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HISTORIA

ARGENTINA
D I R E C C I Ó N DE T O M O

Alejandro Cattaruzza
CRISIS ECONÓMICA, AVANCE DEL ESTADO
E INCERTIDUMBRE POLÍTICA

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IS B N 9 5 0 -0 7 -1938-X
ISB N O.C. 950-07-1385-3
colaboradores

Alejandro Cattaruzza
Universidad de Buenos Aires. Universidad Nacional de Rosario

Juan Carlos Korol


Universidad de Buenos Aires. CONICET.

Darío Macor
Universidad Nacional del Litoral.

Luciano de Privitellio
Universidad de Buenos Aires.

Anahi Ballent
Universidad Nacional de Quilines, CONICET.

Adrián Gorelik
Universidad Nacional de Quilines.

Ricardo González Leandri


Instituto de Historia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid.

Joel Horowitz
St. Bonaventure University, Nueva York.

Diego Armus
Kean University. New Jersey.

Susana Belmartino
Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de Rosario, Centro de
Estudios Sanitarios y Sociales de Rosario.

María Teresa Gramuglio


Universidad Nacional de Rosario, Universidad de Buenos Aires.

Sylvia Saítta
Universidad de Buenos Aires, CONICET.
IN D ICE

C oLakom dones ............................................................................

Inmoducción
por Alejandro Cattaruzza......................................................................

CapÍTUÍo I. La economía
por Juan Carlos Korol............................................................................

Capírulo II. PaRTidos, coaliciones y sisrem a de poden


por Darío M acor....................................................................................

CapíruLo 111. La potinca bajo el signo de la crisis


por Luciano de Privitellio....................................................................

CapíiuLo IV. País unbano o país m n a l:


La modernización lenm iom aL y su crisis
por Anahi Ballent y Adrián Gorelik...................................................

C apím lo V. La nueva idennáaá de Los secTones populan.es


por Ricardo González Leandri.............................................................

CapíiuLo VI. EL movim ienw obneno


por Joel H orow itz.................................................................................

CapíruLo VII. Enferm edades, médicos y cuLrum higiénica


por Diego Armus y Susana Belmartino ............................................

CapímLo VIII. Posiciones, TRansponmaciones y debares


en La L ire n a m m
por María Teresa Gramuglio................................................................

CapíiuLo IX. E nm e La cuLt u m y La poLínca:


Los escRiTORes de izguienda
por Sylvia Saítta....................................................................................

CapíiuLo X . D esapm ndo pasados:


Debaies y nepnesenTaciones de La hisronm nacional
por Alejandro Cattaruzza.....................................................................

INTRODUCCION

E
ste volum en reco g e varias de las líneas de investigación que,
sobre el período 1930-1943/1945, se d esarrollaron en la
historiografía argentina a partir de la recuperación dem o­
crática de 1983. D esde ya, no to d as ellas rom pen radicalm ente con
aproxim aciones anteriores; se tra ta en cam bio de la incorporación
de algunas cuestiones poco atendidas en etapas previas y de la
reconsideración de otras áreas m ás frecuentadas.
Así, en el capítulo dedicado a la econom ía se analiza el proceso
q ue hizo de la industria su secto r m ás dinám ico. E n esa tran sfo r­
m ación se destacan los efectos de la crisis de 1929, el c o m p o rta­
m iento del secto r externo y la sustitución de im portaciones; al m is­
m o tiem po, se argum enta que las políticas im plem entadas se ha­
llaban sostenidas por una visión de corto plazo. C iertos aspectos
de los cam bios producidos fueron, con claridad, dependientes de
p ro ceso s cuyo inicio había tenido lugar tiem po antes de la crisis.
El im pacto del golpe sobre el sistem a político y su funciona­
m iento posterior, las estrategias de los partidos, las prácticas elec­
to rales y el fraude, constituyen los ejes de los capítulos referidos a
la política; a ellos se sum a el papel del E jército y el problem a de la
legitim idad. E n esta m irada, la política en los años trein ta deja de
ser sólo la lucha entre gru p o s anim ados p o r inalterables visiones
del m undo, para convertirse en una com plicada com petencia por
el poder, librada po r actores que, sin abandonar sus incertidum -
bres, reorientan sus estrategias para actuar en un distorsionado es­
cenario electoral sobre el cual el E stad o op era de m aneras tam bién
cam biantes.
P o r su parte, las políticas estatales de m odernización territorial
son objeto de un estudio específico. E n él se incluyen las dim en­
siones m ateriales, entre las cuales la construcción de la red carre­
tera y la acción de Y PF son dos de las m ás relevantes, y la actitud
de ciertos cuerpos adm inistrativos del E stado. El desplazam iento
desde una m odernización concebida en clave urbana hacia una en
la que se im puso un m odelo de país rural tuvo, a su vez, expresio­
nes en los debates culturales y aun en los librados dentro de algu­
nos espacios profesionales.
Las corrientes ideológicas y la estru ctu ra organizativa del m o­
vim iento obrero son exploradas desde una perspectiva que otorga
im portancia a la creciente relación con el E stado. E sa relación se
vio afectada po r el crecim iento de las organizaciones de trabaja­
d ores industriales, cuya m agnitud fue una de las novedades más
notorias hacia fines del período. E n parcial relación con este capí­
tulo, se ubica el exam en de la constitución de nuevas identidades
colectivas. Iniciado en la prim era posguerra, afectó en particular a
los secto res populares urbanos, y se asentó en los cam bios o cu rri­
dos en los niveles y en las expectativas de vida de esos sectores, y
en la nueva dim ensión social de la acción estatal. El proceso devino
en una visión p opular del E stad o y de la política que exhibió acu ­
sados aires reform istas. El análisis de los problem as de la salud y
de la organización m édica, ensayado en o tro de los capítulos, se
inscribe en una línea tem ática próxim a a la anterior, que insiste en
la am pliación de los contenidos de la ciudadanía social p o r efecto
de la incorporación del derecho a la salud.
S obre el m undo de la cultura se despliegan diversas aproxim a­
ciones, que se ensayan en tres capítulos. E n uno de ellos se explica
el funcionam iento del cam po literario y los reagrupam ientos p ro ­
ducidos, y se reconocen com o fenóm enos característicos del pe­
ríodo las transform aciones de la narrativa y la intensidad de las
polém icas político-ideológicas suscitadas p o r la situación interna­
cional. E n el segundo, los em prendim ientos culturales de la iz­
quierda se constituyen en objeto central, allí se revela la gran acti­
vidad de un g rupo am plio de intelectuales que, entre la revolución
y la unidad antifascista, anim aron la vida cultural argentina. En
conjunto, am bos capítulos perm iten la crítica de las im ágenes, tan
extendidas, que sólo hallaban desazón y decepciones entre los in­
telectu ales de los años treinta. Finalm ente, el últim o capítulo del
volum en se dedica a las discusiones sobre la nación y su historia
libradas p o r varios g ru p o s culturales, entre ellos el revisionism o, y
a las acciones estatales que intentaban la difusión de un relato so ­
bre el pasado.
P arece entonces evidente que este índice exhibe cam bios res­
pecto a m odos anteriores de organizar el estudio de los años trein­
ta. E llos se produjeron p o r efecto de la aparición, luego de la ú lti­
m a dictadura, de nuevos frentes de investigación en la histo rio g ra­
fía argentina, acom pasada con evoluciones de la disciplina en el
co n te x to internacional, y p o r la obtención de nuevas evidencias
em píricas, que perm itían som eter a crítica buena p arte de la expli­
cación heredada.
N o es posible, desde ya, d etectar una estricta coincidencia inter­
pretativa en esos trabajos; sin em bargo, algunas convicciones se
han ido extendiendo entre los historiadores. En prim er lugar, aun­
que 1930 conserva una fuerte condición periodizante, hoy se a d ­
m ite que im portantes procesos exhiben ritm os pro p io s y no se ali­
nean con aquel m om ento de fuerte im pacto político. Fenóm enos
sociales, culturales y económ icos reclam an así una perspectiva que
considere la presencia de continuidades respecto de la etapa an­
terior.
P o r o tra parte, la im agen de un m undo político y cultural dividi­
do en dos bloques uniform es y au to co n scien tes de las tradiciones
que los so stenían, en fre n ta d o s en un c o m b ate claro y central
— “liberales” enfrentados a “nacionales” , “d em o crático s” a “a u to ­
ritarios” , h istoriadores “oficiales” a revisionistas, “frau d u len to s”
a “ populares” , entre o tro s— , no parece sostenerse ya. El cuadro
fue m ucho m ás com plejo y m enos ordenado; en él, la identifica­
ción de p ro p io s y ajenos se realizaba un poco a tientas, y los lími­
tes de los diversos gru p o s se reconstruían con frecuencia.
A quellas investigaciones han perm itido tam bién, para m uchas
áreas, el planteo de una periodización “interna” m ás ajustada. L os
prim eros años fueron de crisis económ ica, pero desde aproxim a­
dam ente 1934 se produjo una tendencia a la recuperación, por ejem ­
plo, y en cu an to al sistem a político, la abstención del radicalism o
señala una diferencia im portante si se la co m p ara con el fraude a
gran escala, aplicado desde m ediados de la década. L os años trein­
ta pueden, entonces, ser divididos en dos etapas, que a grandes
rasgos cubren una y o tra m itad de la década; dentro de esta últim a,
incluso, puede reconocerse una coyuntura particular a partir del
com ienzo de la S egunda G u erra M undial.
C uando se tra ta de este período, transform aciones com o éstas
p rovocan un efecto im portante, ya que vienen a cuestionar inter­
pretaciones de circulación m uy am plia en la sociedad. L as prim e­
ras im ágenes de conjunto de la década abierta en 1930 fueron plan­
teadas a com ienzos de los años cuarenta, y exhibieron una fuerte
dependencia del debate político. L a aparición del peronism o dio a
esas interpretaciones una actualidad evidente, dado que ese m ovi­
m iento proclam aba ser la contracara del pasado inm ediato.
A partir de 1955, historiadores y científicos sociales in co rp o ra­
dos a la universidad luego de la experiencia peronista lanzaron las
prim eras versiones académ icas del período 1930-1945; por fuera
del sistem a universitario, los intelectuales que adherían al p e ro ­
nism o tam bién hacían oír su parecer, y alcanzaban au d ito rio s m uy
amplios. E ntre 1955 y 1975, aproxim adam ente, las in terp retacio ­
nes se fueron afinando, y se desplegaron siguiendo en buena m e­
dida las claves acuñadas en la prim era m itad de los años cuarenta;
así, lo que ahora se llam aba dependencia económ ica y la infam ia
de los elencos dirigentes eran dos de los rasgos que se destacaban
en esas visiones. P o r su parte, los tem as m enos tradicionales de la
industrialización y del m ovim iento o b rero fueron, paulatinam en­
te, convirtiéndose en objeto de atención.
La im agen de los años treinta construida en esos tiem pos conti­
nuaba entram ada con los com bates del día y con las expectativas
sobre el futuro. En los años que van de la caída del prim er gobier­
no peronista hasta 1975, m uchos intelectuales confiaban en un
porvenir de cam bios radicales, a cuya llegada debían contribuir;
de acuerdo a cada vertiente ideológica, ellos tenían en su centro el
quiebre de la dependencia, la construcción del p o d e r del pueblo,
la organización de una nación industrial y m oderna, o la resta u ra ­
ción de una A rgentina tradicional que, de algún m isterioso m odo,
sería tam bién popular. V istos desde posiciones asentadas en esas
certezas, los procesos ocurridos en los años treinta asum ían un
to n o particularm ente som brío.
Así, entre com ienzos de los años cuarenta y 1975 tu v o lugar la
organización de una im agen global de la llam ada década de 1930,
a la que ap ortaron argum entos los historiadores, los políticos, los
m ilitantes culturales. A pesar de que las coyunturas fueron cam ­
biantes, durante esos años la cuestión política central fue la del
peronism o, y dado el persistente enlace entre la política y la histo­
ria, los años treinta fueron leídos com o m ero prolegóm eno a la
irrupción de aquel m ovim iento. P ara m uchos, el período no ence­
rraba el problem a que en realidad se deseaba resolver: si se exam i­
naban los años treinta, era sólo para descifrar aquel o tro enigm a
acuciante, el peronista.
E n la A rgentina de fin de siglo, en cam bio, el debate político
lleva m uchos años de m oderación, y no parece atravesado p o r las
pasiones de los años anteriores a la últim a dictadura; la cuestión
peronista, si no ha desaparecido de la polém ica pública, se ha tran s­
form ado de tal m odo que resulta difícil em parentaría con aquella
que conm ovió a los intelectuales hace treinta años. E n el cruce de
la profesionalización de la actividad historiográfica con el d escen ­
so de la intensidad del debate colectivo, las im ágenes actuales de
los años treinta resultan m ás eruditas, m ás cautas y notoriam ente
m ás fragm entarias que las heredadas. A pesar de to d o , la reco m p o ­
sición de una im agen de conjunto de la sociedad argentina de los
años treinta puede ser hoy un proyecto que cuente con un punto de
partida fírme; las investigaciones disponibles cubren un frente muy
am plio y los estudios de base son abundantes. Sin em bargo, el
planteo de una explicación m enos rígida que las tradicionales, pero
al m ism o tiem po m ás am plia que el conjunto de aproxim aciones
parciales que vino a reem plazarla, reclam a algunas certezas sobre
el presente y el fu tu ro de la sociedad. Si esa im agen de conjunto se
alcanza, es probable que ella esté destinada a ser, en com paración
con la que term inó de forjarse en los tem pranos años setenta, una
m ás m atizada y m ás sensible a lo com plejo de la realidad social.
En cierto sentido, tam bién será una “ m enos feliz, pero con más
sosiego” , nostálgica y certera fórm ula que en 1938 M acedonio
Fernández aplicara a o tro s asuntos.

ALEJANDRO CATTARUZZA
basada en un creciente proyecto autárquico volcado hacia dentro.
E sta percepción convirtió al período previo a 1930 en una per­
dida edad de oro, especialm ente para m uchos de quienes m iraban
el pasado desde las décadas de 1980 y 1990. E n esa perspectiva,
los m ales argentinos provenían precisam ente de la ru p tu ra con el
m ercado m undial y de la innecesaria y perjudicial actividad del
Estado. Para o tro s estudiosos y ensayistas, los m ales de la eco n o ­
mía argentina se retro traían al perío d o de m ayor crecim iento; allí
se encontraban los inicios de una expansión desequilibrada y vul­
nerable a los em bates externos.
E stas im ágenes, y esos diagnósticos, no se ajustan dem asiado a
lo que los conocim ientos actuales perm iten afirm ar sobre la histo­
ria económ ica del país. C om o se verá, m uchas de las característi­
cas tanto positivas com o negativas que la econom ía argentina ad­
quirió durante la depresión y la guerra provenían del desarrollo de
fenóm enos ya existentes en el período anterior. A partir de 1930,
algunas de esas características se profundizaron, y m uchas de las
transform aciones se iniciaron con una p osterioridad tal a la crisis
que es difícil ligarlas directam ente a ella. N o obstante, la im agen
de 1930 com o una divisoria de aguas en la econom ía no es, tam ­
poco, del to d o inexacta. La A rgentina agro ex p o rtad o ra se tran s­
form ó en un país en el que efectivam ente la industria se convirtió
en el principal m o to r de la econom ía. Es posible discutir los m o­
m entos y la incidencia de cada una de las transform aciones, pero
la A rgentina de fines de la década de 1940 era m uy diferente a la
de la década de 1920. En este sentido, y a pesar de las continuida­
des, 1930 sigue siendo una referencia esencial para entender aq u e­
llas transform aciones y cam bios.
Es conveniente, entonces, exam inar las características de la eco ­
nom ía argentina en los m om entos previos a la crisis, para luego
profundizar el análisis del período que se extendió entre ese m o­
m ento y el fin de la Segunda G uerra.

CRISIS Y DEPRESIÓN

Las causas de la crisis que estalló en 1929, sim bolizada en el


c r a c k de la B olsa de N ueva York que se produjo en octubre de ese
año, siguen siendo tem a de debate entre los econom istas. A lgunos
señalan las dificultades de los E stad o s U nidos, convertidos en el
nuevo centro económ ico y financiero m undial en reem plazo de
G ran B retaña, para reaccionar adecuadam ente ante las señales de
la crisis. Para m uchos de ellos, sus orígenes se encontraban en los
problem as generados en la econom ía norteam ericana. D e acuerdo
con algunas interpretaciones, fue pro d u cto de las políticas m one­
tarias seguidas por las autoridades norteam ericanas, en tanto que
para o tro s autores se debió a la incapacidad del m ercado n o rte­
am ericano para absorber la creciente producción allí volcada. C ri­
sis m onetaria o crisis de sobreproducción, los efectos fueron m u­
cho m ás claros que sus causas. La crisis im plicó una dism inución
del com ercio m undial y una retracció n de la inversión de capital
fuera de los países que tradicionalm ente invertían m ás allá de sus
fronteras. Se extendió rápidam ente a to d o el m undo industrializa­
do, con la notoria excepción de la entonces U nión Soviética, y uno
de sus im pactos m ás evidentes fue la fuerte y prolongada caída de
la actividad económ ica, la depresión. El o tro efecto im portante se
relacionó con la inm ediata consecuencia de tal depresión: la muy
alta desocupación. E n los E stados U nidos, casi uno de cada cuatro
trabajadores se encontraba desem pleado en 1933.
Las dificultades que la m ayoría de los países en co n traro n para
continuar con sus prácticas com erciales y financieras habituales
im pulsaron, en los E stad o s afectados, la adopción de una serie de
políticas específicas. Ellas im plicaban una retracció n de las e c o ­
nom ías dentro de las fro n teras nacionales, el fortalecim iento de
barreras proteccionistas, el abandono del p atrón oro incluso por
parte de los E stados U nidos y G ran B retaña, y la búsqueda de acuer­
dos bilaterales entre países, que habrían de reem plazar el com er­
cio abierto y m ultilateral que, en alguna m edida, había caracteri­
zado a la etap a anterior.
La A rgentina no fue ajena a estos procesos. El im pacto de la
crisis se sintió especialm ente en la caída de los v alores de las ex­
portaciones tradicionales de carne y cereales, y en las consecuen­
te s dificultades para la obtención de capitales y de las divisas ne­
cesarias para el pago de las im portaciones. El financiam iento del
E stado se enfrentó con nuevos problem as, debido en gran parte a
que sus principales fuentes provenían tradicionalm ente de los g ra­
vám enes al com ercio exterior, particularm ente a las im portacio­
nes, y a la decisión de seguir afrontando los pagos co rrespondien­
tes a la deuda externa. La desocupación apareció tam bién com o la
m ás evidente de las consecuencias sociales de la crisis.
Para enfrentar esta situación, los g obiernos de la década de 1930
llevaron adelante una serie de políticas que abarcaron desde la
bú sq u ed a de fuentes de financiam iento que no estuvieran ligadas
al com ercio exterior, hasta el m antenim iento de la inconvertibili-
dad m onetaria decidida durante los últim os tiem pos del gobierno
radical. E sas políticas incluyeron la creación del B anco C entral, la
ad o pción de m edidas tendientes a dism inuir las im portaciones, los
in ten to s de apoyo y regulación de la producción ag ropecuaria y la
búsqueda de cam inos que perm itieran salvaguardar la relación con
los m ercados tradicionales, en particular el británico, para las ex­
p o rtacio n es argentinas.
E stas m edidas se daban en el co n tex to de una creciente ilegiti­
m idad política, proveniente del golpe de E stad o que había d e rro ­
cado a Y rigoyen en setiem bre de 1930, del p o sterio r fraude electo ­
ral a gran escala, im plantado desde m ediados de la década, y de
los episodios de corrupción en los que se vieron involucrados los
gobiernos, y algunos opositores, durante la década. El golpe había
co locado en el poder al general U riburu y en 1932, a partir de
elecciones en las que el radicalism o se abstuvo de participar por el
v eto oficial a sus candidatos, el general Justo se hacía de la presi­
dencia. En 1943 un nuevo golpe de E stad o pondría fin al experi­
m ento de un sistem a de gobierno que era difícil caracterizar com o
dem ocrático, y que con sus vicios de origen y sus prácticas poco
claras volvería m ás tolerable para algunos secto res de la sociedad
la reitera d a intervención m ilitar en la política del país.
D esde la perspectiva de las políticas económ icas, se ha tratad o
de distinguir entre la línea seguida p o r el gobierno de U riburu, y
sus m inistros de H acienda, y el de Justo, en el cual la figura de
Federico Pinedo, al frente de esa cartera a partir de 1933, tom aría
una dim ensión preponderante. N u ev o s cam bios se insinuaron a
partir del golpe de 1943. A pesar de ello, tam bién aquí se registran
inesperadas continuidades.
R esulta entonces de utilidad un análisis porm enorizado de los
e fectos de la crisis, las políticas im plem entadas po r el E stad o , los
resu ltad o s obtenidos com o consecuencia de la aplicación de esas
políticas y los cam bios p roducidos en el co n tex to internacional.
L o s efectos de la crisis fueron claros rápidam ente. Im plicaron
el derrum be de los precios de los principales p ro d u cto s de expor­
tación de la A rgentina — cereales, lino y carnes— , tal com o puede
apreciarse en la Tabla 1.
Tabla 1
Precio prom edio de los p roductos argentinos (1926= 100)

AÑO Cereales y lino Carnes


1929 100.8 111.8
1930 82.5 109.7
1931 55.9 90,3

Fuente: Villanueva (1975). p. 63.

A esta fuerte dism inución de los precios obtenidos po r las ex­


portaciones se unía el deterioro de los térm inos del intercam bio,
tal com o puede apreciarse en la Tabla 2. E ste deterioro de los pre­
cios de las exportaciones, superior a la dism inución de los precios
de las im portaciones, sum ado al m antenim iento de los pagos de la
deuda pública y a las dificultades para o b ten er nuevas inversiones
de capital, implicó saldos to tales negativos en el balance de pagos
que, con alguna excepción, sólo tendieron a revertirse a p artir de
m ediados de la década. E ste saldo negativo presionaba a su vez
sobre el v alor de la m oneda.

Tabla 2
P recios de im portación y de exportación y térm inos del inter­
cam bio (1913= 100)

AÑO Exportaciones Importaciones Términos del


intercambio

1928 127,6 131.5 97,0


1929 117,6 130,1 90.4
1930 103,2 130.4 79,1
1931 78.4 130.0 60,3
1932 75.4 128.4 58.7

Fuente: Balboa (1972). p. 163.

Tal situación im plicaba una dism inución de la actividad ec o n ó ­


m ica y, por consiguiente, el aum ento de la desocupación. Lam en­
tablem ente, no se dispone de cifras seguras sobre el tem a. Para
1932, el m om en to m ás álgido de la depresión, se ha estim ado una
desocupación cercana al 28% , pero tam bién se cuenta con estim a-
ciones m ucho m ás bajas, incluso inferiores al 10%, para el m ism o
m om ento. La evidencia parece insuficiente para una resp u esta de­
finitiva y es m uy posible que la realidad se ubicase en algún lugar
interm edio. Las fuentes cualitativas, por su parte, indican que en
to d o caso la depresión p ro v o có un m enor desem pleo en la A rgen­
tina que en los E stad o s U nidos y, lo que es aun m ás seguro, que la
recuperación fue m ás rápida.
E sta im presión aparece confirm ada po r las cifras p ro p o rcio n a­
das po r Díaz Alejandro. El PBI (P ro d u cto B ruto Interno) de la A r­
gentina descendió cerca de un 14% entre 1929 y 1932, pero luego
se expandió hasta 1940. En 1939, el PBI era un 15% m ás alto que
el de 1929, y estaba un 33% m ás alto que en 1932, en tanto que en
los E stad o s U nidos el crecim iento fue de sólo 4% entre las prim e­
ras fechas m encionadas.
De to d as m aneras, la situación que planteaba la crisis requería
respuestas inm ediatas. A unque los dirigentes argentinos pensaban
que el país estaba enfrentando una crisis cíclica, y que luego de
ella se restablecería la situación previa, los problem as eran sufi­
cientem ente evidentes com o para dem andar una acción rápida po r
parte del gobierno. Un breve análisis del co n tex to internacional en
el que el país se hallaba inm erso perm itirá un exam en adecu ad o de
las respuestas internas a la crisis.

EL SECTOR EXTERNO Y LOS CAMBIOS EN EL


CONTEXTO INTERNACIONAL

D esde las últim as décadas del siglo X IX , la expansión de la


econom ía argentina había im pulsado una relación cada vez m ás
estrecha con G ran Bretaña. M uchos de los capitales invertidos en
el país provenían de Inglaterra, hacia allí se dirigían gran parte de
las exportaciones de cereales y, sobre to d o , las de carne, en p arti­
cular las que constituían el p ro d u cto m ás especializado de la re­
gión pam peana, la carne enfriada. De Inglaterra provenían, ade­
m ás de los capitales, buena parte de los p ro d u cto s m anufacturados
y el carbón de piedra que alim entaba los ferrocarriles.
D esde la Prim era G uerra M undial se hizo cada vez m ás eviden­
te la pérdida paulatina del lugar hegem ónico que G ran B retaña
ocupaba en el m undo. Sus p ro d u cto s perdían com petitividad en
com paración con los norteam ericanos y N ueva Y ork reem plazaba
progresivam ente a L ondres com o centro financiero m undial. C on
frecuencia, los p ro d u cto s industriales norteam ericanos, desde los
autom óviles hasta la m aquinaria agrícola, se adaptaban m ejor a
las necesidades de la A rgentina; sin em bargo, la producción ag ra­
ria de los E stad o s U nidos com petía con la argentina, a lo que se
sum aban las crecientes actitudes proteccionistas norteam ericanas
de la década de 1920. Así, era difícil esperar que ése fuera el d es­
tino de la producción argentina. El país debía o b ten er sus divisas,
entonces, del com ercio en el área de la libra, para p o d er así pagar
por los p ro d u cto s norteam ericanos. L a convertibilidad de esas li­
bras, obtenidas con las exportaciones, en dólares resultaba esen­
cial para m antener el esquem a de com ercio triangular.
N aturalm ente, tanto ingleses com o norteam ericanos defendían
sus intereses. D esde los E stad o s U nidos com enzaron a llegar en la
década de 1920 capitales dirigidos a la instalación de industrias
que pudiesen com petir en el m ercado interno, eludiendo ev entua­
les m edidas p ro teccionistas y preferencias argentinas. Inglaterra
tenía com o objetivo aum entar sus exportaciones a la A rgentina y
m antener el envío de las ganancias de sus em presas, pero debía,
adem ás, negociar con los dom inios de la corona, cuyos p ro d u cto s
com petían con los argentinos p o r el m ercado británico. E sta últi­
m a situación le servía, adem ás, com o elem ento de presión frente a
los intereses argentinos.
L a A rgentina, por su parte, elegiría m antener su larga alianza
estratégica con Inglaterra, al tiem po que atravesaba durante la dé­
cada de 1920, y en especial entre 1922 y 1927, p o r una cierta b o ­
nanza económ ica. En 1928, esta situación com enzó a revertirse.
L as ex p o rtacio n es declinaron y el capital com enzó a salir del país,
m ientras los g asto s del E stad o aum entaron y cayeron las tasas de
interés. Al no reducirse las im portaciones, el v alo r del peso inició
una declinación. C om o consecuencia, el gobierno de Y rigoyen
debió interrum pir la convertibilidad en 1929. Así, algunos de los
elem entos de la crisis estaban presentes en el país aun antes de que
ésta estallara.
H acia finales de 1929 llegó al país una m isión com ercial b ritá ­
nica, al frente de la cual se en contraba el vizconde D ’A bernon. La
delegación, que respondía a una invitación del gobierno arg en ti­
no, tenía com o objetivo consolidar las relaciones entre los dos
países. Sus resultados fueron halagüeños para G ran Bretaña. La
A rgentina se com prom etía a com prar en el m ercado inglés, duran-
m m *m ' ’•

I isla aérea de los nuevos elevadores de Rosario, ju lio de 1931

te dos años, los m ateriales e insum os que necesitara para los ferro ­
carriles del E stado; G ran B retaña se obligaba a seguir adquiriendo
los em barques de carne que la A rgentina exportaba norm alm ente.
El acuerdo fue firm ado po r Y rigoyen y aprobado po r la C ám ara de
D iputados, aunque el gobierno fue depuesto y el C ongreso disuel­
to por el golpe de E stado de 1930 antes de que pudiese contar con
la aprobación del Senado. D e todas form as, se tratab a de un im­
portante antecedente del tratado Roca-Runcim an, suscripto en 1933
y aprobado en 1935.
A partir de 1932, la am enaza por parte de Inglaterra de recurrir
a una política de preferencia por los p ro d u cto s de sus dom inios se
renovó com o consecuencia del acuerdo alcanzado en ese año en
O ttaw a entre los representantes de la co ro n a y los países m iem ­
bros de la com unidad británica. E ste acuerdo ponía en peligro las
exportaciones argentinas de carne congeladas y envasadas y ce­
reales, que com petían con la producción de A ustralia y N ueva

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Zelanda. El único rubro en el que esos países no podían com petir
con la A rgentina lo constituían las carnes enfriadas, que po r raz o ­
nes de tiem po y distancia no podían llegar adecuadam ente desde
aquellos países al m ercado británico.
La respuesta argentina consistió en buscar los m edios para m an­
ten e r la relación com ercial con G ran B retaña. P ara lograrlo, se
envió una com isión especial a ese país, al frente de la cual se en­
co ntraba el vicepresid ente de la N ación Julio A. R oca, que c o n ­
cluiría un tra ta d o con el rep resen tan te del B o a r d o f T r a d e b ritáni­
co en 1933. C onocido com o el tra tad o R oca-R uncim an, el conve­
nio establecía que G ran B retaña se com prom etía a perm itir la im ­
portación de la m ism a cantidad de carne que en 1932, a m enos que
se pro d u jera una nueva y significativa baja de sus precios en In­
glaterra. Tam bién establecía que el p o o l de frigoríficos anglo-nor-
team ericanos se reservaría el 85% de las exportaciones de carne,
m ientras el 15% restante sería cubierto con la producción de los
frigoríficos argentinos. E ste cupo fue resultado de un intento de
desm entir las denuncias que señalaban que los frigoríficos ex tran ­
je ro s presionaban m ediante su poder de com pra para m antener bajo
el precio pagado a los ganaderos por las reses.
A cam bio de estas concesiones, la A rgentina se com prom etía a
su vez a reducir las tarifas de im portación de un am plio núm ero de
p ro d u cto s británicos al nivel que tenían en 1930 y no establecerlas
en algunos otros, que, com o el carbón, se im portaban librem ente.
Tam bién se asum ía el com prom iso de m antener un tra to benévolo
hacia las com pañías británicas y a facilitar el acceso a las divisas
que éstas requerían para enviar sus ganancias a G ran Bretaña. O tros
pu ntos del tra ta d o protegían los intereses de los ferrocarriles y el
tran sp o rte m arítim o británico.
El p acto tenía una vigencia de tre s años y los principales acu er­
dos logrados se p rorrogaron por un nuevo tratado, conocido com o
E den-M albrán, firm ado en 1936. C om o consecuencia de am bos
tratados, las exportaciones argentinas de carne se m antuvieron en­
tre 1935 y 1938 en un nivel cercano al 90% de las 390.000 to n ela ­
das de carne enfriada ex p o rtad as en 1932. É ste había sido el nivel
al que se había llegado luego de la crisis. E n definitiva, los acu er­
dos alcanzados perm itían a la A rgentina seguir accediendo al m er­
cado británico, a cam bio de im portantes concesiones a los intere­
ses de ese origen.
E s inevitable preg u n tarse cuáles eran entonces las alternativas
planteadas para el se cto r externo argentino, en las condiciones en
las que se en contraba el m ercado m undial luego de la crisis y la
depresión. M uchas de las políticas de la década de 1930, y en par­
ticular el tra tad o R oca-R uncim an, han sido vistas com o el resulta­
do de una posición que sólo favorecía intereses extranjeros y los
muy aco tad o s de los g an ad ero s invernadores, que producían el
ganado m ás refinado destinado a ser exp o rtad o com o carne enfria­
da. L os m ás escasos defensores de estas políticas y del tratad o
afirm an, por el contrario, que los condicionam ientos que la d ep re­
sión im ponía a la econom ía hacían que las decisiones tom adas
fueran las únicas posibles. E s difícil, sin dudas, acep tar que las
decisiones to m ad as rep resen taran las únicas alternativas válidas,
pero es m ás difícil aún evaluar los eventuales efectos de las o p cio ­
nes no seguidas. U na valoración retrospectiva no puede realizarse
sin in tro d u cir las m edidas específicas en el co n tex to m ás am plio
del conjunto de las políticas económ icas de la década y sus resul­
tados. Y deben considerarse tam bién las perspectivas que sobre
estos problem as tenían los sectores dirigentes.
En este últim o sentido, recobra interés el llam ado “ Plan Pinedo” ,
en realidad un plan de “ reactivación económ ica” presentado por
Federico Pinedo al C ongreso de la N ación en 1940. A unque el
plan nunca llegó a aprobarse, y po r lo tan to no significó un cam bio
en las políticas del E stad o , suponía una visión algo m ás crítica de
la posición de la A rgentina en el m undo. Para algunos o b serv ad o ­
res, exhibía una diferencia im portante en los objetivos p ro p u esto s
y la m anera de im plem entarlos.
El plan preveía tanto una serie de m edidas para enfrentar la nueva
coyuntura de la guerra en E uropa, com o otras que tendían a pro­
yectos de m ás largo plazo. E n tre las prim eras, se encontraban el
fom ento de la construcción y el sostén de los precios agrícolas, en
especial el del maíz. E n tre las segundas, el im pulso a la industria­
lización, aunque basada en las “industrias naturales” , es decir, aque­
llas que utilizaban insum os locales. El pro y ecto descansaba en la
convicción de que las ex p o rtacio n es ag ro p ecu arias seguirían sien­
do el m o to r principal de la econom ía del país y que se tratab a
fundam entalm ente de enfrentar una coyuntura adversa.
En realidad, el plan estaba diseñado para enfrentar una situa­
ción que se preveía similar, en cuanto a las restricciones en el sec­
to r externo, a la que había desatado tan to la Prim era G uerra com o,
m ás adelante, la crisis de 1929. Pero estos p resupuestos se dem os­
traro n im precisos: la A rgentina siguió exportando durante la Se­
gunda G uerra, al mism o tiem po que el esfuerzo en el que se en­
contraban em barcadas las econom ías tradicionalm ente p ro v ee d o ­
ras de los p ro d u cto s que el país obtenía en el exterior restringió las
im portaciones, im pulsando de este m odo el crecim iento industrial.
Sin em bargo, algunas de las p ro p u estas del plan se llevarían a
cabo algo m ás adelante. E ntre ellas, la creación del B anco Indus­
trial, que tuvo lugar en 1944, y la regulación del com ercio exterior
m ediante lo que sería el Instituto A rgentino de Prom oción del In­
tercam bio, que desde 1946, ya en tiem pos del peronism o, m ono­
polizaría las o p eracio n es de e x p o rta ció n de cereales y oleag i­
nosas.

LAS RESPUESTAS A LA CRISIS

La prim era respuesta a la crisis por parte del gobierno de U riburu


consistió en afirm ar la vigencia de políticas o rtodoxas. Se tratab a
de equilibrar el presupuesto del E stado, al m ism o tiem po que se
m antenía el pago de la deuda pública.
La búsqueda del equilibrio entre recu rso s y g a sto s en las cuen­
tas del E stad o recibió una fuerte prioridad. D ado que en el co n tex ­
to de una reducción del com ercio internacional era natural que los
recursos del E stad o dism inuyeran, puesto que la m ayor parte de
ellos provenía de los im puestos al com ercio exterior, la solución
buscada fúe doble. P or una parte, se redujeron los gastos del E sta ­
do dism inuyendo los salarios de los em pleados públicos, en un
0,05% los m ás bajos y en una proporción que llegaba a superar el
22% en los m ás altos. Tam bién se restringió el g asto en obras pú­
blicas. La reducción de salarios, aunque recesiva, era atem perada
por la deflación de precios. P or o tra parte, se tra tó de increm entar
los ingresos a través de nuevos im puestos internos y de aum entos
en los aranceles a las im portaciones.
El problem a m ás serio, aunque no el de m ayor peso en el p resu ­
puesto, lo constituía la deuda pública. É sta se com ponía de una
“ deuda flotante” con vencim ientos a c o rto plazo y una deuda ex­
terna, en su m ayor parte en libras. En el co n tex to de la crisis varios
países latinoam ericanos habían decidido suspender los pagos; la
A rgentina, sin em bargo, los m antuvo. E sto le perm itió al gobier­
no, al conservar la credibilidad de los inversores, establecer un
“em préstito patrió tico ” m ediante bonos colocados en el m ercado
local, dada la im posibilidad de ob ten er fondos externos.
El g obierno tam bién enfrentaba el problem a del v alo r de la
m oneda y la cantidad de circulante. En el periodo previo a la cri­
sis, la A rgentina no había co n tad o con un B anco Central. La canti­
dad de dinero circulante dependía de la balanza de pagos y de la
form a en que sus excedentes o déficit se intercam biaban en la Caja
de C onversión. La existencia de excedentes llevaba a un aum ento
del circulante, baja de los intereses del capital y aum ento de la
inversión y de la actividad económ ica. C uando los excedentes de­
clinaban y el o ro salía del país, dism inuía el circulante y consi­
guientem ente la actividad económ ica. El sistem a de ajustes a u to ­
m áticos previstos en la C aja de C onversión funcionaba en tiem ­
pos norm ales y se suponía que su suspensión, cuando ello ocurría,
era sólo tem poraria. D e allí que el m ecanism o fuera alguna vez
denom inado un “ sistem a de patrón oro esporádico” .
L as perturbaciones externas, com o las guerras o las crisis, lle­
vaban a su suspensión. E sto ha­
bía o cu rrid o d u ran te la Prim era
Guerra; durante la década de 1920,
el m ecan ism o fue resta b le c id o .
C om o se ha señalado, en los últi­
m os tiem pos del gobierno de Yri-
goyen volvió a interrum pirse. A l­
gunas de las funciones que co rres­
ponden a la figura de un B anco
C entral, com o establecer el nivel
del circulante, o supervisar el sis­
tem a bancario, eran cum plidas por
el B anco N ación y o tras institu­
cio n es c o m o la p ro p ia C aja de
C onversión y la Tesorería.
El gobierno de U riburu m antu­
vo la inconvertibilidad del peso;
en 1931, estableció el control de
cam bios in tentando m antener el
valor de la m oneda, para lo cual
perm itió la salida de oro. Al m is­
m o tiem po, durante los prim eros
años posteriores a la crisis, decre-

30
cía el circulante, con la excepción de 1932, cuando la utilización
de los fondos del em préstito po r parte del gobierno llevó a su au­
mento.
A partir de 1933, cuando Federico Pinedo asum ió com o m inis­
tro de H acienda, las m edidas tom adas tendieron en algunos casos
a profundizar las políticas anteriores, y en o tro s a introducir inno­
vaciones. El establecim iento del im puesto a los réditos y la crea­
ción del B anco C entral fueron m edidas que continuaban las ten ­
dencias ya insinuadas, fortaleciéndolas. P ero el nuevo m inistro
dispuso tam bién la devaluación del peso, una m ayor intervención
en el com ercio exterior a p artir del control de cam bios y una m a­
yor intervención del E stado en el sostenim iento de los precios a g ro ­
pecuarios y en la regulación de la producción del sector.
Y rigoyen, en su prim er gobierno, había intentado la im planta­
ción del im puesto a los réditos, pero enfrentó una fírme oposición
en el C ongreso. En 1933, se creaba finalm ente ese im puesto, que
perm itió que el E stado dejara de depender de los recursos obteni­
dos de las im posiciones al com ercio exterior: durante los años
veinte, casi el 80% de los recursos estatales se obtenía de esa fuen­
te; en cam bio, hacia fines de la década de 1930 de allí provenía
sólo la m itad de los recursos. En los años finales de la Segunda
G uerra, la reducción fue todavía m ayor: alcanzaba a cubrir sola­
m ente cerca de un 10% de los requerim ientos del gobierno.
O tras m edidas tuvieron relación con la política m onetaria. Ya
en 1932 O tto Niem eyer, un especialista británico, fue consultado
sobre las características que debería ten e r un B anco Central. El
proyecto, finalm ente aprobado en 1935 ju n to con una serie de le­
yes que regulaban el sistem a bancario, difería en algunos puntos
del p ro p u esto p o r Niem eyer. En principio, im plicaba que m uchas
de las operaciones que diversas instituciones realizaban serían a
p artir de allí centralizadas. L as funciones del B anco C entral c o n ­
sistían en regular el crédito y el circulante adaptándolos al v o lu ­
men real de los negocios, en co n cen trar reservas m oderando las
fluctuaciones provocadas por las exportaciones y las inversiones
de capital extranjero sobre la m oneda, el crédito y las actividades
com erciales, en co n tro lar a los bancos prom oviendo la liquidez y
el buen funcionam iento del crédito y en actu ar com o agente finan­
ciero y consejero del gobierno en las operaciones relacionadas con
el crédito interno y externo y con la adm inistración de los em prés­
titos.
Federico Pinedo habla en ¡a inauguración del Banco Central, junio de 1935.

La conducción del banco recayó en un directorio de catorce


m iem bros, de los cuales el gobierno nom braba tres, incluyendo el
presidente y el vicepresidente, los bancos, siete y o tro s sectores de
la econom ía, independientes del bancario, cuatro. El econom ista
Raúl Prebisch fúe designado director; posteriorm ente, Prebisch ob­
tendría reconocim iento internacional po r sus tareas al frente de la
C om isión E conóm ica para A m érica Latina, agencia de las N acio ­
nes U nidas, fundada hacia el fin de la guerra.
La creación del banco generó nuevas polém icas, en parte po r la
com posición de su directorio, en el que participaban extranjeros, y
en parte po r los tem ores que suscitaba la posibilidad de que actu a­
ra con dem asiada independencia del gobierno, y aun de que lleva­
ra adelante una política m onetaria anticíclica, pero inflacionaria.
De hecho, el circulante com enzó a aum entar luego de 1936, pero
si se tom a en cuenta la deflación que se había p roducido en los
prim eros años de la década, el volum en real a fines de los años ’30
era m enor que a fines de la década anterior.
El gobierno continuó, luego de la fundación del B anco C entral,
con el esquem a ya iniciado de reestru ctu ració n de la deuda públi­
ca, tan to interna com o externa. El esquem a se sostenía en el cam ­
bio de los bonos a co rto plazo p o r bonos que requerían un pago
anual m enor, pero que se prolongaba en el tiem po. E sto perm itía
dism inuir los co sto s anuales para el E stado, y contó con la acep ta­
ción de los acreedores.
Las m edidas m ás innovadoras, co n trap u estas con orientaciones
anteriores, fueron el control de cam bios y la devaluación del peso
dispuesta en 1933, y reiterada en 1938 al m ism o tiem po que se
introducía un sistem a de restricciones a las im portaciones que bus­
caba evitar que un exceso de dem anda siguiera presionando sobre
su valor. E ra, ju stam en te, el control de cam bios, la herram ienta
que le perm itía al gobierno establecer quiénes tenían prioridades
para acceder a las divisas m ás baratas del m ercado oficial, tan to
para cubrir las necesidades de im portación, com o para cum plir
con las rem esas de inm igrantes y de los beneficios de las em presas
extranjeras.
E l sistem a de co n tro l de cam bios im plicaba la creación de un
m ercado oficial, donde las divisas obtenidas de las ex p o rtacio n es
tradicionales se vendían al g obierno y éste las revendía a las em ­
presas favorecidas, que contaban con un perm iso previo de im por­
tación, a un precio m ás alto. A quellos im portadores que no podían
acced er al m ercado oficial debían co m p rar las divisas en el m erca­
do libre, lo que significaba un sobreprecio cercano al 20% . A u n ­
que en principio las divisas del m ercado libre provenían de ex p o r­
taciones no tradicionales y algunas otras fuentes, el gobierno p o ­
día intervenir vendiendo divisas de un m ercado en el o tro, lo que
le p roporcionaba una fuente im portante de ingresos así com o la
posibilidad de incidir fuertem ente en los p ro d u cto s im p o rtad o s y
en la definición de los países desde los cuales podían ser im p o rta­
dos. U na de las consecuencias del tra ta d o R oca-R uncim an consis­
tía, precisam ente, en las prioridades que se les otorgaban a las em ­
presas británicas. P ero el sistem a tam bién funcionaba para restrin ­
gir im portaciones e im pulsar la producción local de p ro d u cto s an­
tes adquiridos en el exterior.
Las ganancias que el gobierno podía obtener por las diferencias
entre los precios de com pra y de venta de las divisas sirvieron,
adem ás, para perm itirle al m inistro P inedo establecer un precio
sostén para el trigo, el m aíz y el lino entre 1933 y 1936. A estas
m edidas se agregó la creación de ju n ta s reguladoras, que abarca­
ron distintos aspectos de la producción agrícola y ganadera de la
región pam peana y de las econom ías regionales. A partir de 1933,
se fueron organizando la Junta R eguladora de G ranos, la Junta
N acional de C arnes, la Junta R eguladora de Vinos, la de la Indus­
tria L echera, la C om isión R eguladora de la P roducción y C om er­
cio de la Yerba M ate y la Ju n ta N acional del A lgodón.
E stas m edidas intentaban p ro teg er la producción agrícola y se
com binaban con el convenio con G ran B retaña para asegurar el
m ercado de carnes. El tra tad o R oca-R uncim an estableció, tam ­
bién, las bases para em préstitos que perm itieron desbloquear los
fondos que las em presas extranjeras habían acum ulado entre 1931
y 1933 al no poder rem itir sus ganancias, o incluso pagar por
insum os, ante la falta de divisas.
El gobierno, a trav és de la aplicación de estas m edidas, logró
m ejorar las cuentas públicas y consiguió que parte de la deuda
externa fuera repatriada y pasara a estar denom inada en pesos.
Hacia 1937, las tres cuartas partes de las obligaciones de largo
plazo estaban radicadas en el país, cuando esta cifra cubría sólo la
m itad en 1929.
A la sustancial m ejora de la situación de la econom ía y del e sta ­
do de las cuentas públicas había contribuido un cam bio favorable
en el secto r externo, que se produjo a partir de 1934. En ese año
com enzó una tendencia ascendente en las ex p o rtacio n es y una
m ejora de los precios, que se afirm aría m ucho m ás a com ienzos
de la década siguiente.
N o obstante, en 1937 tuvo lugar o tra recesión, que hizo tem er
que se reprodujeran los efectos de la crisis desatada en 1929; las
ex p o rtacio n es dism inuyeron, y volvieron los problem as de balan­
ce de pagos. La respuesta del gobierno com binó una devaluación
del peso con la am pliación del crédito, y con la extensión del re ­
quisito del perm iso previo incluso para las im portaciones pagadas
con divisas obtenidas en el m ercado libre. Se buscaba equilibrar el
balance de pagos y m antener la actividad interna.
A la alarm a suscitada po r la nueva depresión se sum aron, m uy
pronto, los tem ores sobre los efectos de la guerra en E uropa. Se
esperaba que éstos fueran sim ilares a los pro v o cad o s por la Prim e­
ra G uerra M undial, y Pinedo, de nuevo a cargo del M inisterio de
H acienda, propuso entonces su plan. L os tem ores, sin em b argo,
resultaron infundados.
U na revisión de las políticas económ icas durante la depresión
estaría incom pleta sin una referencia al clim a de corrupción que
envolvía al gobierno y que im pulsaba tan to su d escrédito com o el
aliento a las posiciones nacionalistas. L os ejem plos son varios. El
m ás destacado, las discusiones en el Senado y las denuncias de
L isandro de la Torre sobre el accionar de los frigoríficos para dis­
m inuir el precio pagado p o r el ganado y evadir así cargas im posi­
tivas. El asunto involucró a m iem bros del gobierno, y culm inó
con el asesinato del senador E nzo B ordabehere en el m ism o Sena­
do de la N ación, lo cual obligó a la presentación de la renuncia a
sus cargos del m inistro de H acienda, F ederico Pinedo, y del de
A gricultura, L uis D uhau.
P ero este caso no fúe el único. A él se sum aban los escándalos
p ro v o cad o s por las presiones británicas para obtener el control del
sistem a de tran sp o rte urbano de B uenos Aires, finalm ente ap ro b a­
do por ley del C ongreso, o los que se producían en el C oncejo
D eliberante de la ciudad de B uenos A ires con relación a la exten­
sión de la concesión a la C om pañía A rgentina de E lectricidad a
través de la com pra de los v o to s de los representantes porteños.

LA GUERRA
En 1939 estalló la g u erra en E uropa; entre esa fecha y 1945, el
m undo asistiría a sus horrores. L os E stad o s U nidos se sum aron al
bando aliado en 1941 y el conflicto term inó p o r afectar a la m ayor
parte de los países del m undo. Incluso la A rgentina, donde se p ro ­
fundizaron las divisiones entre los defensores de la neutralidad y
los partidarios de los aliados, decidió declarar la guerra al E je poco
antes del fin del conflicto. El gobierno m ilitar inaugurado con el
golpe de 1943, en principio reluctante a abandonar la posición
neutral, debió so p o rtar las continuas presiones de los E stad o s U ni­
dos, las que finalm ente lo llevaron a la declaración de guerra. L os
d esencuentros entre la A rgentina y los E stad o s U nidos, que m ira­
ban con suspicacia el surgim iento de Juan D om ingo P erón y sus
presuntas sim patías fascistas, tendrían profundas consecuencias
en la posguerra. E n tre ellas, se co n taro n las lim itaciones im pues­
ta s a los países eu ro p eo s beneficiarios de la ayuda norteam ericana
co n cretad a en el Plan M arshall, para la utilización de esos fondos
en la com pra de p roductos agropecuarios argentinos.
Los efectos de la guerra fueron en la A rgentina m e n o s a d v e r so s
que lo esperado. La econom ía del país creció y hacia el fin del
conflicto, la A rgentina contaba con un im portante saldo de libras a
su favor acum uladas en L ondres com o resultado del com ercio con
Inglaterra. N o obstante, el crecim iento ya no estaba basado en las
exportaciones agropecuarias, sino en el desarrollo industrial. P o r
o tra parte, aunque im portante, ese crecim iento había sido m enor
que el que caracterizó al país en sus años m ás expansivos, y ta m ­
bién era m enor si se lo com para con el de otras naciones que ha­
bían participado plenam ente en la guerra, com o los E stados U ni­
dos y Canadá. Incluso era m enor que el logrado por o tro s países
latinoam ericanos que, com o Brasil, habían participado, aunque no
centralm ente, en el conflicto arm ado.
La industria argentina había crecido bajo el im pulso de la e c o ­
nom ía ex p o rtadora. D esde fines del siglo X IX se había d esarro lla­
do una industria m oderna directam ente ligada a la elaboración de
p ro d u cto s agropecuarios de exportación. L os frigoríficos, que se
expandieron en las prim eras décadas del siglo XX, y los m olinos

Salón de exposiciones de SI. ISI Di Telia. I93H.

36
Industria del calzado, 1938.

harineros eran un buen ejem plo de ello. P ero ju n to con el creci­


m iento de la econom ía im pulsado po r las exportaciones, se había
desarrollado un m ercado interno, cuya existencia tam bién alentó
el crecim iento de las industrias dedicadas a p ro d u cir bienes para
satisfacerlo.
E stas circunstancias le habían conferido al crecim iento indus­
trial algunas particularidades. En el secto r directam ente ligado a
las exportaciones, com o los frigoríficos, predom inaban la co ncen­
tración y el capital extranjero. En el secto r que producía para el
m ercado interno, se trataba de una industria de estructura h etero ­
génea com puesta po r algunas grandes em presas y una m ucho m a­
yo r cantidad de em presas m enores y talleres.
La política de los gobiernos anteriores a 1930 no incluía un plan
específico de desarrollo industrial; sin em bargo, las necesidades
de financiam iento del E stad o se satisfacían con los gravám enes
aplicados al com ercio exterior, en particular a las im portaciones.
El im pacto de estos gravám enes en el crecim iento industrial, es
decir, su efecto indirectam ente proteccionista, es difícil de estim ar
dada la com pleja estru ctu ra im positiva. De allí las diferentes p ers­
pectivas sobre el tem a.
L os aranceles para los p ro d u cto s im portados vigentes en la dé­
cada de 1930 provenían de las m odificaciones a una ley aprobada
en 1905. E sta ley fue revisada en distintos m om entos: las m odifi­
caciones m ás im portantes se realizaron en 1911, 1923 y 1931. A
principios de la década de 1930, los aranceles se elevaron supe­
rando su nivel m edio, que era el 28% del valor de las m ercaderías
im portadas. L uego de 1933, y com o consecuencia de las negocia­
ciones con G ran B retaña, tendieron a disminuir, quedando en un
valor prom edio m ás cercano al 20% .
El aum ento de los aranceles y el sistem a de control de cam bios,
com binado posteriorm ente con el requerim iento de perm isos de
im portación, son parte de la explicación del crecim iento industrial
de la década de 1930. A pesar de la caída de la producción indus­
trial que tuvo lugar entre 1929 y 1931, el crecim iento que se p ro ­
dujo si se considera el período 1930-1934 alcanzó el 8% anual,
según las recientes estim aciones de R o b erto C ortés Conde, que
corrigen hacia arriba las anteriores de la C E PA L que indicaban un
crecim iento de 2,3% para el m ism o período. Finalm ente, la guerra
p ro v o có el inicio de una etapa de m ayor crecim iento.
C om o puede verse en la Tabla 3, fúe hacia el final del período
aquí estudiado cuando tuvo lugar el m ayor crecim iento de la p ro ­
ducción industrial. Si se dejan de lado los valores co rresp o n d ien ­
tes a p ro d u cto s de caucho y m aquinarias y artefacto s eléctricos
— cuyo crecim iento es un efecto estadístico producido po r partir
de una base prácticam ente inexistente— , es posible observar que
eran los p ro d u cto s textiles, los m etálicos y el petró leo y sus deri­
v ados los que lideraban el crecim iento. El p rocesam iento de ali­
m entos y bebidas, que incluye las ram as m ás tradicionales de las
industrias de exportación, creció po r su parte a tasas m enores.
E stas cifras son confirm adas p o r los cam bios en la estru ctu ra de
la industria que se indican en la Tabla 4. C om o puede verse, entre
1935 y 1947, fecha de los censos industriales, dism inuyó el p o r­
centaje de establecim ientos, personal y p ro d u cció n vinculados a
la alim entación, en los totales de esos rubros correspondientes a la
industria argentina. En tanto, la industria textil aum entó la p arti­
cipación en to d o s ellos y en la fuerza m otriz. L os datos son sig­
nificativos pues la textil era una ram a relativam ente rezagada en
el país; su crecim iento estuvo im pulsado p o r la expansión del
Tabla 3
Tasa de crecim iento anual m edio de la producción industrial

1925-29/ 1937-39/
1937-39 1948-50

Total 3,4 5,0


Alimentos y bebidas 2,1 2,6
Tabaco 0,5 4,9
Productos textiles 10,8 9,1
Confecciones -0,4 4,4
Productos de la madera -2,2 6,4
Papel y cartón -1,7 6,3
Imprenta y publicaciones -2,2 2,3
Productos químicos -0,4 7,7
Derivados del petróleo 12,6 5,0
Productos de caucho 39,0 3,0
Artículos de cuero -2,2 7,2
Piedras, vidrios y cerámica -2.5 6,3
Metales 5,1 5,4
Vehículos y maquinaria,
excluida la eléctrica 8,3 8,3
Maquinaria y artefactos eléctricos 40,5 8,7
Otras manufacturas 0,1 5,1
Artesanías N/D 3,7

Fuente: Díaz Alejandro (1975). p. 220 (n/d: no disponible).

cultivo del algodón que se había iniciado en la década anterior.


F ue durante el período de la g uerra que la industria alcanzó sus
tasas de crecim iento m ás altas (ver Tabla 3), y aunque los textiles
encabezaron ese crecim iento, tam bién em pezó a tener im portan­
cia la m etalm ecánica, que incluía talleres de reparaciones y la fa­
bricación de artefacto s eléctricos. El conflicto bélico, al im pedir
la im portación de los p ro d u cto s que la A rgentina adquiría habi­
tualm ente en el exterior, reforzó las políticas que tendieron a red u ­
cir las im portaciones durante los años ’30. H acia el fin de la g u e­
rra, la participación de la industria en el PBI superaba ya a la del
sector agropecuario.
El aum ento de la producción industrial perm itió incluso acce-
Tabla 4
E stru ctu ra de la industria (en porcentajes)

Establecim. Personal Producción Fuerza motriz

1935 1946 1935 1946 1935 1946 1935 1946

Alimentación 31 22 27 23 42 34 36 36
y afines
Textil, vestuario 15 20 21 23 20 26 8 10
y afines
Metalmecánicas 23 27 20 22 14 14 14 17
y afines
Químicas 3 3 5 6 10 11 12 15
y afines

Fuente: Dorfman (1983), pp. 48 y 53.

E l ing. Padilla, ministro de Agricultura, en la fábrica de neumáticos


¡'¡restañe, a comienzos de la década de 1940.
í ’ista aérea de la fábrica de pinturas Alba, Nueva Pompeva, ciudad'de
Buenos Aires, octubre de 1938.

der a m ercados externos, especialm ente de los países latinoam eri­


canos que se encontraron con las m ism as dificultades que la A r­
gentina para m antener la im portación de p ro d u cto s provenientes
de los E stad o s U nidos y E uropa. La participación de los pro d u cto s
m anufacturados no tradicionales representaba el 2,9% del total de
las exportaciones en 1939. E n 1943, el m om ento de su pico más
alto, llegó a ser del 19,4%. El fin de la g uerra cam bió nuevam ente
las condiciones, con la vuelta de p ro v eed o res tradicionales, y esa
participación bajaría al 5,5% en 1947.
P arte del crecim iento industrial del período se relacionó con la
instalación en el país de em presas norteam ericanas, en especial en
ram as com o la textil, las fábricas de neum áticos y de p ro d u cto s
eléctricos. El fenóm eno no era nuevo: ya a principios de siglo se
habían instalado frigoríficos de capitales norteam ericanos. L a te n ­
dencia se reforzó durante la década de 1920, cuando buscaban eludir
las barreras arancelarias elevadas en esos años. D urante la crisis,

41
debido a que los acuerdos entre la A rgentina y G ran B retaña e sta ­
blecían ventajas para los p ro d u cto s ingleses dado que las divisas
disponibles debían utilizarse p referentem ente para el intercam bio
com ercial y financiero entre esto s dos países, el proceso se hizo
m ás intenso. C ongruentem ente, las estadísticas m uestran una cla­
ra dism inución de las im portaciones provenientes de los E stados
Unidos. La presencia de capital extranjero, que según algunas es­
tim aciones superaba el 50% del capital invertido en la industria,
im plicaba la existencia de un nuevo a c to r que el gobierno debía
to m ar en cuenta en el diseño e im plem entación de sus políticas y
en especial en el acceso a las divisas que perm itieran la provisión
de insum os.
El p ro d u cto del crecim iento industrial al finalizar la g uerra te n ­
dría com o destino principal el m ercado interno. La im portancia de
ese m ercado tam bién creció para los p ro d u cto s agropecuarios, en
la m edida que aum entaba la población urbana y por lo tan to dis­
minuían las ex p o rtacio n es agropecuarias, cuya producción había
com enzado un proceso de estancam iento que se reflejaba en su
participación en el PBI. La A rgentina se cerraba sobre sí misma.

UN BALANCE

La A rgentina se recuperó de la depresión relativam ente rápido y


com enzó durante la crisis, y con m ayor fuerza durante la guerra,
un proceso de crecim iento basado en la industria. ¿Fue éste el re­
sultado de las políticas aplicadas p o r el E stad o durante la década
de 1930 y la prim era m itad de la siguiente? El inicio y la rec u p e ra ­
ción del p roceso de industrialización p o r sustitución de im porta­
ciones parecen indicar que la respuesta es afirm ativa. N o obstante,
para que la respuesta sea convincente es necesario prim ero anali­
z ar hasta qué punto pueden considerarse hom ogéneas las políticas
im plem entadas durante la depresión y la guerra, y ten er en cuenta,
adem ás, los cam bios en el secto r externo durante am bos períodos.
La “ nueva fórm ula” de los treinta, en la denom inación que Ja­
vier Villanueva da a las políticas im plem entadas po r P inedo a par­
tir de 1933, partía de la constatación de las adversas condiciones
p ro v o cad as p o r la crisis y po r la política de preferencias im peria­
les británica. También, del registro del conflicto entre los intereses
norteam ericanos y británicos por im ponerse en la A rgentina y de
la existencia, desde los años veinte, de una base industrial ligada
en parte a los intereses norteam ericanos.
É stas eran las condiciones que habrían llevado al diseño p au la­
tino de una política que contenía m edidas estru ctu rales y m edidas
anticíclicas. Las prim eras pretendían m antener la relación con G ran
B retaña, especialm ente preservando el m ercado para las carnes
argentinas. La contrapartida argentina consistía en asegurar que
las libras obtenidas por esas exportaciones se utilizarían p referen ­
tem ente para el pago de p ro d u cto s británicos y para las rem esas de
capital a L ondres de las em presas del m ism o origen. El segundo
tipo de m edidas, las anticíclicas, pretendía utilizar el control de
cam bios para desarrollar una política de apoyo a la industria, que
no era presentada com o tal. Junto con otras acciones, com o el de­
sarrollo de las obras públicas, debían ten d er a la dism inución del
desem pleo y reactivar la econom ía, pero tam bién debían atraer
capital extranjero al secto r industrial.
E stas políticas, encabezadas po r Pinedo, buscarían im pulsar las
industrias para las que se contaba con insum os locales y que p u ­
diesen com petir en el m ercado internacional. Al m ism o tiem po,
proponía una estrategia de acercam iento a los E stados U nidos,
aunque tratan d o de no enfrentarse con la elite ganadera. E ste sería
el significado del plan p resentado p o r el m inistro en 1940.
D esde el B anco C entral la estrategia p ro p u esta habría sido dife­
rente, aunque no com pletam ente contradictoria. Se trataba de a p o ­
yar a las industrias ya instaladas en el país, m uchas de las cuales
utilizaban insum os que era necesario im portar y estaban c o n tro la ­
das por capital extranjero. E n este caso, las necesidades de o b te­
ner capitales que im pulsaran la industrialización frente al d e te rio ­
ro de los m ercados de los p roductos tradicionales de exportación
eran las razones que prim aban.
H abría sido m ás tarde, luego del golpe de 1943 y del surgim ien­
to de Juan D om ingo Perón, que se habría im puesto una estrategia
diferente. Se trataba, entonces, de asegurar el pleno em pleo y el
m ejoram iento de los salarios reales. Se apoyaría la industria exis­
ten te así com o el desarrollo del m ercado interno y la industrializa­
ción po r sustitución de im portaciones. A estos objetivos se sum a­
ron los del Ejército: la m eta era construir una industria pesada que
perm itiera cubrir las necesidades de arm am ento de las F uerzas
A rm adas y asegurara la defensa nacional.
L a explicación es atractiva. Según ella, los dirigentes argenti-
nos de la década de 1930, aunque no habían diseñado sus planes
desde el principio, conocían p erfectam ente las consecuencias in­
directas de sus decisiones, y m uy p ronto em pezaron a buscarlas.
La interpretación de Villanueva acentúa las discontinuidades de
las políticas económ icas. N o obstante, tam bién hay signos de co n ­
tinuidad entre decisiones anteriores a la crisis m ism a, desde la vi­
sita del vizconde D ’A bernon y la salida de la convertibilidad en
tiem pos de Y rigoyen a las prim eras m edidas tom adas p o r los g o ­
biernos de U riburu y luego de Justo entre 1930 y 1933. Incluso en
los prim eros tiem pos posteriores al golpe de 1943 se continuaron
políticas iniciadas con anterioridad, aunque se inician los enfren­
tam ientos con los E stad o s U nidos que m ás tard e im plicarían fuer­
tes problem as al frenar la posibilidad de colocar p ro d u cto s argen­
tinos en la E u ro p a de p o sguerra beneficiada po r el Plan M arshall.
P o r o tra parte parece claro que, m ás allá de los m éritos de las
políticas diseñadas en los años treinta, la recuperación se inició a
partir de 1934 en buena m edida com o consecuencia de un aum en­
to de las exportaciones y de un m ejoram iento de los térm inos del
intercam bio. Al iniciarse la crisis, las políticas de los gobiernos
argentinos parecían diseñadas para la coyuntura, m anteniendo fir­
m es algunos principios de la o rto d o x ia económ ica: el equilibrio
del p resupuesto, el servicio de la deuda externa y el privilegio a la
defensa del m ercado de carnes. N o estaban inspiradas en princi­
pios keynesianos de aum ento del g asto público com o herram ienta
para dism inuir la desocupación; sólo a fines de la década estos
p ostulados com enzarían a ser acep tad o s po r el pensam iento ofi­
cial. A un el Plan Pinedo, cuyos eventuales efectos si se hubiera
aplicado perm anecen en el territo rio de lo hipotético, estaba tam ­
bién inspirado en principio en la coyuntura.
M uchos años después, el m ism o Raúl Prebisch sostenía que las
m edidas tom adas para controlar el com ercio exterior tenían com o
objetivo un apoyo a la industria que no podía proclam arse, dado el
clim a poco propicio de la época. P ero esas m edidas tam bién favo­
recieron a las em presas ya instaladas, com o lo harían p o sterio r­
m ente las tom adas en defensa del m ercado interno.
Las perspectivas de largo plazo no parecían ser preocupaciones
centrales de los funcionarios, o al m enos se encontraban subordi­
nadas a la búsqueda de una solución a los problem as inm ediatos.
Sin duda, existían alternativas a las políticas económ icas segui­
das, pero tra ta r de definirlas no constituye un ejercicio m uy fructí-
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co. 12. 47. 1972.
V

ti

de actividades de propaganda en un Iocc


LA POLITICA EN SU
LABERINTO
A lo la rg o de la d é c a d a
abierta en 1930 ciertos p arti­
dos políticos, individualm en­
te o in teg ran d o coaliciones,
alcanzaron suficiente signifi­
ca ció n e le c to ra l com o p a ra
constituir en torn o a ellos el
cam po de com petencia p o r la
conquista de las principales re­
presentaciones parlam entarias
y el acceso al control del g o ­
bierno nacional. E se cam po de
c o m p e te n c ia p o lític a se e s ­
tru c tu ró en to rn o al eje oficia­
lism o-oposición, relativam en­
te estable en su conjunto pero
con fuerte conflictividad y di­
nam ism o en cada uno de sus
vértices. P o r un lado se co n ta ­
ron las fuerzas oficialistas, que
con tro lab an los rec u rso s del
E stad o nacional y concurrían
a la com petencia organizadas
com o una coalición, la C o n ­
cordancia; p o r otro, la o p o si­
ción, en la cual coexistieron
partid o s con identidades cla­
ram ente diferenciadas (so c ia ­
lista, d e m ó crata pro g resista,
U n ió n C ív ica R a d ic a l) que
elaboraron distintas altern ati­
vas para o c u p ar el lugar de la
oposición en el sistem a, con
la a sp ira ció n de a lc a n z ar el
p o d e r nacional (coalición de
socialistas y dem oprogresistas
en la A lianza Civil; abstencio-
nism o electoral de la UCR; participación electoral de las tres fuer­
zas por separado; intentos de construir un Frente P opular reunien­
do a las tres fuerzas con o tro s actores políticos y sociales).
A su vez, la dinám ica de las distintas organizaciones partidarias
y sus relaciones estuvo signada no sólo por los cam bios que sufrió
la relación gobierno-oposición, sino tam bién p o r las m utaciones
internas de la coalición gubernam ental y de las distintas fuerzas
opositoras. En este sentido, se distinguen tres etapas.
U na prim era, breve y bajo la som bra del golpe m ilitar y la dicta­
dura de U riburu, en la que se constituyó el cam po de conflicto
político con rasgos que m arcaron el p roceso en el prim er quinque­
nio de la década: el perfil del oficialism o se definió precisam ente
en estos pocos m eses que separan el golpe del treinta de la asun­
ción de Justo a la presidencia, así com o el de la oposición parla­
m entaria, integrada por el Partido D em ócrata P rogresista y el Par­
tido Socialista, que concurrieron a las elecciones coaligados en la
A lianza Civil, a fines de 1931, y tam bién el de la o p osición ex ter­
na al sistem a, lugar o cu p ad o po r el radicalism o en abstención.
La segunda etapa fue la de la consolidación de la coalición ofi­
cialista desde el p o d er y con el liderazgo de Justo, y se extendió
hasta m ediados de la década. En este período, éxitos y fracasos de
las estrateg ias del oficialism o y de la oposición m odificarían n o ta ­
blem ente el cuadro de situación anterior. La coalición gu b ern a­
m ental vio confirm ada su estrategia a partir de la capacidad para
reorientar al E stado, obligando a la recom posición de las políticas
opositoras. P or lo pronto, fue en esta etapa cuando se produjo el
reto rn o del radicalism o a la com petencia electoral, lo cual m odifi­
có el frente opositor. La reincorporación del partido m ayoritario
sinceró rápidam ente las representaciones parlam entarias de socia­
listas y dem oprogresistas, que habían crecido gracias a su retiro, e
introdujo a la C oncordancia en un verd ad ero laberinto cuyos sen­
deros rem iten a dos de los problem as esenciales de p o d er político:
el problem a de la reproducción en el poder y el de la producción
de legitim idad.
E sta encrucijada adelantó la descom posición del sistem a de
poder elaborado por Justo, que caracterizó a la últim a etapa. M ar­
cada po r la im periosa necesidad del gobierno de utilizar la m aqui­
naria del fraude electoral en gran escala para g aran tizar el control
de la sucesión, y por la crisis de legitim idad resultante de esa m a­
nipulación, esta etapa es la de la agonía del sistema de p o d e r justista.
L as alternativas de salida del laberinto fractu raro n al m ism o g o ­
bierno y los principales rasg o s de la crisis se percibieron ya en los
últim os años de la presidencia de Justo y atravesaron el gobierno
de Ortiz-Castillo. Si Ortiz aparece com o un rem edo de R oque Sáenz
Peña, al a p o sta r po r el transform ism o del régim en dando una res­
p u esta positiva a la cuestión de la legitim idad para salir así del
laberinto, su sucesor, C astillo, retom ó el sendero del fraude que le
perm itía c o n tro lar la sucesión al co sto de sacrificar, no ya la ilegi­
tim idad de origen que era un pecado com ún con sus antecesores,
sino ese horizonte para una república verd ad era que O rtiz había
lo grado instalar lo suficiente com o para m ultiplicar los co sto s de
su abandono.

GOLPE Y REFORMÜLACIÓN DEL CAMPO POLÍTICO

El 6 de setiem bre de 1930, un reducido g rupo de fuerzas m ilita­


res, cuyo núcleo principal estaba constituido por jó v en es cadetes
del C olegio M ilitar, logró definir casi sin resistencias la crisis p o ­
lítica que había paralizado al gobierno radical cuando apenas cum ­
plía un tercio del m andato constitucional. E n ese invierno de 1930,
la im agen del anciano presidente Y rigoyen tenía la virtud de p o ­
ten ciar a la o p osición política facilitando la coincidencia en el re ­
chazo de su figura y de su gestión. Su desalojo del p o d er parecía
presentarse así com o la única alternativa para posibilitar la so lu ­
ción de la crisis política, acep tad a incluso p o r hom bres del partido
oficial y del m ism o gobierno. El éxito de la m ovilización m ilitar
del 6 de setiem bre parecía confirm ar a los pro tag o n istas del levan­
tam iento la legitim idad de la acción, pero instalado U riburu en la
C asa R o sad a y a m edida que se alejaba el fantasm a del presidente
depuesto, las dificultades para trad u cir aquella coincidencia en un
proyecto político m inarían rápidam ente el p o d er del gobierno p ro ­
visional.
El uriburism o, que nucleaba a su alrededor a los g ru p o s m ás
intransigentes de la derecha nacionalista y a secto res tradicionales
del conservadurism o, pretendía encabezar una revolución política
a p artir de la revisión de las disposiciones institucionales sobre las
que se asentaba el régim en derrocado: el sistem a electoral con sus
m ecanism os de representación y la m ism a C o nstitución N acional.
L os c o n te n id o s últim os del proyecto no alcanzaron una definición
precisa, ensom brecidos por
las c o n tra d ic c io n e s de los
m ie m b ro s del g a b in e te , la
inexperiencia política del pre­
sidente y el rechazo de los
a c to r e s c o n v o c a d o s p a ra
acom pañar la gesta.
En el cuadro de esas c o n ­
tradicciones debe instalarse el
intento de acercam iento a Li-
sandro de la Torre. En la vi­
sión de U riburu, D e la Torre
podía encabezar un proceso
de reconstrucción de una de­
m ocracia de elite, a partir de
la r e d e f ín ic ió n d e la L ey
Sáenz P eña que im pedía el
“g o b iern o de los m ejo res” .
A m igo personal de U riburu,
De la T orre había com parti­
do con él en años pasados la
tentación por el v o to califica­
do com o cam ino para evitar
la dem agogia y la m anipula­
ción del electorado; tam bién
Aistodia en la casa de Hipólito } rigayen ja inquina co n tra el gobierno
setiembre de 1930. , • ,
radical y especialm ente c o n ­
tra Y rigoyen. Sin em bargo, a
p esar de coincidir con los setem brinos en un diagnóstico com ún
del g obierno depuesto, sus prevenciones frente a las consecuen­
cias de la intervención m ilitar lo habían m antenido a pru d en te dis­
tancia del alzam iento. Su experiencia política le perm itía apreciar
que, luego de casi dos décadas de dem ocracia electoral, la legiti­
m idad de un gobierno sólo podía ganarse en ese terreno. N o creía
entonces D e la T orre en la posibilidad de conciliar legitim idad y
dem ocracia calificada; p o r lo tanto, se tratab a de volver cuanto
antes al terren o electoral sin artilugios legales, tal vez con la ce rte ­
za íntim a de que la crisis term inal del gobierno radical habría cum ­
plido su función pedagógica, contribuyendo a la m adurez del elec­
torado.
La o tra vertiente del proyecto uriburista era prom ovida espe­
cialm ente p o r los sectores nacionalistas que rodeaban al presiden­
te. A tono con los m odelos que en E uropa se ensayaban en res­
puesta a la crisis del liberalism o, entendían necesario m odificar
radicalm ente el sistem a de representación que descansaba en el
individuo y los partidos, para dar lugar a las organizaciones c o rp o ­
rativas en las que la sociedad podría reconocerse com o com uni­
dad. E ste m odelo corporativo no se apoyaba en un m ovim iento de
m asas com o los fascism os, sino en el E jército, últim a fuente del
orden jerá rq u ic o perdido en el m undo de la dem ocracia liberal.
La atracción de los g ru p o s nacionalistas p o r la experiencia de
Prim o de R ivera en E spaña o po r el fascism o italiano — que en
1930 gozaba de insospechadas sim patías en la A rgentina, m uchas
de las cuales se volverían verg o n zan tes recién con la guerra civil
española y la Segunda G uerra M undial— no alcanza para definir
al uriburism o com o fascism o. C om o señaló a p o co s años de la
experiencia José Luis R om ero, este “fascism o criollo” fue a risto ­
crático y carente de cualquier aire plebeyo; tom ó del m odelo e u ro ­
peo el m ilitarism o pero dejó fuera el m ovilizacionism o de m asas,
que el fascism o italiano ponía en escena histriónicam ente en un
ritual de renovación de la legitim idad plebiscitaria del Duce.
E sta característica del proyecto de jerarquización de la sociedad
y del orden político lo volvía p o r com pleto dependiente de la v a ­
riable m ilitar. Su condición de desarrollo, entonces, estaba sobre-
determ inada por la capacidad de convocatoria a ese E jército en
cuyo nom bre el nacionalism o integrista interpelaba a la sociedad.
P ero el ejército, tan im prescindible para el m odelo p ropuesto, es­
taba lejos de ser controlado po r el uriburism o. La reestructuración
burocrática de la institución en las décadas anteriores no sólo la
había m odificado m ucho m ás de lo que el dictad o r y sus acom pa­
ñantes podían percibir, sino que este p roceso de centralización
en la tom a de decisiones de la institución coincidía con la cons­
trucción de un liderazgo interno en la figura “ profesionalista” de
Justo.
D esde su condición de jefe de una m áquina centralizada, Justo
podía cercar m ilitarm ente al uriburism o y, a la vez, poner coto a
las expectativas de los m ilitares yrigoyenistas que insistían en in­
v o car a un E jército ya inexistente en distintos alzam ientos co n d e­
nados a la derrota. A com ienzos de 1931, la m orosidad del gobier­
no para co n v o car a elecciones term inó de hacer visibles los térm i-
nos de la cuestión m ilitar y la capacidad del liderazgo ju stista en la
institución. Un “planteo m ilitar” de la m ayoría de los cu adros de
oficiales superiores exigió el inm ediato reto rn o a la norm alidad
institucional, bajo la am enaza de un levantam iento que U riburu
sólo pudo detener sacrificando sus p royectos m ás am biciosos de
ingeniería institucional y c o n v o can d o a elecciones presidenciales.
En este co n tex to de m ovilización m ilitar se inscribió el levanta­
m iento del coronel yrigoyenista G regorio P om ar en C orrientes,
ocurrido en 1931, rápidam ente sofocado al quedar aislado de las
principales fuerzas m ilitares controladas p o r el secto r justista, que
habían logrado su objetivo de doblegar al presidente. El levanta­
m iento de C orrientes sería el prim ero de una serie confirm atoria
del p o d er ju stista sobre el ap arato institucional interno, de la im­
posibilidad de im pactar sobre el conjunto de la institución desde
sus m árgenes, y del serio peligro para los oficiales yrigoyenistas
de ser utilizados p o r Justo en su carrera a la presidencia.
La fortaleza del liderazgo de Justo en las Fuerzas A rm adas res­
pondía tam bién a facto res que se ubicaban m ás allá de la institu-

1'ropas revolucionarias atrincheradas en un costado del camino, cerca del


Hipódromo de Corrientes, momentos después de sublevarse, 29-8-1931.
ción. Sus estrechas relaciones con las fuerzas políticas y sociales
tradicionales que habían p rom ovido el m ovim iento setem brino
ofrecían a los hom bres de arm as un horizonte civil que resg u ard a­
ba a la institución. Esas o tra s fuerzas políticas y sociales del cam ­
po antiyrigoyenista, ajenas al reducido núcleo uriburista, advirtie­
ron rápidam ente que los intentos de reform ulación política del pre­
sidente provisional eran innecesarios y hasta peligrosos. La p re­
sión ejercida por estos secto res para sostener la tradición institu­
cional liberal term inó de aislar al gobierno y consolidó la posición
de Justo.
La C oncordancia, el bloque político interpartidario con el que
Justo controló el p o d er político a lo largo de la década, nunca se
conform ó com o una organización estable e institucionalizada sino
que íuncionó com o una coalición de hecho, que congregaba a fuer­
zas de muy diferentes recursos com o los distintos partidos conser­
v adores provinciales (p o r entonces ya reunidos en el Partido D e­
m ócrata N acional), el antipersonalism o radical y el socialism o in­
dependiente. U n bloque político que en 1930-1931 tenía ya rec o ­
rrido un cam ino com ún cuyo punto de partida m ás claro puede
d atarse en las elecciones de 1928, cuando los partidos conserva­
d o res provinciales y los socialistas independientes ap o y aro n la
fórm ula del antipersonalism o, en un acu erd o electoral que se c o ­
noció com o la “confederación de las derechas” .
A pesar de la dura d erro ta sufrida en esas elecciones, en poco
tiem po los partidos de la coalición de las derechas recuperarían la
iniciativa política gracias a los problem as que ponían en jaq u e al
gobierno y al p artido oficial. A penas dos años después del “plebis­
cito” de 1928, las elecciones legislativas de 1930 m ostraban esta
recuperación de los sectores o positores en el terreno electoral. En
el clima político de 1930, la lectura de esos resultados, incluso la
del propio radicalism o, aunque en sordina, destacaba m ás el re tro ­
ceso del p artido oficial en los principales distrito s que su supervi­
vencia com o p artido m ayoritario a nivel nacional.
Para un sector de la oposición, la recuperación electoral de 1930
alim entaba la expectativa de d e rro tar al radicalism o en las urnas;
la vía electoral podía ofrecer así una salida legítim a para sanear la
dem ocracia que el radicalism o bastardeaba. E sta confianza en la
capacidad del sufragio para co rreg ir las deform aciones populistas
del sistem a respaldaba la cautelosa distancia del PS y del PD P
frente a la intervención m ilitar de setiem bre.
En las organizaciones partidarias que se habían coaligado en
1928 tras la fórm ula del antipersonalism o, la percepción fue dife­
rente. La capacidad del radicalism o para sostenerse electoralm en­
te dio lugar a una lectura pesim ista de las posibilidades que la
dem ocracia tenia para autocorregirse. En esta visión, el gobierno
yrigoyenista no respetaba el p acto de convivencia política, prem i­
sa sobre la cual la reform a de 1912 había cifrado sus expectativas
de dem ocratización en la práctica del sufragio y de conform ación
de organizaciones partidarias orgánicas. El personalism o y rigoye­
nista se presentaba así com o una anom alía, com o una deform a­
ción que corrom pía el sistem a afectando el atributo pedagógico
del sufragio en el p ro ceso de construcción y calificación del ciu­
dadano. La corrección del proceso no podía esperarse entonces de
los m ism os ciudadanos, ya que su esclarecim iento era obstruido
por la “co rrupción” gubernam ental. En esta argum entación, el dis­
curso de la dem ocracia en el legado de la reform a de 1912 perm ite
p o n er p o r afuera de ella al gobierno radical que la distorsiona, y
justificar así una intervención m ilitar, igualm ente externa, com o
m ecanism o correctivo.
El registro de esta argum entación, predom inante en la dirigencia
política de las fuerzas tradicionales p ro m o to ra s del golpe militar,
perm ite ajustar la m ira sobre las expectativas con las que esos sec­
tores, y los principales m edios de prensa que los acom pañaron, se
lanzaron a la conquista de la opinión pública, justificando la ru p ­
tura institucional. Q ue esta co n vocatoria se realizara en nom bre
de la dem ocracia liberal — aun considerando la cu o ta de o p o rtu ­
nism o de este recurso argum entativo— establece una clara diviso­
ria de aguas con el nacionalism o, que en expresa colisión con esa
tradición liberal, definirá el horizonte de ideas de la dictad u ra de
Uriburu.

EL BLOQUE OFICIAL

Poco antes del golpe de setiem bre, el bloque político de la d ere­


cha tradicional dio un prim er paso a su institucionalización con un
docum ento público, el “m anifiesto de los 44” , con el que clausuraba
cualquier espacio de negociación con el gobierno y justificaba así
la necesidad de la intervención de las Fuerzas A rm adas. Suscri­
bían el “ m anifiesto” los legisladores nacionales del socialism o in­
dependiente y de los partidos conservadores, m ientras los legisla­
d o res antipersonalistas hacían lo propio, pero m anteniendo su in­
dependencia.
A los p ocos días de asum ir U riburu la presidencia provisional,
los partidos aliados conform aron la F ederación N acional D em o ­
crática, coalición que no exigía a los partidos integrantes el aban­
dono de su identidad partidaria, y que reunió al PSI, al an tiperso­
nalism o y a las distintas organizaciones provinciales co n serv ad o ­
ras. P rom ovida especialm ente por los socialistas independientes,
la vida de la federación fue efím era. Sin em bargo, su constitución
significaba el acta de nacim iento posgolpe del bloque político par­
tidario. C om o tal, ponía un límite a los p royectos del uriburism o
en el gobierno y, coincidiendo con la presión que desde el E jército
ejercía el secto r justista, dem andaba el reto rn o a la norm alidad
institucional.
Para el socialism o independiente, cuyo triunfo en las últim as
elecciones capitalinas le daba una proyección nacional que c a re ­
cía de estru ctu ra organizativa en la cual sostenerse, la federación
podía ofrecer una plataform a para su desarrollo político m ás allá
de la ciudad de B uenos Aires. E n cam bio, para los partidos con­
servadores, especialm ente para el p o deroso ap arato bonaerense,
c o n cu rrir a la coalición sin resolver antes la cuestión de la unifica­
ción partidaria era conceder a los partidos aliados un espacio na­
cional que no guardaba proporción con sus fuerzas electorales efec­
tivas. Para el antipersonalism o, la situación era am bigua, ya que
su desarrollo político estaba m ás supeditado que el de sus aliados
al rum bo que adoptara el partido derrocado. C on Y rigoyen preso y
A lvear que aplaudía desde París la intervención militar, el d esco n ­
cierto de los radicales podía ser capitalizado po r el antipersonalis­
m o, en la m edida que su opción conservadora no co rtara definiti­
vam ente los vínculos con la tradición radical. Se definía así para
este secto r un territo rio partidario m uy vulnerable, com o verem os,
a las decisiones de la U CR, que sin em bargo se revelará en cierto
sentido exitoso. E se territorio del antipersonalism o sería el de Ju s­
to a lo largo de la década.
La presión sim ultánea de los partidos federados, el E jército y
los principales m edios de prensa llevó al gobierno a ensayar una
salida electoral con la cual su m inistro del Interior, M atías Sánchez
Sorondo, pensaba plebiscitar la gestión de U riburu y recu p erar así
la iniciativa política. La estrategia establecía un recorrido de elec­
ciones de au to rid ad es provinciales que se iniciaría en abril en la
provincia de B uenos A ires para continuar inm ediatam ente en San­
ta Fe, C orrientes y C órdoba.
Los sectores del conservadurism o bonaerense m ás cercanos a
Sánchez Sorondo lograron el apoyo de su partido para el plan de
elecciones escalonadas, que com enzarían precisam ente en el dis­
trito bonaerense, donde confiaban en que el descrédito radical les
aseguraría el triunfo. E sta decisión provocó la ruptura de la F ed e­
ración N acional D em ocrática, a la cual los co nservadores dieron
el golpe de gracia co n v o can d o a la unificación partidaria nacional
de las distintas fuerzas provinciales afínes. El p artido co n serv ad o r
de B uenos A ires se preparaba así para organizar una estructura
nacional, con la cual podía convocar luego a sus aliados an tip erso ­
nalistas y socialistas independientes desde una situación de fuerza
com o para im poner a sus candidatos o, al m enos, condicionar el
avance de Justo com o referente de la potencial coalición de las
derechas. A la vez, si el resultado de las elecciones de abril le era
favorable, el conservadurism o bonaerense podría reclam ar para
sus dirigentes los principales cargos nacionales en la fu tu ra co n ­
tienda electoral.
D esde el m irador del gobierno, la estrategia ad o p tad a significa­
ba p o n er en suspenso los p royectos de ingeniería institucional m ás
am biciosos del nacionalism o integrista. Sánchez S orondo logró
co n cen trar to d as las expectativas del gobierno en el plan electoral,
y los com icios de la provincia de B u en o s A ires se transform aron
así, po r acción del m ism o gobierno, en un acto plebiscitario sobre
su gestión.
P ara tan altas expectativas, el resultado de las elecciones b o ­
naerenses de abril de 1931 no podía ser m ás catastrófico. El triu n ­
fo radical reveló la form idable capacidad electoral que aún m ante­
nía el partido derrocado, a pesar de no contar con recursos estata­
les ni con la participación de su m áxim o líder, recluido po r el g o ­
bierno en M artín G arcía. Se tra tó de un triunfo relativam ente hol­
gado, que no alcanzaba para que el radicalism o tuviera colegio
electoral propio, aunque se descontaba que el P artido Socialista,
que había hecho una buena elección, le daría sus v o to s a la fórm u­
la radical en esa instancia decisiva.
El revés electoral fue caro en consecuencias. D ecidió la suerte
del uriburism o y desarticuló la estrategia del gobierno, que se vio
obligado al repliegue: se precipitó la caída de Sánchez S orondo,
r

Julio .1. Roca (h), candidato a vicepresidente, votando en las elecciones de


noviembre de 1931.

suspendiéndose el cronogram a electoral previsto, para finalm ente


anularse las elecciones de la provincia de B uenos Aires. C on el
alejam iento de Sánchez Sorondo, el justism o pasó a controlar prác­
ticam ente el gobierno, que term inó po r co nvocar a elecciones de
autoridades nacionales en to d o el país para noviem bre de 1931.
El triunfo radical en la provincia de B uenos A ires tuvo tam bién
im portantes consecuencias en la definición de la organización p o ­
lítica de las derechas: puso un severo lím ite a las aspiraciones he-
gem ónicas del conservadurism o bonaerense, jera rq u iz ó la im por­
tancia de potenciar las distintas fuerzas en una acción electoral
com ún, y consolidó a Justo com o el único candidato que podía
reunir d etrás de sí a conservadores, antipersonalistas y socialistas
independientes.
A bandonada la F ederación N acional D em ocrática, las fuerzas
conservadoras provinciales apresuraron la constitución de una o r­
ganización nacional; en agosto, se fundaba el Partido D em ócrata
N acional. El PD N fue en sí m ism o una coalición, ya que reunía a
agrupaciones provinciales que, si bien coincidían en su rep resen ­

61 -------
tación local de las clases propietarias, respondían a m uy diferentes
tradiciones y prácticas políticas. El Partido D em ócrata de C ó rd o ­
ba, C oncentración C ívica de E ntre Ríos, el Liberal de M endoza y
el C o n serv ad o r de B uenos Aires, po r ejem plo, eran m ás diferentes
entre sí que lo que señala su denom inación local. L os co n serv ad o ­
res de B uenos A ires y los de C órdoba eran los casos m ás extrem os
de esta diversidad partidaria.
Los conservadores co rdobeses fueron una de las expresiones
m ás nítidas del reform ism o conservador. En la saga del reform is-
m o político de 1912, la im portancia asignada al sufragio com o
instancia pedagógica en la construcción de la ciudadanía llevó a
los conservadores co rdobeses a defender la transparencia e lecto ­
ral, aun frente a la am enaza del radicalism o sabattinista. El p o d e ­
ro so partido bonaerense, en cam bio, se transform ó en la m ás acei­
tad a m aquinaria para la m anipulación de v otos, construyendo una
organización en la que el ap arato político, el m undo del delito y la
corrupción organizada se com penetraban estrecham ente. Ese c o n ­
servadurism o bonaerense produjo, a la vez, las m ás inquietantes
innovaciones políticas en la década, sobresaliendo el ensayo de
F resco, en cuyo g obierno provincial el fascism o criollo buscó en
clave populista el cam ino para construir un partido de m asas.
En las p ro v in cias m ás p eq u eñ as y socialm ente m ás tra d ic io n a ­
les, el co n serv ad u rism o tu v o un fu erte peso. En la m ayoría de
e sto s d istritos, las o rganizaciones c o n serv a d o ra s u saro n los re ­
cu rso s del E stad o para rep ro d u cirse en el poder, recu rrien d o a
las p e o re s tra d icio n e s del clientelism o p atrim o n ialista y a p ro v e ­
ch an d o el m enor nivel de ex p o sició n ante la opinión pública n a ­
cional de los d istrito s m ás chicos y alejad o s de los principales
órg an o s de prensa.
E ntre el reform ism o cordobés, el conservadurism o populista
bonaerense y el tradicionalism o patrim onialista de los pequeños
distritos, a lo largo de los años treinta el PD N fue la fuerza cuanti­
tativam ente m ás im portante del bloque oficialista. La m ayoría de
las situaciones políticas provinciales estuvo bajo su control y lo­
gró una im portante representación parlam entaria nacional, aun­
que debió resignar frente al antipersonalism o la m áxim a candida­
tu ra en las dos elecciones presidenciales de la década, la de 1931 y
la de 1937.
El lugar que la F ederación N acional D em ocrática quería ocupar
com o expresión política del bloque de p o d er en constitución fue
cubierto parcialm ente por la C oncordancia, una alianza laxa de
conservadores, antipersonalistas y socialistas independientes. La
C oncordancia nunca alcanzó una efectiva organización institucio­
nal sino que funcionó en los hechos com o un acuerdo parlam enta­
rio de los bloques partidarios. En las coyunturas electorales, los
partid o s m antenían su propio perfil, especialm ente en las eleccio­
nes legislativas, ad o ptando un candidato com ún en los com icios
para cargos ejecutivos. La coincidencia electoral en la candidatura
presidencial no avanzaba sobre las organizaciones partidarias que,
po r el contrario, m antenían su independencia y participaban con
candidatos propios en el resto de los cargos. E sta unidad en la
diversidad, que se revela com o una constante en la organización
de las derechas, estaba facilitada por el carácter en general no com ­
petitivo del p o d er territorial de cada fuerza. E n efecto, m ientras el
Partido Socialista Independiente era un típico ap arato político de
la ciudad capital, el antipersonalism o tenía su principal fuerza en
el Litoral, especialm ente en Santa Fe y E ntre Ríos, y los conserva­
dores com petían prácticam ente en soledad con el radicalism o en
el resto de las provincias. E sta situación facilitaba el encolum na-
m iento en cada distrito tras el partido que m ejor podía representar
a la coalición. Las cosas resultaban m ás com plicadas en casos com o
el entrerriano, donde antipersonalistas y dem ócratas com petían en­
tre sí, lo que repercutía en el orden nacional. En las elecciones de
1931, po r ejem plo, los antipersonalistas se negaron a apoyar la
candidatura de R oca com o vicepresidente de Justo, propuesta por
los dem ócratas, y com pletaron la fórm ula presidencial con M a-
tienzo, un hom bre de sus filas.
En el distrito santafesino el antipersonalism o no tuvo com pe­
tencia en su representación de la C oncordancia, aunque com o con­
secuencia de los resultados electorales de 1931 debió resignar ante
el PD P el m anejo del estad o provincial d u ran te la prim era m itad
de la década. El lugar de la derecha fue o cu p ad o por el antiperso­
nalism o, que con el liderazgo de M anuel de Iriondo term inaría de
fundir su identidad en la tradición conservadora.
M ás allá de la capacidad electoral efectiva del antipersonalism o
a nivel nacional, su principal fiierza residía en el rol que desem pe­
ñaba com o organización dentro de la C oncordancia y especial­
m ente en relación con el liderazgo de Justo. É ste y O rtiz, las dos
figuras que alcanzaron la presidencia en representación de la C o n ­
cordancia, eran antipersonalistas, y am bos habían integrado el g a­
binete de Alvear. A dem ás del preciado tro feo del E jecutivo nacio­
nal, a lo largo de la década el antipersonalism o tendría significati­
va presencia en el gabinete nacional y una im portante rep re sen ta ­
ción parlam entaria. El bloque legislativo partidario expresó más
fielm ente la evolución electoral de la organización, y las v ariacio ­
nes en su com posición ponen en evidencia su vulnerabilidad fren­
te a las actitudes asum idas por el partido radical.
P roducido el derrocam iento de Y rigoyen y frente al desconcier­
to inicial del radicalism o, el antipersonalism o tenía un am plio sen­
dero para crecer a la som bra de la tradición radical; el m ism o Ju s­
to lo transitó en espera del apoyo de los secto res antiyrigoyenistas
del radicalism o a su candidatura presidencial. C on A lvear de re ­
greso al país y asum iendo la dirección de la reorganización p arti­
daria, los m árgenes de m aniobra del antipersonalism o, y de Justo,
se estrecharon y la situación se to rn ó hostil para su crecim iento, en
tanto el perfil político del ex presidente ofrecía m enos flancos para
las acusaciones de personalism o. C on ello se reducían las posibi­
lidades del antipersonalism o de ingresar en el “territo rio de caza”
del radicalism o para capturar sectores de su electorado perm eables
al discurso antiyrigoyenista.
En el cuadro de situación de 1931, la dirección alvearista en el
partido radical significó un dique de contención a la fuga de cu a­
dros y de base electoral hacia el antipersonalism o, que en las difí­
ciles condiciones del am biente político que debía enfrentar la U C R
podría haber com prom etido m ás seriam ente la estru ctu ra o rg an i­
zativa partidaria. D esde fines de 1931 y hasta m ediados de la dé­
cada, las líneas sobre las cuales se estableció la com petencia fue­
ron firmes, con el radicalism o en la abstención y o cupando el lu­
gar de la oposición externa. M ientras la U C R recurrió al factor
identitario activando la tradición, el antipersonalism o se refugió
en lo organizacional, en la estru ctu ra partidaria que conduce a los
ap aratos del E stado, allí donde puede obtener los recursos m ate­
riales que garanticen la reproducción de la organización.
La im portancia del antipersonalism o en la C oncordancia estuvo
dada po r su peso en el Litoral y po r su capacidad de com petencia
con el radicalism o po r la tradición partidaria. A m bas cuestiones
eran de vital im portancia para m atizar la im pronta conservadora
de la coalición, que habría acotado el electorado potencial y perm i­
tido un predom inio interno del Partido D em ócrata N acional, in­
com patible con el tipo de liderazgo que Justo estaba organizando.
C om o sus socios antipersonalistas, los socialistas independien­
te s tam bién lo g raro n una so b re rre p re se n tac ió n en el g o b iern o
justista. Su principal fortaleza residía en la capacidad electoral
d em ostrada en la C apital Federal, cuyo nivel de exposición públi­
ca im pactaba en la opinión nacional. Surgido com o escisión libe­
ral del Partido Socialista en 1927, y construido sobre algunos nom ­
bres de prestigio, com o los de Pinedo y D e Tom aso, el socialism o
independiente tuvo p rotagonism o electoral en la prim era m itad de
la década, enfrentando en el territo rio capitalino al Partido Socia­
lista y al radicalism o, para d esap arecer prácticam ente en la segun­
da m itad.
En la explicación de este descenso electoral hasta su virtual de­
saparición, se ha señalado com o uno de los principales factores la
vacancia de liderazgo producida po r la tem prana m uerte de De
Tom aso, quien en los com ienzos del gobierno de Justo sobresalía

1) M iguel A. Cárcano, diputado nacional; 2) Rohustiano Patrón Costas,


presidente provisional del Senado; 3) Cnel. M anuel Rodríguez, ministro de
Guerra; 4) Antonio de Tomaso, ministro de Agricultura; 5) Horacio
fíruzzone, presidente del Congreso del Frío; 6) Federico M artínez de IIoz,
gobernador de Buenos Aires; 7) M anuel Alvarado, ministro de Obras
Públicas, setiembre de 1932.

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com o un hom bre clave del gabinete nacional. Por la debilidad pro ­
pia de una fuerza construida casi exclusivam ente en to rn o a una
elite política reco n o cid a públicam ente, la desaparición de uno de
sus principales a rq u itecto s seria m uy difícil de sobrellevar. M ás
aún, porque De Tom aso era quien m ejor parecía proyectar a ese
pequeño g rupo dirigente capitalino hacia la política nacional. Su
ausencia llevaría a un prim er plano a quienes, com o Pinedo, d e s­
estim aban la negociación política privilegiando el saber técnico
com o fuente de legitim idad de esa proyección y de su pertenencia
a la elite dirigente estatal.
M ás que de un quiebre en la evolución partidaria, se trató de la
aceleración de un p ro ceso que m arca al socialism o independiente
prácticam ente desde su origen. A partir de sus prim eros pasos en
1927, los socialistas independientes fueron definiendo su lugar en
la política en un p ro ceso de diferenciación de los o tro s — radica­
les, conservadores y sus antiguos com pañeros del PS— que ponía
el acento en las cualidades intelectuales de su dirigencia, cap acita­
da para responder a los problem as del E stado y la econom ía por
encim a de los dilem as de los universos partidarios. La inserción
de la elite del partido en el gobierno de Justo favorecería esta ten ­
dencia, que la inesperada m uerte de D e Tom aso term inó de confir­
mar: un pasaje del p artido al E stado en el cual el “ hom bre de E sta­
d o ” deja atrás al “ hom bre de partid o ” , abandonando la lógica de la
negociación política, que colisiona con el im perativo de eficacia
en la gestión estatal.
Así, el pequeño p artido que en 1930 había conquistado la pri­
m era m inoría electoral en la Capital tuvo su m om ento de gloria en
los prim eros años del justism o, para ingresar rápidam ente en un
cono de som bras hasta su desaparición; m ientras tanto, el PS y la
U C R — ésta desde su regreso al terreno electoral en 1935— recu­
peraban su capacidad electoral. Paralelam ente, los m iem bros de la
elite partidaria del socialism o independiente se tran sfo rm aro n en
actores principales del p roceso de reform ulación del E stad o na­
cional. El caso m ás notable fue el del grupo constituido en to rn o a
Pinedo cuando éste controló la cartera de E conom ía del gobierno
de Justo, y hasta alguno de ellos se arriesgó a acom pañar, en la
segunda m itad de la década, la em presa m ás atrevida del conser­
vadurism o bonaerense, que desde la gobernación de Fresco ofre­
cía a la nación una p ro p u esta política co n serv ad o ra inclinada al
populism o, con inocultables parecidos de fam ilia con el fascism o.
Duelo F. P in e d o -!d e la Torre momentos antes de batirse; desde la
izquierda, Rohustiano Patrón Costas. Federico Pinedo. Gilberto Sttárez Lago
v M anuel Fresco, 25 de Julio de 1935.

La debilidad institucional de la C oncordancia, que retendría el


poder a lo largo de la década y hasta 1943, contribuía a reforzar un
tipo de liderazgo com o el de Justo, que a la postre se revelaría
com o una pieza fundam ental de la coalición, dado que la com ple­
taba perfeccionando el equilibrio inestable de sus com ponentes e
im pidiendo la activación de sus tendencias centrífugas. La fo rtale­
za del liderazgo de Justo residió en su orientación bifronte: hacia
el frente m ilitar y hacia el frente civil. El liderazgo de Ju sto en las
fuerzas arm adas, construido m etódicam ente desde lugares clave
com o la dirección del C olegio M ilitar y el M inisterio de G uerra,
alcanzó su m adurez en la dictadura de U riburu. E ste núcleo estric­
tam ente m ilitar del liderazgo entre los hom bres de arm as fue re­
forzado por la proyección alcanzada por Ju sto en la sociedad polí­
tica, m ás allá de las fronteras de la institución. A la vez, esa p ro ­
yección en los círculos políticos era d e u d o ra de su jerarq u ía en el
ám bito castrense. Si a partir de 1930 to d a solución política en la

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A rgentina debía dar cu enta de la ecuación militar, que asignaba a
la institución arm ada un rol tutelar, la ascendencia en el cam po
castrense se transform aba en un valor agregado para la co n stru c­
ción de un liderazgo en el cam po civil. C on el vigor de su ascen­
dencia m ilitar, Justo construyó un liderazgo político que le perm i­
tió co n tro lar la C oncordancia y, con ella, el p o d er nacional casi
to d a la década.
En el terreno estrictam ente politico, Justo desarrollaría hasta la
perfección una conducción sostenida en el equilibrio inestable de
las fuerzas aliadas, a la cual era funcional la debilidad institu cio ­
nal de la coalición. L a desigualdad de fuerzas im plicaba un riesgo
perm anente: que el peso electoral del P artido D em ócrata se tra d u ­
je ra en un predom inio interno que sólo reservara para sus aliados
lugares secundarios en la estru ctu ra de poder. E ste riesgo, aunque
siem pre presente, fue aco tad o po r el fortalecim iento del doble li­
derazgo de Justo, que lo autonom izaba de las fuerzas políticas en
tan to su fuente de poder no residía sólo en ese ám bito. D e esta
m anera, Justo pudo liderar la coalición insistiendo en presentarse
com o p o rta d o r de la tradición radical no yrigoyenista, y desde la
je fa tu ra del E stad o nacional estuvo en condiciones de prom over
una participación de socialistas independientes y antipersonalistas
m uy superior a la que hubiera correspondido por su im portancia
electoral, m anteniendo así un equilibrio entre las fuerzas de la C o n ­
cordancia.
L a situación de equilibrio dinám ico se sostuvo, entonces, sobre
tres com ponentes fundam entales: el P artido D em ócrata, principal
ap o rtan te de recursos electorales, que controlaba la m ayoría de las
situaciones provinciales y el bloque legislativo m ás im portante;
dos organizaciones m enores, el antipersonalism o y el socialism o
independiente, que alcanzaron una sobrerrepresentación en el E s ­
tad o nacional g racias al deliberado apoyo del líder de la coalición;
y un liderazgo de doble rostro, que dio a su p o rta d o r un m argen de
au tonom ía política con el cual incidió notablem ente en la rep ro ­
ducción del equilibrio de la coalición, que a su vez tuvo en una
jefa tu ra de este tipo la clave de su dinam ism o.
S obre estas bases el bloque oficial supo resolver a su fav o r las
diferentes coyunturas políticas del período, sin p o d er eludir el di­
lem a que lo acom pañaba desde su origen: las necesidades, que se
presentan com o irreconciliables, de reproducción en el poder y de
p ro ducción de legitim idad El regreso del radicalism o a la arena
electoral de m ediados de la década bien podía presentarse com o
un logro del gobierno, que superaba así la im pugnación al funcio­
nam iento del sistem a, p ero la participación radical am enazaba se­
riam ente el control oficial de la sucesión presidencial. A nte la p re­
sencia radical en la com petencia electoral p o r la presidencia de
1937, el bloque oficial llevaría las prácticas de m anipulación elec­
toral a su m áxim a expresión. P rácticas no ausentes, p o r cierto, en
la prim era m itad de la década, pero que en la com petencia con la
A lianza Civil no habían requerido la escala que ahora las volvía
escandalosas.
L as elecciones de 1937 dejarían una clara enseñanza para el
oficialism o, con lecturas diferentes de acuerdo con las tradiciones
de antipersonalistas y d em ócratas que, respectivam ente, so sten ­
drían los gobiernos de O rtiz y de Castillo. C on el radicalism o co m ­
pitiendo electoralm ente, la necesidad de rep ro d u cció n en el p o d er
requería de un esfuerzo m anipulador de tal m agnitud que dejaba
al desnudo la ilegitim idad del oficialism o y ponía en cuestió n la
gobernabilidad. L a reconciliación con la dem ocracia electoral, po r
su parte, im plicaba resignarse anticipadam ente a la entrega del g o ­
bierno a la oposición. L a prim era de estas lecturas de las eleccio­
nes de 1937 guió la política del gobierno de O rtiz desde 1938 y su
intento de sanear el sistem a electoral, avanzando en acu erd o s con
la oposición que conm ovían las bases de la coalición oficial. La
dura reacción conservadora frente al proyecto reform ista de O rtiz
se vio favorecida p o r la vacancia presidencial que dejó en m anos
de Castillo, un hom bre del conservadurism o catam arqueño, el E je­
cutivo nacional. El razonam iento co n serv ad o r indicaba que si la
libertad electoral tenía com o destino inexorable el abandono del
p o d er y su en treg a al partido radical, el control y la m anipulación
de los com icios eran la única garantía para la continuidad en el
poder, en la confianza de que el apoyo del E jército podía suplir la
ilegitim idad del régim en.
Pero hacia 1938, cuando asum ió la fórm ula O rtiz-C astillo, el
equilibrio de la coalición había en trad o en crisis. En prim er lugar,
porque aunque O rtiz podía exhibir un origen político afín al de
Justo, no tenía con las Fuerzas A rm adas una relación que pudiera
asim ilarse a la de su antecesor. El relevo en la cúspide política
alteró ese patrón de doble liderazgo ejercido p o r Justo y obligó a
los sucesivos presidentes a p restar una atención especial al cam po
m ilitar, que estaba en relación directa con el poder de tu to ría de la
corporación. L a situación fue manejable mientras O rtiz estu vo a
cargo del E jecutivo, ya que el respaldo relativo de Justo perm itió
evitar el distanciam iento y la erosión de la relación del p o d er polí­
tico con el E jército. Pero el recam bio presidencial pro v o cad o por
la enferm edad y m uerte de O rtiz agregó un nuevo elem ento de
descom posición. C on C astillo en la C asa R osada, fue el PD N el
que to m ó las riendas del E jecutivo, y el equilibrio de la coalición
fue am enazado p o r el hegem onism o conservador. La ru p tu ra del
equilibrio podía afectar directam ente el liderazgo que todavía ejer­
cía Justo y sus esperanzas de volver al poder. E sta situación ahon­
dó las fisuras del oficialism o y prom ovió el acercam iento de los
sectores ju stista s a la oposición radical, igualm ente tem ero sa del
rum bo que tom aba C astillo. La situación de quiebre del bloque
oficial resultante contribuyó a profundizar la autonom ización de
las F uerzas A rm adas con respecto al sistem a político y a constituir
un nuevo cuadro de situación, que se reveló m aduro en el m om en­
to del golpe m ilitar de 1943,
poco tiem po después de que
las m u ertes de A lvear y de
Justo term inaran de exponer,
ahora dram áticam ente, la v a­
cancia de liderazgo político.

EL LUGAR DE LA
OPOSICIÓN

L uego de la puja electoral


bonaerense de abril de 1931,
y al ritm o im puesto por el blo­
que oficial, el cam po o p o si­
to r se ordenó en dos conste­
laciones políticas: la A lianza
Civil y el radicalism o. A m bas
p a rticip a ro n de ese espacio
op o sito r desde registros deu­
dores del proceso político an­
Tapa de Entre rejas (1939), libro de memorias del terio r al golpe de 1930. En el
coronel Afilio Cattáneo. sobre las rebeliones período de U riburu se co n so ­
radicales. lidaron las fronteras que se­

70
pararían a am bas fuerzas hasta 1935, abriendo dos alternativas para
la acción opositora: la institucional aliancista, cuyo principal re ­
curso fue la acción parlam entaria y electoral, y la extrainstitucional
del radicalism o, que interpeló al g o b iern o desde los m árgenes
m arcados p o r la abstención electoral.
El reto rn o del radicalism o a la arena electoral en 1935 depositó
en esa fuerza el principal peso del rol opositor. Socialistas y dem o-
progresistas vieron desdibujarse a partir de entonces la so b rerre­
presentación política que habían alcanzado y cedieron, ante el ra ­
dicalism o, el lugar de alternativa nacional al oficialism o, refugián­
dose en los distritos en los que cada fuerza tenía peso propio, el
socialism o en la C apital Federal y el PD P en la provincia de Santa
Fe. L a ru ta de la oposición en la segunda m itad de la década tam ­
bién estuvo signada po r los intentos de reunirse en un frente c o ­
mún, desde el frustrado F rente Popular a los prim eros ensayos de
la U nión D em ocrática, en los que el clim a ideológico internacio­
nal, conm ovido por la g uerra de E spaña y la Segunda G uerra M u n ­
dial luego, ten d rá evidente influencia.

Socialistas y demoprogresistas

A unque desde posiciones ideológicas diferentes, socialistas y


d em o p ro g resistas habían coincidido en la recusación al gobierno
de Y rigoyen p o r su defección republicana, y el antiyrigoyenism o
se había transform ado en un com ponente fuerte en la definición
de las identidades de am bos partidos. P ara el socialism o, el yrigo-
yenism o aparecía com o una expresión más, a la par de la conser­
vadora, de la “política criolla” , caracterizad a p o r el caudillism o y
el clientelism o que sacrificaban al sistem a republicano y bajaban
la densidad de la ciudadanía sobre la que se edificaba la d em ocra­
cia liberal. E sta im agen socialista del yrigoyenism o se reforzaba
por razones m ás m ateriales: el carácter com petitivo de am bas fuer­
zas en el m ercado electoral de la C apital Federal. A lo largo de los
gobiernos radicales, esta com petencia se había extendido hacia el
cam po sindical, donde los socialistas com p ro b aro n a diario cóm o
la política oficial favorecía a los grem ios c o n tro lad o s por sus ene­
m igos sin d ic a lista s, contribuyendo a consolidar el predom inio de
éstos en el m ovim iento obrero.
La distancia que separaba al PD P del yrigoyenism o era de or-
den diferente y no alcanzaba a to d o el radicalism o, com o en el
caso de los socialistas. L a m anifiesta enem istad entre D e la Torre
e Y rigoyen, m ás allá del enfrentam iento personal, rem ite a la bi­
furcación de los cam inos del prim er radicalism o. C om o los que se
oponían al personalism o de Y rigoyen desde el propio partido, an­
teponiéndole la figura m ítica de Alem, D e la Torre reclam aba para
sí una tradición que se iniciaba con el jefe de la R evolución del
Parque, en la que él había recibido su bautism o político. Ella se
afirm aba con B ernardo de Irigoyen, para continuar con él m ism o,
que venía a recu p erar lo que el radicalism o de Y rigoyen desecha­
ba de esa tradición fundante. Al igual que sus aliados socialistas,
los d em oprogresistas llegaban a 1930 con una larga experiencia
de enfrentam iento electoral con la U C R , en particular en Santa Fe.
D e esta m anera, durante los años de vigencia de la Ley Sáenz
Peña, socialistas y d em o p ro g resistas habían coincidido en ubicar­
se en el sistem a de partid o s con una estrategia de diferenciación
del radicalism o, que se acentuaba naturalm ente en tan to éste con­
trolaba el poder. En la coyuntura crítica de 1930, am bos partidos
se m antendrían, en líneas generales, al m argen de la coalición de
fuerzas políticas y sociales p ro m o to ra s de la intervención militar:
socialistas y d em o p ro g resistas interpretan las elecciones legislati­
vas de 1930 de un m odo que los lleva a ponerse en guardia frente
a los nuevos peligros que podía a c arrear el quiebre de la estabili­
dad institucional. Se tratab a de una interpretación positiva de las
capacidades correctivas de la dem ocracia electoral, que destacaba
su im portancia para el p roceso de construcción de la ciudadanía y
que llevaría a am bos partidos a un punto que se pretendía tan equi­
distante del gobierno radical com o de las fuerzas golpistas. C u an ­
do se produjo la intervención militar, ese lugar equidistante fue
ganado po r la am bigüedad, dado que era im posible traducirlo en
una alternativa política.
M ás allá de ese com ún antiyrigoyenism o, y del com partido te ­
m or al quiebre institucional, am bas fuerzas tendrían reco rrid o s
distintos en la prim era etapa de la dictadura de U riburu, que reve­
lan las diferencias de organización, de contenidos ideológicos y
de canales de sociabilidad de los cu adros partidarios. Para el PS,
aun cuando el enfrentam iento con el yrigoyenism o habilitaba una
m irada com placiente con su derrocam iento, la dictadura de Uriburu
m ostró ya en las prim eras m edidas sus lazos de parentesco con el
fascism o, y po r lo tan to la oposición se hizo cada vez m ás clara.
Un partido com o el socialista, con una cerrada estru ctu ra de cu a­
dros y un perfil ideológico definido, podía sostener una po stu ra
orgánica de rechazo al g obierno militar. A dem ás, el frente civil
que acom pañaba a los golpistas de setiem bre reunía a la derecha
tradicional con el novel socialism o independiente desprendido de
su seno, su adversario m ás duro en el distrito capitalino, capaz de
ofrecerle com petencia no sólo en el terren o estrictam ente e lecto ­
ral sino tam bién en el m ás p rofundo de la identidad partidaria,
cuestión que volvía visceral ese rechazo. P o r últim o, la disciplina­
da organización partidaria les daba a sus m ilitantes un m arco de
contención orgánico, ofreciendo un espacio de sociabilidad auto-
suficiente; una sociedad d en tro de la sociedad, cuyas precisas fron­
tera s guardaban un orden político, social y cultural. U na e stru c tu ­
ra de esta naturaleza delim itaba con claridad las redes de sociabi­
lidad de sus fieles, red uciendo al m ínim o la “contam inación” con
lo externo.
L as diferencias del PD P con los socialistas en este aspecto no
pueden ser m ás elocuentes. A unque se ha señalado correctam ente
al PD P com o un partido program ático, en este sentido m ás afín al
socialism o que al radicalism o, el p artido de De la Torre carecía de
una oferta ideológica integral para sus cuadros. A to n o con esa
m enor densidad ideológica, la identidad partidaria no requería de
dispositivos de sociabilidad alternativos, po r lo que sus cuadros
transitaban por diferentes circuitos de acuerdo con su inserción
social. L a m ayoría de sus dirigentes participaba de los espacios de
“ sociabilidad patricia” , en los que coincidían con hom bres de o tro s
partidos tradicionales — fundam entalm ente con aquellos de la co a­
lición de las derechas— , sin que las diferencias políticas tuvieran
un im pacto decisivo en las relaciones sociales. Para una fuerza
política así constituida, la co y u n tu ra política de 1930 fue v e rd a d e ­
ram ente crítica, ya que puso en colisión su cam po de argum enta­
ción política, en el que bosquejaba un alejam iento de la interven­
ción militar, con el m undo de relaciones sociales de su dirigencia,
que se em peñaba en co n trad ecir esa distancia.
E stas diferencias entre socialistas y dem oprogresistas ocuparon
un prim er plano hasta el fracaso del ensayo electoral uriburista en
abril de 1931. M ientras los socialistas m antuvieron una p o stu ra
clara com o oposición a la dictad u ra de U riburu casi desde sus ini­
cios, el PD P tu v o una posición am bigua, que recién encontró un
punto de definición luego del triunfo radical en las elecciones de
la provincia de B uenos Aires. La negativa de D e la Torre a estre­
char filas con U riburu, quien ofreció el apoyo del E jecutivo nacio­
nal para una eventual candidatura a la presidencia, no alcanzó para
disim ular los co q u eteo s políticos entre el líder santafesino y su
antiguo com pañero de lides políticas devenido en dictador. N o se
tratab a de un detalle anecdótico, com o podría sugerirlo el rum bo
que tom aría el discurso latorrista apenas unos años después, sino
m ás bien del nudo de la crisis ideológica que sacudía las certidum ­
bres de los hom bres que se reconocían en la tradición liberal ar­
gentina.
E n esos días del ensayo uriburista, reconocidas figuras del PD P
decidieron ju g a r su suerte con el gobierno militar, contribuyendo a
hacer m ás equívoca la posición partidaria. El caso m ás notable po r
su carga ideológica fue el de C arlos Ibarguren, que desde su cargo
de interventor en la provincia de C ó rdoba ofreció una de las arg u ­
m entaciones m ás elaboradas para ju stificar el golpe m ilitar y su
necesidad histórica, en nom bre de la reorganización co rp o rativ a
del sistem a de representación política. M enos conocida pero con
resultados políticos m ás palpables, fue la participación de cuadros
interm edios del PD P en la intervención en la provincia de Santa
Fe, situación que colocó al partido en una posición inm ejorable
para las elecciones de fines de 1931.
A partir del nuevo escenario que se abrió en 1932, con la C o n ­
cordancia asentada en el poder, el PD P fue definiendo un discurso
m ás nítidam ente liberal que lo alejó del com unitarism o co n serv a­
d o r para aproxim arlo a la izquierda socialista. El acento que D e la
T orre puso desde entonces en ciertos núcleos de su argum entación
alcanzó su m ayor im pacto en la opinión pública cuando enfrentó
en el Senado nacional a las principales figuras del gobierno justista.
M uchos de estos tem as del discurso latorrista pueden reconocerse
en décadas anteriores; la novedad residía ahora en el énfasis y en
el cam bio de sentido que sugiere el que fueran acom pañados por
planteos que, en o tro s registros, dieron lugar a las principales tesis
im pugnadoras del fenóm eno im perialista.
A lo largo de 1931, socialistas y dem oprogresistas avanzaron en
el proceso de constitución de una alianza electoral que les perm i­
tiera p resentarse com o una alternativa tan to al radicalism o com o
al bloque de las derechas. La abstención radical volvía aconseja­
ble una estrategia de no confrontación con el partido de Y rigoyen,
si se tratab a de co n v o car a sus vo tan tes tradicionales' sin em bargo,
Dirigentes socialistas y demoprogresistas de la Alianza Civil:
desde la izquierda, el primero de brazos cruzados es Nicolás Repetto;
le siguen Lisandro de la Torre, Mario fíravo, Silvio Ruggieri,
Enrique Dickmann y otros, agosto de 1931.

el legado del largo enfrentam iento con el caudillo radical, com ún a


am bas fuerzas, dejó su im pronta en la cam paña electoral, y la A lian­
za insistió en destacar las fronteras que la separaban de la expe­
riencia yrigoyenista. Sin em bargo, había diferencias. L a im pugna­
ción socialista al yrigoyenism o no afectó su interpretación cada
vez m ás negativa del golpe m ilitar y la dictadura de U riburu, y fue
de la m ano de una crítica igualm ente severa de la tradición conser­
vadora. Para el PDP, en cam bio, el 6 de setiem bre de 1930 tenía un
contenido redentor: un m ovim iento de la civilidad que venía a te r­
m inar con el flagelo yrigoyenista para recu p erar el horizonte de la
reform a política de 1912. A lo largo de la cam paña electoral, D e la
T orre insistió en presentarse com o el heredero de ese “espíritu”
del 6 de setiem bre, que quiere ver desfigurado por el m ilitarism o
del gobierno de U riburu y la práctica política del justism o.
P o r otra parte, la A lianza Civil era, com o la C oncordancia, un

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acuerdo electoral que no afectaba a las organizaciones partidarias
y que reconocía las capacidades electorales de cada fuerza en los
distintos distritos. Socialistas y dem oprogresistas tendrían una di­
nám ica parlam entaria independiente, aunque se alentaba la acción
coaligada frente al oficialism o. G racias a la abstención de la U C R ,
am bos partidos alcanzaron en la prim era m itad de la década una
im portante representación en la C ám ara de D iputados de la N a ­
ción, m ientras el peso electoral en la C apital Federal y en la p ro ­
vincia de Santa Fe les perm itió ten e r una representación en el Se­
nado nacional que, a pesar de su reducido num ero, im pactó en la
opinión pública po r la e statu ra política de figuras com o D e la To­
rre y A lfredo Palacios.
L a fórm ula presidencial de la A lianza reunió a los m áxim os lí­
deres partidarios, L isandro de la T orre y N icolás R ep etto , en un
orden que reconocía las m ejores posibilidades electorales del PD P
en los distritos provinciales. L a estru ctu ra básica de la A lianza se
asentaba en los distritos de Capital Federal y Santa Fe, ám bitos en
los que logró la m ayoría en las elecciones de 1931, conquistando
el grueso de su representación parlam entaria nacional y el P o d er
E jecutivo de la provincia de Santa Fe. La d esproporción de fuer­
zas de cada partido en am bos distritos transform aba a la A lianza
en una estru ctu ra sim bólica que descansaba en el partido con m a­
yor peso en la jurisdicción cuyos hom bres ocupaban prácticam en­
te to d as las candidaturas electorales.
E n C apital Federal la fuerte estru ctu ra y la potencia electoral
del PS le perm itían hegem onizar la Alianza. E n la clave de la hora,
sin em bargo, frente a una coalición de derechas que incluía al so ­
cialism o independiente, la alianza con el PD P podía im pedir la
fuga hacia la derecha del electorado independiente. En el distrito
santafesino la relación interfuerzas se invertía y el P D P lideraba
cóm odam ente la p ropuesta aliancista, acom pañado por un partido
socialista con una pequeña estru ctu ra de cu adros e ínfima p resen­
cia en el m ercado electoral. G racias a su dilatada tray ecto ria en la
provincia, la dem ocracia progresista había alcanzado un firme arrai­
go que le perm itía cap tu rar una porción im portante del electorado;
no obstante, su fuerte presencia no había bastado para alcanzar la
m ayoría que, desde 1912, había sido radical. C onsecuentem ente,
las posibilidades electorales de la A lianza en Santa Fe dependían
m ucho m ás que en C apital Federal de la actitud de la U CR. Preci­
sam ente, la abstención radical de 1931 fue la que abrió el cam ino
para que el PD P alcanzara, con L uciano M olinas, la gobernación.
El desem peño dem oprogresista se sostuvo en la prim era m itad de
la década, m ientras el radicalism o continuó alejado de la co m p e­
tencia electoral. P ero el levantam iento de la abstención radical
m arcó el com ienzo del ocaso del partido de De la Torre, que sólo
se estabilizó en los lím ites de la supervivencia partidaria com o
una m inoría electoral de cará c te r provincial.
E n el resto de los d istritos provinciales, la A lianza sólo podía
aspirar a capitalizar el v o to radical para co nquistar la m ayoría. La
fuerte identidad socialista le perm itía al partido co n ta r con refe­
rentes locales en m uchas ciudades del interior del país; aunque su
organización y penetración en el electorado no alcanzaban para
ofrecer una alternativa electoral y, en el m ejor de los casos, se
concentraban en la órbita m unicipal. En el caso de la provincia de
B uenos Aires, aunque igualm ente m inoritario, el socialism o tenía
un piso electoral interesante, constituido p o r la conjunción de tres
variables sobre las que se asentaba su desarrollo: el efecto de arras­
tre ejercido p o r su predom inio en C apital Federal, la presencia
partidaria en el m ovim iento obrero y el desarrollo localizado en lo
m unicipal, cuyo caso m ás notable fúe el de la ciudad de M ar del
Plata, donde el partido contaba con una densa red político-social.
E n el resto de las provincias, el PDP, aunque tan débil com o el
socialism o, podía recu rrir a personalidades instaladas en la opi­
nión pública p o r su larga participación en la política tradicional.
L a tray ecto ria partidaria le perm itía co n tar con figuras provincia­
les identificadas con el ideario partidario, y a la vez ofrecer una
co n vocatoria com petitiva ante los conservadurism os locales.
E sa fortaleza relativa de la A lianza en C apital y Santa Fe no
com pensaba su debilidad en el resto de los d istritos provinciales,
donde los partidos coaligados del justism o tenían asegurado el triun­
fo. Así, con el radicalism o en la abstención, la v ictoria ju stista
e sta b a g a ra n tiz a d a . E s ta situ a c ió n te n d ría u n a c o n se c u e n c ia
paradojal en la práctica com icial: la ausencia de la U C R y la debi­
lidad de la A lianza Civil en la m ayoría de los distrito s favorecían
el control m onopólico de la C oncordancia sobre el acto electoral;
pero la m ism a circunstancia volvía m enos necesaria la m anipula­
ción electoral para garantizar el triunfo de la fórm ula justista. M ien­
tra s el radicalism o perm aneció en la abstención, los dispositivos
del fraude electoral se perfeccionaron de cara a la com petencia
interna del bloque oficial, y no frente a desafios de o tras fuerzas.
C uando la am enaza electoral del radicalism o se hizo realidad, a
p artir del levantam iento de la abstención en 1935, los dispositivos
del fraude pasaron a ser im prescindibles para garantizar la rep ro ­
ducción de la C oncordancia en el poder.
En estas condiciones, en las elecciones presidenciales de no­
viem bre 1931 y en general en las que se realizaron en la prim era
m itad de la década, el justism o pudo dejar los d istritos de Capital
Federal y Santa Fe librados a las fuerzas del m ercado electoral. El
nivel de exposición ante la opinión pública del distrito capitalino
volvía realm ente co sto so fo rzar la realidad electoral; adem ás, la
dependencia de la ciudad de B uenos A ires del E jecutivo nacional
reducía la com petencia electoral a los cargos legislativos. En San­
ta Fe, en cam bio, se disputaba tam bién el E jecutivo provincial,
po r lo cual el antipersonalism o local tenía sobrados m otivos para
intentar utilizar los recu rso s del E stad o a fin de volcar la elección
en su favor. Sin em bargo, en las elecciones de 1931 el PD P tenía
suficiente influencia en el E jecutivo provincial com o para g aran ti­
zar la transparencia electoral. El triunfo dem oprogresista en esas
elecciones relegará al antipersonalísm o al rol de oposición parla­
m entaria, hasta que en 1935 se interviene la provincia, hecho que
perm itirá p rep arar el cam ino para el acceso del líder antip erso n a­
lista M anuel de Iriondo a la gobernación, en 1937.
La confianza del bloque oficial en 1931 se reforzaba p o r el per­
fil ad o p tad o por la A lianza en la cam paña electoral. C on la U C R
en abstención, la fórm ula De la T o rre-R epetto bien podía verse
beneficiada p o r una parte im portante del tradicional electorado
radical que privilegiara la posibilidad de im pedir el triunfo del
principal enem igo: los co n serv ad o res y antipersonalistas. El m is­
mo Justo aparecía com o responsable de la proscripción de Alvear.
B asta observar los resultados electorales para com prender que esta
posibilidad se c o n cretó en buena parte, a pesar del discurso e lecto ­
ral antiyrigoyenista de la Alianza, oto rg án d o le un porcentaje de
v o to s que m ultiplicaba con creces la sum a de los tradicionalm ente
obtenidos por los d o s partidos. E se porcentaje fue lo suficiente­
m ente im portante com o para crear la ficción de una situación elec­
toral com petitiva, que term inaría por beneficiar al gobierno de Justo
am ortizando la ilegitim idad de origen resultante de la p ro scrip ­
ción radical.
Sin em bargo, el discurso aliancista cerraba las p u ertas a la posi­
bilidad de ro zar el núcleo duro del electorado de la U C R el partí-
cipe de las creencias partidarias. Para esta fracción del electorado
radical, la convocatoria de su partido a la abstención resultaba
m ucho m ás atractiva que las opciones electorales que se les ofre­
cían, igualadas en su antirradicalism o. A unque Ju sto ad o p tab a una
línea discursiva m ás conciliadora, propia de un pragm atism o polí­
tico en que haría escuela, se tratab a del candidato oficial del golpe
m ilitar que había d erro cad o a Y rigoyen, y del p ro m o to r y benefi­
ciario de la proscripción del radicalism o.
El lugar de la oposición conquistado p o r la A lianza Civil en
1931 tenía dos centros: el estado provincial santafesino, do n d e el
acceso al P o d er E jecutivo le perm itió d esarrollar una política p re­
sentada com o alternativa a la del p o d er nacional, y el C ongreso
N acional, donde el im portante núm ero de cargos alcanzados le
dio una presencia significativa en la opinión pública. En am bos
espacios, la principal lim itación para m ejorar lo conquistado e sta­
rá dada p o r las características de la Alianza, organizada com o un
m ero acuerdo electoral, y po r
la fortaleza renovada del ra ­
dicalism o liderado po r Alvear,
que logró la unidad partidaria
suficiente com o para m ante­
ner la im agen de partido ma-
yoritario aun en la abstención.
En efecto, m ientras en la
provincia de Santa Fe el g o ­
bierno local estaba exclusiva­
m e n te id e n tif ic a d o c o n el
PDP, en el C ongreso N acio ­
nal cada partido tuvo sus res­
pectivos bloques parlam enta­
rios a lo largo del gobierno de
Justo. El bloque legislativo de
la C oncordancia, bajo la p re­
sión del gabinete justista, fun­
cionó en los hechos con m a­
yor unidad que el de sus o p o ­
sitores.
En el terren o electoral, ya
Ia sandro de la Torre y I'.nzo Bordabehere en
en 1932, y a partir de enton­ Rosario, luego de haber votado en las eleccioi
ces en los sucesivos com icios de 1932.
para cargos legislativos, cada partido se presentó individualm en­
te. H asta m ediados de la década, esta estrategia le perm itió a cada
organización m antener sus respectivas fortalezas distritales y, con
ella, el im portante núm ero de legisladores. A partir de 1935, en
cam bio, las condiciones electorales se alteraron profundam ente:
socialistas y dem oprogresistas deberían com petir ahora en el te ­
rreno m ism o de la oposición con la UCR.
A su vez, el reingreso radical a la com petencia electoral m odifi­
có las construcciones institucionales, am enazando los intereses del
conjunto de la oposición. El sinceram iento electoral que acarreó
la participación radical llevó al P o d er E jecutivo nacional y al blo­
que oficial a profúndizar los dispositivos de m anipulación e lecto ­
ral que, en las nuevas condiciones, se transform aban en necesidad
im periosa para m antenerse en el poder. El PS y el PD P debieron
enfrentar entonces, ju n to con el radicalism o, el m ecanism o que el
gobierno perfeccionó al detalle en la últim a etapa: p o r un lado, el
cam bio en la ley electoral, con el que se volvió al sistem a de lista
com pleta y se suprim ió el tercio de representación de la m inoría
po r distrito, p o r o tro , el ejercicio sistem ático del fraude en la m a­
yoría de los distritos.
Paralelam ente, la recom posición del cam po electoral op o sito r
tuvo tam bién otras consecuencias. Las particularidades del conser­
vadurism o en la provincia de C órdoba ofrecían m ayores garantías
p ara el ejercicio de los com icios y p e rm itiero n al radicalism o
sabattinista alzarse con la gobernación a fines de 1935. L a sola p o ­
sibilidad de que el distrito m editerráneo pasara a las filas de la o p o ­
sición en las elecciones presidenciales que se avecinaban hizo que
el gobierno nacional se apresurara a actuar, recuperando alguno de
los territorios opositores, com o la Capital Federal o la provincia de
Santa Fe. L os atributos de la Capital Federal para im pactar en la
opinión pública seguían aconsejando dejar librados al m ercado los
resultados electorales, de m odo que se im ponía en la lógica oficia­
lista la intervención de Santa Fe, viejo anhelo del antipersonalism o
provincial. Una vez tom ada la m edida, el justism o logró rep ro d u ­
cir, en vista de las elecciones de 1937, el equilibrio en el m apa
distrital que había construido seis años antes: conserva el lugar pri­
vilegiado para la Capital Federal y m antiene igual situación para un
distrito provincial im portante, donde el principal partido o positor
puede com petir librem ente con el bloque oficial, aunque reem pla­
zando la Santa Fe del PD P po r la C órdoba del radicalism o.
O tros factores, adem ás, contribuyeron a confirm ar este despla­
zam iento espacial y partidario de la oposición. P o r una parte, con
la intervención a Santa Fe el gobierno nacional dejó a L isandro de
la Torre sin poder territorial, afectando así su posicionam iento para
las elecciones presidenciales y, sobre to d o , evitó la consolidación
de una triple referencia o p o sito ra que, de confluir en un frente
com ún co n tra el oficialism o en 1937, contaría con el m anejo de
tre s distrito s im p o rtan tes y una influencia en la opinión pública
capaz de poner en duda la capacidad gubernam ental para asegu­
rarse la continuidad en el poder. P or o tra parte, desde el bloque de
la C oncordancia, el desplazam iento Santa F e-C órdoba perm ite otra
interpretación: el fortalecim iento del antipersonalism o en d etri­
m ento del Partido D em ócrata N acional. El antipersonalism o siem ­
pre le había ofrecido a la C oncordancia un perfil com petitivo fren­
te a la U C R , que ahora, luego del levantam iento de la abstención
de 1935, se torn ab a crucial. El antipersonalism o logró, en esa nue­
va coyuntura, alcanzar el control del estado santafesino e im poner
un hom bre de sus filas com o sucesor de Justo.
También en 1935, el senador dem oprogresista E nzo B ordabehere
era asesinado en el recinto del Senado. Sin p o d er territorial propio
y cediendo ante la U C R el prim er lugar de la oposición en el distri­
to santafesino, el PD P apenas logró m antenerse en la segunda m i­
tad de la década com o m inoría electoral y sin trascen d er la esfera
local. Sólo los esporádicos y siem pre fru strad o s intentos de reunir
a la oposición en un F rente P opular lograron sacar m om entánea­
m ente al partido de esa agonía, que será brutalm ente confirm ada a
com ienzos de 1939, cuando D e la Torre, en diálogo con A lem ,
elija el cam ino del suicidio.
L os problem as del socialism o en la segunda m itad de la década,
aunque diferentes, no fueron m enores que los de sus antiguos alia­
dos. Si bien la desaparición del P artido Socialista Independiente
elim inaba una de sus principales com petencias electorales, el re ­
to rn o del radicalism o am enazaba seriam ente la continuidad de su
bloque parlam entario, que se reduciría rápidam ente. D esde en to n ­
ces y hasta el golpe de 1943, su desem peño electoral tuvo una
fuerte dependencia de los resultados obtenidos p o r el radicalism o.
Por o tra parte, el socialism o enfrentó una am enaza de o tro orden
que provino de la izquierda del arco ideológico, y que cargó de
urgencia a antiguos problem as de la organización. A unque de m e­
nor peso en el terren o electoral, esta am enaza tenía singular im-
portancia en tan to to cab a los núcleos básicos de la identidad parti­
daria: el ideológico y el de la relación del partido con el m ovi­
m iento obrero, am bos estrecham ente relacionados entre sí.
E n el im aginario socialista el partido expresaba políticam ente el
interés de la clase obrera y, a la vez, el espíritu republicano. E ste
im ag in ario e n riq u e cía la m isión de la d irig e n cia p a rtid a ria y
tensionaba la relación, de por sí conflictiva, con las o rganizaciones
de clase. L a tensión entre lo político y lo grem ial rem itía tan to a la
representación de la dirigencia obrera en la dirección partidaria y
en el Parlam ento, com o al lugar asignado a la política en el cam po
de la lucha grem ial. L o s conflictos que se produjeron en el ám bito
sindical a partir de 1935 profundizaron ciertos desacuerdos entre
la dirigencia partidaria y los principales representantes socialistas
en el m ovim iento obrero. D esde entonces, im portantes sectores de
la dirigencia obrera socialista prom ovieron la intervención de los
sindicatos en la lucha política, im pulsando la participación de las
organizaciones obreras en un F rente P opular con los principales
partidos de la oposición, reunidos tras la bandera antifascista.
E ste cam bio en la política sindical está asociado al giro político
del com unism o local. E n la prim era m itad de la década, el Partido
C om unista había tenido un desarrollo político aislado de los “ par­
tidos de la burguesía” y del ju eg o electoral y parlam entario. L a
persecución estatal y la intransigencia política del PC, férream en­
te alineado con las directivas em anadas de su organización inter­
nacional, habían contribuido a este aislam iento. E n ese contexto,
el desarrollo com unista tiene un territo rio casi excluyente en el
m ovim iento obrero. A partir de 1935, a tono con los cam bios en el
com unism o internacional, el partido local será uno de los princi­
pales p ro m o to res de la reunión de las fuerzas políticas dem ocráti­
cas en frentes electorales. E n ese contexto se inscriben los inten­
to s frustrados del F rente Popular de 1936, su apoyo a la candidatu­
ra presidencial de A lvear en 193 7, y los prim eros ensayos de U nión
D em ocrática. L a conflictiva relación entre las dirigencias política
y sindical socialistas volvía m ás vulnerable al PS ante la co m p e­
tencia com unista, que podía resultar m ás corrosiva en el clima
ideológico de la g u e rra civil española y la S egunda G uerra M u n ­
dial, sobre to d o luego de la invasión nazi a la U nión Soviética, en
1941, cuando el com unism o local encontraría un espacio de desa­
rrollo político sobrevaluado en relación con sus fuerzas electo ra­
les efectivas.
avance 2 c uj+y- x t i o t.Hi^¡ nxL6*u¿i-
kjuos a s j— ii * w> * m,
De Quinientos mil a
mil Quinientos...
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Roberto M. Ortiz, Candidato de la


O ligarqu ía y del Im perialism o
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Tapa de Avance. semanario de! Partido Socialista Obrem. I2-H-IV37.

83
A su vez, la presencia com unista interpelaba al socialism o en su
identidad ideológica atizando la conflictividad interna. En la his­
to ria del P artid o Socialista, la definición ideológica de la o rgani­
zación había p ro v o cad o enfrentam ientos internos cen trad o s fun­
dam entalm ente en d o s grandes problem as: la cuestión nacional,
es decir, el lugar de la nación en un pensam iento político in te m a ­
cionalista, y la cuestión revolucionaria, esto es, la relación del
m undo de ideas socialistas con el paradigm a m arxista y la p e rc e p ­
ción de los significados de la R evolución Rusa. La cuestión nacio­
nal fue parcialm ente absorbida p o r la dirigencia partidaria en la
prim era m itad de la década, con la reincorporación de A lfredo
Palacios al partido en 1930 y la de M anuel U g arte en 1935, aun­
que el nuevo alejam iento de éste al año siguiente señalaba una
línea de falla: la definición de la política p artidaria en clave an­
tiim perialista. La cuestión revolucionaria increm entó en la década
del trein ta la conflictividad interna de la organización con el creci­
m iento de un ala izquierda, liderada p o r B enito M arianetti, que
cuestionaba la dirección partidaria retom ando la bandera antiim ­
perialista en un sentido que lo aproxim aba a los planteos com unis­
tas, hasta llegar a la fractura de 1937 con la creación del Partido
Socialista O brero.

El radicalismo

La m ultiplicidad de acto res y conflictos fue una característica


fuerte del radicalism o desde su origen, a la que contribuía la au ­
sencia de definición program ática. A la hora del golpe de 1930, la
situación de crisis reactivó conflictos que habían llevado a la frac­
tu ra partidaria en la década del veinte y que cruzaron al partido en
to d a la década del treinta, en registros actualizados de acuerdo con
las novedades políticas.
A lo largo de los años treinta se confirm ó una configuración,
esbozada en la década anterior, de tres actores principales, to d o s
ellos a su vez integrados por una m iríada de actores m enores. P o r
una parte, el antipersonalism o, definido com o organización p arti­
daria p o r fuera del radicalism o; p o r otra, el yrigoyenism o y final­
m ente el alvearism o, am bos d entro del m arco partidario y com pi­
tiendo po r su conducción. E sta situación de una estru ctu ra dividi­
da en dos polos principales y con un elem ento externo cuyas fron-
teras con uno de ellos eran im precisas, m arcó la evolución p arti­
daria en la década. El enfrentam iento interno entre alvearistas e
yrigoyenistas se tradujo en dos pares de opuestos: abstención-par­
ticipación e intransigencia-colaboración. O rganizada de esta m a­
nera, la disputa recorre to d o el período, pasando por m om entos
críticos.
En 1930, el im pacto negativo del golpe m ilitar en el radicalis­
m o fue evidente. G ravoso en sí m ism o en tan to devolvía al partido
al llano, el éxito del m ovim iento dejaba al d esnudo las co n tra d ic ­
ciones internas que paralizaban la gestión yrigoyenista, que llega­
ban al com prom iso de m iem bros del gabinete nacional y del m is­
m o vicepresidente M artínez con el intento de fo rzar el retiro del
presidente. La renuncia del general D ellepiane al M inisterio de
G uerra, ante la im posibilidad de articular una respuesta enérgica
para el frente militar, m arcó el punto límite de la agonía del g o ­
bierno radical. A partir de ese m om ento, el gobierno careció de
in terlo cu to res en el ejército que pudieran equilibrar la influencia
de los secto res ju stista s y uriburistas, con lo cual se definía una de
las principales condiciones de posibilidad para el quiebre in stitu ­
cional: que la acción de un g ru p o decidido no en co n trara resisten­
cias en las filas de los hom bres de arm as.
Inm ovilizado p o r las divisiones internas, aco sad o p o r la o p o si­
ción y la prensa y sin capacidad de conducción militar, el gobierno
yrigoyenista cederá el p o d e r al com ando m ilitar g olpista sin resis­
tencias. H abían transcurrido apenas dos años del excelente desem ­
peño electoral de 1928 y sólo unos m eses de un nuevo triunfo,
m ás m odesto pero igualm ente im portante p o r el co n tex to de crisis
en el que se produjeron las elecciones. Sin em bargo, en los ú lti­
m os días del invierno de 1930, el gobierno no pudo im pedir que
esa legitim idad electoral fuera relegada en nom bre de la opinión
pública y de la eficiencia, con las que sus enem igos construían el
dispositivo de justificación de la intervención militar.
La inacción del gobierno frente a los preparativos del golpe y su
caída ante tan exiguas fuerzas m ilitares contribuyeron al d esco n ­
cierto de los cuadros partidarios, obstruyendo la articulación de
una estrategia de resistencia. E ste estado de parálisis del partido
será decisivo para desactivar a los m ilitares radicales. M ientras el
ya ex presidente Y rigoyen iniciaba el cam ino de la prisión que lo
retendría en M artín G arcía, el otro ex m andatario radical, A lvear,
se despedía de la em bajada argentina en París con las m ás duras
declaraciones contra el presidente depuesto proferidas por un hom ­
bre del partido. L as afirm aciones de A lvear aliviaban de culpa a
los golpistas, poniendo el acento en los desaciertos partidarios y
haciendo recaer en Y rigoyen la principal responsabilidad de lo acon­
tecido. P o r la estatu ra política de A lvear, sus declaraciones no p o ­
dían p asar inadvertidas en el radicalism o, donde activarían la tra ­
dicional desconfianza entre yrigoyenistas y antipersonalistas, ni
tam poco entre los triunfadores de setiem bre, donde U riburu, que
ocupaba la presidencia, y Justo, que se preparaba para ella, busca­
ban establecer un diálogo con el ex presidente que ayudara a p ro ­
fundizar el aislam iento del se cto r yrigoyenista.
En la prim era e tap a de la dictadura, entonces, la crisis del p arti­
do radical se exponía públicam ente en to d a su dim ensión, com o
continuación de los días finales del g obierno de Y rigoyen. C uánto
y cóm o afectaba esta crisis a la e stru c tu ra partidaria y su capaci­
dad electoral era algo m ás difícil de determ inar.
P ara los conjurados de setiem bre, la crisis del radicalism o afec­
taría tan to a su organización com o a su caudal de votos. A poyado
en esa interpretación optim ista, que p ro n to se revelaría ingenua, el
gobierno de U riburu planificó las elecciones provinciales que c o ­
m enzarían en abril de 1931 en la provincia de B u en o s Aires. A tan
p ocos m eses del golpe, el partido conservador creía llegada la hora
de q u eb rar la larga hegem onía radical en la provincia.
E n ese distrito provincial, clave p o r su aporte de electores, el
radicalism o yrigoyenista había co n stru id o su principal fortaleza
partidaria; allí era la fuerza p redom inante desde la intervención de
1917, a la que siguieron continuos triunfos electorales desde el
año siguiente; incluso en las elecciones de 1930, en las que el co n ­
servadurism o había logrado u n a notable recuperación, el radica­
lismo consiguió m antener la prim acía. C on el golpe m ilitar m adu­
ró un nuevo cuadro de situación cargado de hostilidad para el par­
tido derrocado. N o sólo perdió el m anejo de los recursos del E sta ­
do, sino que su organización y el universo sim bólico de la identi­
dad radical — que en el distrito tenía u n a referencia casi exclusiva
en la figura de Y rigoyen— serán interpelados p o r la opinión p ú ­
blica desde una im agen dem oníaca co n stru id a p o r los triunfadores
de setiem bre.
Ese clim a profundizaba la crisis radical, cuyos principales diri­
gentes eran m arginados de la acción política p o r la persecución
del gobierno militar. El desafío electoral revelaría el verdadero
im pacto del golpe m ilitar sobre la estru ctu ra partidaria y sobre su
tradición de partido m ayoritario, colocando al radicalism o en una
situación límite, ya que un resultado negativo oto rg aría un ag reg a­
do de legitim idad al golpe m ilitar y confirm aría su anunciada d e­
cadencia com o organización, prom oviendo la fuga de cuadros y el
ingreso de o tras fiierzas partidarias al territo rio de su electorado
fiel.
Al mism o tiem po, tanto U riburu com o Justo confiaban en A lvear
para profundizar las fisuras del radicalism o hasta la ruptura, co n ­
vocándolo a una cruzada contra el secto r yrigoyenista. El ex presi­
dente estaba lejos de querer asum ir la em presa, sobre to d o luego
del ensayo electoral de abril de 1931, en el que pudo co n statar no
sólo el poder interno de los sectores yrigoyenistas, que lograron
im poner la candidatura de H onorio P ueyrredón a la gobernación
relegando la suya, sino la capacidad para sostener el predom inio
partidario en el distrito a pesar de la crudeza con que se exponía en
la opinión pública la im agen de su jefe.
C on el regreso de A lvear al país, las expectativas que generaba
su figura entre los antiyrigoyenistas tuvieron o portunidad de ser
contrastadas con la realidad; a su vez, el propio A lvear pudo m ar­
car los lím ites de su crítica al yrigoyenism o y definir el lugar que
estaba dispuesto a ocupar en la política argentina. Para Justo, su
ex m inistro, nadie com o el ex presidente podía ayudar tan to a es­
tre c h ar el cerco a los sectores yrigoyenistas del radicalism o, facili­
tando el pase de cuadros opuestos al presidente derrocado, pero
todavía integrantes de la U C R , al antipersonalism o. De esta m a­
nera, se fortalecerían las posibilidades de co n stru ir una o rganiza­
ción partidaria com petitiva, capaz de cap tu rar un im portante cau ­
dal del electorado radical cautivo, y hasta de com petir con el yri­
goyenism o en el terren o de la identidad radical. El principal límite
para esta expectativa residía precisam ente en la voluntad política
de Alvear: dispuesto a recu p erar el prim er plano en el escenario
político, la bendición que Ju sto solicitaba com petía de m anera di­
recta con esa am bición y, p o r lo tanto, era imposible.
A su vez, en los planes de U riburu el ex presidente radical podía
tam bién ayudar a erradicar al yrigoyenism o. En esta dirección, la
dictadura reclam aba de A lvear un firm e rechazo de la experiencia
del gobierno depuesto, ofreciéndole com o co n trap artid a la liber­
tad para reorganizar el partido.
La negativa de A lvear a acep tar las sugerencias oficiales confir-
ma su voluntad de dar la lucha política en un terreno no p red eter­
m inado por el adversario. A lvear decidió alejarse de su declara­
ción de París para intentar liderar un radicalism o unido, donde el
yrigoyenism o garantizaba una envidiable capacidad electoral. C on
Y rigoyen preso y enferm o, no había en el partido una figura equi­
valente a la suya que pudiera disputarle la dirección partidaria; por
lo tanto, antes que activar el conflicto con los sectores que se rec o ­
nocían en el anciano caudillo, era hora de suavizarlo, hasta lograr
presentarse com o el hom bre que garantizaba la unidad partidaria.
En un m om ento tan decisivo para la organización y frente a la
co n v o cato ria a elecciones presidenciales, su tray ecto ria política le
ofrecía al partido, y especialm ente al secto r yrigoyenista, un sím ­
bolo de unidad que podía funcionar com o dique de contención
para los sectores m ás perm eables a la co n vocatoria del an tiperso­
nalismo, sobre to d o cuando, gracias al m anejo de los resortes e sta­
tales, los antipersonalistas contaban con recursos m ateriales para
salir a la caza de cu adros y v o tan te s radicales. E se m ovim iento
pondría en riesgo la condición de partido m ayoritario, y el propio
Y rigoyen aconsejó el apoyo a Alvear.
El triunfo radical en las elecciones bonaerenses de abril de 1931
y la p o stu ra asum ida p o r A lvear a su regreso al país definirán la
política que el gobierno seguiría frente al partido ante los com i­
cios presidenciales con v o cad o s para fines de 1931, destinada a
bloquear su retorno al poder. El resultado es conocido: acoso a la
dirigencia partidaria, que sufrirá encarcelam ientos y d e p o rta cio ­
nes, y p roscripción de la candidatura presidencial de Alvear.
En ese am biente tan poco favorable com enzaron los p rep arati­
vos para la reorganización partidaria en nom bre de la unidad, cons­
tituyéndose una Junta, llam ada Ju n ta del City, encargada de refor­
m ar la carta orgánica y definir el p rogram a partidario. E n setiem ­
bre de 1931 se aprobaba la nueva carta orgánica que, m anteniendo
la antigua estru ctu ra partidaria, establecía com o novedad el v o to
directo de los afiliados. H asta 1933, el p roceso de reorganización
estuvo en el centro de la escena; fue en ese m om ento cuando el
alvearism o term inó de conquistar los principales órganos de c o n ­
ducción. D urante esos años, el enfrentam iento interno se co ncen­
tró en torn o a la actitud po r asum ir para enfrentar al gobierno.
M ientras la intransigencia yrigoyenista insistía en la vía rev o lu ­
cionaria, alentando diferentes levantam ientos arm ados, el alvea­
rism o jerarq u izab a el cam ino de la reorganización partidaria.
petencia electoral dificultaba la
posibilidad de co n ten er en las Marcelo T. de Alvear, rumbo a! exilio,
filas de la organización a los ju lio de 1931.
sectores m ás reacios al yrig o ­
yenism o, m uchos de los c u a ­
les respondieron positivam ente a la conv o cato ria que el an tip erso ­
nalism o realizaba desde la C oncordancia. P o r otra, la abstención
po r sí m ism a, tal com o era presentada p o r la dirigencia alvearista,
no desactivó a los secto res del yrigoyenism o, que cuestionaban el
sentido de esa herram ienta si no iba acom pañada p o r una o p o si­
ción intransigente que incluyera la alternativa revolucionaria.
D esde el levantam iento de P om ar en 1931, la vía revoluciona­
ria se vería seriam ente lim itada tan to p o r su escaso im pacto en las
filas m ilitares com o po r la distancia que tom aba de ella la dirigencia
partidaria. El últim o alzam iento revolucionario, producido en Santa
Fe en 1933, fue diferente de los an terio res y reflejó bien ese doble
límite. F racasados los intentos de m inar el p o d er del ju stism o en el
ejército, el levantam iento arm ado de 1933 fue m ás civil que mili­
tar, y el lugar elegido reforzó esta prim acía de lo político, con cla­
ros m ensajes a la dirigencia partidaria y al resto del cam po oposi-
to r al gobierno justista. El control dem oprogresista de la provincia
introducía una cierta am bigüedad en el aparato represivo que p o ­
día facilitar la acción revolucionaria y, a la vez, al co lo car a la
A lianza Civil en la incóm oda posición de defender el orden ju n to
al gobierno nacional, realzaba el lugar del radicalism o com o fuer­
za opositora. El levantam iento revolucionario coincidía, po r o tra
parte, con la reunión en Santa Fe de la m áxim a dirigencia partida­
ria, cuya gran m ayoría era ajena a los preparativos arm ados de sus
correligionarios. P recisam ente la reunión de la C onvención N a ­
cional del partido en Santa Fe coronaba el p roceso de reorganiza­
ción interna en el que el alvearism o fue c onquistando el control de
los principales reso rtes de poder; el m ovim iento p arece haberse
planeado tam bién hacia el partido.
A gotada la alternativa revolucionaria, la U C R siguió hasta 1935
sin participar de las elecciones. En esos dos años de cierta estabi-

Presos radicales trasladados con sus colchones a la alcaidía de Rosario,


luego de la rebelión, enero de 1934.
lidad institucional interna, la principal línea de p reo cu p ació n de la
dirigencia partidaria se m odificó. Si hasta en to n ces la fuente de
conflicto m ás im portante provenía de la intransigencia rev o lu cio ­
naria, ahora se producía un corrim iento hacia el o tro extrem o del
arco partidario: el trán sito de m ilitantes y dirigentes m edios al an­
tipersonalism o, que m anejaba recu rso s estatales. L as dificultades
para m antener la cohesión interna frente a esta situación, ju n to a la
presión de los principales m edios de p rensa que negaban ju stifica­
tivo a la continuidad de la política abstencionista, llevaron al p ar­
tido a m odificar su estrateg ia en 1935, decidiendo el reg reso a la
com petencia electoral. El alvearism o se prep arab a así para rec u ­
p erar el terren o perdido frente al antipersonalism o, con la inten­
ción de avanzar, a p artir de las elecciones legislativas de 1936, en
la co n q u ista de representaciones parlam entarias. A delantando la
hora de la batalla decisiva p o r el P o d e r E jecutivo, la U C R se dis­
ponía de este m odo a utilizar el escenario electoral para reco n s­
tru ir el territo rio de sus adherentes e ir conform ando una m ayoría
parlam entaria p ara un próxim o gobierno.
C onfirm ando las expectativas de la dirigencia, el reg reso a la
com petencia electoral trajo consigo el reflujo de im portantes sec­
to re s partid ario s em igrados al antipersonalism o; este cam bio de
tendencia resultaba alentador para la dirigencia alvearista. L os sec­
to re s intransigentes, en cam bio, no podían v er con buenos ojos el
reg reso a las filas partidarias de quienes habían acom pañado al
gobierno de Justo. E n esta instancia, la reactivación del conflicto
in te rn o p u d o se r c o n te n id a p o r la fo rta le z a del a lv e a rism o ,
canalizándose en un g rupo que term inaría siendo externo a la o r­
ganización partidaria, FO R JA , cuya singular im pugnación p o líti­
co-ideológica no logró vulnerar la to rre de p o d e r partidario. Las
resistencias internas de los secto res intransigentes no habían d esa­
parecido ni m ucho m enos, p ero tenían p o r el m om ento dem asia­
das dificultades p a ra adquirir relevancia política. El alvearism o
m antuvo la unidad partidaria en un punto m uy alto considerando
las hostilidades enfrentadas desde el golpe de 1930; m ás aún, lo ­
gró preservar la im agen de partido predom inante a p esar de no
participar de las elecciones. E sta im agen, tan reco n fo rtan te para la
dirigencia com o paralizante p ara las oposiciones internas, fue co n ­
firm ada p o r el triunfo en las elecciones legislativas de 1936 y p o r
la conquista de algunos gob iern o s provinciales.
E n ese contexto, FO R JA se fue definiendo a trav és una práctica
M esa directiva de FORJA: tercero y cuarto desde la izquierda, Raúl
Scalahrini Ortiz y Arturo Jauretche, 10-3-1942.

p o lítico-intelectual que afirm aba la trad ició n yrigoyenista para


m arcar los co n trastes entre la dirección del partido y su historia.
M ientras tanto, fronteras adentro y sin renunciar a la práctica polí­
tica partidaria, la oposición interna se expresó fundam entalm ente
en el debate po r los contenidos program áticos, que cruzaba las
páginas de las publicaciones identificadas con el partido; en la
afirm ación de liderazgos interm edios, sobre to d o en la provincia
de B uenos Aires; y en el afianzam iento de liderazgos regionales
q u e c o m e n z a ro n a b u s c a r su p ro y e c c ió n n a c io n a l, c o m o el
sabattinism o cordobés.
C ontenida parcialm ente la conflictividad interna p o r el triunfo
en las elecciones legislativas de 1936 y p o r la cam paña para las
presidenciales de 1937, la d erro ta de A lvear en estas elecciones
fue un duro revés para la conducción partidaria y habilitó la revi­
sión de la estrategia seguida. El fracaso de 1937 venía a cuestio­
narla en los térm inos que la m ism a dirección partidaria había plan-

92
teado. N o había sido eficaz p ara obligar al gobierno a desistir del
fraude, ni había construido las herram ientas para enfrentar esa dis­
posición gubernam ental a d istorsionar los resu ltad o s electorales.
Así, bajo el signo de la d e rro ta de 1937, se generó un espacio m ás
propicio p ara el desarrollo de la oposición interna, prom ovien­
do la confluencia de los distintos sectores enfrentados a la con­
ducción.
L a posición institucional lograda po r el partido en el breve tiem po
transcurrido desde su reg reso a la participación tuvo la im portan­
cia suficiente com o para o rd en a r el conflicto interno en la discu­
sión sobre las m odalidades y los contenidos con que debía ejercer­
se la oposición. Ya las elecciones de 1936 le habían perm itido al­
canzar una im portante presencia en la C ám ara de D iputados, que
se acrecentará hasta lo g rar la m ayoría en esa cám ara cuando la
política de O rtiz le perm ita co m p etir con el oficialism o sin fraude.
U n bloque legislativo tan im p o rtan te obligaba al partido, día a día,
a resp o n d er a la política del gobierno, jerarq u izan d o la discusión
p o r los contenidos program áticos, m arco en el cual aquellos que
se presentaban com o p o rta d o res de la tradición yrigoyenista b u s­
caban diferenciarse de la conducción. Para esa oposición interna,
el ru m b o de la g e stió n p a rtid a ria c o m p ro m e tía al p a rtid o al
m im etizarse con el g obierno y el bloque oficial, no sólo p o r la
actitud conciliadora frente a las políticas estatales, sino p o r el com ­
portam iento de los representantes partidarios en los organism os
legislativos, que, involucrados en escándalos de corrupción al igual
que sus p ares del oficialism o com o o currió con el affaire de la
C H A D E , dañaban seriam ente la legitim idad de la organización en
la opinión pública.
Sim ultáneam ente, el enfrentam iento interno tam bién se daba
alrededor de la p o stu ra que se debía asum ir con respecto al resto
de las organizaciones políticas opositoras. D esde su regreso a la
com petencia electoral, el radicalism o tuvo que enfrentar lo que se
p resentaba com o un dilema, de acuerdo con su tradición partid a­
ria: hasta dó n d e acom pañar las experiencias aliancistas que desde
o tro s sectores de la oposición se proponían com o alternativa, des­
de el intento de F rente P opular de 1936 a los prim eros ensayos de
U nión D em ocrática de com ienzos de los años cuarenta. L os secto ­
res intransigentes, que hacia esta últim a fecha ya com enzaban a
reconocerse com o un bloque que sostenía una p o stu ra de endure­
cim iento frente al gobierno y a la corrupción que alcanzaba al par-
tido, m antuvieron en este punto una actitud que entendían funda­
da en la tradición partidaria de la “pureza de la organización” , que
no podía contam inarse con otras fuerzas políticas. La intransigen­
cia se definirá así, al cierre del período, desde el doble reclam o de
no transigir con el gobierno, ni transigir con el resto de los p arti­
dos opositores. Paralelam ente, la p o stu ra conciliadora del alvea­
rism o para con el gobierno fue acom pañada con una posición que
superaba parcialm ente el aislam iento partidario, aunque esa unión
posible con o tra s fuerzas no entrañaba una v erdadera discusión en
to rn o a las im plicancias organizativas y políticas de una coalición
que trascendiera lo m eram ente electoral.
El enfrentam iento interno define así a los a c to res principales
com o unionistas e intransigentes, reviviendo en los prim eros años
de la década del cu aren ta la antigua tensión que cruzaba al partido
desde su origen. E sa tensión se daba entre la tradición liberal, que
jerarquizaba el rol del p artido com o parte de un sistem a en el que
coexisten a c to res equivalentes, y la referencia organicista, que al
identificar sin m ediaciones al radicalism o con la nación excluía
del rep arto al resto de las fuerzas políticas que no podían com par­
tir un status de por sí excluyente. E se registro consolidó la divi­
sión interna en dos bloques, sin que se revirtiera el predom inio de
quienes habían conducido la organización a lo largo de la década,
que lograrían m antener el control partidario a pesar del falleci­
m iento de A lvear en 1942. E n el seno de la intransigencia, m ien­
tras tanto, se fue constituyendo una generación de recam bio, que
tendría su hora en la dirección partidaria poco después, precisa­
m ente cuando el radicalism o había perdido esa condición de p arti­
do predom inante con la que signó m ás de tres décadas de política
argentina.
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1943 Buenos Aires. Emccé, 1987.
III
La poLÍTica bajo el signo de la cmsis

por LUCIANO DE PRIV1TELLIO


S E T IE M B R E DE 1 9 3 0 : L A
" H O R A DE L A E S P A D A "

“ Sólo un m ilagro pudo sal­


var la revolución. E se m ilagro
lo realizó el pueblo de B uenos
A ires.. E sta ajustada aprecia­
c ió n d el e n to n c e s c a p itá n
c o n sp ira d o r Juan D. P eró n ,
quien había form ado parte del
g rupo del general José Félix
U riburu hasta que, desencan­
tado por su falta total de orga­
nización y la escasa prudencia
de los conspiradores, se acer­
có a los hom bres del general
A gustín P. Justo, ilustra dos
c a ra c te rís tic a s sa lie n te s del
m ovim iento del 6 de setiem ­
bre: su debilidad en lo m ilitar
y su éxito en la opinión.
La colum na revolucionaria
se integró con grupos de civi­
les mal arm ados, convocados
po r los partidos opositores y
algunos diarios com o C r ític a ,
acom pañados po r adolescen­
tes del C olegio M ilitar y una
escasa tro p a de línea; los je ­
fes principales, U riburu y Ju s­
to, eran m ilitares retirados. En
un relato m uy poco m arcial,
R oberto A rlt revelaba, en un
artículo aparecido en E l M u n ­
d o dos días m ás tarde, el tono
festivo de la m archa: “E n fin,
aquello era un paseo, una re­
v o lu ció n sin ser revolución;
todas las m uchachas batían las
m anos y lo único que le falta-
ba era una o rquesta para ponerse a bailar. La agresión que com o se
dice, partió del M olino, no tiene nom bre. [...] p Ues al paso de los
soldados que venían de Flores y que co rtaro n luego p o r Caballito
N o rte, no fue un cam ino de soledad, de m iedo o de indiferencia,
sino que, en to d as partes, estallaban aplausos, y la gente se m etía
entre los soldados com o si hiciera m ucho tiem po que estuviera
fam iliarizada con esta naturaleza de m ovim ientos” .
La colum na llegó hasta la C asa R osada y se ap o d eró de ella sin
que nadie intentara seriam ente detenerla; la única excepción fue la
resistencia organizada en el A rsenal de G uerra p o r el m inistro del
Interior E lpidio G onzález ju n to a los generales N icasio A ladid,
E nrique M osconi y Severo Toranzo. El A rsenal se rindió cuando
recibió la notificación de la renuncia del v icepresidente E nrique
M artínez, llevada personalm ente po r el general Justo. A lgunas es­
caram uzas que se p rodujeron el día 8 fueron fácilm ente sofoca­
das. E n m uchas provincias, las adm inistraciones radicales aban­
donaron espontáneam ente las sedes de gobierno, dejando sus ins­
talaciones a m erced de quien quisiera ocuparlas. M uy lejos de las
tradiciones pretorianas a las que se acostum brarían años m ás tar­
de, la m ayor parte de los cu adros m ilitares se negaron a m ovilizar
sus tropas; o tro s sim plem ente no sabían que debían hacerlo. U na
fuerte cultura legalista hacía dudar a la m ayoría de los oficiales
sobre la conveniencia de un m ovim iento de este tipo: paradójica­
m ente fúe esa misma cultura la que aseguró el acatam iento inicial
al nuevo presidente U riburu, una vez que éste se encontró instala­
do en las oficinas de la C asa R osada con las renuncias de Y rig o ­
yen y M artínez en sus m anos.
El prim er acto de un proceso que vendría a restau rar la supre­
m acía de los p o d ero so s de la A rgentina, desde la “oligarquía” has­
ta los “m onopolios p etro lero s” , pasando p o r el “partido m ilitar” ,
im presiona m ucho m enos que la dim ensión de sus supuestos m ó­
viles. E sta atribución cóm oda de responsabilidad a unos actores
tan trem endos com o o cultos ha im pulsado a pasar po r alto la pro-
fúnda crisis de la estru ctu ra política del yrigoyenism o, que arra s­
tró consigo a su partido y, finalm ente, al propio régim en institu­
cional. ¿C óm o se llegó a esta situación, apenas dos años después
de la espectacular victoria electoral del radicalism o en 1928?
LA C R IS IS DEL Y R IG O Y E N IS M O

El escrutinio de los com icios presidenciales realizados el I o de


abril de 1928 arrojó un resultado contundente: 839.140 v o to s del
radicalism o yrigoyenista co n tra 4 3 9.178 v o to s del radicalism o
antipersonalista, que había co n tad o con el respaldo de las ag ru p a­
ciones conservadoras. A nte estos núm eros se perfilaron dos reac­
ciones extrem as: en el personalism o, la convicción absoluta de su
identidad total con “la nación” , m ás aún cuando había arrojado el
lastre del antipersonalism o; en la oposición, un profundo d esco n ­
cierto que paulatinam ente p ro v o có el acercam iento a opciones
conspirativas, ju n to con un desencanto frente a la “cultura cívica”
de los argentinos y frente a la práctica del sufragio.
El radicalism o concibió la reelección de Y rigoyen com o un ver­
dadero plebiscito. E sta lectura no era una simple m etáfora; po r el
contrario, exhibía una vez m ás una vocación to talizan te de la cul­
tu ra política local, adap tad a ahora a lenguajes y procedim ientos
que, com o el plebiscitario, se utilizaban en o tra s latitudes com o
alternativa a la dem ocracia liberal en crisis. A despecho de las a cu ­
saciones de sus opositores, esta vocación no era una novedad in­
tro d u cid a po r el radicalism o, sino que estaba sólidam ente instala­
da en la política argentina desde varias décadas antes de su llegada
al poder. En m uchos sentidos, la ley electoral de Sáenz P eña había
perm itido consolidar esta cultura política, en parte porque los au­
to res de la ley la tom aron com o propia y, en parte, porque acrecen­
tó el dram atism o de la com petencia política y del lenguaje en el
que ella se expresaba, al aum entar las dim ensiones del electorado.
A pesar del establecim iento de la representación de las m ino­
rías, la reform a de 1912 fue refractaria al pluralism o ya que, en la
visión de sus defensores, la sociedad fúe concebida com o un blo­
que único con un atributo tam bién único y determ inante: su ideal
de progreso. En consecuencia, los com icios no tenían po r objetivo
m anifestar las voces de intereses sociales diversos, sino garantizar
la representación de la unánim e voluntad pro g resista de la nación,
que era tam bién la de cada uno de sus ciudadanos. Así, la ley elec­
toral vino a consagrar, m ediante la am pliación del electorado, una
visión de la sociedad que la planteaba hom ogénea en clave espiri­
tual: la representación política estaba llam ada a expresar el “alm a
de nación” , cuyo contenido concreto Sáenz Peña no dudaba en
recon ocer tanto en su propia voz com o, m ás am pliam ente, en la
del “g ru p o pensante” del que era m iembro. Pero, a pesar del opti­
m ism o de Sáenz Peña, no fue el “g ru p o pensante” quien se benefi­
ció de la reform a sino la U C R que, a favor de sus victorias electo­
rales, fue asociando su propia identidad a la integración ciudadana
en la m onolítica com unidad política nacional. Junto a sus reitera­
dos triunfos en diversas elecciones, otro factor preponderante en
esa asociación fue la “ religión cívica” proclam ada p o r el partido,
en especial a trav és de su autoidentificación con una “ causa” lla­
m ada providencial y m esiánicam ente a desplazar a la clase políti­
ca an terio r al espacio dem onizado del “régim en oligárquico” . Su
éxito, a pesar de la evidente incongruencia entre la pretensión de
ruptura y las trayectorias recientes del partido y sus dirigentes,
d em uestra el potencial ideológico de la religión cívica radical,
versión renovada y form idable de la tradicional m atriz totalizante
de la cultura política argentina. E n efecto, entre sus tó picos no se
advierte ni un solo rastro de un pluralism o sociológico o político:
a quienes pretendían im ponerles un program a partidario que per­
m itiera distinguir a la agrupación de o tro s partidos, los radicales
gustaban responder que expresaban la voluntad única de la nación
que, esta vez, encontraba su m ejor intérprete en el partido y, espe­
cialm ente, en Y rigoyen.
E sta identidad política, tan extensam ente asum ida, se adecuaba
bien a una sociedad articulada alrededor de la experiencia de la
m ovilidad real y virtual. En efecto, m ás que a la “ clase m edia” , el
radicalism o apelaba al “ pueblo” o a la “ nación” , sujetos que rem i­
tían a un conjunto real de dim ensiones tan vastas com o im precisos
eran sus límites. Su m ayor virtud no era el recorte de un sector
económ ico-social determ inado, sino su asociación con un conjun­
to de valores integradores. Funcionaba así com o la oposición es­
pecular de la “ oligarquía” , cuya referencia social era tan arbitraria
y escasam ente específica com o la del “pueblo” , pero transm itía el
disvalor diam etralm ente o p uesto de la exclusión. E n un período
en el que grandes sectores de la sociedad se em barcaban de una u
o tra m anera en la aventura de la m ovilidad social o el progreso
individual, la U C R logró asociar su identidad con esta sum a de
experiencias individuales en térm in o s de una inclusión em ocional
dentro de la com unidad nacional po r la vía de la política. La prác­
tica del sufragio fúe uno de los rituales que renovaban cíclicam en­
te esta identidad inclusiva.
E xpresión sin igual de esa religión cívica, Y rigoyen había sabi­
do despertar una gran expectativa alrededor de su figura durante la
cam paña de 1928. Sin em bargo, la desm esurada m agnitud de esas
expectativas redundó en un rápido y proporcional desgaste, una
vez que los d atos de la realidad com enzaron a m anifestarse bien
diferentes de los previstos. L as prim eras señales de la crisis e c o ­
nóm ica afectaron las finanzas del E stad o incluso antes del crack
de Wall Street y pro v o caro n el aum ento de la inflación, el descen­
so de sueldos y la dism inución del ritm o del g asto público, uno de
los m otores esenciales del p atro n azg o oficial. A unque no se p ro ­
dujo una situación de conflicto social intenso com o había sucedi­
do durante el prim er gobierno de Y rigoyen, decayó profundam en­
te la adhesión al presidente. En un escenario político en el que los
partidos tendían a construir identidades totalizantes, negándose a
asum irse com o una parte y habituados a deslegitim ar y repudiar
drásticam ente a los opositores, la crisis favoreció una creciente
tensión.
En este clima, entre 1928 y 1929 el gobierno inició un avance
sobre la oposición con el objeto de ganar el control del Senado; la
ofensiva incluyó intervenciones m uy conflictivas en San Juan,
M endoza, C orrientes y Santa Fe. La oposición se exponía a perder
el últim o red u cto que dom inaba y, ante esa posibilidad, se volcó
agresivam ente hacia la opinión y las calles. En p o cas sem anas, los
actos com enzaron a acom odarse a las palabras y la violencia polí­
tica aum entó su frecuencia e intensidad. En ocasiones, sólo se tra ­
tó de proclam as efectistas, com o la del radicalism o antipersona­
lista entrerriano, que apelaba desde el Senado provincial a un U r-
quiza capaz de d errocar al nuevo tirano Rosas. P ero tam bién se
p ro d u je ro n h ech o s g rav es, c o m o el a sesin a to de W ash in g to n
Lencinas en diciem bre de 1929, p o r el cual sus seguidores culpa­
ron directam ente a Y rigoyen, o el frustrado atentado contra el pre­
sidente, ejecutado por un m ilitante anarquista solitario, pero atri­
buido po r los personalistas a la oposición. P o c o después del asesi­
nato de Lencinas, se produjo un agitado debate en la C ám ara de
D iputados, en el cual cada sector planteó una larga lista de m uer­
tes violentas de las que sus adversarios serían culpables.
Las elecciones legislativas nacionales de m arzo de 1930 revela­
ron la gravedad de la situación. Tanto la cam paña com o los com i­
cios se vieron plagados de incidentes, donde no faltaron los en­
frentam ientos arm ados, los m uertos, las presiones policiales y las
m aniobras de fraude. En San Juan y M endoza, los interventores
de Y rigoyen se preocuparon bien poco por ocultar las acciones
destinadas a ob ten er resultados favorables a cualquier precio; en
C órdoba, la policía detuvo a fiscales o p o sito res y se denunció la
p o sterio r aparición de urnas abiertas. Finalm ente, triunfó la UCR,
pero la victoria fue lo suficientem ente exigua com o para que fuera
p ro cesad a com o una derrota: la religión cívica radical no incluía
una explicación política ni em ocionalm ente satisfactoria para un
descenso del caudal de v o to s com o el experim entado entre 1928 y
1930. M enos aún la tenía para una d errota resonante com o la su­
frida en Capital Federal frente al P artido Socialista Independiente.
U n radicalism o confundido aparecía dando la espalda a aquella
religión cívica que, entre sus certezas, incluía la que asociaba al
partido con procedim ientos electorales transparentes y con la co n ­
dición de m ayoría incontrastable. De to d o s m odos, la U C R veía
significativam ente acrecentada su representación en la C ám ara baja,
dado que el sistem a de m ayoría y m inoría prescrito p o r la Ley
Sáenz Peña era poco elástico ante el descenso de v o to s a favor de
un partido. En la oposición coexistían el entusiasm o electoral, fun­
dado en el buen desem peño en esos com icios, con la preferencia
p o r una salida rápida a través de una ruptura institucional. L a d o ­
ble situación de crisis económ ica y política se veía agravada p o r la
crisis interna que vivía el gobierno, consecuencia del rápido des­
gaste de la autoridad de Y rigoyen. C iertam ente, el deterioro físico
del presidente explica en p arte esta circunstancia, aunque tam bién
lo hace la apenas disim ulada lucha entre sus m ás cercanos co lab o ­
radores, quienes, convencidos de una sucesión anticipada tan próxi­
ma com o inevitable, buscaban beneficiarse con ella. P arad ó jica­
m ente, estas luchas que fragm entaban la adm inistración política
del E stado potenciaban un estilo de gobierno que hacía de Y rig o ­
yen el centro de to d a decisión, ya que lo convertía en árbitro final
de las disputas personales. Se acentuaba así la inoperancia de un
gobierno som etido a enconadas luchas palaciegas y a las decisio­
nes de un árbitro que era incapaz de asum ir su rol.
E sta situación dio, dram áticam ente, el tono a la estrategia se­
guida frente a las n o torias actividades conspirativas de civiles y
m ilitares, to d as ellas am pliam ente conocidas po r el gobierno. P o ­
líticos o p o sito res y oficiales del E jército se reunían sin disim ulo
en lugares conocidos, com o la sede de C rític a y la casa del general
U riburu, cuyo estilo tan poco prudente atem orizaba al capitán
Perón, para quien era inm inente una reacción represiva del gobier­
no. Pero no fue así. En el gabinete se recortaron dos grandes te n ­
dencias: una, e n c ab e z a d a p o r el m inistro de G u e rra , gen eral
D ellepiane, quien pretendía desarticular por la fuerza a los conspi­
radores; otra, la integrada entre o tro s por el vicepresidente M artí­
nez, el m inistro del Interior G onzález y el canciller H oracio O yha-
narte, quienes m inim izaban la situación y preferían no alterar los
ánim os con iniciativas apresuradas. La decisión presidencial se
inclinó po r el segundo grupo: el 3 de setiem bre se conocieron los
térm inos v io lentos de la renuncia de D ellepiane, luego de que
G onzález desautorizara la detención de varios supuestos conspi­
radores ordenada por él. Y rigoyen, enferm o y retirado en su casa
de la calle Brasil, había sido convencido de que la situación no era
peligrosa, sólo dos días después de un frustrado intento de U riburu
p o r iniciar el m ovim iento y a tre s de su definitiva realización.

¿GOLPE 0 REVOLUCIÓN?

D ispersión del p o d er y centralización de las decisiones fueron


las dos caras de una m ism a crisis de gobierno y am bas ofrecieron
m últiples flancos para las estrateg ias de la oposición: las prácticas
conspirativas atravesaban la escena política de una form a com ple­
ja y sinuosa, un ida y vuelta de la oposición al oficialism o. Pero,
m ás allá de la tram a de intrigas e intereses sectoriales y p erso n a­
les, el m ovim iento del 6 de setiem bre recibió m últiples apoyos,
que fueron expresados con fervor o tom ando veladas precaucio­
nes: desde instituciones patronales hasta algunos sindicatos, de
dirigentes de la derecha a ciertas agrupaciones de izquierda, to d o s
los partidos im portantes con excepción de la U C R personalista, la
casi totalidad del periodism o, el m ovim iento estudiantil universi­
tario... ¿Q ué acción era la que recogía tan am plios apoyos?
El 6 de setiem bre fúe visto po r m uchos de sus contem poráneos
com o una m ás de las “ revoluciones” o “ m ovim ientos cívicos” de
origen netam ente civil, apoyados por m ilitares, que constituían una
ya larga tradición local. Vale reco rd ar que esta tradición había sido
insistentem ente reivindicada p o r el propio Y rigoyen y po r el radi­
calism o, evocando los m ovim ientos que se habían sucedido desde
1890. El objetivo proclam ado, tam poco dem asiado original en tanto
provenía del mism o rep erto rio revolucionario, era la restauración
de un régim en dem ocrático e institucional que estaría siendo vio-
lado po r el presidente. E s difícil entender hoy esta lectura ya que,
p ro yectado hacia el futuro, el derrocam iento de Y rigoyen es ju sta ­
m ente considerado com o el inicio de una larga serie de golpes
m ilitares; sin em bargo, ésta no era la visión predom inante en 1930.
E ste fenóm eno nos coloca ante una versión a u tó cto n a y, en par­
te, original de las dificultades que los sistem as dem o crático s libe­
rales venían experim entando desde el fin de la G ran G uerra. O ri­
ginal, en tan to se im pugnaba al gobierno afirm ando los m ism os
principios que lo sostenían, incluyendo la C o nstitución liberal y la
reform a de Sáenz Peña y no, com o sucedía en E uropa, descartan­
do globalm ente el sistem a.
D ado que buena parte de la oposición com partía la convicción
sobre el rol pedagógico que debían cum plir la ley electoral y, fun­
dam entalm ente, los partidos, pero sostenía que esta apuesta refor­
m ista en favor de la creación del sufragante esclarecido aún no se
había cum plido, el razonam iento sólo podía responsabilizar del
fracaso a la dem agogia de la U C R y a Y rigoyen. Im ágenes reitera­
das en los editoriales de la prensa y en m últiples d iscursos políti­
cos, com o la “ política criolla” o el “electo r independiente” , apela-

Uomenaje fem enino a José Félix Uriburu. 15-9-1930.

I 06
tivo este últim o que rem itía directam ente al ciudadano racional
que o p ta entre partidos en un libre m ercado electoral según lo ha­
bía pensado Sáenz Peña, se recortaban sobre este diagnóstico crí­
tico que, sin em bargo, dejaba abierta la puerta a una posible re­
dención. L a co n d ició n era evidente: el fin de la “ d em ag o g ia
personalista” .
La U C R tam bién era considerada la culpable de m ales que en
o tro s ám bitos se atribuían a la dem ocracia en general, tales com o
la inoperancia de sus adm inistraciones, o las vo tacio n es parlam en­
tarias en bloque, una práctica introducida p o r las nuevas form as
de m andato im perativo inscriptas en los procedim ientos de los
p artidos políticos m odernos. La prim era crítica retom aba la vieja
asociación de Sáenz Peña entre la razón p rogresista y las ideas de
un grupo político; la segunda había estado presente desde el m o­
m ento en que Y rigoyen buscó conform ar un bloque parlam entario
disciplinado. A m bas encontraban en el presidente su blanco p re ­
dilecto.
Así, m uchos o p o sito res form ulaban las críticas habituales en el
m arco de la crisis de las dem ocracias occidentales de entreguerras
contra la U C R y se lanzaban, a diferencia de o tro s casos, desde lo
que se consideraban las prom esas frustradas de una dem ocracia
liberal naturalm ente positiva. La escasa atención que se ha p resta ­
do a estas posiciones, que eran las de la m ayor parte de los actores
del m ovim iento de setiem bre, se debe al sobredim ensionam iento
del p o d er y la influencia de U riburu y su grupo. Sin em bargo, la
fuerza de la concepción m ayoritaria explica no sólo la im potencia
de U riburu para im poner su visión m ilitarista y co rporativista del
golpe, sino tam bién la rápida conform ación de una oposición al
presidente provisional en los m ism os gru p o s revolucionarios, que
se institucionalizó el 27 de setiem bre en la F ederación N acional
D em ocrática, inicialm ente constituida p o r los partidos Socialista
Independiente y C onservador de B uenos Aires, a la que luego se
incorporaron agrupaciones conservadoras y antipersonalistas de
las restantes provincias. L a insistencia de U riburu para im poner la
reform a constitucional en un sentido corporativista, ya anunciada
en declaraciones periodísticas po r oficiales adictos y po r el propio
presidente el I o de octubre de 1930, sólo sirvió para erosionar su
de po r sí escaso poder y, paralelam ente, para consolidar la figura
de Justo com o abanderado posible de la continuidad legal y de una
rápida apertu ra comicial.
La interpretación que U riburu y los gru p o s nacionalistas busca­
ban im poner, según la cual se enfrentaba una crisis definitiva del
sistem a liberal, de la C onstitución y de la L ey Sáenz Peña, estaba
claram ente a contram ano con la visión predom inante en la opi­
nión pública. P ero no fúe éste el único lím ite de su estrategia, ya
que el E jército, la institución que U riburu pretendía transform ar
en iuente de su legitim idad, sostén y adm inistrador del poder, c o n ­
vertida p o r el golpe en árbitro de la situación política, estaba c o n ­
trolado po r Justo tan to m aterial com o ideológicam ente.

EL EJÉRCITO HACIA 1930

D esde com ienzos de los años veinte, el E jército se encontraba


en plena consolidación de una serie de estru ctu ras institucionales
creadas aproxim adam ente entre los años 1880 y 1910. C om o par­
te de este proceso, se había form ado una p o derosa burocracia que
controlaba el lúncionam iento, los destinos, las jera rq u ía s y los as­
censos desde el M inisterio de G uerra y el E stad o M ayor. E n g en e­
ral, los m iem bros de esta dirección se destacaban com o funciona­
rios y docentes de los institutos que, desde el C olegio M ilitar has­
ta los organism os superiores de instrucción técnica, conform aban
cada vez m ás los peldaños ineludibles para la carrera de ascenso
de to d o s los oficiales. L a im posición de una m ística co rp o rativ a y
la invención de una tradición m ilitar, que tam bién se im aginaba
asociada unívocam ente a la existencia de la nación, am algam aban
a los cuadros y profundizaban la estru ctu ra de p o d er interno de
estas jerarquías. La burocracia castrense consideraba to d a interfe­
rencia externa com o perjudicial para su recién g anado ascendien­
te, en particular si ella respondía a los avatares de las to rm en to sas
coyunturas políticas.
Sin em bargo, la prolongación de la política en el E jército era
una tradición dem asiado sólida com o para d esap arecer con facili­
dad, y no fue precisam ente el radicalism o en el p o d e r desde 1916
quien contribuyera a m odificar esta actitud. U n im portante grupo
de oficiales “radicales” se había form ado al calor de los levanta­
m ientos revolucionarios (en especial el de 1905) y, ya en la p resi­
dencia, Y rigoyen buscó asegurarse el control de la institución fa­
voreciendo a este g rupo con destinos im portantes y ascensos ex­
traordinarios. Así, frente a la m ística corporativa teñida de un fuerte
nism o liberal. D e este m odo, difundió entre los fu tu ro s oficiales
una versión de la sociedad y la política que lo tendría por m uchos
años com o prim era fuente de autoridad. C om o m inistro tam bién
alim entó su im agen de m ilitar profesionalista, aum entando d es­
proporcionadam ente el presupuesto del área.
D urante su breve paso po r la com andancia de la fuerza luego
del 6 de setiem bre, Justo recuperó para su secto r las posiciones
perdidas durante el m inisterio D ellepiane y no dudó en utilizarlas
contra U riburu. A com ienzos de 1931, un nutrido grupo de altos
oficiales reclam ó al dictad o r un rápido reto rn o a la norm alidad
institucional. Sem anas m ás tarde, la decisión de U riburu de c o n ­
vocar a elecciones d etuvo un im portante alzam iento castrense, muy
probablem ente prom ovido po r Justo. De to d o s m odos, ya sin o por­
tunidad de triunfar, gru p o s de oficiales radicales com prom etidos
en la conspiración se alzaron en C orrientes al m ando del coronel
G regorio Pomar.
A corralado en la opinión y d erro tad o en el E jército, U riburu
ensayó una salida electoral diseñada po r su m inistro del Interior,
el nacionalista y conservador bonaerense M atías Sánchez Sorondo.
Se tra tab a de plebiscitar la figura y los p ro y ecto s presidenciales
m ediante un sistem a de elecciones de autoridades provinciales que
com enzaría en B uenos Aires. El 5 de abril de 1931 se v o tó en
B uenos A ires y la U C R ganó por un m argen algo m ayor que el de
1930, aunque escaso en relación con los resultados registrados d u ­
rante los años veinte: 218.783 v o to s radicales contra 187.734 con­
servadores; el socialism o sorprendió con los 41.573 v o to s que lo
transform aron en árbitro del futuro colegio electoral. El carácter
de plebiscito que el g rupo uriburista había dado a los com icios
bonaerenses no le dejaba alternativas interm edias entre el éxito y
la derrota. A dem ás de consagrar el derrum be de U riburu, el acto
electoral dem ostró claram ente que la retirada del radicalism o dis­
taba m ucho de ser un desbande ya que, aun sin poder contar con
algunos recu rso s clave com o la policía y las intendencias, su “ m á­
quina” electoral se m ostraba vital y eficaz. P or o tra parte, la conti­
nuidad de la crisis que un año antes había perjudicado a la U C R
ahora se encam inaba en co n tra del interventor de U riburu, C arlos
M ayer Pellegrini, cuyas m edidas de ajuste presupuestario d e te rio ­
raron la ya pobre popularidad de un régim en em peñado en intro­
ducir innovaciones repudiadas incluso po r quienes lo habían a p o ­
yado el 6 de setiem bre.

110
JUSTO p r e s id e n t e

La U C R no fue el único secto r político en alentar y festejar la


d errota de la facción del conservadurism o bonaerense alineada con
la estrategia de Sánchez Sorondo: Justo tenía sobrados m otivos
para desear la d erro ta del m inistro del Interior. D ecidido a llegar a
la presidencia, el fracaso y desbande del ala dura del gobierno le
perm itieron asum ir el control de parte del aparato oficial, sin ne­
cesidad de com prom eterse form alm ente con un gobierno repudia­
do en la opinión.
Así, Justo com enzó a diseñar una candidatura cuyo cam ino se­
ría lo suficientem ente sinuoso com o para no eludir un im portante
intento p o r encabezar la fórm ula del radicalism o. El paso no era
descabellado ya que, detenido y proscrito Y rigoyen, el partido que­
daba en m anos de A lvear, de quien Justo había sido m inistro. Sin

Agustín P. Justo (centro), candidato presidencial, en visita a Santiago deI


em bargo, sus intentos fracasaron: po r una parte, A lvear desconfia­
ba de las m aniobras de su ex colaborador; por otra, y esto era crucial,
las negociaciones para arm ar una candidatura radical, que co n te ­
nían im posiciones de U riburu y guiños de Y rigoyen, iban p o r ca­
rriles que no lo incluían. Ju sto buscó entonces la división del par­
tido que desde el golpe parecía volver a unirse, com o había suce­
dido en la provincia de B u en o s A ires en ocasión de los com icios
de abril. E n esta em presa tuvo un suceso relativo ya que consiguió
el respaldo de varios gru p o s antipersonalistas, que fueron los pri­
m eros en proclam ar su candidatura, y hasta logró la adhesión de
algunos dirigentes personalistas com o el santafesino R icardo C a­
ballero. P ero sus m aniobras sólo culm inaron en un éxito total una
vez que, utilizando to d o su poder dentro del gobierno, hubo logra­
do el veto de la candidatura de A lvear, lo que llevó a la U C R a
decidir la abstención. C on esta m edida, to m ad a p o r el C om ité
N acional a pocos días de los com icios presidenciales de noviem ­
bre de 1931, el radicalism o recuperaba uno de los com ponentes
m ás sentidos de su religión cívica, p ero dejaba el cam po allanado
para la victoria electoral de Justo. La A lianza Civil, form ada por
socialistas y dem ócratas progresistas que proclam aron la fórm ula
L isandro de la T orre-N icolás R ep etto , no estaba en condiciones de
disp u tar seriam ente la presidencia.
M ientras tanto, Justo se aseguró el apoyo de los partidos con­
servadores provinciales que se habían reunido en el Partido D e ­
m ócrata N acional, y tam bién el del Socialista Independiente. D e
este m odo, se transform ó en un candidato polifacético: continua­
d o r o crítico de la revolución, radical, m asón o católico, conserva­
dor, nacionalista o liberal, general o ingeniero, to d o a m edida de la
ocasión. U na novedad anticipaba nuevos tiem pos: su candidatura
obtuvo el apoyo explícito de la cúpula de la Iglesia C atólica, alar­
m ada p o r el público anticlericalism o de los dos com p o n en tes de la
fórm ula de la Alianza. P o r el m om ento, tam bién co n tó con el a p o ­
yo del nacionalism o, cuya crispada v o z se dejaba oír desde el pe­
riódico L a F ronda.
C on la ausencia de candidatos de la U C R , Justo ganó los com i­
cios presidenciales de noviem bre de 1931 con com odidad. A pesar
del llam ado radical en tal sentido, el nivel de abstención de v o ta n ­
tes fue m uy bajo y no era difícil advertir que el electo rad o radical
se había dividido: m uchos habían v o tad o a la A lianza y o tros, a
pesar de todo, a las listas justistas. T am poco se r e g i s t r a r o n m anió-
bras de fraude, con excepción de los ocurridos en B uenos A ires y
M endoza. En am bos casos, el fraude no buscó perjudicar a la A lian­
za, sino que fueron parte de la lucha entre las agrupaciones que
llevaban a Justo a la cabeza de su fórm ula p ero disputaban entre
ellas la vicepresidencia, los cargos legislativos y to d o s los puestos
locales. E n efecto, a pesar de una versión que quiere ver detrás de
Justo a una alianza form al y estable entre p artidos llam ada “C o n ­
cordancia” , tal cosa no existía en 1931.

LA CUESTIÓN RADICAL

El 24 de febrero de 1932, el general Ju sto asum ió la presiden­


cia; el co n serv ad o r Julio A. R oca lo acom pañó com o vicepresi­
dente. Justo debió to m a r m edidas destinadas a enfrentar la crisis
económ ica y, al m ism o tiem po, m aniobrar en un terren o político
m uy com plicado. La situación presentaba dos d ato s salientes: por
un lado, la im pugnación a la legitim idad de su gobierno p o r parte
de la U C R , que asum ía la form a de la abstención y los levanta­
m ientos arm ados; po r o tro , la tirante relación entre los conglom e­
rados políticos que lo habían tenido com o candidato.
En un m arco donde la situación local favorecía las lecturas de la
realidad en clave de crisis, tal com o sucedía en buena parte del
m undo occidental, Justo consideraba por su parte que en el caso
argentino se tra tab a sólo de un sacudón leve y pasajero. C onfiaba
en una p ro n ta norm alización de la econom ía y del sistem a político
y, en consecuencia, no veía razón para abandonar el régim en repu­
blicano y la Ley Sáenz Peña. L as opciones totalitarias abiertas po r
el derrum be de las dem ocracias liberales las ju zg a b a p o r dem ás
exóticas y descartables. E sta creencia profundizaba auto m ática­
m ente la im portancia de la cuestión radical, en tan to que la absten­
ción del p artido m ayoritario constituía una irregularidad evidente
para el régim en que decía defender. Ju sto pretendía solucionar el
problem a de un m odo sencillo: la U C R se reincorporaría al siste­
m a una vez que dem ostrara su adhesión a una práctica política
“ civilizada” . A to n o con una opinión m ás general, Justo pensa­
ba que la prueba de esta conversión debía ser el repudio de la fi­
gura de Y rigoyen, pero su am bición política le prescribía una se­
gunda condición m ás personal: la aceptación de su propia figu­
ra com o líder red en to r del partido. El fracaso de su prim er inten-

1 13
('ere moni a en el Colegio Militar. En el palco, desde la izquierda, el ministro
Al. Rodríguez y el presidente Justo, diciembre de 1934.

to po r alcanzar este lugar era, a su juicio, totalm ente reversible.


El optim ism o presidencial parecía desp ro p o rcio n ad o to d a vez
que pretendía co o p tar en su favor un partido que no sólo era o p o ­
sitor, sino que adem ás objetaba abiertam ente la legitim idad de su
gobierno. N o era otro el significado de la estrategia de la absten­
ción y los sucesivos levantam ientos arm ados que, si no eran o rg a ­
nizados po r la cúpula del partido, tam poco eran rechazados por
ella. E sto s intentos arm ados no tenían ninguna posibilidad cierta
de quebrar el firm e control del Ejército, consolidado po r Justo a
través de su m inistro de G uerra, general M anuel R odríguez, pero
perm itían sostener y recrear com ponentes sentidos de la religión
cívica radical. Las m áxim as autoridades radicales estaban dispues­
tas a enfrentar la prisión y el exilio po rq u e sabían hasta dónde, en
ausencia de la m ística g enerada p o r las cam pañas y las victorias
electorales, se convertían en señales que ayudaban a sostener e m o­
ciones e ideales identitarios del partido y, po r extensión, su propia
legitim idad com o dirigentes.

114
E sta estrategia del C om ité N acional de la U C R tenía, sin em ­
bargo, un problem a. En ta n to que la vía arm ada carecía de posibi­
lidades de éxito, la disputa con el gobierno tenía com o tribunal
últim o el im pacto de los levantam ientos en la opinión pública. Sin
em bargo, ante cada alzam iento, la abrum adora m ayoría de los dia­
rios, ju n to a la oposición dem ócrata-socialista, se unía en una con­
dena que tam bién involucraba a la política de abstención. C ó m o ­
dam ente respaldado por este clima, Justo no se privó de recurrir a
un variado arsenal para ap rovechar el descrédito de la política ra­
dical, im poner una im agen de norm alidad institucional y transferir
al radicalism o la responsabilidad p o r cualquier irregularidad. Así,
cultivó un estilo deliberadam ente o p u esto al de Y rigoyen: su pre­
sencia en acto s públicos era frecuente, sus discursos se difúndían
p o r la p re n sa e s c rita y la rad io , se p re o c u p a b a p o r cum plir
puntillosam ente con cada uno de los rituales republicanos (en es­
pecial la a p ertu ra de sesiones parlam entarias, habitualm ente igno­
rada por Y rigoyen), y acostum braba reivindicarse com o expresión
de un pluralism o político que habría sido violado po r el ex presi­
dente. C om o confirm ación de esta últim a pretensión, podía exhi­
bir la colaboración en el C ongreso con la oposición socialista y
dem ócrata progresista: la bancada oficialista, por ejem plo, aprobó
varios p royectos de la oposición — en particular sobre tem as so ­
ciales— , lo que se ofrecía com o prueba del pluralism o oficial y
del abandono de una política facciosa. Finalm ente, Justo recurrió
con frecuencia a la m ás tradicional crítica antiyrigoyenista; cuan­
do hacia 1934 las condiciones de la econom ía m ejoraron, gustaba
difundir la eficacia de su política económ ica en un im plícito c o n ­
tra ste con el antecedente del radicalism o personalista. E sta prédi­
ca en favor de la eficacia gubernam ental rem itía, por un lado, a la
citada “razón” de Sáenz Peña pero, po r otro, em palm aba con el
m ás m oderno entusiasm o tecn o crático del equipo económ ico en­
cabezado p o r el m inistro de H acienda, F ederico Pinedo.
El ju eg o de im pugnaciones m utuas entre el gobierno y el radi­
calism o tendría su fiel m ás co ntundente en ocasión de los com i­
cios nacionales para renovación de la C ám ara de D iputados de
m arzo de 1934, cuando se revelaría si las expresiones de la opi­
nión se ajustaban o no a las decisiones del electorado. E xcluida la
U C R , la expectativa de estas elecciones no era su resultado final
expresado en la distribución de bancas, sino la disputa entre dos
visiones enfrentadas de la realidad política argentina, rep re sen ta ­
das po r la abstención y la concurrencia. A dem ás, se plebiscitaría
la pretensión gubernam ental de norm alidad institucional, cuya
m ejor expresión debían ser unos com icios tranquilos y tra n sp a ­
rentes. En este contexto, cobró especial im portancia el caso tucu-
m ano, donde el radicalism o local decidió levantar la abstención
en abierta disidencia con las au to rid ad es partidarias nacionales.
P oco im portaban las escasas bancas puestas e n ju e g o : lo que allí
sucediera se ofrecería com o prueba de verdad para las partes en
disputa. Justo, advertido de la naturaleza del ju ego, puso en alerta
a los jefe s m ilitares de aquella zona y envió veed o res propios para
evitar que el gob ern ad o r P róspero G arcía utilizara la m áquina ofi­
cial para volcar en su favor la elección tucum ana. G arcía reclam ó
por lo que interpretaba com o un avance sobre la autonom ía de la
provincia, pero Ju sto subió la apuesta lanzando una advertencia
pública al gobernador, pocos días después de un ataque arm ado
contra un acto radical.
En la elección de m arzo de
1934 no se registraron proble­
m as im p o rtan tes; el nivel de
concurrencia alcanzó un po r­
c e n ta je a c e p ta b le p a ra u n a
elección de dip u tad o s— 62,8%
del padrón— y, sobre todo, la
U C R r e b e ld e d e T u c u m á n
ganó la elección. L a prensa re ­
pudió a coro la abstención ra ­
dical, m ientras Ju sto inició su
discurso de apertura de las se­
siones legislativas de ese año
con una extensa apología de la
lim pieza de los com icios y una
refe re n c ia p a rtic u la r al caso
tucum ano. El gobierno había
im puesto su visión de la re a ­
lidad.
Para el radicalism o, las elec­
c io n e s a lte ra ro n d ra m á tic a ­
m ente la balanza de co sto s-b e­
neficios de la abstención. E ra
Elecciones de 1934. evidente que la apuesta había
sido dem asiado alta, ya que la concurrencia electoral era prom ovi­
da po r la obligatoriedad legal, por los m edios de prensa, p o r la
oposición socialista y dem oprogresista, p o r los grupos radicales
disidentes y, fundam entalm ente, lo era de un m odo apenas velado
p o r la m ism a m áquina electoral del radicalism o. Las autoridades
del partido no desconocían que m uchos p u nteros y jefes p a rro ­
quiales que aceptaban form alm ente la abstención negociaban sus
v o to s con la U C R A a cam bio del acceso parcial a los beneficios
m ateriales necesarios para m antener su p atronazgo, ya que adver­
tían m ejor que nadie el hecho de que las m áquinas electorales sólo
pueden reproducirse participando de los com icios. La existencia
de estas estru ctu ras establecía una diferencia sustancial con la abs­
tención anterior a 1912, cuando el partido y su aparato electoral
estaban en form ación. P o r o tra parte, cuando el sufragio era una
práctica de m inorías, la abstención era fundam entalm ente una cues­
tión de dirigentes; el sufragio am pliado involucraba, en cam bio, a
una m ultitud de actores cuyas acciones eran difíciles de prever y
controlar. Si hasta los com icios de 1934, el C om ité N acional de la
U C R había aceptado pagar ciertos co sto s a cam bio del beneficio
que la abstención suponía para la religión cívica partidaria, el fra­
caso público de esta estrategia daba por tierra con el cálculo. El
riesgo era ahora la fragm entación del partido, detrás del cual ace­
chaba expectante el presidente Justo.
Así, la concurrencia a los com icios decidida entre el 2 y 3 de
enero de 1935 p o r la C onvención N acional de la U C R fúe p ro m o ­
vida p o r A lvear y buena p arte de los dirigentes atendiendo al fra­
caso de la abstención y de los m ovim ientos cívico-m ilitares, y a
las críticas cotidianas que soportaban am bas estrategias dentro del
propio radicalism o. E stas circunstancias obligan a revisar la inter­
pretación que hace del levantam iento de la abstención una co n ce­
sión al oficialism o, tom ada a contram ano de posiciones com bativas
e intransigentes que habrían sido las de la base partidaria y, por
añadidura en ese argum ento, las genuinam ente populares. La de­
cisión im pulsó el reto rn o de gru p o s que se habían aproxim ado al
antipersonalism o, y Alvear obtuvo el respaldo unánim e de la prensa.
E sto s éxitos resu ltaro n infinitam ente m ás im portantes y significa­
tivos que la oposición y las críticas de sectores que estaban en
m inoría, entre los cuales se encontrarían futuros m iem bros del g ru ­
po FO R JA , fundado en ese mism o año de 1935, cuyo brillo p o stu ­
m o y retrospectivo revela mal el rol po r dem ás m odesto que le
cupo en las disputas políticas de los años treinta. Sólo a m edida
que se fuera advirtiendo que el concurrencism o provocaba tam ­
bién sus propias consecuencias negativas para el partido, aparece­
ría una seria oposición interna que se identificaría com o “yrigoye-
nista” en oposición al C om ité N acional presidido por Alvear. Pero,
alim entado p o r la v ictoria en las elecciones legislativas de 1936,
hasta la votació n presidencial de 1937 el clima general fue o p ti­
m ista: se celebraba la vuelta a los com icios, la probable victoria y
la virtual reunificación del p artido d etrás de la línea A lem -Y rigo-
yen-A lvear.

LAS FUERZAS OFICIALISTAS

Incluso antes de que el levantam iento de la abstención alejara


aun m ás la posibilidad de form ar su partido a partir de un tro n co
radical, para Justo se hacía necesario coordinar un gobierno co n ­
form ado po r un conjunto de agrupaciones que estaban lejos de
constituir una fuerza hom ogénea. El PD N era una federación de
p artid o s provinciales, incapaz de evitar las disidencias que, en
ocasiones, se transform aban en conflictos abiertos; el an tiperso­
nalism o tam poco era m ucho m ás que un puñado de estructuras
provinciales con algún peso en E n tre Ríos, Santa Fe, L a Rioja,
S antiago del E stero y Capital, y el PSI, luego de un efím ero inten­
to por disputar el espacio de la izquierda al PS, en particular en el
C oncejo D eliberante porteño, languideció hasta desaparecer.
L as fricciones entre los diferentes g ru p o s en busca del favor
presidencial fueron frecuentes. L os conservadores criticaban a Justo
po r el lugar destacado que reservaba a los antipersonalistas en el
Ejecutivo, argum entando no sin razón que eran ellos quienes apor­
taban la m ayor cantidad de votos. Para Justo, los cálculos eran
otros. O torgando al antipersonalism o un espacio m ayor al que le
hubiera correspondido por su caudal de votos, Justo lograba, a
c o rto plazo, el m antenim iento de un equilibrio que le daba liber­
tad de m aniobra y sostenía la apariencia de una coalición. A largo
plazo, el antipersonalism o podía ser la m ejor plataform a para su
estrategia de acercam iento al radicalism o.
Sin em bargo, una situación conflictiva que se reprodujera en
to d o s los escenarios podía am enazar la m archa de la adm inistra­
ción, lo cual era particularm ente peligroso en m om entos de crisis
política y económ ica. Justo entendió que si no podía ni convenía
elim inarlo, el conflicto debía ser acotado y su política se o rientó a
coordinar las bancadas en el C ongreso. Sobre este acuerdo parla­
m entario elaborado durante los dos prim eros años de su gobierno
se fue estructurando la C oncordancia. N o es probable que Justo
pensara en ella com o una solución duradera: si bien era un instru­
m ento eficaz para evitar que los conflictos interfirieran en la labor
parlam entaria, la arm onía rara vez se trasladó al terreno de los
com icios. P o r el contrario, con excepción de la elección presiden­
cial de 1937, cuando la única representación e n ju e g o fúe la cabe­
za del E jecutivo, los partidos m antuvieron su identidad en cada
provincia, com pitiendo entre ellos con enconada virulencia si era
necesario. A pesar de su deseo de conform ar un partido orgánico,
del que él m ism o se veía com o c o n stru c to r y líder, y al cual tenía
com o elem ento im prescindible para el funcionam iento del régi­
men, Justo pasó to d a su presidencia, y aun el resto de su vida,
tratan d o de m anejarse entre los inestables equilibrios de los m últi­
ples y fragm entados actores del sistem a político argentino, intento
que llevó adelante con particular destreza y to tal ausencia de es­
crúpulos. La distancia entre el m odelo de un partido m ínim am ente
organizado y la C oncordancia fúe una expresión m ás de la distan­
cia entre el ideal de la reform a saenzpeñista y el funcionam iento
efectivo de la política partidaria en la A rgentina.

LA SUCESIÓN Y EL FRAUDE

Si bien parte de la apuesta política de Justo parecía coronada


por los com icios de 1934 y el levantam iento de la abstención radi­
cal de com ienzos de 1935, esta últim a m edida venía a poner en
cuestión su posición electoral y, fundam entalm ente, sus am bicio­
nes personales hacia el radicalism o. La posibilidad cierta de al­
canzar la presidencia en 1937 encolum nó a la U C R tra s la c o n d u c­
ción de A lvear, incluyendo las expresiones provinciales m ás re a ­
cias a som eterse a los dictados del C om ité N acional com o el en-
trerriano o el tucum ano. Justo se inclinó, entonces, m ás decidida­
m ente hacia los sectores conservadores, los m ás firm es de su alianza
y aquellos que podían garantizarle, si no la m ayoría, al m enos un
im portante núm ero de votos. Asim ism o, había profundizado otras
estrategias de cooptación de votantes, com o su acercam iento al
Comisión de Prensa del'XXXII Congreso Eucaristico Internacional de 1934.
Entre otros, 1) ministro de Obras Públicas M anuel Alvarado, 2) vice de ¡a
M esa Directiva Dr Tomás R. Cuiten y 3) Carlos Iharguren, presidente de la
Comisión.

catolicism o, que había tenido su m om ento culm ine en el C o n g re­


so E ucaristico de 1934, o su intento de reconquistar la adhesión de
los gru p o s nacionalistas, que se habían apartado poco después de
su llegada a la presidencia, concediéndoles, por ejem plo, la p erse­
cución legal del P artido Com unista.
Sin em bargo, la im presión generalizada era que ninguna m a­
niobra pública alcanzaría para form ar la m ayoría capaz de garan ti­
zar a Justo el control de su sucesión. De esa convicción surgió su
decidido com prom iso con el fraude electoral. Así, con el aval pre­
sidencial, se produjo la rápida transform ación de las prácticas irre­
gulares y violentas de control y producción clientelística de sufra­
gio que, desde 1912, venían utilizándose de m odo puntual y limi­
tad o , en un m ecanism o de alteración y m anipulación sistem ático
del ejercicio y los resultados electorales.
E n 1935 debían renovarse varios E jecutivos provinciales, acon­
tecim iento de gran relevancia dado que las provincias seguían sien-

120
do las piezas clave del control electoral. Las leyes electorales de
1912 habían intentado term inar con lo que Sáenz P eña llam aba la
lucha de la “ quim era co n tra la m áquina” , buscando desarticular el
control electoral de los gobernadores sobre el electorado de sus
provincias y, a su vez, el control que el presidente ejercía sobre los
g obernadores en su calidad de “gran elector” . Sin em bargo, las
m áquinas electorales no sólo no desaparecieron luego de 1912,
sino que se perfeccionaron, adecuándose a las nuevas situaciones
creadas — aunque no exclusivam ente— p o r la am pliación del nu­
m ero de sufragantes.
M ás allá de estos cam bios, las provincias siguieron siendo los
m arcos de referencia del funcionam iento com icial: cada una cons­
tituía un distrito donde la elección era organizada y ejecutada. En
la m ayoría de ellas y a p esar de la am pliación de votantes, las
cifras de electores siguieron siendo lo suficientem ente pequeñas
com o para no poner en riesgo el desem peño de los caudillos loca­
les, ni el control de estos últim os desde las capitales. En provin­
cias m ás grandes, se producía una m ayor fragm entación, com o en
el caso de B uenos A ires y Santa Fe. P o r su parte, la Capital F ed e­
ral era un caso s u i g e n e r is. con una m agnitud de electores apenas
m enor que la bonaerense y con la m ayor densidad de población,
era el único distrito com pletam ente urbano. L a m arcada com pleji­
dad de su tejido social condicionó siem pre el fúncionam iento de
las m áquinas electorales tradicionales, hasta hacerlas perder parte
de su influencia frente a otras prácticas sociales p ro d u cto ras de
sufragio, com o las que constituyen el fenóm eno de la “opinión
pública” . A un con m uchas precauciones, puede plantearse que este
distrito íúe el que m ás se aproxim ó al ideal “ de m ercado” de Sáenz
Peña, situación que era frecuentem ente celebrada p o r los periódi­
cos, que m ostraban com o prueba las habituales oscilaciones elec­
torales y los frecuentes triunfos opositores. Sin em bargo, los equi­
librios de fuerzas del sistem a institucional delineaban una situ a­
ción paradójica, ya que la relevancia del distrito en la distribución
de cargos representativos nacionales siem pre fue significativam ente
pobre en co n traste con la influencia de una opinión capitalina que,
incluso en lo que resp ecta a las m ás m ínim as cuestiones m unici­
pales, se había conform ado y se proyectaba políticam ente en una
dim ensión indiscutiblem ente nacional.
En consecuencia, frente a la decisión concurrencista de la U CR,
la cuestión de las provincias se transform ó en la llave que definiría
la elección presidencial de 1937. El oficialism o c o n serv ad o r co r­
dobés daba claras m uestras de no adherir a la política de fraude,
perm itiendo la victoria radical de fines de 1935 que llevó a A m adeo
Sabattini a la gobernación. En la Capital, la perspectiva era aun
m ás oscura para Justo, dado que existía la posibilidad cierta de
p erd er no sólo la m ayoría ante la U C R , sino tam bién la m inoría
contra el socialism o. E sto fue, en efecto, lo que sucedió en m arzo
de 1936, en ocasión de la elección de diputados.
E sta situación guió en adelante los pasos oficiales que ap u n ta­
ron al dom inio de B uenos A ires y Santa Fe. En el prim er caso, el
objetivo se aseguró m ediante una o p o rtu n a ley provincial co noci­
da com o “ ley tram pa” , que o to rg ó al gobierno el control total de
las m esas de votación, ju n to con la consagración de la candidatura
de M anuel Fresco, una figura capaz de poner en suspenso los g ra­
ves conflictos internos del conservadurism o bonaerense. En Santa
Fe, el problem a era m ás acuciante dado que el gobierno pertenecía
a la oposición dem oprogresista; allí, Ju sto recurrió al tradicional
m ecanism o de la intervención federal sin ley del C ongreso o, com o

Autom óvil con propaganda del Partido Demócrata Nacional durante la


campaña para las elecciones de gobernador de la provincia de Buenos Aires,
en apoyo a ¡a candidatura de Fresco, 1936.
se dijo entonces con ironía, con “m edia ley ya que la interven­
ción sólo había sido aprobada p o r el Senado el últim o día de sesio­
nes ordinarias de 1936. L a provincia pasó a ser co n trolada p o r el
radicalism o antipersonalista, liderado po r el m inistro de Justicia e
Instrucción Pública, M anuel de Iriondo, quien en 1937 sería elegi­
do gob ern ad o r m ediante com icios fraudulentos. E sto le perm itió a
Justo no sólo disponer de los electores santafesinos, sino tam bién
m antener el equilibrio dentro de una C oncordancia que, en la co ­
yuntura, aparecía dem asiado v o lcad a hacia los conservadores.
A pesar de la ofensiva sobre am bas provincias, persistían algu­
nos riesgos derivados de la distribución de electores de presidente
entre m ayorías y m inorías p o r cada distrito provincial. E n el m es
de setiem bre de 1937, el C ongreso aprobó una iniciativa del E je­
cutivo para reform ar la ley electoral, elim inando el sistem a de lis­
ta incom pleta para el caso de electores de presidente. En adelante,
el partido g anador de una provincia se llevaría to d o s los electores
y no solam ente los dos tercios. A través de esta m edida, que daba
m archa atrás con una de las innovaciones de la L ey Sáenz Peña,
Justo resignó la m inoría de algunos distritos, entre las cuales la de
la C apital ni siquiera era segura, pero ganó para la C oncordancia
la totalidad de los electores de Santa Fe, B uenos A ires y las p ro ­
vincias chicas, donde la hegem onía era conservadora. C on to d o s
estos reaseguros, que incluían el aval al fraude, Justo garantizó su
lugar com o gran elector. Perdía, sin em bargo, buena parte de la
opinión favorable que su gobierno había podido m antener hasta
1934 en lo relativo a la cuestión electoral, precisam ente a raíz de
ese aval.
Q uedaba pendiente el nom bram iento del sucesor. D etrás de la
opción por el radical antipersonalista R oberto M. O rtiz se escon­
día una estrateg ia cuyo objetivo era el m antenim iento del poder
personal de Justo que, de to d o s m odos, seguiría teniendo su base
m ás sólida en la autoridad que o sten tab a dentro del E jército. O rtiz
era un hom bre políticam ente débil, representante de un partido ya
casi inexistente, que despertaría la desconfianza de sus aliados con­
servadores, som etidos por Ju sto a una nueva frustración ya que, a
p esar de realizar el principal a p o rte electoral a la C oncordancia,
q uedaron relegados al segundo térm ino de la fórm ula. L a debili­
dad de O rtiz y el contrapeso que podría ofrecer ante los grupos
conservadores parecían una garan tía de la dependencia personal
que Justo esperaba de su sucesor. El objetivo final de esta estrate-
M arcelo T. de Alvear saluda en un acto en Córdoba durante su campaña
electoral, agosto de 1937.

gia era sencillo: buscaba utilizar a O rtiz para acceder a un segundo


m andato en 1943, esta vez, esperaba, a la cabeza de una U C R
agradecida p o r la elim inación del fraude y por el reg reso al poder
bajo su liderazgo.
El resultado de los com icios presidenciales fraudulentos de no­
viem bre de 1937 tuvo im portantes consecuencias. E ntre los diver­
sos sectores afines al oficialism o, el p ro ceso abierto en 1935 venía
alentando un nuevo y m ás profundo abandono de la visión o p ti­
m ista de las prácticas electorales. M ás allá de los conocidos res­
paldos públicos al “fraude p atriótico” o de los tex to s que, com o el
de R odolfo M oreno, aludían al fracaso de la Ley Sáenz Peña, la
m ás notable m anifestación de esta sensación se produjo en la aper­
tura de sesiones del C ongreso de 1937. E n esa ocasión, Justo p ro ­
puso a los legisladores el estudio de un posible censo electoral
que, m ediante el recorte de un electorado calificado, term inara con
la universalidad del sufragio. C iertam ente, la p ro p u esta no tuvo
ninguna consecuencia práctica, pero revela la p e r p l e j i d a d de un


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personaje que siem pre había confiado en las bondades del sistem a
electoral vigente ante las dificultades para co n tro lar este instru­
m ento.
P ara la dirigencia radical, los acontecim ientos sucedidos entre
el levantam iento de la abstención en 1935 y la d erro ta electoral de
1937 fueron construyendo un v erd ad ero callejón sin salida; luego
de esta últim a fecha, su política fue errática y co n trad icto ria y,
consecuentem ente, alentó el despliegue de g ru p o s cada vez m ás
críticos de la conducción partidaria. L a clave de to d a esta situa­
ción era la definición de la actitud que debía asum ir el partido
frente al fraude oficial, teniendo en cuenta que, recientem ente, la
política de abstención había fracasado. La opinión pública se ha­
bía m ostrado, en la prim era m itad de la década, contraria a la línea
que el partido había decidido. P o r o tra parte, la U C R no había
podido traducir su condición de m ayoría electoral en un respaldo
equivalente de sus electores hacia la política de abstención: cual­
quiera sea la explicación del v o to radical, su adhesión no alcanza­
ba a tal extrem o. D e to d o s m odos, el concurrencism o creaba nue­
vos problem as ya que el radicalism o se insertaba en un sistem a
político que le negaba cualquier posibilidad de victoria m ediante
la flagrante violación de las reglas del ju e g o p ero del cual, al m is­
m o tiem po, se reconocía com o m iem bro pleno. Ya en 1936 habían
com enzado a advertirse las posibles consecuencias de esta situa­
ción: m ientras los diputados radicales, en una actitud de oposición
extrem a, se negaban a aprobar los diplom as de los diputados frau­
dulentos de la provincia de B uenos A ires — dejando a la C ám ara
sin funcionar durante varias sem anas y p ro vocando un resonante
conflicto institucional con el Senado— , los concejales porteños
del m ism o partido, respaldados po r A lvear, no dudaron en aliarse
con los concordancistas para v o tar las escandalosas ordenanzas
que p ro rro g aro n las concesiones de las em presas privadas de elec­
tricidad. U na anécdota atribuida a A lvear revela hasta dónde era
consciente de esta dificultad. A nte el reproche de un correligiona­
rio indignado po r la aceptación po r parte del partido de fondos
em presariales, que incluían los recibidos en calidad de soborno
po r las com pañías de electricidad, A lvear habría respondido p re­
guntando ofuscado de qué o tro m odo pensaba su crítico financiar
la cam paña presidencial.
O curría que el lugar que ocupaba el radicalism o en el escenario
político no sólo le im pedía alcanzar el gobierno, sino que lo obli­
gaba a aco rd ar con el oficialism o para m antener su ap arato institu­
cional y la m áquina del partido. En efecto: era el tem o r a la disper­
sión del partido, una posibilidad cierta durante la abstención, la
variable que explica por qué los dirigentes radicales, en algunos
casos desorientados y de mala gana, aceptaron esta nueva reali­
dad, aun cuando luego de los com icios de 1937 se reveló que el
riesgo de división podía reaparecer com o consecuencia del concu-
rrencism o. A m edida que se diluía el optim ism o, g ru p o s cada vez
m ás num erosos adherían a posiciones críticas en nom bre de los
principios de la religión cívica y de una línea “y rigoyenista” en­
frentada con la “alvearista” que, en general, poco tenían que ver
con los clivajes producidos en el partido durante la década an te­
rior. En m uchos casos, esta oposición tenía a nivel partidario los
problem as que la U C R encontraba a nivel nacional, ya que oscila­
ba entre la posible fractura del partido y la denuncia del recu rren te
fraude interno que, estim aban, le im pedía acceder a posiciones de
im portancia.

LA ALTERNATIVA FRUSTRADA DE ORTIZ

R oberto M. O rtiz asum ió la presidencia el 20 de febrero de 1938.


Su v icep resid en te era el co n serv ad o r catam arq u eñ o R am ón S.
Castillo, cuya candidatura fue resultado de arduas negociaciones
dado que Justo prefería o tro s candidatos a los que consideraba
m ás cercanos o m aleables. D e to d o s m odos, cada uno a su tu r­
no, ni O rtiz ni C astillo ajustarían sus políticas a los deseos de su
elector.
Al igual que Justo, O rtiz creía que la solución de una situación
crítica e irregular — y ahora claram ente identificada con el fraude
electoral— debía realizarse d en tro del régim en liberal y la Ley
Sáenz Peña; pero en co n traste con su antecesor, sus m oderadas
am biciones políticas le perm itían im aginar la salida al fraude com o
una drástica apertura electoral, aun cuando ésta derivara en una
adm inistración radical. Ello no im plica que su visión del radicalis­
mo personalista fuera particularm ente optim ista, pero confiaba en
la capacidad educadora de la práctica electoral, a la que pretendía
ayudar con leyes que obligaran a los partidos a transform arse en
e stru ctu ras m enos facciosas y m ás orgánicas. El paradigm a refor­
m ista de 1912 seguía conform ando una parte im portante del pen­
sam iento político de O rtiz en el cual, de to d o s m odos, aparecie­
ron algunas novedades significativas. O rtiz estim aba que una p rác­
tica electoral norm al y c o rrecta era incom patible con las terribles
m is e ria s s o c ia le s q u e d e c ía h a b e r o b s e rv a d o en su s g ira s
proselitistas por el interior. P obreza y ciudadano elector eran dos
realidades incom patibles y de su convivencia sólo podía esperarse
el florecim iento de la dem agogia, tal com o había sucedido d u ran ­
te el segundo gobierno de Y rigoyen. Para solucionar este p roble­
ma, proponía una activa intervención del E stado, que debía in­
cluir, po r ejem plo, la com pra y adm inistración estatal de los ferro ­
carriles y o tro s servicios públicos básicos.
L a lentitud del desarrollo social y de la regeneración de los par­
tidos, alentados por la acción del E stado, no era para O rtiz arg u ­
m ento suficiente para p o sterg ar la apertu ra electoral. En cam bio,
o tro facto r le dem andaría m ayor prudencia: cada avance de su p o ­
lítica electoral dem olería en igual pro p o rció n las bases de la coali­
ción que lo había llevado a la presidencia y le perm itía gobernar.
E ra indudable que la destrucción de las m áquinas de fraude elec­
toral provocaría la reacción de los partidos conservadores y anti­
personalistas que m antenían el control de las situaciones p rovin­
ciales gracias a este recurso; a ello habría que sum ar la previsible
oposición de Justo, quien vería desbarrancarse una de sus cartas
de negociación en vistas a su proyecto de reto rn o a la presidencia
en 1943.
Así, cuando las denuncias de fraude en las elecciones p ara la
renovación de diputados celebradas el 6 de m arzo de 1938 se re ­
produjeron en casi to d o s los distritos, O rtiz cum plió su rol en el
ju eg o del fraude, asegurando con particular énfasis en la apertu ra
de las sesiones ordinarias, apenas unas sem anas m ás tarde, que las
elecciones se habían desarrollado “regular y tranquilam ente” y que
las denuncias ex istentes ya habían sido “giradas a la ju sticia ” .
Sin em bargo, y a pesar de este inicio, O rtiz pareció estar since­
ram ente resuelto a term inar con los casos de fraude m ás escanda­
losos. La declaración de guerra al fraude se produjo poco m ás de
un año después, en abril de 1939, cuando decidió la anulación de
los com icios de San Juan, luego de una elección plagada de irre­
gularidades. El conflicto abierto estalló a partir de febrero de 1940
con la intervención a C atam arca, particularm ente significativa por
ser el territorio del vicepresidente Castillo, y sobre to d o con la
intervención de la provincia de B uenos Aires.
B uenos A ires era un caso m uy sensible, po rq u e c o n s t i t u í a la
base de cualquier andam iaje electoral de proyección n a c i o n a l y,
fundam entalm ente, po rq u e el im pacto en la opinión de lo que allí
sucedía era po r dem ás intenso. D esde la asunción del g o b ern ad o r
M anuel Fresco, la situación bonaerense se había transform ado en
un tópico de los editoriales periodísticos de los diarios de la C api­
tal, en parte po r sus propios m éritos, en parte porque ofrecía el
con traste a la vez m ás cercano y co ntundente con la cultura cívica
que se atribuía a los ciudadanos del distrito porteño. E xistía una
tercera razón: la provincia de B uenos A ires era el escenario de uno
de los ensayos conservadores m ás notables para lo g rar una salida
al problem a del fraude electoral sin perder el control político. Su
a u to r era el g obernador Fresco quien, a diferencia de Justo y O rtiz,
concebía la salida de la crisis a través de un cam ino en el cual era
necesario poner un drástico fin a los principios y m ecanism os de
la L ey Sáenz Peña. A partir de una m ezcla de m odelos que reivin­
dicaba sim ultáneam ente el integrism o católico, el fascism o e u ro ­
peo y el N e w D eal de R oosevelt, su proyecto apuntaba a la o rg an i­
zación de la sociedad desde el E stado, según un esquem a co rp o ra-

E l presidente Ortiz emite su saludo para Navidad, desde la residencia


presidencial, diciembre de 1938.

128
tivo. L a sociedad organizada desde el E stad o debía ser activam en­
te m ovilizada en favor de este últim o, y éste era el rol que Fresco
atribuía, ju n to con otras prácticas com o la educación o la activi­
dad sindical, a los com icios. L ejos del ideal liberal que oto rg ab a al
sufragio la función de conform ar la representación plural de los
individuos y la sociedad en la política, lejos tam bién del g rad o de
libertad electoral de los ciudadanos que, a pesar de sí misma, ad­
m itía aquella concepción totalizan te característica de la cultura
cívica argentina, para Fresco la votació n debía ser apenas uno m ás
de los ta n to s rituales de m ovilización de la ciudadanía bajo estric­
to control del E stado. P or esta razón, no se preocupaba por ocultar
la m anipulación del v o to — lo que supondría el reconocim iento
im plícito de una tran sg resió n fraudulenta— sino que pretendía
exhibirla con entusiasm o. Su m odalidad preferida era el v o to can­
tad o , que transform aría cada em isión del sufragio en un ritual de
adhesión en el cual la presión estatal podía, naturalm ente, ejecu­
tarse con com odidad.
Sin em bargo, cada vez que se vo tab a los lím ites del ideal a u to ­
ritario de F resco se hacían evidentes. D esde los diarios, desde las
bancas del C ongreso y desde la m ism a presidencia, se alzaba a
co ro un repudio generalizado po r lo que, a contram ano de la v o ­
luntad del gobernador de B uenos Aires, era concebido sim plem ente
com o un fraude. E n lugar de p resentar la im agen de una sociedad
sin fisuras m ovilizada d etrás del E stad o a trav és de una elección
unánim e, la versión m ás difundida era la de un g obierno tránsfuga
y sin apoyo ciudadano.
El 25 de febrero de 1940 se realizó en B uenos A ires la elección
para gobernador luego de una clara am enaza de O rtiz contra cual­
quier posible m aniobra de Fresco. Este, a su vez, pretendía im poner
com o sucesor al caudillo populista de Avellaneda, A lberto Barceló,
a cualquier precio. U nos días después, el 3 de m arzo, se realizaron
con norm alidad los com icios nacionales para renovar la C ám ara de
D iputados. Fresco había decidido perm itir la victoria del radicalis­
mo en estos últimos, para asegurarse la victoria en los primeros.
Pero cuando aún no había resultados firmes de la prim era elección,
y m ientras se m ultiplicaban las denuncias contra el “escrutinio a
conciencia” , denom inación dada a la falsificación de los resultados
electorales, de larga tradición en la provincia de B uenos Aires, el 8
de m arzo O rtiz envió la intervención federal a la provincia ante el
aplauso generalizado de una amplia m ayoría de la opinión pública.
E l presidente Ortiz y su esposa M aría Luisa Iribarne salen de la Catedral,
lliego de la ceremonia por los funerales de! papa Pío XI, febrero de 1939.

A cam bio de la ru p tu ra con sus aliados de antaño, O rtiz podía


c o n ta r con el apoyo de un reducido g ru p o de legisladores anti­
perso n alistas y, en parte, con el de la U C R . E s que la actitud
presidencial no po d ía sino p ro v o c a r en tusiasm o en A lvear y el
C om ité N acional, en ta n to venía a d ar aire a una política m o d e ­
rada que, para entonces, gen erab a ren o v ad o s disensos internos.
U n p resid en te d isp u e sto a d e stru ir las m áquinas del frau d e era la
salida m ás evidente, tal vez la única posible, p ara un p artid o que
se había estrellado co n tra un m uro cu ando a p o stó p o r una im ­
p u g nación ab sten cio n ista que no c o n tó con el apoyo p o p u lar n e­
cesario, y que ah o ra chocaba co n tra o tro en carn ad o en la partici­
pación en un sistem a que le v ed ab a la v icto ria m ediante la v io la ­
ción sistem ática de las reglas del ju eg o . E sta b o can ad a de aire
fresco para el C om ité N acional llegaba ju s to c u an d o el g ru p o
co n o cid o com o B loque O p o sito r am enazaba con q u eb rar al p a r­
tido en nom bre del “yrigoyenism o intran sig en te” . U na nueva te n ­
dencia a la d e sin teg ració n p artid aria am enazaba con no d e te n e r­
se, no sólo p o r el arsenal de críticas co n tra la actitud del C om ité

130
N acional, sino tam bién p o rq u e esta disidencia podía e n c o n tra r
en el g o b e rn a d o r de C órdoba, A m adeo Sabattini, un respaldo ins­
titu cio n al de indudable prestigio. La situación de Sabattini era a
la vez có m o d a y expectante: podía m o strarse com o el a b a n d era ­
do de la intransigencia, m ientras g o zab a los ben eficio s de su
p o sición de g o b e rn a n te posibilitada p o r la n egativa del c o n se r­
v ad u rism o local a ejercer el fraude, una indulgencia de la cual
A lvear no gozaba.
D e to d o s m odos, la transform ación del entusiasm o del C om ité
N acional po r las m edidas de O rtiz en un apoyo abierto a su gobier­
no, por dem ás urgido de tales respaldos, reconocía un lím ite muy
rígido en la necesidad de m antener un perfil o p o sito r para no se­
guir ofreciendo flancos débiles a los críticos internos. La situación
para los líderes radicales distaba de ser sencilla.
P o r su parte, la previsible y exacerbada hostilidad de los con­
servadores hacia el gobierno se canalizó en una serie de ofensivas
destinadas a contrarrestar el apoyo que la apertura electoral de Ortiz
cosechaba en la opinión pública. Para ello, com enzaron a ventilar
v arios escándalos que supuestam ente involucraban al presidente.
El m ás resonante fue el vinculado con la com pra de terren o s en El
Palom ar, que no sólo buscó el descrédito de O rtiz, sino tam bién el
de su m inistro de G uerra, el general M árquez. La elección de este
segundo blanco no era ingenua: M árquez y el E jército eran piezas
fundam entales en la política presidencial.
Sabedor de que la apertura del sistem a electoral desataría una
lucha entre fuerzas m uy parejas, O rtiz buscó desde un prim er m o­
m ento el crucial respaldo del E jército que, convocado p o r el presi­
dente, paulatinam ente volvió a instalarse en el rol de árbitro de la
situación política. Algo parecido había sucedido en 1930, pero sobre
esta sim ilitud inicial se d estacaban n o v edades significativas que
m odificaron sustancialm ente las características de la intervención
castrense en la vida política a com ienzos de los años cuarenta. P o r
un lado, el escenario general sobre el que debían actu ar era ahora
infinitam ente m ás disputado y com plejo; p o r o tro , quien co n v o ca­
ba a la oficialidad en su favor no era un caudillo m ilitar que, com o
Justo, podía asegurarse el control de la fuerza. E sta vez era un
dirigente civil quien debía dialogar con los oficiales de igual a
igual. Finalm ente, las propias características internas del E jército
venían m odificándose en los últim os años, tan sorda com o p ro ­
fundam ente.
D urante su presidencia, Justo había logrado m antener al E jérci­
to relativam ente alejado de la práctica política. Siendo a la vez
cabeza del E jecutivo y el m ás im portante caudillo de la institu­
ción, sabía bien que él era el principal beneficiario de este perfil
p resc in d en te y “ p ro fe sio n a lista ” . D e allí su p reo c u p a c ió n por
m antener cierto equilibrio interno, evitando repetir la actitud pen­
dular y facciosa que había caracterizad o la circulación de los m an­
dos durante la década anterior. P ero una vez fuera del gobierno y
ante la eventualidad de conflictos internos generados po r la b ú s­
queda de apoyos iniciada por Ortiz, ese mism o equilibrio que otro ra
había beneficiado a Ju sto com o presidente m ultiplicaba ah o ra la
fuerza de los potenciales contendientes instalados en posiciones
de poder. P o r debajo de este com plejo panoram a coyuntural, venía
produciéndose un p roceso que transform aría de raíz los valores y
com portam ientos de los oficiales m ás jóvenes.
Siendo Justo m inistro de G uerra, en 1927 m onseñor C opello
había asum ido la dirección del vicariato castrense, y de su intensa
actividad en el cargo nacería una relación destinada a ten e r p ro ­
fundas consecuencias políticas. D ecidida a dejar una m arca inde­
leble en la form ación de una oficialidad a la que vislum braba com o
un factor de p o d er sin igual, la Iglesia ofreció a los jó v en es oficia­
les u n a v isió n del m u n d o de m a rc a d o c o n te n id o an tilib eral,
integrista, corporativa, furiosam ente nacionalista, antisem ita, a u ­
toritaria, antidem ocrática y antiparlam entaria. E sta concepción no
sólo se presentó com o una alternativa atractiva frente a la d eso ­
rientación pro d u cid a p o r la crisis m undial del liberalism o, sino
que entusiasm ó especialm ente a los hom bres de arm as, ya que les
reservaba un lugar de privilegio com o p o rtad o res de las virtudes
de la ascendente “nación católica” . La g u erra civil española, se­
guida con interés y entusiasm o por sacerdotes y oficiales, consoli­
dó esta identidad agresiva y m esiánica que fúe am algam ando la
cruz y la espada en nom bre de los m ism os valores. E ste proceso
fue m ucho m enos ruidoso que las siem pre citadas influencias de
los m odelos fascistas eu ropeos pero, po r eso m ism o, su co n cre­
ción fue m ás firm e, sus avatares m enos dependientes de los cam ­
bios coyunturales y sus consecuencias de m ás largo aliento.
A fines de los años treinta, esta nueva situación m ilitar ya había
producido cierto desgaste de la influencia de Justo dentro de la
institución. Su lugar com o referente y pedagogo de una visión a la
vez tecnicista y liberal de la sociedad y la política, que años antes
le había garantizado un prestigio y una hegem onía in co n trasta­
bles, estaba siendo erosionado por la nueva pedagogía de una Igle­
sia que él m ism o había privilegiado com o guía espiritual y ed u ca­
d ora del E jército. Si entre 1914 y 1928 Justo había sabido ganarse
el favor de los jó v en es oficiales que recibían instrucción en los
institutos castrenses, y que ahora ocupaban lugares im portantes en
la estructura de m ando, las nuevas cam adas se estaban educando
con o tro s parám etros y o tro s referentes; sólo faltaba que una fac­
ción nacionalista y profundam ente refractaria a la dem ocracia li­
beral se organizara com o tal, encontrara sus líderes y precisara sus
objetivos. M ientras tan to , to d a esta erosión no alcanzaba para
m odificar un dato que to d o s reconocían: a pesar de tener que en­
frentar una situación m ás com pleja, Justo controló el secto r m ás
p o deroso de la oficialidad del E jército hasta su m uerte en enero de
1943. La institución arm ada seguiría siendo el m ás fiel y d eterm i­
nante capital político de Justo.
O rtiz tam bién conocía este dato y, para tra tar de contrarrestarlo,
utilizó to d a la fuerza institucional del P o d e r E jecutivo y el respal­
do ofrecido p o r el general M árquez. A nte la previsible reacción de
Justo, se desató la lucha dentro de la institución: aunque un grupo
im portante se encolum nó con el m inistro, el secto r m ás num eroso
apoyó a Justo. E sto le alcanzó para detener un m ovim iento de fuerza
interno planeado po r el general M árquez en favor de O rtiz, a pesar
de lo cual el presidente ju z g ó que el apoyo conseguido era sufi­
ciente y se lanzó contra las m áquinas de fraude.
El conflicto abierto entre el presidente y el principal caudillo
m ilitar posibilitó la organización y el sostenido ascenso del secto r
de oficiales nacionalistas. E ste cam bio fue alentado p o r el m ism o
Justo que, siguiendo lo que para él era una conocida, segura y
eficaz estrategia, apostaba a dividir las aguas y p rom over los ex­
trem os para m aniobrar con m ayor soltura y presentarse com o úni­
ca solución a la vez firm e, m oderada y confiable.

LA GUERRA Y LA UNIÓN DEMOCRÁTICA


A pesar de las intervenciones de provincias en co n tra del frau ­
de, la presencia de O rtiz en la C asa R osada era la única garantía
que perm itía m antener el precario equilibrio de la situación políti­
ca y m ilitar ju n to con to d a la estrategia de ap ertura electoral. Su
ñola, p ero sin alcanzar la m ism a repercusión. La diferencia se ex­
plica, en parte, p o r la m ayor m agnitud de la nueva conflagración y
p o r las opciones m ás tajantes a las que obligaba. M uchos de los
que en la Segunda G uerra M undial apoyaron decididam ente la
causa aliada habían visto con escasa sim patía la cercanía de la
R epública española con el com unism o, y es probable que el m is­
m o A lvear com partiera esta actitud. D e hecho, A lvear se negó a
reco n o cer cualquier paralelo entre E spaña y el caso argentino, y
no dudó — com o buena parte del radicalism o en m edio del en tu ­
siasm o electoralista de 1936— en despreciar to d a p ropuesta en
fav o r de la form ación de un F ren te Popular. Sin em bargo, tan dife­
ren te im pacto se explica tam bién p o r la nueva situación de la polí­
tica local. El lento alejam iento de O rtiz de la presidencia que se
inició a m ediados de 1940, y su reem plazo p o r el vicepresidente
Castillo, dieron lugar a un nuevo escenario conflictivo en el que la
U C R quedaba nuevam ente sin salida posible.
Todo esto vino a ofrecer las condiciones ideales para la difusión
de una visión m oral y gu errera de la política, tan dram ática com o
agresiva y polarizada. E n esta clave, radicales y socialistas p ro m o ­
v ieron la form ación de una com isión legislativa para investigar
“ actividades antiargentinas” , que, d etrás del objetivo de averiguar
posibles m aniobras nazis en el país, se convirtió en un resonante
fo ro de oposición al gobierno de Castillo. E sta oposición podía
c o n ta r incluso con el apoyo del presidente enferm o quien, en fe­
brero de 1941, hizo difundir una proclam a pública atacando las
m edidas de Castillo en fav o r del fraude. L o s diarios m ás im por­
tan te s del país no dudaron en apoyar la declaración de O rtiz y,
aunque la proclam a no lo decía explícitam ente, en asociar la polí­
tica de Castillo con los totalitarism os europeos.
A la distancia, es evidente que Castillo no debía sentir m ayor
sim patía por el E je y, llegado el m om ento, no dudó en elegir a
R obustiano P atró n C ostas, un ferviente aliadófilo, com o sucesor.
P ero, en ese m om ento, im portaba poco la veracidad de estas acu­
saciones, to d a vez que m uchas personas las creían ciertas y actuaban
en consecuencia. P o r o tra parte, C astillo se veía obligado a p ro ­
fundizar su política autoritaria, su alianza con los secto res nacio­
nalistas del ejército y la neutralidad para m antener su autoridad,
to d o lo cual venía a confirm ar, para quienes quisieran creerlo, las
inclin acion es nazifascistas del presidente en ejercicio.
M ientras tanto, la enferm edad de O rtiz avanzaba y, en setiem -
bre de 1941, C astillo pudo for­
m ar su propio gabinete. En va­
rios de los nom bres que lo inte­
graban puede intuirse la fiereza
del asalto c o n serv a d o r al g o ­
bierno. El nom bram iento de un
incondicional de Justo, el gene­
ral T onazzi, en la c a rte ra de
G uerra, revelaba adem ás los re­
sultados de una alianza que ha­
bía enfrentado a O rtiz en nom ­
bre del fraude. P ero ésta era la
últim a y efím era concesión de
C astillo, en cuyos planes no ha­
bía nada m ás alejado que un fu ­
turo gobierno de Justo, que ree­
ditara sus preferencias por el an­
tipersonalism o. P o r el contrario,
J'aUúlD
el flam ante presidente se ap res­
DEMOCRATA taba a u sar el fraude en benefi­
NACIONAL cio de un claro predom inio con-
1fiche del Partido Demócrata Nacional, en servador, lo que incluía, inde-
apovo a Ramón Castillo l')42 fectiblem ente, la cabeza de la
fútura fórm ula para un coparti-
dario.
P ara el radicalism o el golpe fue severo: to d a la estrategia de
A lvear y el C om ité N acional perdía su rum bo sin la presencia de
O rtiz en el E jecutivo. C on la salida electoral catapultada a un fu tu ­
ro im preciso e incierto, sólo quedaban en pie las acusaciones de su
com plicidad con el oficialism o y los sucesivos escándalos políti­
cos. E stas críticas arreciaban, preferentem ente en boca de disiden­
tes radicales que de esta m anera pensaban rescatar una m ística
identitaria sin ad vertir hasta dónde contribuían involuntariam ente
a sepultarla. El desconcierto radical fue tan agudo que en los c o ­
m icios nacionales de m arzo de 1942 la U C R perdió varios distri­
to s en los que no se adulteraron sus resultados. El caso m ás signi­
ficativo y resonante fue el de la C apital Federal, donde resignó la
m ayoría frente al socialism o. P or o tra parte, esta serie de derrotas
volvía a poner en cuestión el dogm a que hacía del radicalism o una
m ayoría indiscutible. D esde el C om ité N acional reaparecieron las
propuestas de alianzas a to n o con el clima de unión dem ocrática
antifascista que, alim entando un círculo vicioso, p ro v o caro n nue­
vas críticas y éxodos en nom bre de la pureza de los principios.
Para los críticos de la política unionista, el radicalism o no debía
aliarse con nadie al m enos po r dos razones. L a prim era, fundada
en la tradición de la religión cívica, indicaba que la U C R en c arn a ­
ba en sí m ism a a la totalidad de la nación. La segunda, po rq u e esta
alianza era hija de una polarización extranjera y, para algunos, no
había ninguna razón que hiciera m ás terribles a los nazis que a los
británicos. Para term inar de com plicar la situación interna, el 23
de m arzo de 1942 m oría A lvear, dejando un partido dividido y un
vacío de liderazgo que desnudaba aun m ás una crisis que parecía
no ten er fondo.
A pesar de la debilidad de la oposición radical, la intención de
C astillo de fundar un exclusivism o c o n serv ad o r tam bién ten ía lí­
m ites m uy m arcados. P or un lado, sólo podía sostenerse m ediante
el fraude, lo que reeditaría un cíclico escenario de tram p a y vio­
lencia; po r otro, debía co n tar con una im probable pasividad de la
U C R y con el apoyo de un ejército en el que Justo — repentina­
m ente convertido en adalid de la dem ocracia com o público defen­
sor del ingreso de la A rgentina en la g uerra y nuevam ente volcado
a la oposición— seguía teniendo po d ero sas influencias. N inguna
de estas dos últim as condiciones estaba asegurada pero, si en la
cuestión radical poco era lo que C astillo podía hacer y, po r otra
parte, no parecía necesario preocuparse dem asiado en v irtud de la
propia crisis partidaria, el escenario castrense ofrecía, en cam bio,
algunos cam inos para el desarrollo de la estrategia presidencial.
Así, Castillo concentró sus esfuerzos en la elaboración de un acuer­
do con el secto r nacionalista. L as condiciones leoninas que tuvo
que aceptar el presidente dem ostraron hasta dónde se había inver­
tido el peso específico de las partes desde 1930.
E n efecto, a cam bio de su apoyo, a fines de 1942 los oficiales
nacionalistas se alzaron con el M inisterio de G uerra para el g en e­
ral P edro Pablo R am írez y con los m andos m ás im portantes. Pero
ya un año antes habían obtenido el cierre com pulsivo del C oncejo
D eliberante porteño, y estuvieron a punto de conseguir el del C on­
greso N acional, y el m antenim iento de la política neutralista en la
guerra m undial. M ientras las tro p as alem anas se encontraban a las
puertas de M oscú, ciudad que gozaba ahora de las sim patías de
una prensa que diariam ente le dedicaba sus titulares, C astillo pri-
vilegiaba su alianza con los oficiales y v o c e ro s nacionalistas p o r­
que creía, probablem ente con razón, que era ésta su única carta
para sostenerse en el poder. El fracaso del am bicioso plan eco n ó ­
m ico proyectado po r su m inistro Federico Pinedo le había m o stra­
do que ni siquiera podía co n tar con el apoyo de los po d ero so s de la
econom ía.
D e este nuevo escenario nació a fines de 1942 la posibilidad de
un acercam iento entre la U C R y Justo, quien, finalm ente, parecía
v er realizada su ilusión de encabezar la fórm ula radical o, al m e­
nos, la de una eventual U nión D em ocrática. P ara una parte de los
dirigentes del C om ité N acional, Ju sto era la única figura capaz de
enfrentar con éxito un posible fraude de Castillo y, sobre esta base,
se acercaron al viejo enem igo. El radicalism o bonaerense venía
dando pasos por dem ás firmes en este sentido. M ientras tanto, Justo
dialogaba con im portantes dirigentes conservadores, com o R odolfo
M oreno, para incorporarlos a esta nueva p ropuesta política, al tiem ­
po que com enzaban a abrirse los prim eros com ités que proclam a­
ron su candidatura, algunos autoproclam ados independientes, otros,
radicales.
M uertos O rtiz y A lvear, Castillo y Justo eran los hom bres del
m om ento, pero o tra m uerte volvió a m odificar el cuadro. En enero
de 1943, pocos m eses antes de las elecciones, m oría Justo, dando
p or tierra con to d a esta posible estrategia. C astillo parecía no tener
rivales y es probable que, paradójicam ente, esa situación term ina­
ra con su capacidad de negociación frente a los m ilitares naciona­
listas que, sin Justo, se daban cuenta de la inexistencia de una
figura capaz de equilibrar su poder. P ivoteando sobre la cada vez
m ás frágil alianza entre el go b iern o y la oficialidad nacionalista,
desde el C om ité N acional del radicalism o se lanzaron señales fir­
m es ofreciendo la cabeza de su fórm ula al m inistro de G uerra, el
general R am írez, que había llegado al cargo p o r la presión de la
oficialidad nacionalista. La trascendencia pública de este eventual
acuerdo naturalm ente enfrentó a Castillo con su m inistro. El pre­
sidente pidió su renuncia y la respuesta de R am írez fúe su d e rro ­
cam iento el día 4 de junio: así se produjo el prim er golpe de E sta ­
do en el cual el E jército participó autónom a e institucionalm ente,
bajo el com ando de sus m ás altas jerarquías. Finalm ente ab ando­
naba su rol com o árbitro, o com o sop o rte de una política civil,
para o cu p ar un lugar com o protagonista principal a cara descu­
bierta.
CRISIS, INCERTIDUMBRES Y CONVICCIONES
El golpe de junio de 1943 puso fin a un período político y, al
igual que el golpe de 1930, deja com o interrogante postum o la
pregunta sobre qué habría sucedido de no haber tenido lugar. Com o
sea, los años trein ta han quedado en la m em oria histórica com o un
período de crisis política profunda, una visión que no resulta sor­
prendente to d a vez que la crisis fue tam bién una clave privilegia­
da de com prensión para los propios contem poráneos. Sin em bar­
go, m uchos de los rasgos de esta crisis estaban inscriptos en las
m odalidades q u e la política argentina había asum ido a partir de la
am pliación de la participación electoral producida en 1912.
La m odalidad electoral diseñada en la reform a de 1912 y el ejer­
cicio co n creto del v o to se instalaron en la cultura política argenti­
na, a la vez, com o un m ecanism o institucional y aritm ético de p ro ­
m oción de rep resen tan tes y com o un ritual social. En el prim er
sentido, la presencia de las m ayorías y m inorías se encontraba g a ­
rantizada según una p ro p u esta que intentaba prescribir un sistem a
bipartidario a trav és de la aplicación de la lista incom pleta. P o r su
parte, la C onstitución delim itaba los co ntroles y co n trap eso s del
funcionam iento republicano. Sin em bargo, el ejercicio de v o to fue
tam bién el m om ento culm inante de un ritual colectivo cuya im ­
portancia en la conform ación de las identidades y los valores so ­
ciales aun no ha sido ilum inada en to d a su dim ensión. Lo que p a ­
rece claro es que una de sus consecuencias fue que las fórm ulas
institucionales republicanas quedaron com pletam ente opacadas por
la c o n stru c c ió n de id en tid a d e s p o líticas fu n d ad a s en v isiones
totalizantes y deslegitim adoras del otro. É se era ju stam en te el sig­
nificado de la “ causa” radical y la “razó n ” conservadora, incapa­
ces de considerar legítim a la existencia de una oposición.
É sta no era una característica novedosa, pero el crecim iento de
la participación electoral am plió su dim ensión y sus co n secu en ­
cias. Lo que hasta 1912 había sido parte de los discursos de unos
actores que no necesitaban consagrar su posición en elecciones
com petitivas, luego de esta fecha se convirtió en una de las herra­
m ientas m ás form idables para el ejercicio de la política. C om o
sucedía en o tra s tantas experiencias de O ccidente, la política de­
m ocrática de m asas con su necesidad de construir m ayorías elec­
to rales en públicos am plios y hetero g én eo s— tendía naturalm ente
a d ram atizar las consignas y la expresión de los valores. De esta
m anera, se fue consolidando un sistem a político cuyos acto res se
veían a sí m ism os com o am igos o enem igos, com o m ayorías in­
discutibles, com o p o seedores de razones verdaderas e incontrasta­
bles. En coyunturas de relativa tranquilidad, estas características
no provocaban consecuencias dem asiado espectaculares, pero, en
m om entos de crisis, derivaban fácilm ente en acciones violentas.
En los años posteriores a 1930 se abrió un ju eg o político en el
cual la repulsión po r la alternancia term inó elim inando to d o rastro
de unas reglas de ju e g o com unes. E n la escena resultante, gobier­
no y oposición fueron vaciando los com icios de to d o su sentido
ritual e identitario: el prim ero, incapaz de abandonar la pública
transgresión de los principios que lo sostenían; la segunda, a tra p a ­
da en una política m oderada, en parte elegida y en parte im puesta
por las circunstancias, que daba aliento ta n to a las críticas com o a
las tendencias centrífugas. L o que resulta significativo de los c o ­
m icios de 1942 no es tan to la derro ta radical, sino el escaso en tu ­
siasm o que despertaron, incluso, cuando se tratab a de criticar al
fraude; la política local sólo transm itía incertidum bres y una c re­
ciente anom ia. El profundo im pacto que los clivajes de la guerra
m undial produjeron en los discursos políticos locales desnuda un
abandono parcial de los principios au tóctonos, pero, a la vez, re­
vela la perduración de los m arcos de una cultura política gustosa
de las versiones extrem as de la realidad.
Sin em bargo, no debe confundirse la coyuntura de 1942 y 1943
con un cam bio de largo plazo. En poco tiem po, el sufragio volve­
ría a adquirir un p o d ero so sentido social, recuperando su función
de ritual identitario cada vez m ás efectivo a la hora de expresar
una m atriz totalizante y negadora del otro. L as incertidum bres de
1943 darían paso a convicciones firm es con una notable rapidez.
b ib l io g r a f ía

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PARADOJAS

L a década que com enzó en


1930 registró tran sfo rm acio ­
nes radicales en el te rrito rio
nacional, tan to en su o rg an i­
zación m aterial com o en las
representaciones culturales a
trav és de las cuales se lo in­
terp retó , dejando hondas m ar­
cas hacia el futuro. L as políti­
cas que surgieron com o rece­
ta casi universal después del
crack de 1929 fueron llevadas
adelante en nuestro país por un
E stado que contaba ya con una
larga tradición de intervención
sobre la sociedad. P ero la ne­
cesidad de sustituir im porta­
ciones generó una nueva acti­
tu d pública favorable a la di­
versificación p roductiva. D e
e s ta fo rm a se te rm in a b a de
poner en cuestión el esquem a
esp acial n acional q u e había
caracterizad o el ciclo de “cre ­
cim iento hacia afuera” , con su
d esp ro p o rc io n a d o desarrollo
del litoral frente a un interior
escasam ente vinculado a los
circuitos productivos, explota­
do selectivam ente en función
de la e x tra c c ió n p u n tu al de
p ro d u cto s prim arios destina­
dos a la exportación. D urante
los cincuenta años de paz que
siguieron a la federalización
de B uenos Aires, la vieja p o ­
lém ica política acerca de las
relaciones entre el p u e rto y el
interior se había m antenido latente, asordinada por el éxito del
m odelo económ ico agroexportador; hacia 1930, lo que parecía la
quiebra definitiva de ese m odelo la reactivó.
Sin em bargo, no se trataba, com o en los años de la O rganiza­
ción N acional, de disputas po r el centro político del país, sino de
una revisión del sentido económ ico y cultural de sus diferentes
regiones. Para A lejandro Bunge, que no era un crítico del m odelo
ag ro ex p o rtad o r en sí, debía aceptarse con realism o que su ciclo
había term inado para siem pre. En función de ello, había que b u s­
car roles para el país adecuados al nuevo concierto m undial, a tra ­
vés de un desarrollo autónom o que para su éxito requería de la
puesta en régim en de producción del conjunto del territo rio nacio­
nal. “C rear m ercado” , proponía B unge com o consigna de la hora,
y eso significaba una nueva actitud nacionalista y proteccionista:
la prom oción de una integración territorial que perm itiera la c o n ­
quista del m ercado nacional con regiones diversificadas, pero en
continuo co n ta c to para com plem entar la prod u cció n y el c o n ­
sumo.
É stas fueron las variables económ ico-productivas de la cues­
tión territorial en la década del treinta, en cuyo desenvolvim iento
tendría un rol prim ordial la acción estatal. D entro de ella, hubo un
secto r particular de la obra pública que caracterizó el período, con
la peculiaridad de desencadenar una serie de fenóm enos aso cia­
dos en la transform ación territorial: la construcción de cam inos.
D urante los años treinta se construyó la red cam inera troncal del
país, que estructuraría po r décadas las com unicaciones naciona­
les, poniendo el eje en el tran sp o rte a u to m o to r y desplazando al
ferrocarril, que estaba relacionado con el esquem a ag ro ex p o rtad o r
y su centro imperial, Inglaterra. A su vez, el binom io cam ino-auto­
móvil era com pletado por otro factor productivo em blem ático de
las búsquedas de autonom ía económ ica de la época: el petróleo,
insum o cuya im portancia crecía tam bién en el desarrollo industrial.
E sto s fenóm enos irrum pieron con gran dinam ism o en la década
de 1930, vinculando la acción estatal a un decidido im pulso de
m odernización del interior; un im pulso expansivo que buscaba la
“urbanización del país” . El m odelo basado en la ag ro exportación
había podido desarrollarse con B uenos A ires com o puerto y puer­
ta a espaldas del país. E n cam bio, la sustitución de im portaciones
suponía, de acuerdo con los técnicos e intelectuales que la p rom o­
vían com o política pública, una nueva alianza nacional presidida
po r el E stado, con objeto de que el progreso m etropolitano se di­
fundiera com partiendo sus beneficios. Se industrializarían las ciu­
dades del interior, se m odernizarían las técnicas rurales y los siste­
m as de posesión de la tierra, se diversificaría la producción y se
interconectarían los hábitos regionales. A diferencia del im agina­
rio decim onónico, la B uenos A ires “ e u ro p ea” ya no se im pondría
sobre una ta b u la ra sa , sino que se debía im pulsar la generación de
un nuevo tablero nacional en el que B uenos Aires se “argentinizara”
y el interior del país se renovara, ofreciendo las reservas para la
salida económ ica y cultural a la crisis.
Los años treinta se presentan así com o un período de m oderni­
zación radical del país y de su territo rio liderada po r el E stad o y,
en consonancia, com o un m om ento de hom ogeneización en clave
urbana de hábitos sociales en una escala nacional. Sin em bargo,
este paisaje de m odernización y cohesión nacional no se alinea
fácilm ente con algunas de las im ágenes m ás recu rren tes que nos
han q u edado del período, fundadas en la crisis y el fraude, que
hicieron gan ar a la década el adjetivo de “ infam e” , especialm ente
desde el punto de vista de la crítica a un E stado poco consustanciado
con los intereses del país. Se tra ta de un período fuertem ente a tra ­
vesado po r este tipo de contrastes, tan to en el propio proceso his­
tó rico com o en las interpretaciones que de él hicieron sus co n tem ­
poráneos. La m era caracterización de sus no tas dom inantes g en e­
ró planteos contradictorios: restauración agropecuaria o im pulso
industrializador; liberalism o d o ctrinario o no v ed o sa injerencia es­
tatal; conservadurism o o m odernización; defensa de los intereses
británicos o nacionalism o.
Ezequiel M artínez E strada, en R a d io g r a fía d e la P a m p a , hizo
de la paradoja un verdadero m o to r de su indagación sobre los “ m a­
les” argentinos, com o señaló Liliana W einberg, para m ostrar que
el pro g reso puede tra e r atraso, el enriquecim iento, m iseria, y la
civilización, barbarie. Y es indudable la analogía de ese p ro ced i­
m iento retó rico de M artínez E strad a con el espectáculo del país
p o sterio r a la crisis de 1930: una paradoja notable, por ejem plo,
definitoria en los co n trastes territoriales del período, es que la elite
que se había instalado en el p o d er para restau rar los buenos viejos
tiem pos de la sociedad oligárquica y el orden ag ro ex p o rtad o r seria
la encargada de im pulsar una notable m odernización urbana e in­
dustrial.
E sta paradoja bien puede considerarse una clave de lectura para
in terpretar las contradicciones y los lím ites del p roceso de indus­
trialización por sustitución de im portaciones, del intervencionis­
m o estatal, de las políticas de alianza con Inglaterra. Y la dim en­
sión territorial tiene la peculiaridad de poner al rojo vivo este ca­
rác ter paradójico: el m ism o gobierno que buscó beneficiar los in­
tereses ingleses fue el que term inó construyendo la red troncal
vial que habría de d estru ir to d a viabilidad económ ica del principal
de esos intereses, el ferrocarril. A sim ism o, ciertas acciones del
gobierno obstaculizaron el desarrollo p etro lero estatal, p ero al
m ism o tiem po se lo im pulsó com o política de E stado, con el efec­
to señalado de industrialización del país y m odernización del inte­
rior. En el curso de esa tarea, a su vez, se conform ó una ideología
nacionalista que tuvo en su centro la im agen tan difundida de rela­
ción inequívoca entre YPF, territo rio interior, soberanía e interés
nacional.
Se trata de aspectos antinóm icos que pueden explicar, por su
parte, que el interés estatal en la hom ogeneización territorial no
haya tenido un resultado lineal. Cabría, en cam bio, hablar de un
éxito pírrico, ya que se tradujo en una exasperación de las co n tra­
dicciones territoriales, que al ponerse en evidencia cristalizaron
representaciones inversas, produciendo así una reacción co n tra el
m odelo del país urbano que se alim entaba de los m ism os m otivos
que habían alentado su expansión. E s necesario contem plar que
las relaciones entre las transform aciones efectivas y sus rep re sen ­
taciones son com plejas, ya que am bas son dim ensiones dinám i­
cas, con lógicas propias que se encontraban en pareja m utación.
De hecho, buena p arte del carácter paradójico de los conflictos
interpretativos sobre la década de 1930 podría hallar su explica­
ción en el hecho de que po r entonces se puso en co n tacto una am ­
plia acción estatal de m odernización territorial con una larga tra ­
dición cultural que había identificado en el territo rio la clave de
los m ales argentinos, com o m uestra la línea interpretativa que va
de Sarm iento a M artínez E strada. Tal tradición veía en la ex ten ­
sión pam peana la m arca m aterial de la im posibilidad de cultura, y
con la im agen del “d e sie rto ” igualaba naturaleza y pasado: el v a ­
cío, la barbarie, la ausencia de to d a huella en la que anclar la nue­
va civilización propia de un país m oderno. Para la voluntad cons-
tructivista del siglo X IX , esa ausencia pudo parecer auspiciosa,
pero a partir de la crisis del ’90 com enzó a repararse casi con ex­
clusividad en su cara som bría.
C olocar esas interpretaciones sobre el territorio dentro de una
larga tradición cultural im pide el reflejo sim plista de analizar el
clim a intelectual de los años treinta com o p ro d u cto exclusivo de
la crisis social y política que p rodujo el golpe militar, al m ism o
tiem po que exim e de discutir si los diagnósticos pesim istas se ju s ­
tificaban. D u ran te el período tuvo lugar una sobredeterm inación
en esa tradición cultural, en la que confluyeron capas de diferentes
orígenes ideológicos y tem porales: diversas “ restauraciones” na­
cionalistas; el organicism o cultural de las in terpretaciones sobre
la crisis civilizatoria de en treg u erras, con su relación m ecanicista
entre suelo y cultura; el criollism o de las vanguardias estéticas de
los años veinte, con su reivindicación m etafísica de la pam pa com o
clave del alm a argentina. F ue ésa la sintonía en que los visitantes
de finales de la década del veinte, O rteg a y G asset, W aldo Frank,
K eyserling, fueron interro g ad o s ávidam ente com o “quirom ánti-
co s” , según la expresión de V ictoria O cam po, po rq u e se les pedía
que interpretasen la Pam pa com o la palm a de la m ano de la A rgen­
tina. Así, W aldo F rank p arece m ediar entre Sarm iento y M artínez
Estrada: “ Sois una nación potencial perdida en la vastedad de vues­
tra tierra. V uestra tristeza es eso: estar perdidos” . N ación p o ten ­
cial: “L a Pam pa: prom esas” , titulaba O rtega y G asset, extrayendo
de los horizontes pam peanos la explicación de la ausencia de rea ­
lización del hom bre argentino. Y los principales ensayos de la d é ­
cada del treinta dialogaron una y o tra vez con esas intuiciones,
desde Scalabrini O rtiz, cuyo E l h o m b re q u e e stá s o lo y e sp e ra de
1931 puede leerse com o un program a de refutación de las conclu­
siones de O rteg a y G asset, aunque no de su enfoque, hasta E d u ar­
do M allea, que en H is to r ia d e u n a p a s ió n a rg e n tin a siguió de c er­
ca las observaciones y el to n o de Frank.
Pero si estas sobreposiciones tuvieron cierta autonom ía de la
peculiar coy u n tu ra del treinta, es indudable que ésta les dio una
coloración específica, ya que el desarrollo de un discurso público
nacionalista realim entó en los círculos intelectuales la reflexión
sobre la cu ltu ra nacional. El “ conocim iento del país” , buscado
eufórica o angustiosam ente p o r las p roducciones culturales del
período, m uestra así otras facetas. L a nueva situación llevó a que
no fuera ya suficiente para la construcción de un im aginario na­
cional la com posición de un m osaico de peculiaridades p in to res­
cas; se hacía necesaria la figuración de un espacio nacional, te rri­
torial, cultural y económ icam ente cohesionado. Así, se pro d u je­
ron nuevas determ inaciones rápidam ente alineadas con la figura
econom icista de la “ sustitución de im portaciones” . El propio O r­
teg a y G asset lo fraseó de m odo elocuente apenas iniciado el año
treinta, en “P o r qué he escrito ‘El hom bre a la defensiva’” , al a d ­
v ertir que el argentino enfrentaba “un m om ento grave de su histo­
ria nacional, cuando — después de dos generaciones en que ha vi­
vido de fuera— tiene que volver a vivir de su propia sustancia en
to d o s los órdenes: económ ico, político, intelectual” . Sustitución
de im portaciones en la econom ía, sustitución de im portaciones en
la cultura; tal fue el estad o de ánim o que im peró en los años trein ­
ta, y que vinculó la consigna de “crear m ercad o ” con la reivindica­
ción cultural de que “es hora, para los honestos, de em pezar a cons­
truir aquí, pisando n u estro suelo” , com o se dirá en la revista de
arquitectura Tecné a com ienzos de la década de 1940. Se expresa­
ba así un giro hacia el “descubrim iento del interior” , m etáfora de
la revinculación con una A rgentina “ p rofunda” y de la necesidad
de arraigo de la cultura elusiva de sus habitantes.
El pasaje de una dim ensión a o tra y de un extrem o al o tro de la
década estuvo tam bién m arcado por la clave paradójica, aunque
sus m otivos e stru ctu ran tes suenen sim ilares. El “crear m ercado”
había ap u ntado a la radicalización de una m odernización te rrito ­
rial, de aliento estatal y carácter urbano, que había llegado a su
límite. P o r su parte, “el descubrim iento del interior” , hacia el fin
de la década, había sum ado la p reocupación social a la cultural y
culm inaba en un m odelo alternativo de m odernización: co n tra el
país urbano, el país rural. L a crisis del cam po y la explosión u rb a ­
na de B uenos A ires son dos pro ceso s que hicieron eclosión sobre
el final de la década, pero que m arcaron retrospectivam ente to d o
el período; po r eso, para caracterizarlo, José Luis R om ero utilizó
una expresión que m uestra la m utua vinculación de esos procesos:
la “ofensiva del cam po sobre la ciudad” . U na “ofensiva del país
rural” que fue crítica de la p ropuesta de construcción de un país
urbano forjada a principios de la década, p ero de la que al mism o
tiem po era su consecuencia directa.
A LA BÚSQUEDA DEL "PAÍS URBANO"
El territorio y las obras públicas

L a crisis de 1930 fue leída por los elencos técn ico s y políticos
con peso en el poder público com o un síntom a que revelaba la
necesidad de una m ayor intervención del E stad o en la econom ía,
m ás allá de que los diag n ó stico s difirieran sobre su profundidad y
duración, y sobre la capacidad del país para superarla. E n relación
con el territorio, estas cuestiones se tradujeron en un increm ento
de las o bras públicas, consideradas tradicionalm ente com o el so ­
p o rte de la producción y de las funciones asignadas al E stado. Se
tra tó , íundam entalm ente, de u n a m odernización de la infraestruc­
tu ra de tran sp o rte, riego y alm acenam iento de la producción, y de
las condiciones de la vida rural, que buscaba una m ayor eficiencia
en la producción agrícola-ganadera.
Sin em bargo, la situación del cam po no fúe el único im pulso
p ara la am pliación de la o b ra pública en los inicios de la década.
L a sustitución de im portaciones obligó a concebir obras vincula­
das a la producción industrial y energética, a la vez que la cons­
tru cció n en general, y la o b ra pública en particular, eran vistas
com o actividades capaces de controlar la desocupación. L as c o n ­
signas del m om ento eran “ m odernizar el cam p o ” y “urbanizar el
país” , en otras palabras, construir un territo rio cohesionado y h o ­
m ogéneo sobre la base de nueva infraestructura y nuevo equipa­
m iento.
L a relevancia co b rad a p o r el M inisterio de O bras Públicas in­
form a sobre la m odalidad que fueron adoptando estas p reo cu p a­
ciones. Su principal centro de acción lo constituyó la red cam ine­
ra, aunque el increm ento en obras o proyectos de arquitectura, hi­
dráulica y elevadores de gran o s no debe ser soslayado. Tam bién
debe atenderse el parcial ingreso de la obra pública en terren o s
que anteriorm ente no form aban parte de sus com petencias, a tra ­
vés de ciertos program as de acción social que en la década si­
guiente enfatizaría el peronism o. El m inisterio había sido creado
en 1898, y el período 1932-1940, cuando lo dirigió M anuel R.
A lvarado, constituyó una etapa principal de su desarrollo. L a in­
auguración en 1936 de su nueva sede, un “rascacielos” m odernis­
ta en la aún incipiente avenida 9 de Julio, fue p arte de la política
de centralización de la actividad de cada uno de los m inisterios.
C on el edificio se creaba una nueva im agen pública de la in stitu ­
ción, vinculada a la m odernidad y el p ro g reso , y a la creciente
intervención del E stad o en la configuración del territorio; era una
consecuencia de su actividad a la vez que un sím bolo de su p ro ­
gram a institucional.
Los gobiernos provinciales, aunque de m anera desigual de acuer­
do con sus recursos y su orientación política, avanzaron en senti­
dos sim ilares al planteado p o r el gobierno nacional, en m uchos
casos superando sus propuestas. El gobierno del Partido D em ó­
crata N acional en M endoza (1932-43), p o r ejem plo, sobre todo
durante la gestión de G uillerm o C ano (1935-38), adem ás de desa­
rrollar una am plia p ro tecció n a la industria vitivinícola, estim uló
la producción de cem ento, el petróleo y el turism o, y p ropuso un
am plio plan de obras públicas donde se destacaban las áreas de
vivienda, salud y educación; en 1940 se llam ó a concurso para la
concreción de un Plan R egulador para la ciudad de M endoza. En
el caso de la provincia de B uenos Aires, el g o b ern ad o r M anuel A.
F resco (1936-1940) sólo redujo la am bición de sus planes provin­
ciales de obras públicas cuando el gobierno nacional negó a u to ri­
zación para continuar em itiendo los em p réstito s provinciales que
los financiaban. U na am plia acción de equipam iento para las ciu­
dades provinciales (cem enterios, sedes gubernam entales, m atade­
ros, aeródrom os) coexistió con p royectos de vivienda urbana (se
creó el Instituto de la Vivienda O brera) y rural (a trav és del Institu­
to C olonizador de la provincia, o tra de las prom ociones de su g o ­
bierno) y con im portantes obras ligadas al turism o.
El reconocim iento del v alo r de las o b ras públicas no era exclu­
sivo de los conservadores, sino que se extendía a m uchos o tro s
gru p o s políticos. El bloquism o sanjuanino, durante el gobierno de
Federico C antoni (1932-1934), im pulsó la construcción de em ­
presas con fuerte participación estatal (B odegas del E stado, A zu­
carera de C uyo y M arm olería del E stad o ), a la vez que se m antuvo
particularm ente activo en áreas com o vialidad, irrigación y vivienda
rural. Los gobiernos radicales de C ó rd o b a (A m adeo Sabattini y
Santiago del C astillo, 1936-43), a trav és de su eslogan electoral
“A gua para el N o rte, cam inos para el Sur y escuelas para to d a la
provincia” , ponían tam bién en prim er plano las o bras públicas.
A su vez, ciertas reparticiones estatales desarrollaron notables
am pliaciones de su prod u cció n a nivel nacional. La D irección de
Ingenieros M ilitares construyó cuarteles en distintos p u ntos del
país y obras de particular envergadura en B uenos Aires, cuyo inte­
rés trascendía el plano m ilitar para insertarse en una renovación
m ás global de la producción arquitectónica. F ue el caso del barrio
de viviendas Sargento C abral en C am po de M ayo, o del H ospital
M ilitar Central.
En la m ayor parte de esto s ejem plos se hace presente la ex p lo ta­
ción de la capacidad sim bólica y expresiva de la arq u itectu ra m o­
derna p o r parte del E stado. Su lenguaje de form as geom étricas,
techos planos, m uros desnudos y blancos, expresaba m ucho m ás
que cam bios internos a la arquitectura: a través de im ágenes, d es­
plegaba un discurso que hablaba de pro g reso y de una transform a­
ción productiva basada en la técnica. P o r otra parte, se tratab a de
un lenguaje fuertem ente asociado a lo urbano, cuya incorporación
al paisaje del cam po o de las pequeñas localidades del interior
evocaba tam bién las consecuencias deseables de tal tran sfo rm a­
ción en la dim ensión social y cultural; el p ro g re so rescataría de su
atraso al habitante del interior. C am po y ciudad dejarían de ser
antagonistas, para que el prim ero se transform ara en una suerte de
prolongación de la segunda.
M ás allá de esto s significados básicos que se reiteraban en las
propuestas m odernizadoras estatales, existieron variantes en cuanto
a elecciones form ales y a m odelos de referencia. Así, la m oderni­
dad que proponía la arquitectura de los planes de F resco era m ás
audaz que el austero racionalism o de los planes m endocinos o el
elegante m odernism o de las escuelas cordobesas. La especie de
expresionism o mal tem plado que caracterizó buena parte de los
edificios co n stru id o s en el interior de la provincia de B u en o s A i­
res puede ser ju zg ad o , a prim era vista, com o m era extravagancia
form al, p ero en realidad tensa y extrem a una búsqueda de expresi­
vidad político-cultural de la arquitectura que fue propia de buena
parte de la producción estatal de la década. La m onum entalidad
m odernista de las obras prom ovidas p o r Fresco se proyectaba com o
una representación elocuente de m odernidad y progreso, directa y
carente de am bigüedad. C argada p o r un fuerte program a sim bóli­
co, esta arquitectura parecía obligada a apelar a to d o s los recursos
para ser visible, construyendo nuevos hitos urbanos o territoriales
que señalaran la radical novedad de los program as económ icos,
sociales o culturales que encarnaban. La extrañeza con respecto a
su entorno inm ediato, en lo que atañe a form a, colores o dim ensio­
nes, era deliberada, porque constituía la im agen de un cam bio que
se iniciaba en el presente, a la vez que contenía una prom esa de
futuro; esta arquitectura se erigía al m ism o tiem po com o instru­
m ento y sím bolo del cam bio. La sólida alianza entre arq u itectu ra
m oderna y E stad o fue central para la difusión de las form as y e sté ­
ticas m odernistas en la sociedad. Y am bos fueron los hechos ca­
racterísticos de los años treinta, aunque las rutinas del eclecticis­
m o no abandonaron los tab lero s de dibujo de las reparticiones es­
tatales de un día para el otro.
Sin em bargo, las acciones llevadas a la práctica fueron notab le­
m ente inferiores a las carencias que se detectaban. H ubo, por ejem ­
plo, un notable atraso en el desarrollo de la infraestructura de ae­
ropuertos, ya que la construcción de uno para B uenos A ires fue
propuesta p o r el C ongreso en 1932, pero los estudios sobre su lo­
calización to m aro n m ás de una década, dem orando la concreción
de la obra, que se inició recién en 1944 en la localidad de E zeiza.
O tro caso fue el de diques y represas hidroeléctricas, que com en­
zaron a planificarse a fines de la década del tre in ta (El Cadillal en
Tucum án o El Nihuil en M endoza), pero cuya construcción efecti­
va fue im pulsada recién p o r el peronism o. Finalm ente, la inter­
vención del E stad o en la co n stru cció n de viviendas m asivas, en­
tendida com o un conjunto de acciones planificadas, sostenidas en
el tiem po y relevantes desde el punto de vista cuantitativo, fue
o tro tem a que se vio postergado en la práctica hasta que el p e ro ­
nism o las encaró.
L a m odernización, entonces, en contraba sus límites. E n ellos es
posible reco n o cer las huellas del conservadurism o político de sus
im pulsores, sus dudas e incertidum bres frente a los grandes cam ­
bios que estaban enfrentando, y su prudente apego a una política
fiscal equilibrada. P ero tales lím ites no afectan el im pacto del v o ­
lum en de lo realm ente realizado, y esto se trad u jo en el im aginario
social bajo la form a de un lugar com ún de larga duración, los g o ­
biernos co n serv ad o res “hacen o b ra” . E sto significaba que “hacer
obra” a trav és de em prendim ientos públicos era sinónim o de “buen
gobierno” , en un argum ento donde la política era entendida com o
“ p ro g re so ” en el “bienestar general” , interpretación alentada po r
los nuevos roles del E stad o en la vida social. “L o s conservadores
roban, pero hacen obra” : gobiernos que fueron sinónim o de c o ­
rrupción, fraude electoral o intim idación política, se legitim aban
en su capacidad ejecutiva a trav és de la obra pública. D esde este
punto de vista, la obra pública y sus im ágenes adquirían una nueva
dim ensión sim bólica, ya que parecían to m ar partido dentro de la
vieja alternativa adm inistración/política. La obra pública perm itía
a los co nservadores presen tarse com o eficaces adm inistradores
em peñados en una tarea am plia y patriótica, que buscaba el bien
com ún, y desvinculada generosa y asépticam ente de los intereses
partidarios o sectoriales con los cuales identificaban a “la política” .

El territorio como espacio de la producción

La red de caminos

En la m ayor parte de las obras públicas es posible, entonces,


introducir m atices entre los im aginarios y lo realm ente producido;
pero hay un secto r de la obra pública en el cual la década de 1930
m arcó un antes y un después: la construcción de cam inos. E ste
hecho em palm ó con tendencias internacionales iniciadas en la pri­
m era posguerra, aunque la inm ensa difusión propagandística a ni­
vel internacional de la obra vial se p rodujo a p artir de 1933, cuan­
do en E stados U nidos se transform ó en una de las recetas con que
el N ew Deal com batió la depresión y en A lem ania en uno de los
em blem as del despegue nacional que prom etía el régim en nazi.
El autom óvil se im ponía com o el m edio de tra n sp o rte del siglo
XX. E n la A rgentina, el surgim iento del m ercado a u to m o to r local
y su p o ste rio r afianzam iento en la década del veinte constituyeron
un efecto de la expansión del com ercio norteam ericano en A m éri­
ca Latina a partir de la Prim era G uerra M undial. C om o parte de
esa expansión, se radicaron subsidiarias de em presas norteam eri­
canas; Ford M o to rs instaló una planta de arm ado de autom óviles
en el país en 1917 y la G eneral M o to rs lo hizo en 1925. C om o
plantea G arcía H eras, el establecim iento de com pañías financie­
ras asociadas, a partir de 1928, perm itió ofrecer facilidades para la
com pra de autom óviles, am pliando el m ercado. El inm enso d es­
pliegue publicitario apuntaba a consolidar nuevos patrones de con­
sum o entre las clases m edias y altas. Finalm ente, la radicación en
el país de G ood Year (193 0) y F irestone (1931) afianzó la preem i­
nencia norteam ericana en el rubro. La crisis y el control de im por­
taciones frenaron el crecim iento del m ercado a u to m o to r hasta la
recuperación de m ediados de la década; a partir de esos años, la
tendencia ascendente fue sostenida.
C om o resultado de esa expansión, el tran sp o rte auto m o to r c o ­
m enzó a producir una transform ación en las com unicaciones. Ya a
m ediados de la década del veinte se había intensificado un debate
sobre los m edios de transporte, dentro del cual ocupaban un lugar
central las disputas de los p ro d u cto res rurales con los ferrocarriles
británicos po r la incidencia de las tarifas de tran sp o rte en el costo
de la producción. La necesidad de desarrollar nuevos m edios de
transporte era vista com o una urgencia po r los sectores que p ro ­
p u gnaban una m o d ern izació n de la in fra estru c tu ra : A lejandro
B unge y su R e v is ta d e E c o n o m ía A r g e n tin a venían siendo ejem ­
plos de esa actitud, observada con recelo p o r las em presas británi­
cas y, p o r esa razón, sin una acogida entusiasta en ám bitos ofi­
ciales.
L os prestigios del tran sp o rte a u to m o to r com binaban variados
argum entos, su m odernidad técnica, su novedad em presarial (que
contraponía los éxitos de la industria norteam ericana frente a la
decadencia irrem isible de la británica), la ductilidad que le perm i­
tía llegar con baja inversión a zonas alejadas, la posibilidad de
desarrollo de pequeñas em presas no m onopólicas para el tra n s­
p orte de carga, el desarrollo de industrias locales que proveían
parcialm ente a las autom otrices. C on esos argum entos, en B uenos
A ires to d a la oposición progresista, y buena parte de la opinión
pública, se pronunciaban en co n tra del m onopolio británico del
sistem a de tranvías y subterráneos, y a favor de la revolución del
tra n sp o rte urbano que había significado el surgim iento del c o le c ­
tivo.
Así se generalizó desde los años veinte la oposición entre el
ferrocarril y los tran sp o rtes de m o to r de explosión en to d o el país.
C om o resultado, el cam ino aparecía enfrentado a to d o aquello que,
en la econom ía y el territo rio argentinos, representaba el trazad o
ferroviario, sinónim o de los m ales del país, especialm ente de la
crisis de la producción rural y del crecim iento desacom pasado de
las diferentes regiones argentinas. P o r ello, la construcción de ca­
m inos era entendida com o una dem orada reafirm ación de la na­
cionalidad oprim ida p o r la “tela de araña” que habían tendido los
intereses británicos sobre el m apa nacional. Tal interpretación es­
tab a difundida en un am plísim o esp ectro político, que reunía des­
de la izquierda hasta los sectores nacionalistas, y que presentaba
al cam ino com o un sím bolo de la voluntad de desarrollo económ i­
co nacional. C uriosam ente, la acción gubernam ental de la década
del tre in ta fue la que m aterializó aquellos núcleos ideológicos de
los que serían sus opositores.
En efecto, la construcción de carreteras tuvo po r entonces un
desarrollo que no se igualaría p o r décadas. El principal im pulso a
la vialidad tu v o lugar en los inicios de la presidencia de Justo a
trav és de la ley 11.658/32, que creó un nuevo fondo nacional de
vialidad destinado al estudio, trazad o y construcción de cam inos y
o b ras anexas, o b ten id o p o r un im p u esto so b re la nafta y los
lubricantes. En el m ism o año se había creado, dentro del M iniste­
rio de O bras Públicas, la D irección G eneral de Vialidad de la N a ­
ción, sobre la base de dos reparticiones existentes. La ley 11.658
daría a este ente adm inistrador de fondos, proyectista y ejecutor de
obras, una m ayor autonom ía, ascendiéndola a D irección N acio ­
nal. E ntre 1932 y 1939, durante la gestión del ingeniero Justiniano
A llende P osse, integrante del círculo m ás estrecho vinculado al
presidente Justo, Vialidad construyó la p arte principal de la red
cam inera que estru ctu raría por décadas las c o m u n i c a c i o n e s n a c i ó -
nales. En 1932, el país disponía sólo de alrededor de 2.000 km de
cam inos de tránsito carretero perm anente; para 1944 la red nacio­
nal se había am pliado a casi 60.000 km, con m ás de 30.000 km de
cam inos de tránsito perm anente y más de 3.000 km en co n stru c­
ción, a los que se sum aban aproxim adam ente 8.000 km de cam i­
nos provinciales.
El plan integral delineado p o r la Ley de Vialidad preveía la unión
de las capitales y los centros de producción, y el acceso a los paí­
ses lim ítrofes, a los puerto s y estaciones ferroviarias. El trazad o de
la red nacional o troncal constituyó una p reocupación inm ediata:
B uenos Aires, Bahía Blanca, R osario y Santa Fe en el litoral, C ó r­
doba en el centro del territorio, Salta y R esistencia en el norte,
fueron los cen tro s cam ineros del sistem a. L as características espe­
cíficas de la región patagónica aconsejaron la construcción de dos
rutas paralelas de dirección norte-sur, vinculadas por rutas trans-

/•.'/ ingeniero José M. liustillo, ministro ¡Je Obras Públicas de la provincia de


H nenos. hres. muestra a H edor / ’ lilombery. periodista de Caras y Caretas.
versales. En cu an to a la com unicación con países lim ítrofes desde
B uenos Aires, en la ru ta 9 (P anam ericana) hacia B olivia se regis­
tra ro n los p rogresos m ás rápidos, a la vez que se avanzaba de m a­
nera algo m ás lenta hacia Chile, P araguay y Brasil. P ara 1940, los
o b jetiv o s iniciales del plan se consideraban cum plidos. Privile­
giando la integración nacional, los trab ajo s iniciales se d esarrolla­
ron en el interior del país, aunque ya a m ediados de la década se
em prendió el plan de acceso inm ediato a las grandes ciudades,
que com enzó con el trazad o de la avenida de circunvalación G e­
neral Paz en B uenos Aires, en 1936. E ra éste un proyecto experi­
m ental cuyos principios pensaban trasladarse m ás tard e a R osario,
C ó rd o b a y B ahía Blanca.
L as em presas británicas, ante la evidencia de que no podían
im pedir el desarrollo vial, buscaron al m enos que com plem entara
su propio trazado, proponiendo a las estaciones principales de fe­
rrocarril com o cabeceras de subsistem as viales locales. Sin em ­
bargo, vieron to d as sus aspiraciones derrotadas, ya que la red ca­
m inera se construyó en franca com petencia, organizando una red
tro n cal paralela a las principales vías férreas nacionales. D e tal
m odo, el volum en de cargas p o r ferrocarril descendió hasta el bo r­
de de la extinción a lo largo de la década. Y aquí aparece una de las
g randes paradojas presentes en el trazad o vial, ya que la oposición
brutal entre am bos sistem as alejó el reclam o o p o sito r y la política
del g obierno de to d a posibilidad de planificación racional de un
trazad o coordinado nacional que capitalizara la infraestructura ins­
talad a (cuando se dispuso la “C oordinación de T ransportes” fue
a p e n a s un in te n to fallido p o r p ro lo n g a r el c o n tro l b ritá n ic o
m onopólico). Y, sobre todo, duplicó en asfalto el problem a ya exis­
ten te en el riel: la configuración radial sobre B uenos A ires que,
pese a la potencial flexibilidad del cam ino y el m otor, no tardaría
en estabilizarse con consecuencias de larga duración.

E l p e tr ó le o

L a certidum bre de que los cam inos eran un facto r fundam ental
de m odernización de las com unicaciones, de desarrollo económ i­
co y de cohesión nacional se fortalecía tam bién po r sus vincula­
ciones con Y acim ientos P etrolíferos Fiscales, una em presa estatal
central en las aspiraciones a la autonom ía económ ica. La em presa
había sido creada durante el prim er m andato de Y rigoyen y estuvo
com prom etida con la cam paña po r la nacionalización del p e tró ­
leo, uno de los conflictos agudos del segundo m andato, al punto
de que en la literatura de la época el golpe del 6 de setiem bre fue
bautizado com o “golpe p etro lero ” . De hecho, notorios represen­
tantes de la Standard Oil, la com petencia norteam ericana, fo rm a­
ron parte del gabinete de U riburu y esa em presa consolidó su p o ­
der en Salta. Sin em bargo, Y P F experim entó un notable desarrollo
a lo largo de la década abierta en 1930.
En 1931, la tare a de extensión de la em presa había encontrado
un hito im portante en el c o n tra to firm ado con la provincia de M en­
doza, que le perm itió m onopolizar to d a la producción petrolera de
la región; en 1932 se ap ro b ó la prim era Ley N acional de P etróleo
y en 1934 se lim itaron las concesiones privadas y se convirtió to d o
el país en reserva fiscal. La participación de Y P F en el m ercado de
com bustibles, en expansión p o r el inicio de la red cam inera, au ­
m entó progresivam ente entre 1931 y 1934. En este últim o año, la
em presa se lanzó a p ropagandizar su tarea con un fuerte contenido
ideológico, a la vez que am pliaba los cuerpos técnicos dedicados a
la proyección y ejecución de obras — Jo rg e D e la M aría Prins,
responsable de la m ejor prod u cció n arq u itectónica de la em presa,
ingresó p o r entonces a la O ficina de Ingeniería— .
E ntre las obras em prendidas se contó el barrio obrero para la
destilería de La Plata y la gran cam paña de construcción de e sta­
ciones de servicio, lanzada en 1936. En las estaciones de servicio,
el estilo m oderno era utilizado com o im agen establecida en los
m odelos pro y ectad o s en serie desde la dirección central, que los
concesionarios debían resp e tar y reproducir. Las estaciones fun­
cionaban com o una suerte de com andos de vanguardia tecnológi­
ca, sinónim os de p ro g reso y m odernización. L a vocación didácti­
ca de la arq u itectu ra elegida e ra evidente: un m odernism o estiliza­
do, con claros m otivos icónicos (form as náuticas, pilotes, superfi­
cies lisas y blancas). C o n ten id o sim ilar al del edificio de los labo­
rato rio s de la em presa en Florencio Várela (una de las m ejores
obras del período), la D estilería San L orenzo, y el v asto com plejo
industrial, residencial y recreativo de C o m o d o ro Rivadavia, to d o s
iniciados en 1937.
Al m ism o tiem po, el p etró leo se convertía tam bién en un com ­
bustible fundam ental para las industrias, de m odo que to d as las
derivaciones de la industria petrolera parecían desem bocar natu-
raím ente en la p resen ta­
ción de Y PF com o una
em presa m odernizadora
y pujante, pionera en el
d e s c u b r im ie n to y la
atención de lejanas z o ­
nas del país a las q u e
hacía llegar el p ro g re ­
so. “Y PF hace cam inos,
Y P F h ace p a tria ” , fue
una de las ca ra c te rísti­
cas leyendas p u b lic ita ­
rias que com enzó a usar
la em presa en los años
treinta, acom pañada por
fotografías que m ostra­
ban una brecha abierta
en la selva norteña, un
a u to m ó v il a tra v e sa n d o
veloz un nuevo cam ino
recién d esb ro zad o o la
inauguración de una m o­
Publicidad de YPh. en el Boletín de d e rn ísim a e s ta c ió n de
Informaciones Petroleras. 1934.
servicio en un pequeño
poblado provinciano, en
el que debía p roducir un efecto de m odelo técnico y estético.
E sta im agen se apoyaba tam bién en la relación de la em presa
con o tras p rácticas muy novedosas y llam ativas, de exitosa expan­
sión social, com o el d e p o rte y el turism o. Y PF im pulsó a nivel
nacional el autom ovilism o, en su m odalidad de Turism o C a rre te ­
ra, que funcionó durante las décadas del treinta y el cuarenta com o
v erteb rad o r social y cultural de m uchos pueblos del interior, in tro ­
duciendo p autas m o d ern izad o ras y de integración regional. El
autom ovilism o realim entó tam bién el desarrollo de una m iríada
de p eq u eñ o s talle re s de a u to p a rte s, b ases sobre las cuales se
expandiría en las d écad as siguientes la industria a u to m o triz local.
A su vez, Y PF desarrollaba acciones que contribuyeron con la ex­
tensión a las clases m edias del turism o, que dejaba de ser una prác­
tica de elite, convirtiéndose en el m ecanism o privilegiado del “c o ­
nocim iento de lo p ro p io ” inseparable de la constitución de un ima-

162
ginario nacional. Y PF realizó un verd ad ero am ojonam iento de las
ru tas del país: sólo en el plan que realizó ju n tam en te con el A u to ­
m óvil C lub A rgentino, entre 1938 y 1943, construyó 180 estacio­
nes de servicio con sedes sociales en las principales ciudades, cam ­
pings, servicios recreativos y técnicos.
M odernización, nuevas técnicas, nuevas p rácticas sociales, in­
dustrialización, desarrollo del territorio. T odas esas valencias se
anudaban de m anera inequívoca en la im agen que construía YPF.
P ero tam bién, y m uy especialm ente, soberanía e interés nacional,
consolidando un im aginario nacionalista y favorable a la a u to n o ­
mía económ ica del país. En efecto, las im plicancias telúricas del
petróleo com o recurso natu­
ral propio, radicado en las
p ro fu n d id a d e s de leja n o s
rincones de la nación, sum a­
das a su creciente inciden­
cia en la prod u cció n indus­
trial y a las pujas interim pe­
rialistas p o r su control, se

...i/ f t i a n d o
p re s ta b a n a d e c u a d a m e n te
para cam pañas nacionalistas
que intentaban im poner los
p r o d u c to s de la e m p re sa
com o q u in ta e sen c ia de lo Y P'F d iv e ...
I
’ s u n a verd ad in e o n lro v e r- si va s ín t e s is de a r g c n liin t liid .'
argentino. 4 lil d e la .ir p o n U n id a d «le IV e l la d e riv a esa ‘ V a lid a d

“L a índole de la industria **'111


1 I" 1~. Km e s te id o . p o d e - arpe n l in a '’ d e lo s lu b r ic a n t e *

n w d e r.r q u r «•» u n a im p lu Y I* F. trA o r IH U m w « íIm > U .


del petró leo , la íntim a rela­ < * »>i e s i í i n de 14i a r c c n lin ii, e o n lo s m a le s , se lo a s e g u r a -

ción que tienen la ex p lo ta­


ción, desarrollo e industria­ lío s
la1..M.1di JuhríceleaúnJ<I Mofnrm.!
ste p u e b lo .

en
Con

(‘ I p a í s ,
SUS

V
v a r i-

I* I'
Cmnt.ilr m fuxjffr» y fim onnr) Jr

LtmiliKiiú i l Mutormñtil 1U rackt I

ta y el a I Mi ra c o n , . . .
lización del m ism o con la A in a l p r o p io , q u e e s a r p e n - uu >« >ou en *,

defensa nacional y la eco n o ­ t r a n s p o r t a s u p r o d u c c ió n


„ ,
1 1 P U N T O S DE
S U P E R IO R ID a B •
su f i ó l a , q u e e s la m as * U J. J . . « . . _

mía del país, y la lucha uni­


....................... unu .'" i | ir c s a ™ . , H •
versal que se ha entablado lr ,.,l v d is lr ib l.y ,- '• .

po r apoderarse de los cam ­ |»ro d u e l o s eon e l c i i i e n l«r

pos petrolíferos han dado a


esta ram a de la industria un
carácter em inentem ente na­
cionalista” , escribía el p re­
LUBRICANTES YPF
10 0 “/. ARGENTI NOS
V ............ V I 'F .lio - . . . I ........'....I ,- n i.- . . . u . - n i n i d , iln-r l.i i v i . l .

s id e n te de Y PF, R ic a rd o
Silveyra, en enero de 1934, Aviso de YPF en Sur. n° 24, setiembre de 1936.

163
planteando una paradoja sim ilar a la de la construcción de la red
vial, sobre to d o si se piensa en el m odo en que ha quedado estig­
m atizada la acción estatal de la década. E s que el “crear m ercado”
tenía tam bién im plicancias ideológicas y culturales, m ás aún si se
atiende a la com posición de un grupo de colaboradores íntim os
del presidente Justo. T odos ellos pertenecían, com o él m ism o, a
una co rp o ració n profesional con una m atriz ideológica m uy p arti­
cular, la ingeniería, que desde finales del siglo X IX venía levan­
tando las banderas de un “nacionalism o técn ico ” de fuerte arraigo
en las oficinas públicas, donde se form aron los nuevos cuerpos
técnicos del E stad o nacional. L as principales políticas de los g o ­
biernos conservadores, entonces, coincidieron casi puntualm ente
en una su e rte de “ n acionalism o o b je tiv o ” con los principales
lincam ientos que, p o r ejem plo, proponían los herm anos Irazusta
en I m A r g e n tin a y e l im p e r ia lis m o b ritá n ic o , un libro fundador del
revisionism o que apareció en el m ism o año de 1934, o con p ro ­
puestas posteriores de Scalabrini O rtiz. Se trataba en to d o s los
casos de prom over una industrialización parcial para aum entar el
m ercado interno y el desarrollo de la producción nacional de pe­
tróleo, de la infraestructura vial y del tran sp o rte autom otor.

El territorio como espacio del ocio

El turismo

D esde los años veinte, el turism o dentro del país había sido
im pulsado com o recreación m asiva por periódicos m odernizado-
res de los hábitos sociales com o C rítica , que destinaba co rresp o n ­
sales en las zonas pintorescas del país. Se o to rg ab a al turism o una
función “civilizadora” de doble vía, vinculada al conocim iento del
país: “desprovincializar” a los habitantes del interior, para borrar
los rastro s de “odioso regionalism o” , y “argentinizar” a los p o rte ­
ños, que “ conocen en sus m ínim os detalles el París elegante” pero
“ ignoran paladinam ente cóm o se vive en el interior de su propia
tierra” . E so s m ovim ientos se creían indispensables para la co n sti­
tución de una “nacionalidad m oral” , com o sostenía C rític a en se­
tiem bre de 1922. L a expansión del turism o tenía dos vertientes: el
arraigo a los sitios argentinos del turism o de elite, invirtiendo el
hábito prestigioso del viaje a E uropa, y la i n c o r p o r a c i ó n de los
sectores m edios y popula­
res al nuevo tu rism o m a­
sivo.
L as prim eras am pliacio­
nes en am bos sentidos ha­
bían com enzado durante los
años de la Prim era G uerra
M undial, pero el progreso
m ás notable o currió en la
décad a del v einte, con la
consolidación de las clases
m edias aunada a la difusión
del a u to m ó v il y a c ie rta s
políticas sectoriales, com o
la de la com una de M ar del
Plata controlada por el Par­
tido Socialista, tal cual de­
m uestra Elisa Pastoriza. El
principal desarrollo se ex­
perim entó en esa ciudad y
en las sierras de C órdoba:
tanto la elite com o las cla­
ses m edias preferían, fren­
te a la sublim idad de cier­
to s escenarios naturales, la
suavidad y benignidad de los paisajes pintorescos, aquellos esp a­
cios naturales colonizables p o r el hom bre de m anera relativam en­
te sencilla y que aludían a la naturaleza com o sereno y confortable
m arco de la vida social. M ás aún, el veraneo de la elite tuvo siem ­
p re u n a m a rc a d a p re d ile c c ió n p o r a s p e c to s m u n d a n o s y de
interacción social. La ruleta era un elem ento im prescindible para
atraerla; clubes, cines, posibilidades de prácticas deportivas diver­
sas, confort, eran factores necesarios para satisfacer g u sto s sofisti­
cados y form as de sociabilidad com plejas, que serían tam bién ad o p ­
tadas por los sectores m edios.
Ese doble proceso de am pliación registró un salto cualitativo en
los años treinta. En el caso del turism o de elite, el viaje a E uropa
se vería nuevam ente postergado, en principio po r la crisis y el co n ­
trol de cam bios, m ás tard e por el clima bélico. En el caso del tu ris­
m o m asivo, transform aciones legislativas com o el sábado inglés
de 1932 o las vacaciones pagas, que se sancionaron po r prim era
vez para el sindicato de com ercio en 1934, favorecieron la g en era­
lización del hábito entre la clase m edia, alentando un proceso que
luego extendería el peronism o a los sectores obreros. C iertas insti­
tuciones, com o la A sociación C ristiana de Jóvenes, la C asa de la
E m pleada y el Club A rgentino de M ujeres, disponían de casas de
veraneo para sus asociados en Sierra de la Ventana, C osquín y
M ar del Plata, com enzando a trascen d er así las posibilidades de
acceso individual al veraneo y esbozando las bases de lo que sería
m ás tarde el turism o sindical. E n el m ism o sentido, pero dentro de
la acción estatal, a fines de la década la ley 12.669 disponía la
construcción de hosterías y hoteles de turism o en San Luis, La
R ioja y C atam arca. El increm ento del turism o en esos años puede
m edirse a través del caso de M ar del Plata, donde las cifras de
turistas pasaron de 65.000 en 1930 a 3 80.000 en 1940, registrando
así casi el 500% de aum ento.
El cam bio fundam ental que se produjo en los años treinta radi-

La comitiva de Alejandro fíustillo en las obras de Playa ( irande.


M a r del Piala, agosto de 1937.
có en la actividad estatal, en la cual la expansión de la red cam ine­
ra ju g ó un rol central. La pavim entación de la ru ta 2 a M a r del
Plata, inaugurada en 1938, fue un hito en el proceso de am pliación
del turism o, del m ism o m odo que el nuevo equipam iento urbano
prom ovido p o r el gobierno provincial, com o el balneario de Playa
G rande de 1935 y la nueva ram bla con el C asino y H otel P ro v in ­
cial iniciados en 1938, to d as obras de A lejandro Bustillo. M a r del
P lata se publicitaba entonces com o “la ciudad de to d o s ” , en el
aparente convencim iento de que el avance de los sectores m edios
podía no ser co ntradictorio con la perm anencia de la elite, que se
m antendría fiel al carácter m undano de la ciudad si su eq u ip a­
m iento era m odernizado e increm entado. M ar del Plata, entonces,
constituía la expresión m ás clara del doble sentido en que era pen­
sada la am pliación del turism o, y de la form a en que era usado lo
que se consideraba su tam bién doble base m aterial, rutas y eq u ip a­
m iento. A llende P osse, d irecto r de Vialidad, expresaba sintética­
m ente en un artículo de la revista E l H o g a r el doble carácter de tal
base m aterial: “El turism o — decía— necesita cam inos... y coci­
neros.”
En la presentación que hacía de su prim er núm ero ex trao rd in a­
rio dedicado al turism o, en noviem bre de 1933, E l h o g a r parecía
continuar las expresiones del diario C r ític a de la década anterior:
“F om entar el turism o es hacer obra patriótica [...] (El viaje a E u ro ­
pa debe dejar de constituir) el ohjetivo de los ricos y el ideal de los
pobres que aspiran a un m ejor estado de fo rtuna para alcanzarlo” .
Sin em bargo, la diferencia sustancial entre los te x to s de las dos
publicaciones es que el autor de este último era M anuel R. Alvarado,
m inistro de O bras Públicas: era el E stad o quien ahora lideraba un
proceso que había sido reclam ado anteriorm ente por sectores p ro ­
gresistas o m odernizadores de la sociedad.

Los parques nacionales

“ C onocer la patria es un deber” : el lem a que se im ponía en o tra


de las creaciones estatales destinadas a la prom oción del turism o,
la D irección G eneral de P arq u es N acionales, dirigida p o r Exequiel
Bustillo, m ostraba a su vez la sintonía con los eslóganes que di­
fundía entonces YPF. “C rear m ercado” , “D efender la producción
nacional” , “C o n o cer el país” : la coincidencia de eslóganes es sin­
to m ática y m uestra una concatenación de ideas que v i n c u l a n dis­
tintos cam pos de acción sobre el territo rio nacional. La D irección
G eneral de Parques N acionales creada por ley 12.103 de 1934, se
encontraba en el ám bito del M inisterio de A gricultura, aunque g o ­
zando de una am plia autonom ía; adm inistraba parques o reservas
nacionales, definidos com o “porciones del territo rio de la N ación,
que po r su extraordinaria belleza o en razón de algún interés cien­
tífico determ inado, fueran dignas de ser conservadas para uso y
goce de la población de la R epública” . L a m ism a ley creaba los
p a rq u e s nacionales de N ahuel H uapi e Ig u azú , y p o r d e c re to
105.433/37 se crearon las reservas nacionales P erito M oreno, L os
G laciares, Lanín, L os A lerces y C opahue para la constitución de
nuevos parques en el futuro.
L a característica central del program a, tal com o fue delineado
po r Bustillo, no respondió tanto al concepto conservacionista de
reservas naturales (típico en los E stad o s U nidos) com o al intento
de construcción de grandes enclaves m odernizadores, relacionan­
do el turism o con la pavim entación, el transporte, la hotelería, pero
tam bién con la transform ación del hábitat rural y con nuevos em-
prendim ientos económ icos. L a llegada del cam ino, el hotel y el
tu rista com enzaban a ser vistos com o avanzadas de nacionaliza­
ción en las fronteras m ás alejadas, com o p uesta en práctica de la
soberanía territorial, objetivos coincidentes con los de G endarm e­
ría N acional, creada en 1938. L os parques nacionales quedarían
m arcados p o r ese origen vinculado al anhelo de consolidar zonas
de frontera, y buena parte de los em prendim ientos m odernizado-
res de los años treinta tendrían ese carácter estratégico. En verdad,
se tratab a de o tra v ertiente del “nacionalism o objetivo” aplicado a
la transform ación territorial, en alim entación m utua con los tem as
económ icos o de la identidad cultural.
Tanto la zona del N ahuel H uapi com o la del Iguazú tenían una
historia com o sím bolos de soberanía nacional que se rem ontaba a
com ienzos de siglo; ya se les había asignado un específico v alor
geopolítico que presidiría to d a la actividad de su ocupación. P ero
recién en la década del trein ta tuvo lugar una acción decidida por
parte del E stad o , basada en el objetivo de integrar la industria del
ocio y el turism o en la tare a de puesta en régim en y explotación
del territorio nacional. En tal sentido, el impulso brindado al Nahuel
H uapi superó notablem ente los esfuerzos destinados al Iguazú, ya
que se ju zg ab a que el potencial económ ico del Sur era m ayor que
( irupo de obreros i/ue participa en la construcción del hotel lAao-Uao.
agosto de 1936.

el de la selva tropical, y que perm itiría com petir con el turism o


desarrollado en E uropa.
El im pulso en el N ahuel H uapi com enzó en 1934, cuando se
com pletó la línea de ferrocarril que lo unía con la capital. Poco
después, la D irección N acional de Vialidad construyó unos 300
kilóm etros de pavim ento dentro del parque y la navegación en el
lago quedó garantizada po r la construcción del buque M odesta
Victoria. La arquitectura, encargada p o r Exequiel B ustillo a su
herm ano A lejandro, ju g ó un papel destacado en la transform ación
del área: desechando las im ágenes que había desarrollado en M ar
del Plata, tan to el m odernism o de Playa G rande com o el clasicis­
m o del hotel y casino, B ustillo proyectó el hotel L lao-L lao en una
arquitectura pintoresquista de piedra y m adera. A sim ism o, realizó
una serie de obras m enores en el Parque, redactó las norm as gene­
rales de urbanización y fijó los estilos para B ariloche, a los que se
ajustó el centro cívico proyectado por E rnesto D e E strada, inaugu­
rado entre 1936 y 1940. Tal arquitectura pretendía arm onizar con
el paisaje circundante a trav és del uso abundante de m adera y pie­
dra y, p o r otro lado, se proponía civilizar su carácter agreste a tra ­
vés de la presencia hum ana condensada en obras, configurando
definitivam ente las im ágenes adecuadas a la anhelada “ Suiza ar­
g en tin a” . Se prom ovieron instalaciones deportivas, especialm ente
de esquí, se reforestaron áreas, se adaptaron nuevas especies de
v alo r com ercial, se im portaron ciervos y se introdujeron colonias
de salm ón. La apropiación del territo rio era esencialm ente tra n s­
form adora, aunque se planteara en vinculación con valores inhe­
rentes al sitio.
La v a sta op eració n territo rial incluía tam bién el fraccionam ien­
to de ciertos sectores para su venta y la posterior organización de
villas de turism o; m uchos lotes habían sido adquiridos previam ente
po r Exequiel B ustillo, en una operación francam ente especulati­
va. L os 1.550 turistas de 1934 se increm entaban a 4.000 en 1940,
siem pre dentro del universo del turism o de elite. B ustillo conside­
raba que sólo la explotación económ ica de las prácticas de elite
podía construir, consolidar e im poner los nuevos espacios libra­
dos al turism o; o tro s efectos de carácter social vendrían m ás tarde,
po r añadidura, y en los m eses estivales, lejos de los co sto so s equi­
pam ientos del esquí. Así, su p ro p u esta se diferenciaba netam ente
de la que realizó Fresco para M ar del Plata, que apostaba a la am ­
pliación del turism o m asivo. Sin em bargo, no eran vistas com o
políticas contradictorias, sino com o dos caras, la nacionalista y la
cosm opolita, que convivían en el eslogan de “ crear m ercado” .

E l w eekend

La m odalidad del w e e k e n d , estrecham ente ligada a la difusión


del autom óvil, p ropuso nuevas facetas de un tipo de habitar desa­
rrollado desde fines del siglo XIX : la casa suburbana o rural de
uso ocasional o sem iperm anente. El autom óvil facilitaba el aban­
dono de la ciudad po r lapsos cortos, perm itiendo g o zar a la vez de
los beneficios de la ciudad y de la tranquilidad del cam po. El a u to ­
m óvil p rodujo una am pliación de esta tendencia, y al m ism o tiem ­
po señaló una ruptura dentro de ella, favoreciendo un avance de
los espacios del w e e k e n d sobre el cam po, m odernizando el te rrito ­
rio de una m anera m ás am plia que la op erad a anteriorm ente p o r el
ferrocarril.
Com o ofertas para el w e e k e n d , a la tradicional opción de la vi­
vienda i n d i v i d u a l se s u m a r o n n u e v a s pro p u estas de v i v i e n d a ag ru ­
pada, com o los prim eros c o u n t r y - c l u b s que com enzaron a surgir en
la época: el T ortugas en 1930 y el Hindú a fines de la década. O rga­
nizados a partir de instalaciones deportivas (en particular deportes
terrestres, polo y golf), vinculaban vivienda y deporte de una m a­
nera nueva, sobre la base de referencias norteam ericanas que c o ­
m enzaban a extenderse en algunas ciudades de Latinoam érica. Los
country-clubs de la década del treinta eran iniciativas de elite; fo r­
m aban parte de una diversificación de los espacios del ocio selecta
y exclusiva, pero indicaban claram ente el peso cada vez m ayor que
las prácticas deportivas ganaban en el conjunto de la sociedad.
La am pliación a los sectores acom odados de las clases m edias
de la práctica del w e e k e n d fuera de la ciudad se vinculaba con el
p roceso de m odernización de los m odos y espacios del habitar
dom éstico. Fue aquél un m om ento de intensa transform ación de
las tipologías de vivienda, en el que cam bió la disposición de los
am bientes; se abandonó la tradicional “ casa cho rizo ” para ad o p tar
la m oderna casa de “ planta com p acta” . Tam bién se increm entó la
tecnificación del hogar, especialm ente el equipam iento e le c tro d o ­
m éstico y sanitario, m ientras aparecían nuevas estéticas caracteri­
zadas p o r la sim plicidad y la ausencia de ornam ento. En 1933 co ­
m enzaba a publicarse la revista C a sa s y J a r d in e s, representante de
estas nuevas tendencias y dedicada sobre to d o a la vivienda subur­
bana, de w e e k e n d o de veraneo. La nueva publicación ilustró el
g u sto del m om ento a trav és de sus pro tag o n istas privilegiados, la
casa racionalista y el chalé californiano, v arian tes m odernista y
rústica de un nuevo afán m odernizador de los espacios del habitar.
P o r prim era vez un em prendim iento editorial podría sostenerse en
el tiem po centrándose en la arq u itectu ra y la d ecoración dirigidas
a un público no especializado; el hecho es indicativo del interés
que despertaba la transform ación de la vivienda dentro de un m er­
cado relativam ente am plio y en expansión.

La modernización en la ciudad: Buenos Aires


como epicentro del “ país urbano”

La vivienda urbana asum ía a su vez particulares form as de tra n s­


form ación, que la convirtieron rápidam ente en el sím bolo elocuente
de los nuevos tiem pos: la casa de renta o departam entos d esarro­
llada en altura se im ponía com o parte de una m odernización gene­
ral de la ciudad. Fue éste un proceso reconocible en los distritos
centrales de R osario, C órdoba y M endoza, ejem plos de gran des­
pliegue constructivo en edificios de altura. P ero, com o en o tro s
a sp ecto s de la m odernización, B uenos A ires lo em blem atizó de
m odo m ás com pleto. En esa ciudad, durante los años treinta se
construyó la m asa de edificios de renta que todavía hoy caracteri­
za áreas com pletas de su zona central. Su construcción com pro­
m etió una im portante ola de inversiones privadas que se m antuvo
incluso durante los años de la crisis, ya que el alquiler de d e p a rta ­
m entos se consideraba una renta segura. E sto s edificios generali­
zaro n en la ciudad un perfil m odernista de rascacielos blancos y
en ese rubro se obtuvo en 1935 uno de los “récords” en que se
apoyaba el orgullo porteño: el K avanagh, el rascacielos “ m ás alto
de L atinoam érica” . Se tratab a de una transform ación radical de
los hábitos dom ésticos basada en la m odernización tecnológica
del habitar.

/•/ edificio Kavanagh frente a la Plaza San Martin. 1936.

172
El edificio de departam entos de renta fue p ro d u cto de una ecua­
ción, directam ente relacionada con el cálculo económ ico del cual
es el p ro d u cto m ás directo, que vincula el sobrio m odernism o de
las fachadas con la com pactación de las plantas de los d e p a rta ­
m entos, la consiguiente reducción de la superficie de las habita­
ciones, la racionalización y sim plificación de los diseños y la in­
corporación de nuevos dispositivos y artefactos de confort, res­
pondiendo acabadam ente a lo que en los años treinta se denom i­
naba una “concepción de vida m oderna” . A dem ás de las nuevas
form as, los nuevos artefacto s y los nuevos equipam ientos, ella
im plicó la exasperación del cará c te r de m ercancía de la vivienda,
ya que el negocio estaba im plícito desde la construcción, y se ex­
presaba en la propia form a de las unidades y en los equipam ientos
colectivos que proponían una disgregación individualista de las
funciones tradicionalm ente agrupadas en el “ hogar” . E n general,
se la concebía com o vivienda transitoria, p orque se com partía con
o tra o porque sus habitantes eran fam ilias en form ación, en franco
co n traste con el anhelo de perm anencia em blem atizado p o r la vi­
vienda individual a u to co n stru id a típica de las décadas anteriores.
D e tal m odo, la casa de renta tam bién encarnó unas relaciones
hom bre-habitar m ás plenam ente m odernas, tem a percibido y cele­
b rado por los m edios que form aban opinión entre las clases m e­
dias y altas urbanas.
Si esta renovación privada fue posible y tu v o tal im pacto fue
porque form ó parte de una m odernización urbana em prendida por
el E stado, con inversiones cuya intensidad y coherencia sólo resis­
ten la com paración con la o b ra del intendente T orcuato de A lvear
en los años ochenta del siglo X IX . D e tal m odo, en 1936 B uenos
A ires podía celebrar el cu arto centenario de su prim era fundación
en el ap ogeo de una m odernización que definió su perfil urbano,
social y cultural po r varias décadas. El intendente M ariano de Vedia
y M itre (1932-1 9 3 8 ) buscó constituir ese acontecim iento en un
punto de llegada de la vida de B uenos A ires m arcado po r su obra y
coronado por las transform aciones decisivas que se estaban p ro ­
duciendo de m odo vertiginoso. D urante su gestión se ensancharon
las avenidas transversales desde C allao hasta el río, se finalizaron
las diagonales n orte y sur, se inició la avenida 9 de Julio, se finali­
zó la avenida C ostanera, se com pletó la red de subterráneos, se
rectificó el R iachuelo y se reem plazaron to d o s sus puentes tra d i­
cionales con estru ctu ras m odernas, se entubó el arroyo M aldona-
Obras para la apertura de la avenida 9 de Julio, 1937.

do, se trazó la avenida G eneral Paz, se consolidó y com pletó la


estru ctu ra de calles con infraestructura de servicios. A unque algu­
nas de esas obras correspondían en los hechos a o tras reparticio­
nes nacionales com o el M inisterio de O bras Públicas o V ialidad
N acional, se integraban en un p ro ceso liderado po r el m unicipio
que venía a com pletar la m odernización urbana.
Q ue el p ro ceso pudiera ser leído com o la culm inación de un
im pulso anterior no es un dato m enor de la perform ance de D e
Vedia y M itre, ya que eso im plicaba que había logrado co lo car su
obra en la estela del p r o y e c to para B uenos A ires del intendente
Alvear, iniciado cincuenta años antes. G racias a la intensidad de la
obra pública y a sus logros publicitarios, D e Vedia y M itre consi­
guió restituir en B uenos A ires el im aginario dinám ico de las ciu­
dades m odernas, recuperando el sentido de espectáculo urbano que
había caracterizado a Alvear. A lo largo de 1936 se dem olió y abrió
la avenida C orrientes desde C allao a Pellegrini, y al o tro año des­
de allí hasta Alem; cada dos m eses se realizaban las inauguracio-

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nes parciales con gran sentido ritual. En un tiem po sim ilar se de­
m olieron las cinco m anzanas com pletas que fueron el com ienzo
de la avenida 9 de Julio. Para celebrar el cuarto centenario se le­
vantó en 60 días la obra cum bre, desde el punto de vista sim bóli­
co, de toda la operación, el Obelisco, diseñado por A lberto Prebisch
en la Plaza de la R epública, intersección de tres avenidas en cons­
trucción y de dos líneas de subterráneos que tam bién estaban en
obra.
De tal m odo, se produjo una concentración de transform acio­
nes m odernizadoras que parecían convertir a la B uenos A ires de
los años treinta en el lugar de realización del sueño m odernista.
Las fotografías de la época m uestran una ciudad desventrada, tra ­
bajando día y noche en m archa febril de progreso. R oberto Arlt,
que en sus ficciones había ya figurado una B u en o s A ires radical­
m ente m odernista, fue su cro n ista entusiasm ado, m ostran d o la
atracción que ejerce una ciudad que ha decidido acelerar el p o rv e­
nir. “El Intendente [...] parece regocijadam ente dispuesto a tirar
abajo la ciudad” , escribía A rlt en su colum na del diario E l M u n d o ,
nada habituada al elogio de la clase política.

LA OFENSIVA DEL "PAÍS RURAL"

Los dos países

E sta im agen de la B uenos A ires m oderna constituía el centro


que daba sentido a las representaciones públicas del “país u rb a ­
no” , producidas en el curso de la m odernización territorial. Así
p roponía entenderlo el po eta y cronista norteam ericano A rchibald
M ac Leish, m iem bro de la com itiva del presidente R oosevelt en
su visita de 1936, quien ofrece una vivaz descripción del país que
podía verse desde “ la D iagonal N o rte de B uenos Aires, con un
prim er térm ino lleno de B uicks de turism o tapizados de cuero y
convertidos en taxis [y] un segundo de ventanas de lujosos edifi­
cios para oficinas [. . .]” . De acuerdo con esa im agen de la capital,
se llegaba a la conclusión de que la A rgentina era una nación m o­
derna y cosm opolita, conclusión que M ac Leish enfatizaba en la
escritura con el ritm o sincopado de las visiones urbanas de la lite­
ratura m odernista. Pero, en cuanto se avanza en el texto, se a d v i e r ­
te que esa exaltación de los aspectos m o d e r n i z a d o r e s tiene en su
discurso una función estrictam ente retórica, ya que su objetivo es
volver m ás tajante la contraposición entre ese país urbano e indus­
trial que se ve desde B uenos A ires y el país que se ve desde la
pam pa, “enorm e en su despoblación y su silencio” .
La descripción del territo rio asum ía así un carácter polarizador.
Y si en el análisis de las políticas públicas se advierte la existencia
de un program a explícito de m odernización territorial, esta des­
cripción de los “ dos países” m anifiesta elocuentem ente su fraca­
so. E n el m ism o m om ento en que se producía el apogeo de las
políticas estatales m odernizadoras para el conjunto del país, la vi­
sión de M ac Leish las enfrenta a la realidad: el contraste entre la
ciu d ad -p u erto y el interior, lejos de reducirse, parecía haberse en­
sanchado.
Para el cronista norteam ericano se trataba una constatación prag­
m ática, encam inada a persuadir a la A rgentina de que debía aban­
donar sus aspiraciones industrialistas y aceptar su verdadero des­
tino de país rural. D e to d o s m odos, la im agen que proponía se
enlazaba con una larga saga de valoraciones polarizadas que la
m odernización territorial había buscado clausurar: el contraste entre
la ciudad y el cam po, o entre el m undo urbano del litoral y el m un­
do rural del interior reconoce una historia m uy densa en la A rgen­
tina, que en los años treinta encontró su form alización en la figura
de “los dos países” .
D esde aquella o tra crisis que en 1890 había puesto el optim is­
m o m odernizador de la A rgentina decim onónica en duda, ese con­
traste venía asum iendo un carácter antiurbano. C ontra el ap o te g ­
m a sarm ientino de la civilización y la barbarie, se identificaba al
cam po con los valores p rofundos de la argentinidad y a la ciudad-
puerto con el cosm opolitism o disolvente, organizando una serie
de asociaciones de larga vida en la cultura argentina: interior sano
v ersu s m etró p o li enferm a; in terio r espiritual v e rsu s m etrópoli
m aterialista. A p artir del C entenario, el nacionalism o político y
cultural no cesó de hacer hincapié en esta polarización com o cen­
tro de los m ales argentinos, y a lo largo de la década del treinta esa
im agen irá em palm ando crecientem ente con o tro m otivo: la o p o ­
sición entre el país real y el país falso. É sa es la perspectiva de
E d u a rd o M allea en H is to r ia d e u n a p a s ió n a r g e n tin a (1937),
vertebrada en to rn o a la oposición entre la A rgentina invisible y la
visible. L igazón m oral-territorial que sería estabilizada p o r el re ­
visionism o nacionalista, poniendo a B uenos A ires del lado de la
“ adm inistración nacional o p u len ta ” , falsa, superficial epicentro
de la política de bam balinas, sostenida p o r los intereses extranje­
ros, causa y consecuencia de la decadencia del país verdadero.
En los años treinta, los “ dos países” dieron encarnación te rrito ­
rial a la oposición real/falso, profundo/superficial, invisible/visi­
ble; pero, al m ism o tiem po, el nuevo ciclo de la m etropolización
de B uenos A ires com enzaría a plantear com plicaciones en las lec­
tu ras sim plistas de esas polaridades. P o rq u e en el C entenario, la
opinión que indicaba que la nueva barbarie había llegado de los

Mac Leish: los dos países

“Si se acepta la primera imagen de la Argentina /...] se llega a una


conclusión. Buenos Aires es una gran ciudad /. . . /E s una gran ciudad,
en el sentido en que París y Nueva York son grandes ciudades. Es una
ciudad cosmopolita, una metrópoli siglo veinte en todos sus detalles
muchedumbres , avenidas, parques, trenes subterráneos, pianistas en
jira , confusión de lenguas, chirriar de frenos, brillo de cinematógrafos,
rebuzno de aparatos de radio, baile de tobillos, seducción de pestañas
ennegrecidas que se refllejan en espejos de Cadillacs tapizados de co­
lor crema, impudicias de senos de pasta en las vidrieras de las tiendas
de ropa interior cadencias de jazz-band a las dos de la mañana, a oscu­
ras, en terrazas de casas de departamento. Es una ciudad boyante, lle­
na de Bancos de mármol, de ascensores con puertas de bronce, de anun­
cios de neón que deletrean apellidos de millonarios internacionales,
hermosas fábricas que producen alpargatas, frazadas baratas, hilados
de rayón, carnes congeladas, vendas, cigarrillos, jabón, muebles, obje­
tos de cristal, cerveza. Es una ciudad, de primera clase, hecha de piezas
standard, funcionalmente intercambiable, que podría trasladarse del
valle del Plata al del Po o al del Rin, o al del Sena, o al del Hudson /.../.
Siendo así la cuidad de Buenos Aires, no es de extrañar que quienes ven
a la Argentina con Buenos Aires en prim er término lleguen a la conclu­
sión de que la Argentina es, o está a punto de ser, una nación moderna,
cosmopolita y altamente industrializada semejante a todas las demás
naciones modernas e industrializadas de Occidente, f ...] Cuando se está
en una ciudad ' tan internacional y tan interurbana es perfectamente ló­
gico suponer que se está en un país del mismo género. O al menos que
se está en un país que hace todo lo posible por llegar a ser un país de
ese género. Puede irse más allá. Observando no sólo el capitalismo
cosmopolita, el capitalismo mundial de Buenos Aires, sino su agitación

178
b arcos resultaba tranqu ilizadora y parecía sostenerse en la eviden­
cia, pero en la década del treinta, cuando tal interpretación se adoptó
com o lugar com ún, quienes estaban protagonizando el nuevo p ro ­
ceso de expansión de la Babel urbana, reproduciendo su sentido
disolvente, eran los m igrantes de ese interior “ p u ro ” , reivindicado
ahora com o sitio de la “ au téntica” civilización. E n efecto, el nue­
vo im pulso de crecim iento de la B uenos A ires m etropolitana c o ­
m enzaba a b asarse ahora en las m igraciones internas, y si se le
podía achacar a la ciudad el vaciam iento del interior, ¿cóm o la

y su afán, sus nuevos edificios, su proletariado bien calzado, sus altos


números índices en la industria, su aire de prosperidad en un mundo en
que sorprende la prosperidad\ se puede llegar a creer que se está en la
única nación industrial del mundo que ha eludido las corrientes enfer­
medades industriales: en la única nación industrial del mundo capaz de
repetir en el mundo posterior al año 30 la historia triunfal de los Esta­
dos Unidos en el mundo que se terminó en 1929.
”[... / Si se acepta la segunda imagen de la Argentina —y la mayoría
de los argentinos del interior juntamente con una importante propor­
ción de políticos argentinos y con no pocos intelectuales argentinos la
adoptan — se llega a una conclusión completamente distinta. La Argen­
tina de la pampa, la Argentina de las enormes llanuras, la Argentina que
se abre a la mañana más allá de las colinas como se abre el mar detrás
de los cabos, cuando el avión desciende de Salta a Tucumán, la Argenti­
na sin ciudades, con pocas carreteras, con cercas rectas y distanciadas
que parecen meridianos de un mapa, tiene tan poco que ver con el cos­
mopolitismo. con la industrialización, como cualquier país del mundo.
Esa Argentina es un país de doce millones y medio de habitantes, una
cuarta parte de los cuales está concentrada en la ciudad de Buenos
Aires y el resto se halla desparramado en un área como la del Este del
M isisipí en los Estados Unidos. Es un país donde las distancias entre
casa y casa son demasiado grandes para que se oiga el ladrido de los
perros ni siquiera en las noches más silenciosas / .../ [un país/ con un
Buenos Aires muy pequeño y muy lejano al término de un ferrocarril de
vía ancha donde las estaciones aparecen cada veinte minutos como si el
país hubiera sido dispuesto no por la geografía sino por un relojero...

M ac Leish. A rchibald. "L a A rgentina del Rio de la Plata, la A rgentina de la


pam pa (1938), en Los irresponsables . Losada. Buenos Aires. 1942.

179
afectaba la nueva población que provenía de él? ¿C óm o integrarla
en la visión polar de los dos países, cóm o pensar su futuro, qué
hacer con la ciudad, cóm o cam biarla? D entro de su aparente neu­
tralidad descriptiva, M ac Leish p roponía un problem a que en esos
años com enzaba a entrar en su fase m ás aguda: si la A rgentina
debía ser un país rural, ¿qué significaba esa ciudad enorm e y c o s­
m opolita en su extrem o, que expoliaba al cam po y lo vaciaba?
¿C óm o incorporarla a una discusión sobre el futuro del país? O,
com o plantearía en 1940 M artínez E strada en L a c a b e za d e G o lia t
“ Si dem oliéram os ladrillo a ladrillo la ciudad de B u en o s Aires,
com o se desm onta un m ecanism o pieza a pieza; si cerráram os los
p u erto s e hiciéram os retro ce d e r los ferrocarriles hacia estaciones
m editerráneas; [. . .] ¿cuál sería la su erte ulterio r de la R epública?”

La cabeza de Goliat

Tal el problem a de un país con su “ cabeza decapitada” , una ca­


beza que hacia 1940 com enzaba a so b rep asar los tres m illones de
habitantes, casi el 30% de la población total del país, el 50% de la
totalidad de los habitantes de to d as sus ciudades, y casi el 100%
de la totalidad de su población rural. P o r lo m enos desde la prim e­
ra posguerra, el tam año de B uenos A ires era un problem a recu ­
rrente en la reflexión cultural y política. L o m uestra el libro de
Juan A lvarez, B u e n o s A ire s, de 1918, inicio de una serie argum en-
tal que en los años treinta se expandiría, que identificaba el mal en
la ubicación del gobierno nacional, lejos del interior y som etido al
lujo m etropolitano y a la influencia de los p oderosos; en los ferro ­
carriles ingleses, que favorecieron un desarrollo industrial artifi­
cial en una ciudad alejada de to d as las riquezas naturales del país;
en las políticas portuarias.
En U na n u e v a A r g e n tin a (1940), A lejandro B unge gráfico con
la figura de “país abanico” una estru ctu ració n nacional en arcos de
circunferencia con centro en B uenos Aires, m ostrando que “ la den­
sidad de la población, la capacidad económ ica, el nivel cultural y
el nivel de vida van dism inuyendo a m edida que aum enta la dis­
tancia de la C apital” ; ésta, p o r añadidura, m iraba “ hacia ultram ar
y con la espalda al interior” . El prim er arco de circunferencia del
abanico era una zona form ada por un radio de 580 kilóm etros des­
de la Capital que abarcaba casi to d a la provincia de B uenos Aires,
la de E n tre Ríos, el sur y el centro de la de Santa Fe, el sudeste de
la de C órdoba y el norte de la de La Pam pa. E sta zona constituía el
20% del territo rio del país pero allí se co n cen trab a el 67% de la
población, el 86% de la superficie cultivada con cereales y lino, el
63% de los anim ales vacunos del país, el 54% de la extensión de
las líneas ferroviarias, el 71% de los ap a ra to s telefónicos, el 79%
de los autom óviles en circulación y el 78% de los capitales inver­
tidos en las industrias extractivas y m anufactureras. Pero, incluso
dentro de esa zona privilegiada, la m etrópoli porteña, consideran­
do la m ancha urbana que ya excedía los lím ites estricto s de la C a­
pital Federal, llegaba a índices com pletam ente desp ro p o rcio n ad o s
en relación con los o tro s distritos. El valor de los p roductos elabo­
rados equivalía en la m etrópoli al 60% del to tal del país, co n tra el
14% del resto de la provincia de B uenos Aires, el 9% de la de
Santa Fe y el 4% de la de C órdoba; los capitales invertidos en la
industria ascendían a m ás del 52% en la m etrópoli, co n tra el 12%
en el resto de la provincia de B uenos Aires, el 9% en la de Santa
Fe y el 4% en la de C órdoba. El resto de los indicadores apuntaba
en el m ism o sentido, de m odo que la capacidad económ ica total,
considerando la de la m etrópoli com o una base 100, equivalía en
el resto de la provincia de B uenos A ires a un 58% , en la provincia
de Santa Fe a un 30% y en la de C ó rd o b a a un 23% .
A su vez, en la segunda m itad de la década de 1930 com enzaba a
hacerse evidente que existía una fuerte partición interna en el p ro ­
ceso expansivo de la propia m etrópoli: la cabeza de G oliat distaba
de m ostrar una m odernización hom ogénea. D etrás de la intensa po­
lítica urbana que se llevó adelante dentro del distrito federal anida­
ba un conflicto que reproduciría dentro de la m etrópoli el conflicto
m ás general entre la ciudad “ europea” y el interior provinciano. El
texto de M ac Leish trabajaba sobre el contraste m ás radical que se
percibía si se m iraba el país desde la D iagonal N o rte porteña o des­
de el interior rural despoblado, pero ¿qué habría ocurrido si se lo
hubiese m irado desde algunos de los distritos industriales del G ran
B uenos A ires que estaban sufriendo una transform ación acelerada
al com pás de la conurbación? ¿Q ué país se habría descubierto9
N o es fácil en co n trar testim onios de esos años de finales de la
década del treinta y com ienzos de la del cu a re n ta que revelen el
m odo en que la nueva m igración estaba form ando la m etrópoli en
sus estribaciones regionales. Tal ausencia de testim onios co n tri­
buiría a explicar que, en 1945, la m ovilización del 17 de octu b re a
Plaza de M ayo pueda haberse experim entado “ desde la ciudad”
com o una absoluta sorpresa, com o la aparición abrupta de lo radi­
calm ente diferente: hom bres y m ujeres que llegaban a la ciudad
desde sus “ afueras” . Sin em bargo, las cifras censales indican que
el p roceso de m igración interna se desenvolvía de m odo continuo
desde m ediados de la década del treinta, aum entando el peso rela­
tivo de los provincianos en la población de B uenos A ires desde un
16% en 1936 al 37% diez años después. Podrían darse varias ex­
plicaciones para la falta de percepción del fenóm eno; una de ellas
es que el im pulso m odernizador d en tro de los lím ites de la C apital
generó un im aginario urbano que asim iló autom áticam ente el cre ­
cim iento m etropolitano sin reparar en sus novedades. A sim ism o,
gracias al desarrollo industrial, los recién llegados se incorporaron
desde los m árgenes de la ciudad y la sociedad, p ero a una eco n o ­
mía en expansión que necesitaba de ellos, lo que perm itió, en un
prim er m om ento, acentuar el carácter móvil e integrativo de ese
proceso. Y se podría ensayar una explicación m ás específicam en­
te urbana: B uenos A ires no había cesado de expandirse en los se­
senta años anteriores, y siem pre incorporó con retard o a la im agen
y la cultura de la ciudad los p ro ceso s que excedían sus núcleos
tradicionales de sentido. Así había o cu rrid o en las dos prim eras
décadas del siglo con el prim er cinturón de barrios populares, que
recién serían in co rp o rad o s a la im agen “oficial” y a la cultura de la
ciudad en la década del veinte, y así estaba o curriendo a finales de
los años treinta con los nuevos cordones urbanos que sobrepasa­
ban ahora los lím ites de la Capital.
P ero en este nuevo proceso de suburbanización, a raíz del senti­
do que registraba la m odernización de la ciudad, ya no podría te ­
ner lugar una nueva integración, o al m enos no plenam ente, sin
grandes co n trastes y contradicciones. E s que la m odernización
urbana de este período, que quiso presentarse com o el proceso que
venía a com pletar un pro y ecto de larga data, en realidad significó
la inversión del sentido histórico que había tenido la expansión
urbana en to d o su ciclo m oderno, planteando un novedoso replie­
gue de la ciudad capital sobre sí m ism a que desconoció el proceso
de form ación de los radios m etropolitanos. L a m odernización de
B uenos A ires en los años treinta tuvo en su base una operación de
exclusión, que eliminó los afanes reform istas que hasta entonces
habían caracterizado la gestión pública y los debates culturales y
técnicos sobre ella.

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Ya en los anos veinte com o resultado de la integración de los
nuevos barrios populares dentro de la Capital, desde el propio p o ­
der se venía planteando la necesidad de una nueva am pliación ju ­
risdiccional que contem plara urbana, social y políticam ente los
pro ceso s de expansión territorial y que lograra m ayor eficacia en
la gestión pública. L a observación de que ningún problem a estru c­
tural del conglom erado m etropolitano reconocía lím ites ju risd ic­
cionales y, p o r lo tan to , la necesidad de definir institucionalm ente
el “G ran B uenos A ires” , ya aparece en el P r o y e c to o rg á n ic o d e
u rb a n iza c ió n d e l m u n ic ip io , el plan urbano encargado por el in­
tendente N oel en 1925. L a expresión “G ran B uenos A ires” busca­
ba aplicar una tendencia urbanística internacional, que en las g ran ­
des m etrópolis ya venía designando la coordinación política y ad­
m inistrativa regional para gestio n ar el conjunto urbano excedidos
sus tradicionales límites. A m ediados de la década del treinta, en
el cam po técnico argentino esa necesidad se había convertido en
una verdad indiscutible: una gestión global que g aran tizara la ex­
pansión al conurbano de los logros obtenidos en la ciudad capital,
en térm inos de infraestructura, servicios, calidad am biental y del
espacio público.
P o r el contrario, en esos m ism os años, la m odernización optó
p or la dirección opuesta: el trazad o definitivo de los bordes de la
Capital se convirtió en la resolución de facto de aquel intenso de­
bate. E se trazad o ratificó una form a definitiva para la ciudad, cir­
cunscribiendo el área de acción m unicipal y perm itiendo densificar
to d o el territorio de la Capital; aquellas otras reform as atentas a la
dim ensión regional fueron excluidas. P o r eso se puede caracteri­
zar el proceso de renovación de la década com o una “m oderniza­
ción conservadora” . M ás que com pletar un p r o y e c to de A lvear,
com o lo presentaba De Vedia y M itre, ella representó la inversión
de to d o el ciclo de expansión reform ista. Así, cuando finalm ente
se institucionalizó el “G ran B uenos A ires” en 1948, fue de m odo
c o n trap u esto a la teoría urbana que había inspirado tal denom ina­
ción, sim plem ente integrando los diecinueve partidos conurbaniza-
dos de la provincia de B uenos Aires, separados del núcleo que les
daba sentido urbano y ambiental. La avenida General Paz fúe, desde
entonces y hasta la actualidad, la m etáfora del lím ite “e u ro p e o ” de
la ciudad capital, el borde v ergonzante d etrás del cual ocultar sus
c o n trastes y sus im posibilidades.

Las razones del campo

Si no estaba claro el rol de una ciudad com o B uenos A ires en un


“país rural” , era fundam entalm ente po rq u e ya casi no quedaban en
la A rgentina de los años treinta quienes creyeran que el perfil e c o ­
nóm ico y social nacional podía tener en su centro al cam po. C om o
ha d em ostrado Tulio H alperin, ya con anterioridad a la crisis de
1930 eran fúertes las voces que planteaban que las soluciones de
largo plazo necesarias para el país difícilm ente pudieran fundarse
haciendo centro exclusivam ente en la agroexportación, cuyos p ro ­
blem as y lim itaciones estru ctu rales no hacían sino agravarse.
C onfirm ando tal diagnóstico, los p ro ceso s de desequilibrio po-
blacional entre el cam po y la ciudad venían produciéndose sin pausa
a lo largo de to d o el siglo: en 1895, el 58% de la población del país
era rural; en 1914, el 42% ; en 1930, el 32% y en 1938 sólo el 26%
seguía viviendo en el cam po. H asta antes de 1930, este fenóm eno
podía explicarse de m odo casi optim ista apelando a las condicio-
nes privilegiadas de la explotación rural en la A rgentina, pero a
partir de entonces com enzó a tener un significado exclusivam ente
negativo: la dem ostración de que el núcleo de sentido de la pujan­
te A rgentina ag ro ex p o rtad o ra se vaciaba definitivam ente. La p ara­
doja im plícita en el diagnóstico de M ac L eish era expresada de
m odo directo por B unge en el título de uno de los capítulos de su
libro: “La agrícola A rgentina, país de población urbana” .
Sin em bargo, aquel núcleo de sentido se renovaría en otras re­
presentaciones, siem pre paradójicas. P o r una parte, ese crecim iento
de la población urbana puede verse, com o lo haría José Luis R o ­
m ero, com o fruto de la “ofensiva” del cam po sobre las ciudades
que se verifica desde m ediados de la década. P o r otra parte, era
notoria la presencia creciente que el tem a rural y, sobre to do, las
figuraciones rurales com enzaban a ten er en los debates sobre el
país y en la producción de im aginarios sociales, ju stam en te en el
m om ento en que m uy pocos confiaban en que el futuro de la A r­
gentina pudiese estar ligado a la producción rural. Presencia cu­
riosa, ya que debe asociarse tan to a los éxitos de una política ofi­
cial conservadora que había vuelto a poner en el centro de la esce­
na a los sectores ag ro ex p o rtad o res m ás tradicionales, com o a sus
opositores, que provenían de los sectores del cam po desplazados
p o r los lím ites de la política de m odernización territorial antes que
de la industria urbana. La presencia del tem a rural en la cultura de
finales de los treinta podría verse com o resultado tanto del éxito
com o del fracaso de las políticas públicas y de los sectores involu­
crados en la m odernización conservadora.
En 1936, M iguel Ángel C árcano, m inistro de A gricultura, se
hacía vocero de esa paradoja durante una intervención en la C á­
m ara de D iputados, en térm inos que dem uestran la perplejidad
con que se asistía a sus consecuencias sociales y culturales: “P u e ­
blo agrario p o r im posición del m edio, su vida, con respecto al ré­
gim en del suelo, es un m osaico de ensayos, tentativas, éxitos y
experiencias. Vivim os encadenados al cam po. Sus problem as d o ­
m inaron nuestro crecim iento. [. . .] para h acer próspera la N ación y
definir nuestra cultura, debem os encarar nuevam ente el gran p ro ­
blem a de la vinculación del hom bre con la tierra. [...] D ebem os
arraigar al agricultor a la tierra que trabaja. R azones económ icas,
políticas y sociales lo aconsejan” .
La política de la diversificación económ ica y la industrializa­
ción dirigida parecía generar efectos co n trario s a la buscada m o-
dernización d e l interior. P ara quienes ubicaban el d e s a r r o l l o rural
en el cen tro de la problem ática nacional, el esquem a m oderniza­
d o r suponía la diversificación prod u ctiv a y regional, y el equili­
brio consiguiente entre las diferentes zonas del país: “crear m erca­
do” era revitalizar to d o el territorio com o un aparato de pro d u c­
ción y consum o integrado y eficiente. P ero en la segunda m itad de
la década de 1930 com enzaba a hacerse evidente la relación entre
las políticas de m odernización estatales y el vaciam iento del cam ­
po. La com plem entariedad de la industrialización sustitutiva con
los intereses m ás p o d ero so s del cam po llevó a una política de p ro ­
teccionism o arancelario y concentración económ ica que se tra d u ­
cía en m ayores sangrías de población del interior hacia las únicas
áreas que expandían el m ercado laboral, las industrias urbanas.
Fue en ese m arco que las carreteras, y to d o s sus correlatos de la
política de m odernización territorial, se convirtieron apenas en
m o to res y co n d u cto s para esa sangría; tam bién los cam inos term i­
naron siendo “despobladores” , térm ino con que se había denun­
ciado el rol del ferrocarril.
El propio gobierno, hacia finales de la década, registraba esos
resultados con alarm a, aunque para repararlos insistió en idénticas
políticas. Así, en 1938, el presidente O rtiz, ratificando los objeti­
v o s de m odernización del interior, podía decir en el Senado al asu­
m ir su cargo:

"Poco significa, para ese futuro tan soñado, que ciertas


partes de la periferia argentina posean ciudades importantes,
puertos activísimos, emporios de la industria y del comer­
cio. ricos y cultos, si están rodeados de desiertos donde las
condiciones de vida son harto precarias porque no llegan los
beneficios y progresos de la civilización. [...] Hay urgencia
perentoria en remediar la situación en que viven innumera­
bles hermanos nuestros en las provincias y territorios, para
bien del país y del porvenir de la raza, pero no con solucio­
nes esporádicas y de momento [...]. Ese estado permanente
de abandono y de pobreza no se resuelve con socorros ni
paliativos piadosos, sino con remedios que ataquen y extir­
pen los males en su origen, y con medidas que aseguren a
esos pueblos una vida estable de bienestar y de progreso, y
el normal desenvolvimiento de todas sus posibilidades ma­
teriales. culturales y sociales” .
P o r añadidura, los años finales de la década vinieron acom pa­
ñados por intensas sequías y plagas que m enguaron el ya escaso
rendim iento agrícola y term inaron de identificar el interior rural
con una zona de devastación, contribuyendo a fortalecer, sim ultá­
neam ente, la opinión de que era necesario apoyar el desarrollo del
cam po y el p roceso m igratorio que lo vaciaba.

Un modernismo rural

E n tre las políticas con que el E stad o tra tó de paliar esa situación
se destacan las iniciativas sobre vivienda p opular rural, coinci­
dentes con los diagnósticos sobre la precariedad de la situación de
los trab ajad o res del cam po y con las preocupaciones sobre la ne­
cesidad de su arraigo. E ra éste un tem a que había sido abordado
m uy m arginalm ente en los intensos debates sobre la vivienda p o ­
pular de las décadas anteriores, siem pre cen trad o s en la vivienda
obrera urbana. Al m ism o tiem po, los escasos desarrollos de m ode­
los de vivienda extraurbana realizados p o r los arq u itecto s habían
estado hasta entonces vinculados a la expansión del w e e k e n d y sus
figuraciones recreativas, m ientras que en este caso se tratab a de
enfrentar el problem a de la vivienda en el cam po entendido éste
com o un lugar de trabajo y producción. La m ayoría de las iniciati­
vas estuvieron a cargo de instituciones fundadas p o r el gobierno
de Justo, aunque com enzaron durante el gobierno de Ortiz. Todas
estaban relacionadas con p ro p u estas m ás am plias dirigidas al sec­
to r agropecuario, centradas en la colonización o el crédito agrario,
com o el concurso de p ro to tip o s para viviendas rurales organizado
p o r el Instituto de C olonización de la Provincia de B uenos A ires
en 1937; el concurso realizado en 1938 po r el B anco N ación (que
había creado la Sección C rédito A grícola en 1933); la labor del
C onsejo A grario N acional, creado en 1939 sobre la base de p ro ­
y ecto s legislativos anteriores; el conjunto de p royectos realizados
po r la D irección de Tierras y C olonias del M inisterio de A g ricu l­
tura; las propuestas del B anco H ipotecario N acional de 1942.
L as políticas del arraigo rural no sólo reconocían estím ulos en
la situación local, sino que eran consecuentes con la principal p re­
ocupación que com enzaba a m arcar los debates de la urbanística:
la necesidad de evitar las grandes concentraciones urbanas, a tra-
Escuela rural en Su ¡pacha, provincia de Huellos Aires.
Arq. Eduardo Sacriste, 1943.

vés de una ocupación territorial equilibrada. Se tratab a de un cli­


m a de opinión internacional, basado en el predom inio de las te o ­
rías urbanas anglosajonas, de gran peso desde finales del siglo X IX
y com pletam ente hegem ónicas desde m ediados de los años trein ­
ta. C o n tra el im aginario del m odernism o m etropolitano de la con­
centración, la m ecanización y la estandarización de la vida u rb a ­
na, se im ponía el m odelo de la descentralización basado en el dis­
positivo territorial de la ciudad-jardín, que en la teo ría contem pla­
ba la form ación de núcleos urbanos autosuficientes con funciones
productivas, en vinculación con la pequeña propiedad rural.
En el debate argentino, los problem as territoriales planteados se
resum ían en la oposición de dos consignas: urbanizar el cam po o
ruralizar la ciudad. L a prim era representaba claram ente la línea de
las iniciativas estatales de m odernización del territo rio y se desa­
rrolló principalm ente en la prim era m itad de la década, en co n tran ­
do su apogeo en el Prim er C ongreso de U rbanism o de 1935. H a­
ciendo un balance de él, en su num ero de noviem bre de ese año la
R e v ista d e A r q u ite c tu r a reclam aba al gobierno el tip o de política
que respaldaba las obras de la D irección N acional de Vialidad o
YPF: “E s hacia una distribución racional de la población que debe
rectificar sus actos la adm inistración pública [...]. H abrem os así
pasado la época transitoria de la factoría y c o n stru id o u n a nació n ,
u rb a n iza n d o e l p a í s ”.
L a segunda posición se hizo paulatinam ente predom inante en
la segunda m itad de la década, com o parte del nuevo pro tag o n is­
m o del “país rural” . El proyecto del m inistro C árcano para la crea­
ción de la com isión de colonización nacional proponía la form a­
ción de explotaciones agrarias suburbanas; un año después, en
1936, la creación de la C om isión N acional de C olonización era
im pulsada po r Juan C afferata, antes cread o r de la C om isión N a ­
cional de C asas B aratas, con el objeto de producir una versión
rural de ésta. E n 1939, José M artínez, senador por C órdoba, p ro ­
ponía la creación del Instituto de la V ivienda P opular para “p ro ­
y ectar planes de descongestión de las grandes ciudades” , preci­
sando la necesidad de que “ estos planes com prendan no solam en­
te el ejido de las ciudades propiam ente dichas, sino de las zonas
suburbanas y adyacentes a las m ism as para llevar la población al
cam po” . El M useo Social A rgentino, persistente defensor de esta
posición, organizó en 1940 el Prim er C ongreso de la Población,
cuyo diagnóstico füe una de las m ás radicales críticas al papel del
fenóm eno urbano en el desarrollo del país. L a ciudad apareció
dem onizada bajo las im ágenes de “tu m o r u rb an o ” , “corriente de
lava del urbanism o invasor” , y se term inaba proponiendo su com ­
pleta desconcentración en una periferia rural.
U no de los ejes de debate füe, desde ya, la cuestión del creci­
m iento de B u en o s Aires; la opinión técnica generalizada proponía
la creación de instrum entos de control de la expansión. Pero el
problem a general incluía tam bién los m odelos diferentes de vida
im plícitos en las propuestas urbanísticas. U rbanizar o ruralizar tam ­
bién significaba la co nstitución de im aginarios co n tra p u esto s del
habitar. El predom inio casi absoluto de las propuestas anglosajonas
en la cultura técnica de la época podría explicarse porque conci-
liaban una serie de postu lad o s m odernistas (la necesidad de la pla­
nificación urbana com o aspecto parcial de la planificación te rrito ­
rial y social) con la reivindicación del m otivo dom éstico del h o m e ,
en sus aspectos de realce de la vida fam iliar y del co n tacto “ hum a­
nista” entre la cultura y la naturaleza. D e tal m odo, este hum anis­
mo m odernizador era capaz de albergar tan to la revisión interna al
m odernism o que se desarrollaba desde m ediados de la década de
1930, com o las necesidades de una nueva sensibilidad fuertem en­
te atravesada en la A rgentina por el auge católico p o sterio r al C on­
g reso E ucarístico de 1934, que hacia com ienzos de la década del
cuarenta tendía a aum entar su peso tan to en las corporaciones p ro ­
fesionales com o en el propio E stado. A unque esta corriente no se
plasm ó en em prendim ientos urbanísticos co n creto s en la década,
constituyó la base ideológica de buena parte de los em prendim ien­
to s urbanísticos y habitacionales del peronism o en el poder.
Finalm ente, este debate urbanístico encontró un correlato ajus­
tad o en el terren o de las figuraciones arquitectónicas, en el cual el
“ regreso al cam po” se im ponía en m uchos frentes, constituyendo
tal vez uno de los principales referentes para la generalización del
im aginario rural a fines de los años treinta. Se asistió a un viraje
regionalista o localista en los debates del m odernism o a rq u itec tó ­
nico, tam bién inspirado en los cam bios que se venían produciendo
desde 1930 en el seno del m odernism o internacional com o parte
de la reflexión sobre el agotam iento de sus prim eras figuraciones,
asociadas linealm ente con el progreso tecnológico. El im pacto m ás
general de la guerra ratificó ese viraje: ya po r razones m ateriales,
com o las restricciones de las im portaciones que llevaron a valori­
zar la m adera y la piedra locales; ya po r razones culturales, com o
el relativo aislam iento generado po r el eclipse europeo.
En la A rgentina, tal viraje se expresó en diferentes vertientes.
U na de ellas fue constituida por un secto r del m odernism o que
desde el com ienzo de su m ilitancia v an g u ard ista en los años vein­
te había buscado una expresión “ criolla” — en el sentido dado por
las vanguardias literarias— de la arq u itectu ra m oderna y que ah o ­
ra podía reencontrarse francam ente con ciertas im ágenes de la tra ­
dición rural. E s el caso de A lberto Prebisch, in tro d u c to r de los
tex to s de Le C orbusier y otras proclam as de vanguardia en la pri­
m era posguerra, quien hacia 1940 construia casonas señoriales tra-
dicionalistas, defendiendo su relación con el paisaje, la historia y
los m ateriales locales con el m ism o to n o beligerante con que antes
había p o stulado la necesidad de una creación arquitectónica e x
tiihi/o.
O tra vertiente encontró una expresión m ás de fondo en la arti­
culación de las problem áticas disciplinares con las de la tra n sfo r­
m ación territorial llevada adelante po r el E stado. En la A rgentina,

190
com o en o tro s países donde fuertes políticas territoriales estatales
eran acom pañadas po r el debate sobre la identidad nacional de la
arquitectura — el M éxico cardenista o la U nión Soviética— , aquel
viraje disciplinar siguió paso a paso el rum bo de la experim enta­
ción estatal, que significó para los arquitectos, h asta entonces p ro ­
fesionales em inentem ente urbanos, p o n er en el centro del debate
los problem as del interior y el habitar rural.
P o r ejem plo, las estaciones de servicio y los edificios industria­
les y de habitación que realizaba YPF, entre 1934 y 1937 habían
sido francam ente m odernistas, casi com andos didácticos de v an ­
guardia con la explícita v o cación de generalizar en el país un im a­
ginario de pro g reso urbano; pero hacia 1938 com enzaban una bús­
queda en p o s de diferentes fórm ulas de com binación entre trad i­
ción y m odernidad, entre cosm opolitism o y regionalism o, a través
del uso de los m ateriales o las com posiciones volum étricas. A los
estilos náuticos o cúbicos de los prim eros años, les sucedieron
im ágenes volcadas hacia un estilo rústico m ás o m enos m odernis­
ta: com binaciones de vidrio, piedra y tech ad o s de tejas invertidos,
uno de cuyos más altos ejem plos es la estación de servicio de Peralta
Estación caminera Dolores, Plan ACA-YPF, c. 1938, Arq. Antonio I llar.

Ram os, en M ar del Plata, realizada en 1938 p o r D e la M aría Prins.


E sas tendencias derivarían, hacia com ienzos de la década del cu a­
renta, en la generalización de una tipología pin to resq u ista con re ­
m iniscencias del estilo californiano.
V inculada a la m ism a em presa, pero con im pacto m ás directo
en la cultura arquitectónica, debe señalarse la experiencia que lle­
vó a d elan te el a rq u ite c to m o d ern ista A nto n io U. V ilar, com o
diseñador general del plan que Y P F realizó con el A utom óvil Club
A rgentino a partir de 1937. E n el transcurso del encargo estatal
Vilar realizó un “descubrim iento” del interior, de los problem as
del desarrollo social y pro d u ctiv o nacional, que concluiría en un
cam bio radical en sus posiciones. E n 1933, en el cénit de sus c o n ­
vicciones m odernistas, había p ro p u esto un rechazo total de la tra ­
dición para resolver los problem as del presente; en 1943, en cam ­
bio, la experiencia realizada con el Plan A C A -Y P F lo llevaba a
valo rar las peculiaridades regionales, colocando al E stad o com o
único g aran te interesado en la salvaguarda de los v alores h istóri­
cos y sociales que el descubrim iento del in te r io r de la nación h a­
cía ap arecer en to d a su rara riqueza. A ctitud coincidente con polí­
ticas oficiales: en 1939 se había form ado la C om isión N acional de
M onum entos H istóricos y en 1943 la Oficina de L u g a r e s , E difi­
cios y M onum entos H istóricos en el M inisterio de O bras Públicas.
El E stad o que había salido a m odernizar el país parecía haber re ­
gresado con una m ayor conciencia de los “v alores” que ese país
encerraba para la definición de una identidad. Y el “viaje tu rísti­
co” que la arquitectura em prendió gracias a los encargos públicos
m odernizadores se convirtió en una n o v e la d e a p re n d iza je de la
nacionalidad.
El ejem plo m uestra con claridad el rol ju g ad o p o r el E stad o
com o cam po de pruebas de las diferentes expresiones del “regreso
al cam po” y, al m ism o tiem po, el efecto que p rodujo la escala te ­
rritorial en que debía realizarse esa experim entación. L a m edia­
ción del E stad o llevó, en prim er lugar, a que los debates arquitec­
tó nicos se hicieran cargo del conjunto del país, y, en segundo lu­
gar, transform ó las discusiones sobre la creación de una “ arquitec­
tu ra nacional” en la búsqueda de un “tip o ” de obra adaptada a la
totalidad del país, que com binase necesidades m odernas y ex p re­
sividad nacional-regional. L a clave estatal seguía siendo la n ece­
sidad de hom ogeneizar el territorio, pero si a com ienzos de la dé­
cada esa hom ogeneización tenía el sello de la m odernización u r­
bana, a finales de la década pasaba p o r diferentes m odulaciones
del im aginario rural. H acia los años cuarenta, ya se encontraba
consolidada la idea de que “país” , com o representación, debía ser
sinónim o de interior.
P e ro hay que en fatizar tam bién el to n o definitivam ente social
que el “descubrim iento” del interior, entendido com o conocim ien­
to directo de las condiciones de vida p opulares y rurales, le dio a
la a rq u itec tu ra m oderna. U n to n o que se hizo evidente en figuras
m aduras p ro fesionalm ente com o V ilar (quien com enzó entonces
una so sten id a experim entación de prefabricación de vivienda p o ­
p ular rural), p ero que resu ltó p articularm ente im portante en las
nuevas g en eraciones de arq u itecto s. E m ergía así, en los tard ío s
años trein ta, una nueva v anguardia, a la que el “ descu b rim ien to ”
del in terio r le perm itió rein tro d u cir de m odo c o n te stata rio la p ro ­
blem ática p o p u lar en el universo de la arq u itec tu ra m oderna ar­
gentina, a la que criticaba p o r h ab er c o n v ertid o la rev u elta inicial
en una fórm ula especulativa p ara casas de renta, sin contenido
social ni estético . A lgunas de las principales figuras de esa nueva
generación son el g ru p o A ustral, form ado en 1939; H o racio C a­
m inos y E d u ard o Sacriste, p ro ta g o n ista s de la p o ste rio r E scuela
de T ucum án; la rev ista T ecn é , dirigida p o r C o nrado S onderéguer
y Sim ón U ngar en 1942; to d o s realizaron un reconocim iento de
la arq u itec tu ra p o p u lar del in terio r y reivindicaron el uso de m a­
teriales a u tó c to n o s, la adecuación al clim a y el c a rá c te r social
com o las nuevas bases de una a rq u itec tu ra v erd ad eram en te m o­
dernista.
“ País” ya equivalía a “interior” , p ero adem ás, para esta ex asp e­
ración de los tem as que la transform ación territorial a carg o del
E stado había puesto a la orden del día, “ interior” equivalía a “cues­
tión social” . P o r lo tanto, la ofensiva del “país rural” podía v olver­
se una crítica radical a la m odernización co n serv ad o ra aun siendo
tan deudora de ella, com o no tardaría en dem ostrarse a partir de
1945.

Los viajes del ensayo

E stas im ágenes, p o r su p u esto , no po d ían te n e r un c a rá c te r


unívoco; po r el contrario, se asistió en esos años a una sobreposi-
ción de m atrices interpretativas diversas sobre la com posición del
país, que reconocían inspiraciones en algunos casos m uy alejadas
en el tiem po. Sin em bargo, m uchas de las principales tendencias
em ergentes en la cultura estuvieron relacionadas con este “viaje”
al país interior, con esta nueva coloración “provinciana” del clima
de ideas.
La línea hegem ónica co n tra la cual se m anifestaron las nuevas
interpretaciones era la que representaba al país centrado sobre la
pam pa y sobre B uenos Aires. U na representación de larga data, en
la cual el “criollism o v an g u ard ista” de la década del veinte había
introducido un m atiz celebratorio, dejando de localizar en la pam ­
pa la clave del mal cultural e iniciando una su erte de “ m etafísica
de la llanura” que, en la década de 1930, se había vuelto co m pleta­
m ente convencional. En la m ayor parte de los casos se tra ta b a de
una m etafísica optim ista, com o era optim ista Scalabrini O rtiz en
E l h o m b re q u e e stá s o lo y e s p e r a , en su confianza de que, final­
m ente, luego de to d a la agitación eu ro p eizan te del aluvión inmi­
g ratorio, se im ponía en la ciudad el “espíritu de la tierra” . D e to ­
dos m odos, aun en los casos en que se tra tara de una m etafísica
pesim ista, com o la de M artínez E strada, esas lecturas entendían la
figura de la pam pa-B uenos A ires com o una sinécdoque de la A r­
gentina toda. Así, el m apa del país era una especie de p e n d ie n te
que desem bocaba en el Plata, donde se expresaba la totalidad del

194
c arácter nacional E sa p osición era adoptada, en el m arco de la
m odernización conservadora, casi com o la versión oficial sobre el
cará c te r “criollo” de la ciudad y, transitivam ente, de una A rgenti­
na que se explicaba en ella.
A unque desde com ienzos de la década del treinta algunas voces
ponían rep aro s a la fascinación que producían esas lecturas, sólo
en la segunda m itad com enzaría a to m ar form a una representación
consistente del país interior, que iba a oponerse a aquel “pam peano-
centrism o” . B ernardo Canal Feijóo fue uno de los au to res que con
m ás persistencia avanzaron en esa búsqueda de rep resen tar el país
desde un “ m iraje tie rra -a d e n tro ” , com o llam aba a ese cam bio de
perspectiva. En 1937 pro p u so una refutación encendida del libro
que M artínez E strad a había publicado en 1933, m ontando una in­
terp retació n de la tradición cultural en la que lo interior om itido
tom ó el carácter de síntom a. Así, en P ro p o sic io n e s e n to rn o a l
p r o b le m a d e u n a c u ltu ra n a c io n a l a rg en tin a , publicado en 1944,
sostuvo que la A rgentina m oderna se había construido sobre el
aserto alberdiano de que el “d esierto ” (es decir, aclaraba, la parte
“ocu p ad a” por la historia colonial española o po r el indio) im pe­
día la civilización y que ella sólo podía im plantarse p o r la fuerza,
“ de gajo” , argum ento tam bién im plícito en la figura sarm ientina
de la civilización y la barbarie. Tal co n stru cció n había cread o una
falsa alternativa en la cual to d a la cultura argentina p o sterio r ha­
bría quedado apresada, po r aceptación directa o po r inversión “crí­
tica” : “ ser bárbaro, pero auténtico, o ser culto, pero sim plem ente
nom inalista y re tó ric o ” .
Sin em bargo, tal vez sea Scalabrini O rtiz, ju stam en te p o r haber
sido partícipe activo de la m irada van g u ard ista y “ pam peanocén-
trica” , quien m ejor m uestre el cará c te r del cam bio experim entado
en las representaciones del país. E n tre E l h o m b re q u e está so lo y
e sp e ra , de 1931, y sus escritos de denuncia nacionalista de la se­
gunda m itad de la década, Scalabrini pasó del optim ism o urbano a
la exploración de las razones ocultas que hacían pervivir, dram áti­
cam ente, al “país pastoril” . E ste últim o diagnóstico tam bién aloja­
ba el optim ism o, dado que la explicación conspirativa y m onocausal
de los m ales nacionales perm itía esperar la redención. Sin em bar­
go, desde el p unto de vista de la im agen del país que m odelaban,
am bos registros eran com pletam ente contrastantes. En 1931, Sca­
labrini podía afirm ar en directa analogía con Frank:
“ El Hombre de Corrientes y Esmeralda es el vórtice en
que el torbellino de la argentinidad se precipita en su más
sojuzgador frenesí espiritual. Lo que se distancia de él pue­
de tener más inconfundible sabor externo, peculiaridades más
extravagantes, ser más suntuoso en su costumbrismo, pero
tiene menos espíritu de la tierra.
"Por todos los ámbitos, la república se difúmina. va desva­
neciéndose paulatinamente. Tiene sabor peruano y bolivia­
no en el norte pétreo de Salta y Jujuy; chileno en la demarca­
ción andina; cierta montuosidad de alma y de paisaje en el
litoral que colinda con Paraguay y Brasil y un polimorfismo
sin catequizar en las desolaciones de la Patagonia.
”E1 Hombre de Corrientes y Esmeralda está en el centro
de la cuenca hidrográfica, comercial, sentimental y espiri­
tual que se llama República Argentina. Todo afluye a él y
todo emana de él. Un escupitajo o un suspiro que se arrojan
en Salta o en Corrientes o en San Juan, rodando en los cau­
ces, algún día llegan a Buenos Aires.”

A lo largo de la segunda m itad de la década, en cam bio, en una


serie de artículos que reuniría luego en P o lític a b r itá n ic a e n e l R ío
d e la P la ta , Scalabrini revirtió el cará c te r de esa centralidad de
B uenos A ires para adoptar, po r una parte, la representación de los
“dos países” , la ciudad litoral y el interior, dram ática e irrem edia­
blem ente escindidos. Y, po r o tra parte, para com enzar a ver las
huellas de un futuro m ejor en el país “tie rra -a d e n tro ” , donde el
espíritu nacional es “m ás recio” p o rq u e está “ afirm ado en la ver­
dad de la tie rra ” . Allí radicaría la posibilidad de vencer esa esci­
sión, en la que se habían com prom etido to d o s los poderes im pe­
riales y sus agentes po rteñ o s du ran te la historia nacional.
D e estas nuevas representaciones del país se desprenderían p o ­
siciones que variaban de acuerdo con la valoración que se le diese
a cada una de las partes e n ju e g o . El interior, ¿era una región m an­
tenida por la fuerza en un prim itivism o del que se la debía resca­
tar, produciendo, com o proponía Canal Feijóo, un proceso de de­
sarrollo que la pusiera a la altura de la m odernización del litoral?
¿O su potencialidad radicaba p recisam ente en haber m antenido
una esencia a salvo de la m odernización, com o quería el telurism o
populista, haciendo de la necesidad virtud? Indudablemente, esas
m odulaciones vuelven a plantear la alternativa del com ien zo entre
urbanizar o ruralizar, o quizá m ás m atizadam ente, entre hom oge-
neizar en busca de “tip o s” nacionales, fueran rurales o urbanos, o
prom over la diferenciación regional. P ero se debe n o tar que entre
finales de la década del trein ta y com ienzos de la del cuarenta las
alternativas, en to d o s los casos, ya se encontraban po r com pleto
com prendidas en la m ism a clave señalada para la arquitectura:
“país” equivalía a “ in terio r” , y cualquier noción de nacionalism o
estaba indisolublem ente ligada a su conocim iento y defensa cabal.
En este sentido, conviene volver al tem a de la difusión de las
im ágenes del interior. G raciela Silvestri ha señalado la im p o rtan ­
cia, com o dato de la constitución de los im aginarios del paisaje, de
la publicación de fotografías de regiones argentinas que realizó en
sus prim eros núm eros la revista S ur. Tres décadas después de pu­
blicadas, en 1962, V ictoria O cam po y Jorge Luis B orges pole­
m izaron por ellas. E vocando el prim er núm ero de la revista, B or­
ges usó las fotografías com o ejem plo de que el proyecto inicial de
O cam po tenía la m irada puesta en E uropa: “E stábam os bastante
asom brados de ver, en el prim er núm ero de esta revista publicada
en B uenos Aires, que había una foto de las cataratas del Iguazú,
o tra de Tierra del Fuego, o tra de la cordillera de los A ndes, e inclu­
so una de la provincia de B uenos Aires. C reo reco rd ar que ésta
decía ‘V ista de las p am pas’... en plural! U n v erd ad ero m anual de
geografía. V ictoria había hecho esto para m o strar la A rgentina a
sus am igos de E uropa, pero resultaba un poco curioso en B uenos
A ires” .
E n su respuesta, O cam po opu so a la connotación despectiva de
B orges la im portancia que en los años treinta suponía ya no ense­
ñarles el país a los extranjeros, sino a los propios argentinos. M ás
aún, las im ágenes respondían a un “afán de auto co n o cim ien to ” :
“S u r, mi querido G eorgie, ha sido para mí un m edio co sto so de
aprender nociones elem entales, téngalo presente. E stas fotos for­
m aban parte de ese intento. A ntes de dedicarlas al lector d esco n o ­
cido (n u estro etern o cliente) me las dedicaba a mí misma, figúre­
se. Así es tu tierra — me decían— . N o lo olvides, ignorante” .
U na cantidad de iniciativas y afirm aciones de O cam po en S u r
perm iten asegurar que ese “afán de autoconocim iento” era m ucho
m ás que una construcción retrospectiva. Así, en el núm ero 10 de
1935, com enta su deseo incum plido de que E isenstein film ara un
docum ental en la A rgentina, un “poem a épico [...] que relatara en
im ágenes la historia de nuestra tierra y del hom bre que en ella
lucha” . La necesidad de docum entar de O cam po m uestra la articu­
lación cultural de la dem anda “tu rística” de C rític a en la década
anterior pero, tam bién, la respuesta a la requisitoria de O rtega y
G asset, sólo posible a partir de la crisis de 1930: el territo rio debía
ser la sede prim era, m aterial y espiritual, de la sustitución de im ­
portaciones en la cultura.
D esde este punto de vista, la polém ica asum e o tro carácter. A
B orges no le había parecido “tu rístico ” incorporar fotografías en
el E v a r is to C a rrie g o de 1930, parte de la operación criollista de la
vanguardia que hom ologaba pam pa y ciudad. O curre que, com o
para el prim er Scalabrini O rtiz, tam bién para B orges m ostrar aque­
llo que no era la pam pa-ciudad suponía o frecer una visión “ ex ó ti­
ca” del país, m ientras que el g esto de O cam po ya buscaba incluir
to d a la geografía en un nuevo m anual nacional y, por esa vía, am e­
ricano, ya que ju n to a las fo to s de regiones argentinas, en efecto,
se publicaban o tra s del resto de L atinoam érica. H om ologar ex o ­
tism o y turism o, com o hacía B orges, im plicaba no hacerse cargo
del rol del turism o en esa década de su am pliación estatal y social:
la relación entre “c o n o cer lo p ropio” y “crear m ercado” . Y no pa­
rece secundario, en este estricto sentido, rem arcar la presencia
continua de publicidad de Y P F con largos tex to s nacionalistas en
las páginas de la revista S u r desde 1934 en adelante.
“T oda la g eografía” : tal vez el m ejor ejem plo del rol del turism o
en la constitución del nuevo territo rio lo plantea la incorporación
de las im ágenes del sur del país. C om o señalaría m ás adelante
Canal Feijóo en su T eoría d e la c iu d a d a rg e n tin a , el “ plano incli­
nad o ” del país que desem bocaba “ naturalm ente” en la pam pa-ciu­
dad ya era anacrónico, porque correspondía al m apa de la o c u p a ­
ción española vigente hasta la organización nacional, que había
sido sin em bargo m odificado con la incorporación en el siglo X X
de la P atagonia, efectivizada en los años treinta p o r la iniciativa
estatal. El fuerte im pulso estatal de esa década, con su búsqueda
de hom ogeneización urbana de los prim eros años o con su rever­
sión ruralista de los finales, im puso una figuración sobre “lo p ro ­
pio” que involucró, p o r prim era vez, al país en su conjunto. L a
igualación de “ país” con “ interior” , alum brada po r la ocupación
territorial del E stado, había com enzado a producir el diseño de un
nuevo m apa nacional.
b ib l io g r a f ía

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La nueva idenndad de
Los secwnes popuLanes

por RICARDO GONZÁLEZ LEANDRI


E
n tr e la s d o s g u e r r a s
m undiales la id en tid ad
de los sectores popula­
res urbanos, inicialm ente tra ­
bajadora, con testataria y vin­
culada a un cierto desarraigo
inm igratorio, fue m odificán­
dose hasta convertirse en una
m ás fluida y reform ista. E sta
transform ación se relacionó de
m anera estrecha con cam bios
p roducidos en los niveles y en
las expectativas de vida de los
sectores populares, y tam bién
c o n la c re c ie n te in c id e n c ia
social de nuevas dim ensiones
del E stado.
E n virtud de estos cambios,
continuando una tendencia que
com enzó a hacerse n o tar en la
prim era décad a del siglo, el
E stado dejó de ser percibido
p o r lo s s e c to re s p o p u la re s
com o un espacio enemigo para
convertirse en form a paulati­
na en un instrum ento político
del cual podían obtenerse cier­
to s beneficios y, por lo tanto,
en un bastión por conquistar.
L a nueva cu ltu ra p o p u lar
que com enzó entonces a con­
form arse, en la que tuvieron
u n a in flu e n c ia c re c ie n te el
E stado — sobre to d o en su fa­
ceta educativa— , los escena­
rios barriales, la palabra escri­
ta, la radio, el cine y el esp ec­
táculo deportivo, se caracteri­
zó por un peculiar pragm atis­
m o que se hizo n o torio en las
nuevas form as que adquirió “lo político” . Así, no es sorprendente
que la influencia de los anarquistas, predom inante en etapas ante­
riores, dejara paso a la de radicales y socialistas.
El inicio de estos cam bios se sitúa, aproxim adam ente, en los
años de la G ran G uerra, para desplegarse en la década abierta en
1930. Su com prensión reclam a, entonces, rem ontarse hasta aque­
lla prim era fecha. P o r o tra parte, B uenos A ires es el ejem plo que
m ejor resum e tales transform aciones, que sin em bargo se d esarro ­
llaron en buena parte de las grandes ciudades argentinas.

TRABAJADORES Y SECTORES MEDIOS

El mundo del trabajo en una gran ciudad

En el m om ento que estallaba la Prim era G u erra M undial, B u e­


nos A ires era la ciudad m ás grande de A m érica Latina; com o tal
em pleaba a miles de trabajadores en el tran sp o rte y en el sector
servicios. Al m ism o tiem po, era un creciente centro industrial que
cobijaba en su seno al 36% de to d o s los trabajadores industriales
de la república, p o rcen taje que se elevó de form a significativa al
44% en 1936.
Es difícil saber en form a precisa las dim ensiones del “ m undo
del trabajo” durante esos años. El censo de 1914 fijaba el núm ero
de trabajadores en 406.120, de los cuales un 67% realizaba activi­
dades industriales m anuales o artesanales, un 11,1% estaba o c u ­
pado en el secto r transporte, un 2,4% en actividades com erciales y
un 19,2% en ocupaciones no calificadas. D e gran relevancia es el
hecho de que un 73% de to d o s los trabajadores m ayores de cato r­
ce años era extranjero.
Las m ujeres, po r su parte, representaban un 20,8% de esa fuer­
za laboral en 1914, porcentaje que se elevó a un 23,4% , de acuer­
do con los d ato s del censo industrial de 1935. Si bien en la indus­
tria el porcentaje de trabajadoras bajó de m anera gradual entre 1914
y 1930, en el total de la fúerza de trabajo se m antuvo de m anera
constante alrededor del 20% .
Tam bién trabajaban en B uenos A ires 24.423 niños, un 12% de
los que entonces tenían entre 10 y 16 años, que representaban un
3,2% de los trabajadores industriales y un 2,8% de los del com er­
cio. E ntre 1914 y 1921 un 7,1% de la fuerza de trabajo estuvo
co m p u esta p o r m enores. E sa cifra dism inuyó suavem ente, aunque
con altibajos; sin em bargo, a lo largo del período el porcentaje de
los niños en la fuerza laboral osciló de m anera perm anente entre
un 4 y un 8%.
Puede concluirse a partir de estas breves referencias que el m un­
do del trabajo durante los años de entreguerras, y por ende a lo
largo de la década de 1930, fue grande y diversificado y com pren­
dió alrededor de un cuarto del total de la población de la ciudad de
B uenos Aires. En el inicio del periodo estaba com puesto por una
m ayoría de extranjeros, sobre to d o italianos y españoles, p ro p o r­
ción que fue variando de una m anera destacada en los años si­
guientes.

Los sectores medios

U n proceso im portante que contribuyó al cam bio de fisonom ía


y expectativas de los sectores populares urbanos fue la m ovilidad
social que se produjo durante este período. Tal m ovilidad se hizo
no toria en un cierto desgranam iento de la m asa trab ajad o ra y en el
hecho de que, en form a paulatina pero constante, se fueron desdi­
bujando algunos de los lím ites entre los estrato s sociales. Tal p ro ­
ceso apoyó la constitución de una im agen de sociedad m ás abierta
y fluida, que perm itió a v o cero s conservadores y radicales hablar
de la inexistencia de clases sociales en la A rgentina.
H acia 1930, la im pronta de las capas m edias en m uchas regio­
nes del país era ya bastante notable y B uenos A ires fue, obviam en­
te, la ciudad m ás influida po r estos sectores, que pasaron de un
38% de su población en 1914 a un 46% en 1936. E sta creciente
influencia de las capas m edias se hizo especialm ente visible en el
estilo de vida de la ciudad com o conjunto y sobre to d o en el hori­
zonte de expectativas, en los gustos y en la co nducta com o consu­
m idores y seres políticos de sus heterogéneos sectores populares.
Si esto era cierto en 1930, lo fue aun más en 1945.
El crecim iento y la influencia m encionados fueron posibles g ra­
cias a la peculiar evolución social de este período, en el que las
transform aciones del sistem a educativo y la dem anda real de per­
sonal calificado fueron m uy im portantes. E s bien conocido ta m ­
bién que ya el gobierno de Y rigoyen había expandido de una m a­
nera n otoria la burocracia gubernam ental, abriendo canales de as-
censo a personas que aspiraban a incorporarse a los grupos m e­
dios o que ya pertenecían a ellos. O tro rasgo característico de la
expansión de las clases m edias fue la m ultiplicación del núm ero
de propietarios y em pleados de pequeños negocios.
Sin em bargo, la m ovilidad social y el crecim iento de las capas
m edias durante este período siguen registrando aún hoy aspectos
confusos, dado que no es m ucho lo que se sabe acerca del p o rcen ­
taje real de trabajadores que se vieron inm ersos en form a directa
en esa aventura del ascenso social y cam biaron su actividad no
calificada, desarrollada en talleres y pequeñas fábricas, po r tareas
típicas de la clase m edia. La evolución de la estru ctu ra ocupacio-
nal y, po r lo tanto, de los requisitos exigidos para instalarse en
posiciones laborales propias de las capas m edias m uestra que és­
tas crecieron gracias al aum ento de los em pleados y de los p ro fe­
sionales. Sólo en segunda instancia debe su increm ento la clase
m edia a los pequeños p atro n o s y com erciantes.

[samhlea en la Asociación Trabajadores del Estado. ¡941

206
L os trabajadores, que eran en gran m edida extranjeros todavía
hacia 1930, debieron e n co n trar sin duda m uchas dificultades en
adquirir la educación, las habilidades y la influencia necesarias
para o cupar puestos característicos de los sectores medios. En efec­
to, los requisitos de acceso a las profesiones eran dem asiado es­
tric to s para una m asa de inm igrantes cuyos índices de analfabetis­
m o eran to d av ía im portantes y lo m ism o puede decirse, aunque en
m enor m edida, de la heterogénea categoría de los em pleados. Todo
indica en consecuencia que el ascenso social durante el período
analizado no se debió, al m enos de una m anera destacada, a un
fenóm eno de m ovilidad inm ediata entre “clases” — que el trab aja­
d o r inm igrante se convirtiera él m ism o, y de m anera rápida, en un
m iem bro de las clases m edias— sino a un p roceso de m ás largo
plazo, m ediado en general p o r la educación, y cuyos acto res prin­
cipales fueron m ás bien los hijos o los nietos, ya argentinos, de
antiguos m igrantes transoceánicos.
E n el crecim iento de los secto res m edios sin duda influyeron
tam bién o tro s factores. U no de ellos fue la incorporación de inmi­
g rantes que ya pertenecían a los sectores m edios en sus respecti­
v o s países de origen, fenóm eno que si bien fue num éricam ente
m inoritario, no puede dejarse de lado sin más. U n segundo ele­
m ento fue la ocupación de p u esto s considerados propios de las
capas m edias p o r hijos de la elite en un m ovim iento inverso de
descenso social, que tuvo lugar sobre to d o en la década abierta en
1930.
En cuanto a la conversión de trabajadores en pequeños patronos
o com erciantes, tam bién es necesario ten er en cuenta que para una
m ayoría era realm ente difícil a h o rrar lo suficiente com o para ini­
ciar un em prendim iento com ercial propio. E sta experiencia, cuan­
do se intentaba, requería un serio esfuerzo po r parte de fam ilias
capaces de a p o rtar un núm ero suficiente de trabajadores y de re­
sistir la autoexplotación intensa y prolongada, de to d o s o de la
m ayoría de sus m iem bros.

LAS CONDICIONES DE VIDA


El resurgim iento económ ico en los años veinte, luego de la cri­
sis asociada a la posguerra, había hecho m ucho para difúm inar el
activism o sindical y político de las vertien tes m ás con testatarias
de los trabajadores. E xcepto por las im portantes protestas contra
la ley de jubilaciones de 1924, el núm ero de huelgas en la Capital
F ederal, po r ejem plo, declinó hasta alcanzar los niveles relativa­
m ente bajos de 1911 a 1916.
A poyada por estos datos, se extendió entre los investigadores la
opinión de que la transform ación se debió a una favorable evolu­
ción de las condiciones de vida. L as cifras oficiales parecen c o rro ­
borarlo, tan to a nivel del em pleo com o de los salarios reales. Tal
punto de vista, asim ism o, se vio reforzado po r el hecho de que esa
m ejora relativa fue com plem entada p o r una legislación que lim itó
las horas de trabajo, y p o r la regulación de las condiciones labora­
les de las m ujeres. E n 1929, tras años de arduas negociaciones y
batallas sindicales, se ap ro b ó finalm ente la ley de las 8 horas, m e­
dida que venía aplicándose en im portante cantidad de estableci­
m ientos desde hacía ya tiem po. Sin em bargo, o tras realidades tam ­
bién aparecen ratificadas, en buena parte, p o r las estadísticas ofi­
ciales: el desem pleo fue m ucho m ás im portante, las o p o rtu n id a ­
des de m ovilidad b astan te m ás escasas y los salarios altos m enos
generalizados de lo que norm alm ente se presupone. A u to res com o
R obert E. Shipley han planteado, entonces, la necesidad de in tro ­
ducir m atices en esa visión optim ista. Señalan, adem ás, que un
porcentaje considerable del aum ento de los salarios fue absorbido
por el alza de los precios de los alim entos, el vestido y la vivienda.
P o r lo tanto, para describir de form a adecuada la evolución de las
condiciones de vida de los sectores populares en esta etapa es ne­
cesario observar con detenim iento el efecto de ciertas oscilacio­
nes económ icas.
L os prim eros gobiernos radicales tuvieron desde el punto de
vista económ ico dos etapas bastante diferenciadas. C uando Y ri-
goyen accedió al p o d er en 1916, el país estaba viviendo las a g o ­
nías de una seria depresión económ ica iniciada en 1913, que se
extendería hasta 1917. D urante estos años se registró un conside­
rable desem pleo, que afectó sobre to d o a los trabajadores urbanos
vinculados al secto r exportador. A esta prim era etapa siguió una
segunda que com enzó en 1918, prolongándose hasta la depresión
de posguerra, que supuso en cam bio un cierto auge económ ico.
Es im portante d estacar que durante estos años el efecto princi­
pal de la Prim era G uerra M undial fue el surgim iento bastante ace­
lerado de un proceso inflacionario. Al com ienzo, los precios inter­
nos se vieron afectados po r los de las m aterias prim as im portadas,
m ientras que a partir de 1917 lo fueron po r el increm ento de la
dem anda externa de p ro d u cto s agropecuarios; com o la o ferta per­
m anecía relativam ente inelástica, dicha dem anda tuvo creciente
gravitación en los precios a los consum idores locales: en 1918
habían subido un 75% con respecto a los de 1910. E ntre 1914 y
1918 el co sto de vida urbano registró un aum ento de alrededor de
un 65% . M ientras el co sto de los alim entos se elevó en prom edio
un 40% , el de los alquileres lo hizo un 15% y el de ciertos rubros
específicos, com o las confecciones, casi un 30% . P or o tra parte,
índices elab o rad o s p o r la R e v ista d e E c o n o m ía A rg e n tin a calcula­
ban que el co sto de la vida se había casi duplicado entre 1914 y
1920.
El co sto de la vida descendió algo en 1919 para alcanzar luego
el nivel m ás alto de to d o el período en 1920 y volver a bajar, esta
vez de m anera bastante abrupta, hasta 1922. A p artir de ese año el
descenso se hizo m ás suave y gradual hasta 1930. C om o dato cua­
litativo, puede destacarse que los visitantes extranjeros se m o stra­
ban asom brados por los precios que veían en los escaparates, y
que m ás de uno de ellos consideró que B uenos A ires era la ciudad
m ás cara del m undo.
L os salarios reales, p o r su parte, dism inuyeron ostensiblem ente
entre 1914 y 1918, para experim entar luego un aum ento sostenido
hasta 1920, cuando se frenaron; hacia 1922, volvieron a incre­
m entarse. R ecién en 1921 llegaron a su p erar los niveles del co ­
m ienzo de la guerra. A p artir de 1923 se produjo un aum ento m o­
derado del salario real, que alcanzó su punto m áxim o en 1928.
U na im portante cuestión a ten er en cuenta para considerar en
sus ju sto s térm inos la evolución de los salarios reales y las condi­
ciones de vida de los sectores populares es que las m ujeres rep re­
sentaban entre un 15 y un 25% de los trabajadores de la ciudad,
dato al que se prestaba p o ca atención en m uchas de las estim acio­
nes de la época. L as trab ajad o ras calificadas y sem icalificadas g a ­
naban sólo un 40% del salario de sus h o m ólogos m asculinos y
generalm ente un 10% m enos que los trab ajad o res no calificados.
C onviene m encionar tam bién que la diferencia entre los salarios
de los hom bres y de las m ujeres creció y no dism inuyó en la d éca­
da de 1920.
Las oscilaciones m encionadas perm iten afirm ar que du ran te
buena parte de este p eríodo la inflación fue un enem igo insidioso
de los secto res populares asalariados, que difícilm ente podían es-
capar de ella, convirtiéndose en sus principales víctim as. La infla­
ción, a pesar de su carácter oscilante, tuvo adem ás una participa­
ción significativa en c o n n o tar la relación entre esto s sectores y la
elite terraten ien te durante el prim er gobierno radical tan to a nivel
social com o político, dado que su principal efecto fue redistribuir
el ingreso desde los grupos urbanos hacia los sectores rurales y
exportadores.
El encarecim iento de los p ro d u cto s de consum o básico colocó
al gobierno radical frente a situaciones com plejas. C on respecto a
los aum entos del precio del azúcar, la carne y el pan, p o co m argen
tenía para p roducir m odificaciones en favor de los sectores p o p u ­
lares afectados, salvo en m om entos m uy especiales y sin m ayor
trascendencia en el largo plazo.
El problem a de los alquileres fue sin duda diferente dado que,
en el caso porteño, sus fluctuaciones no se debieron directam ente
a factores internacionales sino m ás bien a la presión dem ográfica
dentro de la ciudad. F rente a esta cuestión sí ad o p tó el gobierno
radical m edidas drásticas com o su congelam iento.
A pesar de la m ejora relativa de la década de 1920, la tram a
conflictiva que com enzó entonces a tejerse alrededor del consum o
y sus oscilaciones se fue instituyendo de m anera creciente en un
fac to r decisivo a la hora de definir la identidad específica de los
sectores populares. En ese m ism o sentido fúe im portante el papel
que ju g ó la e stru c tu ra tarifaria e im positiva en la form ación de los
precios de los p ro d u cto s de prim era necesidad. N o casualm ente el
P artido Socialista tra tó en form a perm anente de que se redujeran
las tarifas de im portación, en apoyo a los consum idores urbanos.
Tales peticiones co lo caro n a la U nión C ívica R adical ante difíciles
alternativas, p ro d u cto de su propia sensibilidad frente a la p a rticu ­
lar com petencia que de tal m odo se le planteaba y del hecho de
que, com o gobierno, estaba som etido a fuertes presiones de carác­
ter opuesto.
La situación era realm ente delicada pues su éxito político, y
gran p arte de sus im portantes clientelas, los obtenía el radicalism o
de los sectores m edios y populares gracias al aum ento del gasto
p ú b lico . P a ra ello te n ía q u e m a n te n e r u n a fu e rte c a p a c id a d
extractiva de recursos, que no podían ser obtenidos fácilm ente de
los secto res económ icam ente p o d ero so s sin enajenarse al m ism o
tiem po la buena voluntad de los consum idores urbanos. A pesar
de las serias dificultades planteadas en este aspecto, el gobierno
Habitantes de Jilla Desocupación, 1933.

supo salir airoso de tales encrucijadas p o r lo m enos hasta 1930,


con algunas notorias excepciones com o la ocasionada p o r los g ra­
ves conflictos de 1919. Y lo hizo a fuerza de ad o p tar g e sto s o p o r­
tu n o s y m edidas de carácter coyuntural, que m uchos tildaron de
electoralistas.
C onscientes de esta paradójica situación y sintiéndose c ó m o ­
dos en esa posición de “consum idores u rb an o s” que la coyuntura
les abría, los sectores populares com enzaron a ejercitar un p rag ­
m atism o de índole m uy particular, que con el tiem po fue convir­
tiéndose en una de sus características m ás im portantes.
L a crisis m undial de 1930 puso un c o to evidente a la relativa
m ejora social de los secto res populares. L o m ás llam ativo de la
nueva situación fue el aum ento de la desocupación, tan to en la
capital com o en el conjunto del país. Un estudio gubernam ental
del año 1932 confirm ó la existencia de 90.000 d eso cu p ad o s en
B uenos Aires y de 334.000 en to d o el país, co n tra 15.000 que ha­
bía a com ienzos de 1930. El surgim iento de em plazam ientos p re­
carios habitados fundam entalm ente p o r personas sin trabajo, com o
“ Villa D esocupación” o “Villa E speranza” , y la instalación de “ollas
populares” en algunas zonas de la capital y de otras grandes ciuda­
des son un claro indicio del deterio ro que la crisis causó en una
parte im portante de estos sectores.
En form a paralela al increm ento de la desocupación se produjo,
obedeciendo a los m ism os m otivos, un d eterioro bastante genera­
lizado de los niveles de vida, que se p rolongó al m enos hasta m e­
diados de la década. Al m ism o tiem po que se reducían los sala­
rios, aum entaban de form a considerable los co sto s en alim enta­
ción y vestido. El salario prom edio de los o b rero s industriales,
tom ando el índice de 1929 com o 100, cayó a 81 en 1932 y a 77 en
1934; al año siguiente com enzó sin em bargo a recuperarse, m an­
teniendo valores estables hasta aproxim adam ente 1943.
Tam bién fue im portante el descenso de las cifras de in co rp o ra­
ción de extranjeros. La inm igración europea prácticam ente cesó a
partir de 1930, lo que incidió en el declive de la participación de
extranjeros en el total de la población porteña: de 45,6% en 1909
ascendió a 49,3% en 1914, para descender de m anera brusca a
35,1% en 1936 y a 27,5% en 1947. C om o puede observarse, en
1914 el núm ero de argentinos superaba de m anera escasa al de
extranjeros, m ientras que en 1936 sólo un tercio de la población
había nacido fuera del país. E sta “argentinización” de los sectores
populares se convirtió en un factor de prim era m agnitud com o
constituyente de las nuevas form as de la cultura popular.
En form a sim ultánea, los m igrantes internos com enzaron a ad­
quirir una im portancia creciente. En 1936, el núm ero de p o rteños
se había increm entado en 260.000 personas, con resp ecto a la esti­
m ación de 2.153.179 hecha para 1930. Tal increm ento se debió,
sobre to d o , al crecim iento vegetativo y a la inm igración de tra b a ­
ja d o re s de las provincias: en 1914, un 18% de la población nativa
había nacido fuera de los lím ites de la ciudad de B uenos Aires, y
en 1936, un 24% . A m ediados de la década de 1940, ese po rcen ta­
je se elevó al 44% . L os trabajadores nativos nacidos en las provin­
cias, que habían constituido m enos de la m itad de la fuerza de
trabajo de la ciudad de B uenos A ires en 1914, llegaron a rep resen ­
tar hacia 1940 unas tres cuartas partes de los em pleados en las
m ayores ocupaciones industriales.
P ero no sólo los cam bios en el origen de la población influye­
ron en la fisonom ía y la cultura de los sectores populares urbanos.
Tam bién lo hicieron las variaciones en la com posición p o r sexos.
La inm igración m asiva del período previo había hecho que el p re­

212
dom inio de los hom bres sobre las m ujeres fuera especialm ente
relevante en los tram os de edades activas. Sin em bargo, el índice
de m asculinidad bajó en B uenos Aires, desde un 117,2 en 1914 a
un 99,3 en 1936 y a un 94,5 en 1947. H acia m ediados de la década
de 1930, el núm ero de m ujeres ya sobrepasaba ligeram ente al de
hom bres, superando una diferencia en favor de aquéllos que era
de 120.000 en 1914. M ás allá del cam bio cuantitativo, se p ro d u ­
jero n algunas transform aciones significativas en las condiciones
de vida y en las expectativas de las m ujeres de clase m edia y alta,
que no p arecen haberse difundido en la m ism a p roporción en los
sectores populares. L a legislación ap robada en 1926, que fijaba,
increm entándolos, los derechos legales de la mujer, fue un prim er
paso im portante, a pesar de que seguía m anteniendo algunos as­
pectos discrim inatorios.
O tra im portante característica de este período fúe el cam bio en
la distribución por edades: en la década de 1930 los jóvenes, adul­
to s de am bos sexos, ya dom inaban la ciudad y cam biaron en bue­
na m edida su to n o vital. La esperanza de vida pasó de 48,63 años
en 1913/15 a 59,44 en el 35/37 y a 65,24 en 1947.
L os efectos de la educación pública tam bién se hicieron notar.
E n B uenos Aires, por ejem plo, los analfabetos pasaron de ser un
54,4% en 1895 al 35,1% en 1914, y a 12,6% en 1938, lo que devino
en la presencia de un m ayor núm ero de personas en condiciones de
acceder a instrum entos de capacitación m ás form ales que la sola
experiencia. El cruce de esta realidad con la particular evolución
del m ercado de trabajo, que se destacó por una notable dem anda
de em pleados en los servicios adm inistrativos públicos, privados y
de especialidades, influyó en la em ergencia de una peculiar avidez
po r capacitarse, que se convirtió tam bién en o tro de los rasgos más
típicos de los sectores populares durante este período.

LOS SECTORES POPULARES Y LA EXPERIENCIA


URBANA
Viejos y nuevos barrios

U no de los procesos que más contribuyeron a la transform ación


de la identidad de los sectores populares urbanos durante el p erío­
do de entreguerras, y que dejaron huellas indelebles en su cultura,
fue la constitución de num erosos barrios nuevos, en particular en
B uenos A ires pero no sólo allí.
La desconcentración de los sectores populares de B uenos A ires
fue un proceso que venía sucediéndose de form a continuada desde
principios de siglo. A los barrios m ás tradicionales — San Telmo,
B arracas, L a B oca, San Cristóbal, B alvanera, y el N o rte — que a
fines del siglo rodeaban el C entro, se agregó una prim era periferia
ya visible hacia 1910: A lm agro, Caballito, Flores, B elgrano, el bajo
B elgrano, Palerm o o Villa C respo.
Varios facto res explican estas transform aciones: el tranvía eléc­
trico constituyó un cam bio notable en la vida de u n a ciudad que,
con una superficie de 18.854 hectáreas, era ya hacia principios de
siglo una de las m ás extensas del m undo. S uperior al tranvía a
caballo, vino a facilitar el acercam iento a la periferia, ju n to con el
ferrocarril suburbano y el subterráneo, nuevo m edio de tran sp o rte
inaugurado en 1913, que sería am pliado y m ejorado en las d éca­
das de 1920 y 1930, al que se agregó a partir de 1928 el colectivo.
P ero el poblam iento de los suburbios fue posible fundam ental­
m ente po r o tro factor: la difusión de los rem ates de lotes en cuotas
m ensuales, cuyas facilidades de pago pusieron los terren o s al al­
cance de un m ayor núm ero de familias.
En la década de 1920, ese desplazam iento de los secto res p o p u ­
lares urb an o s se intensificó, en especial hacia las zonas sur y o e s­
te. A dem ás de los facto res m encionados, incidieron en este p ro ce ­
so la diferencia en el co sto de los arrendam ientos y el inicio de la
instalación de fábricas y talleres en las áreas periféricas, proceso
que se extendió tam bién de m anera im portante en los años treinta.
Tal fúe la m agnitud del fenóm eno de surgim iento de nuevos
barrios que se ha considerado a este período com o una “ época
d o rad a” de desarrollo físico y dem ográfico de la ciudad. E n efec­
to, durante esos años se produjeron im portantes transform aciones:
entre 1920 y 1940, p o r ejem plo, se duplicó la superficie total p a­
vim entada, y ya hacia 1930 prácticam ente to d a la ciudad tenía luz
eléctrica. En otras ciudades del país, com o R osario y C órdoba,
tuvieron lugar p ro ceso s con características similares.
El centro de la ciudad sufrió tam bién grandes m utaciones que
im pulsaron a intelectuales contem poráneos a escribir sobre su vida
agitada de gran urbe y su despersonalización. P ero esta cuestión
afectó m enos a los barrios, que siguieron m anteniendo durante
bastante tiem po un aspecto sem irrural.
Si bien durante esta etapa to d o s los distritos urbanos p o rteños
registraron un fuerte crecim iento, las cifras c o rresp o n d ien tes a
V élez Sarsfield, San B ern ard o y B elgrano fueron particularm ente
asom brosas. E ntre 1914 y 1936, estas tres áreas crecieron desde
unas 300.000 personas, el 20% del to tal de la población de la ciu­
dad, a cerca de un millón, el 40% de la población total.
L a m ism a p au ta de crecim iento y desplazam iento del ce n tro a
los suburbios continuó de m anera firm e en la década de 1930.
M uchos contem poráneos se sorprendieron ante la rapidez con que
se expandían los nuevos barrios, que relegaba a los vecindarios
con m ás de quince años de antigüedad a la categoría de “barrios
viejos” . D u ran te los años treinta, en la C apital, tam bién crecieron
en form a n o toria los vecindarios de P arque Patricios, Pom peya,
M ataderos, Villa Soldati, Villa L ugano, L a P aternal, Versailles,
V élez Sarsfield, Saavedra, Villa D ev o to y Villa U rquiza. E sta s d e­
nom in acio n es nuevas se refieren a u n id ad es u rb an a s am plias,
que a m enudo encierran
otras m enores com o Vi­
lla M alcolm o Villa M i­
tre, y m uchas otras que
no llegaron a institucio­
nalizar un nom bre. A es­
tas últim as corresponde
de m anera m ás estricta la
d e n o m in a c ió n d e b a ­
rrios.

La experiencia de la
vivienda propia

E ste proceso de des­


centralización urbana o
s u b u r b a n iz a c ió n , ta n
im portante para la parti­
c u la r e v o lu c ió n de los
sectores populares, pue­
de ser co n cep tu alizad o
tam bién com o el conjun­
to de las miles de expe- Barrio Versátiles. diciembre ./<' 1930.
n en cias personales y fam iliares que se v ieron involucradas en la
aventura de adquirir una vivienda propia. E sta cuestión, po r su
d estacado valor sim bólico, pasó a o cu p ar un lugar m uy im portante
en la cultura popular.
El pasaje de la pieza del conventillo en el centro a la vivienda
unifam iliar en un barrio se ha convertido en un lugar com ún a la
hora de describir la evolución urbana y la experiencia de los se c to ­
res populares. E sta constatación ha dado pie tam bién a una m irada
francam ente optim ista con respecto a la suerte de estos sectores
durante el período. N o sorprende, entonces, que los d ato s de la
evolución de la habitabilidad popular, que señalan que m ientras
en 1919 el 10% de la población vivía en conventillos, en 1927
sólo lo hacía un 5% , hayan sido utilizados de m anera p referente
para apuntalar la afirm ación de que el nivel de vida de los secto res
populares p o rteñ o s m ejoró en la década abierta en 1920.
C on el tiem po, sin em bargo, la centralidad del conventillo com o
hábitat de los sectores populares, que trabajos pioneros considera­
ban un fenóm eno casi obvio, ha sido cada vez m ás discutida. E n
efecto, se calcula que tan to antes com o después del surgim iento
del prim er cinturón suburbano, el conventillo dio cobijo a m enos
de un cuarto de la población de la ciudad.
Por lo tanto, debe adm itirse que el aspecto m ás destacable de
las form as de habitabilidad p opular fue su notable h e tero g en ei­
dad: habitaciones en hoteles baratos, fondas y conventillos, la p ro ­
pia fábrica, taller o com ercio, habitaciones que se dedicaban a ese
fin en las p ro p ias residencias de la elite y la vivienda unifam iliar
fruto de la autoconstrucción. Al respecto, L iernur ha descripto un
m undo cuantitativam ente significativo, oculto en los lugares m ás
insospechados, la ciudad efím era, que estaba allí, agazapada y p re­
caria, esperando la m irada atenta que la descubriera al invertir fondo
y form a.
Pero si el punto de partida de la peripecia popular con respecto
a la vivienda propia no fue tan sencillo, el punto de llegada ta m p o ­
co lo fue. L a im agen idílica de la casita en el barrio o cu lta un
sinfín de cuestiones distintas y contradictorias. En efecto, las ex­
periencias satisfactorias, que fueron m uchas, se vieron acom paña­
das m ás de una vez po r serias decepciones. É stas fueron el resu lta­
do de la precariedad de los m ateriales disponibles y, sobre todo, de
dificultades m edioam bientales originadas p o r una especulación
exagerada, que llevaba a lo tear zonas inundables y no muy aptas
u rb an o — m aterial, social, cultural y sim bólica— , la calle y el
um bral, lugares p redilectos para charlas y reu n io n es inform ales,
adquirieron un nuevo sentido social. O tro s a sp ecto s de e s ta redefi­
nición fueron el surgim iento de h e tero g én eo s ám bitos de sociabi­
lidad institucionalizada y la centralidad que en fo rm a creciente
com enzó a adquirir la p ráctica deportiva.
L a característica central de los b arrios nuevos fue que su tono
social y cultural estuvo co n n o tad o p o r un a peculiar yu x tap o sició n
entre secto res del m undo del trabajo y de las capas m edias, con­
form adas en g ran m edida p o r em pleados, funcionarios y p ro fe sio ­
nales hijos de inm igrantes. E sta am algam a de se cto res sociales
facilitó a su v e z el surgim iento de red es de sociabilidad c a ra c te rís­
ticas, en las cuales ciertos sectores, com o los m aestros, com enza­
ro n a cobrar u n a no v ed o sa influencia.
Todavía a lo largo de los años treinta, la m ayoría de esto s b a­
rrios fueron instalaciones aisladas unas de otras. B u en a p a rte de
sus edificaciones eran quintas y sólo había unas diez o d o ce vi­
viendas p o r m anzana, rasgo que fue desapareciendo p o c o a poco
durante el perío d o gracias a la realización de nuevos loteos.
L as sociedades que allí surgieron fueron p o r lo ta n to sociedades
en construcción, casi de frontera, donde las peren to rias necesida­
des de los p rim eros habitantes im pulsaron u n tip o p ecu liar de ac­
ción colectiva. E sta situación, en la que se vio inm ersa u n a parte
im portante de los sectores populares urbanos, está p o r lo ta n to en
el origen m ism o de o tra de las características de la cu ltu ra p opular
de los años treinta, así com o del com pleto período de entreguerras:
su m arcada inquietud asociativa.
A m ediados de la década de 1920, u n p eriódico barrial m o stra ­
ba su so rp resa ante el “alarm ante crecim iento del núm ero de clu­
bes, sociedades, com ités y asociaciones de to d a índole q u e obser­
va nuestro b arrio ” . C on hum or expresaba a continuación: “ ¡Es que
viene el fenóm eno! ¿El fenóm eno? Sí, el único vecino del barrio
que no ha fundado ningún club o sociedad” .
L o s nuevos espacios de sociabilidad barrial se co n fo rm aro n de
m anera febril. M uchos de ellos nacieron de form a espontánea, para
ir institucionalizándose m ás adelante. P rim ero fu ero n las reu n io ­
nes inform ales en la calle, la esquina o el alm acén. L u e g o lo s cafés
o los clubes, cen tro s de actividades recreativas que estab an en el
eje m ism o de la vida barrial. Junto a ellos se d e sarro llaro n la so ­
ciedad de fom ento y el com ité partidario, que fueron ex p resió n de
la colaboración vecinal tan to para construir su hábitat com o para
incorporarse al m undo político.
Tal afán asociativo fue, com o ha sido señalado, p ro d u cto direc­
to del p roceso de suburbanización, pero tam bién lo fue del m ayor
entrecruzam iento de iniciativas provenientes de distintas esferas
sociales e institucionales. En el caso de B uenos Aires, fue en pri­
m er lugar la resp u esta de los diversos vecindarios de la ciudad, es
decir, de su gente, a su situación de relativo aislam iento, a la p re­
cariedad del equipam iento urbano y a la necesidad de establecer
en form a rápida nuevas redes de relación. Sin em bargo, estas a so ­
ciaciones nacientes se vieron tam bién influidas p o r intentos refo r­
m istas que tuvieron o tro s orígenes: las transform aciones socio-
políticas y, sobre to d o , la creciente influencia de ciertas acciones
del E stado.
D ado el im portante papel que cum plieron en el procesam iento
de la experiencia colectiva, tales asociaciones se convirtieron, con
el co rrer del tiem po, en los ám bitos públicos m ás característicos
de los respectivos vecindarios. El entretejido de relaciones socia­
les que se fue urdiendo entre estas instituciones y o tro s ám bitos
m ás definidam ente inform ales conform ó un área de sociabilidad y
de inquietudes típicam ente barriales, que dotaban de una identi­
dad específica a los sectores populares de una zona determ inada.
D esde su m ism o nacim iento, las nuevas asociaciones populares
se abocaron con intensidad a gen erar actitudes participativas. Al
m ism o tiem po, se vieron a sí m ism as com o sustituías a la vez que
p rom otoras de la intervención estatal, sobre to d o en cuestiones
vinculadas al equipam iento urb ano y a la educación. M uchas c o n ­
sideraban, sin em bargo, que su tare a fundam ental consistía en con­
vertirse en “ ám bitos donde se forja la m entalidad del pueblo” .
D ebido a la am plitud de sus objetivos iniciales resulta, en m u­
chos casos, bastante difícil diferenciar entre distintos tip o s de a so ­
ciaciones populares. En efecto, las prim eras asociaciones que na­
cieron con los vecindarios, en la década de 1920, tendieron a in­
co rp o rar en su seno to d o tip o de actividades: culturales, relaciona­
das con la gestión urbana, recreativas e incluso deportivas.
En la década de 1930, estas asociaciones polifacéticas tan típi­
cas fueron eclipsadas en gran parte p o r otras instituciones con
m ayor especificidad, fenóm eno vinculado al propio crecim iento
u rbano y a una cierta “ m asificación” y m ayor segm entación social
y cultural de los barrios. P ueden establecerse, sin em bargo, algu-
Nicolás Repello (centro) visita un local socialista, 1935

ñas diferencias entre asociaciones cuyo objetivo principal fue el


fom entism o o la gestión de m ejoras urbanas, y aquellas otras con
fines específicam ente sociales, d ep ortivos o culturales, com o clu­
bes, bibliotecas y academ ias.
Un fenóm eno al que no siem pre se ha p restado la debida aten ­
ción es la vinculación estrecha que existió entre el crecim iento del
núm ero de asociaciones y la intensificación del espíritu co m p etiti­
vo, sobre to d o a nivel institucional, en determ inados sectores de
los barrios. E ste fenóm eno fue v erdaderam ente com plejo y si bien
en térm inos generales benefició a los vecindarios com o conjunto,
en m uchas ocasiones derivó en un aum ento del localism o “ de cu a­
d ra” , que tuvo com o corolario la em ergencia de conflictos y hosti­
lid a d e s. A lg o sim ilar su c e d ió c o n la n o ta b le d iv e rsific a c ió n
asociativa, que originó una particular tensión entre “cultura” y
deporte, fenóm eno al que los clubes e instituciones “ sociales” m ás
antiguos tra taro n de am oldarse lo m ejor posible, m uchas veces
m ediante la fusión con o tro s em prendim ientos recientes.
D entro del conjunto de estas asociacion es, las bibliotecas

221
barriales se destacaron po r su im portante papel en la conform a­
ción de nuevas redes de sociabilidad, y p o r representar los casos
m ás nítidos de confluencia entre las expectativas, afanes y gestión
populares y otras instancias institucionales y políticas. M uchas de
las bibliotecas fueron im pulsadas p o r los m ism os sectores po p u la­
res para cubrir necesidades m uy sentidas p o r los vecinos, com o
las creadas en clubes y sociedades de fom ento. Las denom inadas
“bibliotecas p opulares” fueron, en cam bio, p ro d u cto de la iniciati­
va estatal e im pulsadas institucionalm ente por disposiciones del
C oncejo D eliberante entre 1927 y 1928. La iniciativa m unicipal
no se limitó sólo a ese tipo de intervención sino que, m ediante
donaciones, tam bién incidió en la propia m archa de aquellas otras
bibliotecas creadas de m anera espontánea p o r los propios vecinos.
Los partid o s políticos cum plieron tam bién un papel de prim era
m agnitud en la creación de bibliotecas barriales. E n B uenos Aires,
se destacó de m anera notable en tal actividad el Partido Socialista,
que en el año 1932 contaba ya con 56 bibliotecas.
C om o ám bitos populares que eran, las bibliotecas cum plieron
una labor am plia y polivalente y de ningún m odo se lim itaron a las
tareas relacionadas con los libros y la lectura. D esarrollaron tam ­
bién otras actividades culturales, de tipo recreativo e incluso de­
portivo, actividades que en las bibliotecas surgidas de m anera m ás
espontánea llegaron en ocasiones a doblar en im portancia a la ac­
tividad nom inalm ente principal.
Las conferencias o “veladas culturales” organizadas p o r las bi­
bliotecas se convirtieron en los eventos m ás im portantes, y a la
vez m ás característicos, de la nueva sociabilidad p opular que se
estaba conform ando. Se trató de actos a los cuales el vecindario se
volcó en form a m asiva y que se caracterizaron p o r su heterogenei­
dad: en ellos la conferencia propiam ente dicha, que tam bién podía
cubrir una am plísim a gam a tem ática, era acom pañada p o r a c tu a ­
ciones m usicales, teatrales y una m ultiplicidad de o tra s activida­
des llevadas a cabo a veces p o r personas invitadas especialm ente,
y en general p o r profesores y alum nos de academ ias y c o n serv ato ­
rios de la zona. En m uchas ocasiones, tales veladas culm inaban en
un baile popular.
Lo im portante de estos eventos culturales fue, en prim er lugar,
que rápidam ente adquirieron un v alo r sim bólico para vecindarios
que los concebían com o elem entos de progreso colectivo y espa­
cios de participación. En segundo térm ino, las conferencias, al
m ism o tiem po que fueron eficaces m ecanism os de participación,
tam bién sirvieron para canalizar determ inados intentos de dife­
renciación en el seno de los vecindarios. De estos últim os derivó
el to n o form al y a veces “ac arto n a d o ” de algunas de las interven­
ciones y actividades, y las tem áticas un p o co desfasadas con res­
p ecto a un público barrial, que cada tan to se abordaban. Puede
afirm arse en co n secu en cia que las conferencias organizadas po r
bibliotecas y aso ciacio n es barriales pusieron en ju eg o im ágenes
de identificación y diferenciación, m uy propias del horizonte de
expectativas de esa am algam a social que eran los sectores po p u la­
res barriales de la época.
P o r o tra parte, a p esar de la típica alta concurrencia de estos
actos, no to d o s los vecinos se hicieron eco de las invitaciones ins­
titucionales. M u ch o s se m antuvieron indiferentes e incluso o tro s
m ostraron su hostilidad, actitud que dio lugar en m ás de una o c a ­
sión a ciertas ten sio n es y disputas.
C om o actos m asivos que eran, las conferencias o veladas cultu­
rales se diferenciaron de aquellas otras actividades vecinales orien­
tadas hacia públicos específicos: jóvenes, deportistas o m elómanos.
A su vez, com o acto s culturales y recreativos, representaron un
espacio para la p articip ació n y “ presen tació n ” de “ las fam ilias” en
la sociedad barrial. Tal característica les oto rg ab a un to n o social
específico y reforzaba al propio tiem po su papel, pero sobre to d o
el de las instituciones que las organizaban, com o ám bitos m edia­
dores o de pasaje en tre lo privado y lo público.
O tra cuestión n o to ria en las conferencias fue la alta participa­
ción fem enina, reflejo de la im portancia de las m ujeres en los nue­
v o s ám bitos de la cultura popular y en el vecindario. E sto tuvo
una correlación estrecha con los tem as abordados, sobre to d o en la
década de 1920, en que la prom ulgación de los derechos civiles de
las m ujeres p ro v o có una cierta agitación.
La im portancia adquirida p o r las bibliotecas y las conferencias
se m ostraba en plena consonancia con la presencia de unos secto ­
res populares áv idos p o r capacitarse y po r adquirir un tip o de cul­
tu ra vinculada a nuevas form as de ocio que com enzaba, recién
entonces, a ser experim entado p o r ciertos sectores del m undo del
trabajo y p o r las cap as m edias nacientes.
P aralelam ente, ese im pulso asociativo e institucional dio lugar
a un tip o particu lar de distinción cuya expresión m ás llam ativa fue
la em ergencia de u nas nuevas elites barriales, im portante indicio
de las profundas m utaciones que estaba sufriendo la cultura p o p u ­
lar, entendida en sentido amplio. E sas elites, que en m uchas o c a ­
siones se definían a sí m ism as com o los “vecinos conscientes” ,
estuvieron conform adas por em pleados públicos que pusieron al
servicio de las asociaciones to d a su experiencia adm inistrativa y
de gestión, algunos “vecinos caracterizad o s” — en general m édi­
cos y com erciantes— y algunos trabajadores que se destacaron
p o r su intensa actividad asociativa. Sin em bargo, en m uchos v e ­
cindarios, especialm ente en aquellas zonas donde la im pronta de
los sectores m edios era m ás notoria, los “vecinos conscientes” te n ­
dieron a identificarse cada vez m ás con los “vecinos caracteriza­
dos” . En estos casos, desarrollaron actitudes con un alto grado de
am bivalencia con resp ecto al resto del vecindario: por una parte,
fom entaban la participación y la solidaridad, y p o r otra, proclam a­
ban un tip o peculiar de diferenciación y segm entación. L a dem o­
cracia en el barrio presentaba tam bién sus bem oles.
P e ro existían o tra s fa c e ta s de la am bivalencia de las elites
barriales, m enos orientadas hacia la generación de distinciones
internas. A lgunas de estas elites, po r ejem plo, sin dejar de lado su
papel en la búsqueda y construcción de la especificidad barrial,

Horno A fontserrat hacia 1930.

- 224
actuaban al m ism o tiem po c o m o interm ediarias frente a procesos,
cam pos o “ am bientes” m ás generales. C on ello tratab an de m os­
tra r lo similar, lo que m ás bien podía unir o identificar al v ecinda­
rio con la gran urbe. E sto fue m uy n o torio en el caso específico de
los m ilitantes culturales, en su m ayoría docentes, cuyo papel com o
m ediadores se distinguió en form a b astan te clara del asum ido po r
las elites sociales o económ icas de los vecindarios.
L as situaciones descriptas m uestran la im portancia de la tra n s­
form ación a que se vio som etida la cultura de los secto res po p u la­
res en el perío d o , debido al predom inio de una sociabilidad distin­
ta y a la am algam a entre secto res m edios y del m undo del trabajo
que com enzaba a pro d u cirse en los nuevos barrios. Tal cultura
p o p u lar adquirió rasgos cada vez m ás nítidos: solidaridad, p artici­
pación y, sobre to d o , heterogeneidad social. Pero, ju n to a tales ca­
racterísticas, se hicieron cada vez m ás evidentes los intentos de
establecer jera rq u ía s y m arcar diferencias externas e internas, que
dieron lugar a no p o co s conflictos.

EL ENTRAMADO SOCIAL Y POLÍTICO

O tra cuestión de vital im portancia para m edir la m agnitud de


los cam bios que se estaban prod u cien d o en la conform ación y cul­
tu ra de los sectores populares es su relación con el m undo de la
política. Tras haber sido considerado en los años precedentes com o
algo ajeno y hostil, el m undo de la política pasó a ser concebido, al
igual que el E stado, com o un ám bito que si bien no ofrecía dem a­
siadas posibilidades de participación, sí perm itía, en cam bio, la
obtención gradual de beneficios colectivos y personales. Incidió
en este cam bio el distinto sentido que adquirió el vínculo entre la
política local y la general, p ro v o ca d o p o r la transform ación de las
e strategias e instituciones partidarias, que tra tab a n ellas tam bién
de am oldarse a los cam biantes estilos p opulares del período.
E n B uenos Aires, p o co s años después de la Ley Sáenz Peña, la
ley 10.240, de R eform a de la C arta O rgánica M unicipal de la C a­
pital Federal, in trodujo cam bios sensibles en la com posición del
C oncejo D eliberante, al perm itir que se incorporaran en p ro p o r­
ciones destacadas m iem bros de las capas m edias y de o tra s frac­
ciones de los secto res populares. C on ella se inició una etapa de
reform ism o, tan to a nivel de funcionam iento político com o de la
gestión de las m ejoras urbanas, en el que se vio involucrada una
parte de los nuevos sectores populares que com enzaban a afian­
zarse po r entonces.
C om o consecuencia de tales reform as, la U C R y el P artido S o­
cialista, que contaban con los favores de im portantes gru p o s po­
pulares y en buena m edida los representaban, com enzaron a o c u ­
par un lugar central en la política de la C apital Federal, relegando
a los conservadores, intérpretes de los intereses de las elites socia­
les, al lugar de una m inoría frecuentem ente insignificante.
Sin em bargo, varios elem entos enturbiaron el desarrollo de la
dem ocracia a nivel local, especialm ente en la década de 1930. U no
de ellos fue que, dada su im portancia para el gobierno central, la
ciudad de B uenos A ires se vio afectada por decisiones sobre las
cuales las autoridades locales sólo tuvieron un control lim itado. El
espíritu que guió la reform a urbana se vio afectado adem ás po r el
rechazo, en 1916 y 1917, de dos pro p u estas específicas: la de la
C ám ara de D iputados de que se o to rg ara el v o to a ciertas categ o ­
rías de m ujeres, solicitada po r un representante dem ócrata p ro g re­
sista, y la negativa del Senado a convertir en electivo el cargo de
intendente. Tales decisiones, adem ás de introducir fisuras en el
funcionam iento dem ocrático de la ciudad, ayudaron a erosionar la
fe en la capacidad de las autoridades electas para g estionar los
intereses urbanos, según se vio durante la peculiar evolución polí­
tica de los años treinta.
A pesar de to d as aquellas insuficiencias, las reform as m encio­
nadas im plicaron im p o rtan tes cam bios a nivel de la com posición
del elenco político. Si bien los beneficiarios directo s fueron los
radicales y los socialistas, el v o to proporcional perm itió que en­
traran a participar o tra s form aciones com o el P artido C om unista,
que m antuvo en general siem pre a un representante, hasta la d éca­
da abierta en 1930. G racias a él tam bién pudieron acceder al C o n ­
cejo pequeñas form aciones que intentaban defender intereses par­
ticulares, com o el P artido de la Salud Pública y el de G ente del
T eatro, cuyo v o to se convirtió en decisivo en ciertas coyunturas
específicas.
U no de los efectos m ás im portantes de estas transform aciones
fue el acicate que significaron para la propia organización de los
secto res barriales. E n realidad, las reform as legales apuntalaron
de una m anera im portante el boom asociativo de la época, fenó­
m eno que se trasladó al plano institucional en 1927, con la apro-
nacional y con ello dispusieron del enorm e p o d e r de dispensar
favores, particularm ente bajo la form a de em pleos. El control de
la adm inistración a nivel nacional tam bién im plicó un im portante
m anejo de la adm inistración y la política local a trav és de la figura
del intendente, con lo que se am plió de form a notable la influencia
del partido en la ciudad. La fuerte apelación de los radicales a los
hijos de inm igrantes fue tam bién un facto r que actu ó a su favor de
m anera decisiva.
Sin em bargo, a pesar de las notorias ventajas acum uladas por
los radicales, los socialistas se las arreglaron m uy bien para plan­
tear una im portante y pareja com petencia p o r los favores de los
sectores populares de la ciudad. Sin duda, fue la peculiar confor­
m ación de estos sectores la que actuó com o trasfondo social de las
estratégicas oscilaciones program áticas y organizativas del P arti­
do Socialista, que si bien se constituyó en un p artido de nítida
orientación socialdem ócrata, ad o p tó el m odelo organizativo p ro ­
pio de los partidos liberales norteam ericanos. C on este tipo de
organización, y conservando el apoyo de los distritos donde la pre­
sencia de trabajadores era m ás densa, los socialistas llegaron in­
cluso a adentrarse en los sectores m edios, m ás proclives a los radi­
cales. A su vez, aprovechándose de sus disputas internas, alcanza­
ron algunos triunfos im portantes, a nivel local y nacional, con lo
que lograron m antener una presencia destacada tan to en el C on­
greso N acional com o en el C oncejo D eliberante.
El dom inio del C oncejo ejercido p o r radicales y socialistas m o­
dificó de m anera irrevocable su naturaleza, su tono y su actividad
respecto de la etapa anterior. En este cam bio el papel de los socia­
listas fue clave dado que, si bien sólo contaban con un tercio de
los ediles, las tres cuartas partes de los p royectos e iniciativas fue­
ron suyos.
L os concejales socialistas, y a veces tam bién los diputados, rea­
lizaban visitas sem anales a los distritos para estar al tanto de de­
term inados problem as y escuchar a los vecinos. L as visitas eran
realizadas p o r iniciativa de los propios concejales, pero m uchas
veces obedecían al pedido de gru p o s y asociaciones populares que
les dirigían peticiones previas. L os radicales tam bién intervinie­
ron en estas cuestiones y ad o p taro n m uchas veces las m ism as ini­
ciativas.
Puede hablarse, entonces, de la constitución de una densa tram a
social y, especialm ente, política, pro d u cto del entrecruzam iento

228
de las actividades de los representantes políticos, de las m áquinas
partidarias, de los caudillos locales, de las elites barriales y de los
a fanes reiv in d icativ o s del c o n ju n to de los se c to re s p o p u lare s
afincados en vecindarios. Poco se sabe, sin em bargo, de la m edida
e xacta en que las m áquinas partidarias y el clientelism o ex p resa­
ron la nueva cultura popular de la época. L o que sí resulta eviden­
te es que de ninguna m anera los sectores populares fueron m eros
sujetos pasivos de las estrategias partidarias.
P uede observarse tam bién cóm o la gestión m unicipal y la polí­
tica (la m enuda y la am plia) fueron los espacios donde el pragm a­
tism o y la am bivalencia típica de las elites barriales y de sus a so ­
ciaciones se m anifestaron de m anera m ás acusada. C aracterística
fue, en tal sentido, la actitud asum ida po r m uchos dirigentes veci­
nales con respecto al C oncejo D eliberante: a pesar de las abun­
d antes y frecuentes críticas que vertían sobre una institución que
consideraban m ero instrum ento de la lógica partidaria, estaban
unidos a ella po r un férreo proceso de negociación perm anente,
sim ilar, en algún aspecto, al que se desplegaba en el m undo sindi­
cal. E ste proceso llegó a convertirse en uno de los rasgos m ás típi­
cos del período, incluso luego de que el golpe de 1930 cam biara
radicalm ente el m arco político general. Tales actitu d es cobran
m ayor im portancia si se las com para con aquellas otras, clásicas
de los sectores populares de los períodos previos, orientadas por
sectores m ás contestatarios.
Lo m ás curioso de las críticas populares al funcionam iento “ p o ­
lítico” del C oncejo fue, sin em bargo, el hecho de que provenían de
dirigentes y vecinos que en gran parte eran tam bién m ilitantes de
los m ism os partidos y que, com o tales, difícilm ente podían sus­
traerse a su influjo. Un caso típico fue la ola de politización que
sacudió a las asociaciones vecinales y tiñó m uchas de sus activi­
dades reivindicativas durante los años 1925-1929, fruto en buena
m edida de conflictos y divisiones originados dentro de los m is­
m os partidos populares.
L a tram a político-social así constituida fue quebrada en parte
po r los sucesos políticos de 1930, que tuvieron com o consecuen­
cia inicial el vaciam iento de su sentido m ás participativo. D icho
año representó un claro punto de ruptura a partir del cual las fuer­
zas conservadoras recuperaron, m ediante una am plia com binación
de m ecanism os antidem ocráticos, la influencia que habían p erdi­
do en el gobierno y en el cam po político. El retorno a la com peten-
cia electoral del radicalismo, producido en 1935 al levantarse la
abstención partidaria, provocó algunos cambios de tendencia.
El ju eg o partidario característico de la etapa previa al golpe fue
el fiel reflejo de la actitud de unos sectores populares, subordina­
dos pero m ucho m ás pragm áticos, cuyo espíritu plenam ente adap­
tad o a la posibilidad de obtener m ejoras graduales fue poco per­
m eable a la hegem onía de una sola fuerza política. E sta form a de
pensar y sentir dio origen a una m ultiplicidad de estrateg ias y acti­
tudes. M uchas de ellas estuvieron, obviam ente, d etrás de las rei­
vindicaciones y logros obtenidos de form a colectiva. O tras, en
cam bio, dieron lugar a las luchas de facciones partidarias y a los
liderazgos personales.
A nte la nueva etapa que se iniciaba con el golpe de setiem bre de
1930, a la que algunos han denom inado “ reform ism o sin p artici­
pació n ” , el m ovim ien­
to vecinal p o p u lar no
re s p o n d ió de m an e ra
uniform e.
D ich o m o vim iento,
que en los años finales
de la décad a de 1920
h a b ía p a s a d o p o r un
auge o rg an izativ o c u ­
yos puntos culm inantes
fu ero n la c re a c ió n de
u n a J u n ta C e n tra l de
Barrios conform ada por
los propietarios de las
“ casas baratas” y varias
c o n fe d e rac io n es v e c i­
nales, se dividió en fo r­
ma drástica y entró en
u n a p r o fu n d a crisis.
D estacados dirigentes e
instituciones vecinales
se v ie ro n te n ta d o s a
participar en los expe­
rimentos del gobierno
de Uriburu de crear una
scena callejera en Buenos ii res, febrero de / 930, Junta de Vecinos N ota-
bles y un C oncejo D eliberante de características corporativas. E sas
propuestas fueron, en cam bio, objeto de la m ás profunda repulsa
por parte de un núm ero im portante de otras asociaciones. D esde
estos ám bitos se consideraba el experim ento gubernam ental com o
“p erfectam ente ilegal” a la vez que se lo tach ab a de “anacronism o
intolerable” . Se agregaba seguidam ente que tal intento c o rp o ra ti­
vo “repugna a nuestro sentim iento dem ocrático po r su aspecto ca­
lificado y excluyente” , fundam entalm ente po rq u e “la ciudad no
puede descom ponerse en alm aceneros y zapateros, en boticarios y
panaderos. P ara la ley sólo hay ciudadanos” .
P ara m uchas asociaciones populares de esta índole, sin duda,
com enzaba un im portante reflujo, pro d u cto del quiebre de la tra ­
m a socio-política en relación con la cual encontraban su propia
razón de ser. M uchas, sin em bargo, no se resignaban, e intentaban
rep ro d u cir y conservar de m anera m ilitante y testim onial en el pla­
no interno aquellas características que se estaban perdiendo en los
niveles m ás generales de la política y la gestión urbana. D e tal
m anera, com enzaron a hacerse nuevos llam am ientos para agilizar
la vida interna de las instituciones. U no de ellos expresaba en aque­
llos acuciantes m om entos: “D eben crearse núcleos de p ro p ag an ­
da, listas de candidatos, cam pañas para la elección de los m ejores,
vida dem ocrática, en fin...”
P ara ese entonces, la sociedad com enzaba a experim entar se­
rios cam bios, que auguraban o tro s m ayores todavía. E sto s fueron
particularm ente visibles en la política nacional y local y, sobre todo,
en la nueva fisonom ía que com enzaban a adquirir los sectores p o ­
pulares.

OTRAS FACETAS DE LOS SECTORES POPULARES

E ntre estos sectores com enzaron a em erger un conjunto de prác­


ticas y pugnas de alto contenido simbólico relacionadas, sobre todo,
con el auge de la práctica deportiva y con la constitución de un
“público d e p o rtiv o ” .
Ya desde el com ienzo del período de entreguerras, y durante los
años treinta, el m undo del dep o rte y los entretenim ientos experi­
m entó una notable expansión, paralela al increm ento de su prácti­
ca profesional, que tuvo com o principal efecto crear espacios y
actores nuevos, en especial alrededor del fútbol. Tal expansión se
relacionaba con la creciente perm eabilidad de los sectores pop u la­
res y de los gobiernos hacia discursos provenientes de m ovim ien­
to s con afanes universalistas, com o el olím pico o el que condujo a
la organización de los prim eros certám enes m undiales de fútbol.
O tro rasgo d estacad o de la realidad social que acom pañó al
auge del fútbol com o e sp ectácu lo p o p u lar fue la m ejora p au lati­
na de los niveles de in g reso s de los tra b a ja d o res y el au m ento de
sus posibilidades de tiem po libre, situación que se afianzó a p ar­
tir de m ediados de la décad a de 1930 y, de m odo m ás noto rio , en
la de 1940.
Fue en este período cuando com enzaron a adquirir relevancia
social tanto el esp ectad o r m oderno com o la “ hinchada” , papeles y
espacios nuevos desem peñados m ayoritariam ente p o r m iem bros
de los sectores populares. El auge de tales actores y prácticas e stu ­
vo em parentado, de m anera estrecha, con la consolidación de cier­
tos m odos de expresión popular, generalm ente m asculinos, que
com binaron nuevas form as de pasividad y actitudes predom inan­
tem ente im aginarias con el protagonism o activo de ciertos grupos
de “ aficionados” . Se prefiguraba ya el fu tu ro “e sp ectácu lo de
m asas” .
Junto a estos nuevos actores, espacios y prácticas populares,
com enzó a destacarse de una m anera creciente el carácter heroico,
nacional y de gesta de aquella “pasión de m ultitudes” en que c o ­
m enzó a convertirse el fútbol, y de aquel “am or a los colores” , que
eran los del club, que se entrem ezclaban y confundían con los del
barrio, o con sus facciones.
Junto con el crecim iento del “am or por los colores” , la difusión
del am ateurism o m arrón — que suponía una velada form a de pago
a los dep o rtistas— , y luego del profesionalism o, y la consecuente
consolidación del espectáculo deportivo, surgió tam bién la figura
del “ ídolo” popular, cuyas proezas estaban destinadas a p erdurar
durante largo tiem po en la m em oria colectiva. G racias al apoyo de
la prensa y de la radiodifusión, personajes com o el “O lím pico”
Orsi o M iguel Angel Firpo, el “to ro de las pam pas” , se convirtie­
ron en arquetipos dignos de ser adorados po r unos nuevos sectores
juveniles p o p u lares y, sobre todo, por aquellos que, situados en los
peldaños m ás bajos de la escala social, los observaban con una
m irada que entreveía en la em ulación una p erspectiva alternativa
de ascenso social.
Si bien esta nueva form a del sentir p opular — m asculina y ju v e ­
Partido San Lorenzo-Allanta, revista Ahora, 1936.

nil— se canalizó principalm ente a través del fútbol, tam bién lo


hizo por m edio del básquet, expresión de cam bios notorios en la
ocupación de los espacios urbanos, e incluso de o tro s deportes
com o la pelota a paleta, de curioso y notable arraigo, m agnífica
am algam a entre lo nacional y lo inm igratorio, y entre lo deportivo
y el m undo de las apuestas.
E sto s nuevos m odos de expresión cultural de los sectores p o p u ­
lares, que los co n tem poráneos definían com o pasionales, ayuda­
ron a su vez a la consolidación de los clubes deportivos, institu­
ciones que hacia la década de 1930 se convirtieron en v erdaderos
sím bolos locales y de pertenencia barrial. Para cierto s “aficiona­
dos” , esa pertenencia llegó a definirse, sobre to do, p o r oposición a
sus rivales.
A m edida que fueron transform ándose cada vez m ás en esp ec­
táculos m ultitudinarios, ciertas com petencias deportivas ab ando­
naron su carácter de gestas barriales para asum ir un perfil más
general y difuso, que en algunos casos alcanzó la categoría de na­
cional. A puntalaron esta evolución tan to el papel preponderante
que com enzó a desem peñar la radio, com o la internacionalización
de la com petencia deportiva, que se intensificó a partir de los Jue­
gos O lím picos de A m sterdam celebrados en 1928, de las giras de
equipos de fútbol que em pezaron a ser cada vez más frecuentes y
de certám enes com o el C am peonato Sudam ericano de Fútbol que
tuvo lugar en U ruguay po r esas fechas. El inm ediato aum ento de
la afluencia de público a los estadios p ro d u cto de estos factores
condujo a varios clubes a am pliar sus instalaciones, e incluso la
propia C ám ara de D iputados com enzó la discusión de un proyecto
para la construcción de un estadio con capacidad para 250.000
p ersonas m ediante una subvención estatal. Se hacía obvio, tam ­
bién en la A rgentina, el interés que los d ep o rtes com enzaban a
despertar en m uchos m edios estatales europeos y am ericanos, com o
im portantes m ecanism os de control y de “ nacionalización” de las
actividades m asivas de los sectores populares. E se interés corrió
paralelo al proceso m ás am plio de conversión de estos sectores
populares en “público” , proceso que se vio reforzado por el surgi­
m iento de un nuevo estilo periodístico, m ás “p opular” y m asivo,
cuyo ejem plo paradigm ático fúe el diario C rítica . Tam bién m e­
dios com o la radio y el cine, que continuaban su expansión, co la­
b oraron en aquella transform ación. H acia 1930, funcionaban en
to d o el país aproxim adam ente 1.000 salas, que en las grandes ciu­
dades no se ubicaban sólo en el centro, sino en m uchos barrios; las
em isiones de radio, gracias a nuevas tecnologías, tenían desde
aproxim adam ente 1932 un alcance nacional, y hacia 1938, las es­
tim aciones oficiales indicaban que había en la A rgentina 1.100.000
aparatos receptores, cifra que significaba que existía una radio cada
diez personas. La cultura de m asas exigía esa presencia de un pú­
blico am pliado, que integraban en buena parte los sectores p o p u ­
lares. Así, ju n to al ídolo d eportivo aparecían las estrellas de cine o
teatro, o figuras com o la de C arlos G ardel, a la vez agente y sínto­
ma de la difusión del tango entre los grandes auditorios populares
en los años treinta.
Al m ism o tiem po, los intereses de m uchos clubes, creados años
a n te s p o r g ru p o s de a m ig o s o v e c in o s y a h o ra ya b a s ta n te
burocratizados, com enzaron a entrelazarse con los de la política.
Se tratab a de otra expresión de la m ayor densidad y com plejidad
que em pezaban a adquirir las redes sociales populares. U nas elec­
ciones en el club San L orenzo de A lm agro, po r ejem plo, m o stra­
ron a través de la violencia verbal y las fuertes disputas entre los
candidatos la notable envergadura que com enzaba a adquirir la
cuestión. El triunfo de P edro Bidegain, diputado nacional por el
radicalism o e im portante caudillo de la C apital Federal, no sor­
prendió a nadie. Sum aba así un elem ento m ás a su posición de
po d er en las redes de clientela tan características de aquella época.
La conversión de sectores populares en “ público” no se produjo
de m anera lineal y autom ática, sino que se vio atravesada p o r un
conjunto de nuevas m anifestaciones y pugnas de notable interés
sim bólico. E n tre ellas se destacó el arraigo que com enzó a adqui­
rir un tipo peculiar de violencia colectiva, de m arcados rasgos ju ­
veniles, especie de co n tracara de la sociabilidad p o p u lar típica de
los nuevos barrios y de sus instituciones m ás notorias, tan conteni­
da en sus form as y tan estricta en sus códigos.
A diferencia de las fo rm as de violencia p o p u lar m ás fre c u e n ­
tes hasta el com ienzo del período, vinculadas sobre to d o a su
utilización com o rec u rso político, esta que afloraba en los tiem ­
po s de e n tre g u e rra s m an tu v o un vínculo m ás bien indirecto y
b astan te b o rro so con ese ám bito. N u ev o s fueron sus objetivos y
d e stin a ta rio s y nueva fue tam bién la sim bología con la cual se
recubrió.
E ste tipo de expresión colectiva, cuya im portancia no debe, sin
em bargo, exagerarse, com enzó a surgir en los últim os años del
fútbol am ateur, a fines de la década abierta en 1920, y se consolidó
plenam ente con el auge del gran espectáculo profesional a partir
de los años treinta. Fue en esta época, p o r ejem plo, que en un
encuentro disputado entre los equipos de C olegiales y San Telmo,
en el estadio de B oca Alum ni en la isla M aciel, se sucedieron las
agresiones, los disparos de arm as de fuego y hubo heridos y con­
tusos. N o se tra tó de un fenóm eno aislado: la violencia de las “hin­
chadas” fue adquiriendo m ayor frecuencia con el increm ento, sin
duda m uy notable, de espectadores. En 1929, 40.000 personas pre­
senciaron un partido disputado entre los equipos de B oca Juniors
y R acing Club y 45.000 colm aron el estadio de San L orenzo de
A lm agro para observar al equipo local contra B oca Juniors. P oco
tiem po antes, en el año 1927, al festejarse la fusión definitiva de
las dos ligas en las que se dividía el fútbol argentino, la fiesta
organizada en el estadio de R iver Píate se vio enturbiada p o r ag re­
siones entre hinchadas rivales, po r varios co n ato s de incendio y
por la invasión del cam po p o r parte del público, lo que originó un
saldo im portante de heridos y contusos.
El espectacular crecim iento del núm ero de esp ectad o res indica
a su vez que, estadísticam ente, los involucrados en tal tipo de ac­
to s violentos representaron un núcleo m ás bien m inoritario y ex­
trem o. Sin em bargo, tam bién es cierto que, debido a su trascen ­
dencia en los nuevos m arcos sociales y de opinión, su im portancia
no puede ser ignorada.
Las nuevas form as que fue adquiriendo con el tiem po la expresi­
vidad popular, de las cuales este nuevo tipo de violencia asociada
al auge de la práctica deportiva fue uno de sus subproductos, no se
lim itaron a los ám bitos o espectáculos m asivos. También se rep ro ­
dujeron a m enor escala, con intensidad variable según las circuns­
tancias, en las m últiples com peticiones que em pezaron a desarro ­
llarse para ese entonces en el interior m ism o de los barrios, donde
el papel del espectador cobraba una m ayor relevancia personal. E s­
tas expresiones em ergieron al m ism o tiem po que com enzaba a con­
solidarse el público amplio de los grandes espectáculos deportivos.
Puede pensarse, por lo tanto, que ciertas form as de práctica depor­
tiva com petitiva y el im portante papel desem peñado po r la “hin­
chada” buscaban, para el grupo de am igos o colegas del barrio que
la conform aban, un protagonism o que le estaba siendo arrebatado
por el gran espectáculo del deporte profesional, que im ponía el ano­
nim ato y una participación im aginaria. Paradójicam ente, sin em ­
bargo, en la m edida que com enzaban a actuar, las nuevas “hincha­
das” iban descubriendo form as de protagonism o novedosas, en otros
m arcos ahora definidos po r ám bitos sociales, institucionales y de
opinión que excedían el encuadre popular del cual habían partido.
Se abría para las “hinchadas” el m undo de las “ m asas” .
La “ hinchada” , que canalizó su actividad fundam entalm ente a
través del deporte com o espectáculo, puede cotejarse con la m ur­
ga, que rep resen tó en buena m edida la irrupción de lo excesivo y
de lo diferente, brillando en el espacio am biguo y tem poralm ente
acotado de los c orsos y fiestas de carnaval, de notable im portancia
en los años veinte y treinta. E n tal sentido, es im portante recordar
que m uchos de los jó v en es líderes de “ hinchadas” , lo eran, a su
vez, de m urgas.
E n este últim o caso se trató , com o en ninguna o tra m anifesta­
ción popular de la época, tal vez p o r su com pleja heterogeneidad,
de una exquisita m ezcla entre fenóm enos típicos de una sociabili­
dad propia del X IX , de gran aldea, y de urbe en expansión acelera­
da. La m urga perm itía, sobre to d o , la aparición efím era pero cen­
tral de sectores y actitudes b o rrad o s de la vida cotidiana del barrio,
com o p o r ejem plo la hom osexualidad que, actuada com o parodia,
se hacía visible en la escena pública en la fugacidad de la m archa
carnavalesca.
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UN PERÍODO DE
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D urante los años treinta el
m o v im ie n to o b re ro cam b ió
con rapidez. El escenario en el
cual actuaban las organizacio­
nes de trabajadores se m odifi­
có profundam ente, y el siste­
ma político tom ó nuevas for­
mas, alterando los lím ites de
lo posible. L a intensificación
de las tensiones ideológicas a
escala m undial, a raíz de la
difusión del fascism o, tuvo un
im pacto m uy fuerte en la A r­
gentina, al igual que la p érdi­
da de confianza en el m odelo
liberal. La estructura económ i­
ca tam bién cam bió: la d e p re ­
sión m undial g o lp eó duro y
p rovocó penurias colectivas e
individuales. U na de las re s­
puestas a la crisis fue la inten­
sificación de la industrializa­
ción po r sustitución de im por­
taciones, que en ciertos secto­
res, aunque no en otros, se ca­
racterizó por la aparición de
fábricas grandes y con sólido
capital.
Todo esto tuvo un efecto
im portante sobre las organiza­
ciones obreras. L os sindicatos
“ apolíticos” de base artesana
quedaron desplazados, y fue­
ron sustituidos por o rganiza­
ciones que tenían lazos al m e­
nos nom inales con los p arti­
dos, q u e ten d ía n a ser m ás
grandes y que trataban de representar a gru p o s m ayores de trabaja­
dores, incluyendo a los no especializados. C om o en o tras partes
d e l m u n d o , lo s p r o b le m a s p a r a o r g a n i z a r a lo s o b r e r o s
sem icalificados y no calificados de las fábricas llevaron a los sin­
dicatos a buscar ayuda en el sistem a político, de m anera cada vez
m ás intensa. C on la ventaja que o to rg a la visión retrospectiva, la
existencia de esta tendencia no debería sorprender; sin em bargo,
ella ha sido frecuentem ente oscurecida por lo que ocurrió luego de
1943.
En m uchos sentidos, este cam ino de aproxim ación al E stad o
había com enzado a ser transitado en la década anterior. L a direc­
ción en la cual los sindicatos se estaban m oviendo pu ed e hoy
fecharse con claridad en la década de 1920, aunque estaba lejos de
ser evidente para los observadores contem poráneos. L os sindica­
tos anarcosindicalistas, divididos po r oficios en m uchos casos, que
habían sido el eje del m ovim iento o b rero du ran te la trem enda agi­
tación de los años que van de 1917 a 1921, habían perdido m ucha
fuerza hacia 1929. Su apoliticism o los ayudó poco, y tuvieron m u­
chas dificultades en la adaptación a la industrialización creciente,
que hacía aum entar el núm ero de o b rero s sem icalificados y no
calificados.
El anarcosindicalism o se había tran sfo rm ad o en la tendencia
dom inante, luego de que el anarquism o com enzara un lento decli­
ve a partir de 1910. L os sin d ic a lis ta s , al m enos teóricam ente, evi­
taban la política en la creencia de que el núcleo im portante y d o c ­
trinariam ente c o rre c to era el sindicato; la revolución, pensaban,
llegaría a través de la huelga general. E ste rechazo de la política y
los constantes roces con los socialistas hicieron que la c o o p e ra ­
ción con la U nión C ívica R adical fuera factible y atractiva. L os
radicales, luego de su llegada al p o d er en 1916, deseaban expandir
su apoyo popular y buscaron aliados entre los sindicatos, pero nunca
quisieron form alizar la relación. A dem ás, el rival político princi­
pal de los radicales en la Capital era el P artido Socialista, p o r lo
tanto los contactos con cualquier g rupo que estuviera dispuesto a
tra ta r con el gobierno de Y rigoyen, y cuyo crecim iento pudiera
bloquear a los socialistas, parecían atractivos. L os s in d ic a lis ta s
exhibieron una m uy pragm ática habilidad para crear alianzas in­
form ales con los gobiernos radicales m ientras, al m ism o tiem po,
denunciaban la política burguesa.
U no de los cam inos ensayados po r el gobierno radical para ex­
ten d er el apoyo que le prestaban los gru p o s populares fue auxiliar,
o cuando m enos tolerar, las huelgas en ciertos sectores estratég i­
cos de la econom ía, com o los ferrocarriles y los puertos, en los
cuales había un núm ero significativo de trab ajad o res argentinos
que tenían derecho al voto. La actitud del gobierno, la inflación y
las violentas tensiones ideológicas del período p o sterio r a la R e­
volución R usa contribuyeron a producir una m asiva ola de huel­
gas, que no fueron detenidas p o r la represión de la Sem ana Trági­
ca de 1919. Sin em bargo, hacia m ediados de 1921 la agitación
había dem ostrado ser dem asiado co sto sa políticam ente, e Y rigo-
yen cam bió de rum bo, abandonando el intento de ap rovechar las
huelgas y o tras tácticas similares. A pesar de no desinteresarse por
las clases trabajadoras, Y rigoyen y los radicales tra taro n de conse­
guir apoyo de o tras m aneras. L a gigantesca ola de huelgas term inó
en 1921; una huelga general convocada a fines de m ayo de ese año
fracasó, y la actividad huelguística se m antendría relativam ente
baja durante to d a la década. P ara m uchos activistas sindicales, el
período 1917-1921 fue el m om ento paradigm ático, y su m eta fue
recrearlo. C onviene tener en cuenta, po r otra parte, que el m odelo
sin d ic a lis ta com enzó a perder vigor cuando dejó de resultar fun­
cional a las m etas de los radicales. L as organizaciones s in d ic a lis ­
ta s necesitaban algún tipo de apoyo externo frente a los sectores
patronales intransigentes, pero no podían co n tar ya con el radica­
lismo; éste fúe un problem a que se haría m ás profundo en la déca­
da de 1930.
U n problem a adicional fue la existencia de d isputas sectarias,
que se prolongarían durante los años treinta. L o s sin d ic a lis ta s de­
m ostraban escasa tolerancia hacia los adherentes a o tra s ideolo­
gías, fueran socialistas, com unistas o anarquistas, lo que llevó a
co nstantes luchas y rupturas. L a U nión Sindical A rgentina, la c o n ­
federación controlada po r los s in d ic a lis ta s , perdió prim ero a los
socialistas que form aron su propia central, la C onfederación O brera
A rgentina, en 1926; m ás tarde, en 1929, los com unistas fundaron
el C om ité N acional de U nidad Sindical Clasista. E sta últim a c re a ­
ción se debió m ás al cam bio de línea del m ovim iento com unista
internacional, que reclam aba ahora una actitud agresiva y alejada
de cualquier alianza, que a acontecim ientos ocurridos en la A rgen­
tina. Q uizá m ás serio fue el rechazo de los s in d ic a lis ta s a la crea­
ción de una organización entre los trabajadores ferroviarios, de
ajustada disciplina y altam ente centralizada, la U nión F erroviaria.

243
Su intento de organizar un sindicato alternativo fracasó y le ganó
enem igos. A dem ás, la Federación O brera M arítim a, que había sido
su sindicato m ás fuerte, sufrió severas derro tas en la década de
1920, y nunca se recuperó.
Tam bién la econom ía em pezó a cam biar a fines de los años vein­
te, aunque la naturaleza de esa transform ación fue im perceptible
para m uchos contem poráneos. L as grandes fábricas estaban co ­
m enzando a coexistir con el taller artesano. L os sindicatos por
oficio tradicionales tenían dificultades para incorporar a los tra b a ­
ja d o re s en las fábricas m ás grandes, que incluían m uchos obreros
sin calificación, quienes no se habían iniciado en la tradición de la
sindicalización. E stas tendencias se hicieron m ás intensas durante
los años treinta.

LA UNIÓN FERROVIARIA

Un nuevo tipo de organización sindical había aparecido con la


fundación de la U nión Ferroviaria en 1922. Su alcance era nacio­
nal, pero el p o d er se encontraba altam ente centralizado y la C om i­
sión D irectiva controlaba a las autoridades locales, lim itando es­
trictam ente sus actividades; sus dirigentes casi siem pre pusieron a
su sindicato por encim a de las ideologías o los partidos políticos.
L os líderes usaban su p o d er para hacer resp etar la disciplina de
trabajo en la red ferroviaria: aunque dispuestos a dem ostrar su ca­
pacidad de interferir en el flujo de m ercancías a través, p o r ejem ­
plo, del trabajo a reglam ento que atascaba el tráfico ferroviario,
eran reticentes a hacer colapsar por com pleto el sistema. E stas es­
trategias los transform aron, en no m ucho tiem po, en in terlocuto­
res aceptables para las com pañías ferroviarias y, lo que era m ás
im portante, para el gobierno, que encontraba m ucho m ás fácil li­
diar con el sindicato que con la posibilidad de interrupción del
tráfico ferroviario. E sta lección se trasladó a los años treinta.
El gobierno de A lvear ayudó a la U nión Ferroviaria a obtener
beneficios m uy im p o rtan tes de las com pañías; los salarios y las
condiciones de trabajo m ejoraron n otoriam ente y los ferroviarios
se tran sfo rm aro n en una elite. E llos ofrecían al g obierno algo
crucial, com o era el orden en las líneas ferroviarias, y así se tra n s­
form aron en una fuerza m uy poderosa. H acia 1929, llegaban a laá
63 .485 cu o tas m ensuales pagadas, según consignaba la M e m o r ia
y b a la n c e d e ¡a C o m isió n D irectiva correspondiente a 1930. E sa
cifra igualaba la alcanzada po r la FO R A del IX C ongreso, la co n ­
federación sin dicalista , en su m ejor m om ento.
Sin que resulte sorprendente, la U nión Ferroviaria y su sindica­
to herm ano, L a Fraternidad, que agrupaba a los m aquinistas, se
convirtieron en el m odelo para m uchas organizaciones sindicales.
N o obstante, sus éxitos fueron difíciles de repetir, ya que pocos
sindicatos podían ofrecer al gobierno lo que garantizaban los fe­
rroviarios. Sus áreas no eran estratégicas y con frecuencia no ha­
bía involucrados tan to s v o tan te s potenciales. Tam bién pocos sin­
dicatos estaban tan dispuestos a pasar po r alto las cuestiones polí­
ticas. E n la década de 1920, aquellas dos organizaciones fueron
ú nicas y, aunque su éxito no llegó a ser repetido en los años trein­
ta, o tro s sindicatos hicieron intentos de seguir sus pasos. Las vic­
torias de la U nión Ferroviaria p ronto la transform aron en el sindi­
cato m ás poderoso del país.

UN INTENTO DE UNIDAD DE 1928

La oportunidad para que la Unión Ferroviaria actuara com o fuer­


za dom inante en el m ovim iento obrero llegó a causa de una de las
periódicas cam pañas po r la unidad. H acia 1928, una organización
nacional de trab ajad o res gráficos llam ó a la unificación del m ovi­
m iento obrero, y dos de las cuatro confederaciones sindicales res­
pondieron favorablem ente: la C onfederación O brera A rgentina y
la U nión Sindical A rgentina. L os com unistas y los anarquistas per­
m anecieron íu era de la acción unitaria. E sa cam paña para crear
la C onfederación G eneral del Trabajo sem bró la semilla de fu tu ­
ros problem as: algunos de los líderes socialistas de la C onfedera­
ción O brera A rgentina resistían la idea de la unidad, y en las elec­
ciones internas la posición de quienes en cam bio la sostenían ganó
sólo gracias al uso del fraude electoral. Luis C erruti, ferroviario y
prim er secretario general de la CGT, señalaría años m ás tarde: “ ¡La
unidad de la clase trabajadora la he hecho yo!” . Pero, po r o tra
parte, no quedó establecido ningún calendario para regularizar la
estru ctu ra de la confederación, y e sta circunstancia finalm ente lle­
varía a su quiebre en diciem bre de 1935. Form alm ente, la C G T no
se constituyó hasta después del golpe de setiem bre de 1930.
Buena parte de los años veinte habían sido prósperos, pero la

245
tendencia cam bió radicalm ente durante el año dram ático de 1929.
La depresión, desde ya, intensificó to d o s los antiguos problem as
de la clase obrera y de los sindicatos, la desocupación creció, y los
em presarios aprovecharon la situación para bajar salarios y cam ­
biar condiciones de trabajo. H asta el em pleo estatal dejó de ser un
refugio seguro, dado que los sueldos se pagaban sistem áticam ente
tarde. Las tensiones ideológicas crecieron: estibadores anarquis­
tas y s in d ic a lis ta s se tiro tearo n en el intento de m antener sus res­
pectivas cuotas de trabajo en los pu erto s de R osario y B uenos A i­
res. A su vez, el cada vez m ás débil gobierno de Y rigoyen no e sta ­
ba en posición de auxiliar a los trabajadores. Sin em bargo, y a
p esar de esto s problem as, algunos integrantes del m ovim iento
obrero estuvieron entre los pocos sectores de la sociedad que in­
ten taro n pro teg er al gobierno constitucional. El líder ácrata D iego
A bad de Santillán sostendría, m uchos años m ás tarde, que algu­
nos líderes anarquistas y sin d ic a lis ta s planearon una huelga g en e­
ral para defenderlo, aunque fallaron en su intento. L os sindicatos
no estaban en condiciones de lanzar una huelga general exitosa,
ya que eran dem asiado débiles y políticam ente m arginales.

LUEGO DEL GOLPE DE SETIEMBRE

El m ovim iento o brero enfrentó sim ultáneam ente dos crisis de


im portancia. P o r una parte, la depresión creó desem pleo en gran
escala; algunas villas m iseria ap arecieron rápidam ente, m ientras
se organizaban colas de inm igrantes ante las em bajadas, con la
esperanza de ser repatriados. R esponder con éxito a una crisis eco ­
nóm ica de tal profundidad hubiera sido casi im posible para los
sindicatos aun en circunstancias m uy favorables, y las que reina­
ban, en cam bio, estaban m uy lejos de ser buenas. D urante el régi­
m en de U riburu se im puso la ley m arcial y luego el estad o de sitio;
los sindicatos anarquistas y com unistas fueron rápidam ente em ­
pujados a la clandestinidad y, al m enos tem porariam ente, deja­
ron de funcionar en los hechos. Sus líderes fueron encarcelados,
to rtu ra d o s u obligados a exiliarse, m ientras se hostigaba tam bién a
otras organizaciones obreras. M ás de trescientos extranjeros que
el régim en consideraba peligrosos fueron deportados, y tuvieron
lugar al m enos cinco ejecuciones bajo la ley marcial. Se creó, ad e­
m ás, la infam e Sección E special de la policía, con el objetivo de

246
extirpar el comunismo. Claramente, se trataba de una nueva etapa
en la violencia dirigida por el Estado: fue el primer intento siste­
mático de suprimir ideologías y prácticas a través de la violencia
estatal.
E n general, la actividad sindical se hizo difícil. D e acu erd o con
el im portante dirigente de los trabajadores gráficos, René Stordeur,
p o r ejem plo, el sindicato estaba sosteniendo una gran huelga co n ­
tra la em presa Fabril Financiera en los días inm ediatam ente an­
teriores al golpe. L uego del 6 de setiem bre, el jefe de Policía m a­
nifestó al grem io: “E ste escándalo se ha term inado, se acabó la
huelga” ; los dirigentes se sintieron com pelidos a darle fin. E sta
situación no fue, en m odo alguno, singular: un gran núm ero de
em presas utilizó la represión general existente para rebajar sala­
rios, cam biar condiciones de trabajo y despedir trabajadores. Q uie­
nes protestaban, en esa coyuntura, podían ser fácilm ente reem pla­
zados. La em presa norteam ericana U nión Telefónica com enzó con
los despidos el m ism o día del golpe, y ellos tuvieron com o vícti­
mas, en particular, a los dirigentes sindicales, entre quienes estaba
Luis Gay, el secretario general de la F ederación O breros y E m ­
pleados Telefónicos.
L os sindicatos pudieron h acer po co y aun la sim ple celebración
de reuniones era difícil. N o obstante, a aquellas organizaciones
que el gobierno no consideraba dem asiado peligrosas se les per­
m itió funcionar en un nivel m ínim o, realizando las reuniones den­
tro de locales cerrados, por ejemplo. P o co s días después de la tom a
del p o d er po r los m ilitares, se constituyó oficialm ente la C G T con
la fusión de la U S A y de la CO A. Se estableció que el C om ité
E jecutivo se conform aría con igual cantidad de representantes de
am bas organizaciones, y no se determ inó ninguna form a de cam ­
biar esa disposición; tal circunstancia abrió el cam ino para p roble­
m as posteriores.
A p esar de que la tendencia dom inante en el gobierno veía en la
pura represión la m ejor política para seguir con el m ovim iento
obrero, existía una segunda tendencia, corporativista, cuya p re­
sencia brindó la oportunidad para que ciertos sindicatos intentaran
alguna acción en com ún con el E stado. L os corporativistas creían
que el papel estatal en las relaciones laborales debía ser im portan­
te, y que los sindicatos tenían un lugar en el proceso, pero siem pre
subordinados al E stado. El más notorio de estos funcionarios era
el presidente del D epartam ento N acional del Trabajo, E duardo
M aglione, quien desde su cargo trató de evitar que las firm as saca­
ran ventaja de la situación política y económ ica a expensas de los
trabajadores, em peorando de ese m odo los problem as de desem ­
pleo. Sin em bargo, el poder del D N T era m uy lim itado: M aglione,
p o r ejem plo, tra tó de fo rzar a la U nión Telefónica a aceptar algu­
nas concesiones favorables al sindicato, p ero la com pañía lo igno­
ró. A ello se sum aba que M aglione no contaba con la cooperación
plena del resto del gobierno, en particular de quienes conducían la
Policía, cuyas acciones tuvieron una incidencia m ucho m ás am ­
plia que la del D N T en la vida cotidiana de las organizaciones
obreras.
A pesar de la actitud de M aglione, fue éste un período v erd ad e­
ram ente som brío para los sindicatos y para los trabajadores. Las
pocas huelgas que ocurrieron fueron actos de desesperación, con
muy reducidas posibilidades de éxito. M ás de las tres cuartas par­
tes de las huelgas que tuvieron lugar en B uenos A ires a lo largo de
1931 fueron derrotadas, y aquellas que fueron exitosas o llegaron
a soluciones negociadas involucraron a m enos de 800 trab aja­
dores.
L as im plicancias a largo plazo de esta etapa extrem adam ente
difícil fueron tam bién am plias. L a C G T recom enzó su política de
cooperación con el gobierno, aun con un gobierno que apenas es­
taba dispuesto a dar alguna pequeña ayuda. E ste hecho reflejaba
varios fenóm enos diferentes: los sin d ic a lis ta s habían desarro lla­
do, durante los gobiernos radicales, el hábito de depender del g o ­
bierno; la U nión Ferroviaria, gracias a su reputación, podía casi
siem pre acceder a los despachos de los funcionarios oficiales. Ella
dom inaba la CGT, y la d o tab a de una cierta credibilidad. Así, rápi­
dam ente, la C G T se transform ó en un interlocutor aceptado po r el
régim en, interviniendo a m enudo en los intentos de liberar presos
o de perm itir la actividad norm al de los sindicatos. La dirigencia
de la C G T fue duram ente criticada p o r hum illar públicam ente a la
organización, al alabar la im posición de la ley m arcial a cam bio de
obtener la conm utación de la pena de m uerte dictada contra tres
choferes anarquistas. En realidad, dadas las circunstancias g en e­
rales, la dura represión y su creencia en el v alor de la vida hum ana,
no le quedaban m uchos cam inos. N o obstante, la C G T pudo hacer
poco, m ás allá de aliviar apenas la situación m iserable de los tra ­
bajadores.
A su vez, la represión dio una nueva form a al m ovim iento o b re ­

248
ro. El anarquism o, ya declinante, nunca se recuperó de la rep re­
sión inm ediatam ente p o sterio r al golpe y durante los años treinta
fue apenas una fuerza m arginal. L os cam bios en las form as de
trabajo contribuyeron a desplazar a los anarquistas, quienes ha­
bían sido fuertes en sectores com o el de los carreteros, que cada
vez se tornaba m ás anacrónico. Sobre los com unistas, la represión
tuvo un im pacto m ucho m enos dram ático. A unque sus organiza­
ciones tam bién fueron em pujadas a la clandestinidad, la existen­
cia de una estru ctu ra partidaria les perm itió sobrevivir. El partido
distribuyó m ilitantes a lo largo del país para agrupar a los tra b a ­
jadores: R ufino G óm ez, por ejem plo, fue enviado por el PC a
C o m o d o ro R ivadavia, donde organizó en prim er lugar células
del partido, antes de intentar la creación de un sindicato entre los
o breros del petróleo. G racias a este tipo de tácticas, los sindicatos
dirigidos po r com unistas estuvieron en condiciones de reaparecer
luego de que la represión se aquietó, durante la presidencia de
Justo.

LOS AÑOS INICIALES DEL GOBIERNO DE JUSTO

Para m uchos sindicatos, la situación m ejoró rápidam ente cuan­


do el general Justo asum ió la presidencia, en febrero de 1932. Si
bien la situación económ ica no cam bió inm ediatam ente, la rep re ­
sión extendida y m asiva se aplacó, haciéndose esporádica y algo
m enos dura, y los sindicatos que no eran percibidos po r el gobier­
no com o una am enaza al orden podían o p e ra r con relativa liber­
tad. D esde la perspectiva sindical, la dificultad consistía en tra ta r
de calcular qué era aquello que el gobierno consideraba una am e­
naza. Y un problem a que persistía era que m uchos em pleadores
continuaban prefiriendo no tra ta r con los sindicatos, lo que hacía
necesaria para los trabajadores al m enos la neutralidad del E stado,
cuando no su intervención activa.
Los sindicatos que crecieron m ás rápidam ente fueron aquellos
que tenían conexiones políticas, pues contaban con una fuerza
externa que podía p roporcionar ayuda, propaganda, lugares para
las reuniones y dinero. El gobierno, en buena parte com puesto por
radicales antipersonalistas, había aprendido algunas de las cruciales
lecciones de la era precedente y reconocía que, en ocasiones, era
m ás fácil fo rzar a la patronal a hacer concesiones que enfrentar las
dificultades creadas p o r las huelgas o la agitación. Sin em bargo,
era necesario llam ar la atención del gobierno, y aunque tal cosa
podría haberse logrado a través de las huelgas o la presión políti­
ca, se tratab a siem pre de un ju eg o peligroso. El régim en nunca
definió las reglas de ese ju eg o , y los sindicatos no sabían qué era
lo que podía traerles asistencia y qué, en cam bio, acarrearía la re­
presión. P o r o tra parte, los diferentes sectores gubernam entales no
siem pre trabajaban ju n to s. El D epartam ento N acional del T raba­
jo , con su conocim iento incom parable de la situación laboral, era
con frecuencia bastante favorable a los sindicatos, pero le faltaba
el poder para forzar la cooperación de las com pañías o de otras
ram as del gobierno. L as actitudes de estas ultim as variaban am ­
pliam ente entre sí.
A su vez, los sindicatos del interior, en general, debieron afron­
tar dificultades m ucho m ayores que los de la Capital, si bien fue­
ron m ás activos de lo que habitualm ente se ha pensado. El D N T
sólo tenía jurisdicción sobre la ciudad de B u en o s A ires y los te rri­
to rio s nacionales. L as condiciones económ icas fueron, a grandes
rasgos, todavía peores en las provincias; al m ism o tiem po, dado
que el fraude electoral solía ser frecuente en el interior, se prestaba
m enos atención a la opinión pública. E sta últim a circunstancia
perm itía tam bién que la violencia se aplicara m ucho m ás a m enu­
do que en la Capital.
A com ienzos del gobierno de Justo, en el m ovim iento obrero
tenían preponderancia los sindicatos que pertenecían a la CGT. La
única estadística real para B uenos Aires, de setiem bre de 1932,
fúe realizada p o r la Liga P atriótica A rgentina, una agrupación de
extrem a derecha, pero probablem ente la inform ación tuviera su
origen en fuentes policiales. L a Liga afirm aba que 132.000 tra b a ­
jad o re s estaban afiliados a los sindicatos, aunque cerca de 83.100
de ellos pertenecían a organizaciones nacionales, cuyos m iem bros
estaban dispersos po r el país, siendo la m ayoría de la U nión F e rro ­
viaria. U n porcentaje abrum ador, el 82,6% , pertenecía a la CGT;
los m iem bros de sindicatos autónom os eran el 7,6% , así com o
quienes pertenecían a la F O R A (anarquista) y sólo el 2,3% c o rre s­
pondía a los agrupam ientos com unistas. C on claridad, los sindica­
to s m ayores eran los del transporte, y sólo unos p ocos obreros in­
dustriales estaban organizados.
L a dism inución inicial de la represión, que Ju sto utilizaba para
diferenciarse del gobierno uriburista, perm itió que los trabajado-
res aprovecharan la ocasión para tra tar de reconquistar el terreno
perdido durante los años anteriores, cuando una huelga equivalía
a una d errota casi cierta o a algo peor. Así, en 1932 se produjo una
intensa ola huelguística, con m ás conflictos y participantes que en
cualquier otro año del período en consideración. L os resultados
revelan por qué el m ovim iento no continuó: de acuerdo con el
DNT, casi las tres cuartas partes fueron derrotadas.
E sas huelgas fueron, en su m ayoría, intentos d esesperados de
recuperación de lo perdido, y dada la aún com plicada situación
económ ica, sus desenlaces eran predecibles. L a respuesta del g o ­
bierno dependía m ucho de la posición del sindicato en la e stru c tu ­
ra económ ica, de su visibilidad para secto res am plios de la socie­
dad y de la filiación política de sus líderes. Si bien la m ayoría de
las organizaciones sindicales eran sencillam ente ignoradas p o r el
gobierno, otras enfrentaron una dura represión, y unas pocas ele­
gidas co n taro n con la intervención activa, que ayudaba a resolver
conflictos en térm inos que no eran desfavorables.
C uando, po r ejem plo, en 1932 los com unistas condujeron a los
petro lero s a la huelga en C om o d o ro R ivadavia, el gobierno res­
pondió con una represión m asiva, que incluyó encarcelam ientos y
dep o rtacio n es en gran escala. E llo reflejaba la im portancia de la
industria, el papel de los com unistas, y tam bién la escasa visibili­
dad del conflicto para la opinión pública. El gobierno de Justo,
com o sus predecesores, tendía a responder m ás duram ente ante
las huelgas p roducidas lejos de B uenos Aires; así, el m ism o año,
cuando los trab ajad o res telefónicos lanzaron una huelga co n tra la
U nión Telefónica, im popular em presa norteam ericana, la reacción
fue m uy diferente. A pesar del constante co rte de líneas de teléfo­
nos, que incluyó las que conectaban la C asa R o sad a con C am po
de M ayo, luego de 52 días de duro conflicto el gobierno ayudó a
im poner una solución, que si bien no resolvía los problem as del
sindicato, al m enos le perm itió sobrevivir.
¿P or qué fue ésta la po stu ra estatal? En parte, porque la com pa­
ñía era im popular, era norteam ericana y no co ntaba con m uchos
defensores locales. P ero tam bién p orque la organización estaba
dirigida po r los sin d ic a lista s. L os antipersonalistas que form aban
parte del régim en sabían que con tales organizaciones podían tra ­
bajar, y que su crecim iento no habría de golpearlos políticam ente,
dado que no tenían fdiación partidaria. A dem ás, el sindicato había
estado dispuesto a aceptar la m ediación del gobierno y tra tó con
Asamblea de empleados de comercio: sentado en la primera fila.
Angel fíorlenghi, 13-5-1939.

fervor de evitar la huelga, pero la com pañía se había m ostrado


intransigente. Tam bién contó el deseo de distinguirse de la gestión
uriburista: el ju stism o necesitaba exhibir su buena voluntad hacia
el m ovim iento o b rero en una huelga m uy visible.
E sta actitud de dos caras se prolongó durante to d o el período
neoconservador, si bien a partir del ascenso de C astillo, a com ien­
zo s de los años cuarenta, el gobierno se m ostraría cada vez m ás
adverso. La m ayoría de los sindicatos no contó con el apoyo ni la
hostilidad gubernam entales, pero debió enfrentar a los em presa­
rios en un m arco caracterizado por una sobreoferta de m ano de
obra, y con una fuerza policial que buscaba, por sobre to d o lo de­
más, garantizar el orden. Se explica, entonces, que el núm ero de
huelgas descendiera en 1933.
Los sindicatos que lograron un desem peño adecuado en los años
iniciales de la gestión de Ju sto tenían conexiones con el Partido
Socialista. El curioso equilibrio que el régim en trató de encontrar

252
entre una apariencia dem ocrática y su dependencia del v o to frau­
dulento, hizo crecer la im portancia de los socialistas. M ientras los
radicales, todavía el mayor p artido del país, se abstuvieron de par­
ticipar en los procesos electorales, las fuerzas del gobierno necesi­
taro n del P artido Socialista para obtener ciertos aires de legitim i­
dad y para que las apoyara en ciertas cuestiones cruciales: la C o n ­
cordancia era inestable, y el P artido Socialista co ntaba con 43 di­
putados. P o r lo tanto, el gobierno neoconservador estaba dispues­
to a proporcionarle ayuda en m aterias que no consideraba vitales,
pero que sí eran decisivas para los socialistas.
En 1932, la F ederación de E m pleados de C om ercio, que tenía
estrechos lazos con el P artido Socialista y dirigía Ángel Borlenghi,
un hom bre políticam ente m uy hábil, com enzó una serie de cam ­
pañas políticas. E sas cam pañas buscaban com pensar el hecho de
que era difícil organizar a los em pleados de com ercio, ya que e sta­
ban dispersos, a lo largo de grandes áreas, en innum erables neg o ­
cios. Los com ercios en los cuales los trabajadores estaban o rg an i­
zados podían sufrir una com petencia desventajosa por parte de
aquellos en los que no habia presencia sindical, ya que sus co sto s
laborales eran m ás altos. A dem ás, m uchos em pleados de com er­
cio se concebían a sí m ism os com o m iem bros de la clase m edia; si
bien sus salarios y sus condiciones de trabajo no eran, con fre­
cuencia, m ejores que los de la clase obrera, tendían a ser reticentes
a sindicalizarse o a realizar una huelga. B orlenghi percibió que a
través de la presión política el gobierno podía ser inducido a e sta­
blecer m ejores condiciones de trabajo. T odos los com ercios, y no
sólo aquellos en los que la organización era fuerte, deberían en­
tonces acep tar las m ejoras, y el papel del sindicato sería ayudar a
que las leyes fueran apro b ad as y hacerlas cumplir. Las m ejores
condiciones llevarían así a los em pleados a afiliarse.
La F ederación de E m pleados de C om ercio creó, en 1932, una
confederación nacional de sindicatos del sector, con la intención
de m ovilizar apoyos a escala nacional p ara la sanción de leyes
laborales. B orlenghi y la F ederación tuvieron un éxito so rp ren ­
dente. U na serie de m anifestaciones en to d o el país recibió respal­
do de m iem bros de to d as las fuerzas políticas im portantes. Fueron
aprobadas dos leyes, que a pesar del reclam o de la Federación,
quedaron lim itadas a la C apital: una que establecía el llam ado “ sá­
bado inglés” , que fijaba una sem ana laboral de cinco días y m edio,
y o tra que obligaba a los com ercios a cerrar a las ocho de la noche,
lo que lim itaba las largas jo rn a d a s de trabajo. C on m ayor dificul­
tad fue prom ulgada una reform a del C ódigo de C om ercio, de ex­
tensiones nacionales, que hizo m ás difíciles los despidos. E stas
exitosas cam pañas, cuyo resultado era dependiente de la co o p e ra ­
ción de la C oncordancia, no sólo m ejoraron las condiciones para
los em pleados de com ercio y para o tro s trabajadores, sino que tam ­
bién perm itieron el crecim iento de la Federación, que se expandió
desde algo m enos de 1.000 m iem bros en 1932 hasta unos 18.000
en 1936, tam bién se transform ó en una organización en verdad
nacional.
La U nión O b rero s M unicipales, en la que predom inaban los
socialistas, fue otro sindicato que logró un buen desem peño en
aquellos años. C ontribuyó a ello el hecho de que el intendente de
B uenos A ires necesitara la coo p eració n del C oncejo D eliberante,
donde los socialistas eran una fuerza m uy im portante.
Sin em bargo, el éxito de estos dos sindicatos fue una excep­
ción. La m ayoría todavía enfrentaba los problem as creados p o r la
m ala situación económ ica, p o r la hostilidad em presarial y p o r la
indiferencia del gobierno, esto últim o en el m ejor de los casos.
A un la organización m ás fuerte, la U nión Ferroviaria, tuvo serias
dificultades. H acia 1932, era el único sindicato verdaderam ente
grande. Decía representar a to d o s los trabajadores de los ferro ca­
rriles con la excepción de m aquinistas y fogoneros, y en aquel año
prom ediaba los 67.799 cotizantes de cu o tas sindicales; el núm ero
total de ferroviarios afiliados a la C aja de Jubilación del se cto r era
de 138.441, incluyendo a directivos y a m aquinistas. La depresión
golpeó a los ferrocarriles con dureza, y com o los salarios eran un
porcentaje significativo de los co sto s totales, las com pañías apela­
ron a los despidos durante el período de U riburu, aunque no está
clara la envergadura de esas m edidas. De to d o s m odos, los intere­
ses del sindicato y del g obierno coincidían: el gobierno no quería
ver crecer la desocupación, sin duda alarm ado po r el potencial
im pacto social y político, y tam p o co lo deseaban, naturalm ente,
las organizaciones ferroviarias. La adm inistración continuaba vien­
do a los sindicatos com o los m ejores g aran tes de la relativa paz en
los ferrocarriles. Así, bajo una considerable presión gub ern am en ­
tal, las com pañías y las dos organizaciones sindicales elaboraron
soluciones p o r separado, que efectivam ente reducían salarios aun­
que de m anera parcialm ente cam uflada y tem poraria, a cam bio del
fin de los despidos. La importancia de este comprom iso en el lar-

254
go plazo, más que en la demostración de la envidiable posición de
los ferroviarios si se la compara con la de otros trabajadores, resi­
dió en el malestar y la inquietud que las reducciones generaron en
las bases de la Unión Ferroviaria.
El desco n ten to se agravó durante los años iniciales del régim en
de Justo. U na vez más, las com pañías insistieron en una rebaja de
sueldos; la dirección de la U nión F erroviaria se dividió entre quie­
nes estaban dispuestos a aceptarla y aquellos que sostenían que ya
se habían realizado dem asiadas concesiones. L o s partidarios de la
prim era posición ganaron, desconociendo un congreso especial del
sindicato; las m edidas fueron m ás tard e confirm adas en gran parte
po r un arbitraje en el que el mism o Justo estuvo involucrado. M ien­
tra s los ferroviarios eran fo rzad o s a hacer concesiones, en retribu­
ción estuvieron en condiciones de pro teg erse de los despidos. El
propio hecho de que Justo participara en un arbitraje señala la
im portancia de los ferroviarios.
Sin em bargo, los disidentes utilizaron el d esco n ten to en las b a­
ses para to m a r el control del sindicato. Y a la m odificación en la
dirección de la U nión F erroviaria correspondió, dada su im portan­
cia, un cam bio en la distribución del p o d e r d en tro de la CGT: los
s in d ic a lis ta s fueron m arginados.
A unque las fricciones entre los líderes de la U nión Ferroviaria
habían existido desde fines de los años veinte, recién cristalizaron
durante las disputas libradas en to rn o a la baja de salarios. Las
facciones principales eran dos; los con tem p o rán eo s denom inaron
“ sindicalistas” a la facción que tenía el poder, en ta n to que los
rebeldes fueron llam ados “ socialistas” , pero las etiquetas eran en­
gañosas. H abía m iem bros del P artido Socialista en am bos bandos,
y las diferencias de opinión claras fueron escasas hasta 1932-1933.
A unque los “ socialistas” estaban m ás próxim os al PS, am bos g ru ­
pos estaban dom inados por hom bres que creían que los partidos
políticos debían m antenerse al m argen de los asu n to s sindicales.
P ero existían o tra s diferencias y o tras áreas de tensión: quienes
tenían el p o d er no deseaban com partirlo, y los que estaban fuera lo
querían para sí m ism os. L a rivalidad entre los representantes de
los trabajadores de las dos com pañías m ás g randes tam bién ju g a ­
ba; A ntonio Tram onti y o tro s líderes de los trab ajad o res del F e rro ­
carril Sud siem pre habían dom inado el sindicato, y los hom bres
con base en el C entral A rgentino creían que no tenían la cu o ta de
p o d e r que les c o rresp o n d ía. En 1934, la facció n “ so cialista” ,
liderada por José Dom enech, se hizo del control de la Unión Fe­
rroviaria, abriendo una etapa de confrontación dentro de la CGT.
Así, cuando hasta su organización m ás fuerte atravesaba difi­
cultades severas, el m ovim iento obrero sólo podía esperar un cam ­
bio favorable una vez que la econom ía hubiera m ejorado lo sufi­
ciente com o para p o d er arrancar cierto p o d er de m anos de los
em presarios. H asta entonces, era m uy fácil reem plazar a los tra b a ­
jad o re s que se plegaban a una huelga, y m uchas com pañías e sta­
ban al borde de la quiebra. H acia 1934-1935, la econom ía urbana
com enzó a recuperarse de los efectos de la depresión, y la política
económ ica favoreció la sustitución de im portaciones y la afluen­
cia de capital extranjero. La tendencia, iniciada en los años veinte,
de coexistencia de pequeños establecim ientos con o tro s m ayores
se intensificó. H acia 1935, había 722 fábricas con m ás de 101 tra ­
bajadores, que em pleaban a 223.520 personas; en 1941, la cifra
había crecido hasta los 1.130 establecim ientos, con 366.882 tra ­
bajadores. Sin em bargo, el núm ero de pequeños establecim ientos
continuó su expansión y a m enudo ellos operaban ju n to con los
grandes en algunas industrias. En la industria de la seda artificial,
p o r ejem plo, el hilado se hacía en g randes fábricas m ultinaciona­
les, m ientras que el tejido se ejecutaba en com pañías nacionales
de tam año considerable y en dim inutos talleres con uno o d o s tela ­
res. H abitualm ente, se entendía que en las g randes fábricas la o r­
ganización sindical era m ás fácil que en los establecim ientos p e ­
queños.
La declinación de la im portancia relativa de la pequeña em pre­
sa tuvo consecuencias diversas. El papel de los trab ajad o res califi­
cados se to rn ó m enos crítico, dado que los sem icalificados y no
calificados eran cada vez más. Tam bién creció el núm ero de tra b a ­
jad o re s industriales sindicalizados. E stas tendencias dañaron se­
veram ente a los s in d ic a lis ta s , que tenían su base principal entre
los obreros calificados de establecim ientos pequeños. P or otra parte,
la m ás im portante organización de orientación s in d ic a lis ta , la F e­
deración O breros M arítim os, declinaba desde sus d erro tas de los
años veinte. El sin d ic a lis m o estaba perdiendo posiciones tan to en
algunas industrias que dejaban de ser artesanales para introducir
m áquinas — p o r ejem plo, en la fabricación de m uebles— com o en
los ferrocarriles. L os lazos que había cultivado diligentem ente con
radicales y antipersonalistas en los años veinte eran m enos im por­
tantes; la U CR, fuera del poder, podía ofrecer p oca ayuda concreta
y nunca había p rovisto el tipo de auxilio institucional — locales,
propaganda— que partidos com o el Socialista o el C om unista brin­
daban regularm ente. El antipersonalismo, que form aba p arte del
oficialism o, entendía que necesitaba po co de la aproxim ación a
las fuerzas obreras, dado que no podía ganar las elecciones en la
ciudad de B uenos Aires. F u era de la Capital, la C oncordancia so ­
lía depender del fraude y, p o r lo tanto, no necesitaba buscar v o to s
p o r o tro s cam inos. Sin em bargo, el oficialism o podría haber p ro ­
cedido de o tro m odo: en 1931, cuando las reglas de ju e g o político
to d av ía estaban indefinidas, los con serv ad o res de la provincia de
B uenos A ires habían u bicado en su lista de candidatos a diputados
a dos m iem bros de la U nión Ferroviaria. U no de ellos, B ernardo
B ecerra, había tenido un papel central en el sindicato desde su
fundación, e incluso había sido su vicepresidente. A unque am bos
fueron elegidos, B ecerra, el m ás conocido, m urió antes de asum ir
el cargo. L os co nservadores nunca profundizaron este experim en­
to, al parecer exitoso. Sin duda lo consideraron innecesario, dado
que los v o to s podían ser “ producidos” de o tro s m odos.

LA CUESTIÓN DE LA UNIDAD

D en tro del m ovim iento o b rero argentino ha existido un m ito


que indica que el estad o “ natural” de las cosas en el m ovim iento
sindical es el de unidad. L as num erosas ten tativ as de alcanzarla,
sin em bargo, siem pre fallaron a causa de la incom patibilidad p ro ­
ducida p o r las diferencias ideológicas o p o r choques personales.
P o r o tra parte, las confederaciones tenían poco que ofrecer a las
organizaciones afiliadas y no co ntaban con m edios p ara discipli­
nar a los rebeldes. P o c o s sindicatos tenían alcance nacional y las
confederaciones tendían a centrarse en B uenos Aires, prestando
poca atención a los problem as existentes en las provincias. L a C G T
tu v o los m ism os lím ites que sus antecesoras. A pesar de sostener
que había conseguido la unidad del m ovim iento o brero, fuerzas
im portantes perm anecieron fuera de ella: los anarquistas, que es­
taban en decadencia, no se incorporaron y continuaron en la FORA.
Tam poco lo hicieron los com unistas, que m antuvieron su C om ité
N acional de U nidad Sindical C lasista; a diferencia de los anar­
quistas, los com unistas estaban en crecim iento luego de que dis­
m inuyera la represión uriburista, gracias a la ayuda del partido. A
pesar de to do, hacia 1934-1935 tan to la organización anarquista
com o la com unista eran pequeñas. El verdadero problem a estaba
d entro de la propia C G T y consistía en la rivalidad entre los llam a­
dos socialistas y sin d ic a lista s .
L os s in d ic a lis ta s sostenían que el m ovim iento o b rero debía
m antenerse próxim o al gobierno, pero ajeno a la política de p arti­
do; los socialistas, en cam bio, entendían que debía establecerse
una distancia m ayor con la adm inistración y adm itían la particip a­
ción política. Las rivalidades y las alianzas personales fueron a
m enudo de im portancia central, y la falta de tolerancia exacerbó
las diferencias y elevó las tensiones, en p articular a m edida que
los socialistas crecían y los s in d ic a lis ta s se debilitaban. E ste cam ­
bio en la relación de fuerzas no se reflejaba en la e stru c tu ra del
C om ité C onfederal de la CGT, establecida al m om ento de la crea­
ción, que otorgaba igual representación a las confederaciones fun­
dadoras y algunos lugares a las organizaciones autónom as. Sin
em bargo, no había tenido lugar ningún congreso que estableciera
un ajuste en esa estructura. Así, tres s in d ic a lis ta s representaban a
varios sindicatos, aun cuando sus propias organizaciones estuvie­
ran disueltas. Al m ism o tiem po, no se perm itía a la U nión F e rro ­
viaria reem plazar a sus representantes en el Com ité, de m odo que
en el cuerpo no se traducía el cam bio o currido en la com posición
de la C om isión D irectiva del sindicato. L os s in d ic a lis ta s sólo p o ­
dían m antener el control de la C G T porque los representantes de
la U nión Ferroviaria que los apoyaban había ro to la política de los
prim eros tiem pos, cuando to d o s los ferroviarios votaban com o un
bloque. E ste quiebre de la solidaridad m ostró la crudeza de las
luchas internas de la U nión Ferroviaria.
A m bas facciones creían que el tam año y el desem peño de la
U nión F erroviaria les daban el derecho de dirigir la CGT. Las
disputas dentro de la U nión F erroviaria y del m ovim iento obrero
en general se cruzaron y se potenciaron; estaba claro que quien
controlara la U nión F erroviaria controlaría la CGT. E sta pelea po r
el m anejo de la central tu v o lugar a pesar de que su papel y su
p o d e r fueran restringidos. Su función se lim itaba, esencialm ente,
a interceder ante el gobierno en favor de huelguistas presos y a
dialogar con la adm inistración en nom bre de los sindicatos p eq u e­
ños y de industrias poco im portantes, que no llegaban a conseguir
audiencias.
L os líderes sin d ic a lis ta s estaban dem asiado ansiosos po r figu­
rar entre los gru p o s que el gobierno consideraba aceptables, si se
tiene en cuenta lo escaso de los beneficios recibidos. D os de los
sindicalistas clave en la CGT, A lejandro Silvetti y A ndrés C abona,
habían recibido em pleos de bajo nivel del gobierno y com enzaron
a representar a la A sociación de T rabajadores del E stado. L as ra­
zones profundas de este arreglo, si es que las había, son d esco n o ­
cidas.
A fines de 1933, algunos g ru p o s del m ovim iento obrero, en su
m ayor parte socialistas, com enzaron a presionar para ob ten er una
declaración que denunciara los peligros del fascism o en la A rgen­
tina. D espués de que algunos de los m iem bros de la Junta E jecuti­
va de la C G T se reunieran con el presidente Justo, la propia Junta
hizo pública una declaración en la que alababa los in ten to s del
gobierno p o r p rom over la dem ocracia, sosteniendo que no exis­
tían en la A rgentina las condiciones que habían conducido al fas­
cism o. El C om ité Central, m ás am plio, atacó la declaración, pero
sus objeciones se dirigieron m ás a los socialistas y a sus intentos
p o r to m ar el control de los sindicatos que al fascism o o a la Junta
Ejecutiva. La adulación al p o d er p o r parte de los sin d ic a lis ta s no
los favoreció. En los años treinta tenían poco que ofrecer al g o ­
bierno: controlaban sólo algunos sindicatos y se estaban debilitan­
do, y com o la política había cam biado, era m ás im portante la ap a­
riencia de legitim idad que brindaban los socialistas que los v o to s
que ellos hubieran podido aportar.
D entro del m ovim iento o brero, los socialistas — que en m uchos
caso s lo eran sólo nom inalm ente y no estaban afiliados al p arti­
do— deseaban v er reconocida su nueva fuerza en la confedera­
ción nacional. C om partían la aversión a los sin d ic a lis ta s y busca­
ban poner distancia con un gobierno que no era dem ocrático, ni
am istoso hacia los trabajadores. En las disputas con \o s s in d ic a lis ­
ta s tam bién fueron facto res im portantes los viejos resentim ientos:
los roces habían existido siem pre entre quienes seguían m ás es­
trictam ente cada una de las líneas ideológicas, y en las décadas
previas, cuando los s in d ic a lis ta s dom inaban las confederaciones,
excluían de sus con g reso s a quienes hubieran ganado cargos elec­
tivos com o m iem bros de las listas del P artido Socialista. L os ata­
ques habían sido m utuos, y la creación de la C G T sólo había o cu l­
tado los antagonism os existentes.
E n diciem bre de 1935 tu v o lugar una crisis que cam bió el as­
pecto de la confederación. C om o las tensiones crecían, y final-
m ente se puso fecha para celebrar el po sterg ad o congreso que fija­
ría la estru ctu ra de la organización, los sin d ic a lis ta s que tenían el
co n tro l de la C G T enviaron delegados en una gira p o r el interior.
E l objetivo no declarado era hacer cam paña a favor de los candi­
datos s in d ic a lis ta s p ara las próxim as elecciones internas de la
U nión Ferroviaria; esto am enazaba tra sto rn a r el delicado equili­
brio político dentro de ese sindicato. L os socialistas respondieron
con un golpe, haciéndose del p o d er en la C G T y reconstituyendo
los organism os de control. L a violencia fue m ínima, p ero el sueño
de la unidad se hizo pedazos. D e los acontecim ientos surgieron
dos CG T: una, con predom inio s in d ic a lis ta y sede en el local de
los trab ajad o res telefónicos; otra, socialista, que operaba desde la
U nión Ferroviaria. P areció entonces que este últim o sindicato se
quebraría siguiendo las m ism as líneas: los g ru p o s en lucha en la
U nión F erroviaria respaldaban a sus colegas id eo ló g ico s en la
C onfederación, y eran ferroviarios quienes encabezaban am bas
CGT. Sin em bargo, el objetivo de la unidad se m ostró dem asiado
fuerte entre los ferroviarios, y por un tiem po los s in d ic a lis ta s v o l­
vieron a la U nión Ferroviaria.
C on la U nión Ferroviaria apoyando a la C G T socialista, los s in ­
d ic a lis ta s q u e d a ro n m arg in ad o s. E s ta c e n tral d e c la ra b a u n o s
262.630 m iem bros hacia julio de 1936; el núm ero real de cotizantes
era en verdad algo m ás bajo, pero es razonable suponer que la
exageración era casi la m ism a para to d as las organizaciones. La
C G T que dom inaban los socialistas incluía sindicatos tan g randes
com o la U nión Ferroviaria, que sostenía c ontar con 100.000 m iem ­
bros; L a Fraternidad, con 15.000; la F ederación de E m pleados de
C om ercio con 18.489; la U nión Tranviarios, con 10.000; la U nión
O b rero s M unicipales, con 8.900.
A su vez, la versión s in d ic a lis ta de la C G T tenía sólo 25.095
m iem bros y dependía de la F ederación O breros y E m pleados Te­
lefónicos, de 4 .729 m iem bros, y de la F ederación O brera M aríti­
ma, con 6.200. L os sin d ic a lis ta s se habían tran sfo rm ad o sólo en
una triste reliquia de lo que habían sido en la inm ediata posguerra.
H acia 1937, la C G T s in d ic a lis ta devino en la U nión Sindical A r­
gentina, de escasa im portancia.
Tam bién los acontecim ientos internacionales fav o reciero n a la
C G T socialista. E n 1935, el C om intern com enzó a cam biar su p o ­
lítica; los partidos com unistas fueron u rg id o s a abandonar la acti­
tu d agresiva y sectaria que habían seguido desde fines de los años
veinte, y a buscar aliados en la izquierda y en el centro. E sta polí­
tica de F rente P opular tuvo en la A rgentina un im pacto inm ediato:
en 1935, la confederación sindical com unista — el C om ité N a c io ­
nal de U nidad Sindical C lasista— se disolvió y, un año m ás tarde,
ocurrió lo m ism o con los sindicatos com unistas paralelos. L as o r­
ganizaciones que controlaban los com unistas se incorporaron a la
C G T socialista.

LOS AÑOS INTERMEDIOS

H acia m ediados de la década de 1930 se produjo un cam bio


profundo en la naturaleza del m ovim iento obrero; p o r debajo de
él, se ubicaba un conjunto de im portantes y am plias tran sfo rm a­
ciones estructurales. L a econom ía urbana se había recuperado y el
p roceso de sustitución de im portaciones se encontraba avanzado;
m uchos secto res de la industria se habían m odernizado. La exis­
tencia de fábricas m ás g randes y de op o rtu n id ad es para conseguir
m ejores em pleos abrió la p o ­
sibilidad para que los tra b a ja ­
d ores se m ostraran m ás agre­
sivos. L as huelgas dejaron de
ser un m ecanism o sólo defen­
sivo, y su núm ero creció. Sin­
dicatos y trabajadores com en­
z a ro n a re a liz a r d e m a n d a s
m ás audaces y, al m ism o tiem ­
po, sus huelgas se transform a­
ban en herram ientas para in­
ten tar org an izar am plios sec­
to re s de ob rero s industriales.
Junto con ello, se produjo un
significativo viraje en los re ­
sultados de los conflictos. Se­
g ú n c á lc u lo s del D N T , en
1934 lo s tra b a ja d o re s só lo
habían ganado el 13% de las
huelgas realizadas en la C api­
tal, m ientras perdían el 73,7% ,
y en el resto se llegaba a un ,
acuerdo. H acia 1936, los trabajadores tenían una expectativa de
victoria m ucho m ayor: en el 31,7% de los conflictos ganaron, sólo
perdieron el 42,3% y ese porcentaje siguió bajando.
L os sindicatos con predom inio com unista co nstituyeron el sec­
to r m ás dinám ico del m ovim iento obrero, y el m ás lanzado a la
ofensiva; parecían ten er una visión m ás am plia que las otras o rg a ­
nizaciones. Sus oponentes los acusaban de utilizar las huelgas para
sus propios fines, y en un sentido la crítica era correcta. L as huel­
gas dirigidas p o r com unistas se transform aban en m ovim ientos
con dos objetivos: uno, conseguir m ejoras para los trabajadores;
o tro, expandir el sindicato. L os com unistas percibieron que con­
seguir m ejoras significativas para las vidas de am plias m ayorías
de trabajadores no era ya suficiente para organizar cada una de las
fábricas; se tratab a ahora de organizar sindicalm ente secto res en­
tero s de la industria. D e esta m anera, las com pañías a las que se
habían arrancado concesiones no sufrirían la com petencia de aque­
llas en las cuales no había presencia sindical. S im ultáneam ente,
los com unistas registraron la necesidad de ob ten er la co o peración
de los trabajadores no calificados y de las m ujeres.
En el período p o sterio r a 1935, los sindicatos en los cuales ha­
bía una fuerte influencia com unista tu v iero n un rápido crecim ien­
to; m uchos reunieron diferentes especialidades en un sindicato
único p o r industria. L os com unistas hicieron p ro g reso s acelerados
entre los trab ajad o res textiles, m etalúrgicos, de la alim entación
— especialm ente en los frigoríficos— y sobre to d o de la co n stru c­
ción. Tam bién o btuvieron logros im portantes en la industria de la
m adera, sobre to d o en la construcción de m uebles, p ero el sindica­
to se separó de los com unistas y fue dom inado po r disidentes de
izquierda, m uchos de ellos trotskistas. P o r prim era vez, se to rn a ­
ron im portantes los sindicatos cuyos m iem bros trabajaban en fá­
bricas. E sto reflejaba, al m enos parcialm ente, los cam bios en la
naturaleza de la econom ía. Varias de esas organizaciones tenían
tam bién alcance nacional, una tendencia que, si bien seguían los
com unistas, había sido iniciada por otros; basta rec o rd a r el m en­
cionado caso de la F ederación de E m pleados de C om ercio.
L a expansión de algunos sindicatos en los que predom inaban
los gru p o s com unistas fue espectacular. E n 1936, de acuerdo con
m anifestaciones de la C G T al D epartam ento N acional del T raba­
jo, la Federación O brera de la Industria de la C arne tenía 500 miem ­
bros. Al año siguiente, se form ó un nuevo sindicato, la Federación
Huelga de los obreros de ¡a construcción. Gente con restos de un tranvía
incendiado por los huelguistas en la calle Médanos, 7-1-1936.

O brera de la A lim entación. H acia fines de 1942, existían 44 sindi­


cato s que pertenecían a ella, y se tratab a de una organización v er­
daderam ente nacional. Un año antes, en 1941, contaba con 19.513
m iem bros, de los cuales 11.676 pagaban cuotas.
Aun m ás im presionantes fueron la creación y el desarrollo de la
F ederación O brera N acional de la C onstrucción, en una industria
que había estad o dom inada p o r pequeños sindicatos de oficio, di­
rigidos en buena parte po r anarquistas. L os sectores com unistas
desplegaron su acción a trav és de un sindicato de albañiles creado
en febrero de 1935; la huelga que sirvió para la organización e sta­
lló en octubre de ese año. D esatado por un trágico accidente de
trabajo, el m ovim iento fue de una efectividad aplastante. L a v io ­
lencia, si bien fue una herram ienta m uy im portante, no estuvo di­
rigida co n tra las com pañías sino co n tra los rom pehuelgas, y buscó
afectar al público en general a trav és de ataques a los tranvías y

263
acciones p o r el estilo. La visibilidad de la huelga p ro v o có la inter­
vención del DN T, aunque su intento falló po r el rechazo de los
em presarios a aceptar los térm inos propuestos. E n enero de 1936,
los com unistas organizaron una huelga de solidaridad p o r 24 h o ­
ras, que p ronto se extendió a 48; a pesar de no recibir el apoyo de
la CGT, contó con unos 50.000 participantes, incluyendo taxistas
y colectiveros. L a violencia fue intensa, especialm ente el prim er
día: trolleys y tren es fueron apedreados, se quem aron óm nibus y
fue volcado un tren lechero. H ubo entre cu atro y seis m uertos,
incluyendo tre s policías. E sta violencia produjo el resultado d e­
seado: la intervención del M inisterio del Interior, que tenía c a p a ­
cidad para conseguir una solución acordada. L os albañiles habían
recibido el apoyo de la m ayoría de los o b rero s especializados en la
construcción, y estaban en vías de crear un sindicato m ás grande:
la huelga y la v ictoria obrera galvanizaron a los trab ajad o res y
d iero n a sus líd e res el p re stig io n e c e sa rio p a ra o rg a n iz a rlo s
sindicalm ente.

Huelga de los obreros de la construcción. I 'n Ios alrededores de Mataderos


la policía reprime a un grupo de huelguistas. 7-1-1936.
“ Se volvió de nuevo a los conventillos, a las esquinas, a los
restaurantes, a cuanto lugar fuera posible para entablar una
conversación o concretar una entrevista. [... ] Fue muy va­
liosa la ayuda que nos prestaron los almaceneros, los leche­
ros, los repartidores de pan. los vendedores a plazos que re­
corrían por aquellos tiempos las casas de vecindad, los que
por la índole de sus respectivas actividades estaban muy li­
gados a los obreros de los frigoríficos. Estaban a la orden del
día las visitas que realizaban, por ejemplo, los compañeros
del 'W ilson' trasladándose a la Isla Maciel para establecer
contacto con los obreros del ‘Anglo’ y viceversa, siempre en
el mismo plan de ampliar los enlaces. Los paseos por la cos­
ta. los asados, las pequeñas fiestas organizadas por distintos
motivos, hicieron mucho en tal sentido. En ellos, aunque por
precaución no se hablara mucho de la organización, se reali­
zaban los trabajos tendientes a ella; distribuíase la propa­
ganda. imponíanse de las reivindicaciones más corrientes en
cada sección, y vinculábase a nuevos obreros [...] Así, poco
a poco, con extrema paciencia, aglutinando voluntades para
la defensa de las reivindicaciones, grandes y pequeñas, pero
siempre sentidas por los obreros y las obreras, se fue cons­
truyendo la nueva base sindical

E sta táctica perm itió sostener la actividad sindical donde, de


o tro m odo, hubiera sido im posible hacerlo.
L os com unistas tam bién fueron auxiliados por su reconocim iento
del papel clave que las m ujeres tenían en m uchas industrias, algo
en lo que falló el resto de los grupos. L a F ederación de O breros y
E m pleados Telefónicos, que dom inaban los sin d ic a lista s , po r ejem ­
plo, hizo m uy poco por organizar a las operadoras, desatendiéndo­
las p o r considerarlas m iem bros de la clase m edia. Sin em bargo, a
co rto plazo eran precisam ente las o p erad o ras quienes podían alte­
rar el servicio telefónico y no los hom bres, que en su m ayoría rea­
lizaban instalaciones y reparaciones. E n la industria textil, buena
parte de la m ano de obra era fem enina, si bien el porcentaje tendió
a decrecer a lo largo de la década. L os com unistas, a diferencia de
sus rivales socialistas, advirtieron que no podrían organizar esa
industria sin el respaldo activo de las m ujeres. L os socialistas siem ­
pre habían dependido de los trab ajad o res calificados, m ayoritaria-
m ente hom bres; en cam bio, los com unistas abordaron los proble­
m as fem eninos dentro de la fábrica, reclam ando igual pago por
igual trabajo y haciendo cam paña p o r la enm ienda de la ley de
m aternidad para hacerla m ás favorable a las trabajadoras. El sin­
dicato exam inaba asuntos de interés para las m ujeres, y el aparato
del partido se encargó de que ellas tuvieran un lugar en los ám bi­
to s de tom a de decisiones. Así, Ida Pechini form ó parte de la C o ­
m isión D irectiva, m ientras que D o ra G enkin rep resen tó al sindi­
cato en un congreso de la CGT. E stas acciones ayudaron a co n v o ­
car a un gran núm ero de m ujeres, lo que era esencial para la o rg a ­
nización sindical.
C on una percepción igualm ente c o rrecta de la naturaleza de la
industria, la U nión O brera Textil, liderada p o r com unistas, p ro cu ­
ró llevar adelante convenios por sector. Si los acuerdos eran por
fábrica, razonaban, los em presarios que los firm aran tendrían c o s­
to s laborales m ás altos y serían vulnerables a la com petencia de
las com pañías que no habían acordado; en cam bio, si sectores com ­
pletos de la industria firm aban convenios ese tipo de com petencia
no se produciría e incluso los em presarios podían ser favorables a
otorgar ligeros aum entos de salarios. El sindicato textil fue capaz
de conseguir la firm a de varios de esos contratos. Sin em bargo, su

267
existencia no significaba que los trab ajad o res pudieran opinar de­
m asiado acerca de las condiciones de trabajo en la fábrica, ya que
era im posible hacer cum plir lo acordado, salvo en aquellos luga­
res donde los trabajadores tenían fuerza suficiente para garantizar­
lo po r sí m ism os. H a sta las leyes que regulaban las condiciones de
trabajo eran ignoradas con frecuencia, en particular fuera de B u e­
nos Aires, y sólo los trab ajad o res altam ente calificados tenían ca­
pacidad real para co n tro lar sus condiciones de trabajo.
El ascenso com unista fue adem ás favorecido po r el infortunio
de o tro s grupos. L os anarquistas y los s in d ic a lista s habían sido
m arginados. La ayuda que el P artido Socialista podía brindar a los
sindicatos declinó cu an do su im portancia en el sistem a político
com enzó a dism inuir, con el levantam iento de la abstención de la
U nión C ívica Radical en 1935. L uego de las elecciones de 1938 y
1940, el socialism o sólo retuvo cinco bancas en D iputados. El neo-
conservadurism o había dejado de necesitar al PS para o to rg a r le­
gitim idad al sistem a, y no tuvo ya razones para com placerlo. La
F ederación de E m pleados de C om ercio, po r ejem plo, pasó buena
parte del período p osterior a 1935 tratando de p roteger los logros
que había alcanzado previam ente en la arena legislativa. Su única
iniciativa nueva fue un plan de jubilaciones que, a pesar de una
cam paña que recordaba las de años anteriores, exitosas, fue ap ro ­
b ada con m ucha dificultad en D iputados y nunca se tra tó en Sena­
dores.
Tam poco estaba el P artido Socialista en condiciones de p ro p o r­
cionar el m ism o tipo de ayuda organizativa que los com unistas, o
no estaba dispuesto a hacerlo. Para ser ju sto s con el PS, m uchos
dirigentes o b rero s afiliados eran casi s in d ic a lis ta s en su rechazo a
la introm isión de la política en sus organizaciones, prefiriendo
perm anecer independientes y lim itando, de ese m odo, el auxilio
que el partido podía darles. P o r o tra parte, el PS se debilitó en
1936 p o r una escisión de su ala izquierdista y juvenil, que fundó el
Partido Socialista O brero, aunque esa circunstancia no tu v o im­
p acto en el m ovim iento sindical.
L os gru p o s que no estaban vinculados al Partido C om unista su­
frieron tam bién un golpe, a raíz de una disputa ocurrida en la U nión
Ferroviaria. E n 1938, reactualizando el viejo conflicto, los s in d i­
c a lista s se fueron del sindicato, form ando la F ederación O breros y
E m pleados Ferroviarios. Tenían el apoyo activo del gobierno de
O rtiz, que había sostenido buenas relaciones con el ala sindicatis-

268
ta de los ferroviarios m ientras había sido m inistro de O bras P úbli­
cas de Alvear. O rtiz necesitaba desesperadam ente hallar aliados
políticos, dado que su cam bio de línea, que ahora se dirigía contra
los m ecanism os del fraude electoral, había co rtad o los lazos con
quienes lo habían llevado al poder; el presidente buscaba un sindi­
cato que pudiera ser su aliado. Sin em bargo, la escisión sólo incre­
m entó la inquietud laboral en los ferrocarriles: los dos sindicatos
com pitieron p o r el favor de gru p o s de trabajadores que ya estaban
descontentos, y les fue difícil establecer disciplina alguna. L os re ­
sultados no fueron los que la adm inistración deseaba, y bajo p re­
sión del gobierno la nueva organización se disolvió en 1940.
E sto s pro ceso s tenían lugar en una sociedad en la cual las ten ­
siones se estaban haciendo m uy fuertes, lo que reflejaba, en parte,
el colapso del co nsenso liberal que había dom inado el pensam ien­
to de la elite política desde al m enos la segunda m itad del siglo
X IX . L a búsqueda de nuevas ideologías y fórm ulas políticas se
había acelerado con la aparición del fascism o, la depresión y lue­
g o el ascenso nazi. E n la izquierda, los roces se atenuaron cuando
en 1935 el Partido C om unista adoptó la estrategia de Frente P o p u ­
lar, que aunque nunca fue creado form alm ente, p o r la reticencia de
radicales y socialistas, hizo posible un espíritu de cooperación. Si
bien las suspicacias se m antenían, los adherentes de m uchas te n ­
dencias ideológicas del m ovim iento obrero lograron colaborar entre
sí. El punto m ás alto de esta cooperación, desde el punto de vista
sim bólico, fue la m anifestación del Prim ero de M ayo de 1936,
patrocinada en conjunto por el PC, el PS, la U C R y la m ayor de las
dos versiones de la CGT. L a política com unista de aliento a la
creación de una coalición de centroizquierda, aunque frustrada,
les perm itió hacer u so de la intervención estatal para solucionar
problem as laborales: los com unistas se p resentaron com o líderes
responsables, que tratab an de evitar las huelgas constantes a tra ­
vés de la firm a de co n tra to s por sectores de la industria. O rtiz y
Fresco, por m om entos, encontraron atractiva la posibilidad, ya que
ofrecía paz social; am bos se m ostraron dispuestos a so p o rtar el
crecim iento de los sindicatos com unistas que tuvo lugar después.
El espíritu de solidaridad dentro del m ovim iento o brero y de la
izquierda en general se vio fortalecido, adem ás, po r un aconteci­
m iento externo: la g u erra civil en E spaña. En el m ovim iento o b re­
ro se m anifestó un raro sentido de unidad, y sindicatos y trabaja­
dores abrazaron con fervor la causa de la R epública. L os periódi-

269
Integrantes de una comisión de la CGT, principios de la década de 1940.

eos sindicales, com o C G T siguieron de cerca el esfuerzo de g u e­


rra, m ientras los sindicatos ap o rtab an sum as relativam ente consi­
derables a los republicanos. M ás im portante aún fúe la extensión
del sentim iento de que existía una m isión p o r cum plir, y de que se
estaban viviendo tiem pos peligrosos.
E se clima perm itió a socialistas y com unistas p o ste rg a r sus sos­
pechas m utuas y c o o p erar dentro de la C G T y en o tro s ám bitos,
favoreciendo aun m ás el desarrollo de grandes y fuertes sindicatos
en la industria, y su organización allí donde no habían existido.
L os sindicatos com enzaban a ser m ayores, cubrían áreas g eográfi­
cas m ás vastas y a m enudo representaban tam bién a los trab ajad o ­
res no especializados. Su envergadura y sus tácticas hicieron que
tan to los gobiernos com o los em presarios se m ostraran m ás favo­
rables a la negociación. A diferencia de las grandes o rg anizacio­
nes de tiem pos anteriores, com o la U nión Ferroviaria y la F e d era­
ción O brera M arítim a, los de m ediados de los años treinta no agru­
paban a trabajadores de sectores estratégicos, m uy visibles y con
capacidad para dañar rápidam ente la econom ía cortando el circui­
to com ercial de exportación-im portación. E ra éste un nuevo tipo
de sindicato, cuyo m odelo pudo haber sido la U nión Ferroviaria,
pero que en m uchos aspectos fue precu rso r de los sindicatos in­
dustriales m odernos que em ergieron luego de 1943.

EL CONFLICTO SE RENUEVA

El clima de cooperación, sin em bargo, no duró. La situación


política cam bió rápidam ente, tan to en el m undo com o en la A r­
gentina. B uena parte de la atracción suscitada po r el Partido C o ­
m unista a m ediados de los años trein ta se había basado en su in­
condicional repudio al fascism o y en su esfuerzo po r crear una
coalición que lo bloqueara. P ero esa posición fue abandonada tras
el pacto entre H itler y Stalin, firm ado en ag osto de 1939. L uego
de algunas dudas, el P artido C om unista abandonó sus intentos
de colaboración con el resto de las fuerzas de centroizquierda, v i­
rando de una posición antialem ana a o tra de neutralidad belige­
rante y antiim perialista, lo que significaba to m ar posición co n tra
los E stad o s U nidos y co n tra G ran B retaña. L os sindicatos com u­
nistas ad o p taro n tácticas particularm ente agresivas co n tra firm as
de esos orígenes, y esa política creó problem as con los socialistas,
que eran fervorosam ente pro aliados. P ara estos últim os, el cam ­
bio de táctica confirm ó la sospecha de que los com unistas habían
sido po co sinceros desde un principio.
L a situación política interna se hizo tam bién m ás com pleja. A
m ediados de 1940, C astillo, a cargo de la presidencia, cam bió de
dirección retornando al fraude y com enzando un lento p roceso de
rec o rte de las libertades civiles, que hizo cada vez m ás difícil la
actividad sindical. C astillo prom ovió tam bién v ig o ro sas políticas
anticom unistas.
L os choques dentro del m ovim iento sindical reaparecieron d es­
pués del cam bio de tác tic a com unista. H acia m ediados de 1940,
po r ejem plo, los diarios del PC y del PS cam biaban d u ro s ataques
c o n tra las posiciones que sobre la g u erra sostenía el adversario, y
la disputa se extendió hacia el m ovim iento obrero. P ero hubo ta m ­
bién efectos prácticos: la C om isión A dm inistrativa de la C G T ex­
pulsó a A ndrés R o ca del C om ité C entral a causa de un artículo
aparecido en el periódico E l O b rero d e la C o n stru c c ió n , y los en­
frentam ientos fueron tan serios que el C om ité C entral de la CG T
no se reunió entre m ayo de 1940 y octubre de 1942.
E n la U nión O brera Textil, m anejada p o r líderes com unistas,
los conflictos dividieron la organización. U n m om ento clave fue
la larga y dura huelga de 1940-1941 co n tra D ucilo, una gran fábri­
ca de rayón, propiedad conjunta de la Im perial Chem ical, de o ri­
gen británico, y la norteam ericana D u Pont. L o s adversarios del
sindicato denunciaron que se estaba usando la huelga para hacer
u n a exhibición de antiim perialism o; en o tra s palabras, que el sin­
dicato estaba realizando un ejercicio de gim nasia revolucionaria.
El ab ogado del sindicato, socialista, renunció en m edio de la huel­
ga; a su vez, el sindicato acusó a la C G T de no a p o rta r ayuda sufi­
ciente, y la C G T rom pió to d o contacto con la organización. H acia
m ediados de 1941, los dirigentes socialistas que habían dejado el
sindicato textil form aron su propia organización.
A lo largo de la era del F rente Popular, entre 1935 y 1939, los
sindicatos com unistas habían buscado regularm ente, y con m ayor

- 272
Enrique Dickmann (centro) rodeado de obreros de la fábrica Ducilo,
19 de noviembre de 1940.

asiduidad que sus rivales, el auxilio del gobierno; algunas veces,


lo recibieron. Sin em bargo, los gobiernos de la provincia de B u e ­
nos A ires p o sterio res a la intervención prom ovida p o r O rtiz d e ­
m ostraron m enos interés que su p red eceso r en los problem as la­
borales. El gobierno de C astillo tenía todavía m enos razones para
atender al m ovim iento obrero, dado que dependía del fraude y era
fuertem ente anticom unista. A la actitud m ás agresiva de los sindi­
catos com unistas en 1941 respondió con el corte de to d o contacto
entre el D N T y las organizaciones obreras de textiles y de la cons­
trucción, dirigidas po r activistas de esa orientación. La m edida las
dejó sin ninguna capacidad para conseguir m ediaciones ante las
patronales. La C G T intentó restablecer la relación entre los sindi­
catos y el D epartam ento, pero fracasó; habida cuenta de la mala
relación entre la dirigencia de la C onfederación y los com unistas,
debe asum irse que la gestión no fue m uy fervorosa.
L a cam biante situación m undial volvió a alterar, una vez más,
las relaciones en el m ovimiento obrero, m ientras simultáneamen­
te C astillo se consolidaba en el poder, avanzando aun m ás en la
restricción de las libertades públicas. La invasión alemana a la
U nión Soviética, en a g o sto de 1941, produjo un cam bio inm ediato
en las tácticas del P artido C om unista. Lo rápido de esta m odifica­
ción, com parada con la lenta conversión de 1939, lleva a suponer
que la oposición a los nazis era n o toriam ente m ás popular en el
p artido que la neutralidad beligerante.
U na vez más, los com unistas pusieron énfasis en la creación de
alianzas del centro a la izquierda; la m eta principal del partido era
ahora ganar la guerra, y asegurar que los productos estratégicos
llegaran a los aliados. En ocasiones, el PC puso m ás em peño en
alcanzar estos objetivos que en obtener beneficios para los trabaja­
dores: era una posición difícil de sostener, con m ilitantes de un
partido de izquierda que defendían políticas beneficiosas para el
esfuerzo de guerra, y quizá para el país, pero no para los trabajado­
res involucrados. D entro de la U nión Ferroviaria, por ejem plo, la
facción liderada po r los com unistas se opuso a un aum ento de sala­
rios que se basaba en el establecim iento de tarifas de fletes más al­
tas, argum entando que traería inflación. D e acuerdo con M ario Rapo-
port, José Peter, dirigente de los trabajadores de los frigoríficos,
dirigió una carta al em bajador británico po r la cual m anifestaba que
estaba dispuesto a term inar un conflicto para auxiliar a los aliados.
Sin em bargo, el restablecim iento de la colaboración en el m ovi­
m iento obrero no era posible. En ciertas organizaciones, com o la
textil, los antagonism os habían ido dem asiado lejos com o para ser
ignorados. M ás im portante que ellos era el hecho de que el choque
que com enzó en 1940 en la U nión F erroviaria se había extendido
a otras organizaciones. El sindicato ferroviario fue escenario de
una rebelión a gran escala co n tra la dirección de D om enech y sus
aliados, entre los que se destacaba Luis G onzález, quienes c o n tro ­
laban adem ás la CGT. N om inalm ente, los dos eran socialistas,
aunque no m iem bros del p artido — D om enech se había alejado en
1925 y no retornó a él hasta 1942— , y sin em bargo tenían una
visión casi s in d ic a lis ta del rol de los partidos en el m ovim iento
obrero. D irigían su sindicato con m ano dura, perm itiendo apenas
el disenso. Sin duda, esta situación creaba problem as, pero lo d e ­
cisivo era que los ferroviarios hubieran sido forzados a so p o rtar
varias form as de rebajas de sus sueldos. El sindicato había hecho,
en general, un buen trabajo protegiendo a sus miembros, pero la
industria había sido golpeada por la depresión y la creciente com ­
petencia del transporte automotor, y los dirigentes cargaron con la
culpa.
L os com unistas p udieron m ovilizar a las b ases desco n ten tas
p orque tuvieron la ayuda de los radicales. T odos los observadores
coincidían en que la m ayoría de los ferroviarios eran radicales,
pero dentro del sindicato v o tab an p o r dirigentes cuyas lealtades
políticas estaban en otro sitio, pues en ese ám bito estaban intere­
sados en el desem peño sindical y no en la filiación política. P o r
estos años, los radicales com enzaron a actu ar en los ferrocarriles y
dieron cobertura, respetabilidad y apoyo a los com unistas; estos
últim os, por su parte, a p o rta ro n dirigentes con experiencia, habili­
dades organizativas y em puje. U tilizando el desco n ten to de las
bases, y a p esar de las expulsiones, la intervención de secciones y
o tra s m edidas disciplinarias, las dos fuerzas desafiaron al e sta -
b lis h m e n t sindical ferroviario. E n 1942, en la elección interna de
un candidato para la C aja de Jubilación, única com petencia elec­
toral que involucraba a to d o el sindicato, la alianza radical-com u­
nista eligió p resentar al jefe de la organización radical de los fe rro ­
viarios, Julio D uró A m eghino. Su candidatura estuvo cerca del
triunfo, y quienes lo apoyaron denunciaron fraude. U n año m ás
tarde, la m ism a alianza lo p resentó com o candidato, co n tra el ofi­
cialism o de la U nión F erroviaria. L a elección tu v o lugar apenas
después del golpe del 4 de ju n io de 1943, y D uró A m eghino ganó.
E stab a claro hacia dónde se inclinaba la balanza. El desafio al co n ­
trol de D om enech se extendió a la CG T, que tam bién era m aneja­
da con m ano dura. E n este punto, conviene detenerse a analizar las
actitudes del gobierno y los cam bios en la naturaleza de los sindi­
catos.

ANTES DEL PERONISMO


Castillo hizo todavía más duras las restricciones a la actividad
gremial y a las libertades: en diciembre de 1941, declaró el estado
de sitio. El hostigamiento se centró en los comunistas, que estaban
en riesgo permanente de ser arrestados, pero todos los grupos sin­
dicales tuvieron problemas.
Esas restricciones, y las peleas internas, hicieron difícil que los
U nión Sindical A rgentina, sindicalista, sólo tenía el 3,3% de las
afiliaciones, los sindicatos católicos, el 3% , y los independientes
alred ed o r del 19%.
A su vez, la existencia de un nuevo tipo de organización obrera
se hacía evidente. L os sindicatos del tran sp o rte eran todavía im ­
portantes: la U nión F erroviaria sostenía ten er 90.000 m iem bros
de los que cotizaban 67.668, la U nión Tranviarios, 13.000 y 11.717,
respectivam ente; y La F raternidad, 12.795 m iem bros. P ero había
grandes sindicatos, que en algunos casos eran de alcance nacional
y agrupaban a obreros industriales, en otras esferas. La Federación
O brera Nacional de la C onstrucción m anifestaba contar con 58.680
m iem bros, la C onfederación N acional de E m pleados de C om er­
cio, 35.000; la F ederación O brera de la A lim entación, 19.513.
E xistían tam bién im portantes organizaciones entre los textiles, los
m unicipales y los estatales.
Sin em bargo, la U nión F erroviaria todavía dom inaba la CGT.
Tal predom inio no se correspondía ya con el tam año del sindicato,
y m olestaba profundam ente a m uchos dirigentes, contribuyendo a
alim entar una fuerte acción de oposición dentro de la C o nfedera­
ción, cuya conducción no reconocía las transform aciones ocu rri­
das. La dirigencia de la U nión F erroviaria aún creía que habría de
co n tro lar la C onfederación, rehusándose a adm itir que su sindica­
to ya no era m ucho más grande y poderoso que otras o rganizacio­
nes obreras. L os líderes de los ferroviarios señalaban regularm en­
te que la U nión Ferroviaria era la “ colum na verteb ral” de la C G T
o del m ovim iento obrero. Fue esta actitud la que posibilitó que la
lucha p o r el control que ya estaba librándose en el sindicato ferro ­
viario se extendiera tan fácilm ente hacia la CGT. L os com unistas
y sus aliados radicales no hubieran podido, p o r sí solos, am enazar
el control que la U nión F erroviaria ejercía en la CGT. Fue necesa­
rio que se les unieran dirigentes con una visión cercana a la socia­
lista, que deseaban co m p ro m eter m ás directam ente a la confede­
ración sindical en la política y que al m ism o tiem po buscaban ejer­
cer una m ayor influencia en la central obrera.
Las figuras clave en este m ovim iento fueron F rancisco Pérez
Leirós, p o r largo tiem po jefe de los trabajadores m unicipales de la
C a p ita l, y su c o le g a de lo s e m p le a d o s de c o m e rc io , A ngel
Borlenghi. A m bos eran políticam ente am biciosos y cuestionaban
el control de los ferroviarios sobre la CGT. P érez L eirós había
sido elegido diputado cu atro veces com o candidato socialista, y
Francisco Pérez Leirós (tercero de la izquierda) en
la Unión de Obreros Municipales, 1939.

había dom inado su sindicato casi desde el m om ento de su funda­


ción; era uno de los jefes sindicales de m ayor influencia d en tro del
P artido Socialista. B orlenghi, luego alto funcionario del peronis­
mo, era un hábil operad o r político, com o lo probaba su éxito en
im pulsar la aprobación de leyes laborales, pero en las listas socia­
listas nunca había figurado en lugares que le perm itieran g an ar un
cargo. E ra tam bién dem asiado independiente y dem asiado p o p u ­
lar, y la dirigencia del p artido recelaba sin duda de su autonom ía
potencial. P o r o tra parte, era tam bién una persona llam ativa, de
acuerdo con los espartanos gustos partidarios de esa época: se vestía
bien, en su despacho se perm itía algunos lujos, y tenía cierta rep u ­
tación de m ujeriego.
P érez L eirós y B orlenghi se unieron a los ataques de los disi­
dentes contra el poder establecido, tan to en la C G T com o en la
U nión Ferroviaria. El PS nunca to m ó una clara posición ante el
conflicto, y sus m ilitantes operaban en am bos bandos. L o s disi-
dentes ferroviarios obtuvieron apoyo de todas las agrupaciones
políticas importantes, incluidos los conservadores.
E n la CGT, el conflicto fue m uy fuerte: la reunión del C om ité
C entral C onfederal de octubre de 1942 y el congreso que se cele­
bró dos m eses después fueron v erdaderas trifulcas. D e un lado se
alineaban radicales, com unistas, y los socialistas m ás “ políticos” ;
del o tro , D om enech y la jera rq u ía sindical ferroviaria, a los que se
sum aban algunos aliados com o los tranviarios. L as facciones no
podían convivir en la m ism a organización: cuando el C om ité C en ­
tral se reunió para elegir cargos en m arzo de 1943, ocurrió lo que
era casi inevitable. Q uienes tenían el control p resen taro n la lista
núm ero 1, encabezada po r D om enech, m ientras los disidentes p re­
sentaban la lista núm ero 2, que postulaba a Pérez Leirós. La U nión
F erroviaria había ya expurgado su delegación de aquellos que no
se habían com prom etido a v o ta r a D om enech; no obstante, un
m iem bro de la U C R llam ado M arco s Lestelle v o tó p o r la lista 2,
dándole la victoria por un voto. L a reunión fue entonces suspendi­
da, Lestelle fue reem plazado y en una nueva v o tación ganó, desde
ya, la lista 1 de D om enech. L os p erdedores se rehusaron a aceptar
la legalidad de la votación, y quedaron organizadas dos versiones
de la CGT. L a C G T núm ero 1 tenía el apoyo de la U nión F errovia­
ria, los tranviarios y algunos o tro s sindicatos m ás pequeños. La
C G T núm ero 2 incluía a las organizaciones o breras con direccio­
nes com unistas, a las que se agregaban los em pleados de com er­
cio, los m unicipales y L a F raternidad.
L os rencores se hicieron m ás profundos, y los códigos de con­
ducta vigentes durante décadas fueron quebrados: los ferroviarios
disidentes operaban desde el local de los trabajadores m unicipa­
les; la C G T núm ero 1 apoyó un m ovim iento disidente entre los
textiles, y ayudó a crear una organización, la U nión O brera M e ta ­
lúrgica, que se separó del sindicato dom inado p o r los com unistas.
D urante los m eses anteriores al golpe m ilitar de 1943, las o rg an i­
zaciones sindicales estuvieron ocu p ad as en sus disputas internas;
en cualquier caso, la actividad sindical se to rn a b a cada vez m ás
difícil, ya que la presión policial iba en aum ento.
¿Q ué hubiera ocurrido con el m ovim iento obrero si el golpe
m ilitar no se producía y P erón no llegaba al poder? E s im posible
decirlo con alguna precisión. P o r una parte, está claro que el m o­
vim iento obrero era, a com ienzos de la década de 1940, m ucho
m ás p o deroso que en 1930. Su estru ctu ra había cam biado, y exis­
tían varios sindicatos grandes y fuertes, que actuaban a escala na­
cional. Sin em bargo, había un alto g rad o de fru stra c ió n en la
dirigencia y, quizá, tam bién en las bases. L a sindicalización y las
actividades organizativas habían hecho poco m ás que seguir la
expansión de la econom ía urbana. L os sindicatos no habían tenido
éxito, en la m ayoría de los casos, en la tare a de auxiliar a los tra b a ­
jad o re s a enfrentar la inflación, creciente a causa de la guerra, y
m ucho m enos en la de m ejorar la situación general. O tro s deseos,
com o el de hacer cum plir las leyes laborales vigentes y el de crear
sistem as jubilatorios, parecían apenas sueños lejanos. E n casi to ­
das las industrias, los trabajadores tenían poco control sobre la
situación en la p ro p ia fábrica; los convenios que fijaban condicio­
nes de trabajo, allí donde los había, valían poco m ás que el papel
en el que estaban escritos, salvo que el sindicato tuviera fuerza
suficiente para h acer que fueran respetados. L a convicción de que
el papel del E stad o era crucial en la organización de los ob rero s no
calificados y sem icalificados crecía: se estim aba que sólo con el
auxilio del gobierno se podría forzar a los em presarios a hacer
concesiones. P o r lo tanto, la política asum ía una g ran im portancia,
dado que en casi to d as partes los sindicatos estaban tratan d o de
organizar a aquel tipo de trabajadores. El carácter sem iautoritario
del sistem a político, sin em bargo, hacía com plicada cualquier re ­
lación del m ovim iento o brero con el E stado.
H acia 1943, las dos fuerzas principales del m ovim iento sindi­
cal reconocían la im portancia de la política, p ero diferían en el
m odo de aproxim ación a ese m undo. E xisten evidencias de que
los líderes de la C G T núm ero 1 deseaban crear algún tip o de p arti­
do laborista o de trabajadores; eso fúe lo que ocurrió luego, cuan­
do en 1945 se creó el P artido L aborista, aunque la agrupación per­
dería rápidam ente su independencia y sería finalm ente disuelta,
eclipsada p o r la figura de Perón. E sta solución podría haber hecho
del m ovim iento o brero argentino uno parecido al inglés.
L a alternativa elegida, en cam bio, p o r quienes se alineaban en
la C G T núm ero 2 era establecer, entre los sindicatos y el sistem a
político, lazos m ucho m ás estrechos que los existentes, a trav és de
la vinculación con los p artid o s de izquierda que ya funcionaban.
E ste m odelo podría haberse asem ejado al chileno o a los del sur de
E uropa. Si no hubieran acontecido cam bios m ás dram áticos, es
probable que éste hubiera sido el resultado, dado que los disiden­
tes parecían a punto de to m a r el control de la todavía decisiva
U nión Ferroviaria.

T raducción de A lejandro C attaruzza


BIBLIOGRAFIA
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Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
VII
Enfermedades, médicos y cuLt u m

higiénica

por DIEGO ARMUS y SUSANA BELMARTINO


H
a s ta b ien e n tra d a la
prim era década del si­
glo X X , las enferm e­
dades infectocontagiosas fue­
ron un recurrente dato de la
vida en las ciudades y un ele­
m ento decisivo en la m ortali­
dad. L as epidem ias m arcaban
la vida de la gente y los esfuer­
zos de los gobiernos. Fueron
m uchos los que insistieron en
extender las obras de salubri­
dad, un objetivo que tardaría
en c o n c re ta rse debido a sus
altos costos. P or detrás de ese
em peño había una p reo cu p a­
ción p o r tra e r orden y e sta­
b ilidad al c u e rp o social: se
tra tab a de salir al paso de las
urgencias generadas po r la ur­
banización y la incipiente in­
d u s tria liz a c ió n . F u e en ese
co n tex to que la bacteriología
hizo un im pacto en la socie­
dad, sum ando a la veneración
p o r la lim pieza la lucha co n ­
tra gérm enes y microbios, esos
nuevos enem igos invisibles.
E s ta h igiene, d o m in a n te ­
m ente defensiva, era el resul­
ta d o de d o s p reo cu p acio n es
que según las coyunturas al­
ternaban en im portancia. De
una parte, evitar el contagio
indiscrim inado que el cíclico
im pacto de las epidem ias traía
consigo. D e o tra , u tilizar la
higiene com o uno de los ta n ­
to s recursos destinados a in­
c o rp o ra r a gran parte de las
m asas urbanas a la vida m oderna. Pero íue la prim era de esas p reo ­
cupaciones — asociada a la idea de la degeneración, la d eg rad a­
ción m oral y física, la suciedad y la enferm edad— la que m arcó
los años del cam bio de siglo. Así, la lucha antiepidém ica venía
finalm ente a enlazarse con un esíu erzo regenerador, eugenésico,
que desde m uy distintas posiciones ideológicas term inaba b o sq u e­
jan d o la idea de construir una “raza argentina” fuerte y sana.
Al despuntar los años veinte, y particularm ente durante los treinta
y cuarenta, la higiene defensiva, com o disciplina y política públi­
ca, quedó relegada a un segundo plano. E ste cam bio fue en gran
m edida un resultado de las nuevas tendencias en la m ortalidad.
Para esos años, en el m undo urbano la gente ya no m oría por vi­
ruela o saram pión y la tuberculosis no aum entaba, a pesar de que
continuaba haciendo estragos; eran las enferm edades cardiovas­
culares y el cáncer, enferm edades “ nuevas” o “m odernas” com o
solía llam árselas, las que com enzaban a destacarse en las estad ís­
ticas. L a m ortalidad infantil seguía siendo relativam ente alta, en
gran m edida com o resultado de las enferm edades g astro in testin a­
les. En el m undo rural, especialm ente en el N o rd este, el paludis­
m o dom inaba la agenda de las iniciativas en m ateria de salud p ú ­
blica y el mal de C hagas apenas com enzaba a ser reconocido com o
problem a.
Pero esto s cam bios tam bién se relacionaban con novedades sig­
nificativas en el m undo de las ideas y en la sociedad. D u ran te es­
tas décadas nuevos gru p o s profesionales se fueron consolidando y
nuevos a c to res sociales y culturales com enzaron a ju g a r un rol
m ás evidente. C on los m édicos en prim er lugar, pero ju n to con
ellos o tro s gru p o s m enos articulados, galvanizó una nueva c o n ­
ciencia de los cam bios que tu v o efectos inocultables en las inicia­
tivas y preocupaciones estatales. L os m édicos buscaron afirm arse
com o los únicos pro v eed o res de servicios de atención de la salud,
aum entaron en núm ero y redoblaron esfuerzos frente a sus siem ­
pre presentes com petidores, la m edicina casera y la que ofrecían
los curanderos. E n gran m edida, ese esfuerzo fue facilitado no sólo
po r el desarrollo de una red de instituciones de atención c o n tro la­
das p o r los m édicos sino tam bién po r un renovado em peño orien­
tad o a ganar la calle y la conciencia de la gente utilizando los m o­
dernos m étodos del m a r k e tin g . D e la m ano de esos im pulsos llegó
un aum ento de las expectativas y de las dem andas p o r acceder a
tales servicios que no tard a ro n en hacerse insuficientes. A partir de
los años veinte fueron evidentes los problem as de la falta de ca­
mas, de la escasez de recursos y, en general, de una dem anda insa­
tisfecha.
La sociedad, especialm ente en las ciudades grandes, ya no era
la misma. La higiene defensiva de fines del siglo X IX y com ien­
zos del X X perdió presencia, y sobre su to n o alarm ista se fue arti­
culando una versión nueva, positiva, que com binaba la p reo cu p a­
ción por la salud, la plenitud física y la perfección m oral. Y en esta
apuesta el tem a que se reco rtab a com o una m uletilla fue el del
estilo de vida, una suerte de recurso estratégico m ultivalente que
se proponía indicar los cam inos que conducían a una supuesta fe­
licidad. E sta apuesta po r la salud no fue, entonces, una réplica del
alarm ism o finisecular, m arcado ante to d o por el cíclico azote de
las epidem ias de enferm edades infectocontagiosas. Es cierto que
en ocasiones reaparecía el to n o alarm ista, pero lo que en esos años
se estaba im poniendo era la convicción de que haciendo las cosas
de un cierto m odo era posible esta r sano y g o z a r de una salud
pensada com o un v alor integral y absoluto.

NOVEDADES Y PERSISTENCIAS EN LA AGENDA DE


LA SALUD PÚBLICA
En la década del veinte las enferm edades gastrointestinales, la
sífilis, el paludism o y la tuberculosis adquirieron o reafirm aron
una dim ensión sociocultural donde lo m eram ente biom édico se
saturaba de nuevos significados y sentidos. Las preocupaciones
relacionadas con las enferm edades g astrointestinales reconocían,
a un m ism o tiem po, la grav ed ad de la m ortalidad infantil y la re­
novada im portancia de la crianza de los niños, dos cuestiones cen­
trales en la definición pro g ram ática de una disciplina m uy en boga
en esos años, y no sólo en la A rgentina, com o fue la puericultura.
E stas inquietudes, sin em bargo, no im pulsaron m ás que la realiza­
ción de esfüerzos po r co n tro lar en las grandes ciudades las condi­
ciones de la oferta de leche de vaca y la construcción de una inci­
piente red de servicios de salud preventivos y de atención. N o hubo
sostenidas cam pañas organizadas desde el E stado, en parte porque
era bien difícil a ta c a r eficazm ente el problem a sin lidiar con la
cuestión m ás vasta de la pobreza. En una perspectiva m ás amplia,
las enferm edades gastrointestinales y la puericultura dieron argu-
Dispensario de ¡a Liga Argentina contra la Tuberculosis en I Illa Crespo,
1925.

m entos a quienes, desde la elite política, bu ro crática y m édica,


construían la retó rica de la necesidad de forjar una supuesta “raza
nacional” en to rn o a la cual se ju g ab a el fu tu ro de la A rgentina.
L a cam paña co n tra las enferm edades venéreas, en prim er lugar
la sífilis, fue p arte de un esfuerzo m oralizador que buscaba llam ar
la atención sobre una sexualidad corrom pida. Se tratab a de adver­
tir sobre la existencia de un orden social degradado, penetrado por
la suciedad y la falta de higiene, por do n d e circulaban individuos
sexualm ente irresponsables. En ese m arco, la sífilis se reco rtab a
com o un castigo no sólo para las p ro stitu tas sino tam bién, y fun­
dam entalm ente, para los hom bres que frecuentaban el m undo del
burdel violando un código m oral interesado en alentar una sexua­
lidad restringida. P ero alred ed o r de la sífilis tam bién se articu la­
ban los fantasm as de la herencia y la degeneración; aquí tam bién
las p reocupaciones se presentaban en una clave sim ilar a las de la
m ortalidad infantil, to d a vez que lo que estaba en ju eg o , se su p o ­
nía, era el futuro de la raza. E n este caso, lo que contaba era el
conjunto de efectos negativos que la sífilis tenía en la rep ro d u c ­
ción. Y aun cuando sus reales consecuencias fueron m ateria de
discusión, quienes lideraron las cam pañas de profilaxis rem arcaban
una y o tra vez que la sífilis era un problem a no sólo po rq u e podía
llevar a la parálisis, la lo cu ra y la m uerte, sino tam bién porque
p roducía m alform aciones orgánicas en niños concebidos p o r p a ­
d res sifilíticos. Así, las enferm edades de transm isión sexual te r­
m inaban co lo cad as en una encrucijada do n d e la m oral, la sexuali­
dad y la oferta de servicios de atención antivenéreos convergían al
m om ento de definir políticas no sólo resp ecto de la legalización o
no de la prostitución, sino tam bién en cuanto a sus efectos degene­
rativos en la herencia. E n am bos casos, el tem o r y las obsesiones
sexuales m arcaron el m odo en que el problem a fue construido y
p resentado a la sociedad p o r los reform adores sociales y m édicos.
C uriosam ente, la fuerza e insistencia del discurso de la profilaxis
social con to d o s sus m atices e intensidades — algunos llegaron a
hablar de esterilizaciones fo rzad as de los enferm os y m uchos m ás
de la necesidad de difundir la ed u cació n sexual en una clave casi
puritana que parecía b o rrar ideologías— se desplegaron en un m o­
m ento en que las estadísticas no sólo revelaban que la sífilis no era
una causa de m uerte particularm ente d estacada sino tam bién indi­
caban su retro ceso . A pesar de ello, quienes anim aban las cam pa­
ñas antivenéreas insistían — sin p ro b arlo — en que la sífilis estaba
asociada a un sinfín de m ales, desde las úlceras de estóm ago a las
en ferm edades nerviosas, el cáncer o el raquitism o. Se justificaba
así un discurso alarm ista donde la m oral y la m edicina se p o ten ­
ciaban m utuam ente.
El paludism o, p o r su parte, afectaba fundam entalm ente a cier­
ta s zonas del interior. U na im portante p ro p o rció n de la población
infantil m oría p o r esta causa y en tre los adultos asum ía las c arac­
te r ís tic a s de u n a e n fe rm e d a d c ró n ic a , c o n m a n ife s ta c io n e s
episódicas de carácter agudo y períodos de latencia que, con fre­
cuencia, despertaban falsas expectativas de curación. P resente en
T ucum án, Salta y Jujuy desde la época de la C onquista, la expan­
sión del ferrocarril y la m ovilización de tra b a ja d o res hacia la zafra
azucarera tucum ana facilitaron su difusión hacia Santiago del E s ­
tero , C atam arca, L a Rioja, C órdoba, C orrientes, C haco y M isio­
nes. L uego de años caracterizados p o r el desconcierto y la im po-
tencia, hacia com ienzos de siglo fue em ergiendo una m ás nítida
preocupación por el tem a y el paludism o devino en una cuestión
pública, no sólo a nivel provincial sino tam bién nacional. E sta tom a
de conciencia fúe en parte facilitada cuando algunos higienistas
argentinos se fam iliarizaron con los descubrim ientos en el tem a,
esto es, la identificación del agente p atógeno tra n sm iso r— el m os­
quito anofeles— y el ciclo de la enferm edad entre los seres hum a­
nos. Para esos años ya era posible, entonces, em pezar a pensar
estrategias específicas que podrían llevar a la erradicación del mal.
Fue tam bién entonces cuando el D epartam ento N acional de H i­
giene co nvocó a una reunión nacional e invitó al M inisterio del
Interior a atender “ el extraordinario desarrollo” del paludism o en
las zonas de producción azucarera.
L as estadísticas sociodem ográficas asociadas a la endem ia no
hacían m ás que contribuir a articular un discurso público que en el
m ediano plazo facilitaría el lanzam iento de la lucha antipalúdica.
E n Salta y Jujuy las cifras de m ortalidad superaban a las de natali­
dad y en T ucum án el crecim iento veg etativ o de la población era
mínimo. En 1903 se presentó en el C ongreso N acional un proyec­
to de ley destinado a organizar la cam paña antipalúdica; hacia 1907
se sancionó la ley 5.195 y un año m ás tarde se aprobó su regla­
m entación. En 1911 se realizaron m odificaciones que apuntaban a
una m ayor descentralización en la asignación de los recursos. El
tex to legal reconocía la necesidad de un abordaje m últiple del p ro ­
blem a, que suponía la realización de o b ras de saneam iento del
suelo, la destrucción de larvas y m osquitos, el establecim iento de
con su lto rio s especiales y la provisión de quinina para la población
afectada. En los prim eros años, y po r falta de recursos, las accio­
nes sobre el m edio fueron m arginales. L a aplicación de quinina,
que sí se llevó a la práctica, no logró resultados satisfactorios, en
parte por la dificultad de detección de los infectados, en parte por
la débil disposición de la población para continuar el tratam iento
cuando ya se habían superado los síntom as agudos de la dolencia.
Y tam bién porque probablem ente la población rural adulta asum ía
que las fiebres interm itentes propias de la enferm edad eran parte
inevitable de la vida. A to d o lo largo de la segunda década del
siglo el D epartam ento N acional de H igiene p resentó iniciativas de
ley p o r las cuales se reclam aban aum entos en las partidas destina­
das a la lucha antipalúdica, enfatizando la necesidad de acom pa­
ñar la aplicación de quinina y la lucha co n tra el m osquito con ini­
ciativas m otorizadas por grandes em presas y m unicipios dirigidas
a sanear los dep ó sito s de agua, m ejorar las viviendas e im pulsar la
educación sanitaria en las escuelas.
E ntre 1916 y 1935 la cam paña antipalúdica enfatizó en el m asi­
vo uso de la quinina com o tera p éu tica específica y las o bras de
desagües com o m odo de reducir la densidad de m osquitos que, ya
se sabía, eran los causantes y v ecto res de la enferm edad. Lo que
todavía se m antenía com o una incógnita era el tipo de m osquito
anofeles que afectaba la región. L a experiencia italiana en la m ate­
ria — desarrollada naturalm ente en función del tipo de m osquito
prevaleciente en la península— fue la referencia que m arcó la e s­
trateg ia de las au to rid ad es sanitarias argentinas y tam bién el ám bi­
to académ ico donde se form aron m uchos de los especialistas loca­
les en el tem a. Fue en ese contexto cuando com enzó a hacerse
sentir la influencia n orteam ericana en cuestiones sanitarias, reafir­
m ando una tendencia hegem onizante ya indudable en otras esfe­
ras de la vida nacional. E n tre la década de 1910 y la de 1930 la
Fundación R ockefeller desplegaría sobre A m érica L atina recursos
técnicos y financieros y una firm e convicción p o r p rom over cam ­
pañas co n tra enferm edades que, se pensaba, eran fáciles de erradi­
car, tra tar y controlar. Im pulsaron entonces program as de corto
plazo y poca inversión en in fraestructura sanitaria que apostaban a
difúndir estrateg ias no tan to preventivas o de m ejoram iento g en e­
ral de las condiciones de existencia sino esfuerzos curativos y m o­
dos de control técnico. L as enferm edades que dem andaban inicia­
tiv as m ás g en erales, m ás largas o m ás com plejas, no estab an
jerarq u izad as en su agenda para la región. El paludism o o m alaria,
ju n to a la fiebre am arilla y la anquilostom iasis, fueron entonces
sus objetivos prioritarios. Así, en 1925 el D ep artam en to N acional
de H igiene firm ó un convenio de cinco años de duración con la
F undación R ockefeller destinado al estudio y control del paludis­
mo en Tucum án, Salta y Jujuy. E n el m arco de este convenio, co-
financiado, se crearon laboratorios, se facilitó — al tiem po que se
afirm aba la presencia del E stad o federal— cierta descentraliza­
ción de la lucha antipalúdica desarrollando instancias ejecutivas a
nivel provincial y regional, se avanzó en la construcción de obras
de infraestructura básica para la desecación de pantanos, se capa­
citó y entrenó personal no m édico y, tal vez lo m ás im portante, se
logró em pezar a difundir en la sociedad el tem a de la salud en el
cam po. A pesar de estos esfuerzos, a com ienzos de la década del
trein ta to d o s coincidían en que la enferm edad era epidém ica en el
N o rd este y endém ica en el N oroeste, con un 50 por ciento de los
infectados en Tucum án.
E se sin duda d esco razo n ad o r balance llevó a que en 1935 la
M e m o r i a del D e p a rta m e n to N a c io n a l de H ig ie n e in v ita ra a
reev alu ar la estrateg ia antipalúdica, dejando a un lado “la aplica­
ción literal de m étodos exitosos para otras partes pero ineficaces,
inconvenientes y hasta perjudiciales” en el N o rte argentino. En
efecto, la desecación de pantanos y pequeñas ciénagas trajo m ejo­
ram ientos agrícolas pero un rendim iento sanitario b astan te m e­
diocre. N uevas investigaciones com enzaron a revelar que la lucha
debía ser contra un tipo de m osquito distinto del que se había com ­
batido en Italia. Así se verificó que el paludism o que afectaba a la
región tenía que ver con m osquitos que depositaban sus larvas en
los cursos de agua rápidos, libres de vegetación, con taludes v erti­
cales y lim pios, aguas soleadas en co n stan te renovación y la p re ­
sencia de un alga que les ofrecía alim ento y protección. E sas eran,
se había concluido, las condiciones óptim as para la reproducción
del m osquito, condiciones creadas, paradójicam ente, p o r los tra ­
bajos an terio res de desm alezam iento y saneam iento que habían
b u scad o copiar la experiencia italiana. L a nueva estrateg ia antipa­
lúdica consistió, entonces, en plantar vegetación en el lecho de los
cursos de agua y arbustos en sus m árgenes con el objetivo de re ­
crear áreas de som bra. E sto s cam bios facilitaron la progresiva de­
saparición de las larvas. A ños m ás tarde, a esta estrategia se sum a­
ría otra, específicam ente diseñada para la tem p o rad a invernal, b a ­
sada en el uso de petróleo. E n relativam ente p ocos años se d eter­
m inó la extensión y se precisaron los caracteres regionales del mal,
se crearon m étodos m ás económ icos para com batirlo, se estudia­
ron nuevas drogas co n tra la malaria, se construyeron sifones de
agua que im pedían la radicación de criaderos, se im pulsó la siem ­
bra de peces que se alim entaban con las larvas así com o de m ur­
ciélagos que hacían lo m ism o con el m osquito. Y reforzando estas
m edidas, se realizó una labor de educación para la salud que re c o ­
nocía la necesidad de llegar a la población con un m ensaje senci­
llo y en sintonía con los estilos de com unicación de la región. A
pesar de esto s nuevos esfúerzos, la enferm edad siguió siendo en­
dém ica. L a experiencia, con to do, confirm ó la certeza de que la
lucha antim alárica debía necesariam ente rec o n o c e r la im portancia
de lo particular y específico de la región afectada o, en o tras pala-
bras, que el paludism o debía confrontarse com o una enferm edad
local.
En 1934 y 1942 se presentaron en el C ongreso N acional p ro ­
y ectos que insistían en las dim ensiones sociales de la endem ia y
en la necesidad de g aran tizar una m ejor organización de la cam pa­
ña. L os p ro g re so s m ás significativos llegaron en la segunda m itad
de la década del cuarenta, cuando el prim er gobierno peronista
renovó el com prom iso del E stad o nacional con la lucha antipalú­
dica. La Secretaria de Salud y m as tard e el M inisterio de Salud la
incluyeron en su estrategia m as general de las “ G randes L uchas
Sanitarias” . A este esfuerzo político-institucional se sum ó la utili­
zación del D D T, un insecticida que se reveló particularm ente efi
caz en la lucha contra el m osquito. E n 1947 com enzó a aplicarse

Obreros de la Asistencia Pública preparando bolos tóxi


para ¡as ratas, 1935

293
m asivam ente, lográndose la erradicación de la endem ia: los diez
mil casos de paludism o d etectad o s en el m es de enero de 1941
apenas sobrepasaban los 200 en el m ism o m es de 1949. Para esos
años, las cam pañas educativas hablaban de “vivienda antim osquito”
com o un necesario e im prescindible recurso en la lucha antipalú­
dica.
La tuberculosis fue probablem ente la enferm edad que m ás aten ­
ción concitó en los años treinta. En to rn o de ella se articuló un
discurso y una suerte de subcultura que penetró con fuerza singu­
lar la literatura, el ensayo sociológico, las letras de tango, los ar­
tículos de diarios y revistas de circulación masiva. Tanto el E stad o
com o diversos sectores de la sociedad civil participaron de la cam ­
paña antituberculosa. A to d o lo largo del últim o tercio del siglo
X IX y hasta la apertu ra dem ocrática que siguió a la reform a elec­
toral de 1912, los gobiernos conservadores ofrecieron el m arco
político que perm itió la creación y consolidación de una b u ro cra ­
cia adm inistrativa que fue capaz de transform ar la cuestión de la
tuberculosis en un problem a público. Trabajando desde el D epar­
tam ento N acional de H igiene o desde dependencias de los gobier­
nos locales y las asistencias públicas m unicipales, los m édicos
higienistas lideraron este esfúerzo. N o fue un g ru p o totalm ente
hom ogéneo. A lgunos explicaban este rol a partir de lo que en ese
entonces se entendía com o solidarism o social, o tro s reconocían
que el cuidado de la salud, en tan to cuestión social, era parte de los
derechos individuales, y otros, por fin, encontraban en el proble­
ma de la tuberculosis una prioridad en una agenda destinada a
construir la “raza nacional” . Pero estas diferencias tendían a diluirse
al m om ento de establecer el rol que debía ju g a r el E stad o en estas
iniciativas. Tal vez p o r eso, la nueva b u ro cracia m édico-adm inis­
trativa pudo sentar las m odestas bases de una red institucional de
asistencia antituberculosa. C on to do, a com ienzos de siglo el C o n ­
greso apenas discutió el tem a y la producción legislativa directa o
indirectam ente relacionada con la tuberculosis fue pobre, quedan­
do las m ás de las veces circunscripta a los problem as de la higiene
o a evitar el contagio de la enferm edad.
Las adm inistraciones radicales y, m ás tarde, los gobiernos que
siguieron al golpe m ilitar de 1930 no p rodujeron grandes cam ­
bios. La novedad vino por el lado de un discurso m ás enfática­
m ente intervencionista desde el punto de vista de las responsabili­
dades del E stado. En los años treinta, profundizando una tenden-

294
cia esbozada en la década anterior, se subrayó la necesidad de una
dirección única de la lucha antituberculosa, sea a la m anera n o rte ­
am ericana — en que la iniciativa privada dirigía, p ero asum iendo
que el E stad o acom pañaba y apoyaba el esfuerzo— , a la inglesa
— en que todo el esfuerzo estaba en m anos del E stado— , o a la de
la Italia fascista — en que el E stado ju g ab a el rol dirigente y pautaba
y organizaba la iniciativa privada— . En el C ongreso N acional la
cuestión apareció con insistencia, pero sólo produjo propuestas le­
gislativas parciales que nunca lograron plasm arse en una ley que
efectivam ente m otorizara la centralización de la lucha y que im­
pulsara lo que los especialistas percibían com o el m ás efectivo re­
curso para controlar la tuberculosis, esto es, un seguro obligatorio
contra la enferm edad que aunara los esfúerzos del E stado, del capi­
tal y del trabajo. Para los años treinta, el E stado estaba m ucho más
afianzado. Tam bién la posición de la burocracia m édico-adm inis­
trativa se había consolidado, aunque es posible que haya perdido
algo de la relativa autonom ía que había g o zado a com ienzos de
siglo y, tal vez, parte de su eficiencia. En cualquier caso, fue a nivel
de las adm inistraciones de las grandes ciudades, en prim er lugar la
de B uenos Aires pero tam bién la de otras del interior, que aparecie­
ron instancias locales de coordinación capaces de expandir servi­
cios y aum entar el núm ero de hospitales y dispensarios barriales.
El P rim er Plan Q uinquenal del gobierno p eronista retom ó la
prédica y los objetivos ya anunciados en las dos décadas an terio ­
res pero subrayando, com o nunca antes, el protagonism o y la fun­
ción reg u lad o ra del E stad o en la expansión de los servicios hospi­
talarios tan to en B uenos Aires, donde la m ortalidad tuberculosa ya
estaba controlada, com o en el interior del país, donde estaba en
ascenso o estable. C on todo, y puesto que el interior se había tran s­
form ado en una región que expulsaba población hacia el L itoral,
la tuberculosis en B uenos A ires com enzó a ser asociada a los m i­
g rantes internos. Así, el im pulso industrializador que atraía m ano
de o b ra de las provincias tam bién recargaba la dem anda de servi­
cios asistenciales que siem pre habían sido deficitarios. F ue hacia
finales de la década del cu aren ta y com ienzos de la del cincuenta
cuando la irrupción de los antibióticos transform ó radicalm ente el
problem a de la tuberculosis en las grandes ciudades argentinas, en
particular las del Litoral. Allí ya no se tratab a tan to de tu b ercu lo ­
sos que se m orían sino de tuberculosos que debían acceder a una
terapia que finalm ente era eficaz. En cualquier caso, fueron años

295
signados po r una im portante expansión de la red hospitalaria, la
creación de nuevas agencias estatales abocadas a cuestiones de la
salud y, com o gran novedad, las contribuciones excepcionales a
m utualidades obreras.
En la década de 1930, a los esfuerzos liderados por el E stad o se
sum aron sociedades barriales, g ru p o s políticos y organizaciones
étnicas y laborales que participaron con m ayor o m enor fervor en
la cam paña antituberculosa. Sin duda el m ás relevante de estos
esfuerzos fue el de la Liga A rgentina co n tra la T uberculosis, crea­
da en 1901 tratan d o de replicar en el ám bito local la experiencia
norteam ericana. D esde sus com ienzos la Liga apuntó a construir
un consenso en to rn o a la necesidad de com batir la tuberculosis.
E sa agenda adquirió to d a su relevancia en 1935, cuando la C ruza­
da A ntituberculosa N acional fue presentada a la opinión pública
com o “una em presa de to d o s sin distinciones de tendencias filosó­
ficas y políticas” . Su com isión directiva honoraria, adem ás de contar
con la presencia del presidente A gustín P. Ju sto y del intendente
de B uenos Aires, M ariano de Vedia y M itre, reunió a figuras tan
dispares com o el arzobispo de B uenos Aires, Luis C opello, y el
gran rabino de la A rgentina, D avid M ahler; el senador socialista
M ario B ravo y quien había sido presidente de la nacionalista Liga
P atriótica A rgentina, M anuel Carlés; el senador dem ócrata p ro ­
gresista L isandro de la Torre y el presidente de la B olsa de G ana­
dos, R o b erto D ow dall; el presidente del Jockey Club, M anuel Al-
zaga U nzué, y el del C entro de A lm aceneros, M anuel E ntenza.
L as finanzas de la L iga resu ltab an del a p o rte de sus so c io s y
de no m uy g en ero so s subsidios del gobierno, especialm ente cuan­
do se los co m p arab a con los que recibían las trad icio n ales so cie­
dades de beneficencia. A ellos se sum aban los rec u rso s o rig in a ­
dos en la recau d ació n de una ju g a d a especial de la lotería o el
d erech o de u so de los talleres tip o g ráfico s del E stad o o la d istri­
bución sin carg o de sus revistas de difusión, to d o s ellos o b ten i­
dos p o r lo general a p a rtir de las co n ex io n es de sus m iem bros
d irig en tes con el E stad o . Su p recaria situ ació n financiera la lle­
vó a im pulsar una y o tra vez cam pañas para c a p ta r co n trib u cio ­
nes de la población.
La L iga creó y m antuvo instituciones destinadas a atender las
necesidades del tuberculoso pobre que, se suponía, debían servir
de referencia cuando el E stad o o las m utualidades étnicas u o b re­
ras se lanzaban con sus propias iniciativas antituberculosas. Así,

2 96
inicialm ente bregó por aum entar el núm ero de sanatorios — h a­
ciéndose eco de las terapias que desde m ediados de fines del siglo
X IX indicaban buena alim entación, higiene, aire puro y d escan ­
so— . P ero m ás tarde, cuando fue evidente que levantar una red de
sanatorios que atendiera la dem anda de miles de tub ercu lo so s era
m ás que ilusorio, centró to d o su esfuerzo en am pliar el núm ero de
cam as en los hospitales y en crear y sostener dispensarios an titu ­
berculosos barriales y p rev en to rio s para los así llam ados “niños
pretuberculosos” . Junto con la Sociedad A rgentina de T isiología
— la entidad que desde com ienzos de la d écada del trein ta buscó
rep resen tar los intereses de los m édicos especializados en enfer­
m edades pulm onares— , la L iga im pulsó la coordinación de to d as
las organizaciones antituberculosas a nivel nacional. C oncretada
en 1936, la F e d e ra c ió n A n titu b e rcu lo sa A rg en tin a se p ro p u so
— sin éxito— hacer un u so m ás eficiente de los lim itados recursos
de atención d esarrollados por m ás de veinte instituciones privadas
asistenciales, étnicas, laborales y profesionales.
E n los años trein ta la m ortalidad p o r tuberculosis tendía a decli­
nar pero a un ritm o muy m odesto. Tal com o lo reconocía un estu ­
dio de m ediados de esa década, la explicación de ese descenso era
“tan com pleja com o la com plejidad de la epidem iología de la tu ­
berculosis” . N u m erosas narrativas epidem iológicas — apenas es­
bozadas en el entresiglo y en franco desarrollo a partir de los años
veinte y tre in ta — se prop u siero n establecer el rol y la relevancia
tan to de lo que se dio en llam ar los factores “biológicos” com o de
los “ socio-am bientales” en los avatares de la m ortalidad tu b erc u ­
losa. M iradas con la ventaja que da el tiem po, algunas de estas
narrativas lucen arbitrarias y hasta delirantes, o tras razonables y
otras, por fin, apenas tentativas y exploratorias. Todas, de un m odo
u otro, eran parte de la incertidum bre que m arcaba a un saber to ­
davía insuficiente e ineficaz.
L o s intentos de explicación particularm ente atentos a los “fac­
to re s biológicos” consideraron la virulencia del bacilo, el nivel de
la inm unidad colectiva, la herencia y la raza. A quellas c o n c en tra ­
das en los “facto res socio-am bientales” tendieron a destacar, por
un lado, el rol de las intervenciones m édicas — desde las institu­
ciones de atención, profilaxis y educación a la generalización de
ciertas terap éu ticas— y, p o r o tro, las condiciones m ateriales de
vida que podían alterar positiva o negativam ente la resistencia al
contagio. Y aun cuando en ciertas o p ortunidades se debatió la im­

297
portancia relativa de estos factores, la caracterización de la tu b er­
culosis com o una enferm edad social hizo que se prestara especial
atención a la im portancia de las condiciones m ateriales de vida.
Así, a lo largo de los años treinta — y en rigor, desde la década
an terio r— , se consideraron un sinfín de variables para explicar los
avatares de la epidem iología tuberculosa, desde “ la vivienda insa­
lubre y su m ala ventilación” a “la naturaleza del trabajo y duración
de las jo rn a d a s laborales” , “ el nivel de d esg aste físico” , “la ali­
m entación deficiente” , “ el alcoholism o que q u ebranta el nivel de
vida de la fam ilia o b rera ” , “ el nivel de los salarios” . E n 1936, un
inform e del D ep artam en to N acional de H igiene indicaba que la
tuberculosis tenía una etiología com pleja y m ulticausal p o r lo cual
debía prestarse atención a “ los facto res orgánicos y am bientales,
am bos unidos íntim am ente bajo el denom inador com ún de la p o ­
sición social” . A ellas debían sum arse los facto res relacionados
con la vivienda, el hacinam iento, la alim entación y la situación
económ ica. El estudio concluía en que era “ la situación económ i­
ca no sólo el m ás interesante de los facto res am bientales en la
epidem iología de la tuberculosis sino tam bién la causa m ediata y
fundam ental de los m ism os fac to re s” .
El lugar correlativo que ocupaba la tuberculosis entre las enfer­
m edades m ás hom icidas varió con el paso del tiem po. En 1911, la
gastroenteritis de los m enores de dos años ocupaba el prim er puesto
seguida p o r la tuberculosis. En 1916, 1921 y 1926 pasó a encabe­
zar el g ru p o y finalm ente en 1930 descendió de nuevo al segundo
rango, aventajada po r las enferm edades cardiovasculares que g a ­
naron el prim er lugar. D esde 1911 a 1930 se registró un m oderado
y rítm ico descenso de la m ortalidad tuberculosa, con tendencia al
estacionam iento. M ás allá de la m ayor o m enor confianza de las
estadísticas, que podían registrar casos de tuberculosis com o b ron­
quitis, bronconeum onías o neum onías, o viceversa, las tendencias
de la m ortalidad tu b ercu lo sa revelan que los avatares de la enfer­
m edad no fúeron los m ism os cuando se m ira el conjunto del te rri­
torio nacional. En 1936, p o r ejem plo, po r cada 100.000 habitantes
de la provincia de F orm osa m orían 60 p o r tuberculosis m ientras
que en las de Tucum án, Salta y Jujuy el to tal rondaba los 240.
E sto s contrastes, condicionados por factores sociales, económ i­
cos, epidem iológicos, m édicos e higiénicos, locales y regionales,
fúeron particularm ente m arcados cuando se com paraban algunas
áreas del interior con la ciudad de B uenos Aires. En la capital se

298
trata, en general, de una curva parecida a la de m uchas ciudades
europeas o am ericanas de tam año similar. E n tre 1878 y 1889 el
índice de m ortalidad osciló entre 300 y 230 p o r 100.000 habitan­
tes; le siguieron unos años de descenso y, desde com ienzos de la
últim a década del siglo X IX y hasta 1907, una suerte de m eseta
con índices inferiores a 200 pero siem pre por arriba de 180. E ntre
1908 y 1912 se registró un m oderado descenso y a partir de 1912
la curva inició un ciclo ascendente coincidente con los años de la
guerra, culm inando en 1918 con un índice de casi 250 po r 100.000
habitantes. D e 1 9 1 9 a 1932 el índice de la m ortalidad se m antuvo
estacionario, con una muy tím ida tendencia decreciente que nunca
logró ponerse p o r debajo de 170; a partir de 1933 com enzó un
sostenido descenso, paulatino hasta m ediados de la década del
cuarenta y bien acelerado a partir de 1947. E n 1953 el índice de
m ortalidad tuberculosa era del 29 por 100.000 habitantes. Para
esos años, en que ya se estaba generalizando el uso de los antibió­
ticos, la gente no se m oría de tuberculosis com o en el pasado. Se
tra tab a entonces de acceder a terapias específicas exitosas y servi­
cios que, aun cuando se expandieran, no lograban acom pañar una
dem anda que crecía m ás rápido y que, com o era de esperar, se
volcaba hacia aquellas áreas m ejor servidas. Así, la capacidad de
los hospitales de las g randes ciudades quedaba rápidam ente supe­
rada po r la dem anda. E n particular los de B uenos Aires, que de­
bieron servir no sólo a los tuberculosos porteños, para esos años
cada vez m enos, sino tam bién a los provenientes de algunas p ro ­
vincias del interior donde la tuberculosis seguía siendo un grave
problem a.
A to d o lo largo del período y en to d as las regiones los m ás afec­
tad o s fueron siem pre hom bres y m ujeres entre los 20 y 29 años de
edad, es decir, en los años de m ayor potencialidad laboral. Su peso
relativo en el conjunto de afectados tendió a dism inuir de m odo
contem poráneo al descenso de la m ortalidad tuberculosa general,
desplazándose a edades m ás avanzadas. L a diversidad en los rit­
m os de descenso y sus im plicaciones sociales y políticas se p o ­
nían en evidencia una y o tra vez. N o sólo aparecían, com o era de
prever, en los periódicos inform es del D epartam ento N acional de
H igiene que circulaban en tre m édicos y especialistas en salud.
Tam bién hacían titu lares en los diarios de circulación m asiva, re ­
velando una vez m ás cóm o la cuestión de la tuberculosis estaba
saturada de significados y usos definitivam ente m odelados p o r un

299
repertorio de cuestiones e
ideas que excedían holga­

TUBERCULOSIS dam ente lo estrictam ente


biomédico.
P o r ejem plo, cuando en
Acrecientan diariamente la década del treinta se te s ­
el p o r c e n t a j e de taba el estado de salud de
enfermos curados por el la población m asculina lis­
n uevo m étodo de las ta a incorporarse al servicio
ondas cortas del
m ilitar obligatorio, era fre­
cuente que la enferm edad
Dr. DIAZ DE SOUZA fuera percibida com o una
m a n ife sta c ió n p a to ló g ic a
AVEN ID A DE MAYO 1 2 0 9
de la experiencia que los jó ­
venes “provenientes de m e­
1viso sobre un supuesto nuevo método de cura de
dios rurales y vírgenes de
a tuberculosis, revista Ahora, Buenos Aires. 1935. infección tu b ercu lo sa” vi­
vían “ en las g u a rn ic io n e s
m ilitares m ás tu b erc u liz a ­
das de B uenos A ires donde hacen prim oinfecciones que pueden
evolucionar en enferm edad” . Una vez identificados com o tu b er­
culosos, inform aba un folleto publicado por el ejército en 1932,
“ dejan p o r propia voluntad el cuartel o son directam ente expulsa­
dos a sus lugares de origen” , donde devienen así en “activos focos
de co n ta g io ” . P eriodistas y ensayistas de m uy diversas ideologías
trabajaban estas noticias con una línea argum ental que de un m odo
u otro tendía a enfatizar los peligros geopolíticos asociados a un
ejército con soldados de pobre co n tex tu ra física, blancos seguros
del contagio.
Así, la tuberculosis se sum aba a las preocupaciones po r la in­
fancia y las cam pañas antivenéreas que, en el revés de la tram a,
descubrían una agenda definitivam ente m arcada po r la política y
la ideología. Todas ellas, pero m uy en especial la tuberculosis, se
revelaban com o evidencias de un peculiar consenso — el de la cons­
tru cció n de una vigorosa “ raza argentina”— que en sus form ula­
ciones retóricas ju n tab a a co nservadores con socialistas, radicales
y nacionalistas.
ENTRE MEDICOS Y CURANDEROS

Al d espuntar el siglo X X la profesión m édica ya había logrado


el reconocim iento jurídico que le o to rg a b a un exclusivo derecho a
practicar la cura de la enferm edad. E sa suerte de m onopolio debía
perm itirles m ostrarse com o profesionales capaces de ofrecer solu­
ciones eficaces, no sólo frente a los casos individuales sino ta m ­
bién frente al E stad o y a las instituciones lanzadas a elaborar un
program a de acción que, siguiendo con la tradición ya adelantada
p o r los higienistas de fines del siglo X IX , reco n o cía la im portan­
cia de la m edicina en la forja del fu tu ro de la nación. Sin em bargo,
y aun cuando la presencia de los servicios de atención m édica y de
los pro p io s m édicos fue m ás y m ás ostensible a m edida que avan­
zaba el siglo, los m odos en que la gente enfrentaba sus m ales rev e­
laban que los m édicos no eran los únicos que ofrecían tra ta r de
curar las enferm edades.
En el últim o tercio del siglo X IX la m edicina hogareña y la
autom edicación fúeron los m odos m ás com unes para lidiar con
las m olestias. T ratar de curarse en casa era una reacción indicada
po r el sentido com ún y la necesidad. H acia 1900, cuando la red de
instituciones de atención com enzó a crecer, estas dos alternativas
siguieron vigentes. El consejo del fam iliar o del vecino era, n atu ­
ralm ente, el prim er recurso. L o s que sabían leer tam bién podían
inform arse consultando algunos de los m anuales de m edicina ca­
sera que circulaban en abundancia y a precios bien m ódicos. Ya en
la década del veinte, el que había escrito Juan Igón llevaba varias
ediciones sucesivam ente aum entadas. P o r su parte, la versión en
castellano de E l m é d ic o en c a s a indicaba m ás de 1.000 recetas y
era ofrecido con insistencia en propagandas de los diarios a la
m anera de un “form ulario m édico con el nom bre de to d as las en­
ferm edades, las plantas m edicinales, la preparación de rem edios
caseros, los p recep to s higiénicos y cóm o form ar en cada familia
una b o tica económ ica con las cosas necesarias” . En la década del
treinta, a los m anuales se sum ó la radio y fúeron m uchos los que
escuchaban program as com o “L a H o ra de la Salud” , que p rescri­
bía regím enes y ofrecía recetas sobre qué hacer con ciertas enfer­
m edades, enlazaba la preservación de la salud con la belleza e
invitaba m ás o m enos abiertam ente a prescindir de los servicios
del m édico.
En los años trein ta los avisos publicitarios de rem edios en día-
décadas de 1870 y 1880 eran
anunciados en los diarios; tu ­
vieron su m om ento de auge
al despuntar el siglo X X y co ­
m enzaron a declinar, sin des­
aparecer, recién en los años
cuarenta. Así, algunos anun­
cio s, c o m o el del v in o de
p e p to n a p é p sic a de C ah a-
p o te a u t, e s tu v ie ro n de un
m odo u o tro presentes en los
m e d io s im p re so s p o r casi
m edio siglo ofreciendo curar
“fiebres convalecientes, dia­
betes, tisis, disentería y tu m o ­
res” . A lgunos fo rtifican tes,
com o el N ervigenol, se p re­
sen tab an co m o rev ig o riz a -
dores. En 1939 N eclodym e
m ontó una cam paña de varios m eses de duración basada en avisos
que subrayaban sus m últiples y benéficos efectos en m ateria de
belleza, fortalecim iento físico y m ental. U no de ellos lo ofrecía
com o “el gran aliado de las m ujeres pues fortifica el organism o y
repara el desgaste cerebral sin alterar la arm onía de la silueta” .
O tro indicaba que “restituye la m em oria y facilita el funcionam iento
del cerebro, com o se sabe, el m o to r del m undo” .
F ueron años en que se afianzó la im portación, com ercialización
y, en m enor m edida, producción local de brebajes y tónicos. En
ese proceso no faltaron quienes buscaron lucrar m ientras reforza­
ban las ya establecidas ten dencias a la autom edicación. Así, a
m ediados de los años treinta, el laboratorio La E strella repartía
form ularios en los cuales describía síntom as e invitaba a los enfer­
m os a identificar los suyos; en resp u esta se les indicaba p o r carta
el pro d u cto de la casa que curaría su afección. E n verdad, La E s­
trella rep ro d u cía en m ayor escala el clásico rol del farm acéutico
del barrio que, a la m anera de un experto local, aconsejaba a su
clientela qué pildoras o tó nicos debía com prar. D e m odo que la
gente — educada o no, rica o con escasos recursos— encontraba
en los avisos de los diarios o las sugerencias de los farm acéuticos
un verdadero arsenal de m edicam entos de venta libre en el que se
destacaban las pildoras rosadas del Dr. W illiams, D e W itt, M ontagú
o Foster, el alquitrán G uyot, la em ulsión S cott, el N ervigenol, el
N eolaxán, la Uvalina, el tónico N ucleodyne, el vino tónico M ariani
o el R adiosol Vegetal.
L os curan d ero s tam bién ofrecían sus servicios, a veces apelan­
do a los m ism os m edicam entos de ven ta libre. P ero el m undo de
los m anosantas, charlatanes, h erboristas y adivinos era, sin duda,
m ás variado. E n el cam po tendían a dom inar los herboristas, m ien­
tras que en la ciudad y sus suburbios la m edicina popular era m u­
cho m ás rica en opciones. De ese m undo, el de la m edicina p o p u ­
lar en la ciudad, hay referencias que cubren el últim o tercio del
siglo X IX así com o las prim eras cuatro décadas del XX. A lgunos
de esos curanderos decían p o d er lidiar exitosam ente con el “p as­
m o” , el “mal de ojo” o el “ daño” ; o tro s se presentaban com o capa­
ces de curar esas enferm edades y, adem ás, una larga lista de m a­
les, dolores y síntom as definidos po r la m edicina diplom ada, entre
los que contaban el asm a, la anem ia, la tisis, la m enstruación, el
dolor de caderas o las hem orroides. Sus recursos variaban de los
m edicam entos de v en ta libre a las hierbas, de los brebajes exclusi­
vos a los pases m ágicos, del hipnotism o a la sugestión.
E n las décadas del veinte y el treinta la cuestión de los cu ran d e­
ros hizo titulares en los diarios. En 1930 C rític a titulaba uno de
sus artículos “L a ciudad está plagada de curan d ero s y adivinos” , y
R oberto A rlt escribía en E l M u n d o “El grem io de las curanderas y
las santeras” , una de sus aguafuertes porteñas m ás consagradas.
U n año antes, en Jujuy, una m ultitud no dudó en enfrentar a la
policía que pretendía im pedir que V icente Díaz, alias M ano Santa,
ofreciera sus servicios a la gente. Y en 1928, en un pueblo de la
provincia de B uenos A ires, el m ultitudinario sepelio de la M adre
M aría destacó, una vez más, la relevancia de los curadores p o p u ­
lares. M uchos com entaristas, m édicos, periodistas o ensayistas
encararon el tem a com o si fuera un asunto novedoso; se trataba,
en verdad, de algo conocido, tanto po r la policía com o po r la gente
que buscaba soluciones en los servicios ofrecidos po r los cu ran d e­
ros. En cualquier caso, su presencia resultaba, al m enos en parte,
de la escasez relativa de servicios sum inistrados po r la m edicina
diplom ada, precisam ente cuando m ás y m ás gente entraba en su
órbita de influencia. P ero ju n to con esa escasez tam bién contaban
la incapacidad de ofrecer soluciones efectivas frente a m uchas en­
ferm edades y la desconfianza de la g en te en los m édicos, en quie-
nes m uchos encontraban profesionales que, com o escribía en 1941
uno de los periodistas de la popular revista A h o r a , eran “m aestros
de urbanidad en el consultorio particular pero no en los dispensa­
rios y hospitales” .
Así, es evidente que las ofertas de la m edicina p opular se com ­
plem entaban con las de la m edicina diplom ada. E n la práctica, la
g en te recurría a aquellos prestad o res que ofrecían las soluciones
m ás convincentes y eficaces. Para quienes vivían en ciudades o
pueblos, los itinerarios terap éu tico s cam biaban según los casos:
siem pre em pezaban en la m edicina hogareña y la autom edicación,
p ero de allí en m ás las direcciones eran variadas. Y cuando la m e­
dicina p opular no ofrecía soluciones, aparecía el com plem ento de
lo que ofrecía la m edicina diplom ada, o viceversa.
L os m édicos no descansaron en su crítica a los curanderos, char­
latanes, herboristas y farm acéuticos que recetaban; po r to d o s los
m edios posibles buscaron legitim ar y h acer realidad el reco n o ci­
m iento legal que ya habían logrado en tan to únicos proveedores
capaces de ejercer “el arte de curar” o al m enos de intentar curar.
D e la m ano de la m edicina y la ciencia, con el apoyo del E stad o y
la sostenida expansión de los servicios de atención, que en el m e­
diano plazo m o straron indudables resultados, especialm ente en las
ciudades, cada vez m ás v asto s sectores de la sociedad quedaron
firm em ente instalados en un m undo donde los m édicos tendían a
dom inar y ten er la últim a palabra. E ste p roceso nunca term inó por
desplazar com pletam ente las o fertas de la m edicina popular, sea
po rq u e m antenían su relevancia al m om ento de enfrentar ciertas
enferm edades, sea p orque se renovaban de m odo acom pasado a la
a p arició n de c u a d ro s p a to ló g ic o s p ara los cuales la m edicina
diplom ada carecía de respuestas eficaces. D e to d as m aneras, quie­
nes buscaban soluciones en el m undo de la autom edicación, la
m edicina hogareña y las o fertas de la m edicina p opular eran, ante
to d o , enferm os. C uando ingresaban en el m undo de la m edicina
diplom ada, fuera en el hospital, el consultorio particular o la sala
de prim eros auxilios, se transform aban en pacientes.
LA EXPANSIÓN DE LA ATENCIÓN HOSPITALARIA

La etapa previa a 1930

E n 1875 uno de los m ás prestigiosos higienistas argentinos, el


d o c to r Em ilio Coni, afirm aba que “en B uenos A ires una gran par­
te de los pobres m uere sin asistencia m édica, o en treg ad o s a la
explotación indigna de curanderos y parteras, po r ignorancia o por
la fundada repulsión que m uchos de ellos tienen por nuestros h o s­
pitales, pues las condiciones en que se hallan son v erdaderam ente
antihigiénicas. E s por estas razones que se observa que los enfer­
m os van a dem andar la asistencia en los establecim ientos cuando
se hallan ya p o strad o s y devorados por la enferm edad” . C uarenta
años m ás tarde, hacia 1915, el sistem a hospitalario se había ren o ­
vado prácticam ente po r com pleto, am pliándose el acceso de la
población a sus instalaciones y dism inuyendo considerablem ente
el porcentaje de m uertes con relación al total de enferm os atendi­
dos. El hospital había dejado de ser el lugar donde los pobres iban
Hospital Rivada\’ia, ciudad de Buenos Aires, 1935.

a m orir y p ara esos años intentaba hacerse cargo de la ta re a de


curar. A dem ás ya no eran sólo los po b res los que dem andaban la
atención de sus profesionales: tam bién los secto res de clase m edia
y alta lo frecuentaban, ya que allí encontraban los m edios técn ico s
indispensables para el tratam ien to de determ inadas enferm edades,
a veces disponibles en algunos centros de atención privada pero
no en co nsultorios particulares.
N o sólo se había increm entado considerablem ente el núm ero
de cam as y habían sido ren o v ad as las instalaciones; tam bién se
m ultiplicaron los co nsultorios externos, se organizaron los servi­
cios de atención dom iciliaria, los de urgencia y prim eros auxilios
en la vía pública, el sistem a m unicipal de am bulancias, los d ispen­
sarios de p ro tecció n a la infancia, la inspección de salubridad para
las am as de leche y la atención de p a rto s a dom icilio. B uena parte
de estos servicios estaban destinados a la atención de la pobla­
ción de m enores recu rso s y en ellos se com binaban generalm en­
te actividades de atención m édica y asistencia social. El esfuerzo
de su organización y financiam iento estaba a cargo de las a u to ri­
dades nacionales y m unicipales y de u n a gran variedad de enti-

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d a d e s de b e n eficen cia, de d ife re n te im p o rta n c ia y n a tu ra le z a .
E n B uenos A ires la A sistencia Pública tuvo a su cargo una red
de hospitales y estaciones sanitarias disem inados por los barrios.
A ellos se sum aban m aternidades y dispensarios que p ro p o rcio n a­
ban leche aséptica a las m adres que no podían alim entar en form a
natural a sus hijos, conform ando tem pranam ente un conjunto de
instituciones destinadas a la protección del em barazo, el p arto y
los dos prim eros años de vida del niño. U na im portante red de
organizaciones caritativas privadas y religiosas tam bién tom ó a su
cargo la atención m édica y la asistencia social de la población in­
digente. La Sociedad N acional de B eneficencia fúe la m ás im por­
tante de estas instituciones, tanto po r su peso social y político com o
p o r su continuada presencia a lo largo de m ás de un siglo, hasta
que gran parte de su actividad term inó absorbida p o r la Fundación
E va Perón. D edicados a la protección de la población fem enina en
situación de desam paro o enferm edad y a la gestión de hospitales y
orfanatos, el H ospital R ivadavia y el H ospital de N iños respectiva­
m ente, instalados en nuevos y m odernos edificios en 1887 y 1894,
constituyeron claros exponentes de la m agnitud de los recursos
que m anejaba. A m ediados del siglo X IX los hospitales de colecti­
vidades com enzaron a construir sus prim eras instalaciones y al des­
pegar el siglo X X se consolidaron, expandieron y m odernizaron.
E stas novedades en m ateria de infraestructura de servicios de
atención no irrum pieron con igual fuerza en el interior del país y
sólo en aquellas ciudades donde la actividad económ ica derivada
de la integración al m ercado nacional o internacional había traído
cierta prosperidad, la m edicina diplom ada y sus profesiones e ins­
tituciones lograron afianzarse. Al d espuntar la segunda década del
siglo, po r ejem plo, favorecida po r la actividad de su puerto, la
ciudad de R osario contaba con cinco hospitales de antigua cons­
trucción, refaccionados y d o tad o s de agua corriente y cloacas, y
p royectaba la construcción de un gran hospital, “m oderno” , para
conm em orar el C entenario. Para esos años M ar del Plata disponía
de un hospital m anejado p o r la Sociedad de B eneficencia y de la
A sistencia Pública dependiente del gobierno m unicipal. E n C ó r­
doba, la m odernización hospitalaria tu v o que lidiar con una muy
vieja infraestructura que se iría renovando pero a un paso muy
lento. En o tra s áreas del interior el gobierno nacional realizó un
esfuerzo destinado a com pensar la escasa disposición o capacidad
de las provincias para hacerse cargo de la construcción de servi-
cios de atención m édica. C on ese objetivo se aprobó en 1906 una
ley que creaba la C om isión de A silos y H ospitales R egionales,
do tán d o la con un 5 po r ciento de los beneficios producidos po r la
L o tería de B eneficencia N acional. E sta iniciativa perm itió la ins­
talación de un asilo de alienados en Oliva, del S anatorio Santa
M aría para tub ercu lo so s y del H ospital R egional del C entro en
Bell Ville. E n la segunda y la te rc e ra décadas del siglo, la com i­
sión creó los hospitales regionales de C haco, La Pam pa, M isio­
nes, Río N egro, y el H ospital Regional A ndino de La Rioja. P ara
esos años subsidiaba cerca de mil instituciones de beneficencia
que tenían a su cargo servicios de atención m édica y asistencia
social, entre las que se contaban 307 hospitales de m uy diversa
capacidad ubicados en diferentes lugares del país. La im portancia
de esto s subsidios fue m otivo de m uchas críticas por parte de unos
po co s contem poráneos que veían con disgusto cóm o la elite se
m ostraba caritativa usando recursos del E stado. Las finanzas de la
Sociedad de B eneficencia son reveladoras: recibía de ta n to en ta n ­
to algunas grandes donaciones de particulares que favorecieron
periódicam ente la expansión de su capacidad instalada, pero era el
ap o rte estatal el que g arantizaba el funcionam iento diario de la
institución. En 1910, la Sociedad cubría con recursos propios no
m ás del 19 p o r ciento del to tal de su presupuesto y en 1935 apenas
un 10 po r ciento.
Tam bién a nivel provincial y m unicipal regía este sistem a de
transferencia de recursos del secto r estatal al privado. La distribu­
ción de subsidios no obedecía a un plan m etódico, sino solam ente
a la influencia puesta en ju e g o po r las respectivas instituciones
ante el C ongreso y las a u to rid ad es del m unicipio. Las m ás de las
veces, eran m édicos los que facilitaban el acceso a los fondos p ú ­
blicos por parte de estas organizaciones caritativo-filantrópicas
donde ellos m ism os ejercían funciones directivas. Así, trabajando
en agencias estatales, en sus co nsultorios y en la filantropía p arti­
cular institucionalizada, estos m édicos no sólo eran p o rtad o res de
un saber profesional en m ateria de asistencia m édica y social sino
tam bién oficiaban a la m anera de notables. E n esa capacidad p o ­
dían cam inar con soltura los pasillos de la m ás alta burocracia
estatal o del C ongreso N acional y sacar to d as las ventajas posibles
de un sistem a de representación política donde sólo unos pocos
entendían que ésa era la form a de acceder y ob ten er favores del
Estado.
U na de las principales fuentes de los recursos destinados a ase­
g u rar la atención m édica del indigente eran los beneficios de la
L otería N acional. L a ley 3.313, de 1895, asignaba un 60 por ciento
del to tal para la construcción de hospitales y asilos públicos en
B uenos A ires y un 40 po r ciento para el m ism o objeto en las p ro ­
vincias. P ara esos años en algunas ciudades ya funcionaban los
reg istro s m unicipales de pobres que, se suponía, debían reglam en­
ta r el acceso a la atención. L a certificación de la condición de p o ­
bre estaba a cargo del com isario de la sección policial o del p resi­
dente de la C om isión A uxiliar de H igiene P arroquial del resp ecti­
vo dom icilio. El certificado habilitaba gratuitam ente a su p o rta d o r
a los servicios aunque en algunos años y para ciertas prácticas era
obligatorio el pago de una pequeña suma. L a filantropía estatal de
los años del cam bio de siglo tam bién produjo la figura del “pobre
de solem nidad” , el pobre carente de to d o recurso, incluida la apti­
tud para el trabajo. C uando en 1919 los socialistas llegaron po r
prim era vez al C oncejo D eliberante en B u en o s A ires denunciaron
el carácter infam ante de la “tarjeta de pobre” y obtuvieron su anu­
lación. Se proponían hablar en nom bre de quienes, ellos creían,
sentían que su respetabilidad había sido avasallada. D e to d o s m o­
dos, y m ás allá de la existencia de las reglam entaciones de p o b re ­
za, la atención en los hospitales era libre y g ratuita para casos de
urgencia, así com o en el
Instituto Pasteur, encarga­
do de la profilaxis contra
la rabia, en el H o sp ita l
M u ñ iz , lu g a r de a is la ­
m iento para enferm os in­
fecciosos, y en el H o sp i­
tal Tornú, donde se inter­
naba a los tuberculosos.
E n el H o s p ic io de las
M ercedes, para alienados,
se v e n ía n e s tip u la n d o
desde fines del siglo X IX
los m o n to s a p ag ar po r
cada una de las categorías
de internados, siendo gra­
tu ita para lo s pobres de
Internos de! Hospicio de las Mercedes, 1931 so le m n id a d y p a ra lo s
D a d o r Gregorio Aráoz Alfaro con la Comisión de Beneficencia en el dia de
Id colecta por el tuberculoso. 1930.

alienados peligrosos que carecían de recu rso s y que habían sido


rem itidos po r las autoridades. L a gratuidad de la aten ció n sobre­
cargó el sistem a, que crecía pero no con el mism o ritm o que la
dem anda; no faltaron entonces las denuncias de “p o b res que no lo
eran”, al parecer individuos que no encontraban “infam ante” o “ava­
sallante” el s ta tu s que les perm itía un acceso sin g a sto s a m uchos
de los servicios ofrecidos p o r el hospital.
Fue en ese m arco que la Sociedad de B eneficencia decidió e sta ­
blecer aranceles de internación para pacientes con cierta capaci­
dad de pago, a los que se brindaba una m ejor hotelería en salitas
privadas o sem iprivadas. A lgunos establecim ientos e statales de
atención hicieron lo m ism o. E n los hospitales de co lectiv id ad es la
situación era aun m ás com pleja. En principio, los rec u rso s para su
instalación y m antenim iento provenían de las c u o ta s ab o n ad as por
sus asociados, reclutados entre personas de buena situación eco ­
nóm ica que querían pro teg er a sus co m patriotas m enos afo rtu n a­
dos cuando se encontraban enferm os. Al d espuntar el siglo estos
hospitales com enzaron a recibir pacientes con disponibilidad de
recursos interesados en atenderse en el hospital abonando tarifas
diferenciales. En B uenos A ires el H ospital Español, por ejem plo,
ofrecía descuentos del 10 por ciento sobre el total de los aranceles
devengados para los m iem bros de las sociedades de so co rro s m u­
tuos. Así, en los años veinte y trein ta los hospitales de colectivida­
des com binaban la filantropía con prácticas propias de la previ­
sión individual p o r un lado y de la actividad em presarial privada
po r otra.
El m utualism o en la A rgentina tu v o una agenda am plia y varia­
da, de índole asistencial, cultural, educativa y social, que perm itió
el acceso a la atención m édica de personas que, sin ser pobres, no
podían afrontar los g asto s ocasionados p o r cualquier accidente o
enferm edad relativam ente serios. El desarrollo de estas socieda­
des de protección m utua acom pañó los avatares que m arcaron la
integración de los inm igrantes en la sociedad argentina. F ueron
recu rso s que facilitaban el establecim iento de vínculos de solida­
ridad o asistencia entre personas de la m ism a nacionalidad. Tam ­
bién el ám bito laboral alim entó variados esfuerzos asociacionistas,
en algunos casos derivados de las prim eras form as de actividad
sindical — las “ sociedades de resistencia”— , en o tro s a p artir de
iniciativas originadas en organizaciones de raíz socialista o reli­
gio sa — m utualidades que se identificaban com o “co sm opolitas”
en el prim er caso, o círculos católicos en el segundo— , en otros,
p o r fin, com o agrupam ientos de personas que trabajaban en el
m ism o oficio o en una cierta repartición pública, o eran m iem bros
del personal de grandes em presas de servicios públicos, particu ­
larm ente las ferroviarias.
El m utualism o se difundió con rapidez, particularm ente en la
ciudad de B uenos Aires, conform ando un conjunto com plejo de
organizaciones con diferente capacidad de convocatoria, disponi­
bilidad de recursos, objetivos p rioritarios y referentes identifica-
to rios. La convivencia entre tales agrupaciones no era pacífica.
E xistía una rivalidad m anifiesta que tenía sus raíces no sólo en las
diferencias ideológicas sino tam bién en la necesidad de com petir
para la captación de nuevos adherentes. Socialistas y católicos,
p o r ejem plo, com pitieron usando to d o tipo de recursos, desde el
hum or p o p u lar a la ridiculización del adversario, las denuncias de
raíz ética, los apelativos m orales o las reivindicaciones clasistas.
M ás m oderada fue la rivalidad entre asociaciones de colectivida­
des y aquellas que reivindicaban com o una form a superior de aso-
ciación el carácter cosm opolita y po r ende prescindente de los
vínculos basados en l a n a c i o n a l i d a d . Pero aun cuando los objeti­
v o s y beneficios que ofrecían a sus m iem bros podían diferir de
m anera m ás o m enos im portante, la m ayor parte de las m utualida­
des ofrecía atención m édica y farm acéutica, subsidios destinados
a com pensar la pérdida del salario durante los períodos de enfer­
m edad, g a sto s de sepelio y ayuda económ ica a los fam iliares del
socio fallecido. A lgunas tam bién incluían internación hosp itala­
ria, subsidios de hospitalización y para aquellos m iem bros que
padecían enferm edades crónicas.
En las prim eras décadas del siglo la organización de los servi­
cios de atención m édica con cobertu ra m utual era relativam ente
simple: los beneficiarios podían acudir a uno o vario s especialis­
tas y consultar a un núm ero variable de m édicos clínicos distribui­
dos en los diferentes “ radios” o secciones en los que se dividía la
ciudad. Se trataba, en general, de una atención m édica relativa­
m ente sim ple, en la que predom inaba la p ráctica clínica y que in­
cluía curaciones realizadas por el m ism o m édico que, adem ás,
aplicaba inyecciones, dedicaba buena p arte de su tiem po a la rea­
lización de visitas dom iciliarias y recetab a las “fórm ulas m agis­
trales” que luego elaboraba el farm acéutico.
Junto al sistem a público y el m utualism o estaba la o ferta de los
consultorios particulares. Sin duda, en las ciudades grandes com o
B uenos A ires y R osario no faltaron clínicas y sanatorios de lujo y
equipam ientos bastante sofisticados. P ero tam bién en las ciuda­
des m edianas e sta o fe rta priv ad a de servicios ya era un d ato
inocultable. En M ar del Plata, po r ejem plo, existía en 1921 un
sanatorio de lujo — el Sanatorio M ar del Plata— que salía a cubrir
las dem andas de la elite en la tem p o rad a veraniega y tam bién o tro s
establecim ientos m enos su n tu o so s que atendían las dem andas de
las incipientes clases m edias.

La crisis del treinta

A m edida que avanzaba el siglo fueron surgiendo y consolidán­


dose las sociedades m utuales, benéficas y de asistencia a partir de
inquietudes filantrópico-caritativas y de previsión social. E stab le­
cían vínculos no institucionalizados con el personal del E stado, y,
m oviéndose con relativa autonom ía, fueron definiendo sus pro-
pias clientelas, enm arcando sus ofertas a partir de diferentes co n ­
cepciones de lo bueno, lo ju sto , lo adecuado, lo posible. A lo largo
de las prim eras décadas del siglo esas organizaciones cum plieron
relativam ente bien los objetivos que respaldaron su creación. En
los años treinta, sin em bargo, com enzaron a hacerse evidentes cier­
to s síntom as de m alestar que aparecían relacionados con la insufi­
ciencia de los recursos disponibles para enfrentar necesidades in­
satisfechas. E ste nuevo contexto resultaba, en general, de las re­
percusiones que tuvo en el país la crisis internacional de 1929, la
caída de las exportaciones, la acum ulación de p ro d u cto s destina­
dos al m ercado que no encontraban un nivel adecuado de dem an­
da, el desem pleo, las m igraciones internas y cierto d eterioro rela­
tivo de las condiciones de la vivienda obrera. M ás específicam en­
te la crisis renovaba y am pliaba las dem andas a las instituciones
o cu p ad as de la asistencia social y la salud pública al tiem po que
ponía en cuestión expectativas que se habían ido conform ando en
las prim eras décadas del siglo.
A lgunos cam bios en la práctica m édica tam bién tuvieron su efec­
to en la percepción generalizada de la crisis, así com o en un diag­
nóstico negativo respecto de la capacidad de las form as organiza­
tivas existentes para responder a las nuevas necesidades y dem an­
das sociales. Así, el reconocim iento de estas novedades exigía la
definición de nuevas reglas de ju eg o que, a su m odo, estim ulaban
innovaciones organizativas. L os cam bios en la organización de la
práctica m édica se vincularon estrecham ente a las novedades té c ­
nicas que, paulatinam ente, fúeron aum entando la capacidad de
diagnóstico y terap éu tica de la m edicina. E n ese escenario, se re­
gistró una dism inución relativa de recursos destinados a ho n o ra­
rios profesionales y un aum ento de los g asto s en m edicam entos,
análisis de lab o rato rio y radiología. La aparición del “específico” ,
esto es, el m edicam ento producido en serie, tendió a reem plazar a
la fórm ula m agistral prescripta para cada paciente po r su m édico,
increm entando, al m enos en una prim era etapa, su costo. L os c o s­
to s de atención tam bién aum entaron, com o resultado no sólo del
creciente uso de radiografías seriadas y de contraste, los “electro ­
cardiógrafos” y o tro s ap arato s m ás sensibles y de m ejor resolu­
ción, sino tam bién de una m ayor dem anda de pruebas de lab o rato ­
rio por parte de los m édicos. A esos cam bios se sum aba la incor­
poración de una serie de nuevos y c o sto so s procedim ientos aso ­
ciados al m ejor diagnóstico de las enferm edades venéreas, la de-
tección precoz del em barazo y las técnicas de eritrosedim entación.
L a práctica m édica tam bién cam bió. En la contabilidad de las
m utuales dism inuyó el núm ero de consultas dom iciliarias y los
profesionales dejaron de factu rar las curaciones sim ples y la apli­
cación de inyecciones. Las consultas a especialistas aum entaron y
algunas m utualidades, especialm ente las que contaban con un nú­
m ero im portante de socios, crearon o consolidaron consultorios
de especialidades. L a A sociación O brera de S ocorros M utuos, po r
ejem plo, que hasta ese m om ento había financiado la atención de
sus beneficiarios en co nsultorios donde trabajaban profesionales
co n tratad o s, en 1930 decidió instalar servicios de farm acia y labo­
rato rio y abrir consultorios m édicos diferenciados según especia­
lidad. C inco años m ás tarde, puso en m archa el proyecto de cons­
trucción del sanatorio social.
E stas novedades llevaron a m édicos en ejercicio, adm inistrado­
res de hospitales y gerentes de m utualidades a to m ar en cuenta el
aum ento de la dem anda de atención m édica y los problem as insti­
tucionales resultantes. En B uenos Aires, entre la prim era década
del siglo y la de los años treinta, la población de la ciudad se dupli­
có y el ingreso a los hospitales m unicipales se m ultiplicó p o r 3.5,
las cirugías realizadas en ellos p o r 9.0; las consultas am bulatorias
en hospitales y estaciones sanitarias p o r 15.6, y las cam as disponi­
bles para la recepción de enferm os por 4.3. E n la Sociedad de B e­
neficencia, p ara el m ism o lapso, las consultas se m ultiplicaron por
17.2, las internaciones p o r 3.9 y las cam as disponibles p o r 2. E sto s
increm entos daban cuenta no sólo del em pobrecim iento relativo
de ciertas franjas dentro de los sectores m edios urbanos afectados
p o r la crisis económ ica, sino tam bién de la m ayor confianza de la
población en la eficacia curativa de la m edicina, la creciente tom a
de conciencia acerca de las consecuencias de largo plazo de algu­
nas enferm edades y la consolidación y el desarrollo de una cultura
higiénica.
En las m utualidades el crecim iento de la dem anda de atención
m édica y el aum ento de sus co sto s dispararon debates enfocados
en la naturaleza y el ohjeto del m utualism o, las diferencias entre
asistencia, previsión individual y previsión social y la necesidad
de rep lan tear las relaciones entre los individuos, las asociaciones
m utuales y el E stado. En ocasiones se llegó a considerar la reco ­
m endación de hacer uso de los recursos m utuales sólo en el caso
en que la solución individual del problem a resu ltara im posible.
la figura tradicional del m édico de fam ilia que p o rtab a su clásico
m aletín. Para algunos, estas novedades no hicieron m ás que ali­
m entar im ágenes catastrofistas que no sólo señalaban el colapso
de las instituciones sino tam bién la proletarización del trabajo p ro ­
fesional.

LA ORGANIZACIÓN GREMIAL DE LOS MÉDICOS

Fue entre 1920 y 1940, y al calor de estos cam bios y p ercepcio­


nes, que se consolidó el grem ialism o m édico argentino. H ubo es­
fuerzos previos, incluso en la segunda m itad del siglo X IX , pero
sólo en la década del veinte surgieron las prim eras organizaciones
— colegios, círculos o asociaciones m édicas— que en B uenos A i­
res y algunas ciudades del interior lograron p erd u rar en el tiem po.
E n los años treinta com enzaron a crearse federaciones provincia­
les y en 1941 se constituyó la F ederación M édica de la R epública
A rgentina, que dos décadas m ás tarde se transform aría en la C on­
federación M édica de la R epública A rgentina, sin duda el in terlo­
cu to r reconocido del E stad o en to d o tipo de cuestiones vinculadas
a la problem ática de la salud y la atención m édica.
D esde el prim er m om ento, la organización grem ial de los m édi­
cos se p ropuso defender los intereses de los profesionales y pre­
servar el deco ro y prestigio de la profesión. E se enunciado se rei­
teró cada vez que los m édicos necesitaron explicar las razones que
los llevaban a agrem iarse. L as m ás recurrentes fueron el aum ento
del núm ero de m édicos, favorecido p o r el acceso a la educación
superior de cam adas im portantes de la clase m edia, el increm ento
de las posibilidades de ascenso social en la A rgentina de com ien­
zos de siglo, y la ap ertu ra universitaria que supuso la R eform a de
1918. El increm ento del núm ero de profesionales y su co n cen tra­
ción relativa en las zonas de m ayor desarrollo m otivó p reo cu p a­
ciones que ponían en cuestión las posibilidades futuras del ejerci­
cio profesional. E sto s tem ores fúeron sin duda estim ulados po r la
pobreza y el desem pleo generados p o r la crisis de los años treinta,
el aum ento de la dem anda de atención en instituciones públicas,
donde el m édico trabajaba gratuitam ente o estaba asalariado, la
am enaza, relativam ente cierta, de una posible reducción absoluta
o relativa de la clientela que acudía al co n sultorio y pagaba en
form a directa la atención recibida y, p o r últim o, la com petencia
de cu rad o res alternativos, enferm eros, p arteras y farm acéuticos.
La expansión de las m utualidades m otivó cierta alarm a, espe­
cialm ente en aquellas que instalaron co nsultorios y p retendieron
rem unerar al profesional a partir de un salario o un pago p o r horas
de trabajo. D edicadas en sus orígenes a la protección del indigen­
te, habían funcionado com o un instrum ento útil para acercar la
dem anda de la población m enos favorecida al consultorio de los
profesionales independientes. C on el paso del tiem po, su c o b e rtu ­
ra se extendió a individuos con cierta disponibilidad de recursos
que sacaban provecho — en form a indebida, según la perspectiva
de sus críticos— de los honorarios reducidos con que m uchos p ro ­
fesionales ofrecían sus servicios en las m utualidades. P o r su parte,
las instituciones de beneficencia, lanzadas a adm inistrar h o sp ita ­
les, dispensarios, consultorios y clínicas, se transform aron en am e­
nazas a la pretensión profesional de exclusivo control de las habi­
lidades indispensables para dirigir una organización de salud. Así,
los m édicos alegaban una pérdida de autonom ía cuando debían
aceptar que adm inistradores legos interfirieran en sus hábitos pres-
criptivos, en el tiem po dedicado a la consulta con cada paciente,
en las decisiones de tratam ien to o cuando, fo rzad o s a violar el
secreto profesional, debían denunciar a sus pacientes infecciosos.
E sto s m alestares profesionales no im pidieron que los m ism os
m édicos com enzaran a reunirse en clínicas cooperativas, ponien­
do en m archa sistem as de prepago en los que se ofrecía atención
médica. E stas nuevas organizaciones debieron p rom over activa­
m ente sus servicios y en ocasiones com petir abiertam ente p o r la
captación de afiliados, utilizando m étodos de p ropaganda que al­
gunos m édicos consideraban escandalosos al punto de afectar el
deco ro profesional. L a expansión de estas nuevas m odalidades de
financiam iento y provisión de servicios se produjo en form a abierta,
espontánea, y sin som eterse a ningún tipo de regulación po r parte
del E stado. L a literatura m édica de la época la asociaba a ten d e n ­
cias a la “m ercantilización” de la práctica, al desarrollo de c o n ­
ductas reñidas con la tradicional ética m édica, al fenóm eno de las
“p seudom utuales” , a la pretensión de asalariar a los profesionales
o com pensarlos a partir de porcentajes irrisorios de las cuotas re­
caudadas. A lgunas asociaciones y colegios profesionales in ten ta­
ron la puesta en m archa de sus propios planes p o r abono y llega­
ron a co n stru ir y adm inistrar clínicas y sanatorios en aq uellos m er­
cados donde la iniciativa individual no tenía fuerza suficiente o
estím ulos ad ecuados para hacer frente a la inversión necesaria.
Sin duda, el surgim iento de grandes instituciones con capaci­
dad de albergar las nuevas tecnologías de cura m ultiplicó la efica­
cia terapéutica de la m edicina, am pliando su prestigio y oto rg an d o
nuevas condiciones de legitim idad a su pretensión de autonom ía y
reconocim iento social. Pero tam bién generó cierto m alestar, aso­
ciado en gran m edida a una suerte de am enaza a la supervivencia
del ejercicio liberal de la profesión, esto es, la posibilidad de e s ta ­
blecer una relación “ personal y privada” con cada uno de los p a­
cientes. L os avances estatales que prom ovían la im plem entación
de sistem as obligatorios de seguro social tam bién fueron percibi­
dos com o una am enaza a la autonom ía profesional y al consiguiente
derecho de los profesionales a establecer librem ente el valor de su
trabajo. Y aun cuando los m édicos reconocieran la necesidad de
p o n er en m archa form as socializadas para enfrentar el riesgo de
enferm ar, sus altos costos y su atención, una y o tra vez se resistie­
ron a abandonar en m anos del E stado el control de los sistem as de
seguro. E ra evidente que com o g rupo profesional tem ían p erd er la
autonom ía que habían logrado y gozaban desde hacía décadas.
A partir de los años veinte, entonces, la actividad grem ial m édi­
ca fue definiendo los p u ntos m ás d estacados de la que sería su
agenda en la d écada siguiente: la libre elección del m édico p o r el
paciente, el derecho del m édico de decidir a qué pacientes brinda­
rá sus servicios, el derecho de establecer sus honorarios, el com ­
prom iso ético de no contribuir a la devaluación del trabajo p ro fe­
sional, la rem uneración p o r acto m édico, la libertad de p rescrip ­
ción, el rechazo a cualquier interferencia externa — de no-m édi­
cos— en la tom a de decisiones pertinentes a la actividad p ro fe­
sional.
Las asociaciones m édico-grem iales tuvieron com o principales
in terlocutores a los organism os estatales vinculados con la asis­
tencia y el cuidado de la salud. E n ese diálogo politizaron sus rei­
vindicaciones, reclam ando autonom ía del E stad o y, al m ism o tiem ­
po, buscando en él el garante p o r excelencia del s ta tu s pro fesio ­
nal. D urante los años veinte, treinta y cuarenta se profundizó la
injerencia estatal sobre cuestiones tradicionalm ente localizadas en
la esfera privada. U na de esas cuestiones se vinculaba a una g en e­
ralizada percepción que subrayaba cierto fracaso de las institucio­
nes de atención m édica en sus esfuerzos por co n tro lar las enfer­
m edades y sus consecuencias tan to individuales com o sociales.
Las estadísticas de incidencia de la tuberculosis y del paludism o,
los tem o res relacionados con las enferm edades venéreas, las tasas
de m ortalidad infantil que se m antenían relativam ente altas, la
am enaza “nueva” que se podía prevenir con un m ejor diagnóstico
del cáncer y las enferm edades cardiovasculares, la p reocupación
p o r identificar y prevenir las enferm edades vinculadas al trabajo
industrial, fueron percibidos, to d o s ellos, com o indicadores de la
necesidad de diseñar form as m ás eficaces de control y asistencia.
E sta renovada intervención del E stad o se legitim aba en la c o n ­
ven ien cia y, para algunos, urgencia de destinar fuerzas y recursos
en la forja de una población sana y vigorosa, capaz de defender a
la patria e increm entar la productividad. Fue en ese co n tex to que
la profesión m édica y el E stad o redefinieron un cam po de interés
com ún, donde no faltaron los conflictos. C om o lo venían hacien­
do desde m ediados del siglo X IX , los profesionales siguieron rei­
vindicando su vocación de autonom ía; la novedad que trajeron
estos años tuvo que ver con la reform ulación parcial de los arg u ­
m entos que buscaban sustentarla. Así, antes que enfatizar en la
existencia de un conjunto relativam ente reducido de hom bres d o ­
tad o s de conocim ientos especiales, con condiciones m orales p ro ­
pias de una elite y m ovidos p o r una vo cació n asim ilable a un sa­
cerdocio laico, la reivindicación de la autonom ía era presentada
com o condición de eficacia de un trabajo técnico destinado al cum ­
plim iento de una función social prioritaria.

LOS MÉDICOS Y LA CULTURA HIGIÉNICA

L os cam bios en el cam po profesional, en la in fraestructura h o s­


pitalaria y en las tendencias de la m ortalidad se articularon con
una suerte de catecism o laico de la higiene que logró pen etrar en
los p o ro s de la sociedad y la cultura. M uchas de sus prescripciones
se tran sfo rm aro n en necesidades m ateriales y m orales de la vida
en la ciudad m oderna. E n el cam po, su im pacto fúe m ás superfi­
cial y lento p ero allí tam bién, en el m ediano plazo, se hizo eviden­
te. L o que ese catecism o ofrecía era una cosm ovisión donde la
salud devenía en una m etáfora en to rn o a la cual giraban, se ca rg a ­
ban de sentido, un sinnúm ero de situaciones y experiencias. Así,
tan to en el dep o rte com o en el uso del tiem po libre, en la sexuali­
dad y en la crianza de los hijos, en la v estim enta y la com ida, en la
vivienda y lo s espacios públicos, en la escuela y en el lugar de
trabajo, el tem a de la buena salud anunciaba e introducía o tro s
m ás abarcadores com o el de la arm onía y el consenso social, las
em brionarias ideas asociadas a la ju sticia social o los derechos
ciudadanos. En ocasiones, ese clima de ideas produjo utopías que
im aginaban ciudades o sociedades donde la enferm edad no exis­
tía, o estaba convenientem ente asistida no sólo p o r una red de ins­
tituciones de atención m anejadas p o r m édicos, sino tam bién por
un entorno urbano reinventado de la m ano de horizontes tan varia­
dos com o el verde p o rta d o r de una ilusión rural en la ciudad, el de
la tranquilidad del barrio que perm itía vivir sin los trajines y exce­
sos m etropolitanos o el de la panacea tecnológica que ofrecía infa­
libles vacunas y m edicinas para cada mal.
Los m édicos fueron un g ru p o clave en la sostenida am pliación
y m aduración de este clima de ideas. F ueron tam bién difusores,
algunos de ellos incansables, de estas nuevas conductas. E n 1940,
un folleto publicado p o r el C entro de Investigaciones Tisiológicas
estim aba im prescindible lanzar “un plan de educación higiénica,
coherente y con continuidad, basado en el uso de la prensa y la
radio, los carteles de anuncio en sitios públicos y en vehículos de
tran sp o rte colectivo y en los m atasellos del c o rre o ” . Indicaba que
las cam pañas, adem ás de ser “genéricas y positivas” debían “ enfa­
tizar en la alim entación, la vivienda y el exam en periódico de la
salud” , descartando las cam pañas espectaculares y esporádicas que,
aun siendo bienintencionadas, contribuían poco a la educación
higiénica de la g en te com ún y al final eran tan ineficaces com o los
“ serm ones higiénicos que se escuchan en la radio que invitan a
co rre r el dial cuanto antes” o las aburridísim as conferencias m a­
gistrales cuya “ capacidad de p en etración” , decían los autores del
folleto, era ciertam ente lim itada. P o r estos m otivos se insistía en
la necesidad de que “el conocim iento higiénico debía ir en busca
del sujeto, sorprenderlo, solicitar su atención. E s necesario hacer
acep tar ideas y norm as sanitarias com o se im pone la m arca de un
producto” .
La sofisticación de esta evaluación indicaba que los esfuerzos
po r difundir las conductas higiénicas no eran una novedad. E stu ­
vieron presentes tanto en el últim o tercio del siglo X IX , cuando
dom inaba el discurso del tem o r y de la higiene defensiva siem pre
dispuesta a com batir incesantes peligros epidém icos, com o a par­
tir de los años veinte, cuando el tono lo daría el discurso de la vida
sana y la higiene positiva. E ra esta larga historia la que habilitaba
a com ienzos de los años cuarenta a algunos m édicos sanitaristas a
hablar com o publicitarios.
L a lucha antituberculosa en prim er lugar, pero tam bién esfuer­
zos sim ilares com o el de la lucha co n tra el alcohol, las enferm eda­
des venéreas o las m oscas, recurrieron a carteles, afiches, folletos
y volantes red actad o s en un “ lenguaje al alcance de to d o s” y a
veces en varios idiom as. B uscaban inform ar y ed u car al público.
Así, entre 1901 y 1902 se distribuyeron en tren es y fábricas, socie­
dades m utuales y hospitales, centros obreros, iglesias y escuelas
varias centenas de m iles de piezas de m aterial im preso. H ubo ta m ­
bién o tro s m odos de difusión: las conferencias en salones exclusi­
vos o locales m odestos, las cajitas de fó sforos con instrucciones
higiénicas im presas, las cam pañas públicas im pulsadas com o si
fueran cruzadas religiosas o m ilitares. A p artir de los años veinte,
y durante los años treinta, estos esfuerzos de difusión aum entaron
significativam ente. C opiando los estilos norteam ericanos en m a­
teria de s o c ia l m a rk e tin g , se com enzaron a u sar en form a regular
los diarios y revistas de tirad a masiva. E n 1935, p o r ejem plo, la
C ruzada A ntituberculosa N acional hizo un intenso y sofisticado
em pleo de los entonces llam ados “m odernos m odos de difusión” .
En la escuela, las m aestras leían a los niños cuentos donde la tu ­
berculosis aparecía com o “ el enem igo núm ero u n o ” o “ el lobo
fero z” , to d o s los abonados que figuraban en la guía telefónica de
la ciudad recibían pro p ag an d a en su casa, los actores arengaban al
público en los en treacto s de las funciones de cine y teatro , en las
calles los p aredones se em papelaban con afiches, en las estaciones
de tren se colgaban grandes cartelones de tela y, en pleno centro de
la ciudad, los tran seú n tes podían leer letrero s lum inosos alusivos.
D e tan to en tanto, un vagón de tranvía se transform aba en un gran
cartel rodante y la radio em itía program as de salud y anuncios suel­
to s que con insistencia repetían los consejos antituberculosos. E n
las canchas de fútbol, convertidas ya en escenario de un espec­
táculo de m asas, los altoparlantes invitaban a “hacer patria cui­
dando de la salud” .
T odos estos esfuerzos de difusión de los años treinta, así com o
los que se habían desplegado a com ienzos de siglo y los que se
realizarían en la década de 1940, fueron tejiendo una tram a donde
el m ensaje de la nueva higiene se m ezclaba con la pro p ag an d a y el
consum o. Así, en 1919 algunos anuncios ofrecían yerba en table-
F.n el pol¡extractor del lactario de la Sala de .Millos del Hospital de Clínicas,
las madres venden su exceso de leche, década del '30.

tas e invitaban a to m ar m ate p ero com o una infusión, una suerte de


opción “racional” , decían, que suplantaba “el uso de la bom billa,
el vehículo de contagio de la tuberculosis p o r excelencia” . Y en
los años treinta, cuando los sectores m edios, p ero no sólo ellos,
consum ían y utilizaban m ás y m ás p ro d u cto s — jab o n e s “higiéni­
cos” , calefones que perm itían la ducha frecuente, tónicos y ja ra ­
bes fortificantes de venta libre— , algunas pro p ag an d as se o cu p a­
ban puntualm ente de recordar al lector que necesitaban aspiradoras
para lo g rar una efectiva “ aspiración de los m icrobios m ás p eligro­
sos” . P o r esos años, fueron frecuentes los program as radiales que
no sólo participaban de este esfuerzo p o r crear una “ conciencia
higiénica” sino que tam bién igualaban salud a belleza.
L a prédica en favor de la higiene se rem ataba en una nueva idea
de la longevidad. El tó p ico no era una originalidad argentina. En
los años veinte, treinta y cuarenta, la N ew H ealth Society de L o n ­
dres pregonaba a los cuatro vientos un decálogo de la longevidad
que la revista Viva C ien A ñ o s , editada en B uenos Aires, hizo p ro ­
pio: “reducir la ración de carne y reem plazarla p o r el pescad o ” ,
¿A QUE CIFRAS LLEGAN LOS TARADOS
EN LA ARGENTINA?
EN TODO EL PAIS NO SE IMPIDEN LOS ENLACES
D l íK M O S A I R E S a f i r m a « A rfa ti» o g g
«» MI Mi

IM M G E M H M O . u n v i n i n . d a a rtm m á m
K X H U M U I* * ) P - ira .
M U ilita i
n p a n a n r n t.iv . » uaa» ** E - p a n a .
m r f l n E l « M i ó 4» la i n c l u i o s . a u a » in * a
p r o d u c to d « c n w K.o).>«in. <«**.- !<• » p n«iaa
« ido. IHr w u M l L o h a « ab aD - I♦ a d a m i
lu id o r l n a i i t 'i A n te a m » H p#
d a r » '* it u U a r n » . w a u b a u p a r» )- >\)aim
i » afi I t j a a a i o r r i a a ( w l r i M . d a n fUarv* i » r »
»r*> lia u n a » f k iU d r ■ r f a r n a «ta- «»* i» j a » a « ,

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r t i - dM a n t i p .
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p r r a a j W , , i tW ^rrA -r in a n n a m c o « a a u d u «i
y 'V X K V q o r p ta r n l » a ta ri* a .W a - c o n a a ta r l»
n á n d a l a N a i n r a la a a N a é r n b t I ro ilta n la ■ H a ; la « I p i a a . fca)a rtu * -
- i W r a * a l l í n. Umm a a rrw a i .n - * ia “ “ tU m , l i m a *
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I f M lM 4 . la A n

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b u h . H d r » aa r a r k m M
" J 1 * 111" ai n u > o b»oif>

r > d ,U n * ’ * • < * •« ' dM T io ai f

Articulo publicado en la revista Ahora, en 1936. en el que se reclama la


puesta en marcha de medulas que contribuyan a "mejorar la raza

3 24
“com er pan integral, frutas, verduras y lácteos” , “facilitar el m ovi­
m iento regular de los intestinos” , “beber po r lo m enos seis vasos
de agua p o r día”, “trabajar y dorm ir en am bientes bien aireados” ,
“aprovechar to d as las ocasiones para exponer la piel desnuda al
aire y al sol”, “usar ropa interior liviana y p o ro sa ” , “bañarse to d o s
los días” , “higienizarse escrupulosam ente la boca y los d ientes” ,
“p racticar ejercicios físicos” . C on esos consejos, la revista anun­
ciaba el cam ino que debía culm inar en una ancianidad sana y vital
tan to en lo m ental y espiritual com o en lo físico.
Así, desde m uy diversas p o stu ras políticas e ideológicas, un
dom inante e im preciso discurso eugenésico positivo perm eó el tem a
de la salud. A lgunos fueron eugenistas doctrinarios, o tro s refor­
m istas sociales del m ás variad o ropaje, y p rácticam en te to d o s
n e o la m arc k ia n o s. C re y e n d o firm em en te q u e c ie rto s cam b io s
m edioam bientales podían m odificar y beneficiar lo que llam aban
el “ capital g en ético ” de la población, to d o s ellos destacaban la
necesidad, incluso la urgencia, de “ m ejorar la raza” utilizando re­
cursos y estrategias de nutrim ento, de la buena alim entación a la
difusión de la cultura higiénica. N o buscaban pureza racial, sino
fortalecim iento de los cu erpos individuales y del cuerpo de la na­
ción m ediante acciones m édicas, m orales y sociales. Así, la m edi­
cina m ezclaba los hallazgos de la revolución pasteuriana y la bac­
teriología m oderna con las posibilidades de cam bio asociadas a la
educación y la lucha contra la pobreza. Fue en ese co n tex to que se
reco n o ciero n las dim ensiones sociales de ciertas enferm edades y
la necesidad de unir atención m édica con asistencia social. P o r ese
cam ino se fue definiendo el program a de acción de diversas agen­
cias estatales y de num erosas organizaciones privadas, to d a s ellas
de algún m odo involucradas en la lucha co n tra la tuberculosis, el
paludism o, las enferm edades venéreas o la pro tecció n de la in­
fancia.

El derecho a la salud y la ampliación de los contenidos de


la ciudadanía social

Todavía en las décadas del veinte y el treinta m ucha gente en­


frentaba los problem as de tener o perder salud com o una cuestión
azarosa o, al decir de un obrero, com o un resultado de “la estrella
que nos guía” . A lgunos se proponían m inim izar los riesgos de ese
azar y, si podían, participaban del m utualism o o de la m edicina
prepaga tratan d o de disponer de alguna asistencia básica; otros,
tal vez la m ayoría, buscaron esa c o b ertu ra en los servicios g ratu i­
to s de atención ofrecidos p o r la red hospitalaria estatal. G rupos
socialistas, anarcosindicalistas, com unistas o radicales — que en
esos años pretendían hablar en nom bre de las anónim as m asas u r­
banas y, en ciertos casos, en nom bre de los trabajadores en p arti­
cular— articularon sus preocupaciones referidas a la salud y la
enferm edad de m odo bastante genérico y com o asuntos integran­
tes de la am pliación de sus derechos sociales. E ntre los m édicos,
tan to entre los que trabajaban en reparticiones o establecim ientos
del E stad o com o entre los que participaban en las distintas institu­
ciones de la sociedad civil dedicadas a la asistencia y atención, se
fue afirm ando la idea de que la preservación de la salud contribuía
“ al m antenim iento del rendim iento vital, no sólo com o una v e n ta ­
ja personal sino tam bién com o un bien que interesa a la com uni­
dad y que pertenece a la patria” . Así, concebidos com o derechos
sociales, com o acciones que contribuirían a la o b tención de una
“ventaja personal” , o com o ap o rtes al “fortalecim iento de la p a ­
tria” , fueron prefigurándose algunos rasgos que anticipaban lo que
el prim er peronism o desarrollaría en una escala y con una convic­
ción hasta entonces desconocidas.
Al d espuntar la década del cuarenta, el E stad o profundizaba no
sólo su cará c te r capitalista sino tam bién su función asistencialista,
un perfil que venía consolidando desde hace años con la ex p an ­
sión de su red de hospitales, dispensarios y dem ás servicios de
atención. E sto s em peños intervencionistas y providentes eran par­
te de las nuevas funciones que el E stad o había asum ido para sí, no
sólo com o m ediador en los conflictos sociales sino tam bién com o
norm alizador de m ás y m ás cuestiones del m undo privado. E sa
am pliación de funciones fue en parte el resultado de dem andas
originadas en la sociedad civil, en las asociaciones m utuales en
prim er lugar, que com enzaron a experim entar, especialm ente en la
década del treinta y al calor de una am pliación de la dem anda,
condiciones graves de desequilibrios financieros que, se pensaba,
podían resolverse con la activa intervención reguladora estatal.
Fue en ese contexto, caracterizado p o r una m ayor intervención
del E stad o y p o r la presencia de secto res de la sociedad civil muy
interesados en renegociar con él su lugar com o oferentes de servi­
cios, donde las cuestiones de la salud y la enferm edad com enza­
ron, com o nunca antes a politizarse. A la discusión sobre las di­
m ensiones y c a r a c t e r í s t i c a s del a.sistencialism o estatal, un tem a no
totalm ente nuevo, se sum ó a com ienzos de los años cuarenta la
cuestión del seguro de salud. E n torn o a este problem a, que sí era
n ovedoso, las ideas de la solidaridad y de la ju sticia ganaron en
presencia y alcance. A lentadas p o r trad icio n es m uy variadas, de la
socialista a la católica y al espiritualism o krausista, esas ideas
galvanizarían en to rn o a la definición de tre s co njuntos solidarios
a los que se atribuían intereses recíp ro co s y com partidos. C om en­
zaría a aceptarse entonces una fórm ula donde el E stad o y los em ­
pleadores debían contribuir a am o rtizar lo que se dio en llam ar “el
capital-hom bre” y los trab ajad o res se harían cargo de aportar su
parte, quedando de ese m odo habilitados a exigir com o derecho
aquello que habían cofinanciado. En este nuevo m arco, los víncu­
los solidarios, antes prim ordialm ente instalados en la esfera priva­
da de las organizaciones m utuales, in co rp o raro n una dim ensión
política que logró incluir al E stad o com o parte interesada y re s­
ponsable. Así, la m aduración de esta nueva relación entre el E sta ­
do y la sociedad, un p roceso en g estación desde com ienzos del
siglo XX, to m ó form a en un estado de com prom iso, donde el re ­
conocim iento de derechos sociales, entre ellos el de la salud, te r­
m inó am pliando sustancialm ente los co n ten id o s de la ciudadanía.
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VIII
Posiciones, m anspKw acw nes y debares
en La h r e m T u m

por MARÍA TERESA GRAMUGLIO


•titulación de Sur Parados, de tzq a der.: Eduardo Bullrich, Jorge Luis Borges,
'rancisco Romero, Eduardo Mollea, I-.arique liullncli. í letona Ocampo, Ramón Cióme:
Je la Serna. Sentados Pedro Henru/uez l 'reña. Norali fíorges. G in erio Girando, M a ría
iosa Oliver. M a ría Carolina Padilla. Guillermo de Torre y Emest i n s e m i e l . ¡9 3 !.
LAS IMAGENES
SEDIMENTADAS:
UNA DISCUSIÓN
NECESARIA

En los estudios de literatu­


ra argentina, el enunciado “ dé­
cada del treinta” pone de m a­
nifiesto uno de los problem as
más controvertidos que afron­
ta la historiografía literaria: el
de en co n trar form as de perio-
dización específicas, sustenta­
das en criterios intrínsecos a
los cam bios o c u rrid o s en la
serie literaria. D ebido en b u e­
na parte al fuerte lazo que la
literatura m antiene con la so­
ciedad, las historias de la lite­
ratura se organizan en función
de acontecim ientos externos a
la literatura misma, en espe­
cial a q u e llo s que refieren a
giros decisivos de la evolución
política y social. D e ahí que,
en el caso de la literatura ar­
g e n tin a , d e n o m in a c io n e s
co m o “ los co lo n ia le s” , “ los
p ro sc rip to s” , “ la independen­
cia” , “ el rosism o” , “ el och en ­
ta” , o, más directam ente, “Yri-
go y en ” , se hayan utilizado sin
rep aro s para designar etapas
de la producción literaria na­
cional.
1930 no es una excepción.
La fecha tiene la ventaja de sa­
tisfacer nuestro sentido com ún
del tiem po con una de esas ci­
fras ap tas, p o r lo red o n d as,
“E se sen tid o fe stiv a l y d ep o rtivo de la vid a es el que p re d o m in a en
los h erm o so s a ñ o s d e la p r o s p e rid a d de 1924 - a ñ o en que nace Martín
Fierro b a jo el g o b iern o lib e ra l y ab u rg u esa d o de Alvear, am ig o de la
vid a so c ia l y de las m a n ifesta cio n es artísticas. R ueños A ires sa le d e l
en cla u stra m ien to en que se h a lla b a d esd e 1 8 9 0 y se trans fo rm a v isib le ­
m ente / . . . / Todo es risa y alegría, p o r eso Martín Fierro es una revista
seria que se to m a todo en b rom a [ ...¡ L a M ic a r e m e [ s ic j de ese extraño
c a rn a va l todos lo sa b em o s fu ero n los a co n tecim ien to s d e setie m ­
bre de 1930, en los que ni siq u ie ra fa ltó el d esfile de carrozas alegóricas
y la llu via de flores d esd e los balcones. "

Juan José Sebreli, “Los martinfierristas. su tiempo y el nuestro”, en Contorno,


número 1, noviembre de 1953.

“[...] la so cied a d . lib e ra l se d esp id e d e la vid a histórica, alegre y


su n tuosam ente, q u em a n d o fu eg o s de a rtificio y d esta p a n d o bo tella s de
C ham pagne. Se van p a r a siem pre, y ba ila n un tango fu n e r a r io p o r ú lti­
m a vez [...]
"E l d ía sig u ien te es e l triste a m a n ecer d esp u és d e l coito. L a a leg ría
se h a vu elto tedio, la b o rra ch era fa tig a y todos sien ten náuseas, p e s a ­
d e z d e ca b eza y un sa b o r a m a rg o en la boca. L a vio len cia p u ra m e n te
v e rb a l de los m a rtin fierrista s y a no tiene sen tid o fr e n te a la vio len cia
real d e la S ecció n E special. L a lib erta d de A lv e a r se h a tra n sfo rm a d o
en el Terror de Justo. Toda una g e n era ció n de escritores d eso rien ta d o s
se suicida p o r esos años: H oracio Ouiroga, L eopoldo Lugones, A lfonsina
Storni, E n riq u e M é n d e z C alzada, E n riq u e L oncán, E d m u n d o M ontagne.
O tros a b a n d o n a n la lite ra tu ra o se d e stie rra n v o lu n ta ria m e n te c o ­
m o S a m u e l G lusberg, o se d ed ica n a un a litera tu ra de evasión com o
B orges.
”[. - I L a g e n era ció n de 1930 d esp ierta en una a tm ó sfera esta n ca d a y
m uerta. L a s p a m p a s m eta física s y los herm o so s a rra b a les que d e sc u ­
b ría n los m a rtin fierrista s en sus excursiones turística s se h a n d e sv a n e ­
cido co m o la im a g en de un sueño. E n su lu g a r q u edan calles desiertas,
vacías, p o r donde, a l d e c ir de M a rtín e z E stra d a 'pasa p o r los edificios
sin s ilb a r el vien to m u d o de la p a m p a un viento inclem ente d e m uerte
que b a rre con todo. L o s so b revivientes de la catástrofre a d o p ta n una
a c titu d a co rd e con la circunstancia, la a c titu d severa y g ra v e de q u ie­
nes a ca b a n de e n terra r a un se r querido: es la g en era c ió n que ha s u fri­
do, vivid o y so b revivid o a la m u erte d e l lib era lism o burgués. ”

Juan José Scbrcli. M artínez Estrada: una rebelión inútil. Buenos Aires,
Palestra, 1960.
p ara m arcar lím ites Y el golpe del 6 de setiem bre fue un aconteci­
m iento lo bastante contundente com o para q u e se lo haya conside­
rad o una fro n tera decisiva, un nudo que c o n d en sa las crisis, m últi­
ples y concurrentes, que ag o taro n el ciclo de la A rgentina agroex-
portadora. Tan contundente, en su im pacto puntual y en sus deplo­
rables efectos políticos, que pareció legítim o trasladar sin m ás esos
efectos a la caracterización de la vida literaria. D e m odo que, así
com o una corriente historiográfica elaboró u n a im agen m onolítica
de los años trein ta que se resum ía en la fó rm u la “década infam e” ,
en los estudios literarios es posible en c o n trar todavía tan to esa
m ism a denom inación com o la repetición acrítica de las evaluacio­
nes que conlleva. Así, en 1986, el crítico inglés John K ing señaló
que el período com prendido entre los años tre in ta y com ienzos de
los cuarenta “ suele no ser to c a d o p o r los críticos, que lo conside­
ran un período yerm o, entre la vanguardia de los veinte y el ‘b o o m ’
de finales de los cincuenta y los sesenta” , y en 1996 la conocida
revista literaria T ram as dedicó un núm ero a la época y lo tituló,
sin conflicto aparente, “L a d écada infam e” .

Una condensación del estereotipo

E n el prim er núm ero de la revista C o n to rn o , aparecido en 1953,


Juan José Sebreli planteó con ejem plar eficacia retó rica los luga­
res com unes de una visión que co n traponía “los locos años vein­
te ” a “los tristes tre in ta ” . E sa evaluación disfórica no era aislada:
m uestra un fúerte parecido de familia con las que elaboraron otros
m iem bros de su generación, desde D avid V iñas a H é c to r A lvarez
M urena, y el m ism o Sebreli la retom ó p o c o después en su prim er
libro. En construcciones com o éstas, el im pacto general del cu a­
d ro prevalece po r sobre la precisión de los datos. N o es sencillo,
p o r ejem plo, saber con exactitud a qué se cto res se refiere Sebreli
cuando alude a una “ sociedad liberal” que se aleja al com pás de un
“tan g o funerario” . P o r otra parte, se podrá n o tar que las calles de­
siertas y vacías que im agina son las m ism as que en esos años A rlt
m ostró en sus A g u a fu e r te s atestadas de g e n te y sacudidas p o r el
estrépito de las reform as vertiginosas del intendente D e Vedia y
M itre. E n lo que hace a la vida literaria, tam p o c o sería sencillo
verificar si la tasa de suicidios entre escrito res fue en esa década
efectivam ente m ás alta que en otras, o si las m otivaciones de los
suicidas obedecían a una idéntica desazón provocada po r la crisis
del orden político. Y si bien A lfonsina Storni se suicidó en 1938,
en 1934 había escrito M u n d o d e sie te p o z o s , y el año de su m uerte
M a s c a r illa y tréb o l, que resultaron sus libros m ás renovadores.
En fin, si se requiriera exactitud habría que detenerse en las raz o ­
nes puntuales del “d estierro ” de G lusberg, o discutir la hipótesis
de un refugio de B orges en la literatura de evasión, y hasta la n o ­
ción m ism a de “ literatura de evasión” .
El poder persuasivo de esta construcción no deriva de la solidez
de sus argum entos sino de la destreza con que utiliza las figuras
del carnaval y de la fiesta, de fuerte carga sim bólica y larga trad i­
ción literaria, para refo rzar un sentido com ún ya sedim entado. Es
perfectam ente lícito utilizar en un ensayo crítico los recu rso s de la
retórica y acudir a tó p ico s prestigiosos. M ás aún: si se proyectara
esta im agen de los años treinta a un escenario m ás am plio, sería
posible en co n trar en la literatura de o tro s países, incluidos los E s­
tad o s U nidos, insistentes alusiones a los efectos de m iseria m ate­
rial y m oral que la crisis económ ica de 1929 proyectó sobre los
años siguientes. P o r o tra parte, el retro ceso de las dem ocracias en
O ccidente era un d ato irrefutable. Y hacia el final de la década, el
estallido de la guerra en E uropa bastaría para acreditar ese senti­
m iento generalizado de catástrofe que term inó invadiendo a b u e­
na parte de la intelectualidad occidental.
Tener en cuenta este panoram a ayudaría a d estrabar una visión
excesivam ente ensim ism ada en las d esv en tu ras locales, y a n o tar
que los grandes acontecim ientos políticos eu ro p eo s incidieron en
el cam po literario argentino y en buena parte de sus conflictos: en
los años treinta, a pesar del estalinism o, 1917 seguía alim entando
el im aginario de la R evolución; y el fascism o, la g u e rra civil e sp a ­
ñola, el nazism o y finalm ente la g u erra del ’39 dividieron p o sicio ­
nes de una m anera que, a p artir de m ediados de la década, se fúe
to rnando cada vez m ás tajante.

Para una crítica de lugares comunes

R evisar los lugares com unes no im plica ignorar el ju icio sobre


un p eríodo de la historia argentina que efectivam ente fúe, en m u­
chos sentidos, infam e, aunque sus excesos de fraude y r e p r e s i ó n
podrían parecer hoy m enos om inosos si se los j u z g a r a a la l u z de
las experiencias que siguieron a los golpes m ilitares de 1966 y
1976. Lo que se requiere es, en prim er lugar, cuestionar ese m eca­
nicism o que traslada rectam ente las evaluaciones de la esfera polí­
tica a la literaria. L uego, reponer algunos d ato s que perm itan d es­
m ontar las im ágenes sedim entadas y h acer visible el dinam ism o
de una vida literaria m ucho m enos paralizada de lo que se supuso.
A m bas cu estio n es están indisolublem ente ligadas.
L o prim ero exige reco n o cer la com plejidad de los tiem pos his­
tó ricos, irreductibles a los esquem as sim ples de décadas y g en era­
ciones, puesto que en cualquier segm ento que se reco rte coexisten
fenóm enos de ritm o y duración desiguales: algunos nuevos o em er­
gentes, o tro s ya asentados, que han alcanzado una colocación de
predom inio, o tro s que m antienen una presencia residual. Im plica
adem ás adm itir que no existe una sincronía absoluta entre los fe­
nóm enos politico-sociales y la evolución de los p ro ceso s cu ltu ra­
les y literarios. D esconociendo esos principios elem entales, se han
invocado algunas palabras recu rren tes en los títulos de obras re­
presentativas de los años treinta com o índice irrefutable del e sta ­
do de desazón que habría invadido a los escritores a consecuencia
de la situación política: “ soledad” , “ silencio” , “ infam ia” . L os títu ­
los: E l h o m b re q u e e s tá s o lo y espera. H is to r ia u n iv e rsa I d e la
in fa m ia , H o m b re s e n so led a d , L a b a h ía d e s ile n c io . .. E s hora de
revisar esos argum entos sim plistas, y para eso nada m ejor que un
breve exam en de esos textos.
A unque publicado en 193 1, E l h o m b re q u e e s tá so lo y e sp e r a ,
de Raúl Scalabrini O rtiz, participa de una sensibilidad claram ente
ligada al optim ism o m artinfíerrista, bastante m enos lúgubre de lo
que su título parece sugerir: com o ha señalado A dolfo Prieto, bas­
ta abrir el libro para com probar el optim ism o de su au to r acerca de
un destino am parado po r el “espíritu de la tierra” . M ás que un
resultado de la desazón p ro v o cad a por la crisis política, E l h o m b re
q u e e stá s o lo y e sp e r a es una resp u esta am able a ciertas im ágenes
críticas de la A rgentina y de los argentinos elaboradas por algunos
viajeros europeos, en particular las form uladas por O rtega y G asset
en “El hom bre a la defensiva” . P oco después de escribirlo, Scala­
brini O rtiz, lejos de abism arse en una espera solitaria (y tal vez
to cad o por ese ro b u sto “espíritu de la tierra” en cuyo influjo siem ­
pre confió), se incorporó a FO R JA e inició los trabajos sobre la
penetración del im perialism o inglés en la A rgentina que culm ina­
ron con la publicación de P o lític a b ritá n ic a e n e l R ío d e Ja P la ta
en 1936 e Historia d e lo s fe r r o ­
c a r r ile s a rg e n tin o s, cuatro años
m ás ta rd e . El su rg im ie n to de
FO R JA , a su vez, fue no sólo
prueba de la vitalidad del p en ­
sa m ie n to p o lític o : en el to n o
agresivo y hum o rístico de sus
p u b lic a c io n e s p e rs is te m u ch o
de un estilo que encuentra sus
antecedentes en dos célebres p u ­
b lic a cio n e s a n te rio re s, el d ia ­
rio C r ític a y la rev ista M a r tín
F ierro .
L os relatos de H is to r ia u n i­
v e r sa l d e la in fa m ia fueron ap a­
reciendo prim ero en la R e v ista
M u ltic o lo r d e lo s S á b a d o s, su­
p lem e n to de C r ític a , y lu eg o
R aúl Se (ilahrnii - >r„: /v publicados en libro p o r la ed ito ­
rial Tor en 1935. Inauguraron la
producción narrativa de B orges,
que continuó luego en las páginas de la revista S u r con los cuentos
que integraron E l ja r d ín d e se n d e ro s q u e se bifurcan, de 1941, y
F ic c io n e s, de 1944, publicados p o r la editorial Sur. P o r entonces
se inició tam bién la larga colaboración entre B orges y B ioy C asa­
res, y am bos escribieron ju n to s, con el seudónim o H. B u sto s
D om ecq, S e is p r o b le m a s p a r a d o n Is id ro P a ro d i, que Sur publicó
hacia 1942. T anto los sellos editoriales m encionados com o la cam ­
paña de prom oción del relato de aventuras, el policial y el fan tás­
tico que am bos em prendieron p o r esos años estarían indicando
algunas de las zonas de co n tacto posible entre la literatura culta y
los géneros de consum o popular, a contram ano de la opinión que,
críticam ente, los consideraba “escritores elitistas” . En esa cam pa­
ña deben inscribirse tam bién las antologías de cu en to s policiales y
fantásticos que am bos com pilaron con Silvina O cam po. E n tre los
tres, p repararon así el terren o para sus propias ficciones, que se
m aterializaron con la publicación, en 1937, de Viaje o lv id a d o , el
prim er libro de cuentos de Silvina O cam po, y en 1940, de la que
ha sido considerada la m ejor novela fantástica de B i o y C a s a r e s :
L a in v e n c ió n d e M o re !. M ás que el refugio e n u n a l i t e r a t u r a de

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evasión, los tex to s q u e B o r g e s y B i o y C asares escribieron en los
años treinta — tex to s de los que S u r fue vehículo privilegiado—
revelan una intervención polém ica fuerte en el cam po literario,
encam inada a disputar un espacio a las tendencias realistas y psi­
cológicas que consideraban dom inantes en la narrativa, rep resen ­
tadas po r escritores com o M anuel G álvez y E d u ard o M allea.
D esde u n a poética tributaria del realism o que confiere a sus
novelas cierta virtud docum ental, en H o m b r e s e n s o le d a d , publi­
cado en 1938, G álvez tem atizó con insistencia la soledad que aque­
ja ría a algunos seres especialm ente sensibles, en particular a los
escritores. P ero si se revisa ese docum ento im prescindible que son
sus R e c u e r d o s d e la v id a lite ra ria , que se publicaron entre 1961 y
1965, se advertirá que la profusión de actividades grem iales, edi­
toriales, institucionales y sociales que G álvez desplegaba en esos
años perm itirían poner en duda el v alo r testim onial de aquella
tem atización de la soledad, al m enos en lo que se refiere a su ca­
rrera de escritor.
E n cu an to a M allea, hizo del silencio un dram a central en su
ex ten sa literatu ra, p o r lo que sería erró n eo reducirlo a m ero re ­
flejo de u n a c o y u n tu ra histórica: el patetism o que d esplegó en
sus te x to s p rim eros p ersistió a lo largo del tiem po sin d em asia­
das variantes. E n rigor, L a b a h ía d e s ile n c io vino a c o ro n a r en
1940 u n a d é c ad a no tab lem en te e lo c u e n te en su tray ecto ria. D es­
pués del parén tesis que siguió a los C u e n to s p a r a u n a in g le s a
d e s e s p e r a d a , de 1926, publicó C o n o c im ie n to y e x p r e s ió n d e la
A r g e n tin a y N o c tu r n o e u ro p e o nueve años m ás tarde. L a c iu d a d
j u n t o a l r ío in m ó v il ap areció en 1936, y en los tre s años siguien­
tes lo hicieron H is to r ia d e u n a p a s ió n a r g e n tin a , F ie s ta e n n o ­
vie m b re y M e d ita c ió n en la co sta . En E l s a y a l y la p ú r p u r a (1941)
reunió algunos de los en say o s y co n feren cias que aco m p añ aro n
esa abu n d an te producción. P o r o tra parte, su co locación en el
cam po intelectual p arece haber e sta d o al abrigo de las fru s tra ­
ciones que aquejaban a sus personajes: con sus c arg o s en el su ­
p lem ento literario de L a N a c ió n y en la rev ista S u r, M allea o c u ­
pó p o siciones de p o d e r específicas de ese cam po, y es sabido
que su prestig io nacional e internacional su p erab a p o r e n to n ces
al de B orges.
A lgunos estudios históricos han destacado la apatía que se ha­
bría ap o d erad o de la vida política argentina en la década del trein ­
ta, com o consecuencia de la depresión económ ica, el fraude elec­
toral y la represión. C uando se aceptan esas caracterizaciones, re ­
sulta natural considerar que el correlato inevitable de esa apatía
fueran el silencio frente a las cuestiones políticas, la ausencia de
debates y la general decadencia de la vida intelectual. L os datos
disponibles, que indican una incesante actividad del m undo litera­
rio, perm iten poner en duda la segunda afirm ación. B anquetes,
cong resos internacionales de escritores, conferencias de visitantes
extranjeros, fundaciones de revistas y de editoriales, creación de
instituciones académ icas y artísticas, polém icas y o tra s m anifesta­
ciones culturales se sucedían, al m enos en B uenos Aires. D esde
m ediados de la década, ju n to con una cierta recuperación eco n ó ­
mica, los sucesos de la escena internacional contribuyeron a inten­
sificar ese dinam ism o: los avances del fascism o y del nazism o, el
giro de los partidos com unistas hacia los frentes populares, la p o ­
lítica del panam ericanism o, los sucesivos im pactos de la guerra
civil española y de la Segunda G uerra repercutieron con intensi­
dad entre los escritores, y en ese clima se insertaron los debates
nacionales sobre el filofascism o de los sectores gobernantes, la
represión, el fraude y los avances del clericalism o. Todo esto con­
firió a ese período un sesgo m uy característico, en el que cobraron
especial relieve dos tem as cruciales: la responsabilidad de los in­
telectuales y el lugar de la cultura en las m odernas sociedades de
m asas.

Revistas, editoriales y grupos

Las relaciones entre los autores, revistas, editoriales y públicos


que form aron la densa red en que se afirm ó la actividad literaria y
cultural de la década, exhibieron rasgos particulares. La revista
S u r, que se suele considerar heredera de la tradición liberal, se
fundó en 1931; FO R JA , el g rupo de jó v en es radicales cada vez
m ás orientado hacia un nacionalism o de sesgo populista, en 1935.
A unque am bas form aciones indican cam bios significativos en el
cam po intelectual, ocu p aro n posiciones antagónicas. Sin em bar­
go, los espacios no siem pre se reco rtaro n con esa nitidez. Así, los
nacionalistas Julio Irazu sta y E rn esto Palacio, m iem bros de la di­
rección de L a N u e v a R e p ú b lic a entre 1927 y 1932, y los católicos
L eopoldo M arechal y Francisco Luis B ernárdez, publicaron con
frecuencia en S u r hasta bien avanzada la década. Por su parte Bor-
ges, siendo un notorio integrante de S u r , colaboró en S o l y L u n a ,
revista nacionalista y pro franquista que se publicó entre 1938 y
1943.
En otro circuito, diversas em presas editoriales, desde Tor hasta
Claridad, form aban parte de un conjunto de proyectos que desde
los años veinte buscaban hacer llegar literatura culta con precios
accesibles a lectores pertenecientes a secto res m edios y popula­
res: un público nuevo, no tradicional, am pliado, entre otras raz o ­
nes, gracias a los resultados de la Ley de E ducación Com ún. C on
una intención similar, L eónidas B arletta fúndó en 1930 el Teatro
del Pueblo, a cuya financiación se ha dicho que contribuyó, entre
otros, V ictoria O cam po. Y entre 1936 y 1939 se incorporaron al
m edio literario tres grandes editoriales, L osada, Sudam ericana y
Santiago R ueda, que m ultiplicaron la difusión de autores naciona­
les y de traducciones, dando prestigio a la industria editorial ar­
gentina en to d o el m undo lector de habla española.
E n e so s añ o s se fu n d aro n
n u m ero sas rev istas literarias,
v arias de ellas situadas en lo
que genéricam ente se denom i­
C IA M D A D
na iz q u ie r d a : M e t r ó p o l i s
(1 9 3 1 -1 9 3 3 ), N e r v io ( 1 9 3 1 ­
1936), C o n tra (1933), C o lu m ­
n a (1 9 3 7 -1 9 4 2 ), C o n d u c ta
(1938-1943) y otras. C ontinua­
ro n p u b lic á n d o s e N o s o t r o s
(1907-1934; 1936-1943) y C la ­
r id a d ( 1 926 -1 94 1) . H asta 1937
siguió apareciendo Verbum , la
legendaria revista del C entro de
E stu d ian tes de Filosofía y L e ­
tras de B uenos Aires, y apare­
cieron o tra s nuevas, tam bién
vinculadas, aunque de un m odo
m enos directo, al ám bito uni­
E p o p e y a h e r o i c a del p u e b lo E s p a r t o l contra
versitario : L e tr a s (1930-1933), fascism o y la tiranía; por la libertad y la d ein o cr
M e g á fo n o (1930-1934). La re­
vista C riterio, fundada en 1928, Tapa de la revista Claridad, publicada en
se convirtió en el m edio m ás Buenos Aires en los comienzos de la guerra de
regular para la difusión de las España, julio de 1936.

341
posiciones del catolicism o nacionalista de derecha en el plano cul­
tural, y sobre to d o en el político.
De to d as estas publicaciones, la m ás significativa com o e x p o ­
nente de los cam bios en el cam po literario, p o r su proyecto y p o r el
prestigio que alcanzó, fue sin ninguna duda Sur. Las parcialida­
des y om isiones en que incurrió son bien conocidas, y leer la acti­
vidad literaria de los años treinta desde S u r no brinda un inventa­
rio exhaustivo. P ero ofrece a cam bio una perspectiva renovadora
de las grandes líneas que articularon la literatura culta en el p e­
ríodo.
E sta lectura de la literatura desde S u r perm ite form ular algunos
planteos. El prim ero indica que lo verdaderam ente representativo
del cam bio literario en esos años no fue, com o se ha repetido hasta
el hartazgo, el ensayo de tem a nacional. E ste tenía ya una larga
tray ecto ria en la literatura argentina, y los del trein ta constituyen
una inflexión particular de un desarrollo que había conocido o tro s
m om entos de alta densidad conflictiva, com o el rosism o o el C en­
tenario. P o r o tra parte, en esa inflexión, las im ágenes de la A rgen­
tina que prodigaron los visitantes extranjeros fueron tan to o m ás
m ovilizadoras que los efectos del golpe militar. U na segunda co n ­
sideración señala que lo m ás representativo del cam bio literario
en esos años fúe, en cam bio, el conjunto de transform aciones de la
narrativa, buena parte de las cuales se originaron en el co razó n de
S u r M allea, Silvina O cam po, B ianco, B ioy C asares y B o rg es fue­
ron, ju n to con R oberto A rlt, sus exponentes m ás relevantes. P or
últim o, o tro rasgo novedoso fue la intensidad de los debates polí­
tico-ideológicos g enerados p o r los conflictos de la escena interna­
cional, que tensionaron el entero cam po intelectual argentino has­
ta p roducir reagrupam ientos y dividir posiciones de un m odo has­
ta entonces inédito. D ada la centralidad que to d as estas cuestiones
adquirieron en sus páginas, cabe afirm ar que lo m ás rep resen tati­
vo de lo nuevo en esos años fúe, precisam ente, la aparición de Sur.

LA APARICIÓN DE SUR Y LAS TRANSFORMACIONES


DEL CAMPO LITERARIO

La revista S u r fúe fúndada p o r V ictoria O cam po, quien la finan­


ció con su dinero y la dirigió hasta su m uerte en 1979. El prim er
núm ero apareció en enero de 1931. Tenía unas doscientas páginas
de texto y veinte de ilustraciones en blanco y negro con impresión
de muy buena calidad. Costaba dos pesos. La cifra no parece exce­
siva, si se piensa que el precio promedio de novelas exitosas com o
D o n S e g u n d o S o m b r a o L a g lo r ia d e d o n R a m iro era de dos pesos
con cincuenta centavos. Presentaba un rasgo novedoso: el consejo
de redacción integrado por escritores locales se complementaba
con un consejo extranjero. L o s integrantes de ambos pertenecían
al círculo de relaciones personales de O cam po, y los argentinos
tenían además lazos familiares o am istosos entre sí.
El sesgo a la vez exclusivo y cosm opolita que revelaba esa con­
figuración no era un g esto vacío. Se repetía en las firm as de los
co lab o rad o res y perm ite explicar el sum ario del prim er núm ero,
ya que buena parte de los m ateriales que lo form aban eran tra d u c ­
ciones, te x to s vinculados con viajes, com entarios sobre tem as y
figuras clave de diversas ram as de la cultura m oderna eu ro p ea y
n o rte a m e ric a n a (P ic a s s o , A n s e rm e t, G ro p iu s , S tie g litz , L e
C orbusier, el lenguaje del cine). Tam bién aparecían varias cartas
cruzadas entre argentinos y extranjeros, com o la de V ictoria O cam ­
po a W aldo F rank que inaugura la publicación, o la de D rieu La
R ochelle a los m iem bros del consejo argentino. El conjunto in­
cluía algunos ensayos de tem a latinoam ericano y dos co laboracio­
nes del B orges to d av ía criollista. L o s cruces entre lo am ericano y
lo extranjero se reiteraban en las ilustraciones: reproducciones de
pintura contem poránea y de estam pas tradicionales, fotografías
de paisajes argentinos y latinoam ericanos, del te a tro de G ropius,
de inscripciones de carros.
A unque S u r no anunció sus p ro p ó sito s con algún m anifiesto u
o tro tipo de presentación convencional, el conjunto ofrece el es­
bozo de una concepción de la cultura y el anticipo de un program a.
C om o si se dijera: no es posible construir nada verdaderam ente
nuevo en el encierro de una sola cultura y una sola lengua; para
e n co n trar la v o z propia, es indispensable m antener una relación
activa con to d o el ám bito am ericano y con E uropa; es necesaria
una m ediación para interp retar lo m ejor de la cultura m oderna, y
esa tarea está reservada a ciertos grupos especiales de personas. A
lo largo de su extensa trayectoria, S u r fue singularm ente fiel a ese
proyecto tácito.
Es posible encontrar ciertas continuidades entre S u r y P roa, una
revista representativa de las módicas vanguardias de los veinte.
Pero si se compulsan los elencos de nombres se comprobará rápi­
dam ente que son p o c o s los
anim adores de revistas v an ­
guardistas que se incorpora­
ron efectivam ente a S u r. Por
otra parte, aunque no es sen­
cillo aco tar una tradición só ­
lida en nuestro pobre libera­
lism o, con ella com partió S u r
ciertas actitudes laicas y una
concepción abierta de la cul­
tura. P ero ninguna de estas
e x p lic a c io n e s re s u lta s u fi­
ciente para dar cuenta de la
especificidad de esta form a­
ción cultural.

Victoria Ocampo
y su público

L a em ergencia de S u r obe­
d e c ió a u n a c o n fig u ra c ió n
nueva, en la cual el dinero y
I letona Ocampo junto a Ortega y Gasset.
Madrid. 1929. el capital social de V ictoria
O cam po resultaron tan deci­
sivos com o la consolidación
de la autonom ía relativa del cam po literario y la form ación de un
nuevo secto r de público culto. C om o se ha visto, hacia 1930 con­
tinuaban m ultiplicándose las instituciones, publicaciones y activi­
dades que brindaban a los escritores m ayor cantidad de espacios
con m ecanism os internos de legitim ación para desarrollar sus ca­
rreras. Junto a eso, se puede d etectar la paulatina aparición de un
secto r nuevo de público, pequeño pero capaz de apreciar una pu­
blicación que pusiera a su alcance las novedades de la literatura y
el arte m odernos. C om o tantas veces lo ha m ostrado la historia de
la literatura, cada am pliación del público genera alguna divisoria.
En este caso, se trataba de un proceso resultante del crecim iento
cualitativo del público lecto r que la m ovilidad social ascendente,
desde fines del siglo X IX , había ayudado a constituir. Se habían
alcanzado así ciertas condiciones de posibilidad para una publica­
ción distinta de las existentes, que cristalizaron en torno de la fi­
gura nuclear de Victoria Ocampo.
O cam po no había participado de los m ovim ientos de van g u ar­
dia y ni siquiera ocupaba una posición em inente en el cam po lite­
rario, a pesar de que O rteg a y G asset había publicado su ensayo
D e F r a n c e s c o a B e a tr ic e en la R e v ista d e O c c id e n te . P ara ese tra ­
bajo, O cam po había buscado la aprobación de G roussac y de Á n­
gel de E strada, dos elecciones bien reveladoras, por lo tradiciona­
les, de las diferencias entre la debilidad de su colocación en el
cam po literario y la solidez de una posición social, que le facilita­
ba el acceso a espacios y pro tag o n istas de reconocido prestigio
dentro y fuera del país. P recisam ente el origen social de V ictoria
O cam po y de o tro s m iem bros del grupo fue con frecuencia m otivo
de críticas descalificadoras que encasillaron a S u r com o órgano
cultural bien de la oligarquía, bien de los gob iern o s surgidos del
golpe del treinta, una lectura m uy prim aria que sin em bargo no ha
dejado de reiterarse hasta hoy.

Definiendo el rumbo

S u r se anunció com o revista trim estral, pero entre 1930 y 1935


aparecieron solam ente nueve núm eros. Al final del núm ero 8, de
setiem bre de 1933, una “ notícula” inform aba sobre la creación de
la editorial Sur. L o s testim onios afirm an que con esa em presa se
tratab a de absorber las pérdidas que arrojaba la revista, pero ese
propósito, lejos de desvirtuar el proyecto de S u r, tendió a afirm ar­
lo. L o s planes de la editorial incluían colecciones de literatura ar­
gentina y “la publicación de o bras extranjeras que revistan para
nuestro público un interés p articular” . Se inició así la reconocida
actividad editorial que confirió al g rupo Sur un prestigio que tra s­
cendió las fro n teras nacionales, uno de cuyos pilares fue, ju n to al
acierto de m uchas elecciones de au to res m odernos, el cuidado por
la calidad de las traducciones. E n la m ism a “ notícula” se realizaba
un diagnóstico severo de las condiciones de la vida intelectual, y
se postulaban explícitam ente la p rom oción de nuevos v alores y el
rechazo de la cultura oficial com o vías de corrección de la reinan­
te “m iseria del espíritu” . E n esta breve declaración asom aba lo
que fue el co razó n de la ideología del g rupo Sur: la convicción de
que el m antenim iento de los v alores culturales era responsabili­
dad de unas “m inorías selectas” (para recu p erar la expresión de
O rteg a y G asset), alejadas de los espacios del poder. E n el m ism o
num ero, un artículo de Leo Ferrero, “C arta de N orteam érica, cri­
sis de ‘elites’” , se inscribía en esta línea, que p o r o tra parte ya se
había perfilado en núm eros anteriores.
A p artir del núm ero 10, de julio de 1935, S u r hizo un cam bio
decisivo: se convirtió en revista m ensual, m odificó su form ato y
redujo su precio a la m itad, sin que se diera ninguna explicación
sobre las razones precisas que llevaron a este giro tan llam ativo.
L o cierto es que com enzó entonces el período de m áxim o esplen­
do r de S u r, que habría de p rolon garse hasta bien avanzada la déca­
da del cincuenta.
C ada vez m ás alejada del cam po del p o d er y de la cultura ofi­
cial, se convirtió en la revista literaria m ás prestigiosa de la A rgen­
tina y quizá de A m érica Latina. F ue reconocida y elogiada en re­
vistas de diversas tendencias, com o N o so tro s, C o lu m n a , C o n d u c ­
ta y Verbum , y publicar en sus páginas llegó a ser para m uchos un
factor de consagración. A unque a m enudo fue atacada desde la
derecha católica, varios nacionalistas, com o ya se dijo, escribie­
ron en ella casi hasta fines de los treinta. A ños después, Julio
Irazusta evocó en sus M e m o r ia s la “osadía de espíritu” con que
O cam po “ abrió las p u ertas de su gran publicación a la tendencia
que significaba el m ayor desafío a las ideas recibidas acerca de la
historia nacional” . R ecordaba, casi con seguridad, la elogiosa re­
seña de su E n s a y o so b re R o s a s que escribió R am ón Dolí, en la
que éste desplegó una ácida crítica a los “ escritores europeizados”
que vivían “de espaldas al país” (en alusión a unas célebres pala­
bras de V ictoria O cam po), vinculados con la para él abom inable
trad ició n liberal.
L a “osadía” elogiada p o r Irazu sta fue m uchísim o m enor con los
escritores de izquierda, p ero la larga perm anencia en S u r de dos
izquierdistas tan atípicos com o W aldo F rank y M aría R osa O liver
sugiere que las razones de este tra to diferente tenían m ás que ver
con la colocación social y las disposiciones culturales que con las
divergencias o afinidades políticas. N o obstante, en 1932 S u r pu­
blicó la nota de Elias C astelnuovo “L a vida de los escritores en la
U R S S ” , una decisión bien ilustrativa de las v acilaciones ideológi­
cas que experim entaba la intelectualidad. O tra nota significativa
en relación con las em presas culturales de la izquierda local fue el
elogio entusiasta de la tray ecto ria y los objetivos del T eatro del
Pueblo que escribió Eduardo G onzález Lanuza en 1939, cuando
esa compañía puso en escena el O r fe o de Jean Cocteau.

Los escritores de Sur


A dem ás de V ictoria O cam po, los escritores argentinos m ás re ­
presentativos en la prim era etap a de S u r fueron E duardo M allea y
Jorge Luis Borges. José B ianco, que desde 1938 ocupó el cargo de
secretario de redacción, Silvina O cam po y A dolfo B ioy C asares
no gozaban p o r entonces del reconocim iento que alcanzaron d es­
pués. Ni sus posiciones estéticas, ni sus respectivas colocaciones
en el cam po literario y en la propia revista eran idénticas. P ero p o r
sobre las diferencias resulta evidente, pese a las diatribas de Dolí,
la com ún preocupación p o r la literatura nacional, p o r sus trad icio ­
nes, su presente y sus relaciones con el conjunto de la cultura occi­
dental. La prim era colaboración de B ianco en S u r, un ensayo so­
bre las obras de M allea de 1936, revela claram ente este lazo: Bianco
reivindicaba el derecho de los e scrito res argentinos a nutrirse de
tem as eu ro p eo s y rechazaba sin am bages las soluciones ce rra d a ­
m ente nacionalistas.
M ientras tanto, B orges iba to m an d o cierta distancia de los te ­
m as criollistas que había d esplegado en los prim eros núm eros, para
o rientarse hacia la reform ulación de su poética: en la revista se
m ultiplican sus no tas sobre cine, sobre preceptiva, sobre el poli­
cial, sobre C hesterton, sobre W ells... El resultado de este derro tero
fúeron los dos prim eros cu en to s que a fines de la década aparecie­
ron en S u r. “P ierre M enard, a u to r del Q uijote” y “Tlón, U qbar,
O rbis T ertius” . L as colaboraciones de B orges en la segunda m itad
de los años treinta m uestran que S u r fúe un verdadero laboratorio,
donde ensayó a la vez la construcción de su p o ética del relato y el
pasaje a la ficción narrativa, que finalm ente resultó decisivo para
su co n sag ració n internacional.
E ntre los escritores extranjeros que publicaba S u r p redom ina­
ron tre s perfiles que a veces se superpusieron: aquellos que intere­
saba introducir y trad u cir p o r su novedad o su relevancia no sola­
m ente literaria, com o D. H. L aw rence o V irginia W oolf; los que
sostenían posiciones políticas pacifistas y antifascistas afines a las
del grupo, desde A ldous H uxley a Jacques M aritain; y los que p er­
tenecían a esa categoría de visitantes extranjeros tan productiva
para la literatura argentina que llam am os genéricam ente “ los via­
je ro s” . D esde A nserm et hasta R oger Caillois, pasando p o r Drieu
La Rochelle, M étraux e incluso A lfonso Reyes, estos “viajeros”
constituyen una presencia co n stan te en las páginas de la revista:
de una u o tra m anera incorporaban las perspectivas que la m irada
del otro ap o rta a la com prensión de lo propio, algo consustancial a
la concepción de la cultura im plicada en el proyecto de Sur. Entre
esos viajeros, los m ás conspicuos fueron W aldo Frank, O rteg a y
G asset y H erm ann Keyserling. Los dos prim eros form aron parte
del consejo extranjero y ocuparon un lugar destacado en el relato
canónico de los orígenes de S u r, tal com o fue elaborado po r V icto­
ria O cam po desde el prim er núm ero y perfeccionado luego po r
ella m ism a en los núm eros de aniversario de la revista.

LA ARGENTINA QUE VIERON LOS VIAJEROS Y EL


ENSAYO DE TEMA NACIONAL

L os viajeros eu ropeos form an parte de la tradición cultural ar­


gentina y tuvieron siem pre una repercusión m uy amplia. C om o ha
d em ostrado A dolfo Prieto, desde el siglo X IX las im ágenes de la
A rgentina que brindaron los viajeros alcanzaron una proyección
relevante en num erosos tex to s fundam entales de la literatura na­
cional. E n las prim eras décadas del siglo X X , sus visitas eran p ro ­
fusam ente difundidas p o r la prensa, sus conferencias constituían
acontecim ientos m ultitudinarios, sus libros se discutían en num e­
rosas publicaciones. En los años veinte, A rturo C ancela esbozó en
L a N a c ió n los prim eros capítulos de lo que sería su breve saga
satírica sobre los visitantes extranjeros, que culm inó con la publi­
cación, en 1944, de H is to r ia fu n a m b u le s c a d e l p r o fe s o r L a n d o rm y.
El golpe de 1930 intensificó la necesidad de v olver a reflexionar
sobre m ales de la nación en una línea cuyos antecedentes m ás ilus­
tres se rem ontaban al F a c u n d o . Pero otro desencadenante tanto o
m ás p o deroso que el golpe para esas reflexiones fueron las im áge­
nes de la A rgentina construidas por los viajeros. Fueron esas im á­
genes las que inspiraron no p ocos de los tó picos del ensayo llam a­
do del “ ser nacional” .
O rtega y sus circunstancias

O rteg a y Gasset ganó sus palm as de “viajero” en las exitosas


visitas que hizo a la A rgentina en 1916 y en 1928. L os tex to s clave
fueron su conferencia “ Im presiones de un v iajero” y algunos ar­
tículos publicados en L a N a c ió n y en E l E s p e c ta d o r . “C arta a un
jo v e n argentino que estudia filosofía” , “La pam pa... prom esas” y
“El hom bre a la defensiva” . L os espejism os de la pam pa, con sus
prom esas no cum plidas, y los rasgos del carácter argentino que
O rtega hizo d erivar de ese paisaje singular, incluido el tipo nacio­
nal del “g u aran g o ” , ingresaron en el copioso rep erto rio de im áge­
nes y m ateriales ideológicos de R a d io g r a fía d e ¡a p a m p a , que M ar­
tínez E strad a publicó en 1933. D espertaron adem ás una serie muy
extensa de réplicas, algunas de ellas indignadas, entre los escrito ­
res m ás diversos, desde F rancisco R om ero a M anuel Gálvez.
L a m ás célebre de esas réplicas fue E l h o m b r e q u e e s tá s o lo y
e s p e r a . S calabrini O rtiz a n o tó allí con ingenio: “L a pam pa le
ju g ó una m ala p asad a a O rteg a y G asset. Le hizo creer en p ro m e ­
sas. Se llenó de espejism os p ara en g añ arlo ” . L a cita brinda una
clave im plícita en las tesis de Scalabrini: O rte g a no llegó a v e r al
v e rd a d e ro ho m b re argentino. N o es “ el hom bre a la defensiva” ,
sino el que p rac tic a el cu lto de la am istad m asculina en el e sp a ­
cio ritual del café. N i el afán de lucro ni la d ev o ció n a un E stad o
sobredim ensionado, dos rasgos criticados po r O rtega, pueden apli­
carse a ese a rg e n tin o esencial que es, fundam entalm ente, un so ­
brio d e m o le d o r de espejism os. Sus sen tim ien to s y em ociones
o p o n d rían una se cre ta red o rgánica al espíritu de facto ría de la
sociedad a b stra c ta y aluvial que criticaba O rtega. “N o es ex trañ o
— co ncluía S calabrini— que los ho m b res m ás seriam en te clasi­
ficados en la v id a social no sean ex p o n e n te s de la invisible p ul­
sación p orteña. Al H om bre de C o rrien tes y E sm eralda es raro
e n c o n trarlo en las altas e sfe ras.” P o r estas vías, Scalabrini in tro ­
dujo en su ensayo un tó p ic o que iba a ser clásico del nacionalis­
m o populista: el an tiin telectu alism o . A firm ó que el intelectual
“ no esco lta el espíritu de la tierra, no lo ay u d a” , y que O rtega,
ro d ea d o p o r su p u e sto s intelectuales, “ no pudo respirar esa a t­
m ósfera de la ciudad que tan fu ertem e n te exhalaban las clases
populosas, el so p lo de la m uchedum bre en que se licúa el H o m ­
bre de C o rrien tes y E sm erald a” . En pocas palabras, el v e rd a d e ro
hom bre argentino no sería un p ro d u cto de la pam pa sino de la
ciudad, y sin em bargo, a b so lu ta m e n te im buido del “ espíritu de
la tie rra ” .
A unque no escribió prácticam ente nada en S u r, la presencia de
O rteg a gravitó en los com ienzos, y es conocida la anécdota de su
intervención para decidir el nom bre de la revista. Esa presencia se
hizo visible en el núm ero 2, aparecido en 1931, con una extensa
nota de Francisco R om ero sobre L a re b e lió n d e la s m a sa s. El tem a
del libro había sido ju stam en te el de las conferencias de 1928 en
B uenos Aires. D espués de ironizar sobre los viajeros, haciendo de
ellos “uno de los artículos de im portación que m ás caros paga el
país... del cual la vanidad nacional hace buen consum o” , R om ero
reconocía que las críticas de O rteg a rom pían con “las reglas táci­
tas de ese tráfico habitual” . P ero si bien el tem a de la irrupción de
las m asas era crucial en la problem ática de los años treinta, R om e­
ro desplazaba el acento hacia una cuestión conexa: la m ayor res­
ponsabilidad que esa irrupción exige de las m inorías. “L as m ino­
rías — decía— , que tienen a su cargo p ro p o n er program as y fines a
la m ayoría, tienen que com enzar p o r reform arse ellas m ism as ante
ese hecho nuevo que es la presencia desconfiada y constante de la
m u chedum bre.”
L a autoexigencia que se requiere de las m inorías rectoras, tal
com o la había planteado O rteg a y G asset, fue uno de los co m p o ­
nentes centrales de la concepción del intelectual que se perfiló en
Su r. Su resonancia no se ag o tó allí. Junto con la visión de las “ dos
E spañas” , la “ oficial” y la “vital” o auténtica, o rientó los planteos
m ás característicos de H is to r ia d e u n a p a s ió n a rg en tin a , que fue­
ron la necesidad de una “exaltación severa de la vida” (casi un eco
de la “ severa exigencia” que recom endaba O rteg a en la “C arta a
un jo v en arg en tin o ...” ), y la célebre distinción de M allea entre la
argentina “visible” de las apariencias y la A rgentina “invisible” de
la realidad profunda.
C uando en 1955 m urió O rtega, S u r le dedicó un núm ero de ho­
m enaje. Allí V ictoria O cam po reconoció o tra deuda de S u r para
con él: el m odelo que le había brindado la R e v is ta d e O c c id e n te ,
q u e O r te g a h a b ía f u n d a d o en 1923 c o n el p r o p ó s i t o de
desprovincianizar a E spaña conectándola con E u ro p a y realizando
un am plio program a de traducciones.
D ivergencias estéticas y políticas

Las ideas estéticas de O rteg a no m erecieron p o r entonces nin­


gún análisis en las páginas de S u r. C om o él m ism o advirtió, des­
pués de la efervescencia artística de los años iniciales de la prim e­
ra posguerra, el interés del m undo se había desplazado hacia lo
político-social. P ero si bien se mira, algunas de las ideas sobre el
arte contem poráneo que había form ulado en los años veinte en L a
d e s h u m a n iz a c ió n d e l a r te , au n q u e p a recen m ás d e u d o ra s del
esteticism o del siglo X IX que de las poéticas de las vanguardias,
m uestran ciertas coincidencias con las que B orges exponía pro fu ­
sam ente en sus ensayos y artículos de los años treinta, cuando plan­
teab a y ejecutaba el rechazo del naturalism o, la autonom ía de la
obra de arte, la voluntad de form a, la ironía. Sin em bargo, ese
form idable cam peón de la arbitrariedad que fue B orges prefirió
ensañarse con las hipótesis de O rteg a sobre la novela del siglo
XX. E s que esas hipótesis — aflojam iento de la tram a, minimización
del argum ento, interiorización, exploración de psicologías im agi­
narias— contrariaban su preceptiva sobre el arte narrativo, que
adem ás de privilegiar las form as breves, prescribía la c o n stru c ­
ción rigurosa de la tram a y el rechazo del psicologism o.
H ubo episodios aún m enos arm oniosos. E n 1938, a raíz de una
intervención en que O rtega condenó la piratería editorial y llamó a
los chilenos “ araucanos forajidos” , denunciando el “ fondo de in­
m oralidad” del alm a de los hispanoam ericanos, la A lianza de los
Intelectuales de Chile para la D efensa de la C ultura, que presidía
Pablo N eruda, le reprochó su “verg o n zo so silencio” frente a la
g u erra civil española. Al año siguiente, en su te rc e r viaje a la A r­
gentina, O rtega se retiró del C om ité de C olaboración de Sur. Es
probable que haya sido p o r su desacuerdo con una nota m uy ácida
publicada en la sección “C alendario” sobre S o l y L u n a , la revista
pro franquista de la derecha católica. P ero m ás allá de lo anecdóti­
co, episodios com o ésto s revelan la fuerte polarización que habían
introducido en el cam po intelectual los acontecim ientos políticos
europeos. Tam bién en 1939 O rteg a pronunció un discurso en la
celebración del X X V aniversario de la Institución C ultural E sp a ­
ñola. P o r un lado, apoyó sus afirm aciones sobre la indestructible
rela ció n e n tre la A rg en tin a y E sp a ñ a en los a rg u m e n to s que
Ibarguren, quien lo había precedido en el uso de la palabra, “acaba
egregiam ente de espum arnos” ; p o r el otro, saludaba efusivam ente
al fundador de la Institución C ultural, el m édico español republi­
cano Avelino G utiérrez, una presencia incóm oda para los franquis­
tas y los nacionalistas hispanófilos com o Ibarguren, que c o n tro la­
ban en esos años la Institución.
El alejam iento de S u r parece haber coincidido con un cierto
acercam iento de O rteg a a los sectores de la derecha nacionalista;
ésta a su vez hizo un uso discrecional de las ideas orteguianas so ­
bre las m inorías rectoras, para reforzar sus concepciones jerá rq u i­
cas y autoritarias de la sociedad. E n años anteriores, O rtega había
sido bastante crítico con los nacionalism os restauradores europeos
y con el fascism o, y había denunciado com o un rasgo definitorio
de este últim o el m enosprecio por la legitim idad. Su actitud frente
a los totalitarism os de los años trein ta y sus relaciones con el
franquism o son todavía hoy objeto de controversias. L o cierto es
que en 1942, cuando O rtega decidió regresar a E u ro p a y finalm en­
te a E spaña, fueron m uchos los intelectuales liberales, republica­
nos y antifascistas que m anifestaron su decepción, en algunos ca­
sos con virulencia. En ese m ism o año W aldo Frank, o tro viajero
vinculado con S u r, fue declarado persona no grata po r el gobierno
argentino y atacado en B uenos A ires po r un com ando nacionalis­
ta. El co n trap u n to m uestra con bastante claridad algunos de los
cam bios y enfrentam ientos en lo que el m ism o F rank llam ó “la
jungla de pensam iento caótico que caracterizó a esa década” .

W aldo Frank

V ictoria O cam po siem pre le asignó a F rank un papel p ro ta g ó -


nico en la p atern id ad de S u r y le o to rg ó un reco n o cim ien to inva­
riable pese a las d iferencias que los fu ero n sep aran d o , d erivadas
de la adhesión de F ran k al socialism o. F ran k publicó asid u am en ­
te en S u r y su nom bre in teg ró to d o s los co nsejos y com ités de
c o la b o rad o re s de la revista hasta su m uerte, en 1966. A dem ás de
los ensayos de ideas sobre las cu estio n es m ás can d en tes del p e­
ríodo, escribió algunos artículos n otables que dieron a co n o c er
al público de habla esp añ o la nom bres v alio so s de la litera tu ra
n o rteam erican a co n tem p o rán ea. Sin em bargo, en varias o c a sio ­
nes O cam po m anifestó sus dudas acerca de que S u r fuera lo que
F ran k había im aginado, y en sus M e m o r ia s F rank señaló a su vez
la distancia en tre su p ro y ecto de rev ista com o un organism o cul-
tural que reuniera las p artes dispersas de A m érica, y lo que O cam ­
po había hecho con él.
R esulta algo difícil en tender hoy la enorm e celebridad que ro ­
deó a Frank en sus visitas a A m érica Latina. Ella se debió tal vez a
que A m érica L atina siem pre o cu p ó un papel privilegiado en las
fusiones que Frank im aginaba para satisfacer el anhelo, no d em a­
siado original, de recu p erar una arm onía orgánica que el capitalis­
m o y la m áquina habrían d estru id o en el m undo m oderno. Frank
proponía salidas que a veces describió com o una recuperación de
la organicidad m edieval y o tra s llam ó “ com unism o integral” . En
los años treinta, ten tó varios cam inos para llevarlas a la práctica,
entre ellos el acercam iento al P artid o C om unista y al sindicalism o
estadounidense. En el interior de ese im pulso no exento de visos
m esiánicos, la unión de los países de la A m érica H ispana y la inte­
gración entre las A m éricas del N o rte y del Sur resultaban una pie­
za indispensable. L o s sujetos activos de la realización de esa ver-

II altlo hrank (de pie en el centro), en la Sociedad tle . irte Sativo, donde se le
ofreció una audición de hades v cantos autóctonos, noviembre de 1929.
dadera u n ió m ístic a del m undo hispanoam ericano debían ser, a su
juicio, los intelectuales.
El p ro tagonism o que F rank asignaba a las m inorías intelectua­
les no se lim itaba a este papel encam inado a restau rar unidades
cósm icas. Tam bién denunció, en una línea paralela a la de o tras
voces representativas de la época, com o la de Julien B enda, la
responsabilidad que les to ca b a en los m ales del presente. El título
de un artículo publicado en S u r lo decía brevem ente en 1940:
“N u e stra culpa en el fascism o” . Sin em bargo, su confianza en la
benéfica fuerza latente de las m inorías culturales nunca dism inu­
yó. E n 1942, F rank predicaba en B uenos A ires “la guerra pro fu n ­
da” co n tra el capitalism o y el m undo m oderno, y solía iniciar sus
discursos llam ando a sus oy entes “herm anos y herm anas” ; en esa
fecha afirm aba: “Y he aquí lo que digo: que una m inoría dentro de
una m inoría, teniendo de su parte la conciencia del destino del
hom bre, puede salvarse; y puede salvar el m undo” . E stas v etas de
su pensam iento generaron respuestas entusiastas en la intelectua­
lidad argentina y latinoam ericana.
Un docum ento invalorable de esas respuestas es el volum en
W aldo F r a n k in A m e r ic a F lispana, editado en 1930 po r el Instituto
de las E spañas en los E stad o s U nidos. R eúne colaboraciones de
los intelectuales m ás d estacados del continente y testim onios pe­
riodísticos del inm enso éxito que tuvieron las conferencias que
F rank pronunció en su gira de 1929. A unque un prefacio institu­
cional declara explícitam ente el c a rá c te r no oficial del viaje, el
prólogo que abre el libro lo celebra com o parte de las estrategias
necesarias para acom pañar las crecientes inversiones de los E s ta ­
dos U nidos en A m érica L atina con p ro d u cto s culturales destina­
dos a las m inorías intelectuales, m ás refinados que el cine y capa­
ces de rev ertir la “yankifobia” inducida p o r escritores com o D arío
y R odó. F a lta b a n un o s p o c o s años p a ra que las po líticas del
panam ericanism o se to rnaran m ás activas, pero de to d o s m odos
en 1929 F rank parecía lejos de reunir las condiciones de un em isa­
rio ideal, pues apenas term inó de escribir A m é r ic a h isp a n a en 1931,
cum plió con el rito em blem ático de los intelectuales de izquierda
de ese período, y viajó a la U nión Soviética. N o obstante, com o ha
puntualizado John King, su viaje a A m érica L atina de 1942 fue
financiado p o r la Oficina del C oord in ad o r de A suntos Interam eri­
canos, creada por N elson Rockefeller, en la que trabajó algunos
años M aría R osa Oliver.
L a prim era visita de Frank a la A rgentina fue prom ovida po r el
e ditor Sam uel G lusberg y co n tó con los auspicios del Instituto
C ultural A rgen tin o -N o rteam erican o y de la F acultad de Filosofía
y L etras de la U niversidad de B uenos Aires. L os m ateriales rec o ­
gidos en la publicación del In stitu to de las E spañas perm iten ap re­
ciar la am plitud del arco ideológico que abarcaban las adhesiones
a Frank, desde una elogiosa nota de Julio Fingerit publicada en
C r ite r io , h a sta e n sa y o s de Ju a n M a rin e llo y de Jo sé C a rlo s
M ariátegui, o artículos en C r ític a y en L a N a ció n .
U no de los te x to s m ás sorprendentes de esa recopilación es el
poem a “A W aldo F rank” , de M artín ez E strada, que se había publi­
cado en la revista de G lusberg, L a Vida L ite ra ria . U na alusión a
W alt W hitm an, “ ¡Oh capitán, mi capitán!” , abre el poem a, y des­
pués de esa salutación llama a los escritores a sum arse a un ejérci­
to “joven, altruista y veraz” que recorrería to d a A m érica en una
cruzada que p arece anim ada p o r un espíritu de regeneración v an ­
guardista. El optim ism o de eso s v ersos de 1929 contrasta vivida­
m ente con las “espléndidas am arguras” , com o las calificó B orges,
de R a d io g r a fía d e la p a m p a , de 1933. Sin em bargo, las huellas de
F rank son evidentes en algunas proposiciones nucleares de M artí­
nez E strada. U na de ellas es la visión del m estizaje com o un facto r
negativo de resentim iento y de conflicto; otra, la atribución de un
efecto de alejam iento de la realidad a la pam pa; luego, la chatura
de B u en o s A ires y la pen etració n en ella de la violencia de la pam ­
pa; p o r ultim o, cierto aire de fam ilia en la concepción de la co n ­
q u ista c o m o u n a e m p re sa p a ra d ó jic a . F ra n k e scrib ió q u e la
conquista fue tributaria de la im aginación fáustica española, una
a v e n tu ra m o d e rn a re a liz a d a co n e sp íritu m ed iev al, M a rtín e z
E strada, que los b arcos de los conquistadores, a m edida que avan­
zaban en el espacio, retro ced ían en el tiem po.
A la inversa de lo que o c u rre con R a d io g r a fía d e la p a m p a ,
las huellas de F rank son b o rro sa s en E l h o m b r e q u e e s tá s o lo y
e s p e ra . M ás p recisam ente, están bo rrad as. E n las prim eras edi­
ciones — que fu ero n seis e n tre 1931 y 1933— , Scalabrini O rtiz
se refería con gran sim patía a Frank: “W aldo F rank quiere c a te ­
qu izarlo s [a los no rteam erican o s], W aldo F rank es un so ñ a d o r
que se eq u ivocó al nacer. E s un p o rteñ o . E s m acanudo. ¡Qué lás­
tim a! ¡N os hubiera v en id o ta n bien un hom bre así! Y allá no lo
van a ap ro v e c h a r” . E n ediciones p o ste rio re s ese elogio d e sap a re ­
ció. N o sería ilícito in te rp re ta r que esa cen su ra se inscribe en la
I letona Ocampo con Eduardo AiaUea, cii Roma, 1934.

línea de ag u d izació n de las d iferencias p o líticas que c o n d u jo al


a ta q u e fascista a F rank en 1942. M ás a la inversa aún, y m ás
asom broso: en lo que F rank escribió sobre B u en o s A ires y su
p o d e r de c o n v e rtir la m ezcla de m estizos y e x tran jero s en un tipo
único, el del p o rte ñ o , se re c o n o c e con claridad la im pronta de las
ideas de Scalabrini: “ Sin em bargo — se lee en A m é r ic a h isp a n a ,
de 1931— , el espíritu tran sfo rm ad o r de la ciudad es tan p o d e ro ­
so, que B u en o s A ires está habitado hoy exclusivam ente p o r p o r­
teñ o s” .
H is to ria d e u n a p a s ió n a rg e n tin a ofrece el testim onio m ás ex­
tenso del im pacto que causaron la presencia y las ideas de W aldo
F rank en los ensayos de tem a nacional. M allea dedicó to d o un
capítulo a relatar su experiencia del encuentro con Frank, y lo que
dice haber descubierto entonces roza la revelación. E ra la sabidu­
ría de un orden nuevo e incontam inado, oculto bajo la aparente
dispersión, que recuperaría el sentido perdido en el caduco orden
europeo: “N uevo sentido, sentido am ericano” . Tal revelación es­
taba reservada a una elite de elegidos: “El espíritu que iba a mi
lado no ignoraba la voluntad que en unos cuantos de n o so tro s ha­
bía encendido. Sabía que la m oral de un ejército no es, al fin, más
que la m oral de algunos pocos hom bres” . Fuera de la sorpresa que
pro d u ce volver a encontrar im ágenes m ilitares en relación con el
m ensaje de Frank, lo que se puede com probar es que en este as­
pecto, com o en tantos otros, H isto r ia d e u n a p a s ió n a r g e n tin a es
poco m ás que el desarrollo del tex to m ás tem prano de M allea,
C o n o c im ie n to y ex p re sió n d e la A r g e n tin a . Allí ya había escrito:

“Os hablo de una elite. | ...| Ellos están empeñados en lograr


lo que el mundo americano reclama, y es: conocimiento de
sí y aplicación de este conocimiento a la integración y arm o­
nización de un orden. Para mí. conocimiento no es más que
comprensión jerarquizada, y en estos nuevos grupos intelec­
tuales argentinos la noción de un orden que va desde la for­
ma de nuestros ríos hasta la concepción totalitaria de nuestra
vida está ya actuando activamente. Estos grupos intelectua­
les nacen, pues oponiéndose por las vías del espíritu a la
confusión propuesta por la pródiga vida física de América”.

L a cita revela con claridad que el tó p ico de la elite aparecía en


M allea asociado a las ideas de orden jerá rq u ic o y totalidad cósm i­
ca que proponía Frank, y en franca oposición a las hipótesis de
K eyserling sobre el peso de una naturaleza desm esurada que ah o ­
garía las m anifestaciones espirituales.
Fuera de estas proyecciones en el ensayo de tem a nacional, los
resultados m ás palpables de la gira de F rank fueron la fundación
de S u r y su libro A m é r ic a h is p a n a , dos de cuyos capítulos se pu­
blicaron en los prim eros núm eros de la revista. L a aparición de
A m é r ic a h is p a n a dio lugar a un m inucioso estudio de C arlos A l­
b erto E rro sobre los principios de reintegración y el im pulso cons­
tru ctiv o que anim aban el am ericanism o de Frank, que se publicó
en el núm ero 7. En ese m ism o núm ero apareció tam bién una nota
de Julio Irazusta sobre D a w n in R u s sia , titulada “L a experiencia
rusa de W aldo F rank” , en la que Irazusta sostenía que el com unis­
m o de Frank provenía de un rechazo del régim en bu rg u és que
m uchos nacionalistas podían com partir. L o notable de esa com bi­
nación es que revela que todavía era posible, en 1933, que un na­
cionalista fundador de L a N u e v a R e p ú b lic a escribiera en S u r una
crítica no exenta de elogios a un partidario del com unism o, aun­
que fuera un partidario bastante peculiar. M uy p oco después, en su
conferencia C o n o c im ie n to y ex p re sió n d e la A rg e n tin a , M allea
exponía en Italia, invitado po r el In stituto Interuniversitario F as­
cista di C oltura, las ideas que le había inspirado el com unista W aldo
Frank.

Los errores de Keyserling y su verdad

D e los tres viajeros cuyas reflexiones fueron tan decisivas para


el ensayo de tem a nacional, K eyserling fue, en cierto sentido, el
m enos afortunado. L os excesos de su personalidad desbordante
fueron objeto de sem blanzas m uy críticas, entre ellas el retrato im ­
placable que trazó M allea en un capítulo de H is to ria d e u n a p a s ió n
a rg en tin a . Pero ya en C o n o c im ie n to y e x p re sió n d e la A r g e n tin a se
había referido críticam ente a la personalidad de K eyserling y a sus
ideas. “El filósofo d ecreta — advertía M allea— que A m érica del
Sur es el continente ciego del planeta.” El erro r capital de K ey­
serling, para M allea, era ju stam en te considerar a A m érica un con­
tinente ciego, cuando para él era evidente que se trataba de un con­
tinente m udo. La enm ienda de ese erro r le brindó una apoyatura
para precisar el proyecto literario enunciado en el título de su con­
ferencia: “La ceguera que se pretende dem ostrar [en nuestro pue­
blo] no es otra cosa que su m utism o, y no es la etapa de la imagen,
sino la etapa del conocim iento y expresión la que tenem os que
vencer. C onocim iento y expresión de nuestra esencia; articulación
de nuestro contenido em ocional” . E sta lucha por la expresión de
una esencia es el dram a central que se desarrolla en H is to r ia d e
u n a p a s ió n a rg e n tin a , y se reitera en to d a la obra de M allea.
M e d ita c io n e s s u d a m e ric a n a s, de K eyserling, apareció en 1933.
P ero ya en 1931 S u r había publicado su ensayo “P erspectivas sud­
am ericanas” , donde adelantaba las ideas fundam entales a un p ú ­
blico m ás am plio que el que había asistido a sus conferencias de
1929. L os argum entos de K eyserling giraban en to rn o a la idea del
carácter “prim ordial” del continente am ericano, instalado todavía
en un estadio anterior al descenso del E spíritu, pero pleno de fuer­
zas germ inales que lo convertían en el “ m ás rico en porvenir” . La
m atriz hegeliana de este planteo podía ser reconocida por el públi­
co argentino: en un ensayo, O rtega y G asset había resum ido con
claridad el lugar de A m érica según la filosofía de la historia de
Hegel. U bicada en la prehistoria, A m érica era pura geografía, es
decir, naturaleza sin espíritu Pero com o en la concepción hegeliana
la naturaleza es algo que va a ser E spíritu, así se explica, concluía
O rtega, “ que hallem os alojado el futuro en el absoluto pretérito
que es la P rehistoria natural [...]”
En el núm ero 8 de S u r, publicado en setiem bre de 1933, ap are­
cieron dos críticas de las M e d ita c io n e s su d a m e ric a n a s, con fir­
m as de H om ero G uglielm ini y José Luis R om ero. A m bas rez u ­
m an una ironía que m uestra la escasa adhesión de la revista a las
tesis de K eyserling. G uglielm ini em pezaba por ap ro b ar la célebre
hipótesis que caracterizaba a Sudam érica com o el continente del
T ercer D ía de la C reación, pero se apresuraba a puntualizar que
“ en ese día no había anim ales” , y que po r lo tan to resultaría difícil
a cep tar la condición de hom bres-lagartos que K eyserling nos ad ­
judicaba. N o obstante, elogió la “clarividencia” con que había per­
cibido K eyserling algunos rasg o s de la vida argentina, dado que la
distancia que brindan los viajes perm ite adquirir m ejores p ersp ec­
tivas sobre un país, incluyendo el propio. Y concluía: “En este
orden de cosas, no podem os m enos que conceder la razón a quie­
nes fúeron certero s o tead o res del alm a nacional: K eyserling, O rte­
g a y G asset y W aldo F rank” .
L a crítica de José Luis R om ero partía de un reconocim iento
sim ilar de la utilidad de la p erspectiva de los viajeros, quienes a
pesar de sus errores y prejuicios, “ nos ayudan a conocernos” . P o r
sobre las diferencias, notaba R om ero, las im ágenes de A m érica
hasta ah o ra m ás habituales coincidían en esperar alguna realiza­
ción en el futuro, y en considerar que “ Sudam érica no vale hoy por
sí m ism a y que no es sino un reflejo de o tra cosa, sin carácter y sin
contenido esencial” . En este punto, K eyserling “ nos honra en for­
m a d esusada” , pues “tra s de m irarnos fijam ente, ha llegado a un
resultado inesperado que es m enester ap resurarse a declarar: [...]
nos ha descubierto una esencia” . E sa esencia provendría de las
raíces telúricas, y por lo tan to sería en vano buscarla en el plano
del E spíritu. Según K eyserling, la ignorancia sudam ericana del
E spíritu era superior a to d a la ciencia europea, “ en el m ism o sen­
tid o q u e la ig n o ra n c ia de S ó c r a te s te n ía m ás v a lo r q u e la
om nisciencia de los sofistas” . R om ero ag regaba con malicia: “N o
sé po r qué, he recordado aquí el libro de Scalabrini O rtiz sobre el
hom bre de C orrientes y E sm eralda” . D icho sea de paso, ésta p are­
ce ser la única referencia a E l h o m b re q u e e s tá soto v espera que se
puede encontrar en Sur.

CÓMO LEYÓ SUR EL ENSAYO DE TEMA NACIONAL

La radiografía velada

La prim ordialidad, el telurism o y la exclusión de la historia que


K eyserling atribuyó a A m érica no fueron celebrados en las pági­
nas de S u r, pero tuvieron larga repercusión en la ensayística de
tem a nacional. Ingresaron de inm ediato en la am plia enciclopedia
con que M artínez E strada elaboró en 1933 su diagnóstico de los
m ales argentinos en R a d io g r a fía d e I a p a m p a , y le proporcionaron
puntos de apoyo para sus propias hipótesis sobre “las leyes inertes
de la tierra” , la prim ordialidad de A m érica (que trasladaba de los
tiem pos del G énesis en que la había co lo cad o K eyserling a las
eras geológicas de la Prehistoria) y la consecuente problem atización
de la pertenencia a la historia.
La aparición de R a d io g r a fía d e la p a m p a , que ni siquiera tenía
el to q u e de confianza en el futuro advenim iento de “una cultura
absolutam ente nueva” con que concluía K eyserling su obra, no
m ereció ningún com entario en S u r Pero en 1937 el libro obtuvo el
Prem io Nacional de Literatura; lo notable es que fue entonces cuan­
do se publicó en S u r la dura crítica de B ernardo Canal Feijóo titu ­
lada “R adiografías fatídicas” . El e rro r capital de esta radiografía,
decía Canal Feijóo, provenía de que el autor “tom a po r signos cons­
titucionales, de una especie d e fa tu m orgánico, lo que sólo son, sin
lugar a dudas, m eros erro res de política social y económ ica” . Y se
preguntaba: “¿D e dónde ha brotado, de qué com plejos ha nacido
este extraño libro sin piedad ni esperanza para el destino argenti­
no9” . En realidad, él m ism o se respondía, porque ignorando la
originalidad de un esfuerzo interpretativo tan asom broso, afirm a­
ba que M artínez E strad a no había inventado ni uno solo de sus
argum entos, y que to d o s ellos provenían de las ideas de Sarm ien­
to, de Alberdi, de Juan A gustín G arcía, de Juan B. Justo, de In­
genieros, de C arlos O ctavio B unge y de otros. “El fatidism o étni-
co-telúrico tam poco es concepción original — concluía— , porque
constituía ya una de las obscuras m etafísicas dem iúrgicas aco m o ­
dadas p o r K eyserling para A m érica.”
Para Canal Feijóo, el tex to ejem plar que se debía co n trap o n er a
R a d io g ra fía d e la p a m p a com o “expresión auténtica de una nueva
voluntad argentina” era H isto ria d e u n a p a s ió n a rg en tin a , de Eduar­
do M allea. Fue consecuente con esa convicción, y en el núm ero
siguiente de S u r se publicó su elogio de este libro. L a estrategia
discursiva de la nota co n trasta visiblem ente con la desarrollada en
la anterior: cuajada de citas, hace de ellas un uso que dem uestra la
total adhesión de Canal Feijóo a enunciados a los que confería el
valor de la verdad. El co n trap u n to con la crítica a R a d io g ra fía ... se
hacía aún m ás evidente cuando celebraba la form a autobiográfica
en que se desplegaba la pasión nacional. Sin inm utarse ni p o r los
excesos de patetism o ni p o r la escasa sustancia de los hallazgos de
M allea, Canal Feijóo encontraba en H isto ria ... una singular efica­
cia reveladora, gracias a su “ espíritu rigurosam ente histórico” . Su
m áxim a virtud, concluía con gen ero sa im aginación, era la de co n ­
citar un llam ado “a la acción social positiva, que sólo necesitaría
luego un program a co n creto para volcarse en plena sinfonía políti­
ca hacia la conquista de los claros horizontes que la obra misma
deja revelados” . Canal F eijóo no
EDUARDO MALLEA
llegó a preo cu p arse po r señalar las
tradiciones de pensam iento en que
se inscribía la obra de M allea, y
cuánto debía no solam ente a O rte ­ HISTORIA
ga o a Frank, sino tam bién a o tro s
extranjeros ilustres y a unos cuan­ DE UNA PASI C
to s “o tea d o res del alm a nacional”
autóctonos. E n tre ellos, a M anuel
ARGENTINA
G álvez. P o rq u e H is to r ia d e u n a
p a s ió n a rg e n tin a es en buena par­ F tA N c n c o «o m e k o

te una rem ake, con las huellas de


los años treinta, de ese exponente
de las perplejidades del C en ten a­
rio que fúe E l d ia r io d e G a b r ie l
Q u iro g a . desde el sesgo au to b io ­
gráfico hasta el rechazo de la A r­
gentina transform ada por la m oder­
¿ d í c i o r u ■> C l n a c o n d a
nización, num erosos hilos ideoló­
gicos, tem áticos y form ales vincu­
laban los dos textos. Historia de una pasión argentina.
El juicio de Canal Feijóo sobre
M allea era po r entonces com partido por o tro s m iem bros de Sur,
com o quedó am pliam ente dem ostrado p o r la variedad y la persis­
tencia de los reconocim ientos a su obra. P ero m uy p ronto se vería
que los entusiasm os de Canal Feijóo no habrían de durar. E n 1940,
cuando apareció L a b a h ía d e s ile n c io , se preguntó si no se trataría
de la “historia novelada” de la pasión argentina, y en tal caso, adon­
de había ido a parar la pasión. E n co n tró que los personajes partían
hacia “un fin que no existe, que no llega a ten e r nunca realidad y
se dispersa en vanas ten tacu larid ad es” y concluyó que “ en el sa­
g rad o nom bre de lo Invisible, arrem eten co n tra la friable estatuilla
de lo Visible, sin que p o r eso se alcance a o b ten er la visibilidad de
lo Invisible” . L a excepción a e sto s vaivenes v alorativos parece
haber sido B orges, de quien no se conocen elogios a M allea y sí en
cam bio u n a brevísim a reseña favorable de R a d io g r a fía d e la p a m ­
p a publicada en C rítica . L o cierto es que el giro de Canal Feijóo
indica la declinación de la estrella de M allea y el claro ascenso de
la de B o rg es en Sur.

DEBATES ESTÉTICOS Y POLÍTICOS EN SUR

A dem ás de los ensayos de tem a nacional, en las páginas de S u r


se discutieron tem as culturales, estéticos, literarios y políticos que
atravesaban el entero cam po intelectual, definiendo tendencias y
dividiendo posiciones. Ju n to a las tem áticas del am ericanism o, la
literatu ra nacional, el lenguaje o las nuevas form as narrativas, la
agenda de la época introdujo cuestiones com o la crítica de los re­
gím enes totalitarios, el futuro de A m érica, la responsabilidad de
los intelectuales, la cultura de m asas y el papel de las m inorías en
la defensa de la cultura con una intensidad inédita, derivada de la
agudización de los conflictos políticos. H ubo incluso, durante un
tiem po, u n a sección donde se registraron los “D ebates sobre te ­
m as sociológicos” organizados p o r la revista, cuyos asuntos esta­
ban invariablem ente ligados a estas preocupaciones.

Hacia el escritor argentino y la tradición

Las posiciones acerca de cóm o, con qué temas, en qué lengua­


jes y desde qué tradiciones realizar un arte genuinamente nacional
o am ericano alimentaron una veta intensam ente explorada en Sur.
En el núm ero 1, el m úsico suizo E rnest A nserm et, quien integró
los consejos de la revista hasta su m uerte en 1969, escribió un
ensayo titulado “L os problem as del com p o sito r am ericano” , que
responde con increíble oportunidad a esos interrogantes, así com o
a la cuestión de la capacidad de la m irada del viajero para enrique­
cer el conocim iento de lo propio.
A nserm et se refería especialm ente al problem a de la tradición.
L os com positores europeos, afirm aba, tienen una relación estre ­
cha con sus tradiciones m usicales. P ara los am ericanos, cuya civi­
lización es p ro d u cto de un trasplante, las prim itivas m úsicas indí­
genas constituyen un m undo tan ajeno que recurrir a él sólo podría
ser un artificio voluntarista. “ ¡Líbrenos D ios — concluía— de las
óperas o de los poem as sinfónicos sobre tem as indios, realizados
con estilo w agneriano!” E n cuanto a las expresiones nacionales,
com o las danzas criollas argentinas, con jetu rab a que si la civiliza­
ción am ericana refrenara los im pulsos nacionalistas, “ quedarían
relegadas al papel de d ocum entos folklóricos” y no ingresarían en
la corriente viva de la creación m usical. E sto s planteos anticipan
buena parte de lo que B orges sostuvo unos años después en “El
escritor argentino y la trad ició n ” , uno de los ensayos m ás adm ira­
bles referidos a esa cuestión.
B orges no dio m uestras de haber reparado en esta intervención
de A nserm et. P ero sí reparó en las opiniones sobre el género poli­
cial de o tro co lab o rad o r extranjero, R o g er Caillois, y a principios
de los años cuarenta polem izó duram ente con él. Según B orges,
en L e r o m á n p o lic ie r C aillois hacía d erivar el policial del m alestar
en la sociedad francesa después de la R evolución. P ara él, en cam ­
bio, era indiscutible que “ la prehistoria del género está en los há­
bitos m entales... de E d g a r Alian P oe, su inventor” . Así, le atribuía
un origen exclusivam ente literario y anglosajón, y lo transform aba
en m odelo para sus p recep to s sobre la ficción narrativa. Caillois
replicó corrigiendo los m aliciosos erro res de la lectura que B orges
había hecho de su libro, y B orges cerró la polém ica con una “ O b­
servación final” , donde dictam inó que la hipótesis de Caillois no
sólo era determ inista y chauvinista sino algo to d av ía peor: “N o es
errónea — sentenció— ; entiendo que es inepta, inverificable” . En
realidad, las perspectivas sociológicas de Caillois no eran en ab­
soluto desacertadas, pero estaban m uy alejadas de las concepcio­
nes que sostenía Borges. E ste enfrentam iento interesa sobre to d o
po r revelar que, en una de sus
caras, las poéticas son políticas
en el sentido m ás elem ental: una
lucha por ocupar espacios de po­
der en el cam po literario. Caillois
había osado incursionar en el te ­
rritorio del policial, que B orges
se había anexado. Subrayando la
conciencia del artificio, y el ri­
g o r co n structivo asociado a la
form a breve del cuento, lo utili­
zaba para oponerse a las nove­
las realistas y psicológicas que
encontraba “inform es” . E n el nú­
m ero de S u r donde cerraba la po ­
lém ica, publicó uno de sus m e­
jo r e s c u e n to s p o lic ia le s, “ L a
m uerte y la brújula” , en el que
cruzó el bajo m undo de delin­
cuentes y policías con los “ hábi­
to s m entales” de Poe.

Vacilaciones y definiciones
Roger Caillois y Pepe Manco en I illa en la política
Ocampo, San Isidro, circa / 940.
R o g er Caillois fue un viajero
especial. Vino a la A rgentina a
dar unas conferencias en 1939, invitado p o r V ictoria O cam po. El
estallido de la guerra le im pidió volver a su país hasta 1945. E scri­
bió un par de ensayos sobre el ám bito pam peano, p ero felizm ente
no se sintió obligado a brindar un diagnóstico sobre Am érica. H izo
algo m ás original: para m antener una conexión viva con la cultura
resistente de la Francia ocupada, obtuvo de V ictoria O cam po re­
cursos para editar una revista, L e ttre s F ra n q a ise s, y una colección
de libros en francés, L a p o r te étro ite, cuyos beneficios se d estina­
rían al C om ité Francés de S oco rro de V íctim as de la G uerra. Allí
realizó las prim eras traducciones de B orges al francés. C uando
regresó a Francia, dirigió la colección L a c ro ix d u S u d ¡, en la que
difundió literatura latinoam ericana. Se convirtió así en uno de los

364
p o c o s v i a j e r o s q u e c o n t r i b u y e r o n al propósito im plicado en el p r o ­
yecto de S u r de d a r a co n o cer A m érica a los europeos.
El apoyo de S u r a esas publicaciones en francés significaba una
decidida tom a de posición política, a la que no se había llegado sin
vacilaciones. E n 1934, V ictoria O cam po y E d u ard o M allea dieron
en Italia las conferencias que luego se publicarían com o S u p r e m a ­
c ía d e i a lm a y d e la sa n g re y C o n o c im ie n to y e x p re sió n d e la A r ­
g e n tin a , invitados po r instituciones culturales fascistas. E n esa
ocasión, O cam po llegó a obtener una audiencia con M ussolini.
P ero a partir 1935, la cuestión de la responsabilidad de las m ino­
rías y de los escritores que había despuntado con L eo F errero se
increm entó visiblem ente a partir de un par de artículos de A ldous
H uxley y E d u ard o M allea. En ese m ism o año, un ensayo de N ic o ­
lás B erdiaev, “ P ersonalism o y m arxism o” , introdujo la tem ática
m ás decididam ente política. B erdiaev com partía el ideal m arxista
de una sociedad sin clases, pero consideraba que la ausencia de
una teoría de la persona conducía al régim en com unista al to ta lita ­
rism o. P roponía un “ socialism o personalista” , que a su juicio se
correspondía con el verdadero cristianism o. C on estos tex to s se
introdujeron en S u r los debates en to rn o a la gran opción, tan difí­
cil de resolver para los liberales de la época, entre com unism o y
fascism o.
Las posiciones de la revista se orientaron en dos direcciones
principales: la defensa de la cultura com o un v alor superior y la
defensa de la persona com o garantía de las libertades. La prim era
de esas líneas estuvo representada principalm ente por figuras com o
Huxley, Bernard Shaw, Benda, Leo y Guglielm o F errero, y en 1938
se le dedicó un núm ero especial titulado “ D efensa de la inteligen­
cia” , en el que, adem ás de los colaboradores extranjeros, escribie­
ron O cam po, M allea y Canal Feijóo. La segunda se apoyó en d o c­
trinas de filiación católica, com o el personalism o de Em m anuel
M ounier y el hum anism o integral de Jacques M aritain.
La irrupción de la política en S u r y su alineación cada vez más
explícita c o n tra los regím enes to ta lita rio s e n co n tró una fuerte
m otivación en la guerra civil española. L os m iem bros de S u r no
fueron, por cierto, brigadistas, y no participaron en los congresos
internacionales de apoyo a la causa republicana. P ero la revista
difundió con perseverancia un ideario totalm ente o p uesto al de
regím enes totalitario s integristas com o el franquism o, que eran
apoyados por la Iglesia C atólica argentina. En 1936 se publicó la
“C a rta sobre la independencia” de M aritain, que proponía una
política “auténticam ente cristiana” , resp etu o sa de la persona, te n ­
diente a la elim inación de las divisiones de clase, pero no m enos
o p u esta a la “concepción com unista-atea que a la concepción to ta ­
litaria o fascista de la vida social” .
Sum ado a la condena del antisem itism o, este ideario resultó in­
tolerable para las jerarq u ías eclesiásticas y sus órg an o s de difu­
sión cultural y doctrinaria. En 1937, el sacerd o te Julio M envielle
publicó en C rite rio un artículo virulento co n tra M aritain, al que
llamó “ el filósofo abogado de los ro jo s” , en el que atacó tam bién a
S u r, al referirse a “ sus am igos de la Sociedad H ebraica y del Pen
Club, los ju d aizan tes y com unoides de S u r y la pasquinería po rte-
ña” . A taques com o éste dieron lugar a la publicación de la “P o si­
ción de S u r ”. Leída h o y puede p arecer difusa. L eída sobre el tras-
fondo de la alianza que ocupaba el p o d er en esos años, de la que
form aban parte sectores m ilitares y clericales, no lo era tanto. P o r

( amida del Pen ( !ub en el Plaza lintel. De pie, primero desde la izquierda,
Córdova [turburu y Eduardo Mallea; sentados, segundo de la izquierda.
Juan Pablo EchagUe. Emilia Bertolé, Alfonsina Slorni. setiembre de 1930.
si fuera poco, en el mismo número se publicaron dos artículos
muy contundentes: “Católicos fascistas y católicos personalistas”,
del católico no integrista Rafael Pividal, y “Sobre la guerra santa”,
un ensayo de Jacques Maritain que negaba la justificación de la
guerra “en nombre de Cristo Rey”, que esgrimían los católicos
franquistas, con palabras que aún hoy conservan una conm ovedo­
ra vigencia:

“En nombre de la guerra santa, el terror blanco se realiza


bajo los signos y estandartes de la religión, la cruz de Jesu­
cristo brilla como un símbolo de guerra sobre la agonía de
los fusilados; y ni el corazón del hombre ni su historia pue­
den soportarlo”.

Presencia del antisemitismo: del Congreso del Pen Club a


la ficción de la conspiración judía

¿C óm o se había llegado a u n a situ ació n en que alg u n o s c a tó ­


lico s e ra n v ilip en d ia d o s en p u b lic a cio n e s c a tó lic a s y p u b lic a ­
d o s p o r u n a rev ista de o rie n tac ió n liberal? L a g u e rra civil e s p a ­
ñ o la inició la liq u id ac ió n de a q u e llo s e sp a c io s de “ co n v iv en cia
c ivilizada” co m o el S u r ev ocado p o r Irazusta, y fúe el p arteag u as
q ue c o n d u jo a u n a re d istrib u ció n de p o sic io n e s en el cam p o li­
te ra rio y a la fo rm ació n de n u ev o s ag ru p am ien to s. P e ro existía
o tro m otivo p rev io de divergencias: el antisem itism o. E sa fúe la
cau sa principal de los e n fren tam ien to s o c u rrid o s en el X IV C o n ­
g reso In tern acio n al de los P en C lubs que se realizó en B uenos
A ires en setiem bre de 1936. S u r dedicó un n úm ero a los e s c rito ­
res que asistirían al co n g re so , y en e sas p ág in as se pu ed e leer
u n a excelen te n o ta de E rn e sto P alacio sobre U n g a re tti, con su
tra d u c c ió n de d o s poem as, un co m en tario de Ira z u sta sobre la
o b ra de los in te g ra n te s de la d ele g a c ió n inglesa y u n a p re s e n ta ­
ción que el sa c e rd o te L e o n a rd o C astellani hacía de M aritain, en
té rm in o s que, a u n q u e insinúan alg u n a div erg en cia, eran to d a v ía
e lo g io so s. L a d e leg ació n arg e n tin a al c o n g re so e sta b a e n c a b e ­
zad a p o r V icto ria O cam po y C arlo s Ib arg u ren , y la in te g rab a n
adem ás E d u ard o M allea, M anuel G álvez y A ntonio Aíta, un “ o p e ­
ra d o r c u ltu ra l” del nacionalism o. El c o n g re so p ro m o v ió u n a
d eclaració n c o n tra el antisem itism o que M aritain suscribió, p ero
que no firmaron ni Ibarguren ni otros católicos nacionalistas.
La extensa versión del C ongreso que da M anuel G á l v e z en sus
R e c u e rd o s d e la v id a lite ra ria abunda en porm enores, ilustrativos
p o r su m ism a parcialidad, acerca de los trabajos de preparación y
de los choques que se produjeron a raíz de las denuncias de p erse­
cución a ju d ío s y a intelectuales antifascistas bajo los gobiernos
alem án e italiano. L os principales p ro ta g o n ista s de las polém icas
fueron M aritain, Jules R om ains y Emil L udw ig, con el apoyo de
Benjam ín C rém ieux y Stefan Z w eig, p o r un lado, y U ngaretti y
M arinetti po r el otro. A lgunas sesiones fueron especialm ente tu ­
m ultuosas, debido sobre to d o a la participación de un público que,
según G álvez, “en su m ayoría estaba form ado p o r izquierdistas,
los m ás de ellos estudiantes. Tam bién puede asegurarse que casi
to d o s eran ju d ío s” .
De acuerdo con el relato de G álvez, los escritores eu ro p eo s “ se
agitaban, se insultaban m utuam ente, lloraban, se am enazaban” ,
m ientras que los hispanoam ericanos, en cam bio, se m antenían se­
renos. D esde ya, esto no significa que el antisem itism o no existie­
ra entre nosotros. P o r el contrario, su presencia se puede rastrear
en la literatura argentina desde el siglo X IX . A lrededor de los años
treinta era sistem áticam ente cultivado p o r diversos gru p o s nacio­
nalistas que lo difúndían en sus publicaciones, y afloraba hasta en
tex to s bien alejados de esas form aciones, com o algunas A g u a fu e r ­
te s de Arlt.
El despliegue m ás acabado de los tó p ico s del antisem itism o en
la ficción está en E l K a h a l y Oro, una novela en dos volúm enes de
Hugo W ast, seudónim o de G ustavo M artínez Zuviría, publicada
en 1936, cuyo argum ento gira en torn o al conocido m ito de la gran
conspiración urdida po r los ju d ío s para apoderarse del m undo en­
tero. El Kahal es el nom bre de una sociedad secreta de banqueros
especuladores que se reúne en las sinagogas para llevar adelante
ese plan. Su arm a m ás p o derosa es “ la doctrina del o ro ” , una m en­
tira económ ica con que los ju d ío s arruinan a las naciones. La “ ser­
piente ju d ía ” es derro tad a con un ardid preparado por un noble
banquero argentino, con el apoyo de un no m enos noble presiden­
te de la R epública, utilizando técnicas que com binan la alquim ia y
la ciencia ficción. E n una de las escenas finales, los d e rro tad o s
m iem bros del Kahal se prom eten conquistar B uenos Aires en 1950.
Dada la ausencia de valores literarios en la obra de Wast, esta
novela no merecería ser recordada si no fuera por dos razones:
P á * .1 I L A M A R O M A ___ P H w * r * Q u in c e n a d e D i c i e m b r e d e 1 9 3 9

COMO SE C U M PLE ¡XTÍS


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Jim rn ^ m A / l r LA» CLASES TB ABAJADOS AS V%\J J L I I C

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L A B Q U IE B R A S
NOMBRES...
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K.sl»fc minhiM ••«lo» iilr.'. lo* judíos reídiann
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en vi iiiutnln un i>Un il«nBMrida u iiín n a d ,
iN o u f ln K r p a r a d ñ > l n u u r
«•uvo é x i t o r n d i r u « l I ( t9 t r a n c i a p o r I.W r r i - >•» u I» H .ir i ». >•.(» • iu « r t h u L iO f » f u r o jm i
tim in » . rll w i v i c I m i % v i h * . *>n s n r j o r u l i s d " . I V m H (w. p U i, e n líiM 'k i t r a b n ia
m r i o i n •** s i e m p r e ilifíifil dar u » m riU r. A vcer«* la «*•- t a r t o M i M l l U i n É l Iw n
LOE C A S A W X M T O f A R IS T O C k A T irO á
i inn m i »ttm n a i f e v io la rlo , o i q t ii u r i » r« i*-*i*.ii»*iol c a r i a i n a i n i l i l u r í u i t l> n n
t iiit«in« r««- f*>r»a l*i» « r a « im ! « vMrw m n ^IiU i > *r c a r i a * e n « I M9 o o 4 * Io n
_
>•**’ ' " t - a m ea rla .Ir r i p H i - * > t l a d <te « a i'X r: < IU fn r* • » w » . e* i u d ii K n r l o lr n
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I i n ^ K n . .........................n o m n . . . . ........... ............
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. . .
l u n o l l d r e l l o s |M »l4 l i r n « q u e l o * n m d r i u o i T »1 U # b s * - turra | . r o la IteOtU
U rl* .w iw t f t q u e , c u « n |w t U b i e n o r* a n u a d o y ro n A '• «l*-lilttn »” ju r i. .tro» |m i-., .r- jii . i . i ,. V i cm h i n .in e < iit i a la i|U t n<^
r l It i» t in t o 1* d r í c n ’m d e s p i e r t o , » t m e n d m t a o o
*c<>m« un r>r<met*..i. .,fl*»*.«U |. . .u . ir ) re fe rim o v runa riño. ry<
n n iM i . i, t i r n o a o tr o * , U * f o W e n io * d e c r c ta M M i Ib
r-. ............ . ni .n « n .. .1.1 ... ................... Iimi o o ju « lu . S í lla m a
Berooa lm n h ln ¿ « | < • • u lr a ii» i'<W W i ► * « d e m u A j •••>« jtn ip iir . lia n m ( 'u o ^ r t t U o l.imi
p r n h lb íe ió n a b * d n t a i n i n U m •*»■>•. r i i l M H «r» f rW ilrn » .1/ »*i ln«l“
lad o . ¿L in d o t inocvntr
nom bre, tcrd a d T
LA PREN SA
K u rn o Kl lla n ro Tu-
r.M .H -o •»- I - tar ••«.Va . o p e ra tiv o L im itado. c*m
• 'M f l » »-*• i « U | «lk 1-4
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1270. «1 1¿72 T lrn c d *1-
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** “ • l'ri'x k li'u tí. Sam uel I-leí


m h m i u n . vlee, Sam uel
\ ar*k>; u«or.m iáolla
l'o r tn o y ; pro. Srli* lian
de la IVm ig, p n l f u o * « h e r ; •e e re w rm . M i r r »
lo» talca* cuK r* *1 l«*uur. «*»l»e* U » ¡ r l u d . la h v l M
i* . \ «lar a«i r | p r i i a r r j n l | i / a i"«*
T o k m an : pro. N aum Ka
•ItiitM *«i — n U '« T m i-1 i f t u n . i i m » «tt <ImiÍm^iwi« h a n : d irr t lo r lltu la r, M ar
' ‘ l ' i x l r f ^ a » * l i r i a r ta i r n m r l i i r U t i W l x . i i r w .N udrm lier*: incala**:
i « riailim*»* h«(i i I C e m a r d u l * n lia k . A le ja n

W J. y . . W • a»Wa• miralhrt ma«i»<« al _


oiuinri 'n y . |iinrnnon«l» r t ill't a r a i a!í»»a . d r o K a h n t i . M n ¡* é * D u l i r y

D • i d a H t i i a l >■ •lab.-.. |»»rtai>*'«r a aow^i. a, ^Vra.»,.


■ ■ - .n « r r n r . i ^ '
I n a i i i b i m a a ta > l* i ^ w l l a q<«» lia n M a « w « ia jr r y S a m u r l t h a r i i r : d ir e c
lo - « u p le n t r
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X L ORO - i n h o in ; « in d ic o s u p le n t e ,
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H p a t . ---- «I •«». la
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y iu n o a h r e h o lo s iu a t n u u e n to d u to c to po- •n la aa
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l in f o f l* p o n * ‘ i* i|o - i l r r , q ih ' r - t m lu lo qm * i l
r* « d o to d o « I o ro u e la l i o n d * i « I r m e y l o t |t ie d ^ *
t ie r r a , r l v r r il n d r n i p o d e r « • a*, h e a h í r l n n l o o m i * t r -
p a - M ir á a n u e s t r a * i n » - r i o . l a r j f n n n im ú s p r * « f n n
n in * 'K l o ro , la n i A* d a u n e r i * r U in t r l lf f i 'n
f r a n d r p o t e n c i a á i- l a t ie r í a d e l m u m ío . | K « e m tú
r r n . . . r l o ro , q n r e * In r l p o r v e n ir !* '
L p la n m d e s a r r o lla a r m o n io a a m e n t e y f r e n t e a

R L C A P IT A L IS M O IK T R B N A C T O H A L
E « u a v u u c e v ic t o r io s o s ó lo c a b e a d o p t a r u n a p o
It t lc » : la p o lít ic a d a t p o « T 0 m . le c t o r , * 1 ü m e o
r e c u r s o q u e e s c a p a a l d o m in io j u d i o . . .

CHKMO»' . I a n l'r r I«ial-->'.tl «Ir K u h i-


ilt ia n r-a Í«s<H>— y •fial¡*’aia#.a W»a ao -
Lr , . i ' I U A N D O llo r a r o n lo s
M (<u a H ^ a l . [« rt e l w l » l.rt-K.i «U u i l v r w i n w . t i 'a r a n t r » a oa p r im e r o s lu d io * a l
a a M a u i a n i w . e ap « U U a d a to a <ma p u c l m d ia p tH ia r r « i..a »
■M anan!n
bux^
{ n I 'i H i .
IwHua > * p ..|.« -r
V i w » l l a r liit A m » l» f< la ai. I lu 'u
..................... da l-a U->ii ^ - M d :
Buenos socios p a ta , lo a c r io l lo a r e ­
a c c io n a r o n . c o m o h a n re
a c c io n a d o « ie m p r s q u e ae
a ir^ r ra and I.» htd U ' Um «moa 4a la ailwanAn fiaat" n i» ^»r«- lo p r r m iU a r o n . fr e n t e a
fa > liap.iim da n«.l*a 4» a.ill«»-* un -Llar , il fu nula Id­ n laa Iw iaJw i d« aaiuu, la a t a v a a lo n a a r a e m if t a s :
ealidad da w>cundo jr de tercer orden, ello* «-w wemprr lns aiempre ae apela a cíertaa eitaa
que n.ar.rjan el dinero m rirpulaenin y tuncuna rtpcrn.i.'Ki fU m ata n d o .
f«t>ricadaa en la oraWin. A "g a u c h o i m a tre ro s* *
ncociera mntrun trabajo ic ip o rtad a p«dHa lia^rv* «in la ayn-
da de laa h jna de Iarael" ^ a ñ o r n a ic * «la la ra w a o r n a
a t r ib u y e n lo a e s c r i b a s l u ­
y d e c n e r d a d e m u c h o e b iln a d io s . la d e g o lla c ió n de
LOS BMPBRSTITOS Y LA BOLSA LOS PRRBOCABRILES a a n te a e ia n “ O S . . . ~ i a k o e n o a conloa G e r s o n G e r c h u n o í f , *a f a ­
Hay que dejarlac máa trcnquii»*". m ilia W a is m a n . S a m u e l
H u r w it a y J a im e R e iu c h .
L - ~ ll~ * “
*«• » ■* - a -e
i ■paan t-
KM a- Hay <fne drjarlnc. «I. de acuerda
Pen» loa aocioa circuacicaa
N o s o t r o s a ñ o r a m o s *a s
épo ca e n que, m a tre ro s o
ce lln a rá n al fia el oarrdd,
»cíate, f la caca de trcc picnc. n o , h a b la g a u c h o s d o n d e
Jaira F in a n c ia l a h o ra h a y ja d ia r

\ ola antisemita. La Maroma, diciembre de 1939

369
W ast era uno de los escritores que m ás vendía en esos años, el
único, según G álvez, que vivía de lo que ganaba con sus libros, y
esos libros, adem ás de ser populares en cuanto al éxito de ventas,
eran lectura cotidiana en las escuelas religiosas. P o r o tra parte, los
m ism os delirios se leían en m uchas publicaciones católicas y na­
cionalistas, sin el aten u an te de perten ecer a la ficción. El periodis­
m o, la publicidad, la m oda, el cine, la opinión pública, el laicism o,
el sistem a electoral y la dem ocracia parlam entaria, en suma, to d o s
los signos liberales de la m odernización política y cultural, eran
los objetos fav o rito s de denigración en esas publicaciones. L as
ficciones de W ast no hacían sino repetir y reforzar ese discurso.
P o r si lo ficcional no fuera suficiente, E l K a h a l y O ro abundan en
largas tiradas de citas que sin dem asiado refinam iento buscan su­
brayar los enunciados ideológicos y conferir una dim ensión sim ­
bólica a las acciones. A lgunas provienen del tex to bíblico y de
otros libros religiosos; otras, de los P r o to c o lo s d e lo s S a b io s d e
S ió n y dem ás libelos ap ó crifo s que difundían el antisem itism o.
L a novela de W ast narra adem ás otras historias que sería ilus­
trativo analizar con detalle: historias de cóm o se hacen ricos los
judíos, historias de traiciones y de engaños, historias de am ores y
de conversiones religiosas. H acia el final, la conversión del p ro ta ­
gonista, y con ella la resolución del conflicto am oroso, resulta
posible gracias a la irrupción de un acontecim iento tan ex trao rd i­
nario que el capítulo lleva po r título “L o que jam ás los ojos vie­
ro n ” . E ra el C ongreso E ucarístico Internacional de 1934, “aquella
serie de días m ilagrosos que no se olvidarán” . E n una noche aún
m ás m ilagrosa, M auricio K ohen, quien po r suerte para él era sólo
a m edias ju d ío y cuando niño había sido bautizado, es “trasp asad o
po r el ardiente d ardo de la gracia” , y se convierte al catolicism o.
El C ongreso E ucarístico de 1934 escenificó el acontecim iento
m ás prom isorio p ara la alianza entre gobierno, ejército y clero que
se anudó en esa década, y la cerem onia de la com unión de los
hom bres prom ovió un im portante acercam iento m asculino a la
Iglesia. M ás que la fe religiosa, lo que se intensificó fúe la aso cia­
ción im aginaria e n tre catolicism o e identidad nacional. A ese fin
contribuía la p resencia de m uchos católicos nacionalistas en las
instituciones culturales oficiales: Ibarguren, po r ejem plo, era p re­
sidente de la A cadem ia A rgentina de L e tra s y M artínez Zuviría,
directo r de la B iblioteca N acional.
En R ecuerdos de la vida literaria G álvez dice haberse adelanta­
do a W ast con el tem a de las conversiones en el C ongreso E ucarís-
tico. C uenta que en 1935 escribió L a n o c h e to c a a su f i n . L a acción
de esa novela transcurre enteram ente en la noche de las com unio­
nes m asculinas, cuyo im pacto hace que to d a una banda de perio­
distas sem idelincuentes, que bien podían pertenecer al diario C rí­
tica , uno de los m ás denigrados en las publicaciones de la derecha
católica nacionalista, se arrepientan, se confiesen y com ulguen. E n
esta novela se denuncia o tra sociedad secreta: la m asonería, origen
de m uchos m ales según los católicos nacionalistas. El p rotagonis­
ta, por ser hijo de un m asón, ni siquiera ha sido bautizado y su
abrum adora inm oralidad se debe, con to d a evidencia, a la carencia
de educación religiosa. P ero ante el espectáculo im ponente de la
com unión m ultitudinaria, recibe la ilum inación de la fe. L a reso lu ­
ción de la tram a es perfectam ente acorde con la condensación tem ­
poral que exige el verosím il realista, tal com o G álvez lo practica­
ba: en la “ noche m ilagrosa” , el crápula ya cuarentón se convierte,
recibe el bautism o, escribe to d a su historia y decide hacerse cura.

El liberalismo de Sur y sus límites

S u r ni siquiera m encionó el C ongreso E ucarístico. A unque en


sus páginas publicaron católicos de diversas tendencias, el laicis­
m o de la revista era sorprendente. C onviene reco rd ar que sus posi­
ciones se recortaban sobre el fondo espeso de discursos com o los
m encionados y de o tra s actividades m enos piadosas y artísticas
practicadas por los nacionalistas católicos desde instituciones cul­
turales oficiales y o tro s espacios vinculados al poder. E n cuanto a
su liberalism o, los lím ites se hacen evidentes cuando se percibe
que la revista no se pronunció explícitam ente contra las prácticas
políticas del fraude y la represión de las libertades públicas en el
país, ni siquiera cuando escritores de tendencias tan diversas com o
R icardo R ojas o Raúl G onzález Tuñón fueron perseguidos y en­
carcelados. N o procedían así en sus países los escritores extranje­
ros a quienes traducían con persistencia. N o obstante, publicaron
num erosos libros, artículos, notas y tex to s de ficción que indica­
ban claram ente la divergencia con las posiciones representadas en
la política oficial. A ellos se sum ó, desde 1937, el “ C alendario” ,
una sección m iscelánea donde, ju n to a las perm anentes denuncias
del racism o y de o tras atrocidades com etidas por los regím enes
totalitarios, solían ap arecer breves críticas m ordaces sobre la si­
tuación argentina. En el registro ficcional, estas posiciones se com ­
plem entaron con los libros que Bioy C asares y B orges escribieron
juntos con los seudónim os de H. Bustos D om ecq y B. Suárez Lynch:
S e is p r o b le m a s p a r a d o n Isid r o P a ro d i, de 1942; D o s fa n ta s ía s
m e m o ra b le s, de 1946 y Un m o d e lo p a r a la m uerte, aparecido en
el m ism o año, cuya publicación se inició en S u r. Casi to d o s esos
tex to s satirizaron con hum or corrosivo el acercam iento entre Igle­
sia, ejército y nacionalism o pro fascista que la guerra y el golpe de
1943 hicieron aún m ás estrecho.

LAS TRANSFORMACIONES EN LA NARRATIVA Y LO


QUE SUR NO LEYÓ

Bioy C asares y B orges, en los cuentos que escribieron juntos,


extrem aron las prescripciones sobre la ficción narrativa que ha­
bían desplegado en sus artículos, polém icas y pró lo g o s de los años
treinta, atacando la representación realista y la introspección psi­
cológica. En su lugar, prom ovieron el p o d er de la invención, la
perfección de las tram as y una causalidad que B orges no vaciló en
llam ar “ m ágica” . Sus resultados m ás adm irables fueron los pri­
m eros cuentos de Silvina O cam po, los de B orges, y L a in v e n c ió n
d e M ore!, cuyo prólogo, escrito po r B orges, fue poco m enos que
un m anifiesto de esa poética de la narración.
Pese a esos logros evidentes, en 1944 B orges aprovechó la apa­
rición de L a s ra ta s, de José Bianco, para tra z ar un cuadro dem ole­
d o r de la novela nacional. Dijo que esa prim era novela de Bianco
perm itía esp erar “una renovación de la novelística del país, tan
abatida p o r el m elancólico influjo, p o r la m era verosim ilitud sin
invención de los Payró y los G álvez” . Las debilidades que B orges
encontraba se podrían explicar si se tienen en cuenta la inexisten­
cia de una tradición novelística vig o ro sa y la aparición notable­
m ente tardía del realism o en la A rgentina, en com paración con los
desarrollos de la novela eu ro p ea y norteam ericana del siglo X IX .
Pero es evidente que no eran ya los Payró y los G álvez, com o
Borges arbitrariam ente sugería, quienes ocupaban una posición d o ­
m inante en la narrativa de los tem pranos años cuarenta.
Los cam bios pueden registrarse con claridad si se consideran
las situaciones de 1926 y de 1940. C om o se ha visto, en 1940
aparecieron dos novelas que se apartaban, po r vías diferentes, del
paradigm a del realism o tradicional: L a b a h ía d e sile n c io y L a in ­
v e n c ió n d e M o re !. En el o tro extrem o, 1926 ha sido señalado com o
el a n n u s m ir a b ilis de la narrativa argentina p o r la conjunción de
tres títulos renovadores: D o n S e g u n d o S o m b ra de R icardo G üiral-
des, L o s d e s te r r a d o s de H o racio Q uiroga y E l ju g u e te ra b io so de
R oberto A rlt. A unque los ju icio s de B orges sobre D o n S e g u n d o
S o m b ra fueron variables, G üiraldes había sido objeto de hom ena­
je en los p rim ero s núm eros de Sur. Q uiroga y A rlt, en cam bio, se
ubicaban en ese se cto r del cam po literario que se podría denom i­
nar “lo que S u r no leyó” .

Las transgresiones de Arlt

A tal p u n to no los leyó, que B ianco pudo decir en Sur, hacia


1936, que la ciudad no había ingresado aún en la literatura argen­
tina, cuando A rlt ya había publicado to d as sus novelas y los cuen­
to s de E l jo r o b a d ito . H ubo que esperar hasta 1953 para que el
nom bre de A rlt llegara a S u r, traído por Sebreli, un integrante de
C o n to rn o . N o hay duda de que estas om isiones refieren tan to a las
divergencias estéticas com o a las diferentes posiciones en el cam ­
po literario, vinculadas con la desigualdad de los orígenes sociales
y la form ación cultural de los escritores. P ero se corresponden so­
bre to d o a la diferencia que introducían las novelas de A rlt en el
horizonte de la narrativa de esos años.
¿En qué radicaba esa diferencia? B uena p arte de los m ateriales
y p rocedim ientos de A rlt respondían a convenciones propias del
realism o m oderno: un verosím il asentado en lenguajes, escen a­
rios, tem poralidades, personajes y conflictos cuyos referentes son
reconocibles para el lec to r y asim ilables a su experiencia. La im ­
pronta realista se reforzaba con la representación, que Arlt com ­
partía con los escritores de B oedo, de sectores sociales sum ergi­
dos y figuras m arginales del m undo urbano. P ero ese realism o no
era ni el de los boedistas ni el de “los Payró y los G álvez” . E ludía
el m iserabilism o del prim ero y reform ulaba el de los segundos con
un to q u e de desm esura. U nos factores extraños, vinculados con
fantasías de transgresión en to d o s los órdenes de la m oral social,
introducían nuevas figuras y espacios, form as atípicas de la m etá­
fora y distorsiones del orden tem poral-causal, transform ando la
c o m p o sic ió n del relato . M ás
allá de los d esajustes léxicos y
sintácticos de su escritura, las
transgresiones de A rlt afecta­
ban los m odos habituales de la
representación realista.
E sto es lo que S u r no leyó.
Pero tam poco lo leyó Boedo: es
conocido el rechazo de C astel-
nuovo po r las prim eras nove­
las de Arlt. A nte la incom odi­
dad que provocaban esos libros
atípicos, el m ism o A rlt parece
haber sentido necesidad de ex­
plicarse, y lo hizo en varias oca­
siones. L a m ás conocida es la
del prólogo a L o s la n za lla m a s ,
POR de 1931, una orgullosa defensa
R o b e r t o A r l t de la “prepotencia de trab ajo ”
y la violencia del “ cro ss a la
Los siete locos, de Roberto Arlt, ¡929. m andíbula” por sobre los “bo r­
d ad o s” del estilo para él inal­
canzables.
M enos conocida es la reseña de L o s sie te locos, que escribió
hacia 1929 en una de sus A g u a fu e rte s. El desparpajo con que ju s ­
tificó esa publicidad tan poco encubierta se cruzaba con un evi­
dente esfuerzo de autocom prensión. A rlt explicaba a los posibles
lectores (y com pradores) del libro la acción y el argum ento, y dis­
tinguía entre el núcleo que se constituye en to rn o a la figura de
E rdosain y la línea argum ental que se despliega alred ed o r del A s­
tró lo g o y la Sociedad Secreta. Señalaba la am bigüedad de los
personajes, individuos “ canallas y tristes... viles y so ñ ad o res si­
m ultáneam ente” . Y advertía que en la novela coexistían tre s as­
pectos: “uno psicológico, o tro policial y o tro de fantasía” . L os dos
últim os le hubieran g u stad o a B orges. P ero A rlt ponía el acento
sobre el prim ero, sobre la “vida interior” de los personajes: no
interesa “ lo delincuente” , decía, sino “ la angustia” . Y alardeaba:
“ Sobre trescientas cincuenta páginas, sólo cien son de acción” . Lo
curioso es que al m ism o tiem po que era capaz de intuir lo que
había de novedoso en esa m ezcla, Arlt se sintió obligado a am pa­
rarse en el verosímil realista. Sostuvo que los personajes eran “in­
dividuos y mujeres de esta ciudad, a quienes yo he conocid o”, y
que un cable llegado de Europa probaba que la Sociedad S ecreta
no era “un invento absurdo” . Utilizaba un argum ento rem anido:
“N o he hecho más que rep ro d u cir un estado de anarquism o m iste­
rioso latente en el seno de to d o desorientado o locoide” . C on eso,
podía to m ar prudente distancia de sus inquietantes personajes: “A
mí com o a u to r esos individuos no m e son sim páticos. Pero los he
tra ta d o ” . En el contexto de la aguafuerte esto s argum entos, m ás
que reiterar las fórm ulas ya desgastadas po r los autores realistas,
expresan incertidum bre ante la em ergencia de un im aginario que
co rro ía al realism o tradicional.

El otro realismo de Arlt

D espués de E l a m o r brujo, que fue publicado en 1932, A rlt es­


cribió m enos narrativa y se volcó al teatro. Sus obras, casi to d as
estrenadas en el Teatro del Pueblo, intensificaron los aspectos “ de
fantasía” de su m undo im aginario. H acia el final de la década,
intervino con varias aguafuertes en los debates sobre la novela
que recorrían el cam po literario nacional. V isiblem ente p resiona­
do po r las exigencias del género dram ático, y tam bién conm ocio­
nado por la guerra, condenó la falta de dinam ism o de las novelas
psicológicas, reclam ó la aventura y enfatizó la necesidad de ac­
ción en la novela contem poránea. M ás que ren eg ar del realism o,
le im prim ió una vuelta de tuerca: consideró q u e los descubrim ien­
to s revolucionarios de las ciencias físicas co nstituían la “ realidad
m aravillosa” que requería la novela de aventuras. Y afirm ó que
los héroes m ediocres, propios del realism o tradicional, eran “una
p este” en la novela contem poránea, to talm en te inadecuados “en el
preciso m om ento en que el planeta es conm ovido po r la acción de
héroes negros, rojos y blancos com o en la astral com binación de la
m agia” . En suma, postuló un realism o de excesos, apto para unos
tiem p o s de violentas conm ociones, que exigían acción dram ática
y héroes poderosos.
E n la ag uafuerte de 1929 A rlt había justificad o la invención de
los “ locoides” y de la Sociedad S ecreta apelando a un principio de
la m im esis realista: el arte no hace sino im itar la vida. P ero al
reeditar L o s sie te lo c o s después del golpe, agregó una “nota del
co m en tad o r” que operaba a la inversa. Allí aclaraba que la novela
había sido escrita entre 1928 y 1929 y que po r lo tanto las palabras
de un personaje, el M ayor, no podían haber sido “ sugeridas po r el
m ovim iento revolucionario del 6 de septiem bre de 1930” . P o r el
contrario, hizo notar que eran las declaraciones de los “ revolucio­
narios” las que curiosam ente habían venido a coincidir con las de
su personaje. E sa estrategia apuntaba a conferir a su ficción un
c a r á c te r c a si p r o f é tic o . E n la n o v e la , el m ilita ris m o y el
antiliberalism o del M ayor se com plem entaban con la exaltación
de la violencia, el autoritarism o y o tro s ingredientes antidem ocrá­
ticos de cuño fascista que se distribuían en los discursos de o tro s
personajes, especialm ente el A strólogo. Pero así com o no se nece­
sitaba un cable del exterior para legitim ar la invención de la S o­
ciedad Secreta, tam poco se requerían dones proféticos para incrus­
tar esos discursos en una novela de 1929. Para lo prim ero, bastaba
tener en cuenta la abundancia de
asociaciones ligadas al o cu ltis­
Lc LEOPOLDO LUGONES mo y la teosofía, que A rlt c o n o ­
cía m uy bien, com o lo prueba su
prim er tex to sem ificcional y se-
m ip e rio d ís tic o , L a s c i e n c i a s
LA GRANDE o c u lta s e n la c iu d a d d e B u e n o s
A ir e s , de 1920. Para lo segun­
ARGENTINA do, era suficiente leer los artícu­
los que desde m ediados de los
años veinte L eopoldo L ugones
venía publicando asid u am en te
en L a N a c ió n , p ró d ig o s en la
prédica antiliberal del n aciona­
lism o.
Sobre la base de esos artícu­
los, L ugones com puso dos libros
que publicó en 1930, am bos an­
tes del golpe: L a P a tria fu e r te y
L a g r a n d e A r g e n tin a . En este
últim o hizo un esfuerzo p o r sis­
B A B E L tem atizar un p rogram a de g o ­
bierno destinado a construir una
i grande Argentina, de Leopoldo I.ligones, nación poderosa. Im aginó una
1930. organización social corporativa

376 -------
y jerárquica, en cuya cúspide colocaba a los m ilitares. C on sus
com isiones por ram as de actividad, sus jefes y sus directores, L a
g r a n d e A rgentina de L ugones tiene un diseño que se parece asom ­
brosam ente al que propone el A strólogo en L o s sie te locos. A m ­
bos tex to s abrevaban en el m ism o terreno ideológico; am bos tra ­
bajaban con restos dispersos del discurso fascista y de saberes té c ­
nicos y seudocientíficos que circulaban en diversos secto res del
cam po intelectual. Fascism o y ocultism o se cruzaban en L ugones,
y volvieron a cruzarse en las ficciones de Arlt. Pero el A strólogo
hacía con esa m ezcla una farsa subversiva destinada a los m argi­
nales: “Q uiero ser m anager de locos, de los innum erables genios
apócrifos, de los desequilibrados que tienen entrada en los centros
espiritistas y bolcheviques. [. . .] L iterato s de m ostrador, inventores
de barrio, profetas de parroquia, políticos de café y filósofos de
centros recreativos [...]” . L ugones, en cam bio, com ponía la im a­
gen del escrito r com o legislador e im aginaba para sí la función de
guía intelectual de los jefes del futuro poder militar. En este aspec­
to, L a g r a n d e A r g e n tin a puede leerse com o el reverso de L o s siete
lo co s.

Las tentaciones del escritor nacionalista

La prédica antiliberal que em prendió L ugones desde los años


veinte se inscribía en un clim a de ideas cuyos alcances se ex ten ­
dían m ás allá de las fro n teras de la nación. P ero la crisis económ i­
ca y el golpe de 1930 confirieron a ese ideario una actualidad re ­
novada. L ugones no fue el único que se sintió llam ado a cum plir
una m isión que excedía los lím ites de la fúnción crítica; en 1933,
M anuel G álvez em pezó a publicar en L a N a c ió n una serie de a r­
tículos cuyo título com ún, E s te p u e b lo n e c e sita ..., señala la te n ta ­
ción de incidir sobre el p o d er que los tiem pos suscitaban en los
intelectuales nacionalistas.
Para esa fecha G álvez tenía una larga carrera literaria. Su obra
narrativa se inscribía en los m arcos de un realism o sim plista, a esa
altu ra ya d e s g a s ta d o s p o r una re ite ra c ió n a c rític a que ja m á s
problem atizó. En los años treinta se volcó a las biografías y p ro d u ­
jo adem ás gran cantidad de artículos sobre tem as literarios, reli­
giosos y políticos, que publicaba asiduam ente en L a N a c ió n , en
C riterio y en otras revistas de orientación católica o directam ente
fascista, com o / / M a ttin o d 'I ta lia . D esarrollaba adem ás una inten­
sa actividad institucional, grem ial y editorial, y era po r lo tanto
una presencia persistente en el cam po literario.
L a coyuntura histórica despertó en G álvez el deseo de reflexio­
nar sobre las razones de la crisis y las falencias de la nación. Se­
gún relata en R e c u e r d o s d e la v id a lite ra ria , en 1933 proyectó una
serie de diez artículos “ de carácter nacionalista decidido” y lo co ­
m entó con M allea, por entonces d irector del suplem ento dom ini­
cal de L a N a ció n , quien se interesó m uchísim o en el plan y p ro ­
m ovió su publicación. Fue así com o, aproxim adam ente cada quince
días, los lectores — y las autoridades— fueron advertidos de las
carencias que habían llevado a “ este pueblo” a un estado de p o s­
tración moral: aquí faltaban ju ventud, patriotism o, sentido heroi­
co de la vida, m oral, ideales, orden, disciplina... El sesgo fascista
de esos artículos era excesivo, hasta para un diario que había di­
fundido durante años la prédica antiliberal de L ugones, y la publi­
cación se suspendió. Al año siguiente, G álvez los reunió en un
volum en, al que agregó notas explicativas y un apéndice sobre
“Posibilidades del fascism o en la A rgentina” que concluía así:

“Finalmente, el régimen fascista se hará necesario cuando el


comunismo salga de sus guaridas y empiece a atacar con la
tenacidad que le es característica. Ya está en casi todas las
conciencias la idea de que no hay sino dos caminos: o Roma
o Moscú. Ya nadie cree en la duración de la democracia. La
guerra social comenzará tarde o temprano, y entonces, para
evitar el advenimiento del horror comunista, con sus críme­
nes, con su satánico poder destructor, con su aniquilamiento
del hombre, con su ateísmo militante, será urgente la mano
de hierro del fascismo, violenta, justiciera, salvadora”.

N o era la prim era vez que G álvez intervenía en un m om ento de


balances de la conciencia nacional. Ya lo había hecho en 1910,
con E l d ia rio d e G a b r ie l Q u iro g a . En aquella ocasión, había ap e­
lado a una estrategia ficcional para exponer sus ideas: el diario
íntim o de un personaje im aginario que era, a to d as luces, su a lte r
eg o . A hora, con su propia firma, diagnosticaba sobre un pueblo al
que parecía señalar con un índice adm onitorio. Pese a esas dife­
rencias form ales y a la m ayor provisión de ideas reaccionarias que
le brindaban el nacionalism o y el fascism o en los años treinta, la
continuidad de ciertos tó p ico s entre am bos libros es notable, así
com o tam bién la repercusión que algunos de ellos tuvieron en
M allea. L os dos se sintieron acosados p o r un presente de decaden­
cia y proclam aron la necesidad de una “ regeneración” , que para
uno se asentaba en el “ sentido heroico de la vida” y para el otro, en
versión m ás civil, en “una exaltación severa de la vida” .

Las decepciones de Gálvez en la ficción

E n E ste p u e b lo n ec esita ... G álvez señaló que el golpe de 1930


había despertado a los argentinos con un soplo de energía, pero
que esa conm oción apenas había durado un mes: “L a ráfaga de
heroísm o pasó. Y volvió el argentino a la m ediocridad espiritual y
m oral de sus peores tiem pos” . E ste ciclo de entusiasm o y decep­
ción es exactam ente el que articula su novela H o m b re s e n s o le ­
dad^ de 1938.
L a apología del fascism o de E ste p u e b lo n ec esita ... ingresó en
la novela a trav és de un personaje de nom bre significativo: Block.
A nte el fracaso de las expectativas que había d epositado en la “ re­
v o lu c ió n ” , B lo c k se suicida. M ás allá de la visible alusión a
L ugones, esta resolución im aginaria es un indicio de que la co n ­
fianza de G álvez en la solución fascista se había debilitado. P ero
la de B lock es sólo una de las trayectorias que m uestran que el
golpe había resultado incapaz de cum plir con las prom esas de re­
cuperación de la energía nacional que, según G álvez, había des­
pertado. En todas las historias narradas en la novela y en to d o s los
órdenes de las actividades de los personajes principales, sean polí­
ticas, intelectuales, fam iliares, am orosas o económ icas, se cum ple
la m ism a parábola: una breve prim avera y un p ro n to reto rn o a la
inercia. L os pro y ecto s se abandonan, las relaciones fam iliares se
deterioran, las situaciones económ icas se agravan, y to d o sufre
una degradación inexorable, salvo la vida religiosa auténtica y un
ejercicio casi ap ostólico de la literatura.
A unque G álvez en sus R ec u erd o s... habló de ella com o “ la n o ­
vela de la soledad espiritual” , om itiendo la centralidad que tiene el
golpe en la com posición del relato y en las trayectorias de los per­
sonajes, ese libro es todavía un testim onio valioso sobre el “ m o­
m ento de los trein ta” por la eficacia con que articuló una visión
ideológica en el registro ficcional. E n ese sentido, H o m b re s en
b ib l io g r a f ía

Libros

Gálvez. Manuel. Recuerdos de la vida literaria (tres vols.). Hachette. Buenos


Aires. 1962. lomos II y III.

Gorelik, Adrián. La 'grilla y el parque. Espacio público y cultura urbana en


Buenos Aires, 1887-1936, Universidad Nacional de Quilines, Bernal. 1998.

King. John. Sur. Estudio de la revista argentina y de su papel en el desarrollo


de una cultura. 1931-1970 (traducción de Juan José Utrilla). FCE. México,
1989.

Prieto. Adolfo. "El hombre que está solo y espera", en Estudios de literatura
argentina. Galerna. Buenos Aires. 1969.

Romero, Luis Alberto. Breve historia contemporánea de la Argentina, FCE.


Buenos Aires. 1994.

Sarlo. Beatriz. Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930. Nueva
Visión. Buenos Aires. 1988.

Warley. Jorge A. í Ida cultural e intelectuales en la década de 1930. CEAL.


Buenos Aires. 1985.

Zanatta. Loris. D el Estado liberal a la nación católica. Univ ersidad Nacional


de Quilines, Bernal. 1996.

Revistas

Contorno. Nos 1-5/6. Buenos Aires. 1953-1955.

Gramuglio, María Teresa: Sarlo. Beatriz y Warley. Jorge A. "Dossier sobre Sur".
en Punto de Jista. VI. N° 16. Buenos Aires, abril-julio de 1983. págs. 7-14.

Gramuglio. María Teresa. "Sur en la década del treinta. Una revista política".
en Punto de Vista. IV. N° 28. Buenos Aires. 1986. págs. 109-117.

Sur. Nos 1-355. Buenos Aires. 1931-1984.

Tramas. Para leer la literatura argentina. Vol. II. N° 5. Narvaja, Córdoba. 1996.
I
E
n su p o lé m ic o p o e m a
“L as b rig a d a s de c h o ­
que” , publicado en C o n ­
tra. L a re v ista d e lo s fr a n c o ­
tira d o re s, en agosto de 1933,
Raúl G onzález T uñón p red e ­
cía para la A rgentina un fu tu ­
ro revolucionario que estaba
m ás cerca de lo que parecía;
un fu tu ro revolucionario c u ­
y o s signos eran visibles en la
inm ediatez del presente:

“'Nosotros estamos de vuelta al


pueblo,
hartos de la cultura burguesa,
ávidos de la dialéctica materia­
lista.
Sólo en una sociedad sin clases
será posible el sueño,
lo abstracto, la intimidad con lo
inverosimil v lo inventado,
con Dios y con los otros mun­
dos.
Nosotros estamos de vuelta al
pueblo
y ya oímos las detonaciones que
mañana
os coserán contra las paredes.
¡Guerra a la clase dominante!
¡Dictadura para asegurarnos la
libertad!”

El optim ism o de G onzález


Tuñón y su certeza de que la
revolución era posible en los
c o m ien zo s de la d é c ad a del
treinta no constituyen excep­
ciones. En esos años, los es­
crito res y los intelectuales de
izquierda insistieron en reflexionar sobre cuestiones políticas y
culturales que excedían los lím ites nacionales. La R usia de los
soviets y el stalinism o, la experiencia fascista, la R epública e sp a ­
ñola, el F rente P opular y la g u erra civil fueron los ejes de discur­
sos y prácticas artísticas que generaron nuevos com prom isos, arti­
culando núcleos intelectuales. En las revistas de izquierda ap a re ­
cidas a com ienzos de la década, se actualizó la discusión en to rn o
al rol del intelectual com prom etido, la función del arte revolucio­
nario, las relaciones entre arte y sociedad o literatura y revolución,
en un planteo que diseñó nuevas prácticas y nuevos m odelos de
intervención política. La crisis económ ica de 1929 acrecentó entre
los intelectuales y los m ilitantes de izquierda la certidum bre de
que el fin del capitalism o estaba próxim o; la U nión S oviética era
un m odelo p o r seguir en la construcción de una nueva sociedad
sin clases. C onvicción tam bién com partida p o r nacionalistas, c o n ­
servadores y católicos, que descubrían propaganda com unista en
to d o s lados. El escrito r y ensayista M anuel G álvez, p o r ejem plo,
en el artículo “E xtrem ism o y literatura” , publicado en II M a ttin o
d ’Ita lia el 18 de abril de 1932, criticaba a las editoriales españolas
po r traducir libros que, en su m ayoría, eran de tendencia revolu­
cionaria: “ Se traducen continuam ente to d o s los abo rto s de la lite­
ratura rusa. Incoherentes, confusos, inm orales, falsos, pesados [...]
E n m ateria editorial n o so tro s som os tributarios de E spaña. Y esto
constituye en el m om ento actual una grave desgracia. El caos es­
pañol se transm ite a n o so tro s por interm edio del libro. Y com o en
la política española así com o en su espíritu subsiste la influencia
de la p ropaganda soviética, se puede fácilm ente im aginar qué li­
bros nos llegan de ese país. C reo que nuestro gobierno, si quiere
evitarse el peligro de luchar co n tra el com unism o, debe im pedir la
libre entrada en el país de esta literatura perniciosa” . D os años
después, el m ism o G álvez se o to rg ab a el derecho de enum erar lo
que E ste p u e b lo n ec esita ... para term inar, de una vez y para siem ­
pre, con las m entiras de la dem ocracia representativa y del orden
liberal. B uscando diferenciarse de nacionalistas y conservadores,
quienes — según G álvez— no incluían la justicia social en sus p ro ­
gram as, proponía la construcción de un E stad o fuerte de claro cor­
te corporativo. C on un to n o apocalíptico y quejoso, señalaba el
fuerte arraigo de las ideas soviéticas entre los jó v en es argentinos,
sentenciando que “hay un com unism o form idable entre nosotros,
que no v o ta ni se m uestra en la calle porque ello está en su conve­
niencia, pero que un día se levantará y ensangrentará el país, si no
halla en su cam ino o tra fuerza que se le opo n g a .
El argum ento del “peligro rojo” , que com o bandera de choque
habían agitado los sectores nacionalistas, con serv ad o res y católi­
cos para reprim ir huelgas, prohibir m anifestaciones y d eten er a
dirigentes grem iales o políticos, no era novedoso. P ero en los
tem pranos años treinta, m otivando alarm as o suscitando adhesio­
nes, cierto s p ro ceso s sociales parecían confirm ar la proxim idad
de alguna profunda conm oción social. A Elias C astelnuovo, José
Portogalo, R oberto Arlt, los herm anos Raúl y Enrique G onzález
Tuñón, entre o tro s m uchos escritores, p o etas y periodistas, el en­
cuentro con la Rusia de los soviets y con el O ctubre Rojo de Asturias
en 1934, les perm itió — com o señala B eatriz Sarlo— diferenciar­
se del resto del cam po cultural pues el im pacto ideológico-políti-
co de la revolución se convirtió en el eje de sus discursos y de sus
prácticas artísticas. E stos escritores de izquierda, que registraron
la decadencia y la crisis, en co n traro n en ellas m ism as una p ro m e­
sa de salida: la uto p ía revolucionaria. Esa prom esa fue la instaura­
ción de un nuevo país cuyo m odelo era la R usia de los soviets
prim ero, la R epública española después.
Y en este sentido, estos escritores de izquierda se recortaron
nítidam ente de quienes se vieron ganados p o r el escepticism o p o ­
lítico y el pesim ism o. Se diferenciaron de la desazó n y la desesp e­
ranza de o tro secto r de intelectuales quienes, enfrentados a los di­
lem as mal resueltos de un liberalism o incapaz de gen erar m ás sa­
lidas que las del fraude p atriótico y la represión de partidos políti­
cos m ayoritarios o de sectores grem iales contestatarios, intervi­
nieron con ensayos, tex to s literarios y artículos periodísticos, re to ­
m ando las m ism as cuestiones que habían ro d ead o los festejos del
centenario de la N ación. M uchos ensayos asum ieron nuevam ente
las preguntas sobre el destino de un país que había perdido su
brújula a p artir de la crisis desencadenada p o r el golpe de E stado
de setiem bre de 1930, buscando las claves de interpretación en los
m odos en que se había constituido “el ser nacional” , con la inten­
ción de definir la identidad y la naturaleza auténtica de los argen­
tinos. Para algunos ensayistas com o Ezequiel M artínez E strada,
ya no existían salidas, al m enos en su R a d io g r a fía d e la p a m p a
(1933). D iferente fue la p o stu ra de E duardo M allea, quien p ro p u ­
so en su H is to r ia d e u n a p a s ió n a rg e n tin a (1937) otra versión del
ser nacional. Para M allea, la A rgentina de los años treinta se en­
contraba bajo el signo de la pérdida, pues se habían olvidado los
valores esenciales. E so s valores, sin em bargo, no se habían p erdi­
do para siem pre, sino que se encontraban sum ergidos en lo que
M allea denom inó “la A rgentina invisible” a la que se oponía la
pura apariencia de la A rgentina visible, form ada p o r “los hom bres
adventicios” que no respondían a la v erdad de lo nacional, verdad
que se encontraba en la A rg en tin a invisible.
A ngustia ante la pérdida de valores, análisis pesim ista y fru stra ­
ción colectiva fueron tam bién las vertien tes en las cuales abrevó
el tan g o del período. C om o señala E d u ard o R om ano, las letras de
E nrique Santos D iscépolo, H om ero M anzi y C eledonio F lores tra ­
suntan la desazón de las clases m edias urbanas, quienes co m p ro ­
baron día a día que la abnegación, la honestidad y el trabajo ya no
bastaban para la carre ra del ascenso social. ¿ Q u é sapa, señ o r? , se
preguntaba E nrique D iscépolo indicando, desde el título en vesre,
la inversión de palabras y de valores, el desconcierto de no saber,
u na vez aniquiladas las viejas convenciones, cuál era el rum bo:
“L a tie rra e stá m aldita / y el
am or con gripe en cam a... / La
g en te en g u e rra grita, / bulle,
m ata, rom pe y bram a. / Al hom ­
bre lo ha m areado / el hum o al
incendiar. / Y ahora entreverao
/ no sabe adonde va” . E sta de­
sazón, ocasionada p o r la pérdi­
da y la transacción de valores
en un m undo donde to d o esta­
ba trastro cad o , se resaltaba en
el tono m arcadam ente apocalíp­
tico de C a m b a la c h e . “ ¡Hoy re ­
sulta que es lo m ism o / ser de­
recho que traidor! / ¡Ignorante,
sabio, chorro, / generoso o es­
tafador! / ¡Todo es igual! ¡Nada
es m ejor! / ¡Lo m ism o un burro
/ que un gran profesor! / N o hay
aplazaos ni escalafón, / los in­
m orales nos han igualao. / Si
uno vive en la im postura / y otra
l nri(/ii( \,iuim roba en su ambición, / da lo mis­
mo que sea cura / colchonero, rey de bastos / caradura o polizón” .
Asimismo, el tango incorporó com o tópicos im portantes los efec­
to s de la crisis económ ica abierta después del crack de 1929: la
falta de dinero, la im posibilidad de e n co n trar trabajo y la co n se­
cuente represión policial de to d a señal de descontento. “H oy no
hay guita ni de asalto / y el puchero está tan alto / que hay que usar
un tram p o lín ... / Si habrá crisis, bronca y ham bre / que el que com ­
pra diez de fiam bre / hoy se m orfa hasta el p io lín ” , decía E nrique
C adícam o en A l m u n d o le f a l t a u n to r n illo , de 1932. Y tam bién
C eledonio Flores, en P a n , del m ism o año:

“ Sus pibes no lloran por llorar / ni piden masitas, / ni dulces,


ni chiches, ¡señor! / Sus pibes se mueren de frío / y lloran
hambrientos de pan. / La abuela se queja de dolor, / doliente
reproche que ofende a su hombría. / También su mujer. /
escuálida y flaca. / en una mirada / toda la tragedia le ha
dado a entender.”

“¿Trabajar? ¿Adonde? Extender la mano / pidiendo al que


pasa limosna, ¿por qué? / Recibir la afrenta de un ‘perdone,
hermano' / él que es fuerte y tiene valor y altivez...”

U n año m ás tarde, los tem as y clim as se reiteraron en A l p i e d e


la S a n ta C ru z, de M ario B arristella:

"Declaran la huelga. / hay hambre en las casas. / Es mucho el


trabajo / y poco el jornal / y en ese entrevero / de lucha san­
grienta, / se venga de un hombre / la ley patronal. / Los vie­
jos no saben / que lo condenaron / pues miente piadosa / su
pobre mujer, / quizás un milagro / le lleve al indulto / y vuel­
va en su casa / la dicha de ayer.”

E sta concepción pesim ista de un presente en el cual to d o p are­


cía derrum barse caracterizó tam bién una línea de la literatura te s­
tim onial de los años treinta, principalm ente los tex to s vinculados
a la labor periodística. Así, en los relato s de E nrique G onzález
T uñón com pilados bajo el título C a m a s d e sd e u n p e s o en 1932, y
en las A g u a fu e r te s p o r te ñ a s de R oberto A rlt, publicadas en el dia­
rio E l M u n d o , se rep resen taro n las condiciones de vida de los sec­
to re s populares fuertem ente sacudidas por el im pacto de la rece­
sión económ ica. L a crisis y el desem pleo transform aron la ciudad
arltiana pues en ella se to rn ó visible la aparición de un nuevo suje­
to social, el desocupado, que m odificó con su sola presencia el
paisaje urbano. D espués de hablar con un desocupado, Arlt, po r
ejem plo, m iró la ciudad con nuevos ojos, y así lo explicaba en E l
M u n d o , el 18 de diciem bre de 1931:

“Al separarme de mi amigo, me fijo en las plazas públicas.


Es sencillamente catastrófica la cantidad de gente que ocupa
los bancos. En Plaza Once, a las cuatro de la tarde, no hay un
solo asiento desocupado. En Congreso, ídem. En Plaza Mayo,
la plaza menos simpática para los desocupados, encontra­
mos ahora que los escasos bancos que hay los ocupan seño­
res sin posición económica ni renta fija. [...] Hay una sola
realidad... la realidad son las plazas repletas de desocupa­
dos, las agencias de colocaciones atiborradas de desdicha­
dos que buscan 'cualquier cosa' para parar la olla”.

C om o nunca, la expresión “esta r en la calle” adquiría un senti­


do no figurado: los d eso cu p ad o s estaban en la calle, ocupaban los
bancos de las plazas, llenaban los cines de la tarde; las esquinas
estaban tom adas con p u esto s de cigarrillos, fó sfo ro s y revistas, y
“la gente anda p o r to d o s los parajes regalando trabajo” . A rlt des­
cubrió al desocupado que buscaba trabajo a las cu atro de la m aña­
na subrayando los clasificados en algún bar cercano a la redacción
de cualquier diario, el m ism o que, ya p erdidas las esperanzas, se
asilaba en algún cine de barrio. El 24 de julio de 1932 escribía,
tam bién en E l M u n d o :

“Es la miseria. El cansancio. La tristeza. La necesidad de


buscar olvido. Un hombre sin trabajo... y aquí ya tenemos la
respetable cifra de quinientos mil desocupados que necesita
meterse en alguna parte donde lo que sus ojos miren sea com­
pletamente distinto a aquello que, día por día. noche por no­
che, le recuerda que es un ser humano que no produce ni
para sí mismo. El hombre se mete en el cine... como en otras
partes el desocupado se mete en la taberna a buscar en un
vaso de vino alcohólico el borrador de sus penas... el leniti­
vo de su amargura que en ese instante le hace pensar: ‘En
este momento, ella me estará esperando esperanzada, dicicn-
dose: Tengo el presentimien­
to que hoy él va a venir con
buenas noticias"''.

M a la b a ris ta s del h a m b re y
ratero s de poca m onta refugia­
dos en hoteles de un peso o en
fondines m iserables son los p ro ­
tagonistas de los relatos de E nri­
que G onzález Tuñón, quien eli­
gió narrar la o tra cara del desem ­
pleo: la de aquellos que, quebra­
dos po r la falta de trabajo, ro b a­
ban para pagar un café con leche
en el Puchero M isterioso o una
sórdida cam a de hotel pues de
las p lazas, de no ch e, tam b ién
eran expulsados. “U n guardián
de plaza pública es un rep resen ­
tan te de la sociedad. [...] L os sin
trabajo y sin hogar van a e n tre ­
cerrar sus ojos doloridos de sue­
ño y el guardián no perm ite que
lo s v a g a b u n d o s d u e rm a n . E s
enem igo del sueño al aire libre,
bajo el am paro g ratu ito de los
árboles” , sostuvo en C a m a s d e s ­
d e u n p eso , de 1934. E n sus relatos, com o en el tan g o discepoliano,
se cuestionan las categorías con las cuales se solía describir una
sociedad m ás igualitaria, vivida com o lo irrem ediablem ente per­
dido:

'"Al fin de cuentas, ¿que es un hombre honesto? Un fabrican­


te que explota a cientos de obreros, paga impuestos cuando
no puede eludirlos con una coima, cumple con las reglamen­
taciones legales, engorda, cohabita con libreta de registro
civil...”

En los ensayos sobre el ser nacional, en el tango y en la literatu­


ra testim onial, entonces, se hace evidente la presencia de fuertes
líneas que aludían a algunas de las situaciones que, en ciertas v er­
siones, to rn aro n infam e a la década.
Sin em bargo, com o se señaló, para un sector de escritores ar­
gentinos las cosas eran distintas. En rigor, no se tratab a de una
versión radicalm ente diferente ya que el diagnóstico inicial era el
m ism o: la decadencia del m odelo liberal y la crisis del capitalism o
eran las variables que m ejor describían un sistem a político c o rru p ­
to, una econom ía nacional en tregada a los ju e g o s del im perialis­
m o, una realidad social al borde del estallido. Se tra tó , en cam bio,
de o tra interpretación de los hechos: eran precisam ente la crisis y
la decadencia los elem entos que abrían la posibilidad de la salida
revolucionaria.

HACIA LA REVOLUCIÓN

El rasg o que m ejor define los m odos de intervención cultural y


política de estos intelectuales de izquierda en la A rgentina de los
años treinta es el alto grado de internacionalización de su co m p ro ­
m iso político. El com unism o, el fascism o y los avatares de los
frentes populares fueron algunos de
los cen tro s principales de los discur­
sos y de las prácticas artísticas, que
generaron nuevos com prom isos y re-
agruparon núcleos intelectuales. En
esos años, com enzó a desarrollarse
una nueva actitud m ental a partir de
la cual la principal preo cu p ació n de
los intelectuales ya no pasaba sola­
m ente p o r la reflexión y la eventual
intervención, en torno a cuestiones re­
lacionadas con su propio país, sino
que esa preocupación se hizo m ucho
m ás vasta. P o r lo tanto, se actualizó
y se reform uló la discusión acerca del
rol del intelectual, la función del arte,
las relaciones entre arte y sociedad o
literatura y revolución, en un planteo
a p artir del cual se diseñaron nuevas
l lms < , / mi prácticas y nuevos m odelos de inter­

392
vención política. Los escritores que se consideraban de izquierda,
m uchos de ellos cercanos al Partido C om unista, problem atizaron
en libros, tex to s periodísticos y artículos aparecidos en pequeñas
publicaciones, y en ocasiones a partir de sus propias experiencias
com o viajeros internacionales a la R usia de los soviets y a la E sp a ­
ña lacerada de la g u erra civil, cuál debía ser el rol del intelectual
com prom etido; cuáles eran las funciones del arte revolucionario
en una sociedad capitalista; cóm o era posible participar, desde la
literaratura, en la construcción de una sociedad sin clases.
Elias C astelnuovo, po r ejem plo, viajó a R usia en 1932 para “ver
y palpar” cóm o se vivía y se trabajaba bajo el nuevo orden revolu­
cionario. P ara este hijo de inm igrantes, las prerro g ativ as del viaje
diferían de las de los m iem bros de las clases dom inantes: C astel­
nuovo, quien carecía del capital sim bólico para conectarse con las
elites intelectuales de París, pudo acceder al contacto de o tro s “via­
je ro s ilustres” , quienes, com o él, analizaban la estru ctu ra política
surgida de la revolución; tam bién pudo apropiarse de o tra lengua
— el ru so — , considerada en sus testim onios de viaje com o el n u e­
vo idiom a universal. Si, com o señala D avid Viñas, el viaje es d es­
de com ienzos del siglo X IX un tem a perm anente que enhebra las
diversas flexiones del intelectual argentino, el viaje de izquierda
reform uló la dicotom ía P arís-B uenos A ires con la traslación del
m odelo ideológico-cultural hacia lo que Aníbal P once denom inó
una “tercera ciudad” : M oscú o M adrid. L a postulación de una te r­
cera ciudad aludía tam bién a la fírm e creencia sostenida p o r la
Iglesia C atólica que, después del C ongreso E ucarístico de 1934,
había instalado la certeza de que “R om a o M o scú ” era la única
alternativa política existente.
M adrid, en cam bio, fue el espacio im aginario y la ciudad em ­
blem ática en la poesía de Raúl G onzález Tuñón. D esde su viaje
com o cronista a la A sturias del O ctubre R ojo de 1934 y a las trin ­
cheras del frente republicano, el viaje estético en dirección a E u ­
ro p a se convirtió en el viaje m ilitante:

“Madrid
De todas partes hacia ti venimos
con fusiles o versos a tus muros.
Flamante capital de todas partes.
¡novia del mundo!” (La muerte en M adrid , 1937)
L a inm inencia de la revolución abrió entonces la discusión so­
bre el arte y su función en una sociedad de clases. G onzález Tuñón
proclam ó la necesidad de un arte revolucionario cuyo contenido
social co rresp o n d iera tam bién a una nueva técnica literaria; así, en
“ A n o so tro s la poesía” , incluido en L a ro sa b lin d a d a , de 1936,
sostenía: “Llam o técnica nueva al conocim iento y a la superación
de to d as las técnicas, a la desenvoltura que nos da ese conoci­
m iento, a la libertad de tonos, ritm os, im ágenes, palabras, y a lo
que siem pre tuvieron los poetas de cada época creadora, a lo que
sigue la línea poética que nació con la prim era palabra pro n u n cia­
da por el hom bre en la tierra: a la personalidad de un p o e ta ” .
L a idea de una revolución posible fue planteada no sólo en té r­
m inos políticos y económ icos: la literatura apostaba por la rep re ­
sentación de un nuevo orden social que tam bién alterara las reglas
que regían la vida privada. Así, p o r ejem plo, en C a m a s d e sd e un
p e so , E nrique G onzález Tuñón vinculaba la revolución con un
cam bio en las costum bres: “ V endrá el am or libre com o vendrá la
em ancipación económ ica de los hom bres. L a sociedad burguesa
ha entristecido al amor. L o ha relajado. H a llevado el am or al p ro s­
tíbulo. H e aquí lo que es el am or burgués; el am or con p reserv ati­
vo, el am or que se lava con perm anganato” . A lgo parecido p ro p o ­
nía Arlt en su novela E l a m o r brujo, de 1932, que fue prom ocionada
por la revista com unista A c tu a lid a d en su núm ero 3 con un aviso
publicitario que insólitam ente señalaba: “L a novela describe las
alternativas de un personaje que tra ta de orientarse hacia el com u­
nism o a través de la m araña de las contradicciones de la bu rg u e­
sía, a cuyo servicio trabaja en calidad de ingeniero” . D esconcer­
tante aviso porque, por un lado, la novela efectivam ente cuestiona
la m oral burguesa enfocada a trav és de las relaciones entre hom ­
bres y m ujeres, al ap o sta r po r un cam bio revolucionario que tam ­
bién altere las reglas que regulan la esfera privada: bajo el cap ita­
lism o, las m ujeres “habían nacido para enfundarse en un cam isón
que les llegaba a los talones y hacerse la señal de la cruz antes de
dorm irse. Pavoneaban una estru ctu ra m ental m odelada en to d as
las restricciones que la hipocresía del régim en burgués im pone a
sus desdichadas servidoras” . Pero por o tro lado, las ensoñaciones
de su p rotagonista E stanislao Balder, m ás que revelar a “un p e rso ­
naje que tra ta de orientarse hacia el com unism o” , enfatizan la con­
fusión ideológica de un ingeniero de clase m edia: ‘“ E stas m ujeres
tienen que ser hechas pedazos por la revolución, violadas por los
ebrios en la calle’, se decía a veces B alder” . A sim ism o, la novela
pro p o n e reflexiones am biguas sobre los vínculos entre vida priva­
da y esfera pública, entre lucha de clases y m oral burguesa, y plan­
tea las contradicciones de los asalariados que, en lugar de pelear
p o r sus derechos, buscan p ertenecer a la burguesía: “C ualquier
m ecanógrafa, en vez de pensar en agrem iarse para defender sus
derechos, pensaba en engatusar con artes de vam piresa a un creti­
no adinerado que la pavoneara en una voiturette. N o concebían el
derecho social, se prostituían en cierta m edida, y en determ inados
casos asom braban a sus gerentes del lujo que gastaban, incom pa­
tible con el escaso sueldo g an ad o ” . O defienden el orden social:
enfrentado a A lberto, un m ecánico que p o stula la necesidad de
so sten er las convenciones sociales, B alder piensa: “¿En qué país
estam os? E ste obrero que tiene la obligación m oral de ser revolu­
cionario m e viene a conversar a mí que soy un ingeniero, de la
necesidad de resp e tar los convencionalism os sociales. Q ué lásti­
m a no esta r en Rusia. Ya lo habrían fusilado” .

REVISTAS CULTURALES , APUESTAS POLÍTICAS

E sto s hom bres de letras com prom etidos con algún tipo de tran s­
form ación profunda del orden social y político im pulsaron, en esos
años, un conjunto de iniciativas m uy variadas. D esde ya, publica­
ron sus obras de ficción, sus poem as y ensayos, sus m em orias de
viajes; tam bién organizaron encuentros, congresos y cam pañas de
propaganda, con fines m últiples que siem pre se quisieron solida­
rios. Sim ultáneam ente, participaron en la creación de institucio­
nes, d ictaron conferencias, hablaron en actos políticos y tam bién,
desarrollando una práctica particularm ente extendida en la época,
fundaron revistas. A lgunas de ellas fueron efím eras; o tras se co n ­
virtieron en el ám bito en el que se libraron intensas y fugaces p o ­
lém icas; es posible pensar, por o tra parte, que sus lectores fueron
con frecuencia m enos de lo que las direcciones hubieran deseado.
Sobre ese abigarrado conjunto de revistas culturales, señalaba
la revista católica C rite rio en 1933: “D esde hace algunos m eses se
n o ta en la ciudad una m ultiplicación so sp ech o sa de publicaciones
de carácter com unista, especialm ente soviético. Prim ero H o y A r ­
g e n tin a , que felizm ente p ara las letras, las ideas y el buen gusto
desapareció antes de dar la tercera entrega. L uego C o n tra que, con
los m ism os red acto res de la anterior, sigue sus pasos con m ayor
m odestia editorial. A hora se publica A c t u a l i d a d — económ ica, li­
teraria, artística, científica, pero sim plem ente soviética— que lle­
va sus tiros contra C la rid a d , a la cual acusa de socialdem ócrata
reeditando la literatura com bativa de Lenin en la Iskra . A c tu a lid a d
tiene los m ism os red acto res de C o n tra y T iem p o s N u e v o s — otra
m uestra m ás de la proliferación m arxista revolucionaria— a p a re ­
ce escrita por los m ism os. L as que hem os citado son solam ente
algunas de las que se ofrecen en los quioscos de la capital a la
curiosidad incauta de las inteligencias desprevenidas. Siendo m u­
chas, p ero dirigidas p o r la m ism a voluntad hacia idéntico fin, su
circulación ha de ser forzosam ente m ayor que si se tra tara de una
sola. Q uien m aneje los hilos de la pro p ag an d a bolchevique en el
país sabe lo que hace, siendo evidente que su co nducta se ajusta a
las instrucciones que salen de Rusia para to d o el m undo” .
Sin em bargo, no to d o s los escritores involucrados en estas em ­
presas coincidían en el tipo de revolución que deseaban, y m enos
aún, com partían los m odos de realizarla. D esde com ienzos de la
d é c a d a h a s ta 1936, se p ro d u je ro n d u ro s e n fre n ta m ie n to s y
sorpresivos disensos entre los sectores de izquierda, cuyas huellas
pueden leerse, con particular claridad, en aquel conjunto de publi­
caciones. L os escritores de izquierda se dispersaban y se reagru-
paban, atravesados por los nuevos debates que recorrían O cciden­
te, dejando atrás la tranquilizadora dicotom ía que en los años veinte
los ubicaba en B oedo o en Florida, en la “literatura social” o en “el
arte p o r el arte” .
En las nuevas revistas que se fu n d aro n en los tem p ran o s años
trein ta, la política se im puso com o p reo c u p a c ió n central y, p o r lo
tan to , definió qué lugares se ocu p ab an en el cam po cultural. P o r ­
que en los años veinte, com o sostiene L iliana C attán eo , la rev is­
ta C la rid a d , dirigida p o r A nto n io Z am o ra, funcionaba co m o el
esp acio que ag lutinaba a las d iferen tes v ersio n es de la izq u ierd a
local, una izquierda que, tal com o se sostenía en el subtítulo “T ri­
buna de P en sam ien to Izq u ie rd ista ” , com p ren d ía al socialism o,
al anarquism o, al com unism o, a los p rim ero s g ru p o s tro tsk istas,
al geo rg ism o , ju n to a lo que se co n sid erab a la “ju v e n tu d in d e­
p e n d ie n te ” , e stu d ia n te s e in telectu ales, y tam bién a m ilitantes de
organism os u n iv ersita rio s y sindicales. En cam bio, en los años
tre in ta la necesidad de definir u b icacio n es p o líticas m ás p recisas
co n d u jo a cada se cto r a reivindicar espacios diferenciados, a d i­
sentir y polem izar. El alejam iento de L eó n id as B arletta, uno de
sus se cre ta rio s de redacción, a finales de 1929 fue el prim er sín­
to m a de la disp ersió n del g ru p o inicial de C la r id a d y de la e le c ­
ción de cam inos d iv erso s una vez a g o ta d a s las p o lém icas de
B o edo con los rep re sen ta n te s de la v a n g u ard ia e stética de la n u e­
va generación. C om o se verá m ás adelante, en los treinta, B arletta
editaría, desde m ayo de 1931, su p ro p ia revista, llam ada M e tr ó ­
p o lis . D e lo s q u e e s c r ib e n p a r a d e c ir a lg o , que fue ó rg an o del
T eatro del Pueblo, do n d e se c o n cen tró el elenco m ás reco n o cid o
de B oedo.
Claridad*, po r su parte, continuó publicándose durante to d a la
década, cada vez m ás inclinada a transform arse en una revista cuyo
eje era la política. N aturalm ente, se seguían publicando poem as y
cuentos, y la sección de crítica literaria continuaba aspirando a
funcionar com o una guía de la “buena literatura” , com prom etida y
de denuncia, para la organización de las bibliotecas populares. A
ese objetivo contribuía buena parte de los libros publicados po r la
editorial Claridad. P ero los artículos sobre el fascism o y el im pe­
rialism o, sobre la g u e rra de E spaña y los crím enes nazis, se im pu­
sieron en las páginas de C laridad, a la reflexión referida a las letras
o al arte, al tiem po que el aprism o en el exilio y la izquierda del
P artido Socialista fueron dos de los gru p o s de m ayor presencia en
la revista.
A su vez, en las vanguardias la política am pliaba su espacio a
expensas de la estética, y sus revistas se caracterizaron precisa­
m ente p o r su intensa politización. L a persistencia de la dicotom ía
F lorida-B oedo continuó funcionando a la hora de definir estilos
periodísticos, m odelos estéticos y posiciones políticas. El cierre
d q M a r tín F ie rro , la principal revista vanguardista de los años vein­
te, dejó un espacio vacío que p ro p u estas sim ilares buscarían o cu ­
par. P ero en los treinta, la idea de sostener una revista que, com o
M a r tín F ie rro , p ropusiera un m odelo de intervención en el cual se
excluyera la representación de los principales debates políticos,
resu ltó inviable.
En efecto, du ran te los años en que salió a la calle (1 924-1927),
M a r tín F ie r r o excluyó la política de su agenda de intereses. L as
p o cas reflexiones políticas que se publicaron — ap arecidas sobre
to d o en los prim eros núm eros— ubicaron a la revista en un esp a­
cio cercano a las reivindicaciones de izquierda. P o r ejem plo, en
su prim er núm ero se publicó la “ D eclaración de H aya de la Torre,
Conrado \'alé Roxlo, 17-10-1941.

presidente de la F ederación de E stu d ian tes de P erú, desterrad o


de su país p o r el g obierno de L eguía con m otivo de su cam paña
c o n tra la preten d id a co n sag ració n de la N ación p eru an a a la im a­
gen del C o razó n de Jesús” y, com o n o ta de la redacción, un c o ­
m entario que señalaba: “ H ace m ás de seis años que el g obierno
zarista fue desalojado de Rusia. D os revoluciones de im p o rtan ­
cia universal han sucedido al n efasto régim en. Y sin em bargo, el
gobierno argentino no se ha enterado” . E sa inquietud fue retom ada
en el núm ero siguiente, en la sección “P re g u n ta m o s” . Las m en­
ciones a R usia d esap areciero n de la rev ista con la publicación de
( 1a u to a R u s ia , de C onrado N alé Roxlo, en su cuarto núm ero (aun­
que en su últim o núm ero se anunciaba “un im p o rtan te e stu d io ”
de E d u ard o G onzález L anuza, titulado L a R e v o lu c ió n R u s a y su
lite r a tu r a ), y la decisión de la revista con resp e c to a la política se
explícito en la d iscusión con R o b erto M ariani sobre la literatura
social y la figura de L e o p o ld o L ugones. E n efecto, en el séptim o
núm ero, la revista to m ó dos decisiones im portantes: publicó la
nota de M ariani donde éste criticaba el beneplácito de M a r tín
F ie r r o con la figura m o d ern ista y a la vez fascista de L eopoldo
L ugones, pero tam bién cubrió su p o rtad a con un retrato a lápiz
de L ugones, debajo del cual E v ar M éndez lo consideraba “este
gran argentino, decidido m artinfierrista, uno de los n u e stro s” . La
polém ica se reto m ó en los núm eros siguientes; así, en el o ctav o
núm ero la redacción resp o n d ió a M ariani diciendo: “ H ay entre
n o so tro s quienes saben agitar el trap o rojo con tan to denuedo
com o los valientes re d a c to re s de la anunciada E x tr e m a Iz q u ie r ­
da. Si no lo hacen en M a r tín F ie rro es sencillam ente p o r la m is­
ma razón que no hablam os de carreras ni de m odas: por razón de
e sp ec ialid ad ” .
Si la elección en to n ces había sido dejar la política afuera, fue la
intrusión de la política la que determ inó el cierre de la revista. En
su últim o núm ero, aparecido en 1927, en una nota firm ada po r su
d irecto r E v ar M éndez, se “aclaró” nuevam ente el carácter apolíti­
co de la publicación:

"M artín Fierro declara una vez más su carácter absoluta­


mente 'no-político \ y mucho menos politico-electoral o de
comité: politiquero. f...| El programa ác M artín Fierro le
exige permanecer desvinculado de todo interés y asunto de
índole política y consagrarse por entero, únicamente, a los
problemas literarios y artísticos. Ocupándose en ello, como
lo hacc. ya tiene de sobra como razón para existir y cumplir
una digna misión’'.

C om o se ha señalado en m ás de una oportunidad, la aparición


en los diarios p o rteños de una solicitada en respaldo de la candida­
tu ra de H ipólito Y rigoyen a la presidencia del país firm ada por
varios m artinfierristas fue el m otivo de esta “aclaración” . Sin que
se sepa a ciencia cierta si la causa del cierre fue la solicitada o la
aclaración, lo cierto es que éste fue el últim o núm ero de la revista,
que dejó de ap arecer sin explicaciones.
LA CO NTINU IDA D DE UN MODELO

Tres años después del cierre á e M a r tín F ierro , Cayetano Córdova


Iturburu, poeta y escritor vinculado a la vanguardia m artinfierrista,
se p ropuso retom ar ese m odelo, lanzando una revista similar: A r ­
g e n tin a . P e r ió d ic o d e A r te y C rítica , que apareció en noviem bre
de 1930 bajo su dirección. F orm alm ente idéntica, optaba, al igual
que M a r tín F ierro , por la no inclusión de la política en sus pági­
nas. Si bien se incorporaron nuevas firmas, com o la de M aría R osa
O liver, y algunos nom bres com o los de O liverio G irondo y Jorge
Luis B orges estuvieron ausentes, C órdova Iturburu m anifestó ex­
plícitam ente que la intención era la misma: se tra tab a de un p erió ­
dico exclusivam ente literario, en el cual no había cabida para el
proselitism o político. En su núm ero 2, de 1931, C órdova Iturburu
sostenía:

"No hablamos, es cierto, de bolcheviquismo o socialismo.


Ni de teosofía. Ni de política. Y no lo hacemos porque nues­
tro periódico es un periódico de arte. Eso queremos que sea.
Y nada más. Obrando así estamos seguros de no eludir los
deberes de nuestra generación y de ser útiles a nuestro país y
al mundo. | . . .] Queremos ser solamente artistas, hombres con­
sagrados exclusivamente a una actividad, inaugurar entre
nosotros la era de las especializaciones porque sabemos que
es la especialización lo que ha edificado la cultura. Cree­
mos, además, que el arte no puede ser vehículo de doctrinas
sino que tiene su finalidad en sí mismo y que sus beneficios
sociales se producen por virtud de presencia. | ...] No admiti­
mos, de ninguna manera, el criterio socialista o comunista
de poner el arte al servicio de otro ideal. ¿Es que el arte no es
ya un ideal bastante alto? Nosotros, por lo menos, tenemos
la inocencia de creerlo. Y somos, en esto, tan inocentes como
Rembrandt y Leonardo da Vinci. ¿Qué queda del llamado
arte social de fines del siglo pasado? Nada. Absolutamente
nada. Tampoco quedará, aunque ustedes piensen lo contra­
rio. un solo poema socialista, un solo cuadro comunista, una
sola sonata radical o demócrata progresista o una sola mar­
cha triunfal conservadora".

Sin em bargo, el m odelo ya era inviable. A r g e n tin a dejó de salir


después de su terc er núm ero, en agosto de 1931. El cierre dem ues­
tra entonces que a com ienzos de los años treinta el secto r izquier­
dista del cam po literario estaba ya cruzado po r tensiones y discu ­
siones estético-ideológicas que to rn ab an inviable ta n to el m odelo
“apolítico” que proponían M a r tín F ie rro y A r g e n tin a com o el es­
tilo irreverente con el cual intervenir en los debates estéticos. D os
años después, fúe Raúl G onzález Tuñón quien intentó recu p erar el
m odelo form al m artinfierrista para fundar una revista que, sin em ­
bargo, desde su com ienzo postulaba una p ropuesta diferente: de lo
que se tratab a era de incorporar la dim ensión política com o tem a y
unir así, en una m ism a m ilitancia, la estética con la política. C o n ­
tra. L a re v ista d e lo s fra n c o -tir a d o re s , que G onzález T uñón diri­
gió desde abril hasta setiem bre de 1933, constituyó o tro intento de
convertirse en la heredera form al d q M a r tín F ierro . Si bien se p re­
sentó com o “la revista de los fran co -tirad o res” en la cual tenían
cabida “to d a s las escuelas, to d a s las tendencias, to d a s las o p in io ­
nes” , C o n tra fúe una revista de izquierda que postuló el enfrenta­
m iento de clase contra clase y que tuvo com o uno de sus proyectos
la organización institucional de los escrito res de izquierda para la
defensa de sus intereses profesionales. Sus dieciséis páginas ta ­
m año tabloide constaban de gran cantidad de artículos que giraron
en to rn o al análisis de la política internacional, n o tas dedicadas a
introducir en el ám bito local el debate sobre la fúnción del arte
revolucionario, trad u ccio n es de artículos, poem as y ensayos p u ­
blicados en órganos europeos.
C o n tra se presentó al lector com o la continuación de la revista
M a r tín F ie r r o y ta n to su diseño y su presentación form al, com o la
decisión de incorporar algunas de sus secciones, ratificaron el m o­
delo elegido. P o rq u e adem ás de los artículos y del m aterial gráfi­
co, C o n tra poseía d o s secciones fijas que abrían y cerraban la re ­
vista: “L o s sucesos, los hom bres” , firm ada por Raúl G onzález
Tuñón, y “R e c o n tra ” , la contratapa. A m bas, com o describe B ea­
triz Sarlo, se caracterizaron por un sistem a m isceláneo que reunía
pastillas escritas según las reglas estilísticas del periodism o m o­
derno y político. En “L o s sucesos, los hom bres” se recogían opi­
niones de publicaciones internacionales, com entarios de cables,
citas de libros o artículos, d ato s estadísticos sobre los avances de
la construcción económ ica soviética, m iniaturas de cine, te a tro y
literatura. En cam bio, “R e c o n tra ” se singularizó p o r la publica­
ción de consignas, enum eraciones, epitafios, cuartetas, redondillas
satíricas que retom aban las form as del discurso irónico y paródico
de la vanguardia m artinfíerrista, rasgos que llevan a Sarlo a defi­
nir a C o n tra com o “el m artinfierrism o de izquierda” dado que, en
el trabajo irónico con el discurso de los o tro s (escritores o políti­
cos), asumió las tácticas de la guerrilla estética m artinfíerrista, com o
en su núm ero 2, aparecido en junio de 1933:

“El Suplemento
Lo dice siempre sin querer
o queriendo que me convenza:
'Sólo sirve para envolver
el suplemento de La Prensa

Crisol
Plagiar estudios no oses,
pues tu fama se irá a pique,
no hagas como Luis Enrique
Osés.”

D os ejes de discusión y polém ica y, por lo tanto, de redefiniciones


y recolocam ientos, atravesaron los cinco núm eros de la revista: el
prim ero de ellos fúe el rol de los escritores en la sociedad cap ita­
lista; el segundo, los m odos de intervención y las form as de cons­
tru cción de un arte revolucionario. El planteo sobre cuál debía ser
el rol del escrito r sudam ericano en sociedades “to d av ía” divididas
en clases sociales apareció en su prim er núm ero enunciado por
G onzález Tuñón, quien proponía dos m odos de intervención, acor­
des a una doble caracterización de los escritores de izquierda. P o r
un lado, señalaba que los jó v en es escritores que creían que la re­
v olución era posible en A m érica del Sur debían afiliarse al P artido
C om unista y, desde allí, luchar po r la revolución. E n cam bio, aque­
llos escritores, entre los que se incluía, que creían que la A rgentina
es un país sem icolonial, debían esperar que la revolución se ex­
tendiera a Inglaterra, Francia, A lem ania y recién en ese m om ento
“ponerse en el ritm o” . M ientras tanto, la función de los escritores
era h acer pro p ag an d a desde el libro, el diario, la revista, la calle,
para crear una conciencia colectiva revolucionaria.
Tales afirm aciones desataro n la polém ica con los m iem bros del
P artido C om unista; uno de sus voceros, el joven m ilitante C arlos
M oog, envió a la revista una larga respuesta porque consideraba al
artículo de G o n z á le z T uñón “falso y confusionista” , agregando que
su au to r “nada sabe de m arxism o” . M o o g discutía la idea de que la
A rgentina debía esperar a que la revolución se realizara prim ero
en los países centrales y lu e g o en L atinoam érica, ya que afirm aba
que “esa revolución hay que hacerla y aquí m ism o” . Para M oog,
no bastaba con lim itarse a crear una conciencia colectiva revolu­
cionaria a trav és del libro, el diario y la revista pues no eran los
intelectuales quienes iban a crear esa conciencia revolucionaria
sino los trabajadores, a partir de la acción y la p ropaganda del
Partido Com unista.
La polém ica entre C arlos M o o g y Raúl G onzález Tuñón rep ro ­
duce, de alguna m anera, la disputa que un año antes, en abril de
1932, habían so sten id o R o b e rto A rlt y el d irigente co m unista
R odolfo Ghioldi en el diario com unista B a tid e ra R o ja . Ghioldi
había convocado a varios escritores de izquierda a colaborar en el
nuevo diario interesado, com o señala José A ricó, en encontrar un
lugar vinculado al Partido para los intelectuales burgueses. Arlt,

R odolfo ( iluohli. 13-10-19-11.


invitado po r C astelnuovo, se había incorporado al staff de B a n d e ­
ra R o ja , que en sus com ienzos no apareció com o órgano del P arti­
do C om unista sino com o un periódico independiente y de los tra ­
bajadores. G hioldi m ism o, en el núm ero del 24 de abril de 1932,
había definido con nitidez los elem entos que hacían posible una
colaboración com o la reclam ada: se tratab a de intelectuales que
creían ser “escritores de izquierda y proletarios, aunque no fúera
proletaria su producción literaria” y a los que la dictadura uriburista
y “ la situación actual en su conjunto im pulsan hacia el p ro letaria­
d o ” . En aquella oportunidad, y recién llegado al m undo ideológi­
co del m arxism o, A rlt escribió una nota invitando a los sim pati­
zantes del com unism o a estudiar:

“ El motivo de este artículo es lo siguiente: hacer compren­


der a todo tibio simpatizante con la causa de Rusia que su
deber, su único deber, es estudiar de continuo. [...] No basta
la intención, la simpatía, ni el entusiasmo. Hay que reempla­
zar el entusiasmo por una conducta fría, concentrada. El
boxeador que se entusiasma o enoja en el ring, pierde en el
noventa por ciento de los casos la pelea. El que ganó es el
otro, el calmoso, el tranquilo, el que ubica sus trompadas
con precisión de cañonazos. |...| Un partido compuesto de
hombres, de los cuales cada uno es un técnico en la ideolo­
gía en que se basan sus principios, disfruta de una fuerza tan
extraordinaria de penetración que nada se le resiste. Pero
para esto hay que estudiar, estudiar y estudiar. Nada más.”

A esa nota respondió, en el núm ero de B a n d e r a R o ja del 21 de


abril de 1932, un m iem bro del P artido, con el seudónim o de “A r­
te ro ” . El a u to r negaba rotundam ente que un revolucionario, un
propagandista de la causa de Rusia, pudiera form arse p o r m edio
del estudio, tal com o había sugerido Arlt, y sostenía que un revo­
lucionario debía hacerse en la lucha, debía ir a los sindicatos, a las
reuniones de obreros, a sus clubes, para “ sentir en carne propia el
desprecio a la burguesía dom inante” . E n o tra s palabras — en un
argum ento con el que coincidirá C arlos M o o g un año después— ,
que para ser revolucionario había que afiliarse al P artido C om u­
nista. C om o o tro s lectores intervinieron en la polém ica, R odolfo
Ghioldi tom ó la palabra y, en dos largos artículos publicados en
abril de 1932, planteó que A rlt revelaba en su nota la persistencia
de una ideología individualista peq u eñ o b u rg u esa pues enfocaba el
problem a social desde un punto de vista puram ente individual y
psicológico, que nada tenía que ver con el m arxism o-leninism o.
Ghioldi sostuvo entonces que existía un núcleo de la pequeña bur­
guesía (donde ubicaba a los intelectuales com o A rlt) que, si bien
com prendían que sin el proletariado nada podía em prenderse, te ­
mían a su dirección y aspiraban a una alianza con el p ro letariad o
que estuviera bajo la hegem onía de la p equeña burguesía. É ste era
el caso de escritores que, com o Arlt, sin ser proletaria su p ro d u c­
ción literaria, “ subjetivam ente aspiran a desarrollarse com o c o ­
m unistas” , aunque p erduran en ellos viejas co ncepciones indivi­
dualistas y no m arxistas. En su respuesta, Ghioldi afirm aba que la
necesidad de estudiar que había subrayado A rlt era una necesidad
p u ram ente individual y la ejem plificación de la teo ría de las m ino­
rías selectas, en la cual una m asa bienintencionada e incapaz era
conducida p o r una m inoría pequeñoburguesa, arm ada de la sabi­
duría revolucionaria. P ara Ghioldi, los intelectuales que se acerca­
ban a los o b rero s debían renunciar “a la teo ría de la m inoría sa­
piente que lleva de las narices a la m ultitud en tusiasta” y em pren­
der el estudio del m arxism o-leninism o. A rlt respondió p ro v o ca ti­
vam ente: sostuvo que si en teo ría era cierto que es el proletariado
el que debía o rientar al intelectual pequeñoburgués, esta prem isa
era incuestionable sólo en aquellos países donde el p ro letariad o y
la gran m asa rural eran com unistas. Y en la A rgentina, “ de cien
proletarios... noventa ignoran quién es C arlos M arx... pero noven­
ta pueden contestarle en qué estilo daba besos R odolfo Valentino,
y qué bigote usa José M ogica” . Tam bién discutió con Ghioldi so­
bre la im portancia del fac to r individual, sosteniendo que las m ino­
rías, ya sean conservadoras ya sean com unistas, eran p ro d u cto de
la selección, y que m uchos líderes del m ovim iento co m u n ista
m undial eran desprendim ientos de la clase pequeñoburguesa.
La redacción en pleno de B a n d e r a R o ja respondió a A rlt y dio
po r clausurada la discusión al m es siguiente, en m ayo de 1932.
B a n d e r a R o ja lo acusó de intelectual pequeñoburgués, sostuvo que
A rlt despreciaba a la m asa en general y al proletariado en particu ­
lar al p ro p u g n ar su teo ría de las m inorías selectas, desm intió su
cará c te r de m arxista leninista, y lo vinculó a los anarcosindicalis­
tas al considerar que con ellos com partía el desprecio p o r las m a­
sas: “R esulta m uestra de ignorancia que A rlt sostenga sus puntos
de vista en nom bre de un m arxism o engendrado en su cerebro.
Q ue lo haga en nom bre de su anarquism o a lo gran señor, com o
diría Lenin, y entonces las posiciones aparecerían m ás definidas” .
C om o ha planteado A ricó, la exigencia de claridad ideológica que
G hioldi dem andaba a A rlt exhibió la debilidad intrínseca de una
corriente política aislada de esa m ism a clase a la que pretendía
representar, y el desdén con el que el obrerism o del partido m iraba
a los intelectuales. A rlt pretendía nada m enos que o to rg a r una fun­
cionalidad autónom a a la cultura de izquierda y un papel relevante
a los intelectuales que bajo el influjo de la experiencia rusa se
desplazaban hacia el com unism o. El dilem a que A rlt planteó en su
artículo no se resuelve en la respuesta de Ghioldi, pues A rlt recha­
zaba la fácil identidad de pro letariado y com unism o, y se p reg u n ­
taba cuál cam ino debía seguir un intelectual radicalizado en un
país donde el proletariado y la gran m asa rural se m antenían aleja­
dos e im perm eables a la influencia del m arxism o y del m ovim ien­
to com unista. En parecidos térm inos, C arlos M o o g y Raúl G onzá­
lez Tuñón sostuvieron, un año m ás tarde, la m ism a polém ica en
una discusión que, aunque breve, m ostró claram ente los e n c o n tro ­
nazos y m alentendidos de los intelectuales considerados de izquier­
da con el Partido C om unista, en un debate que puso en el centro
las tensiones existentes entre m ilitancia com unista y actividad in­
telectual.
El otro eje im portante de polém ica de la revista C o n tra se des­
plegó en to rn o a la figura y la p ropuesta estética del pintor m exica­
no D avid A lfaro Siqueiros, ya que su figura d espertó los debates y
las discusiones m ás pro d u ctiv o s acerca de una definición de la
función del arte en la sociedad capitalista. Su visita a B uenos A i­
res, que había generado grandes confrontaciones y polém icas ta n ­
to en A m igos del A rte com o en la prensa en general, fue el tem a
dom inante en el terc er núm ero de C o n tra , a p artir del cual la revis­
ta se afianzó en una definición propia acerca de su rol en la crea­
ción de una conciencia de clase revolucionaria. E n ese núm ero,
Siqueiros reflexionó sobre la función del arte y de sus característi­
cas form ales a partir de la diferenciación del arte en la sociedad
capitalista y en la sociedad com unista. Señaló, por un lado, que la
plástica de agitación y p ropaganda era previa a la “estética de la
revolución” po r p ertenecer a la época de la lucha proletaria final
contra el E stad o capitalista; po r otro, que esa plástica debía encon­
tra r su propia form a, su propio estilo, su propio lenguaje y su p ro ­
pia m etodología pues no sería académ ica ni m odernista sino dia-
ba pues, “ para el arte, lo m ism o da que esté crucificada el águila y,
en pie sobre la cruz, el indio triunfante de la revolución” , sino por
su form a. En otras palabras, Payró, basándose en la obra del m is­
m o Siqueiros, planteaba que el valor de la obra de arte no estaba
en el contenido sino en la form a en que ese tem a (sea cual fuera
ese tem a) aparecía representado.
La revista delim itó un pro y ecto estético en el cual izquierda
v anguardista se superponía a m ilitancia política o, en o tro s térm i­
nos, los procedim ientos form ales de la vanguardia estética se en­
tendían inseparables de sus contenidos ideológicos. P or lo tanto,
diseñó un claro reco rte con respecto al “ rom anticism o p roletario”
o el “ arte social” que caracterizaba a la literatura de B o edo que si
bien se p reocupaba p o r los tem as de la m iseria, la desigualdad
social, el d o lo r proletario, las huelgas o las m anifestaciones, no
problem atizaba el m odo de representación de esos temas. Así, Payró
tom aba el ejem plo de la pintura A l a lb a de H ernans, en la cual
aparece un g rupo de o b rero s que, m ientras se dirigen a su trabajo,
pasan frente a un cabaret del que sale un caballero vestido de frac,
ebrio, a quien llevan del brazo dos p ro stitu tas que lo invitan a su­
bir a un autom óvil. Payró señalaba que la ideología de esta pintura
era sana y noble pero que el cuadro era gro tesco pues “no basta
con que estem os de acuerdo con el tem a de una pintura para que
aceptem os a ésta com o una obra de arte” .
F rente al “ arte social” , la revista p ropuso o tro s m odelos estéti­
co-ideológicos: el surrealism o francés, la nueva literatura rusa
(G ladkov, Fedin, Pilniak, Ivanov, G om ilew sky, L eonov) y a algu­
nos escritores norteam ericanos com o Sinclair L ew is y John D o s
Passos. E sta adscripción fue la que rigió la traducción y la selec­
ción de los m ateriales literarios publicados, y dibujó un m apa que,
en el ám bito in ternacional, ten ía com o figura cen tral a L ouis
A ragón, y en el m arco de la literatura nacional, a Raúl G onzález
Tuñón. C o n tra publicó en su segundo núm ero la prim era tra d u c ­
ción española de F re n te ro jo , realizada p o r Luis W aism ann, y dos
núm eros después, el co n trovertido poem a de G onzález Tuñón L a s
b rig a d a s d e ch o q u e . El caso G onzález Tuñón reprodujo, en el ám ­
bito local, los sucesos que rodearon, en 1930, la publicación de
F re n te ro jo de A ragón en L ite r a tu r a d e la R e v o lu c ió n M u n d ia l,
órgano de la U IE R (U nión Internacional de E scrito res R evolucio­
narios), ya que así com o A ragón fue perseguido por incitación al
crim en, m edida que p ro v o có la m ovilización y el debate entre los
escritores, en 1933 la publicación de L a s b r ig a d a s d e c h o q u e tuvo
efectos sim ilares ya que fue G onzález Tuñón el p ro cesad o p o r in­
citación a la rebelión. En 1935, cuando G onzález Tuñón ya se en­
contraba en M adrid, se conoció la sentencia judicial, que generó
docum entos de protesta firm ados por intelectuales argentinos, fran­
ceses y españoles.
Fiel al m odelo m artinfíerrista, C o n tra realizó encuestas para
convocar la opinión de escritores e intelectuales. La prim era en­
cuesta nació de un artículo de C órdova Iturburu publicado en su
prim er núm ero, en el cual se preguntaba: “¿Puede o no la literatu­
ra, la verdadera, la de los buenos escritores, descender al m undo
agitado de las luchas políticas en que se debaten las aspiraciones
m ás nobles y los apetitos m ás m ezquinos?” A partir del núm ero
siguiente, esta pregunta adquirió el form ato de una encuesta titu ­
lada “¿El arte debe estar al servicio del problem a social?” , a la que
respondieron N ydia Lam arque, Luis W aism ann, O liverio G irondo,
entre otros. El problem a se desencadenó con la respuesta de Jorge
Luis B orges quien, com o señala Sarlo, se negó a considerar los
térm inos de la pregunta porque som eterse a ella im plicaba aceptar
la existencia de un problem a que planteara la relación entre arte y
sociedad. P o r lo tanto, respondió de un m odo altam ente irónico,
retom ando argum entos que él ya había escrito sobre L eopoldo
L ugones y el m odernism o, en el tono y el estilo característicos del
desenfado m artinfíerrista:

“ Es una insípida y notoria verdad que el arte no debe estar


al servicio de la política. H ablar de arte social es como ha­
blar de geometría vegetariana o de artillería liberal o de
repostería endecasílaba. Tampoco el Arte por el Arte es la
solución. Para eludir las fauces de ese aforismo, conviene
distinguir los fines del arte de las excitaciones que lo pro­
ducen. Hay excitaciones formales ID EST artísticas. Es muy
sabido que la palabra AZUL en punta de verso produce al
rato la palabra ABEDUL y que ésta engendra la palabra
ESTAMBUL, que luego exige las reverberaciones de TUL.
Hay otros menos evidentes estímulos. Parece fabuloso, pero
la política es uno de ellos. Hay constructores de odas que
beben su mejor inspiración en el Impuesto Ünico, y acredi­
tados sonatistas que no segregan ni un primer hemistiquio
sin el Voto Secreto y Obligatorio. Todos ya saben que éste
es un m isterioso universo, pero muy pocos de eso s todos lo
sienten".

El tono jo co so , la falta de seriedad en la respuesta borgeana a


una pregunta que C o n tra consideraba “ seria” provocó, por un lado,
la furiosa respuesta, publicada en el m ism o núm ero, de C ó rd o v a
Iturburu, para quien “ la respuesta de B orges no debió publicarse”
po rq u e “ es una burla y una dism inución intencionada del p ro b le­
m a” . C órdova Iturburu no pudo leer el g esto altam ente paródico
de B orges y se equivocó al tra ta r de responder, seriam ente, a una
bravuconada:

“Claro está que un arte al servicio del VOTO SECRETO Y


OBLIGATORIO o del IMPUESTO ÚNICO seria, esencial­
mente. ridículo. Tan ridículo como un arte al servicio del
Jabón R eu ter o de los p an talo n es con fra n ja de los
compadritos convencionales del saínete. Pero no se trata de
eso. Borges no puede dejar de saberlo. EL VOTO SECRE­
TO Y OBLIGATORIO y el IMPUESTO ÚNICO, institucio­
nes chatamente burguesas, opacamente liberales, pueden
constituir un ideal en un comité radical o conservador o en
un centro socialista y encender el verbo frenético de sus ora­
dores. Pero el VOTO SECRETO Y OBLIGATORIO y el IM­
PUESTO ÚNICO, trastos inútiles del demo-liberalismo en
bancarrota, son cosas enteramente ajenas a eso dramático,
viviente, cálido y humano que flota hoy sobre las muche­
dumbres trabajadoras del mundo y que se concreta en una
ideología y un sentimiento revolucionario” .

La polém ica que C ó rdova Iturburu plantea frente a la respuesta


de B orges, si bien es pobre en su argum entación, m arca hasta dón­
de C o n tra puede cum plir con las pautas del m odelo elegido: la
revista pudo hacer suyo el discurso irónico o paródico que carac­
terizaba al m artinfierrism o siem pre y cuando éste se encontrara
delim itado en las co n tratap as, y siem pre y cuando ese espíritu
juvenilista y de picardía criolla no se desplazara a las zonas de
discusión que la revista consideraba “ serias” . Al m ism o tiem po, el
hecho de que C órdova Iturburu pusiera en duda que B orges “no
habrá dejado de advertir que una sociedad se derrum ba y que otra
sociedad pugna por nacer entre sus ruinas” no hace sino señalar su
propia ceguera ante un proyecto literario que, sin las estridencias
del surrealism o o del constructivism o ruso, reflexiona, a su m odo,
sobre su presente histórico. C om o señala Sarlo, aunque B orges
siem pre tra tó de preservar su literatura com o un espacio libre de
las pasiones inm ediatam ente políticas, sus cu en to s del trein ta y
del cuarenta “pueden ser leídos com o una resp u esta hiperliteraria
no sólo a procesos europeos, donde el surgim iento del fascism o y
la consolidación de un régim en com unista en la U R SS p reo cu p a­
ban a to d o s los intelectuales liberales, sino tam bién a las desven­
tu ra s de la dem ocracia en A rgentina, y a la m asificación de la cul­
tu ra en una sociedad donde la m odernización parecía no haber
dejado nada en pie” . P o r o tro lado, es probable que la respuesta de
B orges haya sido el m otivo del cierre de la encuesta: “ Q uisim os
dar a la encuesta un to n o polém ico, vivo, y no fue posible porque
tan to elem entos de la izquierda com o de la derecha y del centro se
han guardado sus opiniones” . Cierre del debate que, al m ism o tiem ­
po, ratificaba la concepción del arte que C o n tra ya había m anifes­
tad o en sus núm eros anteriores: “El criterio de C o n tra es siem pre
el mismo: el arte, hoy, debe ser revolucionario, m ás que estética,
políticam ente. M añana deberá servir a la construcción del socia­
lismo. D espués, será el arte puro. H ay artistas m aravillosos, g ran ­
des p o etas y pintores, que no sienten el llam ado de la hora. Ellos
serán sacrificados, m uy a pesar nuestro, si es que su actitud, en la
vida, siquiera, en la realidad cotidiana, no es una actitud anti-bur-
guesa y revolucionaria” .
En el últim o núm ero de C o n tra , G onzález T uñón advertía a los
lectores de los problem as de distribución que había tenido la edi­
ción anterior debido a confiscaciones, insinuaciones a los ven d e­
dores y detenciones de num erosos lectores. El conflicto creció, ya
que ese quinto núm ero fue confiscado po r la policía y, com o antes
se señaló, G onzález T uñón fue encarcelado durante cinco días y
debió som eterse a un largo p roceso judicial p o r la publicación de
L a s b r ig a d a s d e ch o q u e . A unque el proceso y los conflictos con la
policía explican, de algún m odo, el cierre de la publicación, tam ­
bién es plausible sostener que, al cabo de sus cinco núm eros, el
m odelo de intervención elegido por C o n tr a había en contrado su
límite. P o r un lado, la irreverencia y la m ordacidad no fúnciona-
ban en un m undo en el cual los nazis estaban persiguiendo a los
ju d ío s y los fascistas encarcelaban a sus opositores. P o r otro, las
relaciones entre la vanguardia estética y el P artido C om unista se
habían com plicado. Fue en 1933 cuando el Partido Com unista Fran­
cés expulsó a A ndré B retón, Paul É luard y René Crevel (y esto
explicaría la centralidad de A ragón, el único surrealista que logró
resolver sin m ayores conflictos una concepción del arte v anguar­
dista con su m ilitancia co m u n ista) y p o c o s m eses d e sp u és se
instauraría el realism o socialista com o la única estética posible
dentro de la revolución. A pesar de su precipitado final, en su corta
trayectoria C o n tra representó una p ropuesta que literariam ente,
en la Argentina, era novedosa: se tra tó de unir, por prim era vez,
vanguardia estética y vanguardia política, siendo el p unto m áxim o
de articulación de una vanguardia estética revolucionaria con una
práctica política m ilitante.

DISPERSIONES Y POLÉMICAS

M ientras la revista C o n tra buscó convertirse en la sucesora de


M a r tín F ie rro y le disputó a la revista S u r de V ictoria O cam po el
c arácter de heredera (en enero de 1933, cercana la fecha de la ap a­
rición de C o n tra , G onzález Tuñón había afirm ado en C rític a que
“ la revista S u r — que aparece en el barrio N o rte — no es expresión
auténtica del m oderno m ovim iento literario argentino. E sa ex p re­
sión fue M a r tín F ierro. Y lo será p ro n to ”), los escritores que años
antes se habían agrupado en B oedo, en los treinta conform aron un
m apa atravesado po r dispersiones y enfrentam ientos.
C om o se señaló, en m ayo de 1931, salía a la calle M e tró p o lis.
D e lo s q u e e sc rib e n p a r a d e c ir a lg o , la revista del Teatro del P u e­
blo, dirigida po r L eónidas B arletta. El elenco estable de B oedo
reaparecía así en las páginas de sus quince núm eros, con sus nom ­
bres m ás reconocidos: A lvaro Yunque, R o b erto M ariani, R am ón
Dolí, José P ortogalo, Santiago G anduglia. C om o señalan Lafleur,
P rovenzano y A lonso, M e tr ó p o lis fue un tardío retoño de B oedo y
su contenido “fue un caldo espeso, resultado de la cocción, en la
m ism a cacerola, de C arlos M arx, G orki, K ropotkin, Proudhon,
D o s to ie v s k i, J a u ré s , P le ja n o v , S tirn e r, O tto B a u e r y E lia s
E hrenburg; to d o ello condim entado con la especería autó cto n a del
tango, la m uchachita del suburbio y el m alevo de cafetín” . En su
prim er núm ero, M e tr ó p o lis continuaba con la m ism a polém ica de
años anteriores, pues el m odo de diferenciarse y de definir un es­
pacio propio era, nuevam ente, con respecto al grupo de Florida:
“H ay quienes escriben para beneficio de la humanidad y hay
quienes escriben para conseguir un empleo. Casi todos los
literatos de Florida escribían — ¡Santo Cielo!— para conse­
guir un puestito. Y apenas tuvieron la colocación, cumplido
el objeto de su arte, abandonaron la literatura. Digamos en­
tre paréntesis, que para bien de todos. Pero, es bueno consig­
narlo como ejemplo. ¿Recordáis aquel tem erario poeta
rubendariano de Florida, el insigne Evar Méndez? Es jefe de
una oficina de Impuestos Internos, tiene un sueldito pasable
y ya no escribe más versos. Otro guerrillero narcisista. Er­
nesto Palacio, ex anarquista, pseudo revolucionario, es se­
cretario de no sabemos qué intervención, y ya no escribe
más macanas. ¿Recordáis a Jacobo Fijman — otro converso
por snobismo— autor de un libro de pavaditas? Ya no volve­
rá a escribir: es secretario del secretario de un secretario del
gobierno. Y no sería nada difícil que tuviese influencia para
meternos presos. En fin. nosotros queríamos decir que por
muchos libros que se publiquen, cuando no hay sincera vo­
cación artística, con los primeros pesos malganados, el arte
se lo lleva el diablo”.

Sin em bargo, el cam po literario de la izquierda ya no era el m is­


mo y la sola diferenciación del g ru p o de Florida no bastaba para
delim itar un “ n o so tro s” con perfiles definidos. Así, p o r ejem plo,
M e tró p o lis,e ,n su núm ero 7 de noviem bre de 1931, polem izaba
con A ntonio Z am ora, buscando separarse de la revista C la rid a d ,
de la cual el propio B arletta había sido secretario de redacción:

“ Porque, digámoslo sin rodeos, el señor Samora (sic) es un


bruto incapaz de poner en el papel dos palabras juntas, ni de
decirlas en público, con sentido común. Tiene la mentalidad
de un salchichero. Sabe hacer negocios, limpios y sucios;
eso es todo. I...I Ha olvidado la explotación infame que hizo
de Castelnuovo, Yunque, Mariani. Barletta. Amorim y Ro­
dríguez, a quienes no les liquidó sus libros, con el agravante
de que tampoco pagaba la imprenta [...] Ya se verá cómo ni
siquiera respeta a Arlt. que es un buen negocio de librería y a
quien, estamos seguros, querrá arreglar con manises. Pero
esos escritores revolucionarios a que aludimos deberían te-
de teatro m oderno para salvar al envilecido arte teatral y llevar a
las m asas el arte general, con el objeto de pro p en d er a la elevación
espiritual de nuestro pueblo” , el T eatro del Pueblo desarrolló sus
prim eras funciones en te a tro s barriales y plazas públicas. O ficial­
m ente inauguró su tem porada el 14 de febrero de 1931 en un cine
de Villa D evoto, con un program a que incluyó L a c o n fe re n c ia , de
M ark Twain, interpretada por José Petriz; E l C a fe tín , canciones
del suburbio interp retad as po r Virgilio San C lem ente; L a m a d re
c ie g a , b o ceto de Juan C arlos M auri; C o m e d íe la b u rg u e sa de A l­
varo Yunque; y versos criollos recitados po r H ugo D ’Evieri. El
program a se repitió en o tra s dos salas de cines de barrio hasta que
B arletta alquiló la sala de la W agneriana, ubicada en Florida 936,
y allí debutaron con un rep erto rio integrado por T íteres d e p i e s
lig e ro s de Ezequiel M artínez E strada, L a m a d re c ie g a y E l p o b r e
h o g a r, de Juan C arlos M auri. D espués de gestiones, idas y vuel­
tas, B arletta obtuvo que la M unicipalidad le cediera un ruinoso
local ubicado en C orrientes 465. Allí convocó, a m ediados de 1931,
a los escritores A lvaro Yunque, R oberto Arlt, A m ado Villar, N ico­
lás Olivari, entre otros, a participar de Teatro del Pueblo con obras
propias. C on escepticism o, la m ayoría de los escritores invitados
aceptó participar, a pesar de la poca confianza que les despertaba
el teatro, que no era o tra cosa que un salón destartalado, con m on­
tones de revoque caído p o r los rincones, y con la com pañía de
actrices y actores tiritando de frío en banquitos de m adera, entre
quienes se encontraban Am elia Díaz de K orn, Joaquín P érez F er­
nández, Pascual N acarati, José Veneziani, H ugo D ’Evieri, V irgilio
San C lem ente, M aría N ovoa.
P ese a tan precarios com ienzos, en m uy po co tiem po la co m p a­
ñía sum ó a n u ev o s acto res: los herm an o s Juan, R o sa y C elia
Eresky, Jo sé Petriz, T ito Rey, Em ilio Lom m i, Josefa G oldar, A na
G ryn y N élida Piuselli. G uillerm o Fació H e b eq u er dibujó el lo­
g o tip o de la institución: un hom bre con el to rso d esnudo que agi­
ta la cuerda del badajo de una cam pana. El T eatro del P ueblo se
convirtió así en una p ro p u esta teatral alternativa, que o freció un
espacio de divulgación para las clásicas y m odernas piezas ex­
tranjeras (obras de G ogol, Shakespeare, C ervantes, Tolstoi, L ope
de Vega, M oliére, E ugene O ’Neill, Jean C o cteau , A ndreiev, entre
otros), y un lugar a los nuevos dram aturgos argentinos: Raúl G o n ­
zález Tuñón, A m ado Villar, N icolás O livari, E d u ard o G onzález
Lanuza, A rturo Capdevila, R oberto M ariani, H oracio R ega M olina,

415
entre otros. A dem ás, la com pañía llevaba sus funciones a plazas
públicas y cines de barrio, ed itaba boletines, p ro g ram ab a co n fe­
rencias y publicaba M e tró p o lis . D e lo s q u e e s c rib e n p a r a d e c ir
a lg o , el ó rg an o oficial del T eatro del Pueblo. E n estas activida­
des, según O svaldo Pellettieri, es clara una p ro p u esta teatral que
se caracterizó p o r una idea didáctica del te a tro de acuerdo con el
m odelo p ro p u esto p o r R om ain R olland, el activism o de sus m iem ­
bros organizados en com isiones directivas, asam bleas, entes de
lectura, y un antagonism o explícito c o n tra la tradición anterior,
especialm ente co n tra el te a tro com ercial. C om o reseñó A rlt en E l
M u n d o , años después de su inauguración: “L a cueva de la calle
C orrientes, v e in te c e n ta v o s la e n tra d a , fúe siendo conocida p o r el
público. L a gente, con excepción de cierto s intelectuales, o b ser­
vaba con sim patía el esfúerzo de este g ru p o de artistas en semilla,
que con bolsas, rafia, fondos de canastas, papel y algunas lam pa-
ritas pintadas, confeccionaban los decorados. Al poco tiem po, en
el T eatro del P ueblo se anunció un p ro g reso . L o s cajones de
querosén fúeron sustituidos p o r bancos de tablones. U n hum ani­
tario carpintero fió la m adera. L os acto res del te a tro hacían el
trabajo, p o r turno, de ordenanzas, de lavapisos, de pintores, m a­
quinistas, apuntadores, adm inistradores, p o rte ro s y boleteros. Lo
hacían to do. C ualquier a c to r de la com pañía del T eatro del P u e ­
blo puede hacer trabajos de sastre, puede confeccionar una pelu­
ca postiza, dibujar un traje, p ro y ectar un decorado. A la fuerza
ahorcan, y ellos tenían que hacerlo to do. Y lo hicieron. L o hicie­
ron to d o , incluso su destino a trav és de nueve años de durísim a
lucha” .
Tam bién durante 1931, apareció N e rvio . C iencias, A rtes, L e ­
tra s, revista dirigida por V. P. F erreira que, si en un com ienzo se
postuló com o una revista que m ilitaba p o r el pacifism o y en contra
del im perialism o, poco después devino en una revista claram ente
anarquista, en la cual se publicaron artículos de A lfonso L onguet,
Isidoro A guirrebeña, S. K aplan, C o sta Iscar y tex to s literarios de
A lfonsina, P o rto g alo , Yunque, C astelnuovo, C. Brum ana, C am pio
C arpió, A ristóbulo Echegaray.
Si bien en su prim er núm ero N e r v io se definió com o un “órgano
ecléctico, independiente en absoluto, [que] tiene trazad o de ante­
m ano su camino: servir lealm ente de m entor a to d o s aquellos que
se en cuentran deso rien tad o s y anhelan iniciarse en la senda que
conduce a la V erdad” y publicó num erosos tex to s literarios, m uy
pronto tom ó un cariz exclusi­
vam ente político y grem ial, di­
ferenciándose de las p ro p u es­
tas políticas de izquierda, tanto
de los socialistas com o de los
comunistas. En octubre de 1932
sostenía:

"Resolver el problema de la
desocupación y la miseria,
sin resolver el de la libertad,
pretender superar el capita­
lismo y sus contradicciones,
dentro o fuera de él, con el
recurso del fortalecimiento
de las instituciones opresi­
vas del Estado, fundar en la
violencia de arriba, la solu­
ción del presente caos, es la
reed ició n del c írc u lo de
Vico. De ahí la responsabi­
lidad de las fu e rz a s li­
bertarias en esta hora de vio­
lencia. De su acción y de despertar, esperemos que surja el
verdadero espíritu contra la guerra, contra la violencia v con­
tra sus culpables”.

En enero de 1934, la revista se redefinió señalando que el obje­


tivo de su publicación era ex p o n er la posición libertaria “frente a
la realidad que nos rodea, para hacer crítica constructiva y p resen ­
tar las soluciones que nuestro m ovim iento plantea al caos actual.
Sin hacer distinciones entre unos y otros, ha conseguido ser un
fuerte nexo entre to d as las fuerzas revolucionarias en potencia:
estudiantes, obreros, m aestros, intelectuales, etc. Sin desconocer
que una de ellas ha de tener preponderante actuación en la tra n s­
form ación y reconstrucción de la sociedad que se está gestando,
alienta a to d o s los que en diferentes planos de ubicación, artistas,
escritores, profesionales, pueden co lab o rar con gran eficacia en
esta acción, com o aliados po d ero so s de los trabajadores” . P o r lo
tanto, en su núm ero 38 reprodujo el m anifiesto de los anarquistas

417
rusos P o r u n a R u s ia libre, fechado en diciem bre de 1934 y firm a­
do po r M axim ov, y se definió com o una revista libertaria cuyo
deber era sostener una política de alta confrontación tanto con el
gobierno de A gustín P. Justo (que detenía a sus colaboradores, con­
fiscaba sus ediciones e impidió, en m ás de un m om ento, su libre
circulación) com o con el resto de las fuerzas de izquierda.
En abril del año siguiente, una escisión del g rupo de B o edo par­
ticipó en la creación de la revista A c tu a lid a d . E c o n ó m ic a , P o líti­
ca, S o cia l. L os prim eros proyectos para sacar esta revista estuvie­
ron en m anos de dispersos disidentes del Partido C om unista y de
un g rupo de intelectuales liderado p o r Elias C astelnuovo. Final­
m ente, el pro y ecto se fue m odificando y la revista que salió a la
calle era un v o cero oficioso del Partido C om unista. Su prim era
época constó de ocho núm eros, que aparecieron entre abril y o c tu ­
bre de 1932 con la dirección de C astelnuovo, quien no figuró com o
director; su segunda época, en cam bio, com enzó en febrero de
1933 con la dirección de R icardo A randa. Se tra tó de una revista
que publicaba no tas que vinculaban una posición m arxista a las
p rácticas artísticas y las actividades culturales. D esde su prim er
núm ero se definió com o una revista m arxista y publicó artículos
sobre econom ía com unista y política internacional. Las dos firm as
del ám bito literario local que prevalecieron fueron las de R o b erto
Arlt y Elias C astelnuovo, quienes publicaron notas en to d o s sus
núm eros. Arlt, po r ejem plo, usó su saber de cronista profesional
para registrar espacios urbanos y situaciones sociales v ed ad o s en
sus A g u a fu e r te s p o r te ñ o s publicadas en el diario E l M u n d o . Así,
escribió notas sobre los o b rero s que hacían huelga en los frigorífi­
cos de Avellaneda o sobre los d esocupados que vivían en P uerto
N uevo, a quienes entrevistó en com pañía de un delegado del Par­
tido Com unista. A través de sus reportajes, ilustrados con num ero­
sas fotografías, A rlt se enfrentó a las reales condiciones de explo­
tación en que trabajaban miles de o b rero s y a la m iseria producida
p o r la desocupación y la falta de vivienda. En su confrontación
con los m ilitantes o b rero s y con el m undo del trabajo, sus certezas
com o periodista e intelectual de izquierda en traron en crisis:

"El cronista está marcado. Tiene la lúgubre sensación de ha­


berse aproxim ado a un pozo sin fondo. ¿Qué es un cronista?
Un señor que anda bien vestido, conversa de literatura, tiene
éxitos entre gente bien vestida, v cree que el límite del uní-
verso se limita a cuatro rayas que abarcan un perímetro de
ciudad construida de acuerdo a hermosas leyes de arquitec­
tura. El cronista está mareado. |...| Cierto es que el sol entra
por la ventana, que el cigarrillo humea entre sus dedos, cier­
to que él no necesita preocuparse de esos problemas, él no
tiene que cargar bultos, ni andar descalzo en un saladero, ni
cargar fardos de carne de setenta kilos. No. Él gana en una
hora de escribir pavadas, lo que estos hombres ganan en un
dia de correr bajo el control de un reloj, y los gritos de un
capataz defendido por los máusers de la policía del frigorífi­
co, y los máusers de la policía del Estado. |...| El cronista
chupa su mate en silencio y piensa: — Me he venido con este
magnifico sobretodo a ver a esta gente sin trabajo. 'Hay que
defender a la patria de estos elementos disolventes.' Hijos
de puta. Asi que la mujer que se desmaya, la otra que revien­
ta tísica, la tercera que tiene que abrirse de piernas al capa­
taz. son gente de ideas subversivas. ¡Treinta y cinco centa­
vos la hora! Y. seguramente, en Londres, las hijas de estos
accionistas se quejan de que la atmósfera no es lo suficiente
templada para ir a hacer el amor poético en un bosque más
poético aún".

En A c tu a lid a d , C astelnuovo y Arlt en co n traro n un espacio de


m ilitancia que se tradujo en la form ación de la U nión de E sc rito ­
res P ro letario s en m ayo de 1932. Sus tres objetivos principales
eran: la defensa de la U nión Soviética, la lucha co n tra la guerra
im perialista, y la lucha co n tra el fascism o y el socialfascism o. Su
com isión directiva estaba form ada p o r Elias C astelnuovo (secre­
tario), C arlos E. M o o g (prosecretario), Simón Slaw sky (tesorero),
y los vocales: R oberto Arlt, J. B oero, J. A lonso, B artolom é Bossio;
Suplentes: L eón K lim osky y O svaldo D ighero. A sim ism o, y en
abierta confrontación con el Teatro del Pueblo de B arletta, A c tu a ­
lid a d prom ovió la form ación del Teatro P roletario con la inten­
ción de “form ar un am plio frente con el cual iniciar de inm ediato
una form idable ofensiva contra el teatro burg u és” . E n sus doce
núm eros, la revista m antuvo álgidas polém icas con C la rid a d , a la
que acusaba de socialdem ócrata, y con M e tr ó p o lis , cuyas criticas
apuntaban a la figura de su director: “E legim os a Leónidas B arletta
por cuanto éste constituye la expresión de toda una tendencia de la
burguesía en sus instantes actuales: la que utiliza el arte bajo un
disfraz izquierdista, aparentem ente de ideas sociales, para, a fin
de cuentas, no realizar otra tarea que el apuntalam iento y la defen­
sa de esa misma burguesía que m uchas veces parece despreciar o
com batir, pero de la que en realidad son sostenes, tal y com o el
arte burgués m ism o” , explicaba C arlos M o o g en el núm ero 3, de
junio de 1932.
D os años m ás tarde, en agosto de 1934, com enzaría a publicarse
F e r ia , cuyos dos prim eros núm eros fueron dirigidos p o r A rturo
C am bours O cam po, y sus cuatro restantes p o r C arlos Serfaty. Su
prim er núm ero apareció com o un diario, con el form ato tabloide;
a p artir del núm ero siguiente, se transform ó en una revista. E n su
terc er núm ero, cam bió de directo r y m odificó su título: F eria . L a
R e v ista d e lo s E sc rito re s. Se trató, sobre todo, de una revista lite­
raria que intentó concitar el interés de los jó v en es escritores a tra ­
vés de cierta prescindencia de la política y de la no intervención en
las discusiones políticas p o r co n sid erar que “ la ju v en tu d que pien­
sa, desprecia a la política, a la nuestra se entiende, p orque d espre­
cia a los políticos” . E n sus fúgaces siete núm eros, tam bién se p ro ­
puso sostener una posición equidistante con respecto a las polém i­
cas estéticas:

“La Revista de los Escritores, vale decir: la voz de los hom­


bres que escriben. Sin distinciones de estilos, de grupos, de
banderías. Ni Florida ni Boedo. Ni pasatistas. ni neosensibles.
ni novísimos. Escritores que necesitan decir algo que no puede
ser dicho en las columnas mercenarias de los rotativos o las
páginas chirles de las revistas de gran tiraje. Que no puede
ser dicho allí, o por el tono o porque allí el espacio para el
talento es menguado y cedido tarde y como gracia de piedad.
Feria. La Revista de los Escritores y para los escritores, an­
hela que cada hombre o mujer que escribe, tenga en ella su
tribuna. Es el único plan, es el único motivo. Quisiera su
Dirección que todos comprendieran. Que todos sintieran eso.
Que todos dijeran: Nuestra Revista. Porque Feria intentará
ser desde hoy. eso: 'Nuestra Revista", la rev ista de los escri­
tores”.

Al no sentar posición con respecto a ninguna postura, ni estéti­


ca ni política, su sta ff de redacción fúe altam ente ecléctico; así, en
sus páginas se publicaron artículos tanto de jóvenes escritores com o
de viejos m ilitantes socialistas. A rturo C erretani, José P ortogalo,
A dolfo L ikerm an, M anuel A ntonio Valle, M anuel Francioni, A ris­
tarco el Justo, C ésar Tiem po, R afael C ansinos A ssens, M aría Julia
Gigena, José Salas Subirat, José G abriel, L eónidas de Vedia, A l­
varo Yunque, V icente Barbieri, A lberto G erchunoff, A ntonio Gil,
Juan L. Ortiz.

UNIDAD CONTRA EL FASCISMO

L a consolidación del stalinism o en la U nión Soviética, el e sta ­


llido de la g u e rra civil española y el cam bio de estrateg ia de la
T ercera Internacional, que desde 1935 pasó a im pulsar la form a­
ción de frentes populares, m arcaron un co rte decisivo en la franja
izquierdista del cam po intelectual y político argentino. A p artir de
1936, el antifascism o fue el aglutinante que contribuyó a dirim ir
las polém icas internas y que dio coherencia al com prom iso políti­
co de intelectuales que provenían de sectores que, m uy poco an­
tes, habían estado enfrentados. Ese clim a se suspendió provisoria­
m ente entre 1939, con la firma del tratado Von R ibbentrop-M olotov
entre la U R SS y la A lem ania nazi, y 1941, cuando com enzó la
invasión alem ana al país de los soviets. L a situación internacional
hizo que los intelectuales com unistas se vieran en una situación
incóm oda en esos años: reaparecía en el partido el diagnóstico de
la gu e rra com o conflicto interim perialista y se p o sterg ab a la estra ­
tegia de frente popular p ara retom ar, dem asiado apresuradam ente,
una táctica sectaria. Sin em bargo, esos cam bios de 1939-1941 no
arraigaron entre los escritores cercanos al partido; el retorno de
1941 a las consignas previas, que incluían la reivindicación de la
dem ocracia, parecía co n ta r en cam bio con un apoyo m ucho m ayor
y em palm ar con trad icio n es m ás firmes.
El viraje de 1935 dio com o p ro d u cto s m ás representativos la
organización de la A IA P E (A sociación de Intelectuales, A rtistas,
Periodistas y E scritores), el 28 de ju lio de ese año, y la fundación
de las revistas U n id a d y D ia lé c tic a . L a defensa de la cultura frente
al ataque del fascism o fue el principal pro y ecto de la A IA PE , una
asociación de intelectuales de centro y de izquierda liderada por
hom bres vinculados al P artid o C om unista. O bligados, p o r el lla­
m am iento a conform ar frentes populares, a aliarse con sectores
liberales y dem ocráticos no revolucionarios, los com unistas bus-
carón entonces organizar los lineam ientos ideológicos de la ag ru ­
pación. Pero com o la A IA PE intentaba ante todo sostener un fren­
te de intelectuales antifascistas que se opusiera al crecim iento de
la derecha, sus principios, com o dem uestra Jam es Cañe, eran g e ­
nerales y v agos pues giraban en to rn o a las nociones de dem ocra­
cia, ju sticia y libertad. D esde sus com ienzos, Anibal Ponce fue el
líder natural de la nueva organización, y su presidente hasta o c tu ­
bre de 1936, m om ento en el que fue expulsado de su cátedra de
psicología y debió exiliarse en M éxico. Fue en to n ces reem plaza­
do p o r Em ilio Troise, con quien la A IA P E asum ió un discurso m ás
nacional para co n v o car a los antifascistas, hecho que ocasionó, en
m ás de un m om ento, conflictos internos entre com unistas, socia­
listas y trotskistas. Así incorporó a radicales com o A rtu ro Frondizi
y a socialistas reform istas com o R o b erto Giusti. El órgano p erio­
dístico de la A IA P E fue la revista U n id a d i P o r la D e fe n s a d e la
C u ltu r a , que apareció en enero de 1936 en form ato tabloide. En
sus ocho núm eros prestó parti­
cular atención a aquellos ensa­
yos y artículos que reflexiona­
ban sobre el F rente U nico en
París, y publicó noticias sobre
la g u erra civil española y d e­
nuncias sobre los continuos ac­
to s de censura e intim idación
por parte del gobierno nacional,
com o la condena a Raúl G o n ­
zález Tuñón, la negación del de­
recho de asilo al exiliado boli­
viano T ristán M aroff, el encar­
celam iento de H écto r A gosti, el
secuestro del libro T u m u lto de
José P ortogalo y la acusación al
pintor D em etrio U rruchúa, que
había colaborado con sus ilus­
traciones.
M ie n tra s ta n to , la re v is ta
D ia léctica apareció en m ayo del
m ism o año 1936 dirigida por
Aníbal Ponce, presidente de la
A IA PE. A diferencia de U n i­

422
d a d , la revista se propuso, en su primer núm ero de m ayo de 1936,
poner al alcance de los estudiosos los tex to s de la biblioteca socia­
lista tradicional, así com o artículos que, apelando al m aterialism o
dialéctico , ren o v ab an la ciencia y la c u ltu ra p ara “ e sc la re c e r
— m ediante el tratam iento directo de los clásicos del p roletaria­
do— los cam inos que conducirán a la liberación del hom bre” . En
sus siete n ú m ero s, pu b licó a rtíc u lo s de C a rlo s M arx, G e o rg
Plejanov, A natoly L unacharsky, G eorg Lukács, entre otros, que
todavía no habían sido trad u cid o s al castellano. La única firm a de
a u to r nacional fúe la de Aníbal Ponce quien, en su sección “C o ­
m entarios m arginales” , se dedicó a analizar cada uno de los ar­
tículos publicados. La revista entonces proveyó m ateriales de lec­
tura, reseñas de libros y de revistas sólo de izquierda con la idea de
arm ar una enciclopedia del intelectual de izquierda.
La necesidad de sostener pro p u estas culturales capaces de uni­
ficar a diversos sectores de izquierda y de centro atenuó n o to ria­
m ente el to n o revolucionario que caracterizaba a las revistas de
izquierda de com ienzos de los años treinta. El ejem plo que m ejor
ilustra esto s dos m om entos de la izquierda argentina es la posición
de Raúl G onzález Tuñón, en quien se produjo, claram ente, una
conversión entre la radicalidad revolucionaria de L a s b r ig a d a s d e
c h o q u e de 1933 y el to n o conciliatorio de sus artículos periodísti­
cos publicados en U n id a d e n 1936.
E n efecto, el largo poem a publicado en C o n tra en agosto de
1933, que puede ser leído com o el program a estético-político de la
revista, se ubicaba — com o ha señalado Jo rg e B occanera— entre
la gestualidad anarquista y los m anifiestos vanguardistas, para gritar
un llam am iento poético y político: “F orm em os no so tro s, cerca ya
del alba m otinera, / las brigadas de choque de la Poesía. / D em os a
la dialéctica m aterialista el vuelo lírico / de nuestra fantasía. / ¡Es­
pecialicém onos en el rom anticism o de la revolución!” . El poem a
repetía anafóricam ente la palabra “co n tra ” y diseñaba un n o so tro s
y un ellos a trav és del cual arm ar un m apa del cual, salvo los c o ­
m unistas, to d o s quedaban excluidos:

"... v Nicolás Rcpctto — Bueno, gracias / y José Nicolás Ma-


tienzo cuidando la Constitución / como si la Constitución
fuera una hembra / — sí. la Constitución es una hembra en
estado de descomposición / y nosotros, únicamente nosotros
los comunistas, auténtica, / legítimamente nos reimos de esa
Constitución burguesa / y de la democracia burguesa / pero
no de la democracia que proclamamos / porque nosotros que­
remos la dictadura / pero la dictadura que asegurará la ver­
dadera libertad / de mañana. / Nosotros contra la democracia
burguesa / contra / contra / contra la demagogia burguesa. /
contra la pedagogía burguesa, / contra la academia burguesa.
| ... J Contra la masturbación poética, / contra los famosos sal­
vadores de América / — Palacios, Vasconcellos, Haya de la
Torre— / Contra / contra / contra las ligas patrióticas y las
inútiles / sociedades de autores, escritores, envenenadores. /
Contra los que pintan, ¡todavía! cuadros para los burgueses,
/ contra los que escriben, ¡todavía! libros para los burgueses.
[...] Contra el radicalismo embaucador de masas / — fuente
de fascismo— / dopado con el incienso de vagas palabras /
— sufragio libre, dem ocracia, libertad— / ellos, los
masacradores de la Semana de Enero, / ellos, los metralleros
de Santa Cruz. [...] Los social-demócratas, los católicos, los
nacionalistas, / tienen también el vuelo de los cuervos. / Cer­
ca de ellos, hay que destrozarlos con un tiro de escopeta. /
Porque ellos anuncian y provocan la peste en la tierra ".

V iolento y provocador, el yo del p o e ta exhibía en el poem a sus


errores políticos del pasado (“lam ento no haber sido lo que se dice
un ‘subversivo a u té n tic o ’ / lam ento haber perdido tan to s bríos / en
los periódicos”), exhortaba a los cam aradas p o etas a asum ir una
actitud revolucionaria y a conform ar una “brigada de ch oque” que
hiciera posible la instauración del arte p u ro en una sociedad sin
clases, e im pulsaba la g u erra en co n tra de las instituciones, las
leyes, la dem ocracia y la dem agogia burguesas: “ ...P ara abatir al
im perialism o. / ...P o r una conciencia revolucionaria. / — y aquí
no so tro s contra la histeria fascista, / co n tra la confusión radical, /
co n tra el socialism o tibio. / C o n tra / co n tra / estar co n tra / sistem á­
ticam ente contra / contra / Yo arrojo este poem a violento y quebra­
do / contra el rostro de la burguesía” .
O tra fue, en cam bio, la posición política de G onzález Tuñón
tres años después, cuando en el prim er núm ero de U n id a d publicó
un artículo en el cual instaba a to d o s los intelectuales, “ por sobre
to d as las creencias e ideologías” , a luchar por un F rente Popular
capaz de frenar los em bates del fascism o criollo. E sta posición
política conciliatoria, y que buscaba lim ar las diferencias internas
r ■— -
entre socialistas, com unis­
tas y trotskistas, alteró tam ­
bién su percepción de la ciu­
dad: m ientras que en 1933
G onzález T uñón había re ­
p re s e n ta d o a B u e n o s A i­
res com o una ciudad “ sucia
com o su río” , la “ super ca­
lam idad de la sem icolonia
South A m erica / que nunca
ha dado un bandido perfec­
to / ni un gran p o e ta ” , en
1936, en el tercer num ero de
U n id a d se m o strab a esp e­
ranzado: “E stam o s en una
ciudad de hom bres fuertes,
sanos, vivos. E stam os fo r­
m an d o n o s o tro s , e s c r ito ­
res, artistas, poetas, p erio­
distas, el frente intelectual
popular. Som os ya la briga­
d a de c h o q u e del p e n s a ­
m ie n to a n ti f a s c is t a , n o ­ Xilografía de Enrique Chelo, representando une
sotros, tal vez de diversas movilización del Frente Popular. 1936.
c reen cias e ideas políticas
pero unidos en la lucha por
la defensa de la cultura am enazada po r los hachadores, po r los
estranguladores, p o r los que quem an libros, po r los que censuran,
inhiben y m atan ” .
L a conversión de buena p arte de la izquierda revolucionaria en
uno de los com ponentes del frente antifascista m arcó el final de un
m om ento de alta confrontación política, en el cual los intelectua­
les reflexionaron acerca de la función del a rte en una sociedad
capitalista, de las form as estéticas con las cuales crear un estado
de conciencia revolucionaria y del a rte com o arm a fundam ental
de la lucha política. E n el nuevo frente se reencontraron, final­
m ente, los hom bres de C la rid a d , anim ados de una fírm e voluntad
p edagógica hacia los g ru p o s populares, inclinados a apreciar el
realism o de denuncia y la ficción que dejara “alguna enseñanza” ,
cautelosos ante los experim entos rupturistas en lo form al, con quie-

42 5
nes, en el inestable cruce de la política y las letras, habían inten ta­
do reconciliar am bas vanguardias: Z am ora, G onzález Tuñón y
B arletta volvían a hallar un lugar en el cual convivir. La realidad
internacional, signada por la guerra civil española y la g uerra m un­
dial, se im puso a los debates locales y reestru ctu ró nuevam ente el
cam po cultural y político. E n efecto, si, com o afirma Fran^oís Furet,
la R evolución R usa de o ctu b re de 1917 había adquirido en los
años de la posg u erra la categoría de acontecim iento universal, fue
con el ascenso de H itler y con la guerra civil española de 1936
cuando se con cen traro n y sim plificaron las pasiones políticas del
siglo al reducir la com plejidad en dos bandos, fascistas y antifas­
cistas. P or lo tanto, las cuestiones debatidas, dentro de los E stados
o entre ellos, fueron de carácter transnacional y en ellas los inte­
lectuales y los artistas fueron los que se dejaron ganar m ás fácil­
m ente p o r los sentim ientos antifascistas: com o señala Eric H obs-
baw m , los intelectuales occidentales fueron los prim eros en m ovi­
lizarse en m asa en co n tra del fascism o; y si al com ienzo form aban
un estrato todavía reducido, fueron sum am ente influyentes po r­
que, entre otras razones, incluyeron a los periodistas que en los
países no fascistas de O ccidente cum plieron la función de alertar a
sus lectores acerca de la naturaleza del nacionalsocialism o. E sa
necesidad de aunar to d o s los esfuerzos en frenar el avance del na­
zism o y el fascism o, y en conform ar un F rente U nico de intelec­
tuales puso en el centro de las preocupaciones valores m ás univer­
sales, com o los de dem ocracia, justicia y libertad, opacando la idea
de la revolución posible y cercana que rigió el pensam iento y la
m ilitan cia de m u ch o s in te le c tu a le s a c o m ie n z o s de los añ o s
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b ib l io g r a f ía

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X
D e s a piando pasados: áehares y
Repnesem acwnes de la ín sw m a nacional

por ALEJANDRO CATTARUZZA


pasaron a colocarse al frente de sus respectivas escuadras, y c o ­
m enzó el desfile hasta la Plaza de M ayo. Las colum nas infantiles,
a cuya cabeza iban las autoridades, m archaban paralelam ente, fo r­
m adas de a o ch o ” , y depositaban su ofrenda floral al pie de la
Pirám ide.
En esa ocasión, algunos aspectos del acto obedecían a una cir­
cunstancia específica, caracterizada p o r la neutralidad que el g o ­
bierno había decidido ante la S egunda G uerra M undial; sin em ­
bargo, las m ovilizaciones de alum nos no era excepcionales. Ese
m ism o año, el Día del H im no, 1.700 escolares desfilaban en el
C onsejo E scolar N úm ero 2 de la Capital. En 1941, frente al m onu­
m ento a San M artín, 5.000 niños lo habían hecho el 17 de agosto.
Las autoridades de la provincia de B uenos A ires im pulsaban tam ­
bién celebraciones de este tipo. El 9 de julio de 1937, el g o b e rn a ­
d or Fresco había presidido la ju ra de la bandera en La Plata; allí
tuvo lugar el desfile escolar. El discurso fue transm itido p o r radio
a las plazas del interior de la provincia, donde se realizaron cere­
m onias sim ilares. El m ism o año se aprobó una ley p o r la cual se
establecía que el 20 de ju n io se celebraría en to d o el país el Día de
la B andera.
El calendario de la liturgia patriótica tom aba, por entonces, una
form a casi com pleta. D esde 1930, se habían agregado nuevas efe­
m érides a las tradicionales, com o ocurrió con la celebración del
Día de la E scarapela, instituida por el M inisterio de Justicia e Ins­
trucción Pública en 1941. Sin em bargo, quedaban dudas acerca de
las características m ateriales de los sím bolos patrios: recién en 1942
se expedía una com isión específica integrada en su m ayoría po r
m iem bros de la A cadem ia N acional de la H istoria, que definió
colores, diseños y versiones “au tén tico s” de la bandera, el escudo
y el himno. El E stado tom aría posición, por decreto, en 1944. La
cuestión de los colores de la bandera hizo que algún diputado a d ­
virtiera co n tra un posible cam bio; así había com enzado la g uerra
de España, sostenía. De to d as m aneras, el asunto no alcanzó a des­
atar las pasiones que, en 1927, había pro v o cad o la decisión del
presidente A lvear de fijar una versión del him no, que había lleva­
do a cam pañas periodísticas intensas y a un episodio de represión
policial.
C ontinuaba de este m odo, en los años treinta, el esfuerzo estatal
p o r definir los atributos de esos sím bolos que había com enzado en
el siglo XIX. El E stad o convocaba a una de las principales asocia­
ciones de h istoriadores para fundar la decisión, reconociendo que
seria la suya una opinión autorizada. Los altos funcionarios del
área de educación tam bién recuperaban antiguas preocupaciones
y m odos de solucionar los que concebían com o problem as, e in­
sistían en la celebración de fiestas patrias con el objetivo de afian­
z ar la cohesión social y los sentim ientos de nacionalidad, fórm ula
que en la época adm itía sentidos diversos. G ru p o s sociales am ­
plios, po r o tra parte, se sentían involucrados en las discusiones en
to rn o al him no nacional, y celebraban en m ultitud de pequeños
ám bitos locales las efem érides patrias.
Los historiadores, el E stado, los partidos políticos, los intelec­
tuales que reflexionaban sobre las peculiaridades nacionales en
ensayos que siem pre incluían una p erspectiva histórica, parecían
entender en los años treinta — aunque ésta no fue una característi­
ca exclusiva del p eríodo— que el pasado podía tener alguna efica­
cia sobre la situación presente. Pero en tiem pos agitados com o
aquéllos, las im ágenes de la historia de la A rgentina no fueron
nítidas y, en razón de las incertidum bres que se vivían, tam poco se
alineaban estrictam en te con las posiciones políticas asum idas. A c­
titu d es diferentes ante el presente, que pretendían legitim arse ap e­
lando al pasado, encontraban en los años treinta linajes com unes
en los cuales inscribirse. T am poco se tratab a de grandes trad icio ­
nes interpretativas cuyo choque ocupara to d o el cam po de los de­
bates sobre la historia; por el contrario, esas interpretaciones e sta­
ban b osquejándose o form ulando una nueva versión de sí mism as,
y lo hacían en la propia discusión, que se libraba en m uchos fren­
tes. E sas polém icas fueron la forja de las interpretaciones, que no
llegaban a ellas com pletas y acabadas. La Segunda G uerra M un­
dial hizo que las posiciones se to rnaran m ás firm es, aunque no
ganaran dem asiado en precisión.
Junto a las polém icas, había tam bién certezas com partidas. L os
historiadores de to d o s los gru p o s e instituciones estaban conven­
cidos de que la suya era una em presa “científica y patriótica” , cuyo
objetivo era indagar lo que llam aban, en palabras del presidente
de la A cadem ia N acional de la H istoria, R icardo Levene, el “ alma
de la nación” , y los funcionarios, a pesar de sus diferencias ideoló­
gicas, confiaban en que la enseñanza de la historia fortalecería
entre los sectores populares el sentim iento patriótico, aunque o fre­
cieran versiones distintas de ese patriotism o. P rácticam ente to d o s
coincidían, adem ás, en una cuestión de contenido: era el gaucho el
Ricardo Levene habla en el Museo Histórico Nacional.
Sentados. I) Emilio Ravignani, 2) Miguel Angel ('arcano,
y 3) el presidente Ortiz, circa 1939.

tipo social representativo de la nacionalidad. L os partidos, a su


vez, estaban seguros de que sus respectivos diagnósticos sobre el
pasado explicaban sus posiciones p resen tes y, hacia los tem pranos
años cuarenta, cada grupo, incluyendo a la izquierda, proclam aba
nutrirse de la auténtica tradición nacional.

TRADICIONES, GRUPOS Y PARTIDOS POLÍTICOS EN


LA INVENCIÓN DEL PASADO NACIONAL

D urante la década de 1930, la m ayoría de las identidades p arti­


darias estaba, en lo que hace a los aspectos ideológicos, en trance
de construcción o de ajuste. La justificación de la tom a de posi­
ción de las agrupaciones quedaba, con frecuencia, a cargo de los
intelectuales, y su relación con los partidos era de distinta n atu ra­
leza, com o tam bién lo era la estructura de las agrupaciones. El

434
socialism o, por ejemplo, había cosechado algunas adhesiones; el
Partido Comunista variaba su actitud hacia ellos según la etapa de
la estrategia que estuviera atravesando, pero conservaba cierta ca­
pacidad de convocatoria. El nacionalismo fue, inicialmente, un
m ovim iento de intelectuales, mientras que con el radicalismo ocu­
rrió que varios grupos culturales creyeron ver en ese movimiento
el agente ütil para construir la sociedad que en otros ámbitos ha­
bían soñado, y se atribuyeron el papel de guías doctrinarios.
A su vez, las situaciones coyunturales locales e internacionales
desafiaban las explicaciones disponibles, e im pulsaban m odifica­
ciones, a veces profundas y o tras efím eras, en las actitudes de los
partidos. Así, los activistas culturales del radicalism o discutieron
con continuidad la cuestión de la intervención estatal en la eco n o ­
mía, que se confundía con los debates sobre los destinos del libe­
ralism o y la dem ocracia. G ru p o s de la izquierda cultural y p artida­
ria asum ieron la cuestión del im perialism o, y el m anifiesto fu n d a­
cional de F O R JA fue uno de los tex to s discutidos. Las oscilacio­
nes del P artido C om unista entre la estrategia de clase contra clase,
la de frente popular, la de antiim perialism o vehem ente de 1939 a
1941 y la de unión dem ocrática contra el fascism o, fueron tam ­
bién evidentes. D eben sum arse a esto s ejem plos las evoluciones
que siguieron los gru p o s nacionalistas: m uchos de ellos pasaron
del conservadurism o radicalizado de fines de los años veinte a
posiciones que pueden llam arse fascistas. E n el conjunto naciona­
lista suele incluirse tam bién a la m encionada FO R JA , aunque su
origen radical obliga a to m ar precauciones; tam p o co el forjism o
definió su program a de una vez y para siem pre.
El cruce de desplazam ientos ideológicos de envergadura con
decisiones coyunturales, que afectaba a to d o el m undo político,
tuvo una influencia crucial en los m odos en que cada g ru p o leía la
historia de la sociedad en la que actuaba. E sa lectura era precisa­
m ente uno de los elem entos a los que recurrían para explicar cada
tom a de posición ante la realidad.
El radicalism o solía p ro p o n er una visión del pasado nacional
que en sus rasgos generales se acom odaba a la tradicional, con
alguna m odificación. M ayo era concebido com o el m om ento funda­
cional; la dictadura rosista era criticada; se reivindicaban los hé­
roes de la organización nacional y se subrayaba la traición del
roquism o a ese program a. P or o tra parte, a lo largo de la década
to d o s los sectores internos ejecutaron con tesón un ejercicio im a­
ginario que el radicalism o había ensayado desde su creación: el
enlace del partido con la historia nacional. C uando los intelectua­
les y dirigentes radicales narraban la historia de su agrupación,
relataban — o creían relatar— la historia de la nación. El espíritu
del radicalism o habría estado presente en M ayo a través de la ac­
ción de M oreno, o en la lucha contra Rosas, que el recién insurrec­
to A rturo Jauretche evocaba en el poem a gauchesco E l P a so d e lo s
L ib r e s , de 1934. Todo el radicalism o sostenía que existía sólo una
batalla im portante, que ocupaba p o r com pleto el escenario políti­
co e histórico, enfrentando al privilegio con la nación desde M ayo
de 1810, en un eterno y decisivo com bate. El argum ento continua­
ba, naturalm ente, sosteniendo que la nación era expresada políti­
cam ente po r la U CR. E sta m anera de concebir la historia y el pre­
sente era funcional a la resistencia, clásica en la cultura política
argentina, al reconocim iento de la pluralidad de representaciones.
D e to d o s m odos, en el radicalism o, que desde el punto de vista
ideológico estaba todavía lejos de definir un perfil preciso, las
unanim idades no eran absolutas. En 1930, p o r ejem plo, el conspi­
rador m ilitar de 1893 y 1905 L auro L agos, ex diputado nacional y
funcionario del partido, abría su libro D o c tr in a y a c c ió n ra d ic a !
con un hom enaje a D o rreg o , la obra contenía apreciaciones críti­
cas hacia Y rigoyen. Tres años después, el g rupo yrigoyenista del
A teneo Radical B ernardino R ivadavia celebraba un acto para rei­
vindicar el “ radicalism o am ericanista de Y rigoyen” . Allí, una a p a ­
sionada m ilitante aludía en su discurso a las rebeliones radicales
de esos años, destacando que una de ellas se había producido en
E n tre Rios, “ cuna y m adre de la gloria libertadora de 1852” , que
había term inado con el gobierno de Rosas. Q uien en cam bio elo­
giaba la política exterior de R osas, en 1934, era el m inistro de
Interior de Justo, L eopoldo M eló, radical pero antipersonalista, en
un discurso público que m ereció el elogio del nacionalista Julio
Irazusta.
A pesar de los m atices, aquello que inm ediatam ente después
del golpe de E stad o del 6 de setiem bre rechazaba el radicalism o
en conjunto era la interpretación de sus adversarios que hacía de
Y rigoyen un nuevo R osas y que, en ocasiones, veía en U riburu un
Lavalle de la hora. L os radicales p ronto sostuvieron que era en
cam bio U riburu el heredero lejano del rosism o. E n los tiem pos
cercanos al derrocam iento, pocos radicales deseaban que sus g o ­
biernos fueran com parados con los de Rosas, a pesar de que en el
m ovim iento de rehabilitación iniciado en 1934 participarían algu­
nos de ellos.
L aurentino O lascoaga, ex funcionario radical, por ejem plo, par­
ticipó en la Junta po r la R epatriación de los R estos de Rosas, crea­
da en 1934, ju n to con D ardo C orvalán M endilaharzu, tam bién di­
rigente radical, co lab o rad o r del diario L a N a c ió n y m iem bro co ­
rrespondiente de la Ju n ta de H istoria y N um ism ática, institución
que se transform aría en A cadem ia N acional de la H istoria. M ás
notorio fue el caso de Julio Irazusta, antiguo hom bre de L a N u e v a
R e p ú b lic a y uno de los fundadores de la interpretación revisionis­
ta a través de la obra que publicó ju n to con su herm ano Rodolfo,
L a A r g e n tin a y e l im p e r ia lis m o b ritá n ic o , en 1934. U nos años des­
pués, en ocasión de la cam paña de A lvear para la elección presi­
dencial, Irazu sta se afilió a la U C R. L o s itinerarios posibles que se
abrían en los años treinta eran, de este m odo, m uchos: el rosista
Irazusta apoyaba a Alvear, m ientras que Jauretche, antirrosista hasta
hacía m uy poco, se em peñaba en la prédica forjista.
L a izquierda, po r su parte, se encontraba sacudida po r los deba­
tes que enfrentaban a los p artidos que la constituían, y no lograba
organizar una interpretación com partida. H acia ag o sto de 1934,
antes del cam bio a la línea de frentes populares, la revista S o v ie t
del C om ité C entral del P artido C om unista publicaba un artículo
de R odolfo Ghioldi sobre J. B. A lberdi; se cum plían cincuenta
años de su m uerte, y los hom enajes eran corrientes. El artículo
trazab a las líneas centrales de la interpretación com unista oficial
de la historia argentina, señalando que la obra de A lberdi se vincu­
laba a la “ llam ada ‘tradición de M a y o ’, que nadie define clara­
m ente” . Para m uchos, “ esa tradición de M ayo sería la encarnación
de la dem ocracia. El coloniaje era el feudalism o; M ayo, la dem o­
cracia” . G hioldi, im pugnando esta versión, sostenía en una rápida
resolución de lo que m ás adelante sería el problem a del m odo de
prod u cció n dom inante: “E s ésta una de las m últiples falsificacio­
nes de la historia argentina. A ntes y después de M ayo hubo el régi­
m en feudal” . Alberdi, com o E cheverría, Sarm iento y M itre, “te ­
mía fundam entalm ente a las m asas” . Pero, concede irónico Ghioldi,
“ Alberdi tiene sus propios m éritos, y son principalm ente su d esa­
rrollo consecuente de una política de entrega al capital extranjero
y su to m a de partido p o r los caudillos feudales del litoral en las
luchas internas entre los bandos de hacendados” .
Alberdi habría m irado con sim patía la obra de R osas p orque
“ supo co n ten er los levantam ientos de la m asa cam pesina, en plena
ebullición p o r la sum isión fo rzad a y violenta al régim en del sala­
rio” . E sto explicaría tam bién el legado que San M artín hizo de su
sable: “Es que en el fondo, los personajes de la historia argentina
han sabido apreciar el inm enso servicio que R osas p restó a la cau­
sa feudal, cim entando los privilegios de los hacendados y de la
gran propiedad” . T odos ellos “propiciaban un régim en de orden
bajo form as m onárquicas. R osas, sin m onarquía, les dio el orden:
por eso el gran reconocim iento de San M artín, de A lberdi, de U r-
quiza” .
E stas opiniones, publicadas en una revista oficial del partido,
no sólo eran intervenciones en la discusión sobre el siglo X IX . En
el artículo referido a A lberdi, el sentido de la operación era explí­
cito: “El congreso socialista de Santa Fe, previo repudio del m ar­
xism o, declara que las fuentes ideológicas del P artido Socialista
deben buscarse en A lberdi, Sarm iento, M itre. L a burguesía, la
pequeña burguesía, el PS, la intelectualidad, buscan de paralizar
al proletariado am arrándolo a la ideología alberdiana” , m anifesta­
ba Ghioldi al com ienzo de su trabajo. El cierre era m ucho más
duro: A lberdi era el “ hom bre que la reacción y el socialfascism o
adelantan en la cruzada antim arxista. El v o cero de los caudillos
feudales litoralenses y del capital extranjero es agitado ahora ante
las m asas” , que G hioldi im agina en plena m ovilización, para “ c o ­
rrom perlas ideológicam ente” .
En cuanto al panteón nacional del P artido Socialista, Ghioldi
era preciso. El PS había afianzado ya su lectura del pasado, cons­
truyendo una tradición nacional con la cual filiarse. A lfredo P ala­
cios la planteaba, de m anera sum aria, al reincorporarse al partido
en 1930, recuperando “ com o patrim onio de nuestro pueblo la no­
bleza esp artan a de San M artín, el idealism o febril de R ivadavia, la
progresista inquietud de Alberdi, el anhelo ascendente de Sarm ien­
to, el justiciero fervor de E cheverría, el sentido dem ocrático de
M itre” . El pensam iento de M ayo se hacía en esta versión “liberta­
d o r y ju sticie ro ” , y Palacios entendía que “en la tradición argenti­
na está el germ en de la dem ocracia fu tu ra” .
La inclusión de San M artín en la crítica com unista era una m a­
nifestación contra la v asta acción que llevaba adelante el gobierno
justista, ju n to a sectores del ejército, por instaurar un nuevo culto
al héroe, que ha sido analizada en detalle po r E duardo H ourcade.
Ese esfuerzo del E stado nacional, al que se sumaron varios g o ­
biernos provinciales, incluyó desde la creación del Instituto San-
martiniano en 1933, con fuerte presencia militar, hasta el decreto
de Justo que estableció, ese mismo año, dedicar el 17 de agosto a
la conm em oración pública de San Martín, ratificando la definitiva
incorporación de la fecha al calendario ritual de la argentinidad.
E ntre los m últiples actos públicos y privados, que cubrieron toda
la década, tu v o lugar la publicación en 1932 de la H is to r ia d e!
L ib e r ta d o r G e n e ra ! D o n J o s é d e S a n M a rtín , de José P. O tero,
poco después designado presidente del Instituto Sanm artiniano,
donde San M artín era presentado com o m odelo de la nacionalidad
y se destacaban sus condiciones m ilitares y de hom bre de gobier­
no. R icardo Rojas, po r entonces un op o sito r radical, respondió un
año m ás tard e con E l s a n to d e la esp a d a . Sin dudar de la condi­
ción de héroe central de la argentinidad, R ojas hacía de San M ar­
tín un m ilitar que “opone a la fuerza arbitraria del instinto, la fuer­
za p ro te c to ra del espíritu” , un “asceta del patriotism o” . El intelec­
tual m ás rep u ta d o del radicalism o ofrecía así una visión altern ati­
va de la acción de San M artín, m ientras el partido se m antenía al
m argen de las celebraciones oficiales. En to rn o a la figura de San
M artín se libraba así una explícita co ntroversia interpretativa.
L os frentes de polém ica que proponía el com unism o eran to d a ­
vía m ás am plios. En 1934, Ghioldi sostenía que era natural que
“ahora, bajo el régim en de la reacción, se organice la repatriación
de los resto s de Rosas. Faltaría, acaso, erigirle un m onum ento, en
el cual el o rnam ento principal fuese la figura del presidente Justo
prendido a las ubres del rosism o: O rden, A utoridad, Sum isión” .
La curiosa im agen de un Justo rosista revela, una vez más, la de­
pendencia de estas lecturas del pasado de las disputas presentes.
Tanto los rosistas com o los “ señorones de la Junta de H istoria” ,
sostenía G hioldi, contribuían a “ m antener la espesa red de falsifi­
cación que aprisiona a la historia argentina” , en una coincidencia
con la denuncia que luego harían circular, m ucho m ás am pliam en­
te, los revisionistas.
E stas vetas en la interpretación de la izquierda no fueron del
to d o fugaces. A lvaro Yunque sostenía en 1937, desde las páginas
de C la rid a d , que con m otivo del hom enaje a E steban Echeverría
“ se m overán las péñolas de los h istoriadores a fin de presentarnos
sólo la parte erudita del acontecim iento, y las de los socialfascistas,
siem pre em peñados en paralizar la labor ren o v ad o ra de la actual
juventud, presentándole com o guías a [...] Rivadavia, E cheverría,
A lberdi, Sarm iento, Ju sto ” . Y agregaba: “L os falsificadores de la
historia argentina vieron en R osas una potencia dem oníaca que
desvió al país de la ruta dem ocrática y libertadora de M ayo” . En
rigor, M ayo habría sido “una revolución hecha por propietarios,
con el fin de adm inistrar para provecho propio la aduana de B u e­
nos A ires y para seguir enriqueciéndose haciendo intervenir el ca­
pital extranjero, en este caso el inglés” . M ayor consideración le
m erecía José H ernández, quien “en 1869 — ¡en plena presidencia
del ‘c iv iliz a d o r’ Sarm iento!— fundó un periódico [...] en el que
pueden leerse sus pro testas contra el abuso que se com etía arrean­
do al gauchaje hacia los contingentes, a pelear co n tra los indios,
para defender la tierra de o tro s” .
E n 1937, la evocación de H ernández no era una novedad en la
izquierda: un año antes, su retrato hecho pancarta figuraba en una
xilografía que representaba una m ovilización del fru strad o F rente
Popular. El cartel era de la A IA PE, agrupación de intelectuales
prom ovida por el PC y po r entonces presidida po r Aníbal Ponce;
ju n to al de H ernández, aparecían los retrato s de Lenin y M arx. De
acuerdo con O scar Terán, po r estas fechas Ponce, quien form aba
parte de la constelación com unista aunque no estuviera incorpora­
do al partido, desarrollaba una reconsideración del gaucho que había
com enzado a esbozarse hacia 1934. En su exilio m exicano, Ponce
ubicaba esa reconsideración en la m ás am plia tare a de pensar de
un nuevo m odo la “cuestión nacional” .
L o s debates, indirectos en ocasiones, entre las form aciones de
la izquierda, se hicieron m ás frecuentes en la segunda m itad de la
década. En 1937, por ejem plo, el com unista E duardo A stesano
polem izaba m uy duram ente con el aprista Daniel Faleroni sobre la
R evolución de M ayo en las páginas de C la r id a d P ero fue durante
los años de la Segunda G uerra M undial cuando se produjo el m o­
vim iento m ás im portante entre esto s grupos, que se reflejó en la
aparición de trabajos de envergadura sobre historia argentina a cargo
de intelectuales com unistas. E sta vez, eran m ilitantes culturales
que se dedicaron con continuidad a la práctica de la historia, no
dirigentes que ocasionalm ente opinaron sobre el pasado. Tam po­
co se tratab a de historiadores profesionales, condición que los pro­
pios involucrados hubieran repudiado, sino de una figura frecuen­
te en los años treinta: la del intelectual que, sin form ación especí­
fica y po r fuera de los circuitos académ icos, se em peñaba con cons­
tancia en la construcción de interpretaciones históricas utilizando
alguna versión, no siempre tosca, de las “ reglas del m éto d o ” . En
ese movimiento se inscribió el trabajo de R odolfo P u iggrós titula­
do D e la c o lo n ia a la Revolución, publicado en 1940. El propio
P u iggrós publicaba M a r ia n o M o r e n o y la re v o lu c ió n d e m o c rá tic a
a rg e n tin a en 1941, y E duardo A stesano presentaba C o n te n id o s o ­
c ia l d e la R e v o lu c ió n d e M a y o . P uiggrós continuó la serie con L o s
c a u d illo s e n la R e v o lu c ió n d e M a y o un año m ás tarde, y con R o ­
sas, e l p e q u e ñ o , explícita crítica al revisionism o y a la presunción
de que el gobierno rosista hubiera abierto la posibilidad de un d e­
sarrollo capitalista autónom o, en 1943. T odos los trabajos fueron
publicados p o r editoriales vinculadas al partido.
Así, los com unistas precisaban, desplegaban, y m uchas veces
rectificaban, la explicación del p roceso histórico argentino que el
propio partido había ensayado pocos años atrás. Tal actitud obede­
ció a una decisión político-cultural que m aduró sólo en la segunda
m itad de la década, aunque m uy rápidam ente: p o r debajo de los
cam bios de coyuntura, la inclinación a la integración en la co m u ­
nidad política nacional se hacía evidente. A m edida que crecían
esos aires reform istas, la izquierda com unista se hacía cargo de
ofrecer su propia versión, detallada, del pasado de la nación.
Tam bién los nacionalistas reinterpretaban el pasado. L a evolu­
ción de las agrupaciones de esa estirpe fue com pleja en los años
treinta: los grupos eran m uchos y reconocían varios orígenes; las
tentativas de unidad fracasaron y el nacionalism o tenía relaciones
de m uchas caras con el p o d er político y con el militar. E n el nacio­
nalism o se reconocían desde el antisem itism o v ulgar de la publi­
cación L a M a r o m a hasta las em presas culturales que se dirigían a
los intelectuales, com o S o l y L u n a y la católica C r ite r io ; desde el
conservadurism o radicalizado, pero republicano, hasta el fascis­
mo. E n el conjunto tan variado de intelectuales y activistas del
nacionalism o, el aprecio a la figura de R osas fue abriéndose paso
paulatinam ente; entre las brigadas de la L egión C ívica se c o n ta ­
ban las llam adas “G eneral L avalle” y to d av ía en 1937, un dirigen­
te de la m ism a agrupación continuaba utilizando la equiparación
con R osas para d enostar a Y rigoyen. D esde el revisionism o, atra­
pado entre su proclam a de cientificidad y la utilización política de
sus argum entos, se lanzaron m ás de una vez advertencias acerca
de la inviabilidad del m odelo rosista para el presente. Pero durante
la Segunda G uerra M undial, la asociación se afirm ó y el rosism o
pasó a ser la posición dom inante entre los nacionalistas, convir­
tiéndose en pieza clave de su repertorio, m ientras m uchos de ellos
hacían explícita su sim patía por el Eje. A ojos de sus opositores, la
defensa de R osas fue un síntom a indudable de adhesión al fas­
cism o.
Las im ágenes del pasado nacional que los grupos políticos cons­
truyeron en los años treinta no solían ser, entonces, estables y cla­
ras. T am poco era probable que lo fueran: a visiones del m undo
relativam ente inciertas, som etidas a polém ica y a una prueba per­
m anente de sus capacidades explicativas frente a la realidad, c o ­
rrespondían interpretaciones del pasado tam bién cam biantes y en
m uchos sentidos im precisas. La sorpresa de los hom bres que se
proclam aban h erederos de la R eform a U niversitaria de 1918 ante
la reivindicación de F acundo que inició Saúl Taborda, uno de ellos,
hacia 1935, fue una prueba m ás de ese estado. De cualquier m odo,
nadie dudaba de que el debate sobre el pasado era un elem ento
central para la polém ica política, ni de la utilidad del análisis del
pasado de cara al presente. T am poco del valor político que tenía
hacer circular sus rep resen tacio ­
nes de la historia nacional en la
sociedad. En ese punto, nada los
separaba de los historiadores pro ­
fesionales.

HISTORIA E
HISTORIADORES

E n los años cercanos a los de


la G ran G uerra, con m ás claridad
que en etapas anteriores, los in­
telectuales dedicados a la histo­
ria se esforzaron p o r deslindar el
cam po que les era propio, dife­
renciándose de los hom bres de le­
tra s y de los científicos sociales.
Q uienes se instalaron en ese es­
pacio social e intelectual afina­
ron los m ecanism os del sistem a
de reconocim iento de sus pares,
de in co rp o ració n de los recién
venidos y de consagración, y crearon nuevas instituciones dedica­
das a la form ación del personal que habría de enseñar e investigar
historia. E stas operaciones tenían en su centro el dom inio de las
prácticas intelectuales que constituían el m étodo, en la versión de
la historia erudita; la aplicación del m étodo era entendida, al m is­
mo tiem po, com o garantía de cientificidad y com o nota que distin­
guía a los nuevos historiadores. La voluntad de utilizar a la histo­
ria en la co n stru cció n de identidades colectivas en clave nacional,
presente en m uchos intelectuales y funcionarios inquietos por el
im pacto de la inm igración, no fue ajena a aquellas acciones.
C om o había ocurrido en buena parte de los países eu ro p eo s a lo
largo del siglo X IX , la historia dejaba así de ser una actividad inte­
lectual practicad a librem ente, para transform arse en una discipli­
na profesionalizada; el E stad o tenía un papel decisivo en el fen ó ­
m eno, y en la A rgentina de los años siguientes al C entenario, tam ­
bién lo tuvo esa v ocación p o r consolidar la llam ada conciencia
nacional. L os integrantes de la N ueva E scuela H istórica, entre los
que se c o n ta b a n Em ilio R avignani, R ic a rd o L evene, R óm ulo
Carbia, D iego Luis M olinari, Luis M aría Torre, fueron quienes
organizaron la versión local de la historia profesional.
E n la década abierta en 1930, los ám bitos de los historiadores
profesionales se vieron afectados po r dos procesos, que se vincu­
laban y se sostenían m utuam ente. P o r una parte, tuvo lugar la co n ­
solidación de sus redes e instituciones; por otra, una m ayor aproxi­
m ación al E stado, que ad o p tó m uchas form as. E sos procesos no
fueron, sin em bargo, sencillos. La e stru c tu ra estatal se hacía m ás
com pleja y los cu erp o s adm inistrativos se am pliaban, en un co n ­
texto general de extensión de las funciones del E stado. E ntre el
personal burocrático se había desarrollado una cierta in terp reta­
ción co rp o rativ a de la gestión pública, que encontraba su base en
la especificidad técnica, real o atribuida, del trabajo realizado, y
en el área de educación esta inclinación fue fuerte. La am pliación
no afectó sólo al E stado nacional, sino tam bién a m uchos estados
provinciales, que m anejaban parte de los canales de inserción p ro ­
fesional para los historiadores.
Al m ism o tiem po, los h istoriadores supieron abrir nuevas alter­
nativas profesionales, que favorecieron la consolidación de los
circuitos académ icos: las com isiones para la instalación de m onu­
m entos, o para la definición de cuestiones tales com o el “v e rd a d e ­
ro ” color de la bandera, eran algunas de ellas. P ero la profesiona-
Habla Ricardo l.evcnc. presidente de la Jimia de Historia y Numismática.
Entre la concurrencia. Carlos Saavedra Lamas (sentado, segundo desde la
izquierda). ministro de Relaciones Exteriores, c. 1937.

lización encontró lím ites severos, que se relacionaron fundam en­


talm ente con la naturaleza de las propias instituciones com prom e­
tidas, en las que abundaban los intelectuales cuyas relaciones con
la historia, fuera com o investigadores o com o profesores, eran mí­
nimas. Se producían, entonces, situaciones curiosas: en 1941, la
A cadem ia N acional de la H istoria lograba del M inisterio de Ju sti­
cia e Instrucción Pública el reconocim iento de que la condición de
m iem bro de la entidad habilitaba para ocu p ar cátedras de historia.
E ntre los historiadores, el grupo que parecía dom inante era el de
la N ueva Escuela H istórica, cuya denom inación sugiere una unidad
que era sólo relativa. C om o han indicado N ora Pagano y M iguel
Galante, la N ueva Escuela se encontraba atravesada po r una dispu­
ta institucional entre la Junta de H istoria y N um ism ática transfor­
m ada en 1938 en A cadem ia N acional de la H istoria, cuyo personaje
central era R icardo Levene, y el Instituto de Investigaciones H istó-
ricas, radicado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universi­
dad de Buenos Aires y dirigido en la época por Emilio Ravignani.
C on ellos com petían, por el reconocim iento de la autoridad cien­
tífica, por los recursos estatales, po r los vínculos con el exterior,
varios contendientes más. U n abigarrado conjunto de entidades se
dedicaban a la investigación, a la publicación de libros, reco p ila­
ciones docum entales, boletines, y a establecer relaciones con el
E stad o p o r cam inos m uy diversos. P articipaban de las com isiones
oficiales para la celebración de hom enajes, en la definición de la
toponim ia urbana, en la determ inación de qué sitios eran históri­
cos y, naturalm ente, solicitaban apoyo económ ico de reparticio­
nes y gobiernos. Así funcionaban la Junta Provincial de E studios
H istóricos de C órdoba, de Santa Fe y de Santiago del E stero, el
A rchivo H istórico de C ó rd o b a y de la provincia de B uenos Aires,
la Sociedad de H istoria A rgentina, la A sociación A rgentina de E s ­
tudios H istóricos, la Sociedad Sarm iento de Tucum án, el Instituto
de H istoria del D erecho, aun el Instituto Sanm artiniano, entre otros.
H acia fines de la década, la recién fundada Junta de H istoria y
L etras de L a Rioja conseguía un subsidio del gobierno provincial
que sería d edicado a so sten er investigaciones y publicaciones,
m ientras que en la ciudad de B uenos A ires m aestros y vecinos del
barrio de F lores creaban su propia Junta en 1938.
M uchas eran instituciones historiográficas de viejo tipo. Se re ­
unían allí individuos con algún interés p o r los asuntos históricos,
quizá notables de la ciudad, abogados, m aestros o sacerdotes, a
m enudo im pulsados p o r el deseo de conservar el patrim onio his­
tó rico de la localidad o la provincia. L a historia que cultivaban
sólo accidentalm ente cubría los requisitos m etodológicos que en
la época se planteaban. Sus publicaciones lograban a veces so ste­
nerse, y algunas de esas entidades fueron incorporadas a la e stru c ­
tu ra de la A cad em ia N a c io n al de la H isto ria. E n u n a e scala
m icrosocial y fuera de las grandes ciudades, la producción de es­
tas instituciones, p o r la vía de la conferencia, el hom enaje local, el
libro del “histo riad o r de la zo n a” , estaba m ucho m ás al alcance del
público que los tex to s de la historia académ ica. E n La R ioja de
1937, un ciclo de conferencias en las que se reivindicaba a F acu n ­
do parece haber tenido fuerte im pacto, así com o la publicación en
1939 de un libro favorable a C hacho Peñaloza.
Otras fueron instituciones algo menos tradicionales, com o la
Sociedad de Historia Argentina, fundada en 1931, que con una
organización sim ilar a la de la A cadem ia publicó una colección de
libros de historia de im portancia, y un A n u a r io entre 1940 y 1945,
sosteniendo adem ás la clásica serie de conferencias. La Sociedad
de H istoria A rgentina contaba entre sus m iem bros a historiadores
y universitarios destacados, com o Juan B. Terán, R óm ulo Carbia,
R icardo Rojas, R icardo Z orraquín Becú, C arlos Ibarguren; entre
ellos había integrantes del Instituto de Investigaciones H istóricas,
de la Junta transform ada en A cadem ia, y aun del revisionism o de
fines de la década.
La com petencia por los recursos y el reconocim iento estatal, al
m enos en el nivel nacional, se resolvió en fav o r en la Junta de
H istoria y N um ism ática. En 1934, L evene obtuvo para la Junta un
subsidio del C ongreso, destinado a la publicación de la H is to r ia
d e la N a c ió n A r g e n tin a , en 1936, el subsidio se dedicó a la am ­
pliación del M useo M itre y en 1938, un d ecreto del P oder E jecuti­
vo transform ó a la Junta en A cadem ia N acional de la H istoria.
La lenta aparición del re ­
visionism o fue o tro de los fe­
n óm enos im p o rta n tes en la
segunda mitad del período. El
Instituto Juan M anuel de R o­
sas de Investigaciones H istó ­
ricas fue creado en 1938, sub-
sum iendo a un g rupo santa-
fesino similar; po co después
com enzaba a publicar su R e ­
v ista . C ie rto es que, hacia
1934, Julio y R o d o lfo Ira ­
z u sta habían pu b licad o A r ­
g e n t i n a y e l im p e r ia lis m o
británico, que ofrecía algunas
de las claves de in te rp re ta ­
ción que los revisionistas ha­
rían suyas, y ese m ism o año
se o rg a n iz a b a la C o m isió n
p o r la R e p a tria c ió n de los
R e sto s de R osas. T am bién
podría considerarse que, en
Tapa de Juan Manuel de Rosas, de Carlos 1930, C arlos Ibarguren publi­
Ibarguren. edición de ¡933. caba y vendía co n n o tab le
éxito su J u a n M a n u e l de Rosas. Su vida, su tiempo, su dram a. De
to d as m aneras, las instituciones revisionistas que serían las m ás
duraderas se fundaron hacia fines de la década, en una coyuntura
cultural en la cual las posiciones nacionalistas y clericales g an a­
ban espacio. E sa fundación es inseparable del avance del naciona­
lism o, cuyos éxitos m ás notables se dieron precisam ente en el pla­
no cultural, y que finalm ente hizo de la defensa de R osas y de la
im pugnación del orden que creía reinante luego de C aseros dos de
sus frentes de batalla m ás característicos.
U na vez fundado el In stitu to , resultó sencillo identificar a sus
m iem bros m ás notorios. M enos simple es, en cam bio, d etectar los
rasgos com unes que presentaban sus interpretaciones. En esos años,
la reivindicación de los g o biernos de R osas era sin duda co m p arti­
da. Pero la reivindicación de un R osas que había dom inado para
bien al gauchaje, g arantizando el orden social en beneficio de las
clases propietarias, p ro p u esto p o r Ibarguren, no se alineaba del
to d o con la defensa de un R osas que protegía la “industria” local y
ejecutaba una reform a agraria en favor de quien trabajaba la tierra,
que planteaba José M aría R osa a com ienzos de los años cuarenta.
El propio Instituto, en el prim er núm ero de su R e v ista , reconocía
la existencia de una “d erecha rosista” y una “izquierda rosista” , e
intentaba to m a r distancia de ambas. En cualquier caso, los arg u ­
m entos que insistían en la defensa de la soberanía nacional frente
a las pretensiones extranjeras y aquellos que planteaban la c o n so ­
lidación de la unidad nacional gracias a la acción de R osas estaban
m uy extendidos.
Al tiem po de plantear sus frentes de polém ica, el revisionism o
diseñaba un adversario. En ese diseño obviaba m atices, d esco n o ­
cía herencias que podrían haber fortalecido sus argum entos, de­
nunciaba unanim idades do n d e había disidencias. El ejem plo de la
H is to ria d e la N a c ió n A r g e n tin a dirigida p o r Levene, cuyos pri­
m eros to m o s aparecieron en 1936 y que fúe convertida po r el revi­
sionism o en el m onum ento de la historia oficial, es evidente. Los
elencos co n v o cad o s incluían a m iem bros de m uchas institucio­
nes, los argum entos ex puestos sobre algunos asuntos eran abierta­
m ente co n trad icto rio s y hasta la m ism a concepción de la obra im­
pedía p o r extensión y fragm entación la existencia de un lecto r de
conjunto. M ientras construía un adversario hom ogéneo, el revi­
sionism o se daba unidad a sí m ism o; así, la invención de la im a­
gen que planteaba la existencia de una lucha entre la “historia ofi­
cial” , un bloque sin fisuras, y sus im pugnadores, o tro conjunto
que se pretendía uniform e, fue quizás el triunfo m ás im portante
del revisionism o a com ienzos de los años cuarenta.
A su vez, al m enos hasta los años finales de la década de 1930,
el rosism o de los fu tu ro s revisionistas y sus presentes y pasadas
cercanías al nacionalism o político no acarrearon consecuencias se­
rias para su inserción en el cam po intelectual. E sta circunstancia
no indicaba proxim idad ideológica en tre quienes devendrían revi­
sionistas y o tro s g ru p o s culturales, sino que evidencia que ni el
nacionalism o ni el rosism o eran causa de exclusión. Si se tom an
en cu enta los principales nom bres del revisionism o, se registra
que E rn esto Palacio y Julio Irazu sta escribieron en Sur, la revista
de V ictoria O cam po. Irazusta lo hizo hasta 1938, avanzada ya la
g u erra de E spaña, y am bos habían participado en 1936, ju n to a
R am ón Dolí, tam bién c o n v ertid o al nacionalism o, del “ P rim er
debate de S u r ”. Palacio efectuó trad u ccio n es para la editorial, e
Irazusta publicó en 1937 su libro A c to r e s y e sp e c ta d o r e s con ese
sello. M anuel G álvez, por su parte, seguía siendo un novelista que
lograba éxitos de ventas, y era tra tad o con deferencia po r hom bres
com o Giusti. C arlos Ibarguren era presidente de la A cadem ia A r­
gentina de L etras, e integró la delegación argentina a la reunión de
los Pen C lubs celebrada en B uenos A ires en 1936, ju n to al propio
Gálvez. Su libro sobre R osas había recibido el Prem io N acional
de L iteratura en 1930. En la década anterior, Ibarguren había o c u ­
pado el cargo de profesor de H istoria A rgentina en la F acultad de
F ilosofía y L etras y desde 1924 era m iem bro de la Ju n ta de H isto ­
ria y N um ism ática. Ibarguren denunciaría m ucho después una co n ­
ju ra del p o d er co n tra el nacionalism o, que habría tenido lugar en
los m ism os años en que él se desem peñaba com o presidente de la
C om isión N acional de C ultura, en la segunda m itad de la década
de 1930.
L os revisionistas, en tanto, m antenían su estim a p o r el sistem a
de consagración oficial de los gob iern o s herederos del golpe de
E stad o del 6 de setiem bre. Julio Irazusta, p o r ejem plo, fue distin­
guido en 1937 con el Prem io M unicipal de L iteratura, que no dudó
en recibir. R esulta evidente que los fu tu ro s m iem bros del revisio­
nism o disponían de los instrum entos de legitim ación en el cam po
intelectual: participación previa, presencia y reconocim iento en
las instituciones, prem ios o to rg a d o s y recibidos, apellidos p resti­
giosos, relaciones con el poder, éxitos de venta. E so s m ecanism os
n a c id o en lo s m árg e n es de la
cultura argentina, y m ucho m e­
nos un frente de jó v en es rebel­
des. A lgunos de ellos habían sido
sí jó v en es vanguardistas, pero a
com ienzos de los años veinte;
quince años m ás tarde, al m o­
m ento de fundarse el In stitu to
Juan M anuel de R osas en 1938,
prácticam ente to d o s ellos ocupa­
ban lugares relativam ente cóm o­
dos en el cam po intelectual. P o r
el contrario, el revisionism o se
organizó en to rn o a uno de los
núcleos de la cultura adm itida,
que desde hacía tiem po exhibía
una m uy clara v o cación conser- inlm ¡ni: u v/,/ ><s
v a d o ra . L a to le r a n c ia q u e el
m undo cultural dem o stró hacia
los revisionistas revela que no se hallaba articulado alred ed o r de
un único eje liberal-dem ocrático, con un p ro g ram a preciso que lo
obligara a rep u d iar a quienes plantearan la discusión del pasado
desde posiciones siem pre sospechadas de autoritarias.
Sin hallarse en los m árgenes del universo de la cultura, el revi­
sionism o tu v o una posición m ucho m ás débil en las instituciones
de la historia profesional, que de to d as m aneras no lo excluían del
todo. C arlos Ibarguren, com o se ha expresado, era m iem bro de la
A cadem ia desde tiem po atrás; tam bién lo era de la Sociedad de
H istoria A rgentina. Julio Irazu sta era m iem bro co rrespondiente de
la m ism a entidad, al tiem po que participaba en el In stituto Juan
M anuel de Rosas.
L as participaciones así cruzadas eran m uchas. R óm ulo Carbia,
hom bre im p o rtan te de la N ueva E scuela, publicaba en 1942 un
artículo en la R e v ista d e ! In s titu to J u a n M a n u e l d e R o sa s, m ien­
tras era adscripto honorario del Instituto de Investigaciones H istó ­
ricas dirigido por Ravignani. El m ism o año, D ardo C orvalán M en-
d ila h a rz u e s c rib ía p a ra el B o l e t í n d e ! I n s t i t u t o d e I n v e s t i ­
g a c io n e s H istó ric a s. C orvalán había sido presidente de la C om i­
sión por la R epatriación de los R estos de Rosas, lo que tam poco
había obstado para que el M useo M itre lo convocara a disertar en
su sede sobre el tem a “M itre h istoriador” ; allí llegó a sostener que
“encontraba en M itre elem entos para la rectificación histórica” de
los ju icio s sobre Rosas. Sim ultáneam ente, C orvalán era m iem bro
de la A cadem ia. E stas pertenencias m últiples eran posibles por­
que las disputas institucionales e in terpretativas no habían obliga­
do todavía a levantar m uros infranqueables entre aquellas en tid a­
des.
El revisionism o recurría, por o tra parte, a los m ism os procedi­
m ientos que utilizaban los dem ás grupos: fundaba un instituto,
publicaba una revista y libros, sostenía ciclos de conferencias.
Tam bién conm em oraba sus
fechas, y no despreciaba la
invitación a los poderes pú­
blicos. En 1938, en ocasión
del centenario de la defensa
de la isla M artín G arcía, el
Instituto Rosas organizó una
cerem onia a la que co n cu ­
rrieron representaciones de
los m inisterios de M arina y
de E jército, de la P residen­
cia y de la G obernación de
B uenos Aires, así com o d e ­
legaciones del C írculo M ili­
tar y del C entro Naval.
Así, a la hora de ofrecer
un balance de la situación de
la h is to r io g r a f ía , C a rb ia
apuntaba en la segunda edi­
ción de la H isto ria c rític a de
la h is to rio g r a fía a r g e n tin a ,
publicada en 1940, que la
N ueva E scuela H istórica al­
b e rg a b a v a ria s c o rrie n te s,
pero “ sólo tre s han alean-
zado una definición evidente. Son éstas, la que se polariza en los
centros universitarios de B uenos A ires y L a Plata [...]; la que infor­
m a los estudios históricos en los m edios provincianos [....]; y la
que to m a com o epicentro a la D ictadura” . Las sedes de estas tres
“co rrien tes” eran la F acultad de Filosofía y L etras de B uenos A i­
res, la de H um anidades de L a Plata, el In stitu to N acional del P ro ­
fesorado, las facultades del interior y el In stitu to de Investigacio­
nes H istóricas Juan M anuel de Rosas.
P ero m uchos de los h istoriadores que no form aban en el revi­
sionism o acostum braban to m a r una precaución com ún: sostenían
que el g ru p o subordinaba la ta re a científica a m otivos políticos,
d esp reocupándose de las prescripciones del m étodo. El revisio­
nism o adm itía sólo parcialm ente esa crítica, y utilizaba un doble
argum ento. P o r una parte, reconocía que la suya era una em presa
política, ya que aspiraba a reem plazar una visión del pasado por
o tra que creía m ás útil a los intereses colectivos. Sim ultáneam en­
te, insistía en que la violación de las reglas m etodológicas había
estado a cargo de quienes “falsificaron” la h istoria nacional, ocu l­
tan d o y deform ando los “ d ocum entos” . E n 1940, el revisionista
H. L lam bías proclam aba que “el trab ajo de revisión histórica ya
está hecho en sus líneas fundam entales” , y que “ sobre los hechos
m ism os quedan pocos p u ntos por esclarecer” ; luego agregaba que
“ se p odría pensar que la revisión pretende servir a una tendencia
política, la antiliberal y tradicionalista. Sin em bargo, es fácil com ­
probar que la rehabilitación de R osas se produce com o consecuen­
cia de tra b a jo s objetivos, de sim ple investigación” . L a conclusión
era contundente: “L a causa de R osas está científicam ente g an a­
da” . Sin em bargo, quedaba pendiente un objetivo que sólo m u­
chos años m ás tarde, luego de la caída del peronism o, el revisio­
nism o lo graría alcanzar: la conquista del público.
E s que to d o s estos hom bres, dedicados al estudio del pasado
con m ayor o m enor talento y apego a las reglas del oficio, confiaban
ciegam ente en que la difúsión de la h istoria sería, com o planteaba
un jo v en histo riad o r de los círculos académ icos hacia 1940, “un
acicate enérgico para la conciencia nacional” . D e acuerdo con es­
to s razonam ientos, quienes debían ser acicateados eran los grupos
populares, que en parte se contaban entre el público am plio, un
h orizonte lejano al que to d o s aspiraban a llegar.
LOS PUBLICOS Y LOS MEDIOS
La voluntad de conquista del público vasto no era, entonces,
exclusiva de algún g rupo o institución. R icardo Levene, en el p ró ­
logo a la H is to r ia d e la N a c ió n A r g e n tin a de 1934, prom etía “un
resum en de la obra principal en dos volúm enes y un atlas para la
enseñanza y la cultura general” , afirm ando que la “auténtica cul­
tu ra h istó ric a [...] d eb e e sp a rc irse so cialm en te” . “ La histo ria
— concluía L evene— es para el pueblo” .
Pero el público era un com plejo m uy heterogéneo. E n lo que
hace a quienes m anejaban la habilidad de la lectura, las tasas de
alfabetización crecían desde hacía tiem po, aunque el aum ento de
la cantidad de personas que sabían leer no debía crear, necesaria­
m ente, un público lector. E n la A rgentina de 1938, por o tra parte,
todavía el 18% del padrón electoral era analfabeto. La cifra esco n ­
de la gran variación regional existente, que iba del 2% en la capi­
tal a un 40% en C orrientes. E sto s d atos aluden, m asivam ente, a la
población nativa, en tre los inm igrantes, el porcentaje de analfabe­
to s era mayor. A esas diferencias se sum aban las diversas p e rte ­
nencias sociales, las inclinaciones y g u sto s de cada com unidad de
lectores, y la distinta densidad de los circuitos de distribución de
bienes culturales.
E n las grandes ciudades, la aparición de nuevos públicos lec to ­
res era un fenóm eno visible desde los años de la G ran G uerra,
m uchos de esos nuevos lectores pertenecían a los llam ados secto ­
res m edios y a los populares, y a ellos se dirigieron em prendi-
m ientos que hicieron del libro barato su pro d u cto m ás característi­
co. Claridad y Tor, de B uenos A ires, fueron dos de los m ás im por­
tantes. E n la segunda m itad de la década de 1930, explicitando su
posición católica y nacionalista, la editorial D iíúsión lanzó su p ro ­
pia oferta de libros b arato s con el objetivo de “op o n er el libro b u e­
no al libro m alo” , que to d as estas editoriales proclam aban.
L os historiadores y sus instituciones apelaron, en los años trein­
ta, a la publicación de distintos tipos de libro. P or una parte, varios
h istoriadores intervinieron, con buena fortuna, en ese m ercado
peculiar constituido po r los libros de texto, a través de la publica­
ción de m anuales para la enseñanza m edia. P or otra, las institucio­
nes académ icas publicaban sus boletines o anuarios que m uchas
veces se vendían por suscripción, los trabajos eruditos concebidos
para circular entre los especialistas y las tod av ía m ás específicas
colecciones docum entales. Finalm ente, o tro tipo de libro de histo­
ria parecía ir tras lectores m ás num erosos: Irazu sta publicaba con
el sello Tor tanto L a A r g e n tin a y e l im p e r ia lis m o b ritá n ic o com o,
en 1935, el E n s a y o so b re R o sa s, la editorial D ifusión im prim ía y
distribuía tex to s del propio Irazusta, y L a h isto ria fa ls ific a d a , de
E rn esto Palacio, hacia fines de la década. A bierta tam bién a los
públicos populares, editorial A naconda publicaba E l s a n to d e la
e sp a d a , con que R icardo Rojas, po r la época m iem bro de la Junta
de H istoria y N um ism ática, respondía a la im agen sanm artiniana
oficial en 1933; el libro tiró 20.000 ejem plares, y p arece haber
vendido 200.000 hasta 1947. El prestigio literario del a u to r contri­
buyó al éxito de ventas, pero es evidente que el público veía en E l
sa n to d e la e sp a d a un libro de historia. O tro tipo de publicación,
com o la H is to r ia d e la N a c ió n A r g e n tin a de la A cadem ia, había
agotado sus prim eros to m o s en 1939, aunque la com pra institucio­
nal puede haber tenido im portancia en este caso.
En los catálo g o s de aquellas editoriales, los libros que hacían
de la historia su tem a central no alcanzaban a convertirse en un
conjunto m ayoritario. Sin em bargo, tal com o señaló L uis A lberto
R om ero, varias novelas am bientadas en el siglo X IX , en particular
en la época de Rosas, se vendieron con éxito. Junto a esas novelas,
m uchas o tra s obras contenían una evocación aún breve del pasa­
do, a veces com o escenario de una ficción, otras com o prólogo al
análisis de tem as políticos. Y ese m aterial fue tam bién utilizado
en la construcción de im aginarios colectivos referidos a la historia
por los nuevos lectores.
L as colecciones, o tra de las form as clásicas de o ferta de libros a
públicos lecto res am plios, incluyeron tam bién libros de historia.
A lgunas circularon p o r años, com o la “B iblioteca de L a N a c ió n ” ,
que entre principios de siglo y 1920 im prim ió, de acuerdo con
L eandro de Sagastizábal, m ás de un m illón de ejem plares de los
875 títulos publicados. O tras, fundadas alrededor de 1915, conti­
nuaban publicando en los años treinta, aun con distintas denom i­
naciones: “L a C ultura A rgentina” , im pulsada p o r José Ingenieros,
cuyo catálogo retom ó en la década de 1930 “L a C ultura Popular ,
o la “B iblioteca A rgentina” , proyecto de R icardo Rojas. L os libros
que adm itían ser leídos com o tex to s sobre el pasado figuraron en
esas colecciones bajo dos form as: la reproducción de las obras de
los escritores nacionales “ clásicos” , a m enudo p ro lo g ad o s po r his­
to riadores, y la publicación, m enos frecuente, de trab ajo s específi-
eos de investigación histórica. En las colecciones aparecieron obras
de A lb e rd i, S a rm ie n to , A v e lla n e d a , E s tra d a , R a m o s M ejía,
M ansilla; tam bién tra b a jo s m ás definidam ente h isto rio g ráfico s
com o el M a n u a l d e h is to ria a r g e n tin a de V icente Fidel L ópez,
que hacía años el a u to r había escrito pensando en m aestros y p ro ­
fesores, y el de V icente Q uesada, titulado H is to r ia c o lo n ia l a rg e n ­
tin a , entre otros. D esde ya, la producción de M itre form aba parte
de los catálogos. L a H is to r ia d e S a n M a r tín fue incluida en la
“B iblioteca de L a N a c ió n " , y una selección de sus textos, titulada
E n s a y o s h istó ric o s, era publicada en 1918 en “L a C ultura A rgenti­
na” , y reeditada todavía en 1937 p o r “L a C ultura P opular” . E s
posible que esos volúm enes tiraran entre 3.000 y 5.000 ejem pla­
res, de los cuales, seguram ente, no to d o s se venderían; pero la
cifra es significativa si se considera la perm anencia en el tiem po y
las m últiples ediciones.
E stas colecciones, hacia los años treinta, habían conform ado un
fondo bibliográfico que los nuevos lectores populares podían al­
canzar, a través de la com pra o de la consulta en las bibliotecas,
incluso en las barriales. L ibros de historia en un sentido doble, ya
que habían sido producidos p o r los hom bres de la elite que habían
participado de las luchas del siglo X IX y al m ism o tiem po co n te ­
nían un relato de ese m ism o pasado, fueron parte de la gran biblio­
teca, dispersa y accesible, que los lectores que no pertenecían al
público culto tuvieron a su disposición.
E n los años treinta, cuando la industria cultural en expansión
daba form a peculiar a la cultura de m asas, ocupaban un lugar des­
tacado los m edios m asivos de com unicación. L a radio, afirm ada
en la d écada anterior, tenía alcance nacional y era utilizada con
frecuencia por el poder político. L os historiadores participaron tam ­
bién: la A cadem ia N acional de la H istoria transm itió las co n feren ­
cias dictadas en la institución por R adio del E stado, y la Sociedad
de H istoria A rgentina desarrolló un plan similar, así com o el C ír­
culo M ilitar, que incluía los tem as históricos en una agenda m ás
amplia. M enos fáciles de asir, y puede pensarse que m ás escu ch a­
dos, eran los relatos sobre el pasado lanzados en las versiones
radiofónicas de aquellas novelas que se desarrollaban en el siglo
X IX y que habían sido originalm ente, en m uchos casos, folletines;
ellos contaban con un público entrenado en su lectura desde hacía
años. La transform ación del folletín m elodram ático en radioteatro,
ha planteado Alejandro Eujanian, m ereció duros juicios po r parte
de algunos críticos de radio que, com o H om ero M anzi, atendían al
escenario histórico bosquejado. A su vez, los diarios no sólo pu­
blicaron artículos específicos, que hallaban con frecuencia su lu­
gar en los suplem entos culturales, sino que im pulsaron encuestas
entre los intelectuales sobre tem as históricos; C rítica , po r ejem ­
plo, lo hizo en 1927 y en 1934 sobre Rosas. Tam bién se consigna­
ban las conferencias dictadas sobre tem as históricos, que en parte
estaban destinadas a aquellos públicos populares. C om o en los
dem ás casos, se deben sum ar a este conjunto las referencias m e­
nudas a la historia argentina, m uy abundantes.
En la A rgentina de los treinta, entonces, circulaba en la socie­
dad un conjunto de representaciones del pasado, algunas desple­
gadas y especializadas, o tra s sum arias, accidentales y fragm enta­
rias. L os sostenes de ese gran relato confuso y contradictorio del
pasado eran, ju n to a los libros, artículos y conferencias sobre his­
toria, esa m ultitud de referencias ocasionales, de glosas a m odo de
ejem plo, de m enciones casi al descuido incluidas en te x to s que se
referían no a la historia, sino a o tro s problem as. En la publicación
barrial E1 R a d ic a l, que apareció a fines de la década, p o r ejem plo,
es im posible hallar un solo artículo dedicado a la historia, y sin
em bargo puede reconstruirse con certeza la visión del pasado del
g rupo que lo publicaba, expresada en esas pequeñas alusiones. La
radio, p o r su parte, había perm itido que una vez m ás el obstáculo
del analfabetism o fúera superado: al público sin duda p opular que
no sabía leer, llegaban tan to las conferencias de la A cadem ia com o
los rad io teatro s am bientados en el siglo X IX .
Tam poco el cine exigía del to d o el dom inio de la lectura. A
m enudo, guionistas y directores recurrían a argum entos que rem i­
tían al pasado, y ello m ereció la atención de los h istoriadores y del
E stado, en una form a quizá curiosa. En 1938, la A cadem ia N acio ­
nal de la H istoria, a pedido del M inisterio de Instrucción Pública,
designó un representante ante la com isión que controlaría la p ro ­
yección de películas cuyo argum ento se refiriera a la historia ar­
gentina. P o co s años m ás tarde, sin que sea posible saber si tal co ­
m isión intervino, L a g u e r r a g a u c h a se convertía en un resonante
éxito de público en to d o el país.
LA HISTORIA Y LA ESCUELA
L as im ágenes del pasado que esos públicos potenciales tenían a
su disposición no se hallaban sólo en libros o películas. El E stad o
construía y ofrecía un relato, no siem pre hom ogéneo, a través de
m ecanism os que iban desde las conm em oraciones oficiales hasta
la inco rp o ració n de nuevas fiestas cívicas al calendario, la inaugu­
ración de m onum entos y la acción desde la escuela.
L o s in ten to s de “ c o n stru ir la n acionalidad” , que se suponía
desdibujada p o r la inm igración m asiva o am enazada p o r circuns­
tancias internacionales, un proceso estudiado por Lilia A na Bertoni,
habían incluido a fines del siglo X IX la utilización de la historia
en esa tarea, en particular a trav és de la escuela prim aria. L a es­
cuela haría de los alum nos futuros “ciudadanos y p a trio ta s” , y en
esa transform ación la enseñanza de la historia nacional tenía un
papel. C on to n o s cam biantes de acuerdo con variables m últiples
— presencia, entre las autorid ades educativas, de intelectuales con
diversas perspectivas ideológicas, evolución de la coyuntura polí­
tica inm ediata, g rad o de consolidación del ap arato adm inistrativo
de las reparticiones involucradas, entre o tra s— , ese anhelo tom ó
nuevo im pulso y to n o s en to rn o al C entenario, y halló un nom bre
en la denom inación “ educación p atrió tica” . R icardo R ojas y J. M.
R am os M exía fueron dos de los intelectuales vinculados a ese es­
fuerzo.
Sin em bargo, las discrepancias sobre los contenidos de la m oral
cívica y p atriótica que habría de inculcarse a los alum nos fueron
habituales, así com o fueron co n tradictorios los balances de los re ­
sultados de la acción educativa. R am ón M elgar, re c to r del C ole­
gio N acional de D olores, sostenía en la R e v is ta d e F ilo s o fía hacia
1920 que no existía en esos días “un hogar genuinam ente argenti­
no” ; p o r eso “la escuela ha de cultivar constantem ente los senti­
m ientos de la nacionalidad y el am or a la patria” . Sin em bargo,
para M elgar se debía conciliar el am or a la patria con el “ am or a la
hum anidad” . Pablo P izzurno advertía, tres años después, que el
“patriotism o, generalm ente mal entendido, se hace degenerar en
un patrioterism o hu eco ” , y agregaba críticam ente: “H icim os can­
tar el him no a cada m om ento con cualquier pretexto o sin p retex ­
to, hicim os ju ra r la bandera a niños de seis años con tan ta solem ni­
dad exterior com o inconciencia” . El ensayo era, a su juicio, un
fracaso rotundo.
Desde Ia izquierda, Ricardo Levene, profesor Pablo A. Pizzumo,
CarlosXíúscari, Oliverio Tacchia, y el coronel.I. M. Sarobe (de perfil),
setiembre de 193 7.

P o co s años m ás tarde, en 1929, un g rupo de inspectores y d o ­


centes de la escuela prim aria, en el Plan de E studio y P rogram as
para las E scuelas de N u ev o Tipo, volvía a retom ar estas cu estio ­
nes. L a p ro p u esta adm itía que “en un país nuevo y cosm opolita
com o el nuestro se requiere una enseñanza [de historia] naciona­
lista” , pero señalaba inm ediatam ente que “la historia se propone
darnos un conocim iento exacto del pasado [...] [y] de ningún m odo
debem os retro ced er o m antener antiguos criterios que pedían a la
historia lecciones de m oral, ejem plos de co nducta
A pesar de estas observaciones, los docentes no abandonaban
aquella o tra preocupación cívica, y auguraban que “ la m oral y el
sentim iento p atriótico surgirán de la valorización esp o n tán ea de
los hom bres y de los pueblos” . L a enseñanza de historia tendría
com o uno de sus objetivos “la form ación de una conciencia nacio­
nal” , pero “no podrá ser instrum ento de la form ación de un p atrio ­
tism o ciego y xen ó fo b o ” . E stas expresiones son prueba evidente
no sólo de la existencia de varias concepciones, sino tam bién de la
posibilidad de acción del cuerpo docente. E sa posibilidad tenía,
de to d o s m odos, lím ites firmes: el proyecto de las Escuelas de
N uevo Tipo quedó trunco en tiem pos de U riburu, p o r decisión del
C onsejo N acional de E ducación.
A lo largo de los años treinta, las políticas educativas del E stado
nacional exhibieron una dinám ica peculiar. Ella estaba co n d icio ­
nada po r las decisiones de las direcciones de organism os m iniste­
riales, en ocasiones o cu p ad as por intelectuales de firm e im plante
en el m undo cultural, por orientaciones m ás generales prom ovi­
das po r la prédica y la presión de g ru p o s culturales y po r las accio ­
nes de unos cuadros burocráticos y docentes que no eran m eros
ejecu to res de aquellas decisiones y que, aun parcialm ente, les im ­
prim ían estilos propios en las aulas, allí donde las decisiones de
las cúpulas podían transform arse en acciones hacia los alum nos.
De esos alum nos, hacia 1938, un 46% se educaba en escuelas
provinciales; este porcentaje alude al prom edio del país, pero en
algunas provincias alcanzaba el 70% . E ran B uenos Aires, C ó rd o ­
ba, E n tre Ríos, Santa Fe y M endoza las jurisdicciones en que la
presencia provincial era m ás notoria. En lo que hace al problem a
de la historia en la escuela, este dato to m a im portancia: casi la
m itad de los escolares prim arios del país concurría a escuelas que
se hallaban bajo control adm inistrativo y pedagógico de los e sta­
dos provinciales, que tendían a construir panteones y versiones
del pasado propias. En Santa Fe, el caudillo federal E stanislao
L ópez form aba parte del pro cerato local; en 1938, la Junta de H is­
to ria de Santa Fe celebró unas jo rn ad as sobre su figura, a las que
co ncurrió una delegación de la A cadem ia y o tra del C írculo M ili­
tar. L os entrerrianos, por su parte, hom enajeaban a Pancho Ram í­
rez y en La Rioja se am pliaba po r esos años la reivindicación de
F acundo y del C hacho. E stas presencias no debían devenir, obli­
gatoriam ente, en lecturas radicalm ente diferentes de las que se
suponen dom inantes en el nivel nacional, p ero tam p o co pueden
ser desatendidas. C om o señaló H alperin D onghi, “ la orto d o x ia
antifederal [...] era un fenóm eno m ás po rteñ o que nacional” .
A pesar de estas variantes, el com plejo estatal dedicado a la
educación m antuvo en los años treinta las preocupaciones po r la
form ación de la m oral patriótica. En 1938, el M inisterio de Ins­
tru cció n Pública había solicitado de la A cadem ia N acional de la
H istoria un plan para difundir la historia nacional, con esos fines,
y la institución designó una com isión con ese objeto. Poco des-
pués. un proyecto de reforma educativa oficial insistía incluso en
los viejos procedimientos: que en cada aula hubiera una bandera,
un mapa y el retrato de algún procer.
A tribuyendo a los tex to s escolares una im portancia decisiva, el
m inisterio llegó a planear la redacción de un tex to único para la
enseñanza de historia en 1940. La propia A cadem ia cuestionó el
pro y ecto en nom bre de la “libertad en la enseñanza de la historia”
y, al año siguiente, quedó fijada por decreto una nueva reglam en­
tación, que expandía el control que sobre los m anuales prim arios
tenía el C N E desde sus prim eros tiem pos. E n las escuelas secun­
darias y en las instituciones de form ación docente, “los libros des­
tinados a la enseñanza sólo podrán ser utilizados com o tex to s [...]
una vez que hayan sido autorizados” por esa repartición. La Ins­
pección G eneral de E nseñanza designaría com isiones docentes que
tendrían a su cargo la aprobación de los libros de to d as las m ate­
rias, y luego las A cadem ias N acionales podrían expedirse sobre
las “deficiencias” que encontraran. L os considerandos del decreto
destacaban que el pro y ecto educativo oficial “acentúa convenien­
tem en te la orientación nacionalista” , y que “en particular los [li­
bros] de historia argentina deberán inculcar los ideales patrióticos
que guiaron a los creadores y organizadores de nuestra nacionali-

Conmemoración del Día de la Bandera en una escuela del


( 'onsejo Escolar XII de la Capital, 1942.

4 59
dad, exaltando sus virtudes y
evitando to d a inform ación que
se aparte de tales propósitos,
com o asim ism o to d a posición
te n d e n c io s a o p o lé m ic a q u e
p u e d a o rig in a r c o n fu sió n en
los alum nos” . E rnesto Palacio
coincidía, desde el revisionis­
m o, insistiendo en la falta de
unidad nacional a causa de la
inm igración; sostenía en 1939
que ante los alum nos de las es­
cuelas prim arias “ es necesario
[...] lim itarse al relato ap o lo g é­
tico, con vistas a la form ación
cívico-m oral” , y criticaba que
“ en vez de insistirse [...] sobre
la grandeza m oral de los crea­
d o re s de la n a c io n a lid a d , se
acentúa el aspecto polém ico” .
L os m anuales que el m inis­
terio aspiraba a controlar, pu-
EmestoPalacio, periodista de la revista El . .. . , „
Hogar, durante la Transmisión de adhesión al bllcadoS en Su m ay o n a en B u e '
'ortgreso Eucaristico p o r Radio Splendid, ¡934,
nos Aires, constituían un co n ­
ju n to en extrem o uniform e. El
estilo, el m odo de argum enta­
ción, la configuración de un relato del pasado nacional, aparecían
reiterados hasta el infinito. Sin em bargo, no se tra tab a de un m ate­
rial particularm ente “ retrasad o ” respecto de las evoluciones de la
historiografía profesional argentina en los años treinta, en cuya
producción el cum plim iento estricto de la preceptiva m eto d o ló ­
gica no había provocado, en general, una renovación en las inter­
pretaciones ni la apertu ra de frentes de investigación que se d e sta ­
caran p o r su audacia.
L os historiadores profesionales, p o r su parte, no desatendían
del to d o a este otro m undo, el de los tex to s escolares; escribir
m anuales no sólo era un vehículo de extensión del propio saber al
resto de la sociedad y de intervención en la ta re a patriótica que se
atribuían esos hom bres, sino que tam bién representaba una form a
de inserción laboral. L evene había publicado un m anual destinado
a la secundaria ya en 1912, m ientras que el núcleo de la N ueva
E scuela H istórica lo había hecho, colectivam ente, en 1917, con el
M a n u a l d e h isto ria d e la c iv iliza c ió n a rg en tin a . E n los años trein­
ta, R icardo C aillet B ois publicaba L a e n se ñ a n z a d e la h isto ria e n
¡a e sc u e la p r im a r ia , y aparecía en 1939 una nueva edición de aquel
m anual de Levene. La Sociedad de H istoria A rgentina, en tanto,
ju zg a b a pertin en te com entar, en la sección de crítica bibliográfica
de su A n u a r io , un m anual de A lfredo G rosso publicado en 1940.
E n el com entario se hacia n o tar que “ la exposición que presenta el
señor G ro sso revela un m anejo abundante y variado de la biblio­
grafía m ás m oderna” . C om o se encargaba de reco rd ar el propio
crítico, en un tono sorprendentem ente laudatorio, el libro aparecía
cu aren ta y ocho años después de la publicación del R e s u m e n d e
h isto ria p a tr ia de G rosso.
T am poco despreciaban los h istoriadores el problem a de la en­
señanza de su disciplina. E n el II C ongreso Internacional de H isto ­
ria de A m érica celebrado en 1937, uno de los tan to s que tuvieron
lugar en el período, el académ ico A lberto Palcos dedicó su ponen­
cia al asunto, al igual que Levene. Tam bién asum ió esa cuestión
Juan M antovani, p edagogo y responsable com o funcionario del
M inisterio de Instrucción Pública de un plan de reform a de la en­
señanza secundaria presentado en 1937, que no sería aplicado. En
palabras de M antovani, que to d o s los ponentes habrían suscripto,
“el estudio de la historia patria es un facto r determ inante en la
form ación en el pueblo del sentim iento de la auténtica naciona­
lidad” .
E sta convicción, que hundía sus raíces en el siglo X IX , conti­
nuaba así extendida a fines de los años treinta. P ero una de las
claves para la realización de ese anhelo fallaba, y ni los histo riad o ­
res ni los funcionarios educativos advirtieron el obstáculo. L os
centros de form ación de recursos hum anos capacitados para in­
vestigar y enseñar historia eran po r entonces muy pocos, y se ubi­
caban en la F acultad de Filosofía y L etras de B uenos A ires, en la
F acultad de H um anidades y C iencias de la E ducación de la U ni­
versidad de La Plata, y en la U niversidad de C uyo, fundada a fines
de la década. Tam bién funcionaban carreras de H istoria en Institu­
to s N acionales del P rofesorado de B uenos A ires y de Paraná, este
últim o desde 1933. El de C atam arca se inauguraría en 1942.
U nos años después, cuando esos centros de form ación de per­
sonal eran m ás num erosos, las cifras resultaban elocuentes: hacia
1948, poco después del cierre de nuestro período, en el P rofesora­
do de H istoria y G eografía de la U niversidad N acional de C uyo
había 123 cursantes; en L a Plata, eran alum nos del D o cto rad o y
del P rofesorado 75 personas. L a C arrera de H istoria de la Facultad
de Filosofía y L etras de la U niversidad de B uenos A ires contaba
con 62 cursantes, y aquel año egresaban de sus aulas 4 profesores
de historia. El to tal de alum nos de la carrera en el Instituto del
P rofesorado de C apital era de 112, y en to d o el país se graduaban
34 profesores de historia de los profesorados. A cargo de las clases
en las escuelas norm ales, donde estudiaban los fu tu ro s m aestros a
quienes se encargaba la “form ación en el pueblo del sentim iento
de la auténtica nacionalidad” , había entre o tro s profesionales 319
abogados y sólo 58 d o cto res en Filosofía y L etras, de los que no
to d o s eran especialistas en historia.
L o s d a to s indican que aquella v o cació n p o r utilizar la e n se ­
ñanza de la h istoria en la que p arecía la enorm e ta re a de refo rza r
la conciencia nacional d isponía de h u e ste s m uy m en g u ad as p ara
ser llevada adelante, al m enos con las c a ra c te rístic a s que los his­
to ria d o re s p ro fe sio n a les deseaban para ella. P o rq u e si bien la di­
m ensión “ p a trió tic a ” de esa m isión no exigía ser dirigida y eje­
cu tada p o r historiadores, su co stad o científico sí requería esa p re­
sencia. Sin duda, el cam bio de alguna de las variab les p ara v o l­
v er m ás atra ctiv a la e n tra d a a la pro fesió n en condición de d o ­
cen te estab a fuera del alcance de la acción de los h isto riad o res;
la salarial era una de ellas. P ero es ev idente que no se disponía
de la m asa crítica necesaria p ara o c u p a r las h o ras d ed icad as a la
enseñanza de la h isto ria en escuelas n orm ales y secu n d ario s, ni
para c o n d u cir aquella o tra em presa de tan largo aliento. L a cir­
cu n stan cia hacía tam b ién visible una singularidad del p ro c e so de
organización de un cam p o profesional en tre los h isto ria d o res ar­
gentinos: aunque poblado po r m uchas instituciones, a unos treinta
años de las acciones iniciales de la N u e v a E scu ela H istó rica éste
era to d av ía un esp acio social m uy estrech o , cuyas segundas lí­
neas no se reclu tab an aún e n tre quienes se habían fo rm ad o en los
c e n tro s ed u cativ o s q u e el p ro p io g ru p o había im pulsado y c o n ­
tro la d o en gran m edida.
Por su parte, los hetero g én eo s elencos de funcionarios que, ta n ­
to en el nivel nacional com o en los provinciales, tenían a su cargo
la política educativa, incluían a algunos hom bres vinculados a los
g ru p o s nacionalistas. M aría D olores B éjar ha examinado el caso
de la provincia de B uenos Aires, donde una reform a había im plan­
tad o la enseñanza religiosa en 1936, subrayando la cercanía del
gobierno de Fresco con la Fundación A rgentina de E ducación. La
entidad era dirigida po r A lberto B aldrich y tenía entre sus inte­
g rantes a Jordán B runo G enta, am bos dirigentes del nacionalism o
católico; O ctavio S. Pico, cercano a fines de los años veinte al
g ru p o nacionalista de L a N u e v a R e p ú b lic a , y luego a la católica
C riterio , m inistro de U riburu, fue designado presidente del C o n ­
sejo N acional de E ducación p o r Justo. A com ienzos de los años
cuarenta, el secretario de ese C onsejo era A lfonso de Laferrére,
tam bién antiguo integrante de L a N u e v a R e p ú b lic a y je fe hacia
1929 de la Liga R epublicana.
Sin em bargo, esos funcionarios no se m ostraron entusiasm ados
p o r la aplicación, en el área educativa, de los planteos sobre el
pasado que estaban realizando los revisionistas, sus com pañeros
en o tro s proyectos políticos y culturales. P o r cierto, existían zonas
de la v isió n re v is io n is ta en c ie rn e s q u e no e ra n fá c ilm e n te
integrables en los discursos históricos que desde esas reparticio­
nes se im pulsaban. P ero fundam entalm ente ocurría que no era ne­
cesario apelar a la reivindicación de R osas para intentar difundir
el program a de orden, de organización jerárq u ica de la sociedad y
de exaltación de las características culturales propias, en que aque­
llos funcionarios estaban em peñados: la tradición disponible era
útil para ese objetivo y exhibía la ventaja de ser adm itida. San
M artín era enaltecido po r el E stad o com o jefe militar, los lazos de
la historia argentina con la de E spaña y la reconsideración favora­
ble de la acción española en A m érica eran ensayados p o r Carbia,
Levene y M olinari, to d o s ellos h istoriadores profesionales y nom ­
bres prom inentes de la N ueva Escuela. La Iglesia había logrado
co n stru ir una im agen de Sarm iento, y en general del conjunto de
proceres argentinos, que podía recuperar po r com pleto, y conse­
guía instalarse con com odidad en la historia nacional sin plantear
argum entos polém icos. Ni la identificación del ejército con la na­
ción, ni el hispanism o, ni la interpretación católica, estaban ausen­
tes en la versión escolar, aunque no fueran sus notas dom inantes.
Las conducciones educativas, y los nacionalistas que form aron parte
de ellas, no hallaron ninguna versión m ás útil que la tradicional
para insistir en la tarea que se habían asignado, con perfiles más
abiertos, con disidencias y debates, hacía tan to tiem po: en pala­
bras de 1941, lograr que “al estudiar los asuntos históricos” , m aes-
tro s y alum nos se dedicaran a “exaltar el am or a la P atria con el
ejem plo de las virtudes de los hom bres de ayer” .

HOMENAJES, MONUMENTOS Y CANCIONEROS


POPULARES
L a celebración ritual de la patria to m ó perfiles específicos en
los años treinta, y ella no involucró sólo a la escuela. C om o se ha
señalado, a partir de 1933, el 17 de agosto, D ía del Libertador,
com enzó a adquirir relevancia en el calendario oficial; el C onsejo
N acional de E ducación d ecretó en 1934 la celebración del D ía del
H im no el 11 de m ayo, y en 1941 fijó el 18 de m ayo com o D ía de la
E scarapela. U na ley nacional de 1937 estableció, a su vez, el 20 de
ju nio com o D ía de la B andera.
M ientras tanto, en 1934 se fundaba la C om isión de H om enaje a
Juan B autista Alberdi, para im pulsar una conm em oración pública
en ocasión del cincuentenario de su m uerte. L os procedim ientos
puestos en ju eg o son un m odelo de cóm o se organizaban estas ce­
lebraciones por la época. L os presentes en la reunión fundacional
m anifestaban disponerse a realizar una cerem onia en el m ausoleo y
a “ solicitar la cooperación oficial a fin de que se recuerde en los
establecim ientos educacionales la m em oria del Dr. Alberdi, se dic­
ten clases alusivas y se d e ­
crete la adhesión m oral del
P o d e r E je c u tiv o ” , g e s tio ­
nando el reconocim iento de
la comisión por parte del E s­
tad o y la sanción de una ley
para erigir un m onum ento.
Consideraban tam bién nece­
sario apelar a la radio y a las
instituciones culturales del
país para la difúsión de “ as­
pectos de la vida de A lberdi
y sus doctrinas” . Todo ello
apuntaba a que fuera “ repa­
rado el olvido oficial en que
se tiene al autor de nuestra
h / s o /'ah/u (i,l<> <■// l.;i (¡acciii Ini iiiinin. /v.í.s organización nacional” .

464
Lg com isión obtuvo d reconocim iento legislativo, y se sancio­
nó así, en ju nio de 1934, una ley que la autorizaba a erigir el m o­
num ento en plaza C onstitución y com prom etía el ap o rte del g o ­
bierno. Al año siguiente, cuando se cum plían 125 años del naci­
m iento de A lberdi, se lanzó una colecta popular para reunir fon­
dos, que inauguraba oficialm ente el presidente de la com isión,
A dolfo C arranza, a trav és de un m ensaje transm itido po r Radio
Stentor. A lberdi era presentado por C arranza com o un héroe civi­
lizador, que “luchó siem pre en favor de la perfección de las co s­
tum bres y leyes atrasadas de A m érica” y “co n cretó las nuevas re ­
g la s c o n v e n ie n te s p a ra a b a tir el d e s o rd e n , la a n a rq u ía y el
caudillism o” . L a opinión debió haber co n trariad o a Ghioldi, para
quien A lberdi era, visiblem ente, un aliado de los “caudillos feu ­
dales” .
C om o había ocurrido con los m onum entos a Sarm iento, Riva-
davia y M itre, quienes im pulsaron el de A lberdi recurrieron a la
extendida red escolar para recolectar dinero. En 1938, el C ongre­
so aprobaba el proyecto del senador socialista M ario B ravo, que
aco rd ab a un subsidio gubernam ental al m onum ento; tam bién se
aprobaban las bases del concurso que, a tono con lo que había
ocurrido en o p o rtunidades anteriores, prescribía que los m ateria­
les debían ser elegidos “dentro de la producción nacional” . A lo
largo de esos cuatro años, entre 1934 y 1938, el secretario de la
com isión fue Ism ael B ucich E scobar, quien no había encontrado
obstáculo para, en 1934, form ar parte sim ultáneam ente de la C o ­
m isión p o r la R epatriación de los R esto s de R osas, y para colabo­
rar luego con Levene, en calidad de secretario de la C om isión N a ­
cional de M useos y de M onum entos y L ugares H istóricos a partir
de 1938. B ucich E sco b ar íu e incorporado a la A cadem ia N acional
de la H istoria en 1941.
E sa C om isión N acional de M useos y de M onum entos y L uga­
res H istóricos se m ostró muy activa desde su organización en 1938.
Su acción, en lo que hace a los m useos, se inspiraba en una co n ­
cepción que E nrique U daondo, a cargo del de Luján, definía en su
ponencia ante el II C ongreso de H istoria de A m érica: “U n m useo
de historia es el tem plo cívico de la P atria” . L a obra de U daondo
había sido valorada p o r Benjam ín Villafañe, siem pre desbordado,
quien lo hacía el “P ontífice M áxim o del nacionalism o” , en “cuyo
corazón arde una pira levantada a las virtudes de los m ás grandes
h o m b r e s del pasado” . E ntre “los aplausos que se prodigan a las
patadas de foot-ball y caballos de carrera, m antiene vivo el fuego
sagrado de la estirpe en ese santuario del M useo de Luján” , agre­
gaba Villafañe. U daondo, m iem bro de la Junta de H istoria y N u ­
m ism ática desde 1922, había sido el p ro m o to r de la prim era con­
m em o ració n del co m b a te de O blig ad o en 1934.
En los años siguientes, la C om isión N acional indagó provincia
po r provincia qué sitios y edificios m erecían ser considerados his­
tóricos, prom oviendo leyes y decretos que los declararan tales. U na
de esas leyes, de 1941, hizo de la C asa de T ucum án un m onum en­
to nacional, e im pulsó los estudios que llevaron a su reco n stru c­
ción; la casa restaurada se inauguró en 1943, cuatro años después
de que el C abildo reacondicionado abriera sus puertas en B uenos
Aires. E n 1936, Vialidad N acional, el A utom óvil Club A rgentino
e Y PF habían invitado a la Ju n ta de H istoria y N um ism ática a
colaborar en la instalación de carteles identificatorios y conm e­
m orativos en los lugares históricos, que esas reparticiones habían
com enzado ya, en una prueba de que tales afanes no conm ovían
sólo a los estudiosos del pasado. L a institución aceptó, y se form ó
una com isión integrada p o r los presidentes de aquellas entidades y
algunos m iem bros de la fu tu ra A cadem ia. Las ju n ta s de estudios
históricos y ciertos gobiernos provinciales se com prom etían en
esfuerzos sim ilares, y tam bién lo hacía el ejército.
L os relatos del pasado iban encontrando, a través de estas ac­
ciones, su anclaje territorial, cubriendo to d o el país y haciendo
posible reconocer, a pesar de los cam bios ocurridos, el paisaje en
que las luchas del siglo X IX habían tenido lugar. En ciertas ciuda­
des del interior existían sitios que habían sido objeto de cuidado,
po r el valor histórico que se les atribuía; sin em bargo, eran ahora
las zonas rurales las que se incorporaban al escenario, con indica­
ciones de los lugares rem o to s de una batalla o la referencia al na­
cim iento de cierto personaje en una aldea, posibles en buena parte
po r la extensión de la red carretera.
A instancias de la C om isión de M useos, en esta m ism a línea y
retom ando iniciativas de 1928, el P o d er E jecutivo decretó en 1942
que las nuevas estaciones ferroviarias, o aquellas cuyos nom bres
fueran cam biados, deberían llevar denom inaciones que refirieran
a “la tradición o al folklore” . L a inquietud folklórica de intelectua­
les y funcionarios tenía antecedentes, p ero a fines de la década de
1930 tom ó nuevo vigor. En 1921, el C onsejo N acional de E d u ca­
ción organizaba la prim era recolección de piezas m usicales y p o é ­
ticas folklóricas, a cargo de m aestros de escuela. U na vez m ás, en
las instrucciones enviadas la inm igración se dibujaba com o un
peligro para la “noble tradición del p asad o ” ; tam bién una vez más,
los m aestros eran convocados a una “obra p atriótica” . N a tu ra l­
m ente, el docum ento indicaba que los “elem entos ex ó tico s” aso­
ciados a la inm igración debían ser expurgados. H acia 1939, la C o ­
m isión de Folklore del C onsejo N acional de E ducación reto m ó la
iniciativa; en este caso, los resultados se reunieron en una. A n to lo ­
g ía F o lk ló r ic a A rg e n tin a , publicada en 1940. D esde 1926, culti­
vando un tip o de estudio folklórico m ás académ ico, Juan A lfonso
C arrizo venía publicando sus propios cancioneros populares: en
aquel año había sido el de C atam arca; en 1933, el de Salta, editado
p o r la U niversidad de Tucum án; luego el de T ucum án en 1937 y el
de L a Rioja en 1942. O tro especialista, A ugusto C ortazar, asum ía
el tem a E l fo lk lo r e y e l c o n c e p to d e la n a c io n a lid a d en un libro de
1939; D raghi L ucero recopilaba el cancionero de M en d o za y Di
Lullio el de Santiago del E stero. El m ovim iento culm inó en la
fundación del In stituto N acional de la Tradición en 1943, que fue
dirigido inicialm ente po r C arrizo.
El interior y sus habitantes, que ya desde el C entenario habían
sido vistos p o r algunos hom bres de letras com o el lugar y los suje­
to s en los que la auténtica nacionalidad debía buscarse, eran ahora
explorados po r el E stado, am ojonados sus lugares y fijadas sus
“ referencias históricas” , recopilados sus cantos y leyendas que,
parecía entender un sector de la elite, agregaban un to n o inofensi­
vam ente p opular al pasado nacional que debía celebrarse. E s posi­
ble que el supuesto de que esos habitantes del interior habían sido,
luego de la conquista, gauchos se encontrara m uy extendido. En
ese sentido se m anifestaba la A grupación B ases, que en la cam pa­
ña po r el m onum ento a A lberdi desplegó grandes esfuerzos. P or
los m ism os años, el g rupo se dedicó tam bién a im pulsar o tro ho­
m enaje y o tro m onum ento, que tenían precisam ente al g aucho y a
José H ernández com o destinatarios.

UN TIPO SOCIAL, UNA VERSIÓN DE LA HISTORIA


NACIONAL

El M a r tín F ie rro ya había sido convertido p o r la literatura culta


en el poem a central de la nacionalidad. H ubo quienes lo en tendie­
ron com o la expresión sim bólica m ás acabada de la A rgentina vie­
ja, la única auténtica. L ugones había recuperado el poem a de H er­
nández en sus conferencias de 1913, luego reunidas en E l p a y a d o r,
m ientras que R icardo R ojas lo haría p o r esos m ism os años. Sin
duda, existían diferencias en la apreciación literaria de la obra de
H ernández, pero am bos escritores coincidieron en el reconocim ien­
to de su condición de pieza crucial de la expresión de la naciona­
lidad.
Sin em bargo, en los años que van de 1910 a m ediados de la
década abierta en 1930, el E stad o se había m ostrado poco proclive
a la celebración gauchesca, que en cam bio seguía m anteniendo
sus auditorios populares, de los que form aban parte v asto s secto ­
res inm igrantes. Sólo a fines de los años trein ta se registró un fe­
nóm eno im portante y preciso en el universo estatal: hacia 1938,
en las dos C ám aras de la L egislatura de la provincia de B uenos
Aires, eran p resentadas iniciativas para declarar el 10 de noviem ­
bre, fecha de nacim iento de Jo sé H ernández, D ía de la Tradición;
la ley se ap ro b ó en 1939. E ntre las peticiones iniciales, estaba tam ­
bién la de levantar un m onum ento al gaucho en L a Plata. F ue por
entonces cuando se hizo evidente que la asociación entre la figura
del gaucho, la nacionalidad y la historia de la A rgentina, uno de
los cen tro s donde ella se definía, en contraba adhesiones m ás u n á­
nim es que en tiem pos anteriores.
Así, el secretario de la A grupación B ases expresaba en 1938
que el M a r tín F ie rro “ sim boliza en su esencia m ás profunda, espi­
ritual y nacionalista [...] lo que sirve para estru ctu rar [.. .] el m otivo
básico de la iniciativa. L a Patria, que es la tierra que nos vio nacer,
tiene en el M a r tín F ie r ro [...] el vértice de n uestra propia idiosin­
crasia. M a r tín F ie rro debe ser para to d o argentino com o un cate­
cism o” . U n año m ás tarde, C arlos Sánchez V iam onte, diputado
provincial p o r el Partido Socialista, agrupación que había sido rea ­
cia al criollism o, concedía que “ el poem a de José H ernández co n ­
tiene m ucha parte del alm a nacional, del alm a argentina con sus
defectos y virtudes” . D esde el P artido C om unista y sus cercanías,
la evocación de H ernández y de las “m asas g au ch as” había sido
algo m ás tem prana.
Sin em bargo, im ágenes que hacían del gaucho y en particular
de M artín F ierro la síntesis de la nacionalidad tam bién eran plan­
teadas desde la derecha, tan to política com o cultural. G auchos,
com o rep resen tació n del criollo, eran las víctim as del im perialis-
iyio británico y de lá u su ra ju d ia en las caricatu ras del nacionalis­
m o filofascista; desde una perspectiva m ás aten ta a los problem as
del pasado, la reivindicación del gaucho perm itía insistir en la re­
cuperación de la herencia cultural española. El a u to r de un artícu ­
lo publicado en la R e v is ta d e l In s titu to J u a n M a n u e l d e R o sa s,
agregando o tro elem ento característico del nacionalism o, procla­
m aba en 1940 la indudable catolicidad de M artín Fierro, quien “en
su servicio m ilitar de fro n teras ejerció hasta extrem os inconcebi­
bles su espíritu de obediencia” , en su objetivo de “ servir a la na­
ción” . M artín Fierro, el personaje, se volvía el “ sím bolo de la raza”
hispano-criolla y católica, y el poem a, su saga m ás acabada.
C onfirm ando la tendencia, p o r estas m ism as fechas, el M iniste­
rio de Instrucción Pública y el C onsejo N acional de E ducación
recom endaban a los m aestros bajo su jurisd icció n la lectura y el
com entario del M a r tín F ierro , com o ejercicio para los alum nos.
Se trataba, con claridad, de un p roducto m ás de la voluntad de
nacionalización.
B uena parte de la historiografía erudita, sum ada a la labor de
exam inar el “alm a nacional” , coincidía con esto s planteos g en era­
les, quizá de m anera m enos estridente. P ero había excepciones.
Así ocurría con Em ilio Coni, quien desde 1927 era m iem bro de la
Ju n ta de H istoria y N um ism ática, y se dedicaba al estudio de la
historia rural. A u to r del capítulo “L a agricultura, ganadería e in­
dustria hasta el V irreinato” , que apareció en el cuarto volum en de
la H is to r ia d e la N a c ió n A r g e n tin a publicado en 1937, el ingenie­
ro agrónom o Coni form aba parte de los elencos de historiadores
reconocidos.
En el curso de sus estudios, Coni debió en carar el problem a del
gaucho, que abordó en varios artículos y en un trabajo de m ayor
aliento, publicado en 1937. En 1945, luego de su m uerte, apareció
E l g a u c h o , libro redactado entre 1940 y 1943. L argos tram os del
trabajo eran una exposición historiográfíca erudita, pero al mism o
tiem po el a u to r aspiraba a fúndar en sus investigaciones una p o s­
tu ra frente a los argum entos que se desplegaban en to rn o al g au ­
cho. En la “Introducción” , sostenía Coni que “la leyenda gauchesca
[...] ha to m ad o una am plitud y seriedad tales, que hoy la m ayoría
de las gentes ignora que se tra ta de una leyenda y le asigna con
to d a buena fe el carácter de hecho h istórico” ; los responsables de
esta circunstancia habían sido los “p o etas y literatos, a los cuales
poco les p reocupa la verdad histórica” .
Su decisión de intervenir en el debate colectivo con el libro, de
acuerdo con el propio Coni, obedecía a que sobre esa “ leyenda
que se infla día a día, se estru ctu ra to d a una doctrina seudonacio-
nalista, que pretende para una sola provincia el m onopolio de la
argentinidad y la representación exclusiva de la P atria” . El p roble­
ma, y la posición del historiador, com ienzan así a delinearse con
m ás precisión. Coni argum entaba:

“Sobre la leyenda gauchesca descansa hoy una doctrina, se­


gún la cual la pampa y el gaucho representan la nacionali­
dad. lo que viene a significar que las diez provincias no pam­
peanas. no gauchescas, no cuentan para nada en la argentini­
dad. Y sin embargo [... ] son ellas las que tienen más derecho
que la cosmopolita Buenos Aires a representar la nacionali­
dad".

Coni planteaba que “las verdaderas tradiciones argentinas” eran


las que perduraban en las provincias interiores, no en el Litoral
“ prim ero pastoril y sem ibárbaro, luego profundam ente co sm o p o ­
lita” . El “m artinfierrism o del L itoral con sus pretensiones de re ­
presentación argentina” le parecía un enorm e erro r histórico y p o ­
lítico.
Las expresiones de Coni ratifican la am plitud del consenso en
to rn o al gaucho, que ya se volvía sentido com ún. Al m ism o tiem ­
po, destacan que se tratab a de un problem a que concernía a los
historiadores, ya que estaba en discusión una interpretación del
pasado. E ran los historiadores, planteaba Coni, a quienes el dom i­
nio del m étodo y el afán de verdad garantizaban una opinión ce rte ­
ra, quienes debían corregir los yerros de los hom bres de letras,
sólo preocupados po r aspectos estéticos e ignorantes de las nor­
m as que debían guiar la reconstrucción científica del pasado.
El historiador académ ico, a pesar de to d o , no advertía que algu­
nas certidum bres lo acercaban a las posiciones de los intelectuales
que criticaba. Coni no dudaba de que la utilización del m étodo
científico le había perm itido alcanzar una versión “v e rd a d e ra ” de
la tradición argentina y del tip o social que la representaba. Allí
estaban, en el pasado, los rasgos esenciales de la nacionalidad,
que gracias al em pleo atinado de las reglas de la investigación
histórica y a la experiencia personal, Coni había descubierto en
los cam pesinos sedentarios de las provincias interiores, tod av ía a
salvo de los efectos de la inm igración, que sí había “ contam inado”
al Litoral y, naturalm ente, a las grandes ciudades.
Así, el planteo de base acerca de la existencia de un núcleo au ­
ténticam ente nacional, po r antiguo y puro, en peligro por la “co n ­
tam inación” de los inm igrantes, quedaba en pie, y aun reforzado
p o r esta crítica. F rente a la exaltación del gaucho, hom bre del Li­
toral expuesto a aquel co n tacto corruptor, se perseguía el centro
histórico y cultural de la nación tod av ía m ás en el interior, en el
país real que ni siquiera p odría hallarse en la llanura, y m enos en
la ciudad que, en ciertas versiones, la encarnaba. C errando con
pasión su libro, Coni sostenía que “los valores m orales que fo r­
man las genuinas tradiciones argentinas” se encontraban “lejos de
la gran cosm ópolis” , fuera de las “canciones tabernarias” de la
poesía gauchesca. E staban “allí donde hubo hogar, donde existió
la fam ilia, donde la m ujer, el elem ento principal en la transm isión
de la tradición, la ha conservado [...] hasta nuestros días” . T ratán­
dose del pasado, decía el historiador, “vale [...] el espesor de la
pátina depositada po r los siglos y la sangre form ada en el decurso
de varias generaciones que hayan dado pruebas palpables de su
argentinidad” .
Coni com partía tam bién otras opiniones extendidas, que insis­
tían en atribuir a la escuela una extraordinaria capacidad para in­
fluir en las actitudes de quienes a ella concurrían. El historiador se
alarm aba ante la decisión m inisterial de recom endar la lectura del
M a r tín Fierro, porque “los niños pueden aprender a odiar a la poli­
cía y a favorecer al delincuente, ya que este últim o se presenta siem­
pre en el poem a con aspecto sim pático y en cam bio la autoridad es
odiosa y antipática” . Incapaz de suponer que la lectura de aquellos
niños fuera o tra que la propia, Coni desem polvaba antiguos tem o­
res que habían rondado la aparición de la obra, y revelaba que los
distintos program as de orden social no estaban, a fines de los trein­
ta, obligados a utilizar los m ism os recursos. B asta recordar aquella
interpretación que, por estos m ism os años, destacaba los “extre­
m os inconcebibles” que Fierro alcanzaba en su servicio a la nación.

EL PASADO Y EL FUTURO

Del estudio erudito del pasado, de representaciones sujetas a


norm as m enos estrictas, de su difusión entre alum nos y públicos
vastos, se esperaban m uchas cosas entre 1930 y los tem pranos años
cuarenta. Q uienes se form ulaban preguntas de orden político b u s­
caban en la historia tradiciones auténticam ente nacionales que sos­
tuvieran las resp u estas ensayadas; los intelectuales que reflexio­
naban sobre la identidad argentina volvían la m irada al pasado,
rastreando allí las tra z as que hacían de ésta una form ación cultural
y aun racial específica; afanosam ente, el E stad o buscaba consoli­
dar la nacionalidad, que creía en riesgo po r una inm igración que
hacía ya una década tendía a descender. A lrededor de este últim o
tem a, debe señalarse que los desafíos m ás visibles a los sím bolos
nacionales se habían atenuado, lo que to rn a m ás excesivo aquel
esfuerzo. L as celebraciones de las colectividades se habían c o n ­
v ertido en rituales adm itidos y la resistencia anarquista y com u­
nista a los em blem as patrios, que hasta los años veinte era pública,
se había transform ado en un fenóm eno m enor, fuera po r el declive
anarquista o p o r la integración com unista de la segunda m itad de
la década.
El efecto de legitim ación de la apelación al pasado constituía en
la sociedad argentina un presupuesto general. N o había, en este
sentido, disidencias entre los discursos de la historiografía erudita
y de los intelectuales co nsagrados y, po r ejem plo, el que M artín
Gil, de escasa fam a postum a, planteaba en su libro M ile n io s, p l a ­
n e ta s y p e tró le o , hacia 1936: “N u estras puertas están cerradas a
los buscadores [de petróleo]. D eben de haberse olvidado de leer la
C onstitución, la R epresentación de los H acendados de M oreno,
las palabras de C arlos Pellegrini, de Sarm iento, de M itre...” Tex­
to s fundadores y p roceres eran convocados para sostener la crítica
a una específica política económ ica.
Tan intenso com o el recurso al pasado en busca de explicacio­
nes fue el debate sobre él, que se organizaba en to rn o a m uchos
asuntos: San M artín, A lberdi, el him no o el color de la bandera,
R osas, los ferrocarriles británicos.
C u ando el peronism o irrum pió en ese escenario, en los últim os
tiem pos de la guerra, p ro v o có un nuevo realineam iento de los
grupos culturales, incluyendo a los historiadores, y políticos. Com o
ocurrió con el resto de la sociedad, el m undo intelectual se divi­
dió a lred ed o r del apoyo o la oposición al nuevo m ovim iento, que
no reclam ó a quienes se in co rp o rab an ninguna credencial id eo ló ­
gica: nacionalistas, socialistas, co n serv ad o res, radicales, co m u ­
nistas, hom bres de la h istoria académ ica, revisionistas, se aproxi-
m arón a él Tam poco en el o tro bando la uniform idad era m ucha.
La realidad to rn ó útiles, para el nuevo com bate político de los
años cercanos a 1945, los esquem as que había m adurado en la
década de 1930, que im aginaban una tradición nacional “au tén ti­
ca” enfrentada a o tra que no lo era, o que creían descubrir la lucha,
librada desde los orígenes de la nación, entre dos principios ante
los cuáles sólo podía o p tarse utilizando un criterio ético-político:
liberalism o co n tra au toritarism o; dem ocracia co n tra dictadura;
política popular contra intereses oligárquicos; actitud nacional fren­
te a actitud colonial. L os nuevos bloques políticos y sociales exis­
tentes, variados y com plejos com o los anteriores, se creaban así
un linaje im aginario, y atribuían o tro al adversario. C on m ucha
frecuencia, am bos rechazaban esas atribuciones; M iguel Tanco,
dirigente radical yrigoyenista incorporado al peronism o, lo hacía
en 1946, cuando declaraba que, siendo “ liberal e individualista” ,
no podía com partir la “ sórdida desconfianza” que ante el capital
extranjero desplegaban “ los xenófobos, que sueñan con el retorno
a la V uelta de O bligado y con las chuzas de tac u a ra ” .
P ero al m ism o tiem po, desde la coyuntura peronista era posible
o rdenar los años treinta. Lo ocurrido en esa década se explicó des­
de entonces, y p o r m ucho tiem po, utilizando aquellos esquem as, y
así los itinerarios políticos seguidos durante la restauración co n ­
servadora se transform aron en anticipos retrospectivos de las p o ­
siciones asum idas frente al peronism o. U na configuración de la
historia nacional organizada en los treinta ganaba su m ejor b a ta ­
lla, al som eter su propio m om ento de producción a la m irada que
ella m ism a había inventado. Al final del período, entonces, esa
im agen parecía explicar no sólo el desarrollo ya m ás que secular
de la nación, sino que echaba luz sobre la historia inm ediata, y
hasta perm itía au g u rar qué principios lucharían en el fu tu ro abier­
to po r el peronism o.
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NUEV A HISTORIA ARGENTINA

TOMO 1 : L o s p u e b lo s o rig in a rio s y la conquista


Período: Prehispánico (hasta 1516)
Dirección de tomo: Myriam Tarrago

TOMO 2 : La sociedad colonial


Período: Colonial (1516-1806)
Dirección de tomo: Enrique Tandeter

TOMO 3 : Revolución, República, Confederación


Período: De la Independencia a Caseros (1806-1852)
Dirección de tomo: Noemí Goldman

TOMO i: Liberalismo, Estado y orden burgués


Período: De la Organización Nacional (1852-1880)
Dirección de tomo: Marta Bonaudo

TOMO 5: E l progreso, la m od ern iza ció n y su s lím ites


Período: De la hegemonía consenadora (1880-1916)
Dirección de tomo: Mirta Zaida Lobato

TOMO 6 : Democracia, conflicto social y renovación de ideas


Período: De entreguerras I: Los gobiernos radicales (1916-1930)
Dirección de tomo: Ricardo Falcón

TOMO 7 : Crisis económica, avance del Estado e incertidumbre política


Período: De entreguerras II: La década de 1930 (1930-1943)
Dirección de tomo: Alejandro Cattaruzza

TOMO 8 : El peronismo
Período: Del peronismo (1943-1955)
Dirección de tomo: Juan Carlos Torre

TOMO 9: Violencia, proscripción y autoritarismo


Período: De la Revolución Libertadora al derrocamiento de Illia (1955-1976)
Dirección de tomo: Daniel James

TOMO 1 0 : Dictadura y democracia


Período: Del Proceso de Reorganización Nacional al gobierno de Menem
(1976-1999)
Dirección de tomo: Juan Suriano

TOMOS ESPEC IA LES

Arte, sociedad y p olítica. Dirección de tomo: José Em ilio Burucúa


A tla s H istórico A rgentino. Dirección de tomo: Mirta Zaida Lobato - Juan
Suriano
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de enero del año 2 0 0 1 en
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Santa Perpetua de M ogoda (Barcelona)

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