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Vértigo, un bucle melancólico

melancolía generalmente se presenta bajo una modalidad que


no deja dudas en cuanto al diagnóstico. Agobiados por el su-
;f!imiento y el dolor, inmóviles, con la mirada fija en el piso, silen-
o mmiando sobre el pasado, es así como, aun los alienistas
célebres, 1 describieron a aquellos pacientes en la expresión de
rostro puede leerse el dolor.
La joven mujer de la que hablaremos no mostraba esos signos
)spectaculares. En ella, todo era discreto e insidioso. Su discurso
revelar sin embargo un bucle melancólico que circulaba sin
de la indignación al vértigo y retorno a la indignación. Tras un
de apariencia anodina, se alojaba una espiral infernal.
Desde hacía tiempo, Madeleine tenía vértigo. No sabía hablar
que de eso o repetía sin cesar las palabras hirientes que había
:cuchado durante su infancia: sus padres siempre la habían deni-
y convencido de que su vida no valía nada. Había encontrado
sola manera de soportar la existencia y de obtener un poco de
Ignidad: pasear por los senderos escarpados de la montaña, trepar
cÍnla de los monumentos para descubrir panoramas grandiosos,
:dmirar las catediales más altas y los paisajes más vertiginosos. Hu-
querido hacer parapente y saltar en paracaídas. Le gustaban
deportes de riesgo. La altitud la elevaba; el vértigo la alcanzaba
)mevamente y la humillaba de manera irremediable.
No podía mirar el vacío pero, al mismo tiempo, era incapaz de
.detenerlo. Para todos los que lo sufren, eso es el vértigo. Lo que

l. Destaquemos a Philippe Chaslin, Emil Kraepelin y más tarde I-Icnry Ey.

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el análisis descubrió fue aún más singular: más allá de su propio Ella no contaba. Humillada, mortificada por palabras impresas
paso, inseguro, Madeleine tenía sobre todo miedo de la fragilidad como huellas imborrables, Madeleine siempre había preferido
de los edificios porque le parecían pender de un hilo delgado. No borrarse. De adolescente, se aislaba días enteros cuando se sen-
tenía confianza en la mano del hombre. La naturaleza -montañas, tía herida, encarnando el "no existo para nadie". Esta contabilidad
corrúsas, acantilados-la hacía vacilar menos. acerca de la "nada" continuaba desplegándose: "no soy nada", "no
Por otras razones, se impresionaba con los monumentos anti- a nada", "podría suprimirme, ahorcanne". Borrarse, desa-
guos: ¡era tan poca cosa comparada con tanta grandeza y belleza! no era más que la declinación de la relación dolorosa con
Cuando podía contemplar una vista panorámica, era la inmensi- Otro. En las conversaciones como en los momentos de vértigo,
dad del paisaje y la del universo lo que le provocaba vértigo, y se ''lo inven tenía la sensación de estar flotando. Al no estar segura de
pregtmtaba por qué vivía. La angc1stia y la desesperación la sumer- prefería callarse, luego lo lamentaba, humillada por su pro-
gían. silencio.
El vértigo es un fenómeno del cuerpo y a esta joven mujer Sus ideas suicidas regresaban en círculo sin que el análisis pu-
podía llevarla hasta el desvanecimiento. Así, en lugares elevados disminuir su intensidad.
tenía miedo de perder el conocimiento y de caer al vacío. · Pese a su juventud, el tiempo de arrepentimiento era como el
Desde su infancia, Madeleine se desvanecía por toda suerte de permanente de su melancolía.
razones. Ser testigo del sufrimiento del otro, escuchar el nom- :arcomida por el pasado", no podía disfrutar el momento
bre de ciertas enfermedades, alcanzaba para producir el malestar. ni apostar por el futuro. Sus remordimientos se lo impe-
Sobre todo la vergüenza la hacía desfallecer. Cuando no se sentía recordándole a cada instante que era demasiado tarde. Pen-
en su lugar, se sentía rebajada, "empujada hacia abajo". Tomando que al envejecer solo podría mirar su vida con remordimien-
los significantes a la letra, ella caía, inerte. Desde su adolescencia tenía siempre la sensación de estar al
El desvanecimiento le hacía sentir que el cuerpo y el alma esta- de su vida y trataba su futuro como si fuese el pasado. Breve-
ban separados y que la vida no era más que una ilusión. Un pensa- el vértigo revelaba la posición subjetiva de la joven mujer:
nllento se imponía entonces: no somos "uno" sino "una multitud entera era un vertiginoso abismo.
de átomos ag-lutinados". Luego, precisaba que durante su adoles- ~Madeleine estaba aplastada por el peso de identificaciones ima-
cencia tenía a veces la sensación de que su espíritu se separaba de qne se reflejaban al infirúto en las desgracias de quienes la
su cuerpo. Se preguntaba entonces cómo hacía su mano para es- precedido.
cribir y por qué milagro sus órganos, sus miembros y sus huesos padre decía de sí mismo que había sido un niño rechazado,
podían mantenerse urúdos. Una angustia inefable la oprimía. .preciado por sus padres. Su madre, exiliada de un país lejano,
Su cuerpo, fragmentado en una multitud de átomos, no le per- ~t,emente deprimida, se derúgraba constantemente. Madeleine
tenecía, se partía, se le escapaba, se iba. De ser poca cosa ante el . escuchado decir con frecuencia que quería suicidarse tal
infinito, pasaba a ser menos que nada, "empujada hacia abajo". El se lo había escuchado decir a su propio padre. Pero fue
sigrúficante mordía el cuerpo, que no podía sostenerse. "Soy una su abuela quien la empujó a la desorientación. Made-
incapaz, no valgo nada", decía con frecuencia. Había que tomar había pasado largas jornadas escuchando las quejas de esta
la expresión literalmente. Madeleine era la que no sabía hacerse mujer, de quien era la única confidente y para quien re-
respetar, de la que se burlaban o se olvidaban. ¿No era mejor en- tentaba el único lazo con el resto de la familia, con la que se
tonces desaparecer? ijccenojado. Todas sus vacaciones de verano de rúña, y también
La joven tenía la hipótesis de que sus padres habían anclado adolescente, habían estado dedicadas a romper la soledad
ella el juicio de indignidad. Y finalmente su vida les daba razón. :!mrrimiento profundo de esta abuela.

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Madeleine no había olvidado el oráculo de quien fue la primera curiosa. Nunca había sentido eso con hombres de color, que con-
en "empujar hacia abajo" con la predicción de que nunca tendría taban con su preferencia. Reflexionando sobre las causas oscuras
un marido que la amase. de este fenómeno, emergió un recuerdo perturbador: cuando
Hoy se pregunta si su gusto por la soledad no viene de esas tenía seis años un vecino amigo de sus padres la invitó a su casa.
horas en que dejaba pasar el tiempo en la residencia siniestra de Solo recordaba que, al salir, él le acomodó la bombacha y acom-
sus abuelos. pañó el gesto con un comentario banal: "Tu mamá no va a estar
Su propia casa no había sido más vital. Madeleine salía para lu- contenta si ve que estás mal vestida". Salió con un regalito. Esa
char contra el letargo del ambiente: corría, andaba en bicicleta, noche, durante el sueño, la niña tuvo la impresión de haber co-
hacía natación, segtúa corriendo. Necesitaba acción. Fue así como metido una falta y se ocultó bajo las mantas. No recordaba nada
nació su gusto por las proezas deportivas, por la aventura, por más. La falta estaba allí y lo indigno era precoz. Un hombre la
"una manera extrema de vivir", como ella la llamaba. Molesta y había rebajado al rango de objeto indigno. Reducida a la cosa,
audaz, angustiada y amante del peligro, queriendo rozar la muerte no se recuperaría más. Ninguna palabra, ningún guión, ninguna
para sentirse viva, Madeleine era una joven de contrastes. "Em- simbolización permitirían tratar esta irrupción inasimílable de la
pujada hacia abajo", amaba las alturas. La atraían lo insólito, lo sexualidad. Quedaba un resto vago teñido de malestar que había
extranjero y las desgracias. contanúnado su vida de adulta. Madeleine siempre había tenido
Había tenido relaciones amorosas solo con hombres que pre- la intuición de que su desconfianza hacia los hombres se vinculaba
sentaban ese tipo de rasgos: desesperados, de otras culturas, que la con este episodio, sin poder precisar exactamente la razón: tenía
"empujaban hacia abajo". tan pocos recuerdos de su infancia que sentía "como un agujero,
Venía de romper con un hombre que no había superado la un blanco, un vacío" doloroso.
muerte de su mujer. No podía rivalizar porque el lugar estaba Bien nombrado, aquí el vacío es de estructura. Sin el velo fá-
tomado por la muerta. El análisis la ayudó a salir de esta espiral lico, despojada de semblantes, Madeleine era solo esta "multimd
mortífera al perniltirle localizar sus identificaciones para luego se- de átomos aglutinados" de la que se preguntaba, desde adoles-
pararse a mtnnna. cente, cómo podían mantenerse unidos. Sigmund Freud destaca
Las personas "desesperadas" eran para ella como un espejo la "claridad"' de la verdad del sujeto melancólico. Al no profundi-
en el cual temía abandonarse. Por eso le fascinaban los vagabun- zar en la hiancia, el análisis pernúte remover los bordes, revelando
dos, porque consideraba que sus vidas habían volcado estrepito- una construcción que, a falta de metáfora paterna, tiene que pasar
samente. No podía evitar contemplarlos, imaginando que podría por un camino más sinuoso, pleno de obstáculos, de identificacio-
alcanzarlos con facilidad. nes imaginarias y mortíferas, pero también, de algunos puntos de
La angustiaban más aquellos a los que les iba bien, pues tenía apoyo primordiales.
míedo de que "descubrieran su medíocridad" y de no estar "a la al- La cura era uno de ellos. La joven se atrevía a hablar ahí sin
tura". Tal como con el vértigo, era siempre una cuestión de altura. la angustia de sentirse humillada. Hacía tiempo había aprendido
"En mi familia", decía incluso, "necesitamos gente que esté por a evitar las miradas que la inquietaban. Recordaba sus trastornos
debajo de nosotros". escolares cuando debía afrontar esas miradas. Un día que debía
Se sentía en peligro si se aproximaban hombres de su propio responder preguntas delante del pizarrón, se desvaneció cuando se
medio. No soportaba sus actitudes seductoras explícitas en razón
de su belleza. En esa situación inmediatamente se sofocaba y le
daban náuseas. "La náusea ante el hombre blanco", me dijo un 2. Freud, S., "Duelo y melancolía", en Obras tompletns, t. XIV, Buenos Aires,
día. Tratándose de una joven blanca la formulación era más que Amorrortu, 1996, p. 244.

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sintió penetrada por los ojos de los otros niños. Después, de la es- tura y los deportes extremos, que combaten contra el inmovilismo
cuela a la universidad, se ubicaba siempre en las últimas filas para mortífero y la fascinación por el vacío, se nutre de la alta peligro-
no sentir las miradas de los otros detrás de ella. Esta era una de las sidad. El imperativo de goce mortífero es inmenso. ¿Querer sal-
razones por las que también en el cine se sentaba en el fondo de la tar desde un paracaídas cuando se tiene vértigo no ofrece por sí
sala. Aun en la oscuridad, no podía soportar la presión de miradas mismo una medida?
anónimas de espectadores detrás de ella. Por ahora intentó el salto en el análisis. Encuentra una protec-
La sensación de persecución era discreta. Madeleine supo ma- ción insospechada frente a la caída cuando pide al analista que la
nejarla arreglándoselas para mirar en lugar de ser mirada. Puesto libere del vértigo.
que había elegido trabajar en fotografía, miraba detrás del aparato. La causa del vértigo era la vergüenza de sí misma y el desprecio
El ojo era ella. Sentirse rebajada hasta dejarse abandonar y perder el
Esos pequeños hallazgos que sostenían la vida de la joven, ob- conocimiento demuestra cómo el cortocircuito significante pasaba
tenidos durante el trabajo del análisis, se presentaban como herra- por lo real del cuerpo, donde no se había producido la metáfora.
mientas que solidificaban la estructura. En el apres-coup del fenómeno del cuerpo, el vértigo se trasformó
Madeleine ya no se desvanece ni se cae. El análisis dio una di- para esta joven en una significación atribuida a esta experiencia
rección, una base, a su existencia vacilante. Su vértigo no está cu- .dolorosa de su indignidad. Pero esta significación no la aliviaba,
rado, pero al perder su fuerza de aspiración hacia el abismo cam- pues arrastraba la existencia completa del sujeto, fijándolo en un
bió de lugar. Era la réplica exacta del sentimiento de ser rebajada, movimiento de vacilación perpetua. La vergüenza producía el vér-
"empujada hacia abajo" en lo real. No había allí ningún tipo de tigo, que provocaba el desvanecimiento, y sobre el final se desen-
metáfora. N ada más que uu deslizamiento significante que tocaría cadenaba nuevamente la vergüenza de haber fracasado y de haber
directamente el cuerpo, haciéndola desplomar mientras el sujeto estado por el suelo.
se eclipsaba. Ese poder no existe más. Inversamente, las proezas deportivas, de preferencia en los
Al tomar la función de barrera contra el vértigo, el análisis per- picos montañosos, la "empujaban hacia arriba", y le restituían uua
mitió introducir uu punto de inflexión en la posición melancólica parte de dignidad. Sin embargo ninguna proeza era válida si no
de la joven. Este trabajo, a contracorriente del movimiento que la la obligaba a mirar el abismo, si no podía hacer de ella un todo
precipitaba en el abismo de sus lamentos, es una red de protec- o nada. Este gusto por lo extremo, siempre retomado en el vér-
ción contra ella misma y contra su atracción horrorizan te por el tigo, ¿no será la vertiente maniaca, la otra cara del bucle melan-
vacío. Había que detener este goce. La transferencia la sostiene, cólico que la arrastraba? Aquí era constante el equilibrio entre el
la retiene, la asegura como "la cuerda del alpinista", según sus pa- derecho y el revés del "mismo complejo al que el yo sucumbe" ,l
labras. Esta cuerda que ella hubiera querido tener para los otros, como Freud lo describe en "Duelo y melancolía". Para Madeleine
pues hubiera amado ser guía de alta montaña por sobre todas las el riesgo de eyectarse de la escena estaba presente en las dos ver-
cosas. Es uno de sus últimos lamentos. Hoy la cuerda está tejida siones. Tratar el vértigo con situaciones que lo pusiesen en juego
con significantes. era una solución precaria.
El análisis le impide ser "empujada hacia abajo", pese a que Al dividir los pares siguificantes, vértigo/empujada hacia abajo,
sigue fascinada por el objeto perdido, como lo muestran algunas rebajarse/desvanecerse, el análisis detuvo el deslizamiento metoní-
de sus realizaciones cinematográficas. Sin embargo, su valor poé- mico infernal y deshizo la significación mortífera. Todos esos ele-
tico abre otra dimensión más vital, donde habita el deseo.
Todo surgimiento del deseo es algo a considerar, a retomar.
No es una tarea fácil. Porque en Madeleine el gusto por la aven- J. lbíd., p. 251.

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mentas, separados y divididos, perdieron su potencia. El vértigo 2• la aversión del objeto en los estados mixtos
aislado se transformó en un síntoína menos temido. El equilibrio
permanece precario. Cuando se siente mejor, Madeleine espera el Serge Cottet
momento en el cual se sentirá nuevamente desesperada, atrapada
por esa zona de sombras que quisiera olvidar pero que no puede
borrar. Conoce muy bien esa alternancia entre las fases de excita-
ción, donde son posibles las aventuras más peligrosas, y los perío-
dos de gran desamparo.
No obstante, apostando por el futuro, se compró un pequeño
departamento que se convirtió en algo muy preciado, signo de su
nueva dignidad. Durante mucho tiempo, permanecía en la tenta-
ción de "soltar todos sus lazos para perderse en el anonimato de ¿Qué interpretación lacaniana podemos dar a las locuras de
las personas desaparecidas". De ahora en adelante este guión es el doble forma? Este tipo clínico que retuvo la atención de Emil
de un cortometraje. El personaje cuyos hilos Madeleine acciona es Kraepelin y, antes que él, de clínicos franceses como Jules Bai-
su doble. Vagabundo errante en una ciudad anónima y crnel, re- llarger, Jules Falret y más tarde Gaetan Gatian ele Clérambault,
nuncia a todo; cambia radicalmente su destino, pasando del lugar no se destacan en el DSM-IV. 1 Y con razón: la psicosis maníaco
de desecho a una vida de luces y colores. Su transformación re- depresiva de ahora en adelante deja su lugar al trastorno bipo-
sulta de la mutación subjetiva de su autor. lar, entidad comportamental, paradigmática de la orientación
Ahora bien, si el guión se terminó hace tiempo, la realización biológica de la psiquiatría. Se constatan oscilaciones del humor,
se perpetúa. El personaje de Macleleine queda pendiente de un una alternancia entre depresión y euforia, por fuera de toda
film inacabado. A tal punto que hoy me pregunto si ese estar en causalidad psíquica, a semejanza de los virajes de las estaciones
suspenso no sería una solución. Eternamente postergado, el film climáticas.
conserva el lugar de un proyecto que mira hacia el futuro. ¿Este Esta alternancia sin motivos psicológicos lleva a concluir en es-
horizonte inaccesible sostendría la existencia de la joven perpe- quizofrenia o en un trastorno esquizoafectivo, y en todos los casos
tuando su deseo? en un estado deficitario. Este tipo clínico merece nuestra mayor
atención con la mirada de la tradición freudiana.

UN CASO DE BINSWANGER

Un caso clínico nos permitirá clarificar un problema que Freud


dejó sin resolver: la alternancia de estados del humor considera-
dos opuestos. El mecanismo de inversión, digamos, de la "defensa
maníaca" que popularizó Melanie Klein, no daba cuenta de la pe-

l. DSiW-IV. Mmmol de diagnóstico y estadístico de los trastornos mentoles, Buenos


Aires,Masson, 1995.

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