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o viciosa?
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o-viciosa.html
Iván Jaramillo
Corrientes claras
En un artículo anterior de Razón Pública, dedicado a la crisis de la salud, había sostenido que
“la Constitución de 1991 fue un pacto implícito entre neoliberales y socialdemócratas,
entendidas ambas como corrientes ideológicas suprapartidistas bien caracterizadas y cuyos
representantes eran identificables”.
En efecto,
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En este sentido, en 1986 Luis Carlos Galán dictó una concurrida conferencia donde explicó
que el Estado central debería someterse inevitablemente a una “dieta”: o perdía peso
entregando funciones a los particulares y por lo tanto al mercado (esencia del neoliberalismo),
o lo hacía entregando competencias y recursos a las entidades subnacionales (esencia de la
descentralización y de la democracia participativa); el jefe del Nuevo Liberalismo concluyó que
pare él era preferible la segunda alternativa.
Pedazos de Constitución
Ambas corrientes de pensamiento encarnaban en Colombia factores de poder que habrían de
enfrentarse por un pedazo de Constitución, como dijera Ferdinand Lassalle, y si bien ambas
ideologías ya habían hecho camino dejando su impronta a lo largo de los diez años anteriores,
con la Constitución lograron su máxima consagración:
El neoliberalismo
Mientras muchos analistas destacan la presencia del espíritu neoliberal en la autonomía del
Banco de la Republica y en las facilidades constitucionales otorgadas para la apertura
económica, no ha sido tan profundo el análisis de los artículos 48, 355 y 365 en los cuales,
como parte de la dieta de adelgazamiento, la Constitución entrega la prestación de los
servicios públicos y sociales a particulares, es decir, al mercado, abriendo así viabilidad y
cobertura a la futura ley 100 de 1993 y en general facilitando el desmonte de las entidades
públicas prestadoras de servicios, como habían sido el Instituto del Seguro Social (ISS), el
Instituto de Crédito Territorial (ICT) o los hospitales y colegios de origen estatal.
La descentralización
Este raponazo a las finanzas nacionales –que aplaudo de paso– tomó por sorpresa a los
neoliberales y el artículo 357, donde el gobierno había propuesto fijar un techo o un máximo
de 14 por ciento de los ingresos corrientes para transferir a los entes territoriales, se modificó
para establecer un piso o un mínimo del 22 por ciento en el año 2001.
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Ahí metieron mano algunos constituyentes como Carlos Rodado, Jaime Castro y Gustavo
Zafra, agregando la palabreja “mínimo”, e incluso tratando de cerrar con candado el proceso
mediante la redacción del artículo 358, que introdujo en la Carta una extraña definición
contable con el fin de evitar la historia de la reforma del 68, cuando el concepto de “ingresos
ordinarios” fue interpretado de manera de reducir las transferencias.
Hondas consecuencias
Este pequeño detalle ha sido en gran medida responsable de la fortaleza financiera de los
municipios y departamentos, de cubrir con el Régimen Subsidiado de Salud a 23 millones de
colombianos o de elevar la cobertura educativa a casi el 100 por ciento, aunque también para
otros es el gran responsable del desplome de las finanzas públicas bajo el gobierno Pastrana
a fines de los 90, que de paso permitió consagrar a Santos como el padre de los recortes a las
transferencias territoriales y el “salvador” de las finanzas públicas.
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Puede decirse entonces que el Estado de Bienestar no se derrumbó, sino que pasó de ser un
modelo centrado en la oferta a otro centrado en la demanda.
Por eso los socialdemócratas, quizás de manera cómplice al no defender la prestación estatal
de servicios públicos y sociales, pero sí promover los derechos individuales a la vivienda, a la
salud y con menor intensidad a la educación, indujeron un novedoso cambio de los
denominados subsidios de oferta por los subsidios a la demanda.
Los criterios para definir la línea divisoria fueron establecidos en el artículo 357, el cual
precisa que los recursos de participación deberán ir en un 60 por ciento a la población con
Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) y bajo la línea de pobreza y el otro 40 por ciento,
por eficiencia administrativa y calidad de vida, delegando en la ley su regulación, lo que a la
postre generaría el SISBEN, mediante las leyes 60 y 715.
Como complemento necesario, el artículo 355 prohibió los subsidios de oferta a las entidades
privadas (eliminó así los “auxilios” a fundaciones, ONG) pero las autorizó a participar del
mercado de los subsidios a la demanda; así mismo los artículos 48 y 365 eliminaron los
subsidios a la oferta para las entidades y empresas públicas, pero las introdujo en un
novedoso mercado de competencia público-privada con subsidios a la demanda, para
garantizar el goce efectivo de los derechos.
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menos, favoreciendo la corrupción en un contexto de descentralización en medio de la
violencia, que agrava los defectos del neoliberalismo.
[1] Hasta el punto de que más tarde, siendo Ministro de Salud, abrazó con entusiasmo la idea
de cerrar los hospitales públicos, a cambio de entregar un “bono” de salud a los más pobres
para comprar servicios en el sector privado (figura esta que habría de plasmarse en el
llamado Régimen Subsidiado de Salud)”.
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