario despertarlos a la
realidad. Tal vez algunos de nosotros, en tal situación, habríamos perdido la paciencia y hubiéramos
exclamado algo como: “Pero hijos míos, ¡fíjense quiénes son! ¡No valen nada y se dan el lujo de pelear entre
ustedes!” En realidad, es lo que dice el texto, Pero enfocando esa debilidad humana a través del prisma de la
misericordia divina.
Entrevemos así algo de la composición de aquella iglesia. Sus mismas características sociales eran una
base para que surgieran problemas. Pablo menciona seis categorías en las cuales ellos no son
“muchos”.1 Los diversos problemas descritos en los capítulos siguientes nos llevan a pensar que se trataba
de una congregación de cierta envergadura.2
Hay una distinción entre la mayoría y la minoría de la iglesia. Cuando Pablo dice que no hay “muchos”
poderosos, nobles, etc. está dando por sentado que sí hay “algunos”, aunque sólo algunos. La mayoría era
gente problematizada ya antes de entrar a la iglesia; traían tensiones internas que se reflejaban en la relación
entre ellos.
—Sabios “según la came”, siguiendo criterios humanos. Eran personas que tenían el privilegio de una
educación formal, de una cultura más o menos elevada. Quizá hoy diríamos: “No hay muchos doctores ni
letrados”.
—Poderosos, presumiblemente desde el punto de vista político: gobernantes, militares, etc. ¿Qué
diríamos hoy? “No hay muchos miembros del gobierno, de las fuerzas armadas, de los partidos políticos”.
—Nobles. Pertenecían a familias de alto rango social, con un linaje reconocido. Si bien esto hoy no pesa
tanto, diríamos: “No hay aristócratas ni familias de prestigio”.
—Fuertes. Quizá una fuerza no de tipo físico, aunque es la primera idea que nos viene a la mente—en
especial pensando en la importancia que se daba allí a los juegos atléticos. “No son muchos deportistas, ni
gente de físico notable” indicaríamos ahora.
—Prestigiosos, que en realidad no se nombran sino sólo su contrapartida: “lo vil del mundo, y lo
menospreciado”. A muchas de nuestras congregaciones podríamos decir: “Fíjense cuántos de ustedes son ex
mendigos, ex presos, ex desempleados” y quizá deberíamos agregar: “Y no están mucho mejor ahora”.
—Lo que es. Esta es una frase poco clara, que quizás sea sólo un resumen de todo to anterior. Algunos
suponen que se refiere a los no esclavos, que socialmente eran considerados poco menos que cosas y que
jurídicamente no eran nada. Por otra parte, “lo que no es” es la traducción de la expresión más despreciable
en el griego. Para el pensamiento griego, “ser” era todo, y ser llamado “nada” era el peor insulto.3
Más adelante veremos la descripción de los cultos en la iglesia de Corinto, donde había gran libertad
para que, sin mayor orden, los presentes hablaran, cantaran, oraran, etc. (14:26). Imaginémonos lo que podía
ocurrir. Allí podía estar un esclavo sentado junto a su dueño y sentir que tenía un mensaje del Señor (y
tenerlo en realidad); podría haber un mendigo en harapos que pretendiera dirigir el canto de algunos que
estaban vestidos con ropas de lujo; y tal vez un erudito podía hacer un estudio con palabras doctas que los
demás no entendieran. ¡Ciertamente era necesario el Espíritu de unidad que sólo da el Señor!
Con gente así, ¿qué ha hecho el Señor? Pablo exhorta a mirar “vuestra vocación”4 (v. 26a). Esta palabra
es la misma que “llamados” (v. 2), lo que nos dice por qué esa gente está reunida.5
Los vv. 26–29 no son tanto declaraciones despectivas acerca de los corintios sino la exaltación de la
maravillosa gracia de Dios. Lo que El hizo al elegir a los corintios no sólo demuestra su carácter—está lleno
de gracia—sino que además ilustra que Dios no está restringido por los valores del mundo. El no es
responsable ante los sabios ni debe responder a ellos sino que, por su obra de gracia, los avergonzó.6
Pablo nos dice que los pobres, ignorantes, viles, etc., avergonzarían a todos los sabios y entendidos.
Cristo ya había avergonzado a los “sabios” pues al escoger a los corintios, escatológicamente hablando ya
había comenzado la vindicación final sobre sus enemigos.
El v. 29 nos da un motivo para que “nadie se jacte en su presencia (la de Dios)”.7 Al elegirlos Dios eliminó
cualquier posibilidad humana de obtener el favor divino con recursos propios.
Cuando el v. 30 comienza con “mas”, establece una contraposición con lo anterior. Por un lado, están
todos los méritos del mundo; por el otro, nuestra nueva situación en Cristo Jesús.
Pareciera que Pablo sintió un santo temor de que le atribuyeran méritos que no tenía. Es cierto que había
ido a predicar a Corinto y allí había sufrido persecuciones, había luchado contra propios y extraños y, aunque
con falencias, había dejado una iglesia en marcha. El no lo negaba, pero de ninguna manera pretendía que
todo era obra suya y no del poder de Dios. No es que los cristianos deben limitar el lugar de quienes predican
la Palabra o dirigen la obra del Señor. Sin embargo, estos deben hacer un doble esfuerzo para que su acción
no desplace el lugar que corresponde al Señor.10
La insistencia en este punto de la carta tiene que ver con el tema que está tratando: la unidad. Como
mencionamos, uno de los argumentos de algunos líderes de grupos facciosos en la iglesia era que podían
apelar al nombre de su padre espiritual y fundador de la iglesia. Como era lógico que ese papel tan especial
no fuera dejado de lado, el argumento tenía su peso. No se trataba de seguir a una figura secundaria como
Apolos, ni a una personalidad lejana como Cefas, sino a quien más importancia podía tener en la historia
de aquella congregación.
Por otra parte, es importante notar el tono empleado por el apóstol.
Quizá todo eso era una sorpresa para los corintios, que debían recordar a Pablo con admiración. ¡De
modo que aquellos mensajes inflamados de poder surgían de un hombre que temblaba ante Dios! ¡Y aquellos
notables argumentos eran sólo una inspiración directa del Espíritu, que usaba los conocimientos previos del
apóstol! ¡Y aquella fuerza ante las pruebas era exhibida por un hombre que se consideraba débil! Hay una
sola conclusión posible: el poder de Dios es infinito, y el poder de Pablo no radicaba en la persona o la
presentación del predicador sino en la obra del Espíritu.
EL FUNDAMENTO DE LA IGLESIA
Canclini, A. (1995). Comentario bı́blico del continente nuevo: 1 Corintios. Miami, FL: Editorial Unilit.