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Josep M. Catala
LA IMAGEN COMPLEJA
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I¡; La fenomenología de las imágenes
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en la era de la cultura visual
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Universitat Autonoma de Barcelona
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Servei de Publicacions
ISBN 84-490-2397-1
l. Col·leció
1. Percepció visual
2. Comunicació visual
3. lmatge (Filosofia)
7.01
Ilustración de la cubierta:
«El poeta y el pintor»
© Giorgio de Chirico
VEGAP, Barcelona 2005
Composición:
Fotocomposición gama, si
Arístides Maillol, 9-11 baixos
ti 08028 Barcelona
Edición e impresión:
Universitat Autonoma de Barcelona
1 Servei de Publicacions
08193 Bellaterra (Barcelona)
Tel.: 93 581 IO 22. Fax: 93 581 32 39
11 sp@uab.es
http://blues.uab.es/publicacions
ISBN 84-490-2397-1
Diposit legal: B. 25.304-2005
Printed in Spain
Para Eugenia,
que posee la visión
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Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
PRIMERA PARTE
PROFUNDIDADES DE LA IMAGEN
SEGUNDA PARTE
FIGURACIONES DE LA IMAGEN
l. Metáfora y realidad
1. Vida y muerte de la metáfora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 357
2. Más allá de la razón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 360
3. La mirada inocente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 362
4. Los problemas metafóricos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 372
5. Mecanismos metafóricos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 381
6. La formalización de la metáfora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 386
7. La metáfora y sus frutos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 395
8. La escena metafórica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 406
9. La dramaturgia de la metáfora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 419
1O. El cine en la encrucijada de la metáfora visual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 426
11. El caso de Einsestein . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 432
12. Del pensamiento abstracto al pensamiento visual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 440
13. Forma y figura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 449
14. Ut pictura poesis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 454
15. Una geografía de la mente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 465
16. El punto del vista en el texto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 471
17. Construcción textual del punto de vista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 481
18. El espacio alegórico en la narración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 487
ÍNDICE 13
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Índice de ilustraciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 745
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Prólogo
ENIGMA Y COMPLEJIDAD
Recuerdo como una de las experiencias estéticas más singulares de mi vida la noche
en que vi por primera vez las pinturas de Altamira. Era una noche lluviosa y por una
serie de azares, de esos que luego tienen una coherencia impecable, me encontré
acompañado por el conservador de las cuevas y otros dos visitantes en una excursión
inesperada. En el interior la iluminación era muy tenue pero a pesar de esto parecían
brillar las pinturas esparcidas por las bóvedas cavernosas. Aunque había visto mil ve-
ces sus reproducciones el contacto directo producía un magnetismo inigualable. El
aura de las pinturas permanecía inalterada, un poder que había atravesado los mile-
nios. Casi veinte, según el conservador de las cuevas de Altamira.
Intenté imaginar al hombre que hizo la primera de aquellas pinturas. Es más: in-
tenté imaginar el primer hombre ejecutando la primera pintura. Un viaje rudimentario
viajando a través de las formas hasta alcanzar la perfección de aquellos tonos rojizos.
Una posesión mágica y, simultáneamente, una lucha contra el tiempo y contra la
muerte. El hombre aprendió a reconocer la potencia de la forma mientras iba siendo
capturado por su hechizo. En el interior de este círculo brota un conocimiento único,
distinto y complementario del que otorgan las palabras. El hombre es, por encima de
todo, un nombrador y un formador del mundo pero la percepción de las formas es la
condición ineludible para la enunciación de los nombres.
La lección nocturna de Altamira fue clara para mí : nada hay más erróneo que el
habitual prejuicio de nuestra tradición que separa la «cultura de la imagen» de la «cul-
tura de la palabra». En el pasado dimos toda la confianza al logos con el mismo sec-
tarismo con que ahora tendemos a idolatrar al icono. Y, sin embargo, es fascinante
comprobar la necesidad mutua de la palabra y de la imagen en la aventura del conoci-
miento. Occidente ha tenido enormes dificultades al respecto, pero precisamente hoy,
en que la cultura lógica se halla amenazada, se hace más imprescindible su rescate
desde la propia cultura visual.
Y esta es la tarea que ha emprendido Josep María Catala en su libro La imagen
compleja. Un texto que es un reto porque su autor avanza meticulosamente por el uni-
verso de la imagen con el rigor que la tradición europea parecía haber reservado para
la filosofía y la ciencia. Para dar respuesta a este reto se requerían dos condiciones de
difícil cumplimiento que, no obstante, Catala afronta con enorme solvencia. La prime-
ra remitía a la complejidad cuantitativa y cualitativa del escenario. La densificación de
la cultura visual en el último siglo ha sido tan gigantesca que todos los siglos anterio-
res asemejan transcurrir un continuum icónico sin apenas rupturas. En consecuencia,
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Las imaginativas interfaces que diseña el creador australiano de arte electrónico Jeffrey
Shawconvierten en problemática la relación del observador con el propio dispositivo y,
en consecuencia, con la realidad, mediante constantes replanteamientos de los vínculos
entre la visión y el cuerpo. Entre las diferentes máquinas de la visión que ha diseñado y
quecolocan al usuario en situaciones que son conceptual y funcionalmente inquietan-
tes,destaca una que es particularmente sugestiva puesto que instala su campo de opera-
ciones en un territorio donde texto e imagen se entrecruzan. Está compuesta por una
bicicletaestática, en la que se monta el observador, y por una gran pantalla de vídeo so-
brela que aparece un curioso paisaje urbano en el que los edificios han sido sustituidos
porpalabras. El usuario, pedaleando en la bicicleta, puede por lo tanto pasearse virtual-
mente por calles compuestas de frases que pueden irse leyendo durante el recorrido.
Si la realidad fuera legible como las ciudades de Shaw, en lugar de ser simplemen-
te visible como parece ser el caso, quizá resultaría extraño que alguien pretendiera en-
contrar en la articulación de los textos escritos un significado distinto al que surgiría
de su «vivencia» habitual. Se consideraría que puesto que los textos y la realidad coin-
cidían legiblemente, no podría haber en los escritos nada que no estuviera ya en la
misma realidad. Se manifestaría, por consiguiente, una gran resistencia a cualquier
disciplina que quisiera separar el texto natural del artificial para pretender que éste pu-
diera desarrollarse de manera autónoma, creando formas complejas que incluso aca-
baran repercutiendo en la lectura de la propia naturaleza. En resumidas cuentas, si leer
fuera como ver, puede que siguiéramos teniendo, aunque con algunas carencias, nues-
tra dosis habitual de literatura, pero seguramente habría una alarmante escasez de poe-
sía y muy poca filosofía.
Con la imagen ha sucedido precisamente esto. Ver es una acción tan natural que
tendemos a considerar que carece de significado en sí misma, porque suponemos que
el conocimiento genuino tampoco explica nada: se limita a ser y por lo tanto se adquie-
re mediante un acto de comunicación directa con la realidad, cuyo ejemplo más em-
blemático es precisamente la visión. «Entre los libros y la realidad», dice Hans
Blumberg, «se ha establecido una vieja enemistad».' Se trata de una antipatía enraiza-
da en el hecho de que leer es distinto de ver y en consecuencia la lectura nunca alcanza
2. Ibíd.
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INTRODUCCIÓN 19
***
Estos son, pues, expresados someramente, los perfiles del monstruo que ha engendrado
nuestra cultura y también algunos rasgos de la teoría del monstruo. Dziga Vertov al
, crear el llamado cine-ojo rozó su contorno en la oscuridad, la silueta de una criatura que
/, Grandville hubiera amado. Se trata de un hombre, el género es indudable a pesar de su
tausencia de sexo, cuyo cuerpo, sin miembros, se resume a un enorme ojo que permane-
f ce siempre abierto, sin pestañear, condenado a absorber perennemente las imágenes de
{ un mundo que bulle a su alrededor sin afectarlo de otra forma que a través de esa luz es-
1rculpida que se proyecta en el fondo de su retina. Detrás de esta retina se encuentra una
,J:onciencia discursiva y medio ciega, constantemente aterrorizada por las sombras que
f;:ae proyectan desencajadas a su alrededor. Esta conciencia combate el miedo hablándo-
'~se a sí misma en la oscuridad de un mundo imaginario. En resumen, el cuerpo-ojo vive
i{~ la imagen sin pensar; la conciencia-palabra se genera a sí misma sin ver. Y no existe
,Jltingunacaverna que mantenga a nadie prisionero y que por lo tanto proponga esperan-
~~s de liberación: la ontología no es más que ojo e imaginación patológicamente escin-
,,.:d1dos por la ausencia de un cuerpo, o una presencia, que los vehicule.
Precisamente sobre la utilidad de los mitos habría que hablar en una época vincu-
lada a la imagen como la nuestra. El mito, como la imagen, nos provoca sentimientos
encontrados, puesto que el término igualmente puede designar un engaño como una
revelación. Creo que son estos conceptos duales los que deben examinarse más atenta-
mente en nuestra cultura, porque en ellos se encuentran instalados los goznes del ima-
ginario, el eje que permite darle la vuelta. El relato mítico es esencialmente simple, o
por lo menos lo parece en sus líneas generales, pero en cambio posee una gran comple-
jidad significativa. Pensemos en la eficacia de los mitos platónicos, de los que no con-
seguimos libramos fácilmente, o en el Leviatán de Hobbes que contiene de forma tan
admirable los secretos equilibrios de la sociedad contemporánea. Me interesa destacar
que gran parte de esta efectividad del mito reside en sus contenidos visuales, en la es-
pacialización del imaginario que el mismo supone. En la era de la Realidad Virtual es
necesario tener en cuenta este funcionamiento visual, esta visualidad pedagógica, es-
pecialmente porque la Realidad Virtual es en su idea un mito técnico de nuestra época,
la expresión tecnificada de un deseo social. Una de nuestras formas de soñar con el fu-
turo, acarreando hasta el mismo nuestros traumas infantiles. Uno de estos traumas es,
sin lugar a dudas, el de la imagen mimética.
Me atrevería a afirmar que, el 11 de septiembre de 200 l, la aparición en las televi-
siones de todo el mundo de las imágenes de las torres gemelas de Nueva York perfora-
das por dos grandes aeronaves, supuso un momento epifánico en el que cristalizó
de manera definitiva la larga decadencia de este mito de la imagen mimética. La me-
tafísica que fundamentaba la recepción de las imágenes sufrió entonces un vuelco sus-
tancial. Ahí estaba finalmente la anhelada coincidencia entre la realidad y su represen-
tación para que la viera todo el mundo. Esto había ocurrido pocas veces antes, por no
decir ninguna. Se habían producido asesinatos de líderes políticos o desastres natura-
les que habían sido grabados por las cámaras, es decir, que el significado de la historia
(que es donde la realidad cambia de nombre) había sido transmitido antes por televi-
sión, pero prácticamente nunca en el momento mismo en que estaba sucediendo. Y
cuando sí ocurrió algo parecido (el asesinato de Oswald por Jack Ruby o el atentado
contra el presidente egipcio Anuar el-Sadat), la visión del suceso en directo no fue ni
mucho menos global, sino muy localizada. Nunca tantas personas habían contempla-
do un acontecimiento a la vez, desde tan distintos lugares, como el día del Apocalipsis
neoyorquino. No cuentan los acontecimientos populares retransmitidos en directo,
como las olimpiadas o las bodas o funerales de la realeza, porque en estos casos el
acontecimiento está previsto y ensayado. Lo que las cámaras captan en directo en tales
ocasiones es una dramaturgia, no el significado de lo real en el momento de producir-
se. Captan, en todo caso, el intento de fabricar un símbolo. Tales retransmisiones son
equivalentes a la dramatización de las noticias que hacían los Lumiere y Mélies al
principio del cinematógrafo: en ambas circunstancias, los acontecimientos se ponen
en escena para las cámaras, si bien antes se trataba de confeccionar una copia, más o
menos imaginativa, de lo sucedido, mientras que ahora las cámaras y el suceso forman
una unión indisoluble, construyen la realidad. Estas celebraciones actuales son en gran
medida simulacros que sin la presencia de las cámaras no existirían.
El 11 de septiembre, sin embargo, la realidad se transfiguraba ante nuestros ojos.
En la pantalla de la televisión aparecía una imagen que era el fiel reflejo, la copia exac-
ta de lo que estaba sucediendo en aquel momento en Nueva York. Es más, no podía
.,
INTRODUCCIÓN 21
hablarse ni de reflejo ni de copia, puesto que era la realidad misma la que impregnaba
nuestra pantalla a través de milagros electrónicos de los que prácticamente todos lo ig-
norábamos todo y que en verdad no nos importaban nada porque la conexión mágica
entre la imagen y lo real en trance de significar, de ser historia, se había por fin verifi-
cado, lo que no podía significar otra cosa, según lo previsto, que todas las mediaciones
posibles habían sido anuladas. Imagen y realidad se habían convertido en una sola
cosa y esa visión de la utopía en funcionamiento nos mantenía pegados al televisor.
Pero pasaron las horas y el significado nunca hizo acto de presencia en la pantalla.
La imagen era impactante y se incrustaba para siempre en nuestro imaginario, pero
apenassi conseguíamos comprender lo poco que balbuceaban los inquietos locutores.
Nuestravisión nos servía de bien poco, excepto para mantenemos en actitud devota
antea la aparición de la verdad en la pantalla. La imagen mimética, potenciada al má-
ximo por las tecnologías, era incapaz de producir ningún tipo de conocimiento, más
allá del simple testimonio. Lo estamos viendo, nos decíamos unos a otros, pero no sa-
bemos nada. Recuerdo que alguien escribió que, en ese momento, tuvo la impresión
de que lo simbólico estaba matando a lo real. Lo cierto es, creo yo, que sucedía todo lo
contrario: era lo real, lo impoluta e insignificantemente real, que pretendía aniquilar
lo simbólico por asimilación. Afortunadamente, sin conseguirlo, puesto que la imagen
tenía la potencia de esas imágenes dialécticas que, según Benjamín, son capaces de
condensar las corrientes subterráneas de una época. La imagen aparecía en el televisor
con una pretendida evidencia wittgensteiniana, pero en realidad contenía toda la ima-
ginación benjaminiana: «cada idea contiene la imagen del mundo. A su representación
le concierne nada menos que transformar en signo la imagen del mundo en toda su
concisión». 4 Pero para llegar a este convencimiento, había que hacer algo más que de-
jar que la luz del televisor impregnara nuestras retinas.
Esas imágenes de las torres en llamas nos hacían entrar de golpe en la era de la vi-
sión, donde ya no podríamos seguir creyendo que ver y mirar es una misma cosa, que
la realidad sin atributos es la fuente de todo conocimiento y que la imagen es capaz de
transmitírnoslo o que, a la inversa, puede permitirnos acceder a la realidad como si nos
asomáramos a una ventana. De ahí la idea de imagen compleja que pretendo poner
de manifiesto en este libro como necesario sustituto a la imagen mimética. Estamos de
tránsito entre dos imaginarios distintos y es necesario prepararse para la travesía.
***
Decía antes que las imágenes se limitaban a su superficie, cuando no a la supe1j1cie de su
superficie, es decir, a la escena representada o a la simple materia voluntariamente des-
figurada. Quiero decir con ello que nunca nos hemos planteado seriamente una posible
interioridad de las imágenes, la posibilidad de que se pudiera efectuar una inmersión en
las mismas para poner al descubierto múltiples e insospechadas dimensiones. Ni siquie-
!t. ra cuando los analistas se acercan a esta superficie para examinarla atentamente consi-
guensuperar la proverbial epidermis de la imagen. Este tipo de mirada especialista, que
' es una mirada a la espera y por lo tanto con reminiscencias espectatoriales, culmina con
.
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' 4. Citado por Sigrid Weigel en Cuerpo, ima¡¿eny espacio en Walter Benjamin, Barcelona, Paidós, 1999,
p. 39 .
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22 LA IMAGEN COMPLEJA
5. Por ejemplo, el caso del interesante libro de Gunter Kress y Theo van Leeuwen, Reading /muges. The
Grammar o/Visual Design, Londres, Routledge, 1996.
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INTRODUCCIÓN 23
6. forge Wagensberg. /deas sohre la complejidad del mundo. Barcelona. Tusquets. 1998, p. 12
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INTRODUCCIÓN 25
Considero que la imagen es un mapa que combina la realidad con nuestra idea de
la realidad. De este mapa, como en el cuento de Borges, no existe el territorio de refe-
rencia. El mapa es el territorio, lo cual nos libra de muchas preocupaciones, puesto que
no tenemos que estar constantemente yendo y viniendo de concepciones ideales como
las de realidad y pensamiento. En las disputas cognitivas sobre la equivalencia entre
estados neuronales y estados mentales, tan poco relevantes excepto para alimentar
concepciones utópicas del ordenador o para la no menos utópica creación de soldados
y trabajadores perfectos, habría que introducir esta concepción de la imagen como
mapade los estados neuronales, de los estados mentales y de los estados de la realidad.
La percepción, la cognición, la subjetividad y la objetividad se combinan en las imá-
genes para damos relaciones figurativas donde se revelan los problemas de cada uno
de estos apartados que, de hecho, no tienen demasiado sentido por separado, mal que
pese a los especialistas de cada campo.
El texto, como se ve, no rehuye la polémica, pero no es esencialmente un texto po-
lémico, en el sentido de que se agote en un impulso panfletario. En realidad, la posible
polémica se desprende del nuevo estado de cosas que se va poniendo al descubierto.
Me interesan básicamente los problemas que estas nuevas situaciones sacan a relucir y
es al pretender resolverlos que entro, en todo caso, en un terreno controvertible. El ene-
migo básico de la complejidad no es tanto lo simple como lo especializado, es decir la
voluntad de mantenerse en lo simple, de hacer de lo simple una metodología. Creo fer-
vientemente que el futuro del conocimiento no se encuentra, como creen algunos, en el
hallazgo de una teoría de todo, lo cual me parece de una extraordinaria simplicidad,
sino en la combinación de los saberes, en la delimitación de nuevos campos del saber,
situados en el terreno de nadie que dejan a su alrededor las distintas especialidades. Son
estos territorios los que hay que explorar, lo cual es fácil de decir pero difícil de llevar
convenientemente a la práctica, puesto que no es posible saberlo todo de todo, y en este
sentidoel especialista siempre nos podrá mirar por encima del hombro desde el interior
delas murallas de su especialidad, ya que indudablemente sabrá más que el transdisci-
plinariosobre su disciplina en concreto. Es probable que, de esta forma, la aventura
transdiciplinar provoque en un primer momento mucho desdén hacia lo que puede con-
fundirse con la ignorancia, a menos que se quiera comprender que no se está, ni se pre-
tende estar actuando dentro de los límites de la materia que defiende y domina el
especialista, sino fuera de su núcleo: en los suburbios, allí donde una ciudad se junta
con otra, sin ser ni la una ni la otra. Que no se confunda, por tanto, con ingenuidad ni
con soberbia aquello que no es más que un intento de comprender las confluencias. En
· este sentido, son muchos los especialistas que pueden fácilmente encontrar deficien-
cias en un intento tan multidisciplinar como el que caracteriza este estudio, pero deben
tener en cuenta que se trata de un desplazamiento del enfoque: se quiere mirar expresa-
mente desde otra parte y plantear la discusión sólo desde esta nueva perspectiva, lo de-
más puede seguir, de momento, como estaba, sin sentirse amenazado.
Es en este sentido que el tercer capítulo cobra verdadera significación, porque en
él se trata el problema de las relaciones entre la visión y el conocimiento desde un en-
f~ue multipolar. No es sólo cuestión de aclarar el tipo de saber que proporciona la
visión, Ycon ella la imagen, o de dilucidar cómo lo proporciona, sino también de plan-
tear el problema acuciante de los límites de esta visión. Nos encontramos frente a una
,.Paradoja que es necesario resolver con urgencia. Por un lado, hay que promulgar la
26 LA IMAUhN CUMl'LbJA
7. Aún hoy, a más de siete años del inicio de la polémica, gente abierta y responsable como Jorge Wa-
gensberg, siguen repitiendo el mismo guión inicial sin haberse preocupado en cuestionar en lo más mí-
nimo su punto de vista, según el cual el problema radica en el humanismo, el relativismo, el
deconstructivismo, etc. («Cultura menos ciencia igual a humanidades» en «Babelia», El País, 4-9-
2003). Se habla de la necesidad de aunar las dos culturas, pero cuando se discute se hace invariable-
mente desde una de ella en contra de la otra. Ni Sokal ni sus seguidores han aprendido nada del rifirrafe
porque al parecer no había nada qué aprender.
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INTRODUCCIÓN
sualidad en la ciencia y el uso de los modelos en la misma que han venido preocupan-
do a los epistemólogos desde hace mucho tiempo, pero siempre con el inconveniente
de no haberse tomado en serio la imagen, a la que han tendido a considerar, como ocu-
rre ahora con la complejidad, más un problema a solucionar que una herramienta útil.
Esta «nueva raza» de científicos simuladores son, junto a los artistas simuladores, a la
vez teóricos y experimentales: crean a la vez que aplican. Es en esta confluencia donde
se encuentra el secreto de un futuro del conocimiento, o sea del arte y de la ciencia, que
pasa ineludiblemente por una cultura de la visión de la que sólo ahora empezamos a ca-
librar su alcance.
***
Queda claro, pues, que éste es un trabajo de amplio alcance que tiene la pretensión de
fundamentar un nuevo tipo de mirada. Se busca con ello profundizar en una teoría de
la imagen que quiere ser asimismo innovadora. Soy consciente de lo desgastado que
está el recurso a la novedad, sobre todo después de que a lo largo de más de un siglo se
baya vivido bajo el impulso de lo nuevo, que ha servido para todo, incluso para las ma-
yores ignominias. Este impulso ha servido, en especial, para mantener vivo lo viejo
con toda su vejez disfrazada. Sin embargo, ¿qué puede justificar una operación de esta
envergadura si no es su proverbial novedad? Habrá que matizar, por consiguiente, el
adjetivo: cuando hablo de un nuevo tipo de mirada, me refiero principalmente a mi mi-
rada, al ejercicio de aprender a mirar de nuevo el fenómeno de las imágenes y, a partir
de ellas, la realidad. No obstante, es deseable que este ejercicio personal sirva también
a los lectores que decidan acompañarme en el trayecto. En todo caso, no se trata de una
nueva aventura de un modernismo empeñado en la novedad por la novedad, sino de
., una tentativa que es genuinamente pos moderna puesto que busca que la novedad surja
de una reconsideración profunda de lo existente.
Me he referido antes a la necesidad de aprender a pensar de forma distinta y apela-
bapara ello al concepto de complejidad que recorre todo el libro. En este caso, el del
pensamiento, existe sin embargo una justificación externa para la pretendida renova-
··• ción que se persigue: el pensamiento complejo constituye efectivamente una manera
;;( ··inédita de encarar los fenómenos de todo tipo y se aviene muy bien con el intento de
.): presentar la imagen como un camino hacia esta nueva forma de pensar. Es por ello
l;~J que, a lo largo de la primera parte de este escrito los temas relacionados con la imagen
{'¡;::;desembocaban sistemáticamente en cuestiones epistemológicas y sociológicas cuyos
f.nr fundamentos se agitaban de forma natural al entrar en contacto con la variable que su-
'.l{:í:pone el concepto de imagen compleja. Estas discusiones dispersas alcanzan en la se-
º
.J/ gun~ parte su culminación en sus aspectos más importantes, esencialmente aquellos
.;,kque tienen que ver con la noción de punto de vista en relación con la imagen.
:1$,;1 Si entre los innumerables temas que recorren la segunda parte de este libro hubie-
'~JJ: raque destacar uno, para hacerlo servir de emblema de su preocupación fundamental,
"'"-· este tema sería el del punto de vista. La noción de punto de vista, en todos sus aspectos
YVariedades, está ampliamente estudiada, pero no creo que el argumento se haya ago-
INTRODUCCIÓN 29
coinciden también en la imposibilidad de liberar a sus productos del molde que sobre
ellos ejerce esa mirada. El cine, cuyo nacimiento coincide con el de la moderna antro-
pología, vendría a formalizar el problema de la mirada que, en los primeros estudios
antropológicos, aún no se había detectado convenientemente. Ni siquiera fue revelado
cuando, hacia l 900, cine y antropología se aliaron en la fundamentación de una antro-
pología visual, con los planteamientos de Félix-Louis Regnault, entre otros. En ese
mismo año, moría Nietzsche habiendo dejado planteado prácticamente todo cuanto
hay que decir acerca de la retórica y, en particular, de la metáfora y sus relaciones con
el conocimiento. Ni el cine, ni la antropología, y mucho menos la antropología visual,
podían permitirse ignorarlo como lo hicieron.
Benedict, medio siglo más tarde, aún no había superado esa barrera. No tanto por-
que pretendiera ser objetiva, lo cual es una cuestión de honestidad personal, como
porque creía serlo, que es algo muy distinto, puesto que no tiene qué ver con la con-
ciencia, sino con la epistemología. Es la bienintencionada candidez de Benedict la que
sorprende al lector, quien tiene la impresión de que, en sus apreciaciones sobre Japón,
la antropóloga estadounidense proyecta la visión cultural de tal manera que el estudio
acaba por mostrar mejor el carácter de los norteamericanos que el de los japoneses. En
ningún momento consigue la investigadora traspasar, a pesar de su pretendida ecuani-
midad, la barrera que separa las dos culturas, y no hay descripción en el libro que no
nos haga intuir la figura de la antropóloga espiando con asombro la casa de los vecinos
desde su ventana.
La presencia de esta perspectiva se nota en especial porque Benedict se empeña en
tomar ingenuamente al pie de la letra los productos del imaginario japonés y exami-
narlos como si fueran la manifestación directa, visible, del imaginario nipón, cuando
en realidad son el eco de ese imaginario. Es como si estuviera contemplando una pelí-
cula en una pantalla y diera por descontado que esa película representa la cruda reali-
dad. El problema es que Benedict no puede permitirse el lujo de manifestar una
subjetividad tan objetiva como la que años después expresará Barthes en su estudio
sobre la misma cultura.
Si pretendiéramos conocer, por ejemplo, la cultura estadounidense por lo que se
dice en sus películas, por el contenido expreso de sus mensajes publicitarios o por los
discursos de sus políticos, incurriríamos en una operación igualmente deficitaria,
puesto que en tal caso no llegaríamos a conocer más que lo que la sociedad cree de sí
misma, o lo que su clase dirigente pretende que aquella crea de sí misma (y que los di-
rigentes acaban también creyendo). Pero lo que realmente configura el imaginario
norteamericano, las estructuras profundas que lo hacen ser como es, podría incluso
contradecirse con estas manifestaciones. En todo caso, es algo mucho más complejo.
Cuando examinamos atentamente el dispositivo que fundamenta la mirada de la
antropóloga estadounidense nos damos cuenta, sin embargo, de que se está producien-
do una situación mucho más complicada que la que organiza la simple estructura li-
neal que une una mirada, representante de determinado imaginario, y su focalización
sobre un paisaje social ajeno. Esta es la concepción metafóricamente antropomórfica
que organiza una primera visión crítica del problema. Pero si profundizamos un poco
~§;~. más, el panorama se amplia.
1
1
Los datos absorbidos por la mirada antropológica (que no contempla la realidad,
r ,
9. Susan Sontag. ARainst Interpretation. Nueva York, Dell Publishing Co., 1966, p. 22.
....
INTRODUCCIÓN 31
hemos superado esta fase. Estamos convencidos de que la obra de arte no es primor-
dialmente un vehículo, sino que se expresa a sí misma a través de su propia naturaleza,
pero no podemos contentarnos con ello, porque el fenómeno es más complejo. Susan
Sontag se lamenta, por ejemplo, de la precariedad con se aborda una obra de Tennes-
see Williams, por otro lado muy propicia a la interpretación mecanicista:
Así en las notas que Elia Kazan publicó sobre su producción de «A Streetcar Named
Desire», estaba claro que, para poder dirigir la obra, Kazan tuvo que descubrir que
Stanley Kowalski representaba la barbarie sensual y vengativa que distinguía a nues-
tra cultura, mientras que Blanche Du Bois era la Civilización Occidental, la poesía,
mecanismo delicado, luz pálida, sentimientos refinados y todo el resto. El poderoso
melodrama psicológico de Tennessee Williams es ahora inteligible: es acerca de
algo, acerca del declive de la Civilización Occidental. Aparentemente, si fuera tan
solo una obra sobre un guapo bruto llamado Stanley Kowalski y una bella un tanto
decaída de nombre Blanche Du Bois, no sería tratable. 10
artista, de hecho es como una representación del cuerpo del artista que se presenta ante
el crítico para hablarle. Y de la misma manera que un crítico no se entretendría en es-
cudriñar el cuerpo del autor mientras éste le hablase personalmente, también parecía
inadecuado dirigir la mirada hacia la obra cuando en realidad lo importante se suponía
que era la voz del autor que surgía de ella. Si hacemos caso del dicho popular anglosa-
jón según el cual, cuando alguien señala la luna con el dedo, el tonto mira el dedo en
lugar de la luna, Sontag estaría proponiendo un método de la tontería que, en arte, nos
empujaría a mirar el dedo del artista en lugar de lo que el dedo señala. El dicho puede
sin embargo ser fácilmente neutralizado: un crítico tonto, cuando ve una figura escul-
pida que señala al cielo con el dedo, mira al cielo en lugar de al dedo. Se trata, como
tantas otras veces, de no confundir el arte, la imagen, con la realidad.
El problema es que el antídoto de Sontag también se queda corto: sigue proponien-
do una mirada externa, ahora tan centrada en el cuerpo de la obra que ignora la posibi-
lidad de que ésta sea compleja y apunte a multitud de direcciones. En él ámbito de la
imagen, las conexiones, las capas, los significados hay que encontrarlos a partir de
ella. Hay que buscar una posinterpretación basada en la materialidad de la obra y no
pretender que los significados tengan indicaciones tan obvias como un dedo índice
apuntando hacia ellos. Por el contrario, es preciso examinar con atención el entramado
de formaciones que constituye la imagen y a través de las que ésta llega hasta nosotros.
Para ello, hay que dar el salto, pasar al otro lado y ver las cosas desde el interior, como
se apunta en la primera parte de esta obra y como planteo críticamente, en especial con
referencia a Wittgenstein, en la segunda.
El antropólogo ya ha intentado esta inmersión y ha fracasado, ¿puede triunfar la fe-
nomenología visual allí donde sucumbe la antropología, si tenemos en cuenta además
que ambas llevan un siglo de vida conjunta bastante problemática? Se diría que es una
operación prácticamente imposible. La objetividad, libre de miradas, no puede conse-
guirse ni desde fuera ni desde dentro, pero en cambio quizá sea posible argumentar ex-
presamente desde la mirada para descubrir espacios internos, en este caso de la imagen
o del imaginario, que no afloran fácilmente a la superficie pero que contribuyen a que
esta superficie exista. Puede que en ese interior incluso nos encontremos con formacio-
nes simbólicas equivalentes a las que Sontag criticaba en Kazan, pero en este caso no
será por haber desviado la mirada del territorio principal para fijarla en regiones apa-
rentemente más claras pero mucho más pobres. No habremos hecho tanto un acto de in-
terpretación, como de descubrimiento. La interpretación tradicional no sólo nace de la
incapacidad de mirar, sino también de una incapacidad crónica para escuchar, puesto
que, al fin y al cabo, lo que se pretende es imponer un discurso sobre otro. Por el contra-
rio, el descubrimiento no puede ser fruto más que de la interrogación constante y de una
voluntad de escuchar atentamente las respuestas.
En resumidas cuentas, el problema no es la existencia de una mirada, sino la preten-
sión de su ausencia. En la imagen la mirada es un componente más que vehicula una
subjetividad a través de un organismo compuesto por distintos elementos, algunos de
ellos objetivos y otros subjetivos. La única forma de comprender este tipo de hibrida-
ciones y su importancia es examinar con atención las imágenes y describir el vocabula-
rio de sus formas. La imagen y la visión se equiparan en ese espacio imaginario, unas
veces virtual, otras representado, en el que se funden el observador y lo observado en
un crispado contraste de fenomenologías.
~
INTRODUCCIÓN 33
12. Gerard Wajcman, El obieto del siglo, Buenos Aires, Amorrortu, 2001.
13. Op. cit., p. 25.
14. Obviamente no pretendo entrar directamente en la polémica establecida entre Jean-Luc Godard y
Georges Didi-Huberrnan, por un lado, y Claude Lanzmann, autor de Shoa ( 1985), por otro, sobre la va-
lidez de la imagen para representar el Holocausto. Lanzmann, frente a los otros, niega la posibilidad de
1
recurrir a la imagen como sustituto del recuerdo vivo de los testimonios, el único que considera genui-
no. El libro ya estaba terminado cuando me llegaron los ecos de esta transcendental polémica, pero
creo que está claro de qué lado me decantaría si decidiera comentarla. En todo caso, no cabe duda de
que las prevenciones de Lanzmann ante la imagen surgen no sólo de una postura ética actual, sino que
tienen una larga tradición que se remontan al origen de nuestra cultura.
34 LA IMAGEN COMPLEJA
Tarea de la obra, hacer ver, es decir, dar a ver por sí misma más allá de sí misma. Lo
que equivaldría a situar sus apuestas en un nudo obligado del arte con un más allá del
arte. En sentido inverso, las obras implican a sus miradores, no simplemente como
sujetos sino como sujetos videntes, es decir, sujetos implicados en lo que ven. 15
No hace falta decir más, pero aún está prácticamente todo para hacer. Es a esta ta-
rea, de dilucidar cómo la imagen no sólo es una plataforma de novedades sino que im-
pulsa, a través de ella, miradas nuevas que implican una actividad trascendente de un
sujeto vidente y mirante, que he dedicado gran parte de este trabajo.
Empezaremos por la metáfora, en especial por aquella región del fenómeno me-
tafórico menos estudiada: la de la metáfora visual. Precisamente por sus planteamien-
tos figurativos, la metáfora ha olvidado con frecuencia su visualidad y la ha olvidado
especialmente en el terreno de la imagen, donde se invierten los polos de la retórica
lingüística. En este capítulo, paso revista con profundidad al numeroso grupo de pro-
blemas que el concepto de metáfora visual suscita. Mi hipótesis principal es que la
metáfora visual es el reverso de la metáfora lingüística, que lo que en ésta puede inter-
pretarse como circunstancialmente figurativo, en aquella lo es de forma ineludible. La
operación subjetiva de la metáfora queda así objetivada.
Otra importante concepción de la metáfora que abordaremos es su condición esce-
nográfica. La metáfora visual no es una cuestión de sustitución de términos, sino de in-
mersión de determinados términos en un ámbito escénico característico. Esta escena
dominante modifica visualmente los elementos que penetran en su dominio y estable-
ce paisajes metafóricos complejos.
Esta discusión me lleva a un territorio, si no inédito, por lo menos precariamente
frecuentado, como es el de la psicología del método científico, que supone una am-
pliación de discusiones ya iniciadas a lo largo de la primera parte. Recordemos que
Bachelard escribió sobre el método científico desde una perspectiva muy particular, la
del imaginario de este método. Bachelard, contemplando la ciencia en el momento de
INTRODUCCIÓN 35
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16. Gaston Bachelard, La psychanalyse du Feu, París, Gallimard, 1949. p. 179. (Castellano: Psicoanálisis
delfuef(o, Madrid. Alianza !Qf,f,\
36 LA IMAGEN COMPLEJA
INTRODUCCIÓN 37
tibies visualmente, pero cabe una última posibilidad, la de que una obra de arte, una
imagen o un conjunto visual estén ligados tan íntimamente con una determinada exis-
tencia que formen con ella una conformidad inextricable, de manera que esa existen-
cia no pueda expresarse de otra manera que a través de aquella forma concreta. Se trata
de un caso en el que la propia forma, construida, es acontecimiento.
El crítico Clement Greenberg, para fundamentar teóricamente la abstracción, pre-
tendió que la pintura debía ser depurada hasta que en ella no subsistiera nada que no
tuviera que ver consigo misma, con su esencia pictórica, es decir, con la superficie pla-
na, bidimensional, con las pinceladas desnudas de cualquier finalidad, con los colo-
res desprovistos de todo afán de referencia. De esta manera, al eliminar del ejercicio
pictórico la búsqueda de la referencia figurativa, parecía convertir la pintura en un
acontecimiento válido en sí mismo: dejaba aquella de ser una técnica al servicio de la
representación y adquiría existencia propia. Pero este proceso de depuración se decan-
taba por lo simple, iba en busca de la esencia aislada de lo específico pictórico de la
misma forma que el experto se encierra en el hueco de su especialidad. Hay en esta vi-
sión del arte abstracto los ecos del pensamiento positivista que persigue datos aislados
y libres de contaminación. En el sentido que le daba Greenberg, el arte abstracto, en
concreto el expresionismo abstracto, era un callejón sin salida.
Bacon, por su parte, también pretende superar lo figurativo en sus cuadros, pero
sin abandonar la figura. Afirma Deleuze, reflexionando sobre la obra del pintor, que a
la pintura abstracta se le puede hacer el mismo reproche que a la figurativa, pues am-
bas van directamente al cerebro, esquivando la sensación: en este sentido, ambas se
encuentran en el mismo nivel. 17 Bacon, por el contrario, se propone despojar la figura
de toda referencia mimética o ilustrativa para dejarla desnuda como pura sensación.
Tanto Greenberg como Bacon pretenden que la pintura se convierta en acontecimien-
to por derecho propio, pero mientras que uno la aisla del mundo para conseguirlo, el
otro convierte sus cuadros en la revelación de las sensaciones que nos ponen en con-
tacto con el mundo. No se trata ni de producir una copia de la realidad, ni de mostrar lo
que queda tras la renuncia a copiarla, sino de revelar a través de lo visible una dimen-
sión escondida de lo real: en los cuadros de Bacon, el mundo renace a través de formas
que son directamente sensibles. Se trata de plantearse la reproducción en un sentido
genuino por el que se elude el proceso de copia para poder producir de nuevo, para
crear formas que pueden considerarse, a su manera, naturales.
Penetramos en un territorio polémico, si pretendemos equiparar imagen (arte) y
naturaleza, algo que a Goethe de todas formas no le hubiera sorprendido. Pero no po-
demos evitarlo, si se trata de ir hasta el fondo de la visualidad para purgar desde allí
cualquier equívoco. Había que viajar hasta ese pretendido grado cero de la imagen
para completar una fenomenología de la imagen compleja, si es que ésta tiene que ser
realmente compleja y completa. Pero mi intención no ha sido hablar de mitos sobrada-
,. mente conocidos, ni de corrientes iconoclastas, iconofóbicas o iconofílicas, tampoco
de idolotrías o aniconismos. Es decir, no era cuestión de examinar de nuevo el mapa
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'
ya conocido del territorio de lo que Freedberg denomina el poder de las imágenes,
'
' sino de iniciar nuevas exploraciones y proponer otros límites correspondientes no tan-
. ' to a la socio-psicología de la imagen, como a su epistemología, que es lo que me inte-
'
t 17. Gilles Deleuze: Francis Bacon. Lógica de la sensación. Madrid, Arena Libros, 2002. p. 43.
38 LA IMAGEN COMPLEJA
***
Quiero dedicar este libro a Eugenia, mi mujer, gran creadora de imágenes que nunca
han dejado de servirme de guía por el laberinto de la visión, de la misma forma que
ella me guiaba por el laberinto de la vida. Los dos somos aventureros de especies muy
distintas pero tan complementarias que estoy seguro de que, sin sus aventuras, las
mías no habrían sido ni la mitad de apasionantes: quizá ni siquiera hubieran sido posi-
bles. Por supuesto, este libro es una de esas aventuras.
Barcelona, 2005
PRIMERA PARTE
PROFUNDIDADES DE LA IMAGEN
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---
I
Genealogía de la visión compleja
GOETHE
l. Nicholas Mirzoeff, «What is Visual Culture?», en Mirzoeff, N. (ed.), Visual Culture Reader, Nueva
York, Routledge, 1998, p. 6.
,\.f
2. Guy Debord, La société du Spectacle, París, Gallimard, 1992, p. 17.
il_:;., 3. Madrid, Taurus, 2000.
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42 LA IMAGEN COMPLEJA
4. «La época de la imagen del mundo», en Martín Heidegger, Caminos de bosque, Madrid, Alianza,
1995, p. 89.
5. Ver, por ejemplo: Laurent Jenny, La fin de /"interiorité, París, PUF, 2002.
6. Roland Barthes, «Myth Today» en Sontag, Susan, A Barthes Reader, Nueva York, Hell & Wang, 1982,
p.130.
-
GENEALOGÍA DE LA VISIÓN COMPLEJA 43
siderable. La imagen, como concepto, perteneció siempre al paradigma del texto. Prác-
ticamente toda la historia del arte hasta los movimientos conceptuales de los años se-
tenta pertenecen, por ejemplo, a la textualidad, puesto que su concepción está
delimitada por ella. Incluso los nuevos medios, como el cine o la televisión, han vivido
largo tiempo relacionados con el paradigma simple de la imagen, cuando en realidad su
conexión con el mismo, es decir, con el concepto textual de lo visual, era claramente
transitorio. Pensar en la imagen era pensar en la estructura pictórica como emblema,
era pensar en un objeto interpuesto entre el autor y su espectador (ambos considerados
primordialmente de manera individualizada), era referirse, tanto en el ámbito del emi-
sor como en el del receptor, a la racionalidad del texto para comprender los procesos
cognitivos y estéticos que estaban en funcionamiento, para comprender la labor de la
imagen en sí. Era pensar, básicamente, en la tríada emisor-código-receptor como sus-
tento de toda operación comunicativa. Era pensar en la imagen como información,
como comunicación, como mensaje. Significaba, o bien anular la temporalidad de la
imagen para relacionar toda duración con el espectador, o, por el contrario, absorber al
espectador en un simulacro del flujo temporal expresado a través del movimiento en la
imagen: en ambos casos, el concepto de tiempo lineal, entendido de manera sintagmá-
tica, reinaba indiscutido. Todo ello se encuentra, repentinamente, fuera de lugar, pues-
to que la cultura visual trata de otra cosa. La cultura visual, sobre todo, no trata de
imágenes como objetos de carácter distinto a los textos, a los que por lo tanto podría
anular, superar, borrar. Si el concepto de imagen es el producto de una imaginación
textual, los fenómenos pertenecientes a la cultura visual se han de ver obligados a rede-
finir en su seno el concepto y la función del texto. Esta es quizá la señal más destacada
del cambio de paradigma.
Se impone de todas formas un interrogante que es habitual a la hora de emprender
cualquier investigación sobre el régimen de lo figurativo. De nuevo, nos preguntamos,
pues, ¿qué es una imagen? Nos lo debemos preguntar porque, como he dicho antes, el
paso de la imagen a la cultura visual ha sido tan rápido que corremos el riesgo de no
damos cuenta de lo que significa este tránsito. Pero, si queremos de verdad responder
a esta interrogación crucial, ahora, en este momento del inicio del tercer milenio, no
tendremos más remedio que olvidamos de todas las definiciones de la imagen dadas
hasta este momento. Deberemos olvidamos de las respuestas filológicas, de las res-
puestas históricas, de las estéticas y de las filosóficas que han marcado el camino del
entendimiento de la imagen hasta la actualidad. Deberemos olvidamos de todo, aun-
que sea momentáneamente, y arrancar de cero. De todos estos olvidos hay uno que se
resiste, y que sin embargo parece inevitable en el momento en que prescindimos de to-
dos los demás caracteres de la imagen: se trata del olvido de la ética. Ya he dicho antes
que el proceso no era ni mucho menos fácil. De momento, dejémoslo así.
Para empezar, digamos que la imagen ya no existe, existen en todo caso las imáge-
nes, siempre en plural. O, si queremos ser literales aún a costa de ser imprecisos, pode-
mos afirmar que existe lo visual como un conglomerado, prácticamente sin límites, de
percepciones, de recuerdos, de ideas, englobados en una ecología de lo visible o en
distintas manifestaciones de esta ecología. Pero no es fácil calibrar el alcance de estas
aseveraciones. Nuestra imaginación aún se halla sumergida en un mundo perceptivo
obsoleto en el que sólo es posible ocuparse de una imagen cada vez. Los actos de vi-
sión, correlativos a los de representación, acostumbraban a discriminar muy intensa-
44 LA IMAUEN CUMPLl:.JA
mente las imágenes para que éstas aparecieran a los ojos y a la mente aisladas, por se-
parado. En este contexto, ver constituía siempre un acto de obliteración visual, por el
que era mucho más extenso el territorio de lo que dejaba de verse que el de lo que se
veía, de la misma forma que, en el apartado cognitivo, era mucho más amplia la des-
conceptualización de lo observado que su conceptualización: el concepto nacía de re-
nunciar a un conglomerado muy amplio de conceptos. Para ver había que excluir, de la
misma manera que para pensar había que concretar, delimitar, atomizar.
La aparición a finales del siglo XIX de la imagen-movimiento, largamente depurada
estética y tecnológicamente, hubiera tenido que suponer la primera señal de alerta sobre
la bancarrota general del paradigma de la imagen cerrada, heredera de la representación
en perspectiva y conceptualmente paralela a la construcción epistemológica de los con-
ceptos de dato y de hecho. En cada uno de estos casos el objeto era exclusivista, recla-
maba un territorio mental o visual propio en el que no cabía nada más y en el que se
pretendía inamovible. Baste recordar que las imágenes, sobre todo las imágenes emble-
máticas de la pintura, acostumbraban a ir enmarcadas: el marco es la representación vi-
sual de la clausura, no sólo de la imagen, a la que va metonímicamente ligada, sino
también del hecho y del dato, con los que se relaciona metafóricamente. Si la ciencia se
hubiera dedicado a exponer públicamente sus hechos y sus datos rodeados de un marco
como las pinturas, no cabe duda de que hubiera quedado mucho más clara su naturaleza.
Al contemplar una imagen, o incluso al pensar en ella, se espera de nosotros que
centremos nuestra atención de forma exclusiva en la misma. Nada más debe inmis-
cuirse en la operación. Supongamos, por ejemplo, que se trata de reflexionar sobre la
famosa pintura de Leonardo conocida como «Mona Lisa»: el enfoque hermenéutico
quedará centrado automáticamente en esa pintura, excluyendo cualquier otra, incluso
cualquier otra obra del mismo pintor. En nuestra imaginación aparecerá la imagen, se-
guramente con rasgos bastante definitivos, pero envuelta por un espacio indeciso, qui-
zá incluso por un espacio negro. De igual forma, en el museo una obra de este calibre
estará seguramente aislada de las demás: en este caso concreto se halla protegida in-
cluso por un cristal de seguridad. También en los libros, las imágenes ocupan espacios
distintos, excluyentes, aún en el caso de que aparezcan en una misma página. No basta
con insistir, como hacen Aumont o Berger entre otros, en que las imágenes nunca se
perciben aisladas. John Berger, en su famoso tratado sobre las formas de ver, incluso
hizo el experimento de proponer constelaciones de imágenes sin texto para que el lec-
tor ejercitase esta visión global. 7 En su momento, esta operación fue todo un síntoma
que no dejó, sin embargo, de provocar resistencias. Aún hoy nos cuesta comprender
que a esas imágenes las une algo más que la simple contigüidad.
Se dirá que la historia del arte se ha basado forzosamente en la operación contraria
de recopilar imágenes y distribuirlas en períodos y estilos, es decir, en relacionarlas.
Pero, aun así, las imágenes nunca se mezclaban, nunca se interrelacionaban material-
mente: en todo caso, lo hacían dentro de una operación racional ligada con la corres-
pondiente metodología histórica o con una apreciación estética determinada. Las
imágenes no se transformaban por el hecho de estar incluidas en un mismo contene-
dor conceptual. Antes al contrario, la concordancia era una expresión más de su intrín-
seco aislamiento.
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·.r;'.
8. Kurt W. Forster, Introducción a Aby Warburg, The Renewal of Pagan Antiquity, Los Angeles, The
Getty Research lnstitute for the History of Art and the Humanities, 1999.
9. Didi-Huberman, L" irnage survivante, París, Les Éditions de Minuit, 2002.
LA IMAl.JbN LUMPLt.JA
la literatura no estaba del todo preparada para ello. La escritura, proverbialmente li-
neal, sólo puede aparentar esta simultaneidad, rompiendo la frase, mezclando descrip-
ciones fragmentarias, enlazando voces dispersas, luchando infructuosamente con el
vector temporal que de manera constante arrastra tras de sí la arquitectura espacial pre-
cariamente levantada. Mallarmé, aprovechando el menor grado de linealidad de la
poesía, consiguió en «Coup de dés» invertir la relación espacio-temporal, al hacer que
fuera el espacio de la hoja y no el tiempo de la línea textual lo que organizará el encuen-
tro de los versos. Pero en la imagen, la simultaneidad de acontecimientos, la primacía
de lo espacial sobre lo temporal, es inherente: la imagen, incluso la imagen en movi-
miento, es capaz de presentar varias capas de acontecimientos a la vez sin prácticamen-
te proponérselo. O digámoslo a la inversa para que se comprenda mejor: en el momento
en que se quiere describir un cuadro, todos los elementos que en el mismo se presentan
de manera simultánea quedan forzosamente repartidos a lo largo de una estructura sin-
tagmática, lo que nos indica el grado de disparidad de sus sistemas de representación. 10
Por ello cuando el cine recupera la linealidad sintagmática y la convierte en columna
vertebral de su representación está traicionando una cualidad intrínseca de la imagen,
de la condición visual-espacial, que es la simultaneidad de la representación, y lo hace
a favor de una articulación lingüística imposible. Pasolini ya intuyó que si el cine podía
ser una lengua lo tenía que ser dentro del plano y no entre plano y plano. Porque en rea-
lidad, en el ámbito del cine clásico, las relaciones entre plano y plano siempre han sido
menos poderosas que las relaciones que se producen en el interior del plano, por lo me-
nos potencialmente. Es conocida la dialéctica entre los partidarios del montaje y los
partidarios de la transparencia de la imagen fílmica, como también es sabida la victoria
final de la transparencia que, a pesar de la oposición de las vanguardias, acabó con la
posibilidad de toda producción de significados que no estuviera en relación con una
anécdota literariamente articulada. El cine clásico, el más paradigmático, era pues un
medio que modulaba, juntaba, barajaba imágenes diversas, pero todo ello fuera de la
vista. El resto de las imágenes funcionaban de forma dispersa, aisladas unas de otras,
excepto las referidas a las vanguardias que proponían un montage-collage tanto en el
ámbito de la imagen cinética como en el de la imagen fija.
Las imágenes contemporáneas difícilmente se perciben de manera aislada, ya sea
porque ellas mismas se presentan conjuntamente, aunque pertenezcan a territorios di-
versos, organizando constelaciones visuales como ocurre en la televisión, o porque
nuestra mirada, que ha entrado en un régimen perceptivo peculiar, se encarga de agru-
par unas imágenes con otras, como puede suceder cuando nos paseamos por una ciu-
1O. No hay tiempo ahora para detenerse a discutir la concepción radical de las relaciones entre el texto y la
imagen de Jean-Louis Schefer, para quien «La imagen no tiene ninguna estructura a priori; tiene estruc-
turas textuales ... de las que ella es el sistema». Barthes suscribía esta afirmación en su crónica del libro
de Schefer, publicada en L' obvie et/' obtus (Essais Critiques III), París, Éditions du Seuil. 1982, p. 140),
pero yo creo que ahora se impondría otra interpretación de estas relaciones, así como de la hipótesis de
Schefer. Si lo que dice Schefer es verdad, el texto que surge del sistema de las imágenes no podría ser
nunca lineal. Quizá un hipertexto sería el equivalente textual a una imagen, pero Schefer no podía estar
pensando en hipertextos, sino que, una vez más, ponía la racionalidad de la imagen al amparo de la ra-
cionalidad textual. De todas formas, ya indica Barthes al final de su reseña, «que algo está a punto de na-
cer, que finalizará igualmente con la literatura que con la pintura» (p. 141). Pues ese algo ya lo tenemos
aquí, aunque me temo que no es exactamente lo que Barthes esperaba a finales de los años sesenta.
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dad. Ya no existen imágenes aisladas, ni siquiera están aisladas aquellas que fueron
pensadas aisladamente, aquellas que pertenecen a la época de la imagen cerrada. En
estos momentos, todas las imágenes son abiertas, pero no permanecen abiertas a la es-
pera de una interpretación o un vínculo, sino que es una apertura que las ha llevado a la
hibridación o que permite el constante mestizaje. No es una apertura inerte, sino signi-
ficativa. Si la obra abierta, tal como la había interpretado Umberto Eco en los sesenta,
tendía al vacío, la imagen abierta actual tiende a la plenitud. Para Eco, la obra abierta
pretendía mantenerse abierta, es decir, indeterminada y por lo tanto sin posibilidad de
alcanzar nunca un significado preciso que la colmase, mientras que la imagen abierta
está constantemente proponiendo significados a través de nuevas conexiones: signifi-
cados todo ellos válidos, estables en su particular momento. Nos encontramos, por lo
tanto, ante una eclosión del movimiento: movimiento de las imágenes, tanto interna
como externamente, movimiento de la mirada dentro de la imagen y entre las imáge-
nes, movimiento de la cognición a través de cadenas de significados. Podríamos decir
que el movimiento se ha liberado del tiempo, de la misma manera que el tiempo, en
consecuencia, tampoco tiene por qué estar ligado al movimiento para ser comprensi-
ble. El movimiento sin tiempo, aunque no necesariamente sin duración, supone lapo-
sibilidad de revitalizar la condición fija de la imagen, de revitalizar la actuación de sus
potencialidades sincrónicas que habían sido obliteradas por la potencia temporal de
las imágenes cinéticas. A la vez, las imágenes cinéticas, que contienen duración, pier-
den su capacidad hipnótica, relacionada con su pretendido mimetismo, y vuelven a
presentarse como imágenes puras. No existe ya contraposición entre ambos mundos:
la imágenes cinéticas actúan como fijas, las imágenes fijas como cinéticas. Basta visi-
tar alguna página web de mediana complejidad para darse cuenta de ello, pero el fenó-
meno no se refiere solamente a Internet, sino que recorre toda la fenomenología de la
imagen y, como he dicho, nos obliga a reconsiderar incluso la fenomenología históri-
ca de la misma, puesto que lo que ahora descubrimos de nuevo en las imágenes, en rea-
lidad ya estaba en ellas, aunque no lo supiéramos ver.
Retomemos el ejemplo anterior de la «Mona Lisa» de Leonardo, cuadro emblemá-
tico donde los haya y, por lo tanto, prototípico de la imagen cerrada, tan prototípico que
en el Louvre lo mantienen, como decía, aislado por una caja de triple cristal a prueba de
balas y con temperatura interna controlada. Mientras tanto, «La Gioconda» se ha ex-
pandido por el imaginario cultural de todo el mundo y este imaginario ha devuelto a la
visualidad multitud de interpretaciones de la pintura (figura 1). Walter Benjamin nos
había informado sobre la crucial transformación de la imagen en la era de la reproduc-
tibilidad técnica, cuando empezaron a proliferar las copias y la imagen perdió su aura
(un aura que los museos se encargan, de todas formas, de reinstaurar, y ahora de forma
material, como hemos visto). Pero asistimos en estos momentos a una transformación
distinta porque lo que proliferan no son copias idénticas, sino versiones diferentes de
una misma propuesta. La copia suponía una reiteración del original y de su típico aisla-
miento, como se podía comprobar con la copia por excelencia que es la fotografía: por
muchas copias que se hicieran de una fotografía, todas ellas ocupaban el mismo lugar,
ninguna interfería con otra, cada una era única para el observador que la tenía ante sus
ojos. A nadie, hasta Andy W arhol, se le había ocurrido colocar una copia al lado de la
otra para materializar precisamente lo que era característico del conjunto: el fenómeno
de la replica. Por el contrario las versiones, por muy aisladas que surjan unas de otras,
!l.~'
48
Figura 1.
onju111
0 de adap taciones
de la «Mona Lisa» (1967).
tienden tod as e llas a la conex ión, al es tablec imiento de una red, puesto que cada una de
las versiones depende de todas las demás para confluir hac ia un significado que nunca
puede llega r a compl etarse, ni siquiera cuando se hace acopio de todas las versiones po-
sibles, puesto que siempr e quedar án nuevas version es para hace r, nuevas interpretac io-
nes. 11La «Mona Lisa» del Louvre es una imagen de l antiguo rég imen, una image n
enclausu·ada, susce ptibl e de ser reprodu c ida hasta la sac iedad , sin que las co pias apenas
puedan añadir nada al original. Record emos que Warhol hacía hinca pié en que las dimi -
nutas imperfecc iones de la impres ión serigráfica que aparecían en las di fere ntes copi as
de alguno de sus u·abaj os - por ejempl o e l retrato de E liza beth Tay lor (figura 2)- intr o-
ducía n un resco ldo de originalidad en cada una de e llas. Se trata del límit e que estas va-
riac iones pueden alcanz ar en ese paradigm a. El mismo Warhol , sin e mbargo , dio un
primer salto hac ia e l otro lado, tint ando sus series y efec tuando compo s iciones con sus
elementos : fig ura 3. La «Mon a Lisa» de Leonardo per manece en su luga r del Louvr e
como refe renc ia de la prolife ración de ve rsiones que aparece n por tod as partes en un
mov imiento qu e es a la vez radi al y pluridim ensional, pues to que es tas versiones no se
atienen a un único reg istro , sino que se des parraman por todos e llos. Se forma, pues, un
universo «Mona Lisa» que surge de la image n ce rrada original y que supon e la plasma-
ción de un co ntinuo diálogo que tiene lugar en el imaginario y que interpr eta y re inter-
preta ese uni verso sin cesa r , has ta el punt o de que ya no podemos regres ar a l origen, s i
no es a través de alguno de estos ca minos radiales.
Co n e l nac imiento de la fo tografía pud o dar la impres ión de que culmin aba e l para-
digma de la image n fij a, única y ce rrada, puesto que no hay image n más fija que la foto-
11. En este sentido , es muy interesante el proye c10de Robe n A. Baro n. quien ha co nfeccionado una in1ere-
sante antología razonada de versiones de la Mona Lisa que reco rren todos los registros posibles:
«Mona Lisa lmages for a New Wor ld» http://www .s1ud iolo.o rg/Mona/ MONA L1ST. htm (4-8- 2005 ).
GENEALOGÍA DE LA VISIÓN COMPLEJA 49
gráf ica , que nace de fijar e l flujo de tiempo ; ni imagen má s única, ya que e l acto de fo-
tografiar supo ne un ejercicio muy claro de enmarcar la realidad y se parar de la misma
un Fragmento que se con temp la de manera ais lada y se admira preci sa mente por e llo; ni
tamp oco hay imagen , en principio , má s cerrada puesto que , ade más de ser fija y única,
tiende a rec hazar la co nexión natural co n otras imágene s de su tipo. La llegada del cine ,
por consiguiente, parecía suponer e l final de la image n fija, principalmente po r tres mo-
tivos. Prim ero porque , dentro de la lógica de la ideo logía de la mime sis, e l movimiento
se co nsideraba superior a la fijeza. Luego porque , dentro de la lógica de la ideología del
progreso, la llegada del mov imiento a las imágenes co loca ba a la imágene s fijas en una
situac ión de atraso con respecto a las que se movían. Finalmente , porque e l movimien-
to promoví a un nat ura lismo de las inter-
con ex iones entre las imáge nes que difi-
cultaba la percepción fragmentaria que
proponí an las imá genes fijas cuando se
tendí a a interconectarlas.
La actua l feno menología de la ima-
ge n se suste nta en la superación de estos
enfrentamientos , pero no necesaria men-
te en una sín tesis de los mismos que en-
globe y haga desaparecer sus tensione s,
sino en una situac ión en la que es tas ten-
....
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imágenes relacionadas o porque la visión del observador las lleve a establecer relacio-
nes insospechadas con el entorno. Como indica Paul Virilio, vivimos inmersos en una
ecología de las imágenes que comprende figuraciones de todo tipo y funcionamiento,
y todas esas imágenes tienden a la relación, a la red. La imagen contemporánea, por lo
tanto, se mueve entre el tiempo-movimiento-duración y el tiempo-estático-memoria.
Pero no solo la imagen contemporánea, sino también la percepción contemporánea y
con ella la epistemología contemporánea. Todo ello configura los términos de la nue-
va cultura visual. La imagen contemporánea es inevitablemente compleja, lo que quie-
re decir que seguir pensando la imagen como la habíamos hecho hasta ahora es
imposible. Se impone, como he dicho, un replanteamiento de sus características.
Hablar de cultura visual significa que no podamos circunscribir la fenomenología
de la imagen simplemente a la región de la imagen artística. Aunque, siguiendo a Ar-
thur C. Danto, supongamos que se han alcanzado, y sobrepasado, los límites del arte,
no podemos negar que continúa existiendo una actitud artística, aunque esta actitud
sea radicalmente distinta de aquella que impulsaba la producción de objetos de arte
durante la era del arte genuino. Quiero decir que, como también constata Danto, sigue
habiendo forzosamente un arte de después del fin del arte: 12 sigue existiendo una pro-
ducción visual que se distingue por querer ocupar un espacio estético y epistemológi-
co peculiar, un espacio específico en el que las imágenes son usadas de forma
eminente, como algo más que un medio o con una intención que supera la simple fun-
cionalidad. Pero se trata tan sólo de una parte de la fenomenología de las imágenes
contemporáneas, y la cultura visual debe ocuparse de toda la fenomenología de las
imágenes, no sólo de aquellas imágenes utilizadas de manera considerada cultural-
mente inteligente. Al entrar en este terreno, vetado para la crítica modernista, nos en-
contramos con inquietantes discontinuidades en los espacios hasta ahora considerados
homogéneos de la cultural, de la inteligencia e incluso de la ética.
Pondré un ejemplo para que el fenómeno sea más comprensible. Mientras redac-
taba estas líneas, vi un programa de televisión execrable, de auténtica televisión basu-
ra, que era más ignominioso por el hecho de que se rodeaba de una pátina de crítica y
de denúncia. En el universo de los «famosos», del periodismo del corazón, de la pren-
sa (y especialmente la televisión) «rosa», etc., es decir, en el universo del simulacro,
de la falsa noticia, de la vacuidad intelectual, se acababa de alcanzar un nuevo estadio
que era, de hecho, predecible: me refiero a los programas de denuncia de los montajes
perpetrados en la esfera anterior. Los mismos «periodistas» de siempre, los mismos
expertos en inventar noticias, los mismos «famosos» en sus diversas gradaciones se
reunían de nuevo para rizar el rizo y proceder a denunciar, mediante toda la parafer-
nalia de cámaras ocultas y pseudo-testimonios pseudo-escandalosos, el mismo entra-
mado que los había mantenido hasta entonces en activo. Este tipo de progresión, o
regresión, en espiral es lógico en unos medios obsesionados por los índices de au-
diencia y, por lo tanto, obligados a huir constantemente hacia delante, sin moverse en
realidad de sitio.
En el caso concreto del programa que nos ocupa, la supuesta víctima era el conde
Lecquio, una criatura típica del universo mediático del que estamos hablando. Al-
guien que, fuera del caldo de cultivo artificial del periodismo del corazón, no hubiera
12. Arthur C. Danto, De.,pués del fin del arte, Barcelona, Paidós.2001.
~
sido absolutamente nada, pero que gracias a él se había convertido en garantía de éxi-
to de público espectador: es decir, en un auténtico simulacro en todos los sentidos de
la palabra. Siguiendo la tónica del programa, se suponía que los responsables del mis-
mo habían conseguido grabar, mediante cámaras ocultas, un puñado de declaraciones
escandalosas del personaje, quien ahora estaba obligado a defenderse ante el público.
De esta forma, se cubrían todos los frentes: por un lado se poseían unas declaraciones
supuestamente comprometedoras que ponían en jaque a un personaje famoso, mien-
tras que por el otro se contaba, como en tantas otras ocasiones, con este personaje
para que ejerciera sus funciones de icono mediático. Como se ve, todo tremendamen-
te inane.
Ya era curioso, de entrada, el hecho de que el tal Lecquio hubiera, al parecer, co-
brado por acudir a un programa de televisión en el que supuestamente se le iba a po-
ner de vuelta y media, pero ello constituye, al fin y al cabo, un caso de tipologfasocial
o de sociología de los medios y no nos incumbe de momento. Sin embargo, el hecho
nos debería poner en guardia sobre el supuesto carácter genuino del testimonio arran-
cado subrepticiamente al personaje. Detectamos aquí una primera característica inte-
resante: la objetivación de la duplicidad de los discursos de los personajes públicos
mediante una operación en apariencia intrascendente. Acostumbramos a dar por sen-
tado que los personajes públicos (que lo son a través del ámbito mediático), desde los
políticos a los famosos, dicen una cosa ante las cámaras y otra cuando éstas no se en-
cuentran delante. Es un defecto de nuestra fibra moral, defecto de no escasa enverga-
dura, el que hayamos llegado a aceptar como corriente algo que no es otra cosa que
un fraude, pero el problema no es de los medios, aunque ellos se aprovechen de la cir-
cunstancia.13 Gracias a esta proverbial duplicidad es posible crear una determinada
expectación morbosa ante el hecho de que se pueda tener constancia de ese lado «ver-
dadero» de un personaje público, un aspecto de esos personajes al que supuestamente
las cámaras nunca podrán tener acceso, precisamente porque su presencia produce la
doble verdad de la que estamos hablando. Pero ahora, hete aquí que la televisión, des-
pués de haber ofrecido al público la falsedad de los famosos, le pretende vender su
verdad.
El carácter sacralizado de la cámara oculta surge de que se la considera con un posi-
ble potencial revelador de unos secretos que la misma cámara, cuando no está escondi-
, da, produce. Al obligar a mentir a los famosos, ya sea con la excusa de proteger una
intimidad que se acabará vendiendo al mejor postor, o por razones de estado en el caso
de los políticos, la cámara nos ofrece siempre el lado teatral de lo público. De ahí que,
paraproducir la verdad, haya que ocultar esa cámara. Esto supone un descubrimiento
crucial, puesto que hasta ahora las cámaras habían sido consideradas como intrínseca-
mente capaces de desvelar la realidad. Pero hete aquí que, de pronto, tienen que ocultar-
se, tienen que desaparecer de la escena, para que esa realidad, esa verdad, pueda
aparecer. La cámara en realidad ya era un auténtico dispositivo democrático sin estar
oculta, pero no necesariamente por su capacidad testimonial, sino por todo lo contrario:
por su intrusismo, puesto que ha logrado siempre que los personajes públicos muestren
ante ella su rostro menos intrínsecamente favorable, aquél con el que deciden sustituir al
'{'.'
;;1t 13. No es culpa de los medios, pero hay que añadir que la publicidad ha sido la que ha creado el mecanis-
1 :,
·.
mo en el que se fundamenta esta duplicidad.
52 LA IMAGEN COMPLEJA
verdadero. ' 4 El problema es que esto, a veces, se llegue a considerar natural y se tome
por un testimonio genuino lo que en realidad no es más que un simulacro. Pero, si se
piensa lo contrario, es lógico que se considere que ocultando la cámara se podrá dar la
vuelta a la situación y promover un retomo, aunque no sea voluntario, de la sinceridad.
Las declaraciones supuestamente indiscretas de Lecquio en ese programa resulta-
ron ser, sin embargo, muy poco espectaculares, y por lo tanto los responsables del mis-
mo se vieron obligados a buscar nuevas estrategias para aumentar su interés. Así se
inventaron un falso documental de Roma, o del deambular de Lecquio por Roma, con-
ducido por el propio interesado. Lo curioso es que este falso documental, también cap-
tado por una «cámara oculta», 15 fuera anunciado por la voz en off como un falso
documental, lo cual no dejaba de ser contradictorio. Es decir, que era una falso docu-
mental por tres motivos principales: porque no era, en realidad, ningún documental;
porque Lecquio sabía que le estaban grabando, a pesar de que la cámara pretendía es-
tar oculta; y porque, además, se afirmaba que era un falso documental, con lo que se
hacia referencia a un género establecido y ya codificado que desmentía la presunta fal-
sedad del producto. Lo cierto es que, estos tres registros más que sumarse, entraban en
contradicción unos con otros y colocaban al espectador en una situación poco cómoda.
Pero como sea que las revelaciones que podían extraerse de estas operaciones
tampoco eran demasiado trascendentales, los responsables del programa se inventaron
otro dispositivo más: mandaron un segundo equipo de realización a perseguir al conde
Lecquio y al primer equipo en su deambular por Roma. Este segundo equipo les se-
guía a distancia y sin que el personaje supiera que estaba siendo grabado por el mismo:
ignoraba, de hecho, que estaba siendo grabado por partida doble, en un caso con su
consentimiento, en el otro sin él. Curiosamente, las imágenes producidas por este se-
gundo equipo no mostraban los estilemas de la «cámara oculta» que si tenían las surgi-
das de la grabación del primero. El segundo equipo era el verdaderamente oculto,
aunque no lo pareciera, mientras que el primer equipo, que sí parecía oculto, en reali-
dad no lo estaba, puesto que Lecquio conocía su existencia. El primer equipo estaba
destinado a producir «imágenes reveladoras», pero no tanto del conde, que se prestaba
a la grabación del «falso documental», como del entorno con el que éste se encontrase
en su tránsito por la ciudad. Pero lo cierto es que la finalidad concreta era la produc-
ción de imágenes estilísticamente reveladoras, es decir, de un tipo de imágenes que se
reconocen como reveladoras de algo oculto por su aspecto más que por el hecho de
que realmente revelen nada. De esta manera, el programa contenía un gran número de
imágenes que superficialmente daban la impresión de estar descubriendo grandes se-
cretos, cuando en realidad no ponían de relieve nada importante, como constataban las
imágenes del otro equipo que, como digo, eran estilísticamente tradicionales. Ahora
14. Esta dualidad no deja de ser engañosa: no hay sólo dos rostros contrapuestos de las personas. Pero sí es
posible que existan una percepción dual del propio personaje que construye un rostro para la cámara
con el fin del ocultar otro que no le interesa mostrar.
15. Hay una serie de estilemas que caracterizan a la «cámara oculta»: la poca calidad de las imágenes, su
posición baja, creadora de drásticos contrapicados, su encuadre poco ortodoxo e inestable, etc. Por su-
puesto esto son características del proceso de ocultar la cámara, pero también se han convertido en ras-
gos de estilo. Este «estilo», por otra parte, se entronca con las pulsiones voyeurísticas y supone una
formalización de las mismas, la objetivación de un tipo de mirada concreto con todas sus consecuen-
cias.
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bien, unos por otros, este juego de espejos transmitía al público la sensación de descu-
brimiento buscada.
Añádasele a todo ello, el set del programa, situado en un plató, que era el marco
donde el otro entramado se presentaba. El programa, «A corazón abierto», 16 consistía
en un decorado muy tradicional donde se reunían los «periodistas», los «expertos» en
la materia y el famoso correspondiente (Lecquio), y donde el público coreaba, literal-
mente como el coro de una tragedia griega, las intervenciones de unos y otros. En este
marco, se introducían las diversas construcciones videográficas que hemos menciona-
do y algunas más de otros testimonios relacionados con el personaje principal.
Si hablamos de inteligencia, de ética y de estética, a la manera tradicional (no qui-
siera aventurar precipitadamente la posibilidad absoluta de hablar de todo esto de otra
for"!a: planteémoslo sólo como hipótesis), si lo hacemos así debemos concluir que el
programa no era ni inteligente, ni ético, ni tenía ningún valor estético. No era inteli-
gente porque en él se barajaban estupideces y se decían necedades. No era ético por-
que no lo es degradar al público con pseudoproblemas o maltratarlo emocionalmente
con pseudoemociones. Además, como cabe la posibilidad de que todo el conjunto fue-
ra un montaje, pactado como se pactan tantas de estas pseudonoticias en el mundo de
los «famosos», la estafa al público podía ser incluso mucho mayor. Por último, el pro-
grama no tenía ningún valor estético porque nadie se había preocupado de perseguir
este valor en ningún sentido. Y sin embargo ...
Veámoslo de otra forma. Olvidémonos, de momento, que el programa ha sido
confeccionado por determinadas personas con una finalidad muy concreta, alejada de
cualquier presunción intelectual, y ciñámonos a su estructura formal y estilística.
¿Con qué nos encontramos? No es ahora el momento de hacer un análisis formal del
enunciado televisivo, pero yo diría que el entramado que he descrito, si conseguimos
hacer abstracción del uso intelectualmente mendaz, estéticamente torpe y éticamente
reprochable que se hacía del mismo, es muy sugestivo. Ya sé que no es pedir poco,
pero si conseguimos hacer el esfuerzo, nos encontraremos con que, lo que queda, es
decir las características generales de un determinado tejido enunciativo, es muy pare-
cido estructuralmente a los dispositivos que, por ejemplo, utilizaba Orson Welles en
sus programas radiofónicos de los años treinta y cuarenta, así como en sus últimos fil-
mes, especialmente en «Fake» (1973), aunque en estos casos la inteligencia, la ética y
la estética alcanzaban el nivel adecuado.
De lo que estamos hablando es de una estructura enunciativa compuesta por una mul-
tiplicidad de voces y de registros que está asimismo en las bases de uno de los géneros ci-
nematográficos más interesantes de la actualidad como es el film-ensayo, del que Welles
fue también uno de los fundadores, 17junto con otros cineastas como Chris Marker o Go-
dard, nada sospechosos de veleidades consumistas. Por otro lado, si nos referimos al arte
contemporáneo, precisamente al arte impuro que se produce, según Danto, después del
fin del arte, nos encontramos con panoramas muy semejantes. El campo de la instalación
:r,?
16. Emitido por Telecinco el jueves 30 de enero de 2003, y presentado por Jordi González.
',,t . 17. Para ampliar el concepto de film-ensayo, ver Josep M. Catala, «El film-ensayo. La didáctica como ac-
..-1~':
tividad subversiva», en Archivos de la Filmoteca, nº 34, enero de 2000, pp. 78-97 y Josep M. Catala,
llf:
«Film-ensayo y vanguardia», en CERDÁN,J. y TüRREIRO,C. Documental y vanf?uardia, Madrid, Cáte-
dra, 2005.
' '•
54
A medida que los movimientos obreros del siglo xx tuvieron que ir enfrentándose a
la realidad del trabajo industrial, las nuevas formas parásitas se tomaron las imáge-
nes de la televisión contemporánea al pie de la letra-co mo componentes reales, vita-
les, ineludibles de la vida diaria-. Sucede que esta parlicular reg ión de la vida diaria
no está bien representada por las historias tradicionales. La realidad de la sociedad
decimonónica requería la narración equilibrada y profunda de la novela en varios vo-
lúmenes. La «vida palpitante y espontánea» de la que hablaba George Eliot sigue
viva y coleando en el universo mediático de finales del siglo xx . So lo que las palpita-
ciones de la vida moderna no encuentran la forma adecuada en las extensos argu-
mentos de la novela victoriana, ni siquiera en las presuntuosas narralivas
supuestamente cultas de los films de Hollywood.18
Por lo tanto , podemo s dec ir que la telev isió n propi cia co mo med io este tipo de hi-
bridaciones e impur ezas que tanto enriqu ece n la representación contempor ánea y que
sin dud a también se encuentran en las raíces de la perce pc ión actual. Si ac udim os a
Bajtin, nos enco ntrare mos con una nome ncl atura muy úti l al res pec to. No ca be d uda
18. Steven John son, lme,fa ce Culrure. Nueva York , Basic Book s, p. 30. No estoy ele acuerdo con el entu -
siasmo prov erbialm ente antiin teleclllal que expre sa el autor , pero me temo que ac ierta en una realidad
básica que hay que tener en cuenta, quiz á para reconduc irla hasta que alcance, en otro medio , el equiva -
lente a la densidad que tenía la «volumino sa nov ela v ictoriana »
...............
de que los conceptos de dialogía, polifonía, voz, etc., serán tremendamente producti-
vos a la hora de determinar la complejidad del enunciado genuinamente televisivo. El
problema es que, generalmente, esta complejidad se emplea en empresas de escasa ca-
tegoría intelectual.
No quisiera que mi posición se confundiera con el peor de los gestos posmodernis-
tas, que es el de la complacencia con lo establecido. Por otro lado, tampoco desearía
retornar a las divisiones tradicionales entre el fondo y la forma, que en este caso no se-
rían más que subterfugios dignos de toda sospecha. Si tomamos al pie de la letra las
palabras de Brecht cuando afirmaba que la forma es el fondo que sube a la superficie,
no tendríamos más remedio que aceptar que la forma televisiva no es más que el resul-
tado de la cristalización de la porquería que transcurre por el fondo de la misma. Pero
aun simpatizando con el aserto de Brecht y compartiendo su significado preciso con
respecto a la superación dialéctica de la división aristotélica, pienso que la cuestión no
es tan sencilla, como lo atestigua el hecho, ya mencionado, de que la televisión com-
parte estructuras formales con otros productos contemporáneos bastante alejados de la
industrialización de las conciencias.
Obviamente, estamos hablando de dos registros distintos. Una cosa es el enunciado
televisivo como muestra de un enunciado complejo y otra, muy distinta, el enuncia-
do de un programa en concreto. La televisión en sí misma, no tan solo es culturalmente
viable, esto ya lo sabemos, sino que además es formalmente avanzada, como en su día lo
fue el incipiente fenómeno cinematográfico, a pesar de su atraso en los contenidos: Peter
Greenaway acostumbra a afirmar que el cine no ha superado aún el ámbito del melodra-
ma de Griffith, por ejemplo. Un programa en concreto (o la mayoría de programas en
concreto) pueden utilizar torpemente esta estructura estética y por lo tanto ajustarse mu-
cho a la afirmación de Brecht, ya que las torpezas demostradas en la superficie formal se-
rían en gran medida causa directa de las torpezas inscritas en el fondo intelectual: al fin y
al cabo, ambos registros forman parte de un mismo acto de pensamiento. Lo que ocurre
es que ni el medio ni el estilo son ningún antídoto contra la indigencia intelectual o estéti-
ca: cualquiera puede equivocarse utilizando los mismos recursos que Picasso o que Bee-
thoven. Nuestro problema reside en el hecho de que no acabamos de entender el
verdadero alcance de los errores que se acostumbran a cometer en la industria cultural:
siendo como somos todavía en gran medida aristotélicos, captamos simplemente el ca-
rácter necio de los contenidos y decidimos, a partir de ello, que el continente ha de ser
igualmente inane, pero no nos detenemos a pensar en él. O si lo hacemos, confundimos el
carácter híbrido, inestable, complejo de la enunciación con las vacilaciones de lo enun-
ciado, sin reparar en que parte de las características de estas vacilaciones pertenecen al
caso concreto y la otra parte a las características del medio en general. Si fuéramos menos
aristotélicos, incluso seríamos capaces de detectar los errores que se producen en la
enunciación cuando, por el contrario, los contenidos parecen a prueba de toda sospecha.
Nos vemos obligados, por lo tanto, a trazar una línea divisoria en los territorios de
la inteligencia, de la ética y de la estética, de manera que podamos discernir entre lo
que es localmente insustancial o incluso pernicioso y lo que es culturalmente válido.
Esta división no pasa en ningún momento entre el fondo y la forma, que son una mis-
ma cosas, sobre todo en el terreno de la cultura visual. Con ello trato de comprender
los fenómenos al margen de su utilización concreta porque creo que es importante, en
una cultura como la nuestra, poder hacerlo así, so pena de impedir, en caso contrario,
56 LA IMAGEN COMPLEJA
Cada vez está más presente en la vida intelectual de las sociedades occidentales la pala-
bra complejidad. Suena tanto que corre el peligro de convertirse en un lugar común, antes
incluso de haber sido comprendida y, lo que es peor, antes de que la asunción de su signi-
ficado profundo se utilice para desmantelar un paradigma de lo elemental y lo simple que
se halla prácticamente agotado. La complejidad tiene que ver en muchos sentidos con la
globalización y comparte con este concepto el riesgo de ser malinterpretado por el hecho
de que denota tendencias encontradas, fácilmente manipulables en un sentido o en otro.
Pero ambos fenómenos son ineludibles y están más allá de las nomenclaturas. En este
sentido, la cultura visual sólo puede comprenderse en el seno de la complejidad.
Hay que indicar de entrada que la complejidad no es tanto necesaria como inevita-
ble. La realidad actual no puede ser otra cosa que compleja, puesto que la simplicidad
requiere una inocencia intelectual, cultural, epistemológica, ética y estética de la que
las sociedades occidentales carecen en el presente momento histórico, sin que además
nada parezca indicar un giro en la dirección contraria. Actualmente sólo se puede ape-
lar a la simplicidad por ignorancia o por mala fe. 19 Pero incluso en estos casos, es decir,
cuando la explicación contiene un vacío inconsciente e ignorado o cuando ese vacío
pretende en realidad ocultar determinada abundancia informativa considerada inopor-
tuna, la complejidad sigue estando presente por la inevitable densidad que estas postu-
ras reduccionistas añaden, aunque sea negativamente, al conocimiento expresado, los
verdaderos límites del cual siempre se encuentran, por consiguiente, más allá de su pro-
pia enunciación, puesto que ésta conlleva forzosamente la latencia de lo que oblitera.
Vive, pues, el conocimiento contemporáneo bajo una condición trágica que le impide
alcanzar esa fundamentación absoluta que han perseguido épocas más clásicas que la
actual. Quizá sea éste el signo más expresivo del neobarroquismo de nuestra era que
Ornar Calabrese detectó en su momento a través de síntomas muy diversos.20
19. Esta mala fe puede ser metodológica como en el caso de la ciencia clásica que práctica un reduccionis-
mo asumido como necesario.
20. Ornar Calabrese, La era neoharroca, Madrid, Cátedra, 1987.
l
GENEALOGÍA DE LA VISIÓN COMPLEJA 57
23. El estudio citado de Georges Didi-Huberman sobre la obra de Aby Warburg se preocupa especialmen-
te de este tipo de nudos de tiempo originados por la supervivencia histórica de antiguas supersticiones.
Tendremos ocasión de comentar este trabajo en diversas ocasiones a lo largo de este libro.
~.
..
~'.·.',
ahora bien nos alertaba, eso sí, sobre el interés que podía tener el propio medio como
discurso.
No deja de ser interesante, sin embargo, esta sintomatología, esta popularización
de la idea de que la razón no puede continuar basándose en reduccionismos sólo por el
hecho de que éstos obtengan resultados prácticos notables, pero el fenómeno por sí
solo no explica nada. La mirada compleja sobre este problema propondría, por el con-
trario, una axiología basada en la búsqueda del significado más que en la persecución
de la eficacia, sin dejar por ello de entender que los valores -o la puesta en evidencia de
los mismos, ya que éstos nunca dejan de estar presentes-, también pueden constituir el
fundamento de ámbitos perfectamente adecuados para la consecución de derivaciones
prácticas, con la ventaja de que en tal caso las mismas no estarían desprovistas de hu-
manidad, como por el contrario ocurre con los logros técnicos actuales. Ha llegado el
momento de darle la espalda a Occam y afirmar que, ante dos explicaciones de igual
entidad, es la más compleja la que más tiende a ser verdadera, teniendo en cuenta que,
en esta reconfiguración epistemológica, el concepto de tendencia es crucial.
Cuando hablamos del estilo de una época o, mejor dicho, del estilo mediante el
que una época mejor se representa a sí misma, nos encontramos, al parecer, en una po-
sición situada más allá de la ética, puesto que las características de ese estilo, como he
expuesto al referirme al tema de la televisión, tanto pueden utilizarse progresiva como
regresivamente. En el caso del denominado neobarroco, concepto que comparte mu-
chos aspectos con el denominado posmodemismo sin tener su mala prensa, el estilo
tanto puede alimentar estrategias publicitarias o configurar la estructura difusa de las
corporaciones multinacionales como suministrar las herramientas necesaria para com-
prender esas maniobras o las estructuras que destilan e incluso para criticarlas. Sólo la
resistencia al estilo alcanzaría a ser, por lo tanto, propiamente reaccionaria. Pero eli-
minar un componente de lo real, en este caso la ética, así como pretender que un para-
digma tiene una validez absoluta, son precisamente rasgos contrarios a la idea de
complejidad, por lo que contradicciones como ésta no pueden ser solventadas, si no es
incorporándolas a la reflexión para resolverlas a través de su presencia, en lugar de
procurar justificar su ausencia. Además, un tipo de reflexión que no sólo acepta los es-
pacios problemáticos, sino que los utilizan de fuerza motriz para seguir avanzando
puede ser considerada justamente barroca, puesto que adquiere características fracta-
les -la idea de una reflexión que, en lugar de avanzar de manera lineal, a través de en-
cadenamientos de causa y efecto que se anulan mutuamente, lo hace diseminándose en
una red siempre actual y actualizada-, característica que, como indica Calabrese, for-
ma parte de la sensibilidad neobarroca en contraposición con la neoclásica.
El mismo Calabrese se refiere a la dicotomía detalle/fragmento, parte/todo, como
una de las principales peculiaridades de la era neobarroca. Pero esta oposición, en tan-
to que funciona como tal, no puede considerarse un elemento distintivo de la fenome-
nología compleja, que está mejor caracterizada por el concepto de multiplicidad. Gilles
Deleuze, refiriéndose al uso que Bergson hace del término, indica que es necesario
trascender las nociones de oposición y complementariedad para comprender qué signi-
fica lo múltiple: «cuando empleamos el sustantivo multiplicidad [en lugar de emplear
el concepto como adjetivo] indicamos, por eso mismo, que hemos ido más allá de la
oposición entre los predicados uno-múltiple, que ya estamos instalados en otro terreno,
,,,,(: Ysobre ese terreno somos necesariamente inducidos a distinguir los tipos de multiplici-
60 LA IMAGEN COMPLEJA
Una estructura móvil e inestable ... con todas sus partes desplazándose de acá para
allá, uniéndose de modos diferentes, añadiendo a estas nuevas partes con caracteres
ornamentales, como si se consultase a un espejo, ofreciéndose la disposición en su
conjunto de una forma tan imprevisible y poco fiable como la carne viva ... el esfuer-
zo llevado a cabo no es, como se piensa a veces, un medio para construir un cuerpo
El mundo real, en todas sus dimensiones, no puede entenderse, por lo tanto, sin la
complejidad, ni ésta sin los términos que establece la realidad compleja. La compleji-
dad posee la misma condición que, según Morin, cumplen las nuevas ciencias de la
ecología, las cuales son «un sistema complejo que forma un todo organizador( ...). De
esta forma, estas ciencias rompen el viejo dogma reduccionista de explicación por lo
elemental: consideran unos sistemas complejos donde las partes y el todo se entrepro-
ducen y se entreorganizan». 33 En este sentido, por ejemplo, las ciencias de la ecología
son ciencias complejas, ciencias que surgen para solventar una situación en sí misma
compleja. Y estas ciencias no pueden dirigirse a un objeto estable o a estabilizar, sino
que deben encarar un objeto fundamentalmente transitorio.
¿En qué medida, de acuerdo a estos parámetros, puede ser compleja una imagen?
La pregunta, en apariencia simple, debe proyectarse forzosamente más allá de sí mis-
ma, y hacerlo en todas direcciones. Por lo tanto, no se trata solamente de averiguar qué
características debe tener una imagen que voluntariamente pretenda ser compleja, sino
que además hay que saber también si todas la imágenes que se producen en un ámbito
complejo son necesariamente complejas y si sólo éstas, las coetáneas del entendimien-
to complejo de lo real, pueden llegar a serlo.
El rompimiento que experimentó la arquitectura a mediados del siglo xx entre
modernismo y posmodemismo' tuvo consecuencias que desbordaron muy pronto el
ámbito específicamente arquitectónico. Ahora podemos contemplar ese momento
como el punto de despegue de la sensibilidad compleja, a partir del paradigma de la
simplicidad. Mark C. Taylor establece los polos del conflicto en una oposición entre
la cuadrícula y la red, conceptos representados respectivamente por las propuestas de
Mies van der Rohe y de Robert Venturi. 34 Efectivamente estamos ante dos mundos
distintos, ante dos opciones de entender no sólo la arquitectura, sino también la reali-
dad. Además estos paradigmas se expresan ambos a través de lo visible, de la organi-
zación visual del espacio y del tiempo. Por ello, podemos decir que la primera imagen
conscientemente compleja es la imagen arquitectónica del posmodemismo, puesto
que ésta construye una complejidad formal que responde a una postura ideológica en
contra de la simplicidad que propugnaba, también ideológicamente, el paradigma an-
terior. Podríamos relacionar el impulso rupturista de la arquitectura compleja con los
movimientos vanguardistas en general, cuyas imágenes también pueden ser conside-
radas en muchos sentidos complejas, pero a estas imágenes de la vanguardia les falta
la conciencia de estar desarrollando una complejidad visual para ser realmente proto-
típicas del nuevo paradigma, además del hecho de que también la arquitectura moder-
nista está conectada con determinados movimientos vanguardistas, lo que hace que el
criterio de pertenencia a la vanguardia no sea el más adecuado para delimitar la ima-
gen compleja.
32. Citado por Nelson Goodman en De la mente y otras materias, Madrid, Visor, 1995, p. 22.
33. Edgar Morin, La mente bien ordenada, Barcelona, Seix Barral, 2000, p. 33.
34. Mark C. Taylor, The Moment of Complexity. Emerging Network Culture, The University of Chicago
Press, 2001.
GENEALOGÍA DE LA VISIÓN COMPLEJA 63
.,,. cuando dice que si entendemos las palabras de Mies en relación a la íntima estructura de
su tiempo, entendemos entonces su arquitectura, por ejemplo el hecho de que «el traba-
jo reticular del edificio Seagram parece encamar la simplicidad analítica y la organiza-
ción racional de la moderna sociedad industrializada». 37He aquí, pues, evidenciada la
l
'
•,
'..
.
35. Taylor, op. cit., p. 36 .
36. Op. cit., p. 32 (Taylor cita a Mies van der Rohe: A personal Statement by the Architect, 1964.
37. Ibíd.
ó4 Lf\ IIVlf\\JC.l"f \...V IVJrLc..J/"\
contradicción que elude toda voluntad simplificadora: el dejarse llevar por la estructu-
ra íntima de la época, pretendiendo con ello asumir un naturalismo esencialista que flu-
ye por la obra como un líquido vital, no implica ni muchos menos conocer cual es
realmente la estructura íntima de esa época, por lo que el artista, en este caso el arqui-
tecto, pierde gran parte del control ético y estético. Cualquier producto, incluso el más
complejo, contendrá siempre un remanente incontrolado que sobrepasará cualquier
voluntad autorial del tipo que sea. pero cuanto más compleja sea la imagen menor y
menos relevante será este residuo, puesto que constituye un genuino ejercicio de com-
plejidad el ir acarreando material del mismo a la superficie. La arquitectura posmoder-
nista asume la estructura íntima de su tiempo con todas sus consecuencias y trabaja sus
contradicciones en la superficie, es decir, a la vista. En este sentido construye imáge-
nes complejas, tan voluntariamente complejas como voluntariamente simples eran las
de los arquitectos racionalistas.
Si la conciencia (o para decirlo con una tautología: la autoconciencia) es un ele-
mento clave de la imagen compleja, el otro sería la auto-referencialidad. La autocon-
ciencia no se agota simplemente en lo ideológico, como parece indicar el ejemplo
emblemático de la ruptura entre el modernismo y el posmodernismo, sino que es una
cualidad que puede aplicarse a las distintas facetas de la imagen. En la medida en que
cualquier propiedad de la imagen abandona el régimen de la transparencia, del natura-
lismo, de la mimesis, para trabajar en la superficie, para mostrarse en lugar de escon-
derse, es decir, para convertirse verdaderamente en fenómeno visual la imagen en
cuestión será más compleja. Pero la autoreferencialidad implica no sólo la asunción de
los mecanismos representativos como instrumentos significativos más allá de su fun-
cionalidad, sino el conocimiento de las características, los potenciales y los límites de
la imagen en cuanto a dispositivo específico.
Figura 5.
GENEALOGÍA DE LA VISIÓN COMPLEJA 65
quizá el más extremo de todos ellos, puesto que en su caso la propia imagen cierra so-
bre sí misma un circuito didáctico que está siempre presente en la imagen compleja ,
aunque no tenga por qué estar directamente enfocado sobre la propia representación.
En primer lugar, habrá que describir el camino de la imagen hacia la complejidad,
para Juego observar que , a la postre , la complejidad se refiere a una forma de interro-
gar la imagen que es la que hace que ésta sea compleja (sin que por ello la mirada es-
pecífica deba entenderse como un añadido provisional). Por lo tanto, no deberemos
referirnos sólo a imágenes complejas en sí, sino también a una mirada compleja hacia
las imágenes , de la misma forma que en la actualidad nuestra mirada hacia la realidad
es compleja (mientras que la que ejecutamos sobre las imágenes acostumbra a ser to-
davía bastante simple). Es de este tipo de mirada que surge la complejidad de lo real,
pero al mismo tiempo esta complejidad de lo real que revela la nueva mirada produce
la posibilidad de la mirada compleja que la contempla. Finalmente, esta mirada puede
acabar representada en imágenes que, en tal caso, serán complejas en sí mismas , a di-
ferencia de aquellas que Jo son como respuesta a una determinada hermenéutica visual
que se aplica sobre ellas. El fenómeno de la imagen compleja, su posibilidad, se mue-
ve por tanto entre una mirada compleja y una plasmación compleja. La primera es el
resultado de una hermenéutica aplicada sobre la imagen y sobre lo real, en tanto que la
segunda es una respuesta sintomática de lo social y de la imagen . Realidad , mirada y
representación forman así una determinada ecología que produce fenómenos incon-
trovertiblemente complejos. Un conjunto que puede describirse, como he hecho antes,
apelando a un mecanismo de «entre-captura » capaz de expresar en su seno la realidad
contemporánea en todo su calado.
Entre los muchos campos a los que afectan las llamadas nuevas tecnologías, en es-
pecial aquellas directamente relacionadas con el ordenador, se encuentra el particular
territorio de la imagen , donde los cambios que se producen son de gran alcance puesto
que afectan las raíces misma de nuestra -cultura. Se trata de un fenómeno que se co-
menta constantemente, pero sobre el que se profundiza muy poco fuera de los ámbitos
más especializados, ya que no pueden tildarse de reflexión, ni el rasgado de vestiduras
ni la euforia recalcitrante, que son las dos reacciones que acostumbra a provocar. Esta
dislocación que está sufriendo la imagen , y que la traslada desde posiciones supuesta-
mente periféricas de nuestra cultura hasta el núcleo central de la misma , no deja , como
digo , de producir inquietudes . Constantemente, antiguos prejuicios que no están del
todo exentos de justificación histórica, afloran a la superficie con la pretensión de fun-
damentar un discurso apocalíptico sobre el futuro de la razón en un mundo que le da la
espalda al texto para mirarse cada vez más en el espejo de la imagen. Refiriéndose a
los programas educativos de la televisión norteamericana, en concreto el archifamoso
«Barrio Sésamo», Neil Postman afirmaba, por ejemplo, que «mientras que la escuela
se centra en el desarrollo del lenguaje, la televisión exige atender a las imágenes». 4 1
No es necesario situar la frase en su contexto, para darse cuenta de que contiene un
enorme prejuicio hacia la imagen , y de paso hacia la televisión. A Postman le parece
que basta con señalar el reemplazo contemporáneo del texto por la imagen para dela-
tar el horror del escenario, sin necesidad de profundizar en las características de esta
transformación. Se trata de un prejuicio bienintencionado que, sin embargo, sólo con-
41 . Neil Postman, Divertim-nosfins a morir , Barcelona , Llibres de l' Índex, 1990, p. 180.
GENEALOGÍA DE LA VISIÓN COMPLEJA 67
sigue provocar sonrisas entre los muchos acólitos del más alegre posmodernismo,
nuevos esnobs que reciben siempre con fervor cualquier ataque a la tradición proven-
ga de donde provenga. Sin apenas reflexión , pues, el fenómeno se da, para bien o para
mal, como irreversible. Pero nadie, aparte como digo de los especialistas, parece dis-
puesto a plantearse el alcance de la contradicción que supone que la creciente prepon-
derancia de la imagen en nuestra cultura (que no está, o no debería estar, desplazando
absolutamente al texto, sino sólo colocándose sobre el mismo, como una capa de com-
plejidad) , todo y su condición de inapelable, tenga como antecedentes cercanos una
comprensión y un uso social de la imagen que parecían haber dado realmente la espal-
da al conocimiento objetivo y racional. ¿Cómo habría podido producirse este especta-
cular salto desde la marginalidad y la inoperancia hasta una creciente hegemonía que,
quiérase o no, requiere enormes virtudes?
Esta conjunción paradójica de una realidad ineludible con una tradición supuesta-
mente negativa, así como la tendencia catastrofista que anuncia, no refleja de manera
fidedigna ni el presente ni el futuro de la imagen (y apenas si nos deja entrever parte de
su pasado), puesto que el potencial didáctico de la misma ha sido siempre enorme,
como saben todos los pedagogos (aunque la.pedagogía visual que éstos acostumbran a
promover no nos sirva de mucho en la actualidad, por estar repleta de todos aquellos
prejuicios que es imprescindible superar).
Se hace necesario, pues, poner de relieve las características más importantes de
las imágenes tradicionales para contraponerlas a aquellas cualidades que está adqui-
riendo la imagen alternativa de la actualidad , a través principalmente del elenco de
nuevas tecnologías que, relacionadas con el ordenador, elevan las capacidades de la
imagen a la enésima potencia. Mediante este ejercicio podremos comprender hasta
qué punto la imagen puede cumplir una función a la vez epistemológica y didáctica,
sin abandonar las características de gestión de la subjetividad y las emociones que
determinan su vertiente estética y que tanto pueden contribuir a la adecuación de un
método científico atascado en un callejón sin salida, como nos informa la moderna
sociología de la ciencia. Pero esta labor, que tiene una clara vocación de futuro, no
puede llevarse a cabo si no es recurriendo a la historia de la imagen y al despliegue
de los recursos visuales que ésta nos ofrece. No porque debamos creer que nada nue-
vo es posible, sino por la convicción de que las innovaciones solo conseguirán ser
verdaderamente operativas si cuentan con las experiencias, tanto positivas como ne-
gativas, que suministra la rica e ignorada historia de la imagen, sin cuyo recurso esta-
mos condenados a una repetición de escasa o nula productividad. Es por ello que,
para entender la imagen posible, es decir, la imagen compleja insertada dentro de una
cultura de lo visual , es necesario hacer referencia a estrategias visuales del pasado , al-
gunas de las cuales fueron en su momento heterodoxas. Los investigadores de la ima-
gen nos hemos ido dando cuenta durante los últimos años de que las raíces de las más
avanzadas maniobras de la expresión visual residían en operaciones figurativas que la
tendencia hacia el realismo perspectivista había ido dejando en el camino a lo largo
de su historia. Es en operaciones formales antimiméticas donde hay que ir a buscar
las características de la imagen del futuro, cuyas primeras manifestaciones ya pode-
mos contemplar en el uso intuitivo que se está haciendo de la composición visual en
los nuevos medios. Y no deja de ser curioso que gran parte de estas imágenes olvida-
das del pasado, especialmente l::ii: ri,l<1l"inn<1n<1<:.-nn .,, R<1rrn.-n ti,n,rnn <1l1Y1ínl"nmnn-
68 LA lMAGEN COMPLEJA
ImagenIlustrativa
Imagen - -+
irracional
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Visuafida
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Figura 7.
GENEALOGÍA DE LA VISIÓN COMPLEJA 69
Creo que los modelos tienen un valor real en la medida en que son vehículos del ima-
ginario, de la imaginación científica. Pues la imaginación juega un papel en la em-
presa científica. Se ha convertido en un lugar común sostener que nos es necesario
recurrir a la misma en el proceso de teorización : yo opino lo contrario. 42
Transparencia >
La transparencia es el mito fundamentador del conocimiento ilustrado que en ningún
lugar como en la imagen se cumpliría de forma más precisa. La imagen, en su con-
cepción más tradicional, se limitaría a reproducir la superficie del mundo, del mismo
modo que la ciencia y la literatura se comprometen a describir las cosas tal como se
ven: igual que ese espejo que Stendhal decía acarrear a lo largo del camino y del que
Wittgenstein hizo una misteriosa interpretación al afirmar que «la gramática es un
espejo de la realidad».43 Una muestra clara e intensa (hasta alcanzar el corazón de la
42. René Thom , Parab a/es et Catastroph es, París, Flammarion , 1983, p. 77.
43. Citado por Ray Monk en Ludwig Wittgenstein, Barcelona , Anagrama, 2002, p. 274.
70 LA IMAGEN COMPLEJA
.....
Es a extre mos como el que acabo de citar al que nos ha llevado la miseria de la vi-
sión occidental, fundamentada en el mito de la transparencia. Frente a ella, debe pro-
mulgar se la necesaria opacidad de la imagen . La imagen ya no es una ventana al
mundo , un lugar de tránsito hacia una determinada realidad , sino que por el contrario
debe considerar se como una estación término , en la que hay que deten erse para ini-
44. En la siguie nte guerra ocurrida tras haber escrito estaS palabras, el prolongado bombardeo de Afganis-
1án por los Estados Unidos, ni siquiera puede decirse que haya habido una visualizac ión propagandísti-
ca de la misma: en realidad ha sido una guerra informativamente ciega, de imágenes desgajadas de una
realidad concreta, como si fueran de archivo. La contrapartida geoestratégica, es decir, el anterior ata-
que del 1 1 de septiembre, fue por el contrario un suceso de una sola imagen repetida hasta la saciedad.
Queda por hacer el aná lisis de la visualización de lrak, donde las controvers ias entre lo verdadero y la
falso parecen haber regresado al terreno clásico de las palabras.
GENEALOGÍA DE LA VISIÓN COMPLEJA 71
ciar una exploración que nos llevará a comprender profundamente lo real. La afirma-
ción de Johan Blaeu en 1663, cuando entregaba su atlas universal en doce volúmenes
a Luis XIV, constituye una muestra muy expresiva del mito de la transparencia pro-
yectado sobre imágenes que en principio no son en absoluto transparentes: «los ma-
pas nos permiten contemplar desde nuestra casa , directamente ante nuestra vista, las
cosas más lejanas ».4 5 Sin embargo, los mapas , a pesar de esta voluntad visualizado-
ra, no nos muestran la realidad lejana, sino que la representan ante nosotros y nos
obligan a detenemos en la representación para descifrarla. Los cartógrafos y dibujan-
tes holandeses del siglo xvn, en un empeño por provocar esa visión de lo que no está
presente, adornaban a veces sus mapas con imágenes de los lugares lejanos, y esas
imágenes , superpuestas al descamado lenguaje de la cartografía , poblaban sus planos
con insólitas epifanías de una calidad casi onírica que los alejaba todavía más de su
supuesta condición vehicular (figura 8).
Jean-Jacques Wunenburger encuentra incluso en la imagen transparente, en la ver-
tiente mimética de la misma, las bases para una posible operación didáctica:
Esta potencialidad de las imágenes en general , a la vez que añade un factor de com-
plejidad a las más transparentes de las mismas, reconcilia también a éstas con la opaci-
dad necesaria para cualquier exploración. De esta manera, nos encontramos con que
aun la imagen transparente resulta en parte opaca con respecto a algún factor de la reali-
dad, en este caso el factor tiempo. Como indica Wunenburger, la fluidez de lo real, de-
masiado urgente para permitir la observación, se detiene en la imagen, a la que entonces
se puede aplicar otra temporalidad, la del observador. Es la confluencia de dos tempora-
lidades, un tiempo del observador sobrepuesto a otro tiempo, el de la imagen , lo que
hace que incluso la imagen transparente pueda ser en cierta forma compleja.
1 MiDBS >
El concepto de simulacro, acuñado por Baudrillard para denominar aquellas imágenes
contemporáneas que sustituyen la realidad , que son una copia sin referente o, mejor di-
cho, una copia simulada que hace creer que existe un referente cuando detrás no hay
nada, puede considerarse como el portazo definitivo al mito de la imagen mimética que
ha recorrido la imaginación occidental durante siglos. Pero al parecer esta puerta no
puede cerrarse sin provocar un nuevo escalofrío, pues da la impresión de que no es el
mito el que queda confinado tras el umbral, sino que somos nosotros mismos los que he-
47 . Guy Debord se suicidó en noviembre de 1994, cuanto estaba a punto de cumplir 63 años. En su panegí -
rico , dejó esc rito: «En toda mi vida, no he visto más que tiempos de desorden , desga rros extremos en la
soc iedad e inmen sas destruccione s; yo he participado en esos desórdenes. Tale s circunstancias basta-
rían sin duda para impedir que el más transparente de mis actos o de mis juicios obtuviera alguna vez
aprobación universal ».
GENEALOGÍA DE LA VISIÓN COMPLEJA 69
Creo que los modelos tienen un valor real en la medida en que son vehículos del ima-
ginario, de la imaginación científica. Pues la imaginación juega un papel en la em-
presa científica. Se ha convertido en un lugar común sostener que nos es necesario
recurrir a la misma en el proceso de teorización : yo opino lo contrario. 42
Transparencia >
La transparencia es el mito fundamentador del conocimiento ilustrado que en ningún
lugar como en la imagen se cumpliría de forma más precisa. La imagen, en su con-
cepción más tradicional, se limitaría a reproducir la superficie del mundo, del mismo
modo que la ciencia y la literatura se comprometen a describir las cosas tal como se
ven: igual que ese espejo que Stendhal decía acarrear a lo largo del camino y del que
Wittgenstein hizo una misteriosa interpretación al afirmar que «la gramática es un
espejo de la realidad».43 Una muestra clara e intensa (hasta alcanzar el corazón de la
42. René Thom , Parab a/es et Catastroph es, París, Flammarion , 1983, p. 77.
43. Citado por Ray Monk en Ludwig Wittgenstein, Barcelona , Anagrama, 2002, p. 274.
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' ·¡?'
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«¿Dudas de lo que digo? Te lo demostraré.» Y sin desplazarme más que unas pocas
pulgadas, despliego ante tus ojos figuras, diagramas, láminas, textos, siluetas y en el
mismo momento y lugar presento cosas que se hallan en lugares lejanos con las cua-
les a partir de ese momento se establece una conexión de doble sentido. 48
\:., •,
No cabe duda de que este acto de prestidigitación, por el que lo ausente se mani-
fiesta ante nuestros ojos, constituyó un poderoso propulsor de una cultura que, de to-
das formas, no era solamente científica. Pero Latour parece ignorar que, en sí, la
actitud pretende ser inconcebiblemente ingenua, como si el prestidigitador se creyera
sus propios trucos. Lo cual es sintomático de la cultura que crea el dispositivo. Es de-
cir, que esas representaciones cuya fidelidad no sufre trasformación con su desplaza-
miento de un sitio a otro, no solamente contiene la añagaza ideológica de creer que
esto puede ser así, como si la interpretación cultural no tuviera importancia ni en el
momento de su construcción ni el de la percepción, sino que, además, tiene otros com-
ponentes sintomáticos, a partir de los que puede ser posible desbaratar el mito de la re-
producción mimética que las fundamenta. Por ejemplo, es obvio que esta actitud de
48. Bruno Latour: «visualización y cognición: pensando con los ojos y con las manos», en La balsa de la
Medusa, nº 45-46, Madrid, 1998, p. 96.
74 LA IMAUbN CUMPLbJA
llevarse consigo la reproducción exacta de los objetos, las personas, los territorios, la
flora y la fauna, etc., va pareja a las operaciones consustanciales a la colonización, y
también constituye un acto de cosificación muy acorde con la ideología burguesa.
Puede que estas características por sí solas no hagan las imágenes menos fidedignas,
pero sí que las convierten en más complejas, en el sentido de que la pretendida objeti-
vidad que las designa absolutamente queda teñida en cada uno de sus aspectos por es-
tos deseos escondidos que, de alguna forma u otra, tienen que aflorar, y de hecho
afloran, en los trazos de la imagen, ya sea durante la representación o durante la per-
cepción.49
Todo ello no contradice la tesis de Latour, 50 siempre que la consideremos histórica
y no ontológica con respecto a la capacidad de las imágenes para reproducir la reali-
dad. No hay duda de que las nuevas herramientas forjan nuevas formas de entender y
construir lo real, pero ello debe afirmarse con todas sus consecuencias y no confun-
diendo lo que reproducen las imágenes con la realidad absoluta. Es cierto que esas
imágenes de las que habla Latour, que eran fijas y a la vez móviles gracias a las nuevas
técnicas de impresión, sirvieron para propulsar un determinado progreso social, pero
lo hicieron precisamente porque formaban parte de ese mismo proceso y no porque
constituyeran la mejor, y por tanto única, manera posible de ver las cosas. En todo
caso, eran la mejor manera posible de verlas en el contexto creado por un paradigma
sociocultural con unas características muy específicas. Plantearse, por ejemplo, qué
hubiera sucedido si éste tipo de imágenes hubiesen surgido un par de siglos antes de lo
que en realidad lo hicieron implica obviamente un absurdo, pero pone de manifiesto lo
íntimamente relacionadas que estaban aquellas con el contexto complejo que las pro-
dujo y las utilizó.
La visión que contienen las imágenes es siempre fruto de una segmentación y, por
lo tanto, aunque su resultado pueda ser operativo y fructífero en determinado contexto
que actúa según estos fundamentos epistemológicos, no por ello debe caerse en la
trampa de considerar que su eficacia es fruto de su realismo mimético. Antes al contra-
rio, es precisamente su actitud reduccionista la que le permite ajustar su funciona-
miento a las necesidades de determinada estructura social. Una sencilla parábola quizá
nos ayude a entender el fenómeno.
Echamos una piedra al agua de un estanque: se produce un sonido, y de inmedia-
to una serie de ondas aparecen en la superficie del líquido, al tiempo que el agua en sí
se agita «internamente», es decir, no sólo en su superficie sino en todo su volumen. A
continuación, la piedra, en su viaje, hacia el fondo, asusta a algunos peces u otros ani-
males, y, finalmente, cuando alcanza el lecho del estanque, levanta una nube de lodo.
Todo esto son aspectos de un mismo suceso. Es obvio que una reproducción del tipo
de la que habla Latour -un dibujo, una pintura, un grabado- no puede captar el con-
junto de estos elementos ni mucho menos su interacción. La tendencia, ya conocida,
conduce a privilegiar uno de ellos. Pero, ¿cuál es el más importante o el más signifi-
49. En muchas ocasiones, por ejemplo, los dibujantes que acompañaban a los conquistadores y a los explo-
radores exageraban su representaciones con el fin de aumentar el interés de los gobernantes por los te-
rritorios de ultramar y así recabar mayores fondos para sus aventuras.
50. De hecho la idea proviene de William M. lvins (ver David Topper: «Towards an Epistemology of
Scientific lllustration» en Brian S. Baigrie [comp.] Picturin¡? Knowled¡?e, Toronto, University of To-
ronto Press, p. 220).
GENEALOGÍA DE LA VISIÓN COMPLEJA 75
cativo? Es difícil afirmarlo: tenderemos a decir, seguramente, que el que mejor expre-
sa lo sucedido es el más inmediatamente visible, o sea, las ondas sobre la superficie
del agua. Pero, ¿qué sucede si el sonido asusta a unos patos que nadan sobre esa su-
perficie, a cierta distancia, y se produce una desbandada que da lugar a un fuerte rui-
do?: es posible que entonces sea el factor sónico el más destacado o los patos que
levantan el vuelo. Pero, ¿y si el lodo tiñe de un color intenso no sólo la superficie vi-
sible del estanque sino todo el volumen líquido del mismo? ¿cuál será entonces el
factor más visible o el más destacable? Podríamos introducir multitud de variaciones,
puesto que la estructura del fenómeno, aparentemente simple, no sólo es sincrónica-
mente polifacética, sino también diacrónicamente variada, de manera que puede pre-
sentar además un perfil esencial que sea distinto en cada ocasión en que se produzca
un hecho parecido . Son necesarias, pues, tecnologías de la representación más com-
plejas que el dibujo o la pintura , aunque éstas estén suplementadas por la imprenta ,
para captar esta variable multiplicidad. Por ejemplo, el cinematógrafo, que surgió
muy tarde en la era de la revolución científica y más como culminación de ésta que
como impulsor de la misma, es una técnica adecuada para captar y representar fenó-
menos de éste tipo. Pero ¿puede considerarse el cinematógrafo la simple continua-
ción de las cualidades de la pintura o el dibujo? ¿O por el contrario la inclusión del
tiempo en la imagen provoca una necesaria complicación de las posibilidades repre-
sentativas a nuestro alcance que aumenta más, si cabe, la importancia del factor inter-
pretativo de los fenómenos? No podemos simplemente afirmar, por lo tanto, que el
cinematógrafo sirve para representar fenómenos complejos, puesto que, al fin y al
cabo, piedras en los estanques se han arrojado desde el principio de los tiempos y, sin
embargo, sólo ahora captamos como un conjunto de interacciones lo que antes se hu-
biera solventado con una sola percepción unitaria; pensemos , por ejemplo, cómo lo
representaría un pintor o cuál sería el resultado de una instantánea fotográfica. Yo
diría que en cada época los sucesos y sus consecuencias son percibidos de forma dis-
tinta, por lo que sería la era del cinematógrafo, implementada por la tecnología ci-
nematográfica concreta, la que nos permitiría, e incluso nos obligaría a percibir com-
plejidades aJlí donde antes éstas no eran relevantes .
......
No resulta fácil plantearse la opacidad de la imagen (de la que se deriva su calidad ex-
positiva) sin que ésta se diluya en una serie de componentes visualmente insustancia-
les. Sin embargo, puesto que estamos proponiendo la validez didáctica de las
imágenes, debemos plantearnos una construcción visual que proponga puntos de refe-
rencia con la realidad, sin recurrir necesariamente a un fantasmagórico realismo que
no puede hacer otra cosa que obliterar nuestra capacidad de ver puesto que la relega a
la inconsciencia. Propongo, como ejemplo de este tipo de imagen expositiva que reve-
la estructuras internas de conocimiento, las curiosas composiciones que Jan van Kes-
sel realizó en 1666, con el título de «América » (figura 9), basándose en las pinturas de
un contemporáneo suyo, Albert Eckhout, que había sido enviado al Bra sil para ilustrar
los descubrimientos que allí hiciera la expedición holande sa organizada por el Prínci-
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pe Mauricio (figura. 10).51 Svetlana Alpers efectúa una lectura distinta de estas imáge-
nes, ponderando precisamente la calidad transparente de las pinturas de Eckhout, es
decir, su capacidad de estab lecer un puente directo con la realidad brasileña , y contra-
poniéndolas a los arreglos de Van Kessel , que para ella suponen una integración de esa
realidad a la cultura europea:
Lo que Eckhout había descrito con tanta discreción, con tanta conciencia de tratar
algo diferente de lo ya sabido, queda aquí poseído por partida triple, por la cultura eu-
ropea : el interés por el retrato «cartográfico » del nativo se asimila aJ tema alegórico
de «Las Cuatro Partes del Mundo» ( ...)-eJ mundo, en otras palabras , estructurado por
el pensamiento europeo-; el indio brasileño se retoca a la imagen y semejanza del Da-
vid de Miguel Ángel. Todo esto, a su vez, se presenta en la forma de una colección
principesca, pues la estancia que Van Kessel representa es una Kunrskammer.52
Esta valoración contrapuesta a la mía, que puede ser históricamente válida, no se sos-
tiene igualmente desde el punto de vista epistemológico. La intención , y la pericia, del
pintor Eckhout están puestos ciertamente al servicio de la fidelidad, mientras que Van
la imagen, para desentrañar los múltiples njveles de significado que ésta contiene. La
primera es una imagen transparente, la segunda es claramente opaca. De la mjsma for-
ma que la primera es una imagen mimética (inadvertidamente para el pintor, también
es muchas cosas más), mientras que la segunda es claramente una imagen expositiva
(en gran parte, de forma también ignorada por su autor).
Ilustración
La relación de la imagen con el texto, es decir, con el instrumento hasta ahora paradig-
mático del control del conocimiento, ha sido confinada desde la invención de la im-
prenta al terreno de la ilustración. La ingente cantidad de imágenes que no han podido
ser relacionadas con las artes tradicionales (pintura, escultura, arquitectura y, poste-
riormente, fotografía o cine) han sido siempre consideradas ilustraciones, y cuando al-
guna de las imágenes pertenecientes a las artes, por ejemplo, una pintura, cae en el
ámbito del texto, pongamos por caso las páginas de un libro, inmediatamente deja de
ser pintura (no sólo por el hecho de cambiar de medio) y se convierte en ilustración del
texto del libro.
Ilustración quiere decir, por un lado, visualización de una parte del texto y por el
otro simplemente adomo. 56 Aun en aquellos casos en que el valor ilustrativo de la ima-
gen supera aJ ornamental, siempre es éste en última instancia el que le otorga verdade-
ro interés cultural, de ahí que los libros ilustrados se adquieran en la actuaHdad, no
tanto por su mayor capacidad didáctica, sino porque prestigian, son un lujo, lo que ex-
plica su proverbial gran formato y, a la postre, su precio. O bien la imagen queda rele-
gada a depender de un texto dominante, o bien vampiriza todo el libro, lo convierte en
un objeto de arte y lo desplaza del terreno del intelecto al de una visión inane desde el
punto de vista del conocimiento.
Si tomamos la palabra ilustración con el signjficado que tiene dentro de la historia
de las ideas, veremos que no nos encontramos tan lejos de la acepción más popular, re-
ferida a las imágenes. Aun a riesgo de un cierto reduccionismo, podemos decir que la
Ilustración, como movimiento filosófico, pretendía una aclaración de la ideas; se trata-
ba de arrojar luz sobre la realidad, como lo corrobora el nombre que toma en alemán,
Aufklarung (iluminismo), que ha dado también paso a la denominación de filosofía de
las luces para todo el período. En este proceso de aclaración, las imágenes cumplen la
función de puente entre el lenguaje y la realidad empírica: nos muestran el fundamen-
to visual de aquello que el texto explicita. Basta contemplar las ilustraciones de la en-
ciclopedia de Diderot y D'Alembert, Encyclopédie ou Dictionaire raisonné des
sciences, des arts et des métiers (figura 11), que data de 1751, para darnos cuenta de
que el valor didáctico que se le otorga en ella a las imágenes no es otro que el de ser
testimonio de una realidad determinada, sin más concesiones. Las ideas y la realidad
constancia de una detelll1inada realidad absoluta , no cabe duda de que una imagen de este tipo , si se
aplica sobre ella una mirada compleja , siempre suministra mejor info!ll1ación de cómo una sociedad ve
a otra que de cómo es realme111ela observada.
56. RAE: «Ilustración : Estampa , grabado o dibujo que adorna o documenta un libro».
GENEALOGÍA DE LA VISIÓN COMPLEJA 79
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poco fiable, por qué el discurso filosófi-
co ha confiado tanto en el lenguaje de la
visión? »,57pregunta que puede aplicar-
se, y se aplica, a toda la historia de la fi-
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losofía, pero que en el período de la
Ilustración cobra un especial significa-
do. Los ilustrados se afanaron en resol-
ver la paradoja sometiendo la visión y la
imagen a idénticas reglas de observa-
r
~ ·,
r /~ f1y~ , ~
No resulta del todo fácil encontrar muestras de imágenes reflexivas, puesto que se tra-
ta más de un proyecto de futuro, producto de la confluencia de la tradición de la ima-
gen con las nuevas tecnologías, que de una realidad plenamente funcional. Se trata de
imágenes que, en lugar de constituirse en la culminación visible de toda una serie de
entramados ideológicos escondidos que fundamentan su estructura, revelan estos me-
canismos en un proceso a Lavez didáctico y estético. Si bien sería ridículo pretender de
nuevo que es posible alcanzar la objetividad absoluta, con lo que no haríamos otra
cosa que regresar al concepto de imagen transparente, sí que resulta concebible que
el funcionamiento de la imagen , en lugar de pretender convertirse, de forma idealista ,
en el catalizador de un proyecto ilustrado que funciona a sus espaldas , se transforme en
una verdadera herramienta racional. La hipertextualidad de los sistemas multimediáti -
cos ofrece los fundamentos para este tipo de imagen, puesto que con la función hiper-
57. David Michel Leven (ed .), Sites o/ Vision (The Disc11rsive Construction o/ Sig/11in the History o/ Phi -
losphy), Londr es, The MIT Press, 1999 , p. 3.
this map, textual las imágenes pasan a formar parte
de un conglomerado de elementos que inter-
~ accionan entre sí y de los cuales es incluso
posible gestionar visualmente los vínculos
que los unen. De esta manera, nace la po-
sibilidad de una imagen reflexiva que, al
tiempo que cumple las funciones didácticas
concretas que se le quieran encomendar,
revela la visualidad de su propio funciona-
miento y permite por lo tanto una profundi-
zación en sus mecanismos de producción
de sentido que la semiótica sólo podía sacar
a la superficie después de un laborioso pro-
ceso hermenéutico no siempre adecuado.ss
Las imágenes reflexivas pueden ser
consideradas, en principio, multiimágenes,
y ello en dos sentidos: en el de que cada una
de ellas está formada por un conjunto de
imágenes (al que se unen otros medios,
1there are no border• here
agrupados y potenciados digitalmente: tex-
Figura 12. tos, sonidos, etc. para componer la categoría
denominada •multimedia), y en el de que
todo ello puede dar lugar a una imagen sintética que se constituya en puerta, o interfaz,
que dé acceso a todos los demás elementos que forman el conglomerado intertextual.
Una página de Internet como la que se muestra en la figura 12,59organizada a través de
alguna metáfora general -el rostro-, es el ejemplo más concreto de una imagen refle-
xiva, si bien de índole todavía muy primaria.
Espectacularidad
La sociedad del espectáculo que denunciaba Guy Debord no es más que la extrapola-
ción al conjunto social de una disposición epistemológica que nuestra cultura ha ido
aquilatando desde el Renacimiento: «El espectáculo es el discurso ininterrumpido que
el orden presente establece sobre si mismo, su monólogo elogioso».60 De ello, así
como de las raíces del fenómeno, no cabe ninguna duda, si tenemos en cuenta la forma
en que la perspectiva pictórica funcionaba para halagar a un observador privilegiado y
a su situación de poder (poder visual sobre el cuadro, como metáfora de su poder fác-
tico sobre el mundo), y si recordamos además la función expositiva de la riqueza que
58. Ver, para comprender el proceso, aunque sea primordialmente desde el punto de vista del texto: Geor-
ge P. Landow, Hip ertexto (La convergencia de la teoría crítica contemporá nea y la recnologfa), Bar-
celona, Paidós, 1997. ·
59. NWHQ (revista electrónica de literatura y arte hipertextual); http://www .knosso.co m/NWHQ/efi sh/
face.html.
60. Guy Debord: La société du Spectac/e, París, Gallimard, 1992, p. 26.
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GENEALOGÍA DE LA YlSIÓN COMPLEJA 81
ejerció gran parte de la pintura holandesa del siglo xvu61 y cómo esta función coinci-
dió con un afán descriptivo no menos expositivo de las riquezas del mundo recién con-
quistadas por la pujante burguesía de los Países Bajos.62 Debord, al trasladar el
fenómeno a nuestra época, hablaba, por supuesto, de una ansia por llevar a la superfi-
cie, por hacer visible, e incluso por convertir esa visibilidad en una especie de agresión
que se arroja sobre el espectador. Basta echar un vistazo a nuestro entorno social, y so-
bre todo a los medios de comunicación, para darnos cuenta de hasta qué punto también
esto es cierto, pero no siempre nos apercibimos de que esta exacerbación se apoya en
una estructura fundamental que ha organizado hasta el presente nuestro conocimiento.
Desde la pintura renacentista, fundamentada en la perspectiva, hasta el cine y la tele-
visión de nuestros días , la organización es exactamente la misma: un observador que
mira, un elemento observado (el espectáculo) y una distancia entre ambos. Es una
estructura que fundamenta desde la especulación filosófica, sobre todo el cartesianis-
mo y el empirismo, hasta las denominadas ciencias de la información , con su consa-
bida tríada, emisor-código-receptor. Prácticamente todas las imágenes modernas es-
tán construidas para funcionar de esta manera, es decir, para ser observadas a distancia
por un observador colocado en una-situación privilegiada que se siente en control de lo
que ve.63Este tipo de construcción fundamenta la metáfora de la imagen como venta-
na, situada en los albores del sistema perspectivista, que a su vez da lugar a la idea de
imagen transparente de la que hablábamos al principio. Y la Realidad Virtual constitu-
ye, entre otras cosas, la culminación de las tendencias realistas de este proyecto , pues-
to que promueve la imagen total. Pero al tiempo rompe el eje que lo fundamentaba ,
ya que anula la paradigmática separación entre espectador y espectáculo, dando paso
a formas distintas de relación entre el espectador (ahora convertido en agente) y la
imagen.
61. Cfr. Simon Schama: The Embarrassment of Riches: An lnrerprerarionof Durch Cu/rure in rhe Golde11
Age, Berkeley, Univesity ofCalifomia Press, 1987.
62. En este sentido, podríamo s considerar el cuadro de Van Kessel de la figura 9, comentado antes, como
la puesta en imágenes de esta equiparación de la naturaleza con las riquezas personales que otros cua-
dros, más naturali stas y descriptivos, ocultaban tras su capa de realismo pretendidamente didácrico.
63. La interacción sería, pues, una exaltac ión de este mecani smo: la materialización de una función ideoló-
gica, convertida así en técnica.
82 LA IJVll\lJJ:. 1'11\....UJVU"LCJ/-\
64. Marcos Martín, citado por Nuria Vouillamoz en Literatura e hipermedia, Barcelona , Paid ós, 2000,
p. 36.
65. Brenda Laurel , Computers as Theatre, Read ing, Massac husens, Addison -Wesley Publi shi ng Co.,
1993.
66. La distinción entre las funciones productoras y reproductoras del interfaz merecen mención aparte.
Adelantemos el hecho de que la reproducción de las acciones del usuario se ejec;utan en un terreno dis-
tinto en e l que éste las inicia, y que por lo tanto se produce una acción metafórica (la visualización de
un ejerc icio retórico) de decisiva importancia que va más a llá de la cons tatación de que e l interfaz es en
sí mismo un a metáfora visual.
67. Citado por David Michael Levin , op. cit. , p. 5.
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GENEALOGÍA DE LA VISIÓN COMPLEJA 83
que aglutina los conjuntos multimediáticos adquiere visibilidad y operatividad con las
imágenes-interfaz _de índole metafórico . Por eUo podemos afirmar que este tipo de imá-
genes superan el concepto tradicional de imagen transparente, mimética , ilustrativa y es-
pectatorial , para convertirse en su alternativa, la imagen opaca, expositiva, reflexiva e
interactiva. Es decir, que nos encontramos ante un nuevo tipo de imagen que podemos
adjetivar , como digo, de compleja, tanto por sus características estructurales como por el
hecho de que con ella es posible superar las contradicciones que la creciente preponde-
rancia de la imagen está generando en nuestra cultura.
) Imagen irracional)
Uno de los mayores retos a los que se enfrenta la ciencia moderna, y con ella gran
parte del proyecto racional de la Ilustración, se refiere a la incapacidad de la metodo-
logía científica por gestionar la diversidad , las contradicciones y el desorden o caos,
es decir, por invertir la tendencia reduccionista que ha sido una de sus premisas y
que, ahora , en una realidad que se muestra cada vez más compleja, se revela como
insuficiente y en algunas situaciones incluso como abiertamente ineficaz ,68 pero en
68. Menciono la eficacia porque acostumbra a ser una de las coartadas que se esgrime para rebatir las críti-
cas al método cie ntífi co: es el ra marche (funciona) que analiza Isabel Stenger s.
84 LA IMALJbJ'I LUJVIrLC.Jfl
todo caso como racionalmente perversa. Tiene razón Isabel Stengers cuando afirma
que «hay una multitud de lecturas posibles de esa palabra que tanto apremia a la filo-
sofía, "razón". Podemos decir, con todo motivo, que la racionalidad normativa, la
búsqueda de un criterio al que todo aquel que se considera científico debe aceptar
someterse, es una de las más pobres que existen». 69 Este tipo de racionalidad, que
por un lado propone un método reduccionista y por el otro legisla una normativa ab-
soluta, se basa claramente en el orden y la imaginación textual, desde el que se ha
menospreciado siempre a la imagen, a la que se ha tachado de irracional, es decir, si-
tuada extramuros del territorio que el texto controla. Baste recordar que para de-
terminadas doctrinas filosóficas, la imagen no es otra cosa que una idea confusa. Se
trata de una confusión que surge de la desconfianza hacia la percepción sensible, pre-
sente ya en los griegos, cuando se mezcla con la concepción mimética de la imagen:
si los sentidos no son fiables y la imagen es una reproducción de lo percibido, no hay
motivo para confiar racionalmente más en ella que en la percepción sensorial. Es en
este sustrato ideológico, que no tiene en cuenta otra imagen que la mimética, donde
se enraíza el pánico actual de muchos sectores ante la creciente hegemonía de la
imagen que se produce, dicen, en detrimento del texto, al que se considera como ges-
tor primordial, y prácticamente único, de la racionalidad. Por otro lado, la tendencia
contraria, no menos ideológica, también ha contribuido al desprestigio de la imagi-
nación: si consideramos, siguiendo a los empiristas, que las imágenes son copia de la
copia de esa imagen del mundo que se instala por reflejo en nuestra mente, no hay
ninguna necesidad de acudir a esa degradación de las percepciones sensibles que es
la imagen para conocer el mundo. La imagen sólo sirve para corroborar lo que ven
nuestros ojos, y en todo caso, como decía Latour, trasportar de un sitio a otro ese tes-
timonio.
Pero, si la racionalidad está en crisis no es por culpa de la preponderancia de las
imágenes, sino porque, entre otras cosas, esa racionalidad restringida se ve incapaci-
tada para comprender una realidad que ya no admite reduccionismos. En este contex-
to, la apelación a la imagen no es tanto un signo de decadencia como un intento por
escapar a la misma. Las nuevas tecnologías, que son las herramientas que configuran
y gestionan los límites de la realidad presente, no utilizan imágenes porque sí, como
adorno o como resultado de simples estrategias de diseño, sino que recurren a ellas
porque se muestran mucho más capaces que el texto para funcionar como interfaces.
Si consideramos que el fenómeno del interfaz es además de un instrumento tecnológi-
co un modelo mental de la realidad contemporánea, nos enfrentaremos al hecho in-
controvertible de que la imagen es absolutamente necesaria para gestionar esta
realidad. De esta constatación no debe concluirse que el paradigma textual deba des-
aparecer. Una idea de este tipo sólo puede surgir en el seno del pensamiento simple
que intentamos trascender: lo que realmente ocurre es que, desde el punto de vista de
la ordenación del conocimiento, el texto se está colocando en una posición subsidiaria
con respecto a la imagen, justo al contrario de lo que venía sucediendo hasta este mo-
mento.
Los periódicos, por ejemplo, nos informaron en su momento- de la inauguración
de la Biblioteca Virtual Cervantes que la Universidad de Alicante había abierto en
69. Isabel Stengers. L' invention des sciences modernes. París, Flammarion, 1993, p. 45.
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la red (julio 1999).7° En ella hay a disposición de los navegantes más de 2.000 tex-
tos de la literatura clásica española que se pretende elevar a 30.000 en un futuro no
muy lejano. En pocas bibliotecas tradicionales ha habido nunca tal cantidad de tex-
tos de una materia determinada tan al alcance del lector. Ahora bien, para acceder a
ellos en Internet, es necesario transitar por una serie de imágenes: desde la misma
página de presentación a la de los índices y a cuantas otras se dispongan para orga-
nizar el conjunto. Estas páginas son disposiciones primordialmente visuales, son, en
una palabra, imágenes. Poco a poco los investigadores se irán dando cuenta de que
el hecho de que un número tan elevado de textos se encuentre en una situación de
proximidad permeable (contigüidad digital más que espacial) promueve la posibili-
dad de interconexiones entre los mismos que a su vez abrirán el camino a nuevos
espacios fenoménicos. La gestión de estos nuevos fenómenos deberá efectuarse
para ser plenamente efectiva con mentalidad visual. Es ésta la nueva función de la
imagen, que se añade a los poderes del texto para ampliar sus posibilidades, no para
anularlas. La imagen se convierte así en la expresión de una nueva racionalidad ca-
paz de solucionar problemas que las herramientas de la imaginación textual no tan
solo no alcanzan a controlar, sino que ni siquiera son capaces de vislumbrar. Pero
las imágenes aptas para llevar a cabo esta tarea, que hasta ahora se viene resolvien-
do de forma bastante intuitiva, deben ampliar sus potencialidades con respecto a los
roles tradicionales que han venido desempeñando. Deben convertirse, en una pala-
bra, en imágenes complejas.
El proyecto de la imagen compleja ofrece a la metodología basada en una objetivi-
dad idealista 71 que ha fundamentado hasta ahora el saber, y que con tantos problemas
se enfrenta en estos momentos, la posibilidad de seguir actuando bajo la égida de un
continuo proceso de deconstrucción de sus supuestos que no tan sólo le impidan recaer
en el ilusionismo, sino que permitan ampliar su alcance hacia terrenos, como el de la
subjetividad y la emociones, que hasta el momento eran patrimonio del arte y habían
sido despreciados por la ciencia. Esta alternativa sólo es posible con la incorporación
de mecanismos visuales conscientes (no tan solo en estado de latencia como hasta aho-
ra) a la metodología racional: una imagen que no sea simplemente ilustración de un co-
nocimiento expresado mediante el lenguaje, sino que se convierta en cogestora con
éste del conocimiento. Si este proceso de simbiosis no se produce, la evolución social
seguirá su camino y acabará por provocarse un pernicioso divorcio entre la sociedad y
la racionalidad científica. La ciencia, primordialmente a través de la técnica, seguirá
1§;· funcionando, pero lo hará a espaldas de la sociedad y de su control democrático en el
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: ,:,, que también se incluye el propio alcance y uso del conocimiento. 72
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70. Un año antes (abril de 1998) se anunciaba la operatividad del «Proyecto Gutenberg», destinado a colo-
car 10.000 libros en la red (El País, 23 abril de 1998). En la actualidad, el «Google Library Project» se
propone escanear los fondos de grandes bibliotecas universitarias norteamericanas, así como los de
The New York Public Library con el fin de hacelos accesibles a través de Internet.
71. Idealista porque no contempla los fundamentos de su condición ilusoria, es decir, se contenta con dar
por sentado que sus deseos son condiciones prácticamente ontológicas, y olvida el sustrato de los me-
canismos ideológicos que hacen posible sus operaciones.
72. Cfr. Bruno Latour, Politiques de la nature: Commentfaire entrer les sciences en démocratie, París, La
Découverte, 1999.
86 LA IMA\JtN 1...UMl'Lr.Jf\
Visualidad científica
tica pero dejando que sea ésta la que dicte el diagnóstico y actúe en consecuencia pue-
de que no hagamos otra cosa que justificar los medio s necesarios para alcanzar fines
moralmente homologados. Una práctica de la que las llamadas guerras humanitarias
nos muestran las consecuencias tanto morale s como política s. Se impone por lo tanto
hacer compleja la complejidad primera. No basta con dotar a los fenómenos con face-
tas ético-políticas, ni de transitar, quizá convenientemente, de uno a otro campo para
ajustar las acciones a la situación correspondiente, sino que es necesario también dotar
a la moral de capacidad práctica y a la política de reflexión moral. Es decir, ampliando
el campo de implicaciones en la dirección apuntada por García-Noblejas, implicar
también la estética y la poética en la configuración de toda fenomenología, para hacer
que las decisione s prácticas surjan necesariamente no de una analítica, sino de una
ecología.
Para ello, es necesario dotarnos de nuevos formas de representación, capaces de
establecer mapas complejos de estas nuevas realidades . Y estos mapas, solo pueden
surgir de las capacidades expresivas de la imagen.
En el estado actual, la ciencia fracasa a la hora de examinar la realidad, puesto que
sólo es capaz de mostramos el pálido reflejo de algunos fenómenos aislados de la misma,
con la excusa de que son estas singularidades cadavéricas las que es capaz de controlar.
Por su parte, el arte, que en su actuación amplía enormemente el campo epistemológico,
debe abandonar cualquier empeño didáctico ante su pretendida incapacidad para ofrecer
soluciones. Mientras continúe esta oposición, no obtendremos más que resultados frus-
trantes que desembocaran en soluciones parciales , cuando no decididamente erróneas.
La aceptación, por el contrario, de una fenomenología estético-científica, en la que la te-
oría y la práctica se enriquecieran mutuamente e intercambiasen cuando fuera necesario
sus papeles, nos permitiría penetrar en la auténtica complejidad de lo real que habría de
permitir una política verdaderamente realista.
Esta problemática nos enfrenta a la necesidad de establecer los parámetros de una
nueva visualidad que trascienda la visualidad científica tradicional. Pero, para ello, de-
beremos aclarar primero qué significa «ver» en general y luego, o al mismo tiempo,
determinar qué es, o ha sido hasta ahora, «ver científicamente». Lo cierto es que ambos
parámetros , en la modernidad, se han confundido de forma interesada, al pretender que
la ciencia no hacía sino extender hasta los límites del mundo la visión humana en el más
estricto sentido óptico de la palabra . A esta reducción, hay que oponerle en concepto de
mirada, mucho más productivo y que permite desgajar la visión de la óptica para incor-
porar a ella elementos culturales y cognitivos que conduzcan a la representación de una
visión, o mirada, verdaderamente científica.
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Visualidad científica