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La Constitución de 1839

En la tercera década del siglo pasado, en medio de un deteriorado aparato


productivo, una economía nacional postrada y un Estado incapacitado de controlar
políticamente el territorio, alternaron el gobierno, por sublevación militar Antonio
Gutiérrez de la Fuente y Agustín Gamarra y, por delegación, Andrés Reyes, Manuel
Tellería y José Braulio del Campo Redondo.
De ellos, fue Agustín Gamarra quien llamó a un
Congreso General en 1839 a realizarse en
Huancayo. Dicho Congreso estuvo influenciado
por el antagonismo entre Gamarra y Santa Cruz
en relación al conflicto de la Confederación
Perú-Boliviana. La Constitución se elaboró y
discutió en breve tiempo y fue muy impactada
por la coyuntura política. Si las Asambleas
Constituyentes de 1823, 1828 y 1834 fueron
liberales, la de 1839 capituló ante el
militarismo. Sin embargo, con sus quince años
de vida, duró más que las anteriores.

Entre los aspectos políticos a destacar de la


Constitución de 1839 se encontraban: el
espíritu anti-confederativo, al sostener que se prohibía celebrar cualquier pacto que
se oponga a la independencia y unidad nacional; los diputados serían elegidos por
los colegios electorales, siempre que tengan más de treinta años de edad, sean
ciudadanos y tengan renta, representando a la provincia por cada treinta mil
habitantes; se renovaba la cámara por tercios, cada dos años; para ser senador se
requería tener cuarenta años, ciudadano en ejercicio y tener renta; la cámara de
senadores se componía de veintiún representantes de departamentos y se renovaba
por mitades cada cuatro años; las cámaras calificaban las elecciones de sus
respectivos miembros. No había un poder independiente que se hiciera cargo de
esta función; el jefe del gobierno era el presidente de la república. Se ampliaba su
período de gobierno de cuatro a seis años; el presidente era elegido en forma
indirecta, mediante colegios electorales; en caso de empate, el congreso elegía entre
las tres más altas votaciones; se prohibía la reelección; por su carácter fuertemente
autoritario y centralista, la constitución de 1839 suprimió las municipalidades,
encargándose el poder local al prefecto.

Pese a los cambios suscitados en el marco constitucional, la mayoría de gobiernos


se sucedieron sin cumplir dicho mandato y gran parte de los peruanos se
mantuvieron al margen de una participación política efectiva. En lo económico, en
los primeros años de la década del 40, cuando las guerras civiles sacudieron al país,
el Perú comenzó a experimentar un repunte en volumen y en los precios de sus
exportaciones, en su mayor parte destinados a Inglaterra y Francia, restableciendo
de esta manera sus conexiones con la economía europea. Esto se vio estimulado por
la explotación del guano como producto de gran demanda internacional. Las
concesiones comerciales, los compromisos con sectores de la burguesía comercial
que se enriquecieron a costa del Estado y las continuas guerras civiles (Vivanco,
Domingo Nieto, Domingo Elías, Ramón Castilla, Rufino Echenique) llevaron a perder
la posibilidad de reconstruir el país sobre una base programáticas que las
constituciones fueron incapaces de expresar.

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