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ANÁLISIS DE LA “EXPERIENCIA
ESPIRITUAL” DE JESÚS EN
SUS TENTACIONES

Después de ver la abundancia de textos con que el


Nuevo Testamento afirma que Jesús tuvo tentaciones, ana-
licemos la experiencia espiritual que vivió Jesús en sus ten-
taciones, tratando de ver “por qué” las tuvo, “cómo” las
vivió, y “para qué” las vivió así. Son tres puntos de análisis
antropológico y espiritual. El primer punto se resume
diciendo que si queremos entender por qué tuvo Jesús ten-
taciones como nosotros, hemos de tomar muy en serio la
humanidad de Jesús. El punto dos consiste en explorar
la fascinante “experiencia espiritual” que vivió Jesús de
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Nazaret al afrontar las tendencias negativas de la condi-


ción humana en su vida y en su muerte. Y en el punto tres,
se trata de comprender que eso lo vivió Jesús en solidari-
dad redentora y liberadora de nuestra condición humana.

LA HUMANIDAD DE JESÚS, ÚNICA VÍA


PARA ENTENDER SUS TENTACIONES

Tres cosas me parecen indispensables para comprender


la experiencia espiritual de Jesús en sus tentaciones desde el
Nuevo Testamento. La primera es una actitud previa: res-
petar el género literario de los diferentes textos que nos
hablan de las tentaciones de Jesús. La segunda es la más
esencial: tomar muy en serio la humanidad de Jesús. Y la

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tercera, situar la humanidad de Jesús dentro de la cultura y
las costumbres de su pueblo en su tiempo.
Sobre la necesidad de respetar el género literario de cada
texto bíblico, hemos hablado en los dos capítulos anteriores
mostrando las diferencias que hay entre los “relatos sim-
bólicos”, que expresan las cosas con mitos y símbolos, y
los “textos narrativos” que cuentan hechos históricos. Ya
hemos señalado las falsas nociones que produce interpre-
tar “literalmente” (como si fueran hechos históricos con-
cretos) lo que son “mitos” y “símbolos”. Quedó dicho lo
esencial para entender correctamente las tentaciones de
Jesús de que nos hablan los textos bíblicos. Abordemos
ahora lo más esencial para comprender la experiencia de
Jesús en sus tentaciones.

DEBEMOS TOMAR MUY EN SERIO LA HUMANIDAD DE JESÚS

Jesús tuvo tentaciones porque asumió y vivió nuestra


condición humana tal como es, con sus límites y sus ten-
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dencias negativas. Por eso, lo que lleva a entender la “expe-


riencia humana” de Jesús de ser tentado, es tomar con toda
seriedad la humanidad de Jesús. Si aceptamos que Jesús
vivió su humanidad con todo realismo, lo demás es cues-
tión de lógica.
Efectivamente: porque Jesús vivió nuestra condición
humana tal como es, con sus límites, carencias y tendencias
negativas, en ella vivía humanamente, históricamente, su
obediencia filial a Dios Padre como Hijo amado y Mesías.
Y como la condición humana no solo tiene capacidades y
tendencias positivas, sino que tiene también capacidades y
tendencias negativas, Jesús en sus sentimientos y decisiones
al vivir día a día su misión frente a situaciones adversas, en
medio costumbres negativas y en relación con personas
e instituciones que lo rechazaban y le perseguían, hubo

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de sentir como humano las incitaciones de las tendencias
negativas de la condición humana. Es decir, tuvo realmen-
te “tentaciones”.
Si no se toma en serio la humanidad de Jesús, si no se
acepta o no se entiende ni se valora el hecho de que Jesús
vivió nuestra condición humana tal como es (con sus ten-
dencias negativas) no se puede entender que Jesús tuviera
realmente “tentaciones”. Y en ese caso se falsea su huma-
nidad, falseando también la persona de Jesús y su misión
que serían la persona y la misión de un “Superman” o
“Super-hombre de ficción”; lo cual colocaría también en la
ficción su divinidad.
Eso es lo que sucede siempre que se pierde de vista la
humanidad de Jesús, su vivencia histórica de la condición
humana; siempre que se niega o se olvida y se falsea la
humanidad de Jesús, creyendo que es indigno de Dios vivir
la condición humana con sus límites, carencias y tenden-
cias negativas. En la historia de la Iglesia ha sido frecuen-
te esa forma de negar o falsear la humanidad de Jesús,
como lo muestra la evolución de la cristología que resumo y
simplifico en cuatro puntos.
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1. Nació la cristología en la constatación de la


humanidad de Jesús
En los orígenes del cristianismo, el punto de partida de
la cristología fue la constatación de la humanidad de Jesús.
Uno de los autores que más ha estudiado la historia de la
cristología, Andrés Torres Queiruga, dice que “para los pri-
meros testigos, Jesús de Nazaret fue ante todo un hombre.
Un hombre como los demás, en un ambiente de inquietud
religiosa y mesiánica que hacía que su figura fuera perfec-
tamente verosímil. En su apariencia, en su hablar, en su
psicología, en su familia, en sus necesidades fisiológicas y
en su repercusión pública, aparece como un hombre de su
tiempo que llamó la atención por la intensa singularidad

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de su conducta, pero no era el único; y tuvo fervorosas
adhesiones, pero también apasionados rechazos. Para un
observador no especialmente interesado, su vida tuvo más
bien la apariencia de un fracaso bastante estrepitoso” 1.
De la humanidad de Jesús partió la cristología, y des-
pués de los sucesos pascuales, sorprendentemente, aque-
llos primeros testigos le atribuyeron a Jesús los títulos bíbli-
cos de Mesías, Señor, Salvador e Hijo de Dios, porque com-
prendieron que a través de esa humanidad de Jesús, débil,
tentada, sufrida y mortal, vivida en su fidelidad al amor sin
egoísmos, actuó en el hombre Jesús como en ningún otro
mortal el Espíritu de Dios. Es decir: en su humanidad his-
tórica y crucificada, vieron su divinidad. Esa fue, y vuelve
a ser hoy, la gran “intuición cristológica”.
En aquel paso inicial desde su humanidad a su divi-
nidad, los “títulos divinos” no oscurecían la conciencia de
su humanidad, sino que la iluminaban y la profundizaban
afirmando, no solo el hecho de que Jesús vivió verda-
deramente nuestra condición humana, sino también que,
viviéndola como Él la vivió, la redimió, la santificó, la libe-
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ró del sometimiento a sus tendencias negativas.


Abundan en el Nuevo Testamento los textos que lo
afirman. Además de los textos citados en el capítulo ante-
rior sobre Jesús viviendo nuestra condición humana (sobre
todo Filipenses 2,5-8) hay varios textos en los que las pri-
meras comunidades expresan su fe en que el que fue cons-
tituido Señor y Salvador no era un “ser celestial”, sino el
hombre Jesús de Nazaret. Así, la más primitiva profesión
de fe: “Jesús es el Señor” (1 Cor 12,3b). Y también esta otra:
“nosotros creemos que Jesús murió y resucitó” (1 Tes 4,14).

1. A. TORRES QUEIRUGA, “La apuesta de la cristología ac-


tual”, en ¿Quién decís que soy yo? (Estella 1999) 17-18. Véase
también su libro Repensar la cristología (Estella 1996) sobre
todo el capítulo 6, “Jesús, hombre verdadero”, 179-213.

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Las profesiones de fe son recogidas por los evangelios
sinópticos para expresar el anuncio de la resurrección en
los relatos del sepulcro vacío: “Jesús de Nazaret, el crucifica-
do, ha resucitado” (Mc 16,6; Mt 28,5-6; Lc 24,4-6). En los
encuentros del resucitado con los discípulos, se dice con
las llagas gloriosas que el resucitado es el que fue crucificado
(Jn 20,20.27). Y sentencia Pedro en su primera carta:“como
era hombre lo mataron, pero como poseía el Espíritu resuci-
tó” (1 Pedro 3,18b).

2. Surgieron controversias sobre la humanidad de Jesús


Si el interés por la humanidad de Jesús se centró pri-
mero en la actividad del “hombre Jesús” al anunciar e ini-
ciar la nueva vida del Reino de Dios (en su práctica históri-
ca, que en aquellas circunstancias resultó conflictiva y lo
llevó a la cruz) pronto se desplazó ese interés hacia el estu-
dio filosófico-abstracto del ser personal de Jesús, y ahí sur-
gieron fuertes “controversias cristológicas” en las que, dife-
rentes opiniones debatieron sobre la “ontología del ser” de
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Jesús en conceptos de la filosofía griega.


Los debates bajaron a las calles y hubo obispo que
escribió entusiasmado: “¡Hasta el panadero quería discutir
si había una o dos naturalezas en Cristo!”. Se discutía en los
mercados si Jesús era una persona o dos personas en una,
si tenía una naturaleza humana y otra divina o si su huma-
nidad no era real sino aparente o especial, y si Él era per-
sona humana como todos...
Así comenzó el tiempo en que los títulos y atributos
“divinos” aplicados a Jesús cobraron tal importancia, que
oscurecieron su humanidad histórica como si fuera incom-
patible con su divinidad. Y surgieron varios tipos de des-
viaciones y “herejías cristológicas” que se iban alternando.
Algunos afirmaban de tal manera la humanidad de
Jesús, que excluían su divinidad: Jesús sería solo hombre. Y

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en el Concilio de Nicea (año 325) los obispos de Oriente
definieron dogmáticamente que esa visión era herética
(contra Arrio y los diferentes “arrianismos”). Y otros afir-
maban de tal modo la divinidad de Cristo, que excluían su
humanidad, o admitían una humanidad libre de límites e
imperfecciones y de tendencias negativas. Y el Concilio de
Constantinopla (año 381) decidió que también esas afir-
maciones eran falsas: los obispos definieron que Dios nos
salva asumiendo la naturaleza humana pecadora; prevale-
ció la famosa afirmación de algunos Santos Padres de que
“lo que no es asumido, no queda redimido”.
El Papa León I terció en los debates diciendo que
“negar la verdad de la naturaleza humana de Cristo es un mal
tan peligroso como negar que su gloria es igual a la del Padre”.
Finalmente, en el año 451 el Concilio de Calcedonia afir-
mó como verdad de fe que Jesucristo es “consustancial con
el Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según
la humanidad; verdadero Dios y verdadero hombre”.

3. Quince siglos después propusieron liberar a Jesús de


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la “deshumanización”
En 1951, al cumplirse los mil quinientos años del Con-
cilio de Calcedonia, se publicó una obra conmemorativa
gigantesca, con buenos estudios de cristología en los que
teólogos europeos de la talla de Karl Rahner y Urs von
Baltasar, proponían recuperar la humanidad de Jesús en la
teología y en la conciencia viva de la Iglesia, para liberar a
Jesús de la “deshumanización” que sufría en una “noche
eclesial” que duraba siglos.
Y no muchos años después, en 1965, el Concilio Vati-
cano II proclamaba a Jesús Nuevo Adán, Hombre Nuevo,
diciendo: “Hijo de Dios que por su encarnación se identificó con
todos los humanos, ya que trabajó con manos de hombre, reflexio-
nó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad humana y amó

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con humano corazón. Nacido de María, es verdaderamente uno
de nosotros, semejante a nosotros en todo excepto en el pecado” 2.

4. “La divinidad en la humanidad” es la apuesta actual de


la cristología
El momento presente de la conciencia sobre la huma-
nidad de Jesús es excelente en los estudios de cristología.
Torres Queiruga asegura que “la apuesta de la cristología
actual es la divinidad en la humanidad”.
Dice él: “En un proceso tan amplio y complejo resulta
aventurado definir algo como clave central. Aún así, tal vez
no sea demasiado atrevido decir que el fruto más claro y
que más fecundo se está mostrando es la evidencia cre-
ciente y cada vez más unánime de que no existe rivalidad ni
contradicción entre la afirmación de la humanidad y la divi-
nidad en Jesús”.
“Largos siglos de transmisión dogmática reforzada por
una hermenéutica ‘literalista’ que no se esforzaba por lle-
gar a la experiencia original que da vida a los textos, habí-
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an introyectado casi como evidente la idea de que para


afirmar la divinidad de Cristo era preciso rebajar y despre-
ciar la humanidad del Nazareno”.
“Hoy esa idea se ha roto: no es en la degradación y el
desprecio de la humanidad de Jesús, sino en su aprecio
(según los valores auténticos que Él ayudó en medida deci-
siva a descubrir) donde percibimos actualmente el anuncio
del misterio de su divinidad: en su ternura con los sufrien-
tes, en su espíritu de servicio, en su fraternidad sin restric-
ciones, en su libertad incluso contra tabúes religiosos y
sacrales, en su ser para los demás, etc., aparece un ‘exceso
de bondad’ que abre lo humano hacia un misterio más
hondo”.

2. Gaudium et Spess, 22.

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Y cita Torres Queiruga una frase feliz con que el teólo-
go brasileño Leonardo Boff resumió una extensa y densa
reflexión cristológica del gran teólogo alemán Karl Rahner:
“Humano así, solo puede serlo Dios” 3.
Humano como nosotros, pero, Bueno como Dios. En
Jesús, la vivencia de las tentaciones es parte de su humani-
dad; y las tentaciones vencidas en su humanidad vivida con
amor sin egoísmos, forman parte de esa gran prueba histó-
rica de su divinidad que es su humanísima humanidad.
“La vida de Jesús no tiene sentido si la arrancamos de
su condición y trama humana (...) Jesús se metió hasta la
raíz en nuestra condición humana y en ella y desde ella fue
hombre y quiso ser hombre con todas las consecuencias;
y en ella y desde ella quiso cumplir su misión; y en ella y
desde ella vivió la aventura de anunciar el Reino de Dios”.
Así se expresaban en los años 80 los profesores españoles
de teología, Julio Lois, José Ramón Guerrero y Benjamín
Forcano, en un escrito militante 4
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TOMAR EN SERIO LA HUMANIDAD DE J ESÚS, PIDE SITUARLA


EN LA CULTURA Y COSTUMBRES DE SU PUEBLO

Nunca hay que olvidar que Jesús cumplió su misión


mesiánica desde su condición humana vivida en los con-
textos históricos y costumbre socioculturales y religiosas
de su pueblo en su tiempo, que eran muy diferentes de
nuestros contextos y costumbres.
Sin embargo, nos ayuda a relacionar nuestras vidas con
la de Jesús y a asumir su causa y su misión en nuestros días,
el hecho de que sus contextos históricos y los nuestros

3. A. TORRES QUEIRUGA, ¿Quién decís que soy yo?, 46-48.


4. B. FORCANO, J. R. GURERRERO, J. LOIS, “Del Jesús palesti-
nense al Cristo de la fe”, en Un tal Jesús (San Salvador 1992) I, 19.

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coinciden bastante en dos datos muy significativos. En los
contextos y costumbres en que vivió Jesús, abundaban las
situaciones inhumanas e injustas que afectaban mortal-
mente a las mayorías pobres y a los sectores y personas
excluidas de la vida por diversas razones; era necesario
y urgente el cambio. Y en el sistema global neoliberal de
nuestros días, en la mayoría de los países abundan las
situaciones injustas e inhumanas que afectan mortalmente
a las mayorías empobrecidas y a personas, sectores y pue-
blos excluidos de la vida; el cambio es también necesario
y urgente. Y ahora como entonces, ese cambio “necesario
y urgente” parece imposible. Y entonces y ahora las situa-
ciones injustas, inhumanas y letales, eran y siguen siendo
fruto de las mismas tendencias negativas de la condición
humana, aunque se manifiesten y actúen en circunstancias
y condiciones diferentes ahora y entonces, por los grandes
cambios históricos que median entre épocas tan distantes
y distintas.
Que es indispensable ver la vida humana de Jesús den-
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tro de las situaciones sociales, religiosas y políticas de su


pueblo judío en aquel tiempo, lo entiende cualquiera con
solo pensar que cada persona humana, cada uno de noso-
tros, vivimos nuestra condición humana en los tiempos y
lugares concretos de nuestra historia personal, familiar y
colectiva. Nos vamos realizando cada uno dentro de una
sociedad, en un pueblo concreto y en su cultura, lengua y
costumbres. Ahí nos jugamos día a día nuestros crecimien-
tos humanos y cristianos o nuestros deterioros y retrocesos,
según cómo respondamos a los desafíos de las situaciones
y sucesos que nos rodean y nos condicionan. Ahí activamos
las potencialidades y tendencias positivas de nuestra condi-
ción humana (según nuestra conciencia y formación) y ahí
se nos activan las tendencias negativas de nuestra condición
humana y sentimos nuestras “tentaciones”.

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Pues, Jesús de Nazaret también vivió así nuestra con-
dición humana: en un tiempo y unos lugares concretos de
su pueblo judío, donde nació, creció y anduvo en medio de
las gentes concretas de los grupos e instituciones de poder
y de las personas de los sectores marginados; en situacio-
nes familiares y sociales, religiosas, económicas y políticas
concretas, determinadas por una cultura y unas costumbres
condicionadas por las tradiciones, normas y observancias
de la Ley (la Torá) y el Templo de Jerusalén; bajo la ocu-
pación extranjera del Imperio Romano y con la complici-
dad del mal gobierno de Herodes que reinaba endiosado y
administraba con tiranía los tributos e impuestos que arrui-
naban a la población campesina, acrecentando el número
de pobres y miserables.
Ahí cumplía Jesús su misión mesiánica de anunciar y
practicar la “Buena Noticia” para pobres y sufridos, peca-
dores y excluidos: la llegada del Reino del Dios de la vida
digna, justa y fraterna para todos los hombres, mujeres y
niños. Un proyecto de vida radicalmente opuesto al siste-
ma de vida imperante en Israel en aquel tiempo, en medio
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de un hervidero de expectativas “mesiánicas” de libera-


ción, cuando el código de la pureza legal sustituía a los
códigos de la misericordia, la solidaridad y la justicia pro-
pios de la Alianza con el Dios de la vida digna para todos,
y excluía de la vida común y del culto y la salvación a
numerosos sectores de población por razones de origen,
sexo, edad, enfermedad, profesión laboral, patrimonio y
honra pública.
Y era ahí, en esas circunstancias históricas, donde Jesús
trataba de cumplir su importante y difícil misión, y donde,
ante las enormes dificultades e incomprensiones y recha-
zos, sentía Él que las tendencias negativas de la condición
humana le generaban “tentaciones”. Por eso, tomar en
serio la humanidad de Jesús implica situarla siempre den-
tro de la cultura y las costumbres de su pueblo, en aquel

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tiempo del siglo I en que Israel atravesaba una profunda
crisis religiosa, social, económica y política. Es lo que la
cristología más reciente llama “el carácter históricamente
situado de la humanidad de Jesús”.
Nosotros debemos tomar así en serio la humanidad de
Jesús, viéndola en los contextos y costumbres de su pueblo
judío en aquel tiempo. Sabiendo, además, que el proyecto
de vida digna, justa y fraternalmente solidaria para todos y
todas, que fue la Causa a la que Jesús vivió y murió fiel des-
de nuestra condición humana, es el proyecto de vida por
cuya Causa hoy debemos nosotros vivir y morir vencien-
do como Jesús las tendencias negativas de nuestra condi-
ción humana, ahora históricamente situada en los comien-
zos de este siglo XXI anunciado con acierto desde hace
años como “fascinante y cruel” 5.
Si desconectamos la humanidad de Jesús de sus con-
textos históricos, conoceremos mal la persona de Jesús y
su obra y fracasará nuestro seguimiento de Jesús6. Y si nos
desconectamos nosotros de nuestros contextos históricos,
también fracasará nuestro seguimiento de Jesús y el prose-
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guimiento de su misión y de su causa.

EXPLOREMOS LA “EXPERIENCIA ESPIRITUAL”


DE J ESÚS EN SUS TENTACIONES

Un primer dato que nos puede guiar en la exploración


de la “experiencia espiritual” de Jesús en sus tentaciones, es

5. En 1991, Enrique Iglesias, director entonces del Banco Inter-


americano de Desarrollo (BID) anunció: “El siglo XXI será
fascinante y cruel”. Y lo está siendo: fascinante para unos
pocos y cruel para todos.
6. Véase B. J. MALINA, El mundo social de Jesús y los evangelios
(Santander 2002).

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que todo el Nuevo Testamento presenta a Jesús de Nazaret
como el hombre lleno del Espíritu, según los anuncios de
los profetas de que el Mesías vendría ungido con la pleni-
tud del Espíritu de Dios, que lo fortalecería con sus dones
para que pudiera cumplir cabalmente su misión mesiánica.
Los evangelios sinópticos resaltan de manera singular la
manifestación de esa plenitud del Espíritu en Jesús duran-
te su Bautismo en el Jordán (Mc 1,9-11; Mt 3,13-17; Lc
3,21-22).
Después, los sinópticos preanuncian que Jesús enfren-
tará sus tentaciones con la lucidez y la fuerza de ese Es-
píritu (los “sumarios” que ya hemos comentado). Y Lucas
dice que Jesús fue llevado por el Espíritu a Nazaret, don-
de se apropió el anuncio de Isaías 61,1ss presentándose
como el Ungido con el Espíritu del Señor: “Llegó Jesús a
Nazaret, donde se había criado, y, según su costumbre,
entró en la sinagoga un sábado y se levantó para hacer la
lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías, y leyó el
pasaje donde está escrito: El espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los
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pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cauti-


vos y a dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a
proclamar el año de gracia del Señor. Después enrolló el
libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que esta-
ban en la sinagoga tenían los ojos clavados en él, y les
dijo: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. (Lc
4,16-21).
La primera reacción de la gente fue de entusiasmo,
pero al instante pasaron al asombro y a un rechazo tan
airado que sus paisanos quisieron despeñar a Jesús por un
barranco. ¿Por qué? Porque conocían su origen humilde y
a toda su familia, y no podían creer que un hombre como
él, tan igual a todos, tuviera esa misión tan divina y con
tanta fuerza del Espíritu (Lc 4,22-30).

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SE DIO UNA FELIZ COMPLICIDAD ENTRE JESÚS Y EL ESPÍRITU

Los cristianos de la primera generación estaban con-


vencidos de que el Espíritu de Dios acompañaba a Jesús y
lo fortalecía en el cumplimiento de su misión. El profesor
suizo de Nuevo Testamento Eduard Schweizer estudió a
fondo la acción del Espíritu en sus testigos del Antiguo y
del Nuevo Testamento, y señala que en “las afirmaciones
de la primitiva comunidad sobre Jesús” existe la confesión
de fe de una “particularísima compenetración de Jesús con
el Espíritu de Dios”. Y extrae de su estudio la conclusión
de que “toda la actuación de Jesús” durante la práctica de
su misión, “no es otra cosa que la vida activa del Espíritu
de Dios” 7.
En toda la Biblia, el Espíritu es la actividad de Dios en
referencia a la vida, para crearla y recrearla o salvarla. En el
evangelio de Juan hay varias escenas que muestran que Jesús
vivía una gran experiencia de ese Espíritu de vida. En su
conversación con el fariseo Nicodemo, que visita a Jesús de
noche (Jn 3,1-21) habla Jesús como quien conoce el secreto
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proceder de ese Espíritu, del cual sabe que, “como el viento,


sopla donde quiere: oyes su rumor, pero, no sabes ni de dónde vie-
ne ni a dónde va”, y sin embargo te hace “nacer de nuevo”.
En el Antiguo Testamento, el Espíritu (en hebreo “la
ruâh”) es la ráfaga del viento húmedo portador de lluvia y
de vida, y tiene connotación femenina y materna en refe-
rencia a la vida que sale de sí y se da generando vida. Y es
que el Espíritu de Dios es la acción vivificante de Dios fue-
ra de sí, el fecundo “altruismo” del Amor absoluto que se
da y genera vida.
Y en el Nuevo Testamento, el Espíritu es el amor siem-
pre vivo y fiel entre el Padre y el Hijo. Con ese amor envía
el Padre al Hijo, y con ese amor intima el Hijo con su

7. E. SWHEIZER, El Espíritu Santo (Salamanca 1984) 69.

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Dios-Padre, Abbá, y le es fiel, hace su voluntad cumplien-
do su misión fielmente. Misión de amor paterno-filial y de
amor fraterno a toda la humanidad: misión de oferta de
vida digna, filial y fraterna, para todos y todas.
Así se comprende que el Espíritu que acompaña siem-
pre a Jesús sea el Espíritu del Reinado del Dios de la “vida
plena”. Y se comprende por dónde va y funciona esa “par-
ticularísima compenetración de Jesús con el Espíritu de
Dios” en que creían los cristianos de la primitiva comuni-
dad. Se trata de una verdadera “complicidad” entre Jesús y
el Espíritu, para instaurar el Reinado del Dios de vida en el
amor sin egoísmos, anunciándolo y viviéndolo a contra-
mano de las tendencias negativas de la condición humana,
frente las “tentaciones” que si no son vencidas, deshuma-
nizan la vida. Este es el sentido y el alcance de todas las
acciones de Jesús dignificando y humanizando la vida en
su “práctica del Reino”.
O sea, que en su misión, Jesús vive en complicidad con
el Espíritu Santo una apasionante “experiencia espiritual” o
“espiritualidad” de salvación de la vida y de la condición
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humana, dignificándolas y humanizándolas para todos y


todas.
La cristología de los Padres de la Iglesia recoge y ana-
liza esa complicidad entre Jesús y el Espíritu. Para san
Ireneo, el Espíritu y el Hijo son “las dos manos de Dios
Padre”. Ireneo dice que Dios Padre realiza su labor en
favor de la humanidad a lo largo de los tiempos, por
medio de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu 8. Y
Orígenes, “bellamente nos dice en el Comentario a Juan,
que el Espíritu se ha unido tan estrechamente a Jesús que
ya no se puede separar de él”, y que “el Espíritu colabora
synergesai con Jesús” 9.

8. C. GRANADO, El Espíritu Santo en la teología patrística


(Salamanca 1987) 33.
9. Ibíd., 108.

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Cabestrero, Teófilo. Pero la carne es débil: antropología de las tentaciones de Jesús y de nuestras
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Hay un texto en los tres evangelios sinópticos, que
revela esa experiencia de Jesús vivida en complicidad con
el Espíritu Santo. Lucas ha relatado sumariamente que “un
gran gentío” de varias regiones acudía a Jesús “para que los
curara de sus enfermedades”; y asegura Lucas que “toda la
gente quería tocarlo porque salía de Él una fuerza que los cura-
ba a todos” (Lc 6,17-19). Y luego, ante la curación de un
hombre mudo calificado de “endemoniado” en el lenguaje
religioso de entonces, los fariseos acusan a Jesús: “expulsa
los demonios con el poder de Belcebú, príncipe de los demonios”.
Y les responde Jesús con ironía planteándoles este dilema:
“Dicen ustedes que yo expulso los demonios con el poder del prín-
cipe de los demonios; pero, si yo expulso los demonios con el poder
de Dios, es que ha llegado a ustedes el Reino de Dios” (11,20).
En Mateo, Jesús es más explícito y dice: “Si yo expulso
los demonios con el poder del Espíritu de Dios, es que ha llega-
do a ustedes el Reino de Dios” (12,28). Porque Mateo ve en
esas prácticas de Jesús el cumplimiento del “segundo can-
to” del profeta Isaías sobre el Siervo de Dios ungido y asis-
tido por el Espíritu (cf Mt 12,15-21). Y añade Jesús reve-
lando cómo aprecia él al Espíritu Santo: “Al que diga algo
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contra este Hijo del hombre se le perdonará, pero al que lo diga


contra el Espíritu santo, no se le perdonará ni en este mundo ni
el otro” (12,32). También Marcos trae esta expresiva sen-
tencia de Jesús (Mc 3,22-30).
Estos textos muestran la actividad del Espíritu en las
acciones de Jesús, que son los signos de vida de la llegada
del Reino de Dios, y muestran el gran aprecio de Jesús
hacia el Espíritu Santo 10. Se ve en todo eso, la comple-
10. Una síntesis de la entrañable relación entre Jesús y el Es-
píritu según el Nuevo Testamento y los santos Padres, en T.
CABESTRERO, ¿A qué Jesús seguimos? (Bilbao 2004) 37-57.
Véase también F-X. DURRWELL, El Espíritu del Padre y del
Hijo (Madrid 1990); y J. ESPEJA, Creer en el Espíritu Santo
(Madrid 1998) 35-51. Más ampliamente, en la obra de J. D. G.
DUNN, Jesús y el Espíritu (Salamanca 1981) 31-123.

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mentación y feliz complicidad que vivían Jesús y el
Espíritu enfrentando los males que hacían infeliz y desgra-
ciada a tanta gente excluida de la vida, y abriendo paso al
Reino del Dios de la vida digna para todos. Se ve el papel
del Espíritu iluminando y fortaleciendo a Jesús para vencer
las tendencias negativas de su propia condición humana
en las “tentaciones” que, sobre todo desde las injustas nor-
mas y costumbres establecidas y desde los enemigos de su
Causa y su Proyecto, incitaban a Jesús a desviarse de su
fidelidad a la misión por los caminos fáciles y cómodos,
triunfales y populistas, que son los caminos de las tenden-
cias egocéntricas de la condición humana.

VENCER LAS TENTACIONES


FORMA PARTE DEL ESTILO DE VIDA DE J ESÚS

Enfrentar y vencer todas las tentaciones propias de la


condición humana, tanto las tentaciones personales inte-
riores, como las provenientes del ambiente, de las costum-
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bres, normas y leyes, y de los enemigos de su misión me-


siánica (tentaciones colectivas en su pueblo) era esencial
en la fidelidad de Jesús a la voluntad de Dios-Padre cum-
pliendo su misión. Ahí estaba el Espíritu fortaleciendo la
libertad y el amor fiel de Jesús, e iluminándole en su dis-
cernimiento para deshacer las trampas y engaños de las
tentaciones. Así lo sugiere con claridad el evangelio de
Lucas con el recurso literario con que (él más que ningún
otro evangelista) hilvana los pasos de Jesús guiado por el
Espíritu desde su bautismo hasta el Calvario:

• Después del bautismo, hace Lucas la siguiente ila-


ción: “Jesús regresó del Jordán lleno del Espíritu Santo; y
el Espíritu lo condujo al desierto”, al lugar de las tenta-
ciones (Lc 4,1) queriendo decir que el mismo Espíritu

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Santo de que estaba lleno Jesús, le hará enfrentar con
la fuerza de Dios las “tentaciones” que se opongan a
que cumpla fielmente su misión.
• Y después de la escena simbólica de las tentaciones
de Jesús, de nuevo Lucas escribe: “Jesús lleno de la
fuerza del Espíritu, regresó a Galilea y su fama se exten-
dió por toda la comarca” (4,14). Va fortalecido con el
Espíritu, y se presenta en la sinagoga de Nazaret,
donde se declara ungido por el Espíritu para cumplir
su misión (4,16-21). Allí mismo Jesús enfrenta la des-
confianza y el rechazo de sus paisanos (4,22-30).
• Luego pasa a Cafarnaún, y se entrega a la práctica de
la vida del Reino de Dios sanando y mejorando la
vida de la gente (4,31ss).
Compenetrado con el Espíritu de Dios, Jesús vivía una
fascinante “experiencia espiritual” haciendo de cada “ten-
tación” una ocasión de crecimiento en su fidelidad. Supe-
rar las tendencias negativas de nuestra condición, era habi-
tual en la “espiritualidad” con que Jesús vivía la condición
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humana. Formaba parte de su estilo de vida: la energía


divina del Espíritu le impulsaba a realizar en cada instante
el Reino de Dios y su justicia, sin ceder a los “cantos de
sirena” de las tentaciones.

LO MÁS FASCINANTE
DE LA “EXPERIENCIA ESPIRITUAL” DE J ESÚS

Practicar y anunciar la vida del Reino de Dios con la


fuerza del amor del Espíritu, le apasionaba a Jesús, daba
sentido a su vida y a la entrega de su vida para que todos
y todas tuvieran vida filial y fraterna, digna, justa, feliz. En
ese anuncio y práctica del Reino, centró el Espíritu la rela-
ción filial de Jesús con su Dios Abbá (Padre bueno); re-

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lación de amorosa obediencia al amor del Padre y a su
Causa y Proyecto de vida para todos los humanos, lo cual
fundamentaba sólidamente la autoestima de Jesús.
Y se comprende que en eso Jesús se realizaba a cabali-
dad, cumpliendo el ser fiel a su condición humana perso-
nal y de todos los hombres y mujeres con quienes Jesús
comparte solidaria y fraternalmente la humanidad, sin
límites de fronteras, lugares, tiempos, razas, culturas y reli-
giones.
Esto es lo más fascinante de esa “experiencia espiritual”
de Jesús: que dejándose llevar por el Espíritu de amor sin
egoísmos, consigue vivir Jesús una fidelidad en la que es
fiel a su obediencia al Padre (que Jesús dice que es “su ali-
mento”, lo que le hace vivir) siendo fiel a la vivencia coti-
diana del amor sin egoísmos en su condición humana limi-
tada e imperfecta, venciendo las tentaciones de las ten-
dencias negativas de esa condición. Y al vivirla así, la dig-
nificaba, la redimía, la liberaba de la esclavitud del someti-
miento a las tendencias negativas que la deshumanizan.
Así se hace Jesús solidario con todos los hombres y
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mujeres que, en Él, tenemos acceso al torrente del amor


sin egoísmos con que su Espíritu le hace vivir la condición
humana en fidelidad a Dios y a todos los humanos.
Impresiona pensar lo en serio que se toma Jesús el ser
fiel a nuestra condición humana, cargando con ella sin pri-
vilegios, sin facilitarse la vida ni la muerte con poderes
milagrosos en favor propio; prefiriendo sufrir solidaria-
mente la condición humana para beneficiar a todo ser
humano, ante todo a quienes sufren más los límites y la
imperfección de nuestra condición humana y los crueles
efectos de sus tendencias negativas, a las “víctimas” de la
deshumanización.
Para eso libera Jesús existencialmente su propia condi-
ción humana (con alcance solidario) de los malos efectos
de sus tendencia negativas. No la libera de las tendencias

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negativas o tentaciones, sino de ceder a ellas y a sus efectos
deshumanizantes. Venciendo esas tentaciones, las “posi-
tiviza” convirtiéndolas en ocasiones de fidelidad y gracia. Y
le imprime a la condición humana en su vivencia histórica,
el dinamismo vivificante y liberador del Espíritu de amor
sin egoísmos, que enriquece y fortalece enormemente las
potencialidades positivas del ser humano, haciéndolo más
humano y así más divino.

LA PRIMERA ESTRATEGIA DEL ESPÍRITU EN JESÚS


FRENTE A LAS TENTACIONES

En esa vivencia de la condición humana tal como la


vivió Jesús, se revela en la historia de manera concreta y
cotidiana, cuánto ama Dios a cada ser humano. Esto se ve
en la sensibilidad de Jesús para con el sufrimiento humano.
El teólogo católico alemán Metz ha descrito esa sensibili-
dad diciendo que “la primera mirada de Jesús no se dirigía
al pecado de los otros, sino a su sufrimiento”; y “el pecado
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era para Jesús negarse a tener compasión ante el sufri-


miento de los otros”.
Me atrevo a pensar que en mantener viva y atenta esa
sensibilidad de Jesús, consistía la primera gran estrategia
del Espíritu, para que ni siquiera le molestaran a Jesús las
tendencias egocéntricas a la autocompasión y autocom-
placencia individualista, el exceso de preocupación por su
propia seguridad, su imagen, su buena fama, su éxito, sus
triunfos personales. Ese “narcisismo” (o exceso de preocu-
pación por uno mismo) al que estamos expuestos los
humanos, le hubiera impedido a Jesús olvidarse de sí y
pensar en los otros sintiendo a fondo sus sufrimientos y
necesidades más hondas.
Pienso que el primer papel que jugó Espíritu en Jesús
frente a las tentaciones o tendencias negativas de la con-

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dición humana, el primer fruto de lo compenetrado que
vivía Jesús con el Espíritu Santo, consistía en que Jesús
vivía tan centrado, tan pendiente y entregado, tan apasio-
nadamente absorbido por la Causa del buen Padre Dios
y su Proyecto del Reino de nueva vida digna para todos,
que no dejaba espacios a ninguna de esas tentaciones de
individualismo y narcisismo que tanto nos distraen, nos
paralizan y nos empequeñecen a la mayoría de los hu-
manos, llevándonos a la autocomplacencia y al olvido y
menosprecio de los demás, lo cual produce en cada uno la
tristeza de la soledad que nos va desintegrando el yo, pues
la realización del yo está en “ser para los otros” y no para
uno mismo.

EL SECRETO DE LA FUERZA DE JESÚS


ES LA DEBILIDAD DEL AMOR SIN EGOÍSMOS

Las tentaciones de “individualismo” y “narcisismo”, que


hoy aumentan en nosotros por los estímulos del sistema
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de vida competitiva y consumista que nos envuelve y nos


condiciona de forma ineludible, no encontraban espacio
en el vivir humano de Jesús, tan centrado y entregado a la
Causa y el Proyecto del Padre de la máxima humanización
y dignificación de todos los humanos.
Por eso hubo un tiempo en el que, en los ambientes
en que gozábamos con el redescubrimiento de la huma-
nidad de Jesús (por los años 60 y 70) nos gustaba definir
a Jesús como “el hombre para los demás”. Se dejó llevar por
el Espíritu del amor sin egoísmos y sin límites, y vivió
desviviéndose para dar vida. Y encontró en ese “Espíritu
de vida en el amor solidario” la fuente inagotable de ese
amor, y, por tanto, del servicio hasta el sacrificio; y la
fuente de la libertad y del buen humor; no del buen

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humor exhibicionista y egocéntrico, sino del buen humor
de la “esperanza solidaria” contra la desesperación de la
gente sin esperanzas.
Creo que las tendencias negativas de la condición hu-
mana encontraban cerrados todos los accesos a Jesús por
las vías del “individualismo narcisista”, y buscaron a Jesús
en lo que a Él le fascinaba, la Causa del Reino del Dios de
la vida digna para todos, ofreciéndole caminos menos
arduos, menos sufridos, más cómodos, más fáciles, brillan-
tes y populistas, aparentemente exitosos pero engañosos,
intentando sacarlo fuera del camino propio del estilo de
Jesús. De hecho, esas son las “tentaciones” que dicen los
textos del Nuevo Testamento que tuvo Jesús. Y frente a
ellas se mantuvo fiel a los límites de la condición humana,
fiel al camino del amor sacrificado a Dios y a los humanos
hasta Getsemaní y el Calvario.
La fuerza del amor de Dios encarnado en la condición
humana es la fuerza de la debilidad sin triunfalismos Esto
conviene repetirlo y grabarlo hondamente en el propio
corazón: la fuerza del amor de Dios encarnado en la con-
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dición humana, es la fuerza de la debilidad del amor sin


egoísmos, ni violencias, ni abusos. Y ahí acudían las tenta-
ciones, a sugerirle a Jesús sustituir la debilidad humana con
la fuerza sobrehumana de Dios: el “Superman”... Pero Jesús
vivió tan a fondo su fascinante experiencia de la fuerza del
amor del Espíritu en la débil condición humana –amor sin
egoísmos, ni violencias, ni abusos– que jamás traicionaría
Él esa “experiencia espiritual”.
En ese gran logro, creo que radica el secreto y la ver-
dadera fecundidad de su singular obediencia fiel hasta la
muerte y la resurrección. Definitivamente, el secreto de la
fuerza de Jesús en su condición humana, es la debilidad del
amor sin egoísmos, ni violencias, ni abusos. Este es el
secreto del Espíritu del Dios, cuya fuerza se oculta y se
manifiesta en la débil condición humana.

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Y ¿PARA QUÉ ENFRENTÓ ASÍ JESÚS
LAS TENDENCIAS NEGATIVAS DE LA CONDICIÓN HUMANA?

Con lo dicho en las páginas anteriores, ya hemos suge-


rido la respuesta a esa pregunta: “¿Para qué?”. Para ser obe-
diente al Padre siendo fiel con el amor del Espíritu a su
Proyecto de vida del Reino, Jesús fue fiel a la condición
humana viviéndola en sus límites y tendencias negativas
con el amor solidario a la medida del Espíritu de Dios. De
esta manera fue Jesús “el hombre para los demás”.
Para dignificar la condición humana, según el Proyecto
de Dios Padre, que es la liberación integral de la vida
humana humanizándola en el amor sin egoísmos.
Parafraseando a San Ireneo y a Monseñor Romero,
podemos decir que para dar a Dios la gloria que consiste
en que el hombre, todo hombre y mujer, y el pobre, todos
los pobres, vivan la vida plena humanizada en Jesús.
En conclusión, podemos decir que Jesús vivió en su
condición humana la “experiencia espiritual” de enfrentar
y vencer las tentaciones por nosotros y para nosotros; “a
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favor nuestro”, como dice el Nuevo Catecismo Católico en


su número 540. Eso tiene un alcance universal de dignifi-
cación, redención y liberación en favor de toda la huma-
nidad; y tiene, al mismo tiempo, una dimensión personal
e interpersonal con cada persona humana que ponga su
fe en Jesús, el Cristo, el Ungido por el Espíritu de Dios
como Mesías o Salvador. Pablo expresa así este nivel in-
terpersonal:
“Para ser libres nos ha liberado Cristo. Por eso ahora en
mi vida terrena, yo vivo por la fe en Cristo-Jesús, que me
amó y se entregó por mí; ya no vivo yo, sino que es Cristo
quien vive en mí (...). Manteneos vosotros firmes en la fe:
no volváis a someteros al yugo de la esclavitud; caminad
según el Espíritu y no os dejéis llevar por los ‘apetitos

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desordenados’ (las tendencias negativas de nuestra
condición humana) que actúan contra el Espíritu. Los
que son de Cristo-Jesús han crucificado sus apetitos desor-
denados. Comportémonos según el Espíritu con que nos
ha liberado Cristo-Jesús” (Gal 2,20-5,26).
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