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¿QUÉ ES LA SEMIOLOGIA LITERARIA?

La semiología literaria es una disciplina, dentro de la teoría de la literatura,


que tiene como objeto de estudio el signo literario y sus posibilidades de inter-
pretación. De la semiología y del signo se han dado diversas definiciones, con
frecuencia válidas pero parciales, al destacar uno de los aspectos fundamentales
del signo frente a la totalidad del conjunto y su consideración panorámica. En
líneas generales, podemos decir, que la semiología se ocupa de todo lo relacio-
nado con los signos y sus posibilidades de codificación.
En adelante utilizaremos los términos semiótica y semiología como sinóni-
mos, pues ni la realidad literaria ni las exigencias metodológicas parecen obli-
garnos hoy día a una discriminación pormenorizada de tales vocablos, más allá
de una trayectoria histórica que sitúa a la semiología dentro de una tradición
europea y continental, de tendencia francesa, cuya figura culminante parece ser
la de Ferdinand de Saussure1, a la vez que identifica a la semiótica con una tra-
dición cultural anglosajona y norteamericana, en la que se mencionan de forma
canónica los nombres de John Locke2, Charles Sanders Peirce3 y Charles Mo-
rris4.
Ahora bien, si por semiología entendemos la interpretación de los signos y
sus posibilidades de codificación, queda por determinar cuál es el concepto de
signo que tomamos como referencia para interpretar la obra literaria como con-
junto de signos.
Desde una perspectiva general, el signo puede definirse como aquella forma
sensible que remite a un objeto o referente bajo un determinado sentido, cuya

1
Ferdinand de Saussure, Cours de linguistique générale [1916], Lausanne-Paris, Payot; ed. de
Ch. Bally y A. Sechehaye (Genève, 19222). Trad. esp., introducción y prólogo de A. Alonso,
Curso de lingüística general, en Buenos Aires, Losada, 19593. También en Madrid, Alianza,
1987.
2
John Locke, An Essay Concerning Human Understanding [1690], New York, New American
Library, 1964, ed. de A.D. Woozley. Trad. esp.: Ensayo sobre el entendimiento humano,
Madrid, Sarpe, 1984.
3
Vid. especialmente Charles S. Peirce, Collected Papers of Charles Sanders Peirce, Harvard
University Press, 1931-1935 (tomos 1-6) y 1958 (tomos 7-8). Es muy solvente la edición
alemana de K.O. Appel: Schriften, Frankfurt, 1967-1970 (2 vols.). En español contamos entre
otras con las siguientes ediciones de los textos de Peirce: Obra lógico semiótica, Madrid,
Taurus, 1987, trad. de R. Alcalde y M. Prelooker, y La ciencia de la semiótica, Buenos Aires,
Nueva Visión, 1974, trad. de Beatriz Bugui.
4
Charles Morris, Foundations of Theory of Sings [1938], Chicago University Press, trad. esp.
de R. Grasa: Fundamentos de la teoría de los signos, Barcelona, Paidós Ibérica, 1985 (antes en
Universidad Autónoma de México, 1958), y Sings, Language and Behaviour [1946], New
York, Prentices-Hall, trad. esp.: Signos, lenguaje y conducta, Buenos Aires, Losada, 1962
(reeditado también en Writings of the General Theory of Signs, The Hague-Paris, Mouton,
1971, págs. 72-397).

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expresión, comunicación o interpretación depende de los sujetos (emisor y re-
ceptor) que lo utilizan, así como del contexto en el que se desarrollan todas es-
tas operaciones.
En esta definición hemos identificado varios elementos. Unos quizá resulten
más familiares que otros, pero sin duda a estas alturas todos son sobradamente
conocidos. Con todo, vamos a delimitar brevemente cada uno de ellos.
El autor y el lector, el emisor y el receptor, si se prefiere, son los agentes
humanos que intervienen en el proceso de comunicación. Aunque son sujetos
exteriores al signo, sin ellos el signo no existiría. No hay que olvidar que, en
cierto modo, un signo no es más que un objeto, y que sólo una comunidad de
individuos puede convertir este objeto en signo al dotarlo de un significado es-
pecífico y social. Un objeto es una realidad óntica: es y está, tiene presencia
óntica. Por su parte, un signo es una realidad óntica y semántica: es, está y sig-
nifica. Adquiere, en consecuencia, una presencia semántica que resulta decisi-
va. Evidentemente, el sentido, el significado, sólo es posible allí donde existen
seres humanos capaces de generarlo, identificarlo o transmitirlo. El emisor y el
receptor se sitúan en un contexto dentro del cual el signo constituye una reali-
dad tan inderogable como los propios sujetos que lo manipulan. En el signo es
posible identificar al menos tres dimensiones: forma, sentido y referente.
a) La forma del signo es lo que comúnmente identificamos como la parte
material del signo, su expresión formal. No hay nada sensible sin un cuerpo
capaz de objetivarlo. Todo signo es formalmente perceptible ante nuestros sen-
tidos merced a su expresión material, sea acústica, visual, táctil, etc. El signo es
una realidad explícitamente física, obstinadamente material. Es una creación
genuina del mundo terrenal y humano. Otra cosa será que sus contenidos pue-
dan ser metafísicos, ideológicos, irreales o imaginarios, pero la forma de expre-
sarlos ha de ser necesariamente sensorial y material, para hacer de este modo
posible su legitimidad empírica. No hay nada, pues, más genuinamente humano
que la existencia de los signos.
b) Todo signo remite a través de su expresión formal a un objeto o referente.
Este objeto o referente es la realidad extralingüística denotada (no connotada)
formalmente por el signo. Hay casos en los que el objeto o referente designa
específicamente la idea o arquetipo universal al que se refiere el signo. Esto
sucede de forma sistemática en los lenguajes científicos, carentes de valor con-
notativo, ya que sus elementos, palabras, fórmulas, números, nomenclaturas,
poseen un significado unívoco, exclusivamente denotativo, al carecer del valor
expresivo que es propio de las lenguas naturales. El signo H2O designa exclusi-
vamente el agua en su estado puro: posee un solo y único referente inequívoco.
En los lenguajes científicos, para evitar la ambigüedad, se pretende que la deno-
tación sea absoluta. Todo lo contrario de lo que sucede con el lenguaje literario,

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y algo muy distinto de lo que habitualmente caracteriza el uso estándar o coti-
diano de una lengua natural, en la que todos sus valores expresivos se manifies-
tan espontáneamente. Las “Corrientes aguas, puras, cristalinas...” de Garcilaso
pueden ser objeto de diversas interpretaciones, pero sin duda nos resultará muy
difícil pensar en el H2O cuando leemos los versos de esta égloga renacentista.
c) El sentido del signo es aquello que hace comprensible para los seres
humanos el objeto o referente del signo. Cualquiera de nosotros comprende lo
que es un objeto después de haber identificado el sentido que ese objeto adquie-
re en nuestra experiencia personal y social como seres humanos. Como suscri-
biría Peirce, las “cosas” son la idea que tenemos de sus efectos sensibles. En los
lenguajes científicos, el sentido y el objeto o referente son idénticos, o tienden a
la identidad, cuyo límite es la exactitud (A = A). Podríamos decir que están en
sincretismo. No hay umbrales diferenciales, ni matices. Sin embargo, en los
lenguajes naturales, la expresividad de las palabras confiere un amplio margen
de interpretación a las variantes existentes entre el objeto o referente, como idea
o arquetipo universal, por una parte, y el sentido, por otra parte, que cada ser
humano identifica o percibe en un determinado objeto o referente, como resul-
tado de su propia experiencia vital, o de su mejor o peor conocimiento de la
realidad. En el lenguaje literario los márgenes semánticos de las palabras se
desbordan extraordinariamente. La potencia significativa de los textos poéticos
tiene entre sus consecuencias la de promocionar un número indefinido de inter-
pretaciones posibles y coherentes, sin más límites que los autorizados por el
propio lenguaje, a lo largo de los siglos y a lo ancho de las culturas5.
Paralelamente, como es bien sabido en estos tiempos por todos los especia-
listas, aunque quizá no en igual medida por los estudiantes de primeros ciclos
universitarios, hacia quienes va dirigida especialmente esta introducción, en la
semiología es posible distinguir tres niveles de análisis: sintáctico, semántico y
pragmático.
a) La sintaxis puede entenderse, en un sentido general, como aquella disci-
plina que estudia la relaciones que mantienen entre sí las unidades que constitu-
yen una totalidad. Desde este punto de vista, la sintaxis oracional se ocuparía de

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La diferencia entre sentido y referente es decisiva en toda interpretación. J. Locke insiste en
ello desde las primeras páginas de su ensayo sobre el entendimiento humano: “Siendo el princi-
pal bien del lenguaje, en la comunicación que los hombres hacen de sus pensamientos, el ser
comprendido, las palabras no sirven bien para este fin cuando no excitan en el oyente la misma
idea que representan en la mente del que habla” (J. Locke, op. cit., 1984, pág. 153). Por su par-
te, G. Frege ha explicado esta diferencia con una claridad posiblemente definitiva en sus estu-
dios sobre lógica, al discernir entre Sinn y Bedeuntung. Vid. especialmente Gottlob Frege,
Studien über Semantik, Vandenhoeck und Ruprecht, Göttingen, 1962. Trad. esp. de Ulises
Moulines: “Sobre sentido y referencia” [1892] y “Consideraciones sobre sentido y referencia”
[1895], Estudios sobre semántica, Barcelona, Ariel, 1984, págs. 49-98.

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la relación que establecen entre sí las unidades formales de una oración. Del
mismo modo, a propósito de una obra literaria, concretamente en el caso de la
sintaxis de los signos literarios, es posible identificar una serie de relaciones
formales entre determinadas unidades o categorías que confieren a la novela, el
poema o el drama una estructura formalmente literaria. La semiología del dis-
curso literario ha identificado algunas de estas categorías formales en la cons-
trucción de los personajes y de las acciones o funciones narrativas (situaciones
dramáticas en el teatro), así como también en el tiempo y en el espacio. En rela-
ción con la semiología literaria, la sintaxis se ocupa de estudiar las relaciones
que los signos mantienen entre sí, en lo referente a la construcción formal de la
obra literaria como un conjunto estructurado de signos.
b) La semántica se ocupa a su vez de las diferentes modalidades de repre-
sentar formalmente y de interpretar psicológicamente el sentido de las palabras.
Es un problema semántico establecer, allí donde convenga, la diferencia entre el
sentido y la referencia de un término. Entre los objetivos fundamentales de la
semántica está naturalmente la interpretación y codificación de los signos. Hay
sistemas de signos que resultan más fáciles de codificar que otros, en la medida
en que la referencia está sólidamente definida y no hay posibilidades de ambi-
güedad. El código de la circulación es uno de esos sistemas de signos que evi-
tan en principio toda ambigüedad con el fin de asegurar absolutamente la clari-
dad de la comunicación y la eficacia de la conducción. Sin embargo, en el uso
cotidiano o estándar de los lenguajes naturales, la expresividad de las palabras
puede originar con frecuencia ambigüedades. Y en el caso del lenguaje literario
o poético, la ambigüedad y la polivalencia semántica se convierten en requisitos
esenciales. Es inevitable, pues, que la codificación del sentido en los signos
literarios siempre resulte especialmente compleja, y a estas dificultades ha de
hacer frente, desde una perspectiva semiológica, la semántica literaria. En el
texto literario sólo se hacen patentes los códigos interpretativos que permiten
las palabras que lo conforman. La mejor interpretación de un texto apuntará
siempre a ampliar las posibilidades de interpretación de su escritura. Platón, en
el diálogo Fedro (277a), habla de “semilla inmortal” (athánaton sperma); eso
es precisamente el lenguaje poético, una fuente perenne de significados desti-
nada a la interpretación de un receptor, cuya mente y posibilidades de percep-
ción, históricamente variables, permiten que el sentido de la escritura fructifi-
que en cada acto de lectura. En suma, la semántica literaria se ocupa de las rela-
ciones que el signo mantiene con su objeto o referente, ejercicio que implica
sobre todo la identificación e interpretación de aquellos sentidos sugeridos y
autorizados por el texto literario.
c) La pragmática es aquella rama de la semiología literaria que analiza las
relaciones establecidas entre el signo y los sujetos que lo utilizan. La pragmáti-

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ca nos sitúa fuera de la dimensión formal y sintáctica del signo, pero no nos
sustrae completamente de sus consecuencias y efectos semánticos, porque a fin
de cuentas quien interpreta el signo es siempre un sujeto, un ser vivo, y en el
caso de la pragmática literaria un ser humano dotado de ciertas competencias.
Desde el punto de vista de la lingüística, la pragmática se configuró en las últi-
mas décadas como una disciplina destinada al estudio del lenguaje en función
de la comunicación, con objeto de analizar científicamente cómo los seres
hablantes construyen, intercambian e interpretan enunciados en contextos y
situaciones diferentes. La pragmática estudia de este modo el sentido de la con-
ducta lingüística, es decir, el modo intencional de producir y descodificar signi-
ficados mediante el lenguaje, desde el punto de vista de los principios que regu-
lan los comportamientos lingüísticos dedicados a la comunicación6.
De cuanto hemos dicho se desprende que en la investigación semiológica es,
pues, posible distinguir tres niveles. La sintaxis semiótica se refiere a la identi-
ficación de unidades formales, y a la determinación de las normas que rigen su
integración en unidades superiores. La semántica semiótica estudia las relacio-
nes de los signos con sus denotata (semántica del referente) y con sus designata
(semántica del sentido), y admite además que el texto artístico es significante en
sus formas y contenidos (semiótico), que no es referencialmente connotativo, y
que sí es, desde el punto de vista de sus posibilidades de interpretación, esen-
cialmente polivalente. La pragmática estudia las relaciones de los signos con
sus usuarios, así como de todos estos elementos con las circunstancias cultura-
les envolventes. La semiología admite que su objeto de estudio es el signo,
constituido en sus límites formales, en sus capacidades de denotación y conno-

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La pragmática, cuyos fundamentos iniciales se derivan de principios filosóficos, comprende
diferentes áreas de conocimiento relacionadas con los paradigmas de la lingüística científica,
como la estructura lógica de los actos de habla, la deixis, la relación entre hablantes, discurso y
contexto, el análisis de las diferentes estructuras y estrategias discursivas, o la evaluación de los
diferentes tipos de presuposiciones e implicaturas, tan recurrentes en el lenguaje ordinario.
Autores como B. Schlieben-Lange (Pragmática lingüística [1975], Madrid, Gredos, 1987) han
señalado tres orientaciones fundamentales en el dominio de la pragmática, como doctrina del
empleo de los signos (Ch. Morris), como lingüística del diálogo (J. Habermas), y como teoría
de los actos de habla (J.L. Austin, J. Searle). El pragmatismo americano desarrolla por vez
primera su doctrina triádica del signo a través de la obra lógica y semiótica de Ch.S. Peirce.
Como sabemos, Ch. Morris configura la pragmática como uno de los tres niveles de la semióti-
ca o semiología, tal como ha sido asumida en nuestros días, junto con la sintaxis y la semántica,
como disciplina destinada al estudio de los signos desde el punto de vista de la relación que
establecen con sus usuarios: “Por pragmática entendemos la ciencia de la relación de los signos
con sus intérpretes” (Ch. Morris, op. cit., 1985, pág. 52). P. Hartmann (Aufgaben und
Perspektiven der Linguistik, Konstanz, 1970, pág. 35) ha recordado a este respecto que “el
diálogo, entendido como interacción verbal, debería ser la categoría base de la investigación
orientada a los signos y el lenguaje”.

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tación, y en sus posibilidades de manipulación contextual, al actualizarse en una
situación que matiza no sólo su realización formal, sino también la implicación
de sus valores referenciales7.
La semiología es resultado de una superación y una evolución del estructu-
ralismo, determinada por el paso de una concepción teórica y especulativa del
signo codificado hacia una observación empírica y verificable del uso que ad-
quiere el signo en cada uno de los procesos semiósicos. El estructuralismo sitúa
el signo en un sistema de relaciones estables (estructura), desde el que pretende
acceder a su conocimiento, y justificarlo como científico; sin embargo, las po-
sibilidades de este conocimiento se limitan notablemente en la semántica, y se
agotan por completo en la pragmática, al resultar imposible en la práctica la
sistematización definitiva de las múltiples variantes de uso y función de los
signos. La semiología amplía el objeto de conocimiento del estructuralismo, al
comprender no sólo el signo codificado en el sistema (norma), sino el uso y la
función que adquiere el signo en cada uno de los procesos de creación y trans-
formación del sentido, en virtud de la manipulación a que lo someten sus usua-
rios.
En la aparición de la semiología ha sido determinante el paso de una con-
cepción estática del signo, elaborada por F. de Saussure (1916) y asumida por
el estructuralismo clásico, a una concepción dinámica, propugnada por L.
Hjelmslev desde sus prolegómenos (1943), y desarrollada por un enfoque abier-
tamente dinámico de los métodos estructuralistas. El atomismo lógico del Cír-
culo de Viena consideraba que el único lenguaje que podía asegurar las condi-
ciones de verdad y verificabilidad era el que no sobrepasaba los enunciados
atómicos8. Más adelante se admitió que las transformaciones de los enunciados
atómicos podían mantener garantías de verdad y verificabilidad si seguían cier-
tas normas determinadas (de sintaxis, formación y transformación). Se preten-
dió entonces un objetivo principal, que consistió en superar las limitaciones del

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Peirce concebía la semiótica como una lógica de los signos, en la que distinguía tres secciones
principales: a) Gramática pura: se ocupa de la naturaleza de los signos y sus relaciones entre sí;
b) Lógica: establece las condiciones de verdad, al ocuparse de las relaciones entre los signos y
su objeto; c) Retórica pura: análisis de las condiciones en que se desenvuelve la comunicación.
Cada una de estas categorías equivaldría a lo que Morris denominaría, respectivamente, sin-
taxis, semántica y pragmática. No hay que olvidar, paralelamente, tal como describe Carmen
Bobes en el artículo recogido en este volumen, que la semiología parte del estudio de hechos
significantes, no de hechos fenomenológicos (no estudia los hechos en sí, sino el sentido / signi-
ficado humano de los hechos), es decir, estudia “objetos construidos” para la ciencia, y no obje-
tos “dados” a la percepción sensible.
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El atomismo lógico se inicia con B. Russell, y alcanza su expresión más representativa en el
Tractatus logico-philosophicus (1921) de L. Wittgenstein. Entre los precedentes pueden seña-
larse las críticas de Husserl a los usos non-sense de la lengua, y los estudios lógico-semánticos
de G. Frege.

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atomismo lógico mediante la liberación del lenguaje de la vinculación inmedia-
ta de su uso. En este sentido se da un paso hacia la sintaxis lógica, al pasar de la
verificación en la realidad (observación) a la verificación en el discurso (lógi-
ca). La integración de los estudios sobre valores semánticos supuso posterior-
mente el acceso a la semántica lógica. Como hemos indicado, la semántica se
ocupa de las relaciones entre la expresiones de un lenguaje y los objetos a los
que se refieren tales expresiones, es decir, de las diferentes modalidades de re-
presentar formalmente el sentido de las palabras, por relación a los objetos a los
que se refieren. El estudio de los usos del lenguaje y de las normas que los re-
gulan hace inminente el desarrollo de la semiología. A partir del pensamiento
de Peirce, Morris reconoce en la semiótica los tres niveles fundamentales de
que hemos hablado, sintáctico, semántico y pragmático, que en todo sistema de
signos corresponderían al análisis de unidades formales (consideradas desde el
punto de vista de su relación distributiva en el sistema y de su manifestación
discreta en el proceso), de valores de significado (que permiten considerar las
relaciones de las formas con la idea que el ser humano experimenta de sus efec-
tos sensibles), y de relaciones externas (entre los sujetos que utilizan los signos
y los sistemas contextuales envolventes). Forma, valor y uso son los aspectos
que una concepción tripartita de la ciencia del signo consideraría en su objeto
de conocimiento9.

© MAESTRO, Jesús G. (2002), “La recuperación de la semiótica”,


en Jesús G. Maestro (ed.), Nuevas perspectivas en semiología li-
teraria, Madrid, Arco-Libros (11-40).

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Hay que advertir paralelamente que, en la evolución del estructuralismo a la semiología, la
obra de U. Eco ha desempeñado un papel determinante al menos en dos facetas fundamentales:
en primer lugar, respecto a la ampliación de los códigos sobre los que la ciencia de la semiolo-
gía puede desarrollarse (iconicidad, retórica, ideologías, lo cotidiano...); y en segundo lugar, en
la ampliación de la epistemología semiológica hacia los problemas globales de la filosofía del
signo. Tal es su trayectoria, desde la publicación en 1975 del Tratado de semiótica general
hasta 1999, con la edición de sus trabajos recogidos bajo el título de Kant y el ornitorrinco.

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