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Universidad Nacional del Nordeste

Facultad de Humanidades.

La fundamentación de la ética en Kant: Los mandatos normativos

de la razón. Trossero Neri S.


i

Resumen: En el presente trabajo se tematizan las principales nociones que configuran el

planteo ético de Immanuel Kant. Se realiza un recorrido analítico y crítico reconstructivo de las

nociones de: conciencia moral, voluntad buena, inclinaciones o voluntad psicológica, deber, ley

práctica, imperativo categórico, autonomía y heteronomía de la voluntad, y reino de los fines.

Esta línea expositiva, que es la que el nacido en Köningsber sigue en su Fundamentación de la

metafísica de las costumbres, permitirá mostrar porqué, según Kant, sólo las acciones que se

realizan por deber pueden ser mandadas. A partir de allí se recupera un concepto clave de su

propuesta ética, pero que se articula con los desarrollos propios de su teoría política y jurídica:

los mandatos normativos de la razón.

Palabras clave: Kant, Ética, derecho.

Abstract: In the present work the main notions that form the ethical approach of

Immanuel Kant are themed. An analytical and critical reconstructive journey of the notions of:

moral conscience, good will, inclinations or psychological will, duty, practical law, categorical

imperative, autonomy and heteronomy of the will, and kingdom of ends. This expository line,

which is the one born in Köningsber follows in its Fundamental Metaphysics of Morals, will

1
allow to show why, according to Kant, only the actions performed by duty can be ordered. From

there a key concept of his ethical proposal is recovered, but which is articulated with the

developments of his political and legal theory: the normative mandates of reason.

Keywords: Kant, Ethics, right.

Si bien Kant es reconocido como un pensador jurídico moderno de innegable influencia

actual (Loper Hernández, J. 1992) y el aniversario de los 200 años de la primera publicación de

sus obras Hacia la paz perpetua (1795-1995) y Metafísica de las Costumbres (1797-1997) dio

lugar a una serie de trabajos que vinieron a echar luz sobre su pensamiento ético, jurídico y

político, los malentendidos y prejuicios interpretativos de su obra subsisten. Son escasos los

estudios en los que la crítica filosófica contemporánea se ha ocupado de las articulaciones

conceptuales de las que se vale Kant para dar unidad a su plateo ético y jurídico y conformar así

su sistema de la metafísica de las costumbres (Vigo, A. 2011).

En el presente trabajo se tematizan las principales nociones que configuran el planteo

ético de Immanuel Kant a fin de mostrar porqué sólo las acciones que se realizan por deber

pueden ser mandadas. Este desarrollo permite recuperar un elemento conceptual clave de su

ética: los mandatos normativos de la razón. Esta servirá como como una articulación conceptual

clave con su Rechtslehre en su Metafísica de las Costumbres.

II
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En su Crítica de la Razón Pura Kant confluyó afirmando la imposibilidad de la

metafísica como ciencia, luego de entender que esta forma de conocimiento rebasaba los límites

de la experiencia sensible (Kant, I. 2010). Pero en modo alguno para el nacido en Königsberg

esta tarea fue imposible. Kant fundó y desarrolló la posibilidad de la Moral en general al someter

a crítica a la razón práctica (Hernández, J.L. 1992; Vigo, A. G. 2011.). Según Kant, la metafísica

es una disposición natural y necesaria, y el hombre puede acceder al absoluto utilizando su

conciencia moral. A partir de esta conciencia, que para Kant es un hecho innegable o factum, el

hombre podrá conocer los entes metafísicos (Dios, inmortalidad del alma y mundo en su

totalidad) frente a los que la razón pura no podía hacer más que meras formulaciones

contradictorias (Pérez Carrillo, A., 1969).

Esta conciencia moral contiene los principios que rigen la vida de los individuos y Kant

la denominará “razón práctica”ii. Es práctica, no ya porque le permita al hombre conocer

científicamente, como lo era la razón pura, sino porque es una razón que determina la acción del

hombre, lo mueve a actuar al influir sobre su voluntad.

Además, esta razón práctica (es decir, la conciencia moral y sus principios) es la que

formula el enjuiciamiento moral y determina el valor los actos calificándolos en buenos, malos,

meritorios, etc.-. Es importante tener presente que, según Kant, este enjuiciamiento es una

facultad propia y exclusiva del hombre, porque en el mundo fenoménico las cosas no pueden ser

consideradas ni buenas ni malas, sino que simplemente “son”, y, además, el bien y el mal sólo

pueden predicarse de las acciones del hombre porque sus acciones son voluntarias.

III

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Ahora bien, ¿cómo formulará la razón práctica su enjuiciamiento moral?. Para responder

a esta pregunta Kant deberá dar con el fundamento a priori de todo enjuiciamiento, con aquello

que pueda ser bueno en sí, esto es, bueno sin restricción. Este sostén elemental de la razón

práctica lo encontrará en la “buena voluntad”, porque para Kant (2007) “ni en el mundo, ni, en

general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno

sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad” (p.7). Todo lo demás, sean talentos del

espíritu -como el ingenio-, cualidades del temperamento -el valor o la perseverancia-, o dones de

la fortuna y la felicidad, podrán ser buenos pero sólo de modo relativo, es decir, dependerá de

cómo se los empleen y “sin los principios de una buena voluntad pueden llegar a ser harto

malas”iii. Sin embargo, para Kant la buena voluntad es absolutamente buena ya que en toda

circunstancia posee un valor interno absoluto. Es buena en sí, no por lo que realice ni porque

permita alcanzar algún fin, sino sólo por su querer.

Pues bien, ¿por qué la voluntad adquiere valor moral?, mejor aún, ¿por qué una acción

adquiere un valor moral absoluto para poder ser así llamada “buena voluntad”?

Para responder ésta pregunta es necesario tener presente el dualismo kantiano, tan

característico de la filosofía desde Platón y muy presente por influencia del racionalismo

imperante en su época. Para Kant el hombre no es solamente un ser racional, sino que en él

conviven el mundo inteligible y sensible, y por ello es que sus acciones están determinadas,

además de por la razón, por las, así llamadas, inclinaciones o voluntad psicológica. Entre la

racionalidad y las inclinaciones sensibles surge una tensión y la buena voluntad brota cuando la

primera se impone por sobre la segundas. La razón, en tanto facultad práctica, debe influir sobre

la voluntad psicológica o patológica para producir una buena voluntad, para que ésta última

pueda constituirse en el bien supremo y condición de cualquier otro bien.


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La razón práctica le presenta una exigencia al hombre (deber) que se opondrá a sus

naturales inclinaciones; y de allí que las acciones para Kant deban ser hechas no por inclinación

sino por deber, porque es éste último el que contiene a la buena voluntad. Por ello es que el

prusiano distingue cuatro tipos de actos: (a) aquellos realizados contrarios al deber; aquellos

ejecutados de acuerdo al deber (b) por inclinación mediata o (c) por inclinación inmediata; y (d)

aquellos cumplidos por deber. Estos últimos son los que a Kant le interesan porque, al no

intervenir inclinación alguna, pueden ser considerados moralmente buenos.

Las acciones realizadas por deber, que son las únicas que pueden ser buenas sin

restricción, dignas de mayor estima y con un verdadero valor moral; una voluntad puramente

racional, esto es, no sujeta a las inclinaciones sensibles, sería voluntad santa y al ser santa ya no

requeriría del deber.

Pero es importante reparar en una cuestión fundamental que ha pasado casi inadvertida a

la crítica que ha dedicado sus esfuerzos al estudio de los deberes que utiliza Kant en su teoría

ética y jurídica, lo que, incluso, decanta en esquemas de pensamiento -como el “modelo

motivacional” (Vigo, A. 2011)- que resultan difícilmente articularles con el sistema kantiano.

Si bien el sistema ético kantiano se constituye deontológicamente a partir de aquellas las

acciones realizadas por deber, lo importante de estas acciones es que, al fundarse en un deber:

(a) son las únicas que pueden ser buenas sin restricción y, además, (b) son las únicas que pueden

ser mandadas u ordenadas. Dice Kant (2011):

“Así hay que entender, sin duda alguna, los pasajes de la Escritura en donde se ordena

que amemos al prójimo, incluso al enemigo. En efecto, el amor, como inclinación, no puede ser

mandado; pero hacer el bien por deber, aun cuando ninguna inclinación empuje a ello y hasta se

oponga a una aversión natural e invencible, es amor práctico y no patológico, amor que tiene su

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asiento en la voluntad y no en una tendencia de la sensación, que se funda en principios de la

acción y no en tierna compasión, y éste es el único que puede ser ordenado...” (p.13).

Así, la teoría ética kantiana queda conformada por una doble referencia: por el

cumplimiento del deber que la razón práctica impone a las inclinaciones para dar lugar a la buena

voluntad (acciones realizadas por deber), y por la noción de mandatos normativos de la razón.

Esta última cuestión ya nos introduce estrictamente en el campo del estudio de las acciones y los

imperativos.

IV

Según Kant en las acciones podemos distinguir un fin o propósito, un resultado o efecto

pero también un principio del querer o máxima (que es a priori y formal); y sólo de éste último

podemos extraer un valor absoluto y moral. Una acción hecha por deber tiene su valor moral, no

en el propósito que por medio de ella se quiere alcanzar, sino en la máxima por la cual ha sido

resuelta. Para Kant el valor de la acción no depende de la realidad del objeto de la acción, sino de

la máxima según la cual ha sucedido. La voluntad tiene que ser determinada por el principio

formal que rige el querer en general y por ello es que: “el deber es la necesidad de una acción

por respeto a la ley” (Kant, I. 2011. p.30). Respeto significa la conciencia de la subordinación de

la voluntad –patológica- a una ley. Una acción que se realiza por deber excluye todo influjo de la

inclinación para que no quede otra cosa que pueda determinar la voluntad si no es,

objetivamente, la ley y, subjetivamente, el respeto puro a esa ley práctica. De esta forma la

voluntad queda determinada por la máxima de obedecer siempre a esa ley, aun con perjuicio de

todas las inclinaciones, y, al ser el fundamento determinante de la voluntad, realiza o concreta el

bien moral.
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Ahora bien, ¿cuál es entonces esa ley que puede determinar la voluntad para que pueda

ser llamada buena en absoluto?. Como Kant ha quitado todos los afanes de la voluntad, el

principio que la rige no puede ser otro que el de la universal legalidad de las acciones en

general y que enuncia en su conocido imperativo categórico: “yo no debo obrar nunca más que

de modo que pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal” (Kant, I. 2011.

pp.15-16). Para Kant el deber se presenta a la razón práctica en forma de imperativo categórico,

esto es, no sujeto a condición alguna porque manda a hacer sin más. El respeto al deber es la

consideración a la forma del deber sin importar su contenido. El deber es visto desde su forma

pura ya que es la mera legalidad en general la que sirve de principio a la voluntad. Como dice

Kant (2011): “la necesidad de mis acciones por puro respeto a la ley práctica es lo que constituye

el deber, ante el cual tiene que inclinarse cualquier otro fundamento determinante, porque es la

condición de una voluntad buena en sí, cuyo valor está por encima de todo” (p.17).

La ética kantiana surge a partir del método trascendental. El carácter reflexivo hace que la

razón se revierta sobre sí –intentio oblicua- para buscar las condiciones de posibilidad del

conocimiento, aquel fundamento a priori que legitime la universalidad que reclama la

Metafísica de las Costumbres (Kant, I. 1993)iv. Kant intenta dar cuentas del tránsito de una

filosofía moral popular a una metafísica de las costumbres (Kant, I. 2011.), y para ello necesita

fundar a priori todo el repertorio conceptual que constituye el fenómeno universal y necesario de

la moralidad, desechando toda experiencia subjetiva contingente y particular. Este recorrido lo

llevó a exponer la facultad práctica de la razón, desde sus reglas universales de determinación

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hasta allí donde surgió el concepto de deber, y le permitió el acercamiento a una noción de

capital importancia: los mandatos normativos de la razón (Kant, I. 2011, p.27).

Recapitulemos. Sólo los seres racionales poseen la facultad de obrar por representación

de las leyes y a partir de principios, y para ello necesitan determinar la voluntad patológica

mediante la razón práctica. El hombre para dar lugar a lo bueno sin restricción, debe coaccionar

la voluntad patológica a cumplir una ley objetivamente necesaria de la razón de forma

independiente de toda inclinación. Como se dijo, para Kant solamente es bueno lo que determina

la voluntad por medio de representaciones objetivas, esto es, por fundamentos que son válidos

para todo ser racional como tal. ¿Por qué?. Porque la consecuencia de esta representación del

principio objetivo o ley son los mandatos normativos de la razón. Para cumplir su cometido de

constreñir la voluntad, la razón ordena a partir de mandatos que se expresan en imperativos

categóricos. Estos imperativos se formulan por medio de un “deber ser” y establecen la relación

de una ley objetiva de la razón con una buena voluntad, que ya no será determinada por las

inclinaciones patológicas propias de la constitución subjetiva.

Recordemos que los imperativos pueden ser hipotéticos o categóricos, según manden

sujetos a una condición o representen una acción por sí misma sin referencia a ningún otro fin y

como objetivamente necesariav. El imperativo categórico no está sujeto a condición, sino que

manda realizar la conducta inmediatamente y, además, posee un valor apodíctico-práctico ya que

declara, sin referencia a fin alguno, que la acción es objetivamente necesaria en sí. Así, la acción

será buena cuando se adecue al principio del querer –al deber- independiente del éxito que se

obtenga en su efecto o de la materia sobre la que verse. Kant será concluyente en este sentido,

sólo la acción realizada conforme a los mandatos categóricos de la razón poseen valor moral, no
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sólo porque cumple el deber –porque la acción podría haber realizado conforme al deber y no

tener valor moral alguno-, sino porque es realizada por el mandato normativo.

Los imperativos son fórmulas que expresan la relación entre la ley objetiva del querer en

general y la imperfección subjetiva de la voluntad humana. Sólo en el mandato categórico se

expresa en la ley práctica porque es el imperativo de la moralidad que constriñe la voluntad de

una forma incondicionada, objetiva, necesaria y universalmente válida, y hay que obedecerlo aún

en contra de la inclinación. Según Kant, solo el hombre es destinatario de la norma porque la

voluntad divina coincide necesariamente con la ley. El imperativo categórico es el único que no

deja lugar para el arbitrio a la voluntad y lleva, por ello, la necesidad propia de la ley, a

diferencia de los demás principios que rigen la voluntad que pueden ser contingentes. Como dice

Kant (2011):

…el imperativo categórico es el único que se expresa en ley práctica, y los demás

imperativos [los hipotéticos] pueden llamarse principios, pero no leyes de la

voluntad; porque lo que es necesario hacer sólo como medio para conseguir un

propósito cualquiera, puede considerarse en sí como contingente, y en todo momento

podemos quedar libres del precepto con renunciar al propósito, mientras que el

mandato incondicionado no deja a la voluntad ningún arbitrio (...) y, por tanto, lleva

(...) aquella necesidad que exigimos siempre en la ley...” (p.34).-

El imperativo categórico contiene sólo la necesidad de la máxima de conformarse con la

ley universalvi, mas la ley no contiene ninguna condición que la limite, sino que sólo contiene la

universalidad de una ley en general a la que ha de conformarse la máxima de acción. Por ello es

que el hombre se encuentra atado a su propia legislación universal, regido por el principio de

autonomía. Al decir de Kant (2011):

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Velase al hombre atado por su deber a leyes: mas nadie cayó en pensar que estaba

sujeto a su propia legislación, si bien ésta es universal, y que estaba obligado

solamente a obrar de conformidad con su propia voluntad legisladora, si bien ésta,

según el fin natural, legisla universalmente. [...] Llamaré a este principio el de la

autonomía, de la voluntad, en oposición a cualquier otro que, por lo mismo, calificaré

de heteronomía.” (p.46).

El fundamento supremo del deber reside en la propia voluntad del sujeto. El sujeto no se

encuentra coaccionado por otra fuerza que no sea su propia voluntad y de allí que sea

considerado autónomo. Todo ser racional es universalmente legislador al poder juzgarse a sí

mismo y a todas sus acciones desde el punto de vista de las máximas de su voluntad. Pero Kant

ve la necesidad de enlazar en un solo ámbito las distintas leyes que formulan los seres racionales,

surge así lo que Kant denomina reino de los fines.

En este reino de los fines se enlazan sistemáticamente las distintas leyes que determinan

fines con validez universal al prescindirse de las diferencias personales de los seres racionales y

todo contenido de sus fines privados. El hombre pertenece al reine de los fines como jefe, en la

medida en que participa como legislador universal sin estar sometido a la voluntad de otro, y

como miembro, en la medida que se encuentra sujeto a esas leyes. En el reino de los fines el

hombre adquiere dignidad. Si bien los objetos de las inclinaciones tienen sólo un valor

condicionado -ya que si no hubiera inclinaciones y necesidades fundadas sobre las inclinaciones,

su objeto carecería de valor-, para Kant el hombre existe como un fin en sí mismo, no como

medio para usos cualesquiera de una voluntad y en ello reside su dignidad. Por ello señala que

“en el reino de los fines todo tiene o un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede
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ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por

tanto, no admite nada equivalente, eso tiene una dignidad” (Kant, I. 2011. pp.47-48).

En esta dignidad reside la diferencia esencial entre las cosas y las personas, últimas éstas

que, a diferencia de las primeras, no pueden ser instrumentalizados ya que su naturaleza las

distingue como fines en sí mismos. Las personas constituyen un fin objetivo, su existencia en sí

es un fin tal que en su lugar no puede ponerse ningún otro para el cual debieran ellas servir de

medios “porque sin esto no hubiera posibilidad de hallar en parte alguna nada con valor

absoluto” (Kant, I. 2011. p.42).-

VI

En esta brevemente tematización de la ética kantiana vimos que para conformar su

planteamiento Kant partió de la noción de conciencia moral. El hombre posee una razón teórica

que le permite conocer y una razón práctica que le permite acceder a los entes metafísicos. Esta

última contiene los principios que rigen la vida de los individuos y es la que formula el

enjuiciamiento moral. Pero la tarea de Kant tuvo siempre en miras dar con el fundamento a

priori del enjuiciamiento, para ello debió establecer qué es aquello que es bueno en sí y su

derrotero lo llevó a afirmar que el único fundamento de la razón práctica es la buena voluntad.

La razón en tanto facultad práctica debe influir sobre la voluntad (psicológica, patológica) para

producir una voluntad buena, para que surja así como bien supremo y condición de cualquier

otro bien. En este dominio que ejerce la razón práctica sobre las inclinaciones de la voluntad

psicológica surge el deber; de allí que las acciones deban ser hechas no por inclinación sino por

deber, porque es éste deber el contenido de una buena voluntad.

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El “deber” es un concepto central en la ética kantiana, porque es la clave de su particular

tematización (Maliandi, R. 1994). Si bien al hacer depender la buena voluntad del cumplimiento

del deber, Kant produjo una revolución copernicana similar a la realizada en el ámbito del

conocimiento, lo fundamental de su planteamiento, ya que nos permite entender por qué las

acciones realizadas conforme al deber no poseen relevancia ética, es que estas acciones

realizadas por deber poseen verdadero valor moral porque son las únicas que puede ser

mandadas u ordenadas. Aquí la importancia que tienen los mandatos normativos de la razón. A

partir de esta noción de mandato Kant puede mostrar que las inclinaciones patológicas (los

sentimientos de felicidad, amor, odio, entre otros) no pueden formar parte de la ética,

sencillamente porque no pueden ser objetos de mandatos normativos dado que las inclinaciones

no pueden ser ordenadas (no se puede ordenar querer o no querer a algo o a alguien). Por ello

también es que, según Kant, ni el propósito –o causa- ni el resultado –efecto esperable- de una

acción pueden ser considerados un fundamento ético, el que sólo puede residir en el principio

del querer, esto es, en el deber cuyo cumplimiento puede ser objeto de una mandato normativo.

El deber sí puede ser impuesto a la voluntad para contener su natural inclinación patológica y dar

lugar a la virtud moral.

VII

Como vimos, Kant dedica atención preferente a los desarrollos de la moral en sentido

estricto, esto es, a la moral personal. Pero este fundamento será nuevamente recuperado en su

doctrina del Derechovii. Si bien la conexión entre la ética kantiana y su teoría jurídica es un

asunto de difícil elucidación que sólo puede ser adecuadamente comprendida por referencia al

marco sistemático que conforman la “metafísica de las costumbres” en que se inscriben tanto la

“ética” (Ethik) como el “derecho” (Recht) (Vigo, A. 2011), la noción de mandato será clave para
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establecer éstos vínculos. Esta noción de mandato normativo será un concepto que el nacido en

Köningnsberg tendrá siempre presente al desarrollar elementales nociones jurídicas como las de:

libertad, orden, deberes jurídicos e imperativo categórico (jurídico), sobre las que Kant asienta su

Rechtslehre en la Metafísica de las Costumbres (Kant, I. 1993).

Además, esta noción también será de capital importancia en su planteamiento político en

que Kant articula exigencias de libertad y obediencia (Beade, I., 2014; Espinosa Ares, J. M.,

2011). El orden, conformado por un conjunto de mandatos objetivos, será la finalidad última del

estado y la condición de la libertad. Kant criticó la forma amoral de la acción política

característica del estado moderno en su escrito La paz perpetua (2011), al entender que la

verdadera política no podía dar ningún paso sin someterse antes a la moral (Pieper, A. M. 1991.

p.51; Villafuerte Valdés, L.F. 2006, p.85).-

Con lo cual, la idea de mandato normativo adquiere resonancias éticas, jurídicas y

políticas innegables.

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13
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i
NOTAS
Para el formato y el citado se utilizaron las normas APA 2016.-
ii
Recordemos además la diferencia que Kant formula entre intelecto –Verstand- y razón –Vernunft- El
primero es la facultad regida por las formas puras del espacio, tiempo y las categorías y la razón es la
facultad de poder “pensar” lo incondicionado: la metafísica, disposición tan natural como necesaria del
hombre.
iii
Kant, I. Ob. Cit. P.8
iv
Según Kant lo trascendental es “todo conocimiento que se ocupa, no tanto de los objetos, cuanto de
nuestro modo de conocerlos, en cuanto que tal modo ha de ser posible a priori”. Lo trascendental no
son las condiciones a priori del conocimiento, sino el conocimiento de tales condiciones a priori.
Maliandi, R. (1994). p.85.-
v
“Ahora bien, si la acción es buena sólo como medio para alguna otra cosa, entonces es el imperativo
hipotético; pero si la acción es representada como buena en sí, esto es, como necesaria en una voluntad
conforme en sí con la razón, como un principio de tal voluntad, entonces es el imperativo categórico”.
Kant, I. 2011. P.29
vi
“La máxima es el principio subjetivo de obrar, y debe distinguirse del principio objetivo; esto es, la
ley práctica. Aquél contiene la regla práctica que determina la razón, de conformidad con las
condiciones del sujeto (muchas veces la ignorancia o también las inclinaciones del mismo); es, pues, el
principio según el cual obra el sujeto. La ley, empero, es el principio objetivo, válido para todo ser
racional; es el principio según el cual debe obrar, esto es, un imperativo.” Kant, I. 2011. Nota al pie
nº7, P.35.-
vii
Para ver los conceptos fundamentales de la teoría jurídica kantiana véase Contreras García, J.J.
(2011); Vigo, A. (2012); Migliardi, M. D. (2011); Brandt, R. (1993); Basta, D. (2004).-

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