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CONCLUSIÓN

Las cartas de Pablo nos proporcionan un conocimiento profundo acerca de la fe y la vida


de las iglesias en sus primeros años de existencia. La carta a los Romanos es una de las más
influyentes en el pensamiento evangélico de los líderes de la Iglesia del Señor a lo largo de
la historia del cristianismo. Esta Epístola es una respuesta completa, lógica e inspirada a la
gran pregunta de los siglos: “¿Cómo se justificará el hombre con Dios?” (Job 9:2). En el
Antiguo Testamento, los Evangelios y los Hechos, se encuentran esparcidas en diferentes
lugares en enseñanzas respecto a esa gran doctrina que forma la misma base de Romanos: la
justificación por la fe. Le ha tocado al apóstol Pablo reunir esas enseñanzas y, añadiéndoles
las revelaciones especiales que se le concedieron, nos ha dado la más completa declaración
de doctrina que se encuentra en el Nuevo Testamento, incorporada en una epístola a la que
se le ha llamado “La Catedral de la Doctrina Cristiana”.
La epístola de Pablo a los Gálatas fue escrita con el objetivo de combatir una herejía o
error doctrinal que dañaba el verdadero evangelio en dos sentidos: Algunos judíos que
profesaban ser cristianos perturbaron a los gálatas (1:7; 5:10) diciendo que para una persona
ser salva, necesitaba circuncidarse y guardar la ley de Moisés. Y otros pensaban que aunque
somos salvos por la fe en Cristo, había que guardar los rituales de la ley para santificarnos.
En esta epístola Pablo defiende el evangelio de la gracia de Cristo (1:6) declarando que somos
salvos por la fe en Jesucristo, aparte de la ley (2:16; 3:11), y que somos santificados por la
obra del Espíritu (5:16), y que por lo tanto, somos libres de la esclavitud de la ley. Y ya que
estos falsos maestros trataron de desacreditar y menospreciar a Pablo, le fue necesario al
apóstol introducir su carta recordando que su autoridad apostólica y el evangelio que predica
vinieron a él por revelación directa de Jesucristo. A menudo a Gálatas se le llama “la Carta
Magna de la Libertad Cristiana”.
A la luz de un examen cuidadoso de cada uno de los capítulos de primera a los
Tesalonicenses podemos observar que cada uno de ellos finaliza con un pensamiento de la
segunda venida, de modo que podemos concluir que se trata de una epístola escatológica, la
carta viene de un tiempo en que los cristianos esperaban diariamente la inminente venida del
Señor. En la segunda a los Tesalonicenses su tópico se resume en acciones de gracias de
Pablo por el crecimiento en amor, fe y paciencia de los tesalonicenses y algunas aclaraciones
adicionales respecto a la doctrina de la segunda venida del Señor Jesucristo explicando los
acontecimientos alrededor de este evento, advirtiendo contra el andar desordenado y su
consecuente disciplina en la iglesia.
La carta a los Filepenses es una carta muy personal en la que Pablo no se propone enseñar
una doctrina específica, sino que más bien menciona algunas doctrinas como un ejemplo al
aplicar una verdad práctica. Entre ellas se destacan: La humanidad y deidad de Cristo, que
siendo Dios se hizo hombre. Esta verdad fue mencionada incidentalmente como ejemplo para
ilustrar la naturaleza de la humildad que Pablo estaba recomendando a los filipenses (Fil.2:5-
11). Confiando en la justicia de Cristo, no en la propia (3:9-11). La transformación de
nuestros cuerpos humillantes en cuerpos glorificados en la resurrección para habitar en los
cielos (3:20-21).
Aunque el motivo principal de Primera a los Corintios es corregir la conducta pecaminosa
más que hablar de teología, Pablo sin embargo, esboza muchas doctrinas cristianas relativas
a las problemáticas que afectaban la Iglesia de Corinto. De una forma u otra, una vida errada
viene de una creencia errada. Por ejemplo, los pecados sexuales, incluyendo el divorcio, están
inevitablemente relacionados a la desobediencia al plan de Dios para el matrimonio y la
familia (7:1–40). No es posible que una iglesia sea verdaderamente edificada a menos que
los creyentes entiendan y ejerciten sus dones espirituales (12:1–14:40). La importancia de la
doctrina de la resurrección no puede ser pasada por alto porque si no hay resurrección,
entonces Cristo tampoco resucitó. Y si Cristo no resucitó, entonces estamos en nuestros
pecados, no hemos sido salvos, vana es nuestra fe, vana es nuestra predicación, vana es la
iglesia. La segunda epístola difiere de la primera a Corintios en que se ocupa de asuntos
personales más que de enseñanza doctrinal o del orden en la Iglesia. Se nota más el Apóstol
Pablo como ser humano: sus sentimientos, sus deseos, sus aversiones, ambiciones,
obligaciones. Ambas cartas revelan el carácter del apóstol más que ninguna otra: lo muestran
como padre, pastor, consejero y, al mismo tiempo, como guerrero espiritual de los enemigos
de los corintios y sus enemigos personales.
Sea el apóstol Pablo, Pedro o cualquier otro escritor del cuerpo epistolar se valió de la
escritura personal de documentos para transmitir información a ciertos grupos de personas.
Las diferentes razones, ocasiones y propósitos por los cuales se armaron y enviaron las cartas
difieren naturalmente entre sí. Pero conforme uno revisa el cuerpo epistolar encuentra ciertos
hilos conductores que se entretejen entre las distintas expresiones escritas.
Dejando de lado lo que el autor dice acerca de Dios, Jesucristo, Espíritu Santo, Iglesia,
últimos tiempos, es decir, lo meramente teológico, algo que no puede escaparse a la atención
del lector de las cartas es el interés del autor en los destinatarios. Sea que los conociesen o
no, había un genuino interés en ministrarle algo de Dios, corregir, perfeccionar, instruir aún
más, felicitar, animar a aquellos a los cuales se dirigía. No creo que podamos encontrar en
las páginas del NT “cartas obligadas o forzadas”. Todas ellas salen de un corazón
genuinamente interesado en ese grupo de gente que por el momento físicamente estaban
alejados y el autor quizá materialmente imposibilitado de acercarse a ellos. Pero aunque
“ausentes en la carne, presentes en el espíritu”, lo cual se deja ver en cada línea que se
escribe.
Los escritores epistolares realmente tenían un genuino interés en sus destinatarios. Ya sea
porque hubiera enemigos externos o corrupción interna, ya sea que fuera para reforzar o
aclarar, cada uno de ellos pone todo de sí para llevar el consejo de Dios sobre un punto o
tema en cuestión. Con más o menos explicación de las cosas, desde nuestra perspectiva, pero
ciertamente suficiente para ellos en aquel tiempo, los apóstoles se esfuerzan en brindarles
todo su amor, todo su cariño, todo su consejo, todas las herramientas a disposición por medio
de la expresión escrita.
Pablo nos dejó un proverbio poderosísimo: “El conocimiento envanece, pero el amor
edifica.” Lo primero es un crecimiento quizá meramente intelectual, pero que deforma a la
persona. Ella misma crece y en su crecimiento corre el peligro de engreírse y enorgullecerse.
Ciertamente esto no beneficia al cuerpo, sino que lo divide. Pero el amor es lo que lo edifica.
Se edifica él mismo y edifica a otro.
Tanto Pablo, como Pedro, como Juan y como todos los demás escritores bíblicos como
también todos los que dejaron cartas, tratados, libros, documentos, pensamientos u obras
concretas de fe fueron personas que amaron a las ovejas descarriadas y buscaron orientarlas
hacia el Pastor de pastores. Personas que amaron y vieron a los hombres como Dios lo hacía.
Encarnaron ese deseo fogoso e incontenible de dar y darse por cada uno de ellos. Y los
resultados son tangibles, inclusive hasta el día de hoy y sabemos que por muchos años más.

La pregunta sigue en pie: ¿cómo están nuestros propios vasos?

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