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En el Antiguo Testamento
El título de "Hijo de Dios" es frecuente en el Antiguo Testamento. Los semitas usaban
la palabra "hijo" para denotar no sólo la filiación, sino cualquiera otra relación estrecha o
íntima. Así, "un hijo de la fuerza" era un héroe, un guerrero; un "hijo de la maldad", un
hombre malo; "hijos del orgullo", bestias salvajes; “hijo de la posesión", un poseedor;
“hijo de la promesa", un rehén; "hijo del rayo", un ave rápida; “hijo de la muerte", un
condenado a muerte; “hijo de un arco", una flecha; “hijo de Belial", un hombre malvado:
“hijos de profetas", discípulos de los profetas, etc. El título de “Hijo de Dios" se aplicó
en el Antiguo Testamento a personas que tenían una relación especial con Dios. Los
ángeles, los hombres justos y piadosos, los descendientes de Set, fueron llamados "hijos
de Dios" (Job 1,6; 2,1; Sal. 89(88),7; Sab. 2,13, etc.) De manera similar le fue aplicado a
los israelitas (Deut. 14,1), y a Israel como nación; leemos: "Y dirás a faraón: Así dice
Yahveh: Israel es mi hijo, mi primogénito. Y yo te he dicho: ‘Deja ir a mi hijo para que
me dé culto.” (Éxodo 4,22-23).
Los líderes de los pueblos, reyes, príncipes, jueces, como depositarios de la autoridad de
Dios, fueron llamados hijos de Dios. El rey teocrático como lugarteniente de Dios, y
sobre todo cuando fue providencialmente seleccionado para ser un tipo del Mesías, fue
honrado con el título de "hijo de Dios". Sin embargo, el Mesías, el Escogido, el elegido
de Dios, era llamado par excellence el Hijo de Dios (Sal. 2,7). Incluso Wellhausen admite
que el Salmo 2 es mesiánico (véase Hast., "Dict. of the Bible", IV, 571). Con el paso del
tiempo las profecías sobre el Mesías se hicieron más claras, y el resultado está muy bien
resumido por Sanday (ibid.): "La Escritura de la que hemos estado hablando marca tantas
diferentes contribuciones al resultado total, pero el resultado, cuando se alcanza, tiene la
integridad de un todo orgánico. Una figura fue creada---proyectada como si estuviera
sobre las nubes---, la cual fue investida con todos los atributos de una persona. Y las
mentes de los hombres se volvieron hacia ella en una actitud de expectativa. No importa
que las líneas de la figura se hayan extraído de diferentes originales. Se reúnen por fin en
un retrato único. Y nunca habríamos sabido cuan perfectamente se encuentran si no
hubiésemos tenido el Nuevo Testamento para compararlo con el Antiguo Testamento.
El cumplimiento más literal de la predicción no sería prueba más concluyente que todo
el curso del mundo y todos los hilos de la historia se encuentran en una mano que los
guía". Además de ser el Hijo de Dios, el Mesías iba a llamarse Emmanuel (Dios con
nosotros), Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre del mundo venidero, Príncipe de
Paz (Isaías 8,8; 9,6) (véase Mesías).
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En el Nuevo Testamento
El título "el Hijo de Dios" se aplica con frecuencia a Jesucristo en los Evangelios y
Epístolas. En estas últimas se emplea en todas partes como una fórmula corta para
expresar su divinidad (Sanday), y este uso arroja luz sobre el significado que se le debe
atribuir en muchos pasajes de los Evangelios. El ángel anunció: "Él será grande y será
llamado Hijo del Altísimo ... el Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios" (Lc.
1,32.35). En su primer encuentro Natanael le llamó el Hijo de Dios (Juan 1,49). Los
demonios le llamaban por el mismo nombre, los judíos irónicamente, y los Apóstoles
después que calmó la tormenta. En todos estos casos su significado es equivalente al
Mesías, al menos. Pero hay mucho más implicado en la confesión de San Pedro, el
testimonio del Padre, y las palabras de Jesucristo.
Confesión de San Pedro
Leemos en Mateo 16,16-17: "Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de dios
vivo”. Replicando Jesús le dijo: ‘Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás,
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres Cristo, el Hijo del Dios viviente. Y
respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, porque no te ha
revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos’”. Los pasajes
paralelos dicen: "Tú eres el Cristo" (Mc. 8,29); "El Cristo de Dios" (Lc. 9,20). No puede
haber ninguna duda de que San Mateo da la forma original de la expresión, y que San
Marcos y San Lucas al dar en su lugar "el Cristo" (el Mesías), lo usaron en el sentido en
que lo entendieron cuando escribieron, a saber, como equivalente del “Hijo de Dios
encarnado” (vea Rose, VI). Sanday, escribiendo sobre la confesión de San Pedro, dice:
"el contexto claramente demuestra que Mateo tenía ante sí una tradición más,
posiblemente la de la Logia, pero en cualquier caso, una tradición que tiene la apariencia
de ser original" (Hastings, "Dict. of the Bible"). Como bien señala Rose, en las mentes
de los evangelistas Jesucristo era el Mesías, porque Él era el Hijo de Dios, y no el Hijo de
Dios porque era el Mesías.
Testimonio del Padre
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(1) En el Bautismo: “Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos
y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre Él. Y una voz que
salía de los cielos decía: ‘Este es mi Hijo amado, en quien me complazco’” (Mt. 3,16-17).
“Y se oyó una voz que venía de los cielos”: ‘Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco’”
(Mc. 1,11; Lc. 3,22).
(2) En la Transfiguración: “…y de la nube salía una voz que decía: ‘Este es mi Hijo
amado, en quien me complazco; escuchadle.” (Mt. 17,5; Mc. 9,6; Lc. 9,35). Aunque Rose
admite que las palabras pronunciadas en el Bautismo no significan necesariamente más
de lo sugerido por el Antiguo Testamento, a saber, Hijo de Dios es igual a Mesías, no
obstante, como las mismas palabras se usaron en ambas ocasiones, es probable que
tuvieran el mismo significado en ambos casos. La Transfiguración tuvo lugar dentro de
una semana después de la confesión de San Pedro; y las palabras se usaron con el
significado con que los tres discípulos las entenderían. Y es probable que en el Bautismo
sólo Cristo, y quizá el Bautista, las oyeran, de modo que no es necesario interpretarlas de
acuerdo con las opiniones actuales de la multitud. Incluso un crítico tan prudente como
el profesor anglicano Sanday escribe sobre este pasaje: “"Y si, en las ocasiones que se
trata, el Espíritu de Dios le anunció proféticamente a los testigos elegidos, más o menos,
una revelación expresada en parte en el idioma de las antiguos Escrituras, de ninguna
manera se deduce que el significado de la revelación se limitó al significado de las antiguas
Escrituras. Por el contrario, sería bastante probable que las viejas palabras estuvieran
cargadas de un nuevo significado---que, de hecho la revelación... sin embargo, sería en
esencia una nueva revelación.... Y podemos suponer que para su mente (de Cristo) el
anuncio: Tú eres mi Hijo "significó no sólo todo lo que alguna vez significó para los
videntes más ilustrados del pasado, sino, aún más, todo lo que la respuesta de su corazón
le dijo que significaba en el presente… Pero es posible---y debemos estar justificados en
el supuesto---no por medio de la afirmación dogmática, sino por medio de la creencia
piadosa---en vista de la historia posterior y el progreso de la revelación posterior, que las
palabras iban dirigidas a sugerir una nueva verdad, no dada a conocer hasta entonces, a
saber, que el Hijo era Hijo de Dios no sólo en el sentido del rey mesiánico, o de una
Persona Ideal, sino que la idea de la filiación se cumplió en Él de una manera aún más
misteriosa y aún más esencial; es decir, que era el Hijo, no sólo en la revelación profética,
sino en un hecho trascendente real antes de la fundación del mundo "(Hastings," Dict.
de la Biblia ").
Testimonio de Jesucristo
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(1) Los Sinópticos: La clave de esto está en sus palabras después de la Resurrección:
"Subo a mi Padre y vuestro Padre" (Juan 20,17). Él siempre hablaba de MI Padre, nunca
de “nuestro” Padre. Le dijo a los discípulos: "Así entonces ustedes oren así: "Padre
nuestro..", etc. Él en todas partes hace la distinción más clara posible entre el modo en
que Dios era su Padre y en el que Él es el Padre de todas las criaturas. Sus expresiones
demuestran claramente que reclamaba ser de la misma naturaleza que Dios, y sus
pretensiones a la filiación divina figuran muy claramente en los Evangelios Sinópticos,
aunque no tan frecuentemente como en San Juan.
"¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi padre?" (Lc. 2,49); "No todo el que me
diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi
Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu
nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros?’ Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de
iniquidad!” (Mt. 7,21-23). "Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo
también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos.” (Mt. 10,32). "En aquel
tiempo, Jesús respondió: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre,
pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce
quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se
lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré
descanso.” (Mt. 11,25-30; Lc. 10,21-22). En la parábola de los viñadores homicidas se
diferencia al Hijo de los demás mensajeros: “Todavía le quedaba un hijo querido; les
envió a éste, el último, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’. Pero aquellos labradores dijeron
entre sí: ‘Éste es el heredero. Vamos, matémosle…” (Mc. 12,6-7). Compare Mt. 22,2, “El
Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo.”
En Mateo 17,26 Él declara que, como Hijo de Dios, está exento de pagar el impuesto
para el Templo. “El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?”
(Mc. 12,37). Él es Señor de los ángeles. Él vendrá “sobre las nubes del cielo con gran
poder y gloria. Él enviará a sus ángeles…” (Mt. 24,30.31). Confesó delante de Caifás que
Él es el Hijo del Dios bendito (Mc. 14,61-2). “Id, pues, y haced discípulos a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo… Y he aquí
que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.” (Mt. 28,19-20).
Las reclamaciones de Jesucristo, según se establecen en los Evangelios Sinópticos, son
tan grandes que Salmon está justificado al escribir (Introd. to New Test., p. 197):
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"Negamos que (las expresiones de Cristo en el Cuarto Evangelio) sean del todo
inconsistentes con lo que se le atribuye a Él en los Evangelios Sinópticos. Por el contrario,
la dignidad de la persona de Nuestro Salvador, y el deber de adherirse a él, están tan
firmemente expuestos en los discursos que San Mateo pone en su boca como en ningún
Evangelio posterior... Todos los evangelistas sinópticos concuerdan en representar a
Jesús como el que persiste en su reclamación [de Juez Supremo] hasta el final, y que
finalmente incurre en la condena por blasfemia de parte del sumo sacerdote y el Concilio
judío. De ello se deduce que las reclamaciones que los Evangelios Sinópticos dicen que
Nuestro Señor hacía para sí mismo son tan altas ... que, si aceptamos que los Evangelios
Sinópticos representan verdaderamente el carácter del lenguaje de nuestro Señor acerca
de sí mismo, ciertamente no tenemos derecho a rechazar el relato de San Juan, debido a
que pone un lenguaje muy exaltado sobre sí mismo en la boca de nuestro Señor."
(2) El Evangelio según San Juan: No será necesario dar más que algunos pasajes del
Evangelio según San Juan. "Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo. Porque
el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace. Y le mostrará obras aún mayores
que éstas, para que os asombréis. Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da
la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie;
sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo para que todos honren al Hijo como honran
al Padre.” (5,17.20-23). "Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al
Hijo y crea en Él, tenga vida eterna, y que yo le resucite el último día" (6,40). "Padre, ha
llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti... Ahora, Padre,
glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese”
(17,1.5).
(3) San Pablo: San Pablo en sus Epístolas, que fueron escritas mucho antes que la mayoría
de nuestros Evangelios, enseña claramente la divinidad de Jesucristo, y que Él era el
verdadero Hijo de Dios; y es importante recordar que sus enemigos los judaizantes nunca
se atrevieron a atacar esta enseñanza, un hecho que prueba que no pudieron encontrar la
más pequeña apariencia de una discrepancia entre sus doctrinas sobre este punto y la de
los demás Apóstoles.

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