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Antonio González jamás supuso que su nombre caratularía el primer fallo jurisprudencial en
materia de estupefacientes desde la vigencia de la Ley 11.331. Este hombre, detenido con tres
gramos de cocaína en el marco de un operativo realizado por la policía en el centro porteño,
había declarado que la sustancia hallada entre sus ropas estaba destinada al consumo personal
y que no tenía intención alguna de comercializarla.
En ese pronunciamiento la minoría –integrada por los jueces Ortiz de Rosas, Coll y Lunas
Olmos– sostuvo que si bien el uso personal no constituye una legítima razón para la tenencia
de drogas, la ley no está dirigida a quienes la poseen con ese objeto exclusivo, ya que lo
contrario implicaría una restricción a la libertad personas consagrada en el artículo 19 de la
Constitución Nacional. Al justificar su voto en disidencia, los camaristas afirmaron: “E tan
sagrado este derecho, que se lo respeta aun en aquellas personas que atentan contra su propia
vida […] Condenar a un toxicómano, por el hecho de serlo, significa lo mismo que castigar a un
loco, por el hecho de que lo es. Hay que curarlo, no condenarlo”.