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EL H O M B R E

Y LO D I V I N O

Por
M A R ÍA Z A M B R A N O

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V ‘ !Í' ' r *

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


Primera edición, 1955
Primera reim presión, 1966
Segunda edición (aum entada), 1973
Sexta reimpresión, 2012

Zambrano, María
El hom bre y lo divino / María Zambrano. — 2a ed. — M éxico : f c e ,
1973
412 p. ; 17 x 11 cm — (Colee. Breviarios ; 103)
ISBN 978-968-16-1124-8

1. Dios 2. Religión 3. Filosofía I. Ser. II. t.

LC BL51 Z3 Dewey 082.1 B846 V.103

Distribución mundial
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ISBN 978-968-16-1124-8

Im preso en México • Printed in Mexico


í r jo a ; jxeieáodat xó ív oyiW fteiov
ávavrív jipó; xó ív xcp itávxi fretov

Uijo [Plotino al morir]: "Estoy tra­


tando de conducir lo divino que hay en
mí a lo divino que hay en el Universo.”
P : Vida de Plotino
o r f ir io
LAS RUINAS

M ientras se ha considerado que la historia está


compuesta de hechos, la inmensa realidad de su
campo quedaba casi inaccesible. Sólo la poesía:
mito, leyenda, épica, nos trasmitía ambiguamente
—en el modo poético— su sentido. Y más tarde la
novela, el género literario que mejor copia la am­
bigüedad de lo humano. Pues nada más hermético
e inaccesible para el conocimiento humano que la
realidad, igualmente humana.
Pero la historia en sus momentos m ás geniales
ha sido más que nada "visión” . L a visión es una
forma de conocimiento en que lo humano, inacce­
sible, se manifiesta más adecuadamente, y que más
que conocimiento objetivo es expresión. Y podría­
mos sorprender en la “visión” el carácter peculiar
del conocimiento que el hombre alcanza a tener de
su propia realidad: una especie de revelación que
padece al mismo tiempo que realiza. Conocimien­
to poético en su raíz, aunque esté asistido de la
más estricta disciplina, de los métodos más rigu­
rosos de investigación.
L a condición del conocimiento objetivo, puro,
quedó definida por Aristóteles como “saber des­
interesado” —“el más noble” . Ortega y Gasset hace
tiempo hizo la crítica de este desinterés en las lec­
ciones que, sin duda, serán los prolegómenos de su
“ Razón vital” mostrando cómo el pensamiento sur­
ge ante la necesidad. Pero no sólo es desinteresado
este puro saber, sino impasible. L a inteligencia,
pura actualidad, según Aristóteles, capta impasible­
mente el objeto que tiene frente a sí —o en sí
misma. Y esta im pasibilidad de la inteligencia se
refleja en el orden afectivo también; la no-pasivi­
dad de la inteligencia conduce al alma a la impa­
sibilidad, librándola del padecer, de las pasiones.
Mas ¿le será acaso posible al hombre no padecer
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LAS RUINAS 247

en el conocimiento de las cosas que le pasan, le


han pasado o le pueden pasar? Dilthey ha llamado
"comprensión” al conocimiento propio de las cien­
cias del espíritu, vale decir, de las cosas humanas,
realizadas por el hombre. Y la historia, la acción
más humana del hombre, ¿cómo podría ser cono­
cida objetiva, desinteresada, impasiblemente? ¿No
se trataría entonces de un conocimiento innecesa­
rio y al par imposible?
Y así, antes que cualquier método, será necesa­
rio, para el conocimiento histórico, partir de una
actitud que recuerda en cierto modo la del espec­
tador de una tragedia. Nachleben —dice Dilthey—:
volver a vivir la vida de otro; la historia es lo que
ha pasado. Mas el pasar de la historia no ha pa­
sado del todo, puesto que sólo dentro de esto que
ya ha pasado, lo que veo pasar y aun lo que a mí
me pasa, cobra pleno sentido. Y algunas de las cosas
que han pasado ¿no continúan pasando para mí,
como sucede con los conflictos esenciales de la tra­
gedia? ¿Han pasado en verdad Edipo, Antígona?
Entre tantas cosas que pasan, algunas hay que son
el soporte de un argumento, de una “ pasión” que
las hace estar siempre pasando, sin acabar de pasar.
L a historia, la propiamente histórica y la per­
sonal, la de cada uno de los hombres, no puede
ser ni ha sido nunca el relato de los acontecimien­
tos en ese fluir del tiempo que todo lo lleva. Lo
que hqce de una vida ser una, en verdad es algo
que le está pasando ya y todavía y de lo cual
los diversos acontecimientos, aun los que, al pa­
recer, provienen del azar, dependen en realidad.
Como si toda la vida fuese el apurar en diferentes
planos aquel único argumento, aqueLla “ pasión” ;
apurarla o disolverla, según que quien la viva
tenga un sentido trágico de la vida o no. Y sea eso
lo que ocupe en la ignorancia del protagonista su
vida toda.
248 LOS PROCESOS DE LO DIVINO

Y la tentación de encontrar en la historia algo


de común con la vida personal es irrechazable.
Pues de ello depende el que la historia no sea una
pesadilla que solamente se padece, sino una tra­
gedia de donde se espera que brote la libertad. Y,
de no ser así, la “ legitimidad” del conocimiento
histórico, de esa fatiga de inquirir lo que ha suce­
dido, quedaría un tanto desvanecida. “ L a historia
es la maestra de la vida” , se ha dicho; pero ¿por
qué? Las situaciones históricas, como las de una
vida personal, no pueden ser jam ás idénticas y, le­
jos de ello, son a menudo irreconocibles. El valor
práctico de la llam ada “experiencia” queda casi
anulado jxrr el hecho de la diversidad infinita de
las situaciones que, lejos de repetirse o de aseme­
jarse permitiendo ser reconocidas, se esconden bajo
nuevas máscaras.
L a legitimidad del conocimiento histórico —la
necesidad honda que justifica el inmenso esfuerzo
y lo salva de ser la satisfacción de una banal nece­
sidad— no puede residir sino en el hecho de que
la vida humana sea de tal modo que necesite ex­
traer de la historia, de las cosas pasadas, su sen­
tido; transformar el acontecimiento en libertad. Y
así, el conocimiento histórico, al brotar poéticamen­
te del mismo sujeto que lo procura, será reabsor­
bido por él, será la recuperación de su pasado, algo
así como el desvanecimiento de un error —de ese
error que proviene de creer en el tiempo suce­
sivo. Pues el tiempo real de la vida no es el que
se hunde en la arena de los relojes, ni el que pali­
dece en la memoria, sino el que contiene ese te­
soro: las raíces de nuestra propia vida de hoy. Por­
que la vida no está formada de momentos, sino
que los momentos consumen tan sólo un argumen­
to último que necesita ser descifrado.
Y así el gesto de aquel que se inclina sobre las
cosas pasadas para ponerlas bajo la luz, ante la
I OS PROCESOS DE 1.0 DIVINO

fuese una persona solitaria, el sujeto ile su propia


vida y nada más, no sería trágica, pues lo trágico
le adviene por el empeño de la propia libertad en
un tejido de sucesos, en una situación; en ser ino­
cente de lo que, sin embargo, ha inexorablemente
de soportar y de vencer. Y lo que en ello va no es
tanto la dicha, ni la calma, sino la propia condi­
ción humana, el rescatar la esperanza de la fa­
talidad.
L a esperanza rescatada de la fatalidad es la li­
bertad verdadera, realizada, viviente. Es la espe­
ranza sostenida ya en la conciencia y en vías de
encontrar su argumento. Sólo la esperanza que so­
brevive frente al enigma y se afirma descifrándolo,
es la que llena la conciencia y la informa; la que
rescata también a la conciencia de su enemistad
con la vida, transformando su fría claridad en luz
viviente.
E l pasado inexorable nos cerca, porque ya fue
y porque no lo hicimos, porque pluralmente se hizo
y no lo encontramos ya. Lo histórico es, pues, la
dimensión por la cual la vida humana es trágica,
constitutivamente trágica. Ser persona es rescatar
la esperanza venciendo, deshaciendo, la tragedia.
L a persona, la libertad, ha de afirmarse frente a
la historia, receptáculo de la fatalidad.
Mas la contemplación, la visión de la historia
misma, trae en algunos momentos la liberación.
Porque lo propiamente histórico no es ni el hecho
resucitado con todos sus componentes —fantasma
de su realidad—, ni tampoco la visión arbitrària
que elude el hecho, sino la visión de los hechos en
su supervivencia, el sentido que sobrevive tomán­
dolos como cuerpo. No los acontecimientos tal co­
mo fueron, sino lo que de ellos ha quedado: su
ruina.
Las ruinas son lo más viviente de la historia,
LAS RUINAS 251

pues sólo vive históricamente lo que ha sobrevivido


a su destrucción, lo que ha quedado en ruinas.
Y así, las ruinas nos darían el punto de identi­
dad entre el vivir personal —entre la personal his­
toria— y la historia. Persona es lo que ha sobrevi­
vido a la destrucción de todo en su vida y aún
deja entrever que, de su propia vida, un sentido
superior a los hechos les hace cobrar significación
y conformarse en una imagen, la afirmación de una
libertad imperecedera a través de la imposición de
las circunstancias, en la cárcel de las situaciones.
L a contemplación de las ruinas ha producido
siempre una peculiar fascinación, sólo explicable
si es que en ella se contiene algún secreto de la
vida, de la tragedia que es vivir humanamente y de
aquello que alienta en su fondo; de algún ensueño
de libertad aprisionado en la conciencia y que,
sólo ante la contemplación de algo que objetiva­
mente lo representa, se atreve a aflorar, de un en­
sueño, necesitado como todos los que se refieren
a nuestro secreto —a nuestro humano secreto— de
la catharsis de la contemplación. Y las ruinas pro­
ducen una fascinación derivada de ser algo raro:
una tragedia, mas sin autor. U na tragedia cuyo au­
tor es simplemente el tiempo; nadie la ha hecho,
se ha hecho.
Las ruinas nos ofrecen la imagen de nuestra se­
creta esperanza en un punto de identidad entre
nuestra vida personal y la histórica. . . Un edifi­
cio venido a menos no es, sin más, una ruina.
Algo alcanza la categoría de ruina cuando su de­
rrumbe material sirve de soporte a un sentido que
se extiende triunfador; supervivencia, no ya de lo
que fue, sino de lo que tío alcanzó a ser. Por las
ruinas se aparece ante nosotros la perspectiva del
tiempo, de un tiempo concreto, vivido, que se pro­
longa hasta nosotros y aún prosigue. L a vida de las
ruinas es indefinida y más que ningún otro es­
252 LOS PROCESOS DE LO DIVINO

pectáculo despierta en el ánimo de quien las con­


templa la impresión de una infinitud que se des­
arrolla en el tiempo; tiempo que es el transcurrir
de una tragedia que se hace por sí misma. Tiem po
de un pasado que lo sigue siendo, que se actualiza
como pasado y que muestra, al par, un futuro que
nunca fue; caído en el ayer y que lo trasciende,
que sólo puede hacerse sensible haciéndonos pade­
cer. Y padecemos aun el futuro que nunca fue
presente.
Mas, en la contemplación de las ruinas, la "fá­
bula” , el argumento, tan decisivo en la tragedia,
apenas tiene lugar. El suceso histórico, cuya memo­
ria está unida a su presencia, no llena la pasión
del espectador. L a relación entre el suceso histó­
rico y el “ pasar” simple, de que las ruinas son el
sensible testimonio, difiere de la relación entre
la fábula trágica y el pasar que también se hace
ostensible en toda tragedia. Aquí el tránsito puro
está casi lleno y la emoción parece surgir por en­
tero de la fábula misma: el misterio del tránsito,
del transcurrir de la vida, queda como diluido y
su emoción forma como una envoltura de la emo­
ción concreta; queda imperceptible, a manera de
un horizonte.
Pues, en el "comprender padeciendo” , que es
la tragedia clásica, hay también un horizonte que
no es el solo privilegio del conocimiento, por visión
objetiva, la simple compasión ante la fábula trá­
gica no alcanza los episodios de la vida cotidiana,
sino en los excepcionales casos en que encuentren
a alguien —desconocido autor— cuya conciencia
sitúe al episodio en un horizonte. F.1 autor de la
tragedia, el poeta, ha llevado la fábula a un ho­
rizonte que se hace sensible, que envuelve al espec­
tador y le conduce desde su estrecho mundo pri­
vado a un lugar donde todas las cosas humanas son
propias; donde nada es extraño; le sitúa en el
LAS RUINAS 253

ancho horizonte de la vida real y posible, de toda


la vida, sueño y delirio incluidos; le hace ser por
momentos, no el sujeto de su pequeña vida par­
ticular, sino el sujeto de la vida humana, sin m á s ...
Y de ahí esa apertura del ánimo, ese ensancha­
miento que adviene en el padecer de la tragedia, y
la purificación que no es sino el resultado de haber
asumido, por simpatía que llega a los linderos de
la visión, el padecer no sólo del protagonista, sino
de cualquier posible padecer.
En la contemplación de las ruinas, el argumento
se reduce al mínimo y deja visible en toda su am­
plitud el horizonte, el tránsito de las cosas de la
vida; es el raro privilegio de que gozan y que es
causa de su fascinación. Tam bién las cosas gasta­
das muestran el paso del tiempo y en el caso de un
objeto usado por el hombre algo más: la huella,
siempre misteriosa, de una vida humana grabada
en su materia. Un cepillo usado, un zapato viejo,
un traje raído, casi llegan a alcanzar la categoría
de ruina. Porque ruina es solamente la traza de
algo humano vencido y luego vencedor del paso
del tiempo.
Lo arruinado lo está por el “ transcurrir del
tiempo”. Pero ¿qué es ese algo arruinado? algo, ¿el
qué? Algo que nunca fue enteramente visible; la
ruina guarda la huella de algo que aun cuando el
edificio estaba intacto no aparecía en su entera ple­
nitud. Entre todas las ruinas la que más conmue­
ve es la de un templo. Y es que el templo es,
entre todo lo que el hombre ha edificado, aquello
que m ás rebasa de su forma, por perfecta, por ade­
cuada que sea. T odo templo, por grande que sea
su belleza, tiene algo de intento frustrado, y cuan­
do está en ruinas parece ser más perfecta, auténti­
camente un templo; parece responder entonces ade­
cuadamente a su función. U n templo en ruinas
es el templo perfecto y al par la ruina perfecta.
254 LOS PROCESOS DE LO DIVINO

Y aún más: toda ruina tiene algo de templo; es


por lo pronto un lugar sagrado. Lugar sagrado
porque encarna la ligazón inexorable de la vida
con la muerte; el abatimiento de lo que el hom­
bre orgullosamente ha edificado, vencido ya, y la
supervivencia de aquello que no pudo alcanzar en
la edificación: la realidad perenne de lo frustra­
do; la victoria del fracaso.
De toda ruina emana algo divino, algo divino
que brota de la misma entraña de la vida humana;
algo que nace del propio vivir humano cuando se
despliega en toda su plenitud sin que haya venido
a posarse como regalo concedido de lo alto; algo
ganado por haber apurado la esperanza en su ex­
tremo límite y soportado su fracaso y aun su muer­
te: el algo que queda del todo que pasa.
N o hay ruina sin vida vegetal; sin yedra, musgo
o jaramago que brote en la rendija de la piedra,
confundida con el lagarto, como un delirio de la
vida que nace de la muerte. L a ruina nítidamen­
te conservada, aislada de la vida, adquiere un ca­
rácter monstruoso; ha perdido ttxla su significación
y sólo muestra la incuria o algo peor; parece ser el
resto de un crimen; al concretarse la ruina, se con­
creta su autor V se le busca un nombre: “esto lo
h i z o ...” . Sólo el abandono y la vida vegetal na­
ciendo al par de la piedra y de la tierra que la
rodea, abrazándola, invitándola a hundirse en ella
dejando su fatiga, hace que la ruina sea lo que ha
de ser: un lugar sagrado.
Lugar sagrado donde el tiempo transcurre con
otro ritmo que el que rige más allá, a unos me­
tros tan sólo, donde la actualidad se agita. La pre­
sencia de la muerte-vida lo define todo: los pinos,
los ci preses, cualquier mato jo, adquieren el carác­
ter de símbolo de una vida pura, nacida de la
muerte en su desnuda fuerza transformadora. La
historia se ha hundido en la naturaleza y aun la
LAS RUINAS 255

sirve de pasto como en un sacrificio ritual. El desa­


fío que toda obra humana presenta ante lo hecho
por la mano de Dios ha desaparecido y ya la obra
humana se ha avenido a entrar en la naturaleza, en
su orden en igm ático... T od a edificación ha sido
arrasadora; todo lo que se alza |x>r la mano del
hombre ha creado un vacío en la plenitud de la
naturaleza; al alzarse sobre la tierra la humilla con
la pretensión de un orden extraño, soberbio; es
una verdadera suplantación. Sabiéndolo así, todas
las vieias religiones ofrecían sacrificios aplacato-
rios al lugar expropiado y aun más: una vida hu­
mana a veces quedaba prisionera de los-cimientos,
arrojada en pasto a “ los dueños del lugar ’. L a ve­
getación que crece entre las ruinas con ímpetu in­
igualable es la pacífica revancha de la tierra humi­
llada. Destrucción de lo humano en que la espe­
ranza ha quedado liberada, mientras que lo mate­
rial, la "obra” , se restituye a la vida elemental de
la tierra. L o humano ha quedado aniquilado y de
su integración ha nacido la esperanza convertida
en libertad: un soplo divino agente de la obra y su
prisionero a la vez. Y la pacificación de la natu­
raleza a través de la vida que toma su alimento
de lo que un día fuera su enemigo.
Así, las ruinas vienen a ser la imagen acabada
del sueño que anida en lo más hondo de la vida
humana, de todo hombre: que al final de sus pade-
ceres algo suyo volverá a la tierra a proseguir ina­
cabablemente el ciclo vida-muerte y que algo esca­
pará liberándose y quedándose al mismo tiempo,
que tal es la condición de lo divino.
Prólogo a la segunda edición . . ................... 9

Introducción ......................................................... 13

I. E l hom bre y l o d iv in o

Del nacimiento de los dioses.......................... 27


De los dioses griegos ............................................ 44
L a disputa entre la Filosofía y la Poesía so­
bre los dioses ................................................. 66
L a condenación aristotélica de los pitagóri­
cos ..................................................................... 78
T res dioses ......................................................... 125
“ Dios ha muerto” ................................................ 134
El delirio del superhombre ........................... 153
L a últim a aparición de lo sagrado: la nada . 174

II. E l trato con lo d iv in o : la p ie d a d

Sinopsis de la piedad .................................... 191


¿Qué es la piedad? ............ 200
L a tragedia, oficio de la piedad ............... 216

III. L os pr o c eso s de lo d iv in o

De la paganización ............................................ 229


Las ruinas ..................................................... 246
Para una historia del amor ............................ 256
El infierno terrestre: la envidia ................... 277
411
412 ÍNDICE

El futuro, dios desconocido ................................ 296


L a huella del paraíso ........................................ 306

IV. Los T E M PLO S Y L A M U E R TE EN LA ANTIGUA


G recia

El templo y sus caminos .................................... 321


Apolo en Delfos ................................................. 336
Eleusis .................................................................... 357
L a máscara de Agamenón ................................ 366
L a estela ................................................................ 373
In memoriam: el vaso de Atenas ................... 375

V. En la tr a d ic ió n ju d e o - c r is tia n a

El Libro de Jo b y el pájaro ............................ 385

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