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Los ‘Barones Ladrones’ [Entrevista]

Ayn Rand

Ayn Rand: Si un hombre de Marte – o sea, una inteligencia objetiva y sin


corromper – viese el espectáculo de la historia económica del siglo XIX, llegaría a
la conclusión que los llamados “Barones Ladrones” ["Robber Barons"] fueron los
más humanitarios y los mayores bienhechores de la humanidad que jamás hayan
existido, porque ellos le trajeron el mayor bien y un nivel de vida imposible –
imposible de acuerdo con todos los precedentes históricos – al país en el que
operaban.

Fueron hombres que asumían riesgos por nuevas ideas, que por su propia cuenta
y su propia iniciativa crearon nueva riqueza. No usaron la fuerza. Nadie fue
obligado o forzado a tratar con ellos, a trabajar para ellos o a comprar sus
productos. ¿Cuál fue, entonces, su delito? El delito de poseer un genio productivo.
Fueron hombres que crearon productos materiales, ofrecieron trabajos, y
ofrecieron productos a la venta. Pero en vez de eso, les llamaron “Barones
Ladrones”. “Ladrones”, ¿en qué sentido? En que le habían quitado a otros –
supuestamente – lo que esos otros no habían producido. Les llamaron “ladrones”
porque tuvieron la capacidad y el genio de producir su propia riqueza.

El equívoco entre producción y robo es necesario para poder venderle al hombre


el “estatismo”. Si uno no hace ninguna diferencia entre poder político y poder
económico – entre fuerza y producción – entonces, obviamente, uno aceptaría el
“estatismo” y condenaría a los hombres productivos. Sin embargo – y aquí es
donde debemos empezar, tenemos que mantener nuestros términos claros –
recuerda que antes de que alguien pueda robar, tiene que existir algo que pueda
ser robado; antes de que alguien pueda apropiarse de algo o saquear, tiene que
existir la propiedad, tiene que existir riqueza material – y los llamados “Barones
Ladrones” crearon la riqueza que les acusan de haber robado.

Esta es la peor injusticia intelectual en todo el tratamiento que se le ha dado al


capitalismo.

Entrevistador: Muchos historiadores y comentaristas sociales han apuntado al


desarrollo de la industria ferroviaria en los Estados Unidos en el siglo XIX como un
ejemplo de cómo un capitalismo sin control lleva al crecimiento de poder arbitrario
y muchas otras maldades que normalmente citan. ¿Hay algo de verdad en estas
alegaciones?

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Ayn Rand: No hay ninguna verdad en eso, pero sí hay una equivocación
importante que aparece en exactamente este caso. Tenemos que distinguir entre
los industrialistas capitalistas que operan en el mercado libre y el tipo de
capitalistas que operan con la ayuda del gobierno. Como los Estados Unidos ha
sido una economía mixta desde el inicio – no un país libre y verdaderamente
capitalista, sino simplemente el más libre hasta ese momento en la historia –
existieron controles gubernamentales e intervenciones del gobierno en la
economía desde el inicio, aunque esos controles fueran marginales y mínimos, y
no fueron capaces de impactar, al principio, el magnífico progreso de este país.

Hay dos formas de hacerse rico, y sólo dos. Una es producir tu riqueza y
comerciar con otras personas intercambiando voluntariamente y en beneficio
mutuo; la otra es adquirir riqueza por la fuerza. Para adquirirla por la fuerza, uno
tiene que ser o un verdadero delincuente, o un delincuente legalizado: un individuo
que usa el poder del gobierno para conseguir privilegios especiales que otros
hombres – sus competidores – no poseen, y así adquirir riqueza por medio de
fuerza legalizada, la fuerza de la ley. Pues ambos tipos de capitalistas existieron
en este país desde el principio, y – y este es el punto crucial – todos los males que
se le achacan normalmente a los capitalistas y al capitalismo del siglo XIX fueron
de hecho cometidos por la interferencia del gobierno en la economía, cometidos
por los capitalistas que no operaban basados en una economía libre, que no
funcionaban por la competencia del libre mercado, y no ascendieron por mérito (o
no exclusivamente por su mérito) sino predominantemente y principalmente por
ayuda del gobierno, por intromisión del gobierno en la economía.

El mejor ejemplo de esta situación tuvo lugar en la historia de los ferrocarriles. Por
ejemplo, el ferrocarril que despertó el mayor resentimiento popular (con una cierta
justicia) fue el Central Pacific de California, ahora llamado el Southern Pacific. Este
fue uno de los dos ferrocarriles construido con subsidios gubernamentales. Este
fue el primer ferrocarril transcontinental. Como la mayoría de vosotros sabéis, por
supuesto, el gobierno en el siglo XIX les dio subsidios al Union Pacific y al Central
Pacific (dos empresas privadas) para que pudieran construir un ferrocarril de un
extremo a otro del continente. En ambos casos, la principal motivación de los
hombres involucrados en la construcción de este ferrocarril (no la única, pero la
principal motivación), fue conseguir los subsidios, no construir un ferrocarril. Y es
más, aún no existía ninguna necesidad económica de un ferrocarril
transcontinental, no había suficiente cargo que transportar para justificar una
inversión privada; pero el gobierno, influenciado por propaganda similar a la de
hoy, y con excusas como el “prestigio” del país, decidió construir un ferrocarril, y lo
hizo dándoles subsidios a grupos privados.

Este es un ejemplo típico del capitalista de una economía mixta, que es el hombre
que se enriquece, no por mérito y juicio económico, sino por enchufe del gobierno
y privilegios especiales. Los que construyeron este ferrocarril transcontinental
tenían una ventaja especial que ninguno de sus competidores privados podía
igualar: tenían subsidios del gobierno. Como consecuencia, el Central Pacific tuvo

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un monopolio en el estado de California durante unos 30 años. Y no sólo tuvieron
la ventaja inicial sino que, controlando y sobornando a los legisladores de
California, consiguieron que se instituyeran leyes prohibiéndole a cualquier
competidor entrar en California. Para ser exactos, la ley le prohibía a todos los
ferrocarriles de la competencia el que entrasen en los puertos de California, y
como la mayoría de la carga de transporte entraba por los puertos, eso significó
que ningún ferrocarril podría sobrevivir económicamente en el estado de California
sin tener acceso a los puertos. Hubo varias tentativas, por parte de empresas
privadas de la competencia, para quebrar ese monopolio del Central Pacific en
California, y por supuesto no lo consiguieron.

El Central Pacific realizó acciones económicas verdaderamente inmorales e


incorrectas, a saber: cambiaron sus tarifas de transporte arbitrariamente cada año,
cobrando tanto como los granjeros habían producido, dejándoles prácticamente
sin beneficios y casi sin semillas para la siguiente cosecha. Al no tener
competencia, el Central Pacific cobró arbitrariamente tarifas devastadoras.

Ahora bien, ¿de quién es la culpa en este caso? La política popular, mantenida por
los tradicionales intelectuales estatistas y colectivistas, obviamente culpó a los
ferrocarriles y a la industria privada. La famosa novela por Fred Norris, El Pulpo,
denunciando a los ferrocarriles, estaba basada en la actividad del Central Pacific,
y fue el origen del enorme odio popular contra los ferrocarriles. Y sin embargo,
observa, ¿quién fue el malo de la historia? No la empresa privada, no el mercado
libre, sino un acto del gobierno: fueron inicialmente los subsidios del gobierno
federal luego reforzados por la legislación de California los que mantuvieron el
monopolio del Central Pacific y le permitieron cometer todos esos abusos al poner
al público bajo su poder.

Es un acto del gobierno, de privilegios especiales, lo que se necesita para


establecer cualquier tipo de monopolio coercitivo, y la historia del Central Pacific
es un ejemplo clásico de ello. Fue el gobierno, la legislatura, el culpable de los
abusos cometidos. En vez de identificar este hecho, fueron la empresa privada y el
mercado libre los culpados.

Si se nos pregunta si es cuestión de legisladores deshonestos, no lo es. El asunto


es que ningún legislador que tenga el poder de controlar puede ser ni honesto ni
deshonesto. La deshonestidad no radica en la persona, sino en la institución.
Cuando un gobierno ostenta un poder económico arbitrario sobre la economía, no
importa cuáles sean los controles y las regulaciones, ellos necesariamente han de
ser injustos, puesto que habrán sido necesariamente impuestos por la fuerza, en
favor de un grupo de personas en perjuicio de los otros. La solución, por lo tanto,
para los abusos del siglo XIX con respecto a empresas ferroviarias subsidiadas o
sustentadas por el gobierno, la lección correcta que deberíamos haber aprendido,
es habernos dado cuenta de que los controles del gobierno pueden crear
solamente daños, injusticias y desequilibrios en la economía, y deberían ser

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revocados. El gobierno no debería haber tenido el poder de interferir en la
economía, no debería haber tenido ningún tipo de poder económico. Pero como lo
tuvo, y durante el tiempo que lo tuvo, esto necesariamente tuvo que ocurrir, con
cada control conduciendo a más controles y cada vez más desastrosos.

Esa no es la conclusión a la que se llegó. Hasta hoy, la gente no ha entendido esa


lección. Y cuando algo va mal en cualquier industria, es siempre el mercado libre,
los capitalistas libres, los que son culpados, y siempre – insisto en esto – sin
excepción, si investigas descubrirás que la raíz de los males o de los abusos fue el
gobierno: los controles del gobierno, no los empresarios libres de un libre
mercado.

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