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2018- I
LA IGLESIA CRISTIANA EN LA EDAD MEDIA
La historia del cristianismo durante la Edad Media abarca los hechos relacionados con el
cristianismo desde la caída del Imperio romano de Occidente (c. 476) hasta la reforma
protestante (s. xvi), que es cuando se considera que comienza el cristianismo moderno.
Este período de la historia coincide con lo que se conoce como Edad Media.
Hace unos mil años casi toda Europa Occidental empezó a llamarse la cristiandad, porque
todos sus reinos acataban la autoridad del Papa y todos sus habitantes profesaban el
cristianismo. Todos los territorios cristianos se consideraban un único imperio y sus
figuras más importantes eran el Papa y el emperador. La Iglesia era entonces muy
poderosa; los obispos y los abades poseían grandes extensiones de tierra; los clérigos,
que eran casi las únicas personas cultas, se encargaban de educar a los jóvenes, socorrían
a los pobres y era los principales consejeros de los reyes.
En conclusión una de las características de esta época fue la profunda religiosidad,
aunque existían otros credos, en el siglo XI, Europa era en gran parte cristiana.
Más allá de las fronteras que separaban los reinos europeos nació un nuevo concepto de
unión: la cristiandad.
CRISTIANISMO vs. ISLAM
Durante seis días, los dos ejércitos se vigilaron con sólo escaramuzas menores. Ninguno
de los dos quería atacar. Los francos estaban bien equipados para el frío y tenían la
ventaja del terreno. Los árabes no estaban tan bien preparados para el frío, pero no
querían atacar al ejército franco. La batalla empezó el séptimo día, puesto que al-Gafiki
no quería posponer la batalla indefinidamente.
Según una fuente franca, la batalla duró un día —según las fuentes árabes, dos. Cuando
se extendió entre el ejército árabe el rumor de que la caballería franca amenazaba el
botín que habían tomado en Burdeos, muchos de ellos volvieron a su campamento. Esto le
pareció al resto del ejército musulmán una retirada en toda regla, y pronto lo fue.
Mientras intentaba frenar la retirada, al-Gafiki fue rodeado y finalmente muerto. En lo
que fue la carga definitiva de la caballería del Duque Odón, que aguardaba oculta en los
bosques al norte de la posición del cuadro de Carlos Martel, resultando un movimiento
envolvente a la manera de los ejércitos francos, como si de un martillo contra un yunque
se tratara, acabando con toda posibilidad de reagruparse del ejército enemigo. Los
musulmanes supervivientes regresaron a su campamento.
Al día siguiente, cuando los musulmanes abandonaron la batalla, los francos temieron
una emboscada. Sólo tras un reconocimiento exhaustivo del campamento musulmán por
parte de los soldados francos se descubrió que los musulmanes se habían retirado
durante la noche.
CRUZADAS
Las cruzadas fueron una serie de campañas militares impulsadas por el papa y llevadas a
cabo por gran parte de la Europa latina cristiana, principalmente por la Francia de los
Capetos y el Sacro Imperio Romano. Las cruzadas, con el objetivo específico inicial de
restablecer el control apostólico romano sobre Tierra Santa, se libraron durante un
período de casi doscientos años, entre 1096 y 1291. Más adelante, otras campañas en
España y Europa Oriental, de las que algunas no vieron su final hasta el siglo XV,
recibieron la misma calificación. Las cruzadas fueron sostenidas principalmente contra los
musulmanes, aunque también contra los eslavos paganos, judíos, cristianos ortodoxos
griegos y rusos, mongoles, cátaros, husitas, valdense, prusianos y contra enemigos
políticos de los papas. Los cruzados tomaban votos y se les concedía indulgencia por los
pecados del pasado.
Acerca de los motivos:
Las cruzadas fueron expediciones emprendidas en cumplimiento de un solemne voto
para liberar los Lugares Santos de la dominación musulmana. Se iniciaron en 1095,
cuando el emperador bizantino Alejo I solicitó protección para los cristianos de oriente al
papa Urbano II, quien en el concilio de Clermont inició la predicación de la cruzada. Al
terminar su alocución con la frase del Evangelio «renuncia a ti mismo, toma tu cruz, y
sígueme» (Mateo 16:24), la multitud, entusiasmada, manifestó ruidosamente su
aprobación con el grito Deus lo vult, o Dios lo quiere.
PRIMERA CRUZADA
Gregorio VII fue uno de los papas que más abiertamente apoyó la cruzada contra el islam
en la península ibérica13 y quien, a la vista de los éxitos conseguidos, concibió utilizarla
en Asia Menor para proteger a Bizancio de las invasiones turcomanas.14
Su sucesor, Urbano II, fue quien la puso en práctica. El llamamiento formal tuvo lugar en
el penúltimo día del Concilio de Clermont (Francia), el martes 27 de noviembre de 1095.
En una sesión pública extraordinaria celebrada fuera de la catedral, el papa se dirigió a la
multitud de religiosos y laicos congregados para comunicarles una noticia muy especial.
Haciendo gala de sus dotes de orador, expuso la necesidad de que los cristianos de
Occidente se comprometieran a una guerra santa contra los turcos, que estaban
ejerciendo violencia sobre los reinos cristianos de Oriente y maltratando a los peregrinos
que iban a Jerusalén. Prometió remisión de los pecados para quienes acudieran, una
misión a la altura de las exigencias de Dios y una alternativa esperanzadora para la
desgraciada y pecaminosa vida terrenal que llevaban. Deberían estar listos para partir al
verano siguiente y contarían con la guía divina. La multitud respondió apasionadamente
con gritos de Deus lo vult ('¡Dios lo quiere!') y un gran número de los presentes se
arrodillaron ante el papa solicitando su bendición para unirse a la sagrada campaña… La
primera cruzada (1095-1099) había comenzado.
La predicación de Urbano II puso en marcha en primer lugar a multitud de gente humilde,
dirigida por el predicador Pedro de Amiens el Ermitaño y algunos caballeros franceses.
Este grupo formó la llamada cruzada popular, cruzada de los pobres o cruzada de Pedro
el Ermitaño. De forma desorganizada se dirigieron hacia Oriente, provocando matanzas
de judíos a su paso. En marzo de 1096 los ejércitos del rey Colomán de Hungría (sobrino
del recientemente fallecido rey Ladislao I de Hungría) repelerían a los caballeros
franceses de Valter Gauthier quienes entraron en territorio húngaro causando
numerosos robos y matanzas en las cercanías de la ciudad de Zimony. Posteriormente
entraría el ejército de Pedro de Amiens, el cual sería escoltado por las fuerzas húngaras
de Colomán. Sin embargo, luego de que los cruzados de Amiens atacasen a los soldados
escoltas y matasen a cerca de 4000 húngaros, los ejércitos del rey Colomán mantendrían
una actitud hostil contra los cruzados que atravesaban el reino vía Bizancio.
Con esta conquista finalizó la primera cruzada, y muchos cruzados retornaron a sus
países. El resto se quedó para consolidar la posesión de los territorios recién
conquistados. Junto al Reino de Jerusalén (dirigido inicialmente por Godofredo de
Bouillón, que tomó el título de Defensor del Santo Sepulcro) y al principado de Antioquía,
se crearon además los condados de Edesa (actual Urfa, en Turquía) y Trípoli (en el actual
Líbano).
Tras estos éxitos iniciales se produjo una oleada de nuevos combatientes que formaron la
llamada cruzada de 1101. Sin embargo, esta expedición, dividida en tres grupos, fue
derrotada por los turcos cuando intentaron atravesar Anatolia. Este desastre apagó los
espíritus cruzados durante algunos años.
SEGUNDA CRUZADA
Gracias a la división de los Estados musulmanes, los Estados latinos (o francos, como eran
conocidos por los árabes), consiguieron establecerse y perdurar. Los dos primeros reyes de
Jerusalén, Balduino I y Balduino II fueron gobernantes capaces de expandir su reino a toda la
zona situada entre el Mediterráneo y el Jordán, e incluso más allá. Rápidamente, se adaptaron al
cambiante sistema de alianzas locales y llegaron a combatir junto a estados musulmanes en
contra de enemigos que, además de musulmanes, contaban entre sus filas con guerreros
cristianos.
Sin embargo, a medida que el espíritu de cruzada iba decayendo entre los francos, cada vez más
cómodos en su nuevo estilo de vida, entre los musulmanes iba creciendo el espíritu de yihad o
guerra santa agitado por los predicadores contra sus impíos gobernantes, capaces de tolerar la
presencia cristiana en Jerusalén e incluso de aliarse con sus reyes. Este sentimiento fue
explotado por una serie de caudillos que consiguieron unificar los distintos estados musulmanes
y lanzarse a la conquista de los reinos cristianos.
El primero de estos fue Zengi, gobernador de Mosul y de Alepo, que en 1144 conquistó Edesa,
liquidando el primero de los Estados francos. Como respuesta a esta conquista, que puso de
manifiesto la debilidad de los Estados cruzados, el papa Eugenio III, a través de Bernardo, abad
de Claraval (famoso predicador, autor de la regla de los templarios) predicó en diciembre de
1145 la segunda cruzada.
A diferencia de la primera, en esta participaron reyes de la cristiandad, encabezados por Luis VII
de Francia (acompañado de su esposa, Leonor de Aquitania) y por el emperador germánico
Conrado III. Los desacuerdos entre franceses y alemanes, así como con los bizantinos, fueron
constantes en toda la expedición. Cuando ambos reyes llegaron a Tierra Santa (por separado)
decidieron que Edesa era un objetivo poco importante y marcharon hacia Jerusalén. Desde allí,
para desesperación del rey Balduino III, en lugar de enfrentarse a Nur al-Din (hijo y sucesor de
Zengi), eligieron atacar Damasco, estado independiente y aliado del rey de Jerusalén.
La expedición fue un fracaso, ya que tras solo una semana de asedio infructuoso, los ejércitos
cruzados se retiraron y volvieron a sus países. Con este ataque inútil consiguieron que Damasco
cayera en manos de Nur al-Din, que progresivamente iba cercando los Estados francos. Más
tarde, el ataque de Balduino II a Egipto iba a provocar la intervención de Nur al-Din en la
frontera sur del reino de Jerusalén, preparando el camino para el fin del reino y la convocatoria
de la tercera cruzada.
TERCERA CRUZADA
La tercera cruzada (1187-1191), también conocida como la Cruzada de los Reyes, fue un intento
de los líderes europeos para reconquistar la Tierra Santa de manos de Salah ad-Din Yusuf ibn
Ayyub, conocido en español como Saladino. Fue un éxito parcial, pero no llegó a su objetivo
último: la conquista de Jerusalén.
Tras el fracaso de la segunda cruzada, la dinastía Zengida controló una Siria unida y
comprometida en un conflicto con los gobernantes fatimíes de Egipto, que finalmente dio lugar
a la unificación de las fuerzas egipcias y sirias bajo el mando de Saladino, que los empleó para
reducir la presencia cristiana en Tierra Santa y recuperar Jerusalén en 1187. Estimulado por el
celo religioso, Enrique II de Inglaterra y Felipe II de Francia pusieron fin a su conflicto para llevar
una nueva cruzada, aunque la muerte de Enrique en 1189 dejó a los ingleses bajo el gobierno de
Ricardo Corazón de León en su lugar. El emperador del Sacro Imperio Romano Germánico
Federico Barbarroja respondió a la llamada a las armas y dirigió un ejército poderoso a través de
Anatolia, pero se ahogó antes de llegar a la Tierra Santa. Muchos de sus soldados desanimados
volvieron a sus casas.
Para intentar cumplir las promesas que había hecho a venecianos y cruzados, Alejo se vio
obligado a recaudar nuevos impuestos. Se había comprometido también a conseguir que el
clero ortodoxo aceptase la supremacía de Roma y adoptase el rito latino, pero se encontró con
una fuerte resistencia. Confiscó algunos objetos eclesiásticos de plata para pagar a los
venecianos, pero no era suficiente. Durante el resto del año 1203, la situación fue volviéndose
más y más tensa: por un lado, los cruzados estaban impacientes por ver cumplidas las promesas
de Alejo; por otro, sus súbditos estaban cada vez más descontentos con el nuevo emperador. A
esto se unían los frecuentes enfrentamientos callejeros entre cruzados y bizantinos.
El yerno de Alejo III, también llamado Alejo, se convirtió en el cabecilla de los descontentos y
organizó, en enero de 1204, un tumulto que no tuvo consecuencias. En febrero, los cruzados
dieron un ultimátum a Alejo IV, quien se confesó impotente para cumplir sus promesas. Estalló
una sublevación que, tras algunas vicisitudes, entronizó a Alejo V Ducas. Alejo IV fue
estrangulado en una mazmorra, y su padre Isaac II murió poco después en prisión.
LA INQUISICIÓN
Primeros Indicios
La represión sangrienta de la herejía no arranca de los Pontífices, sino de los príncipes seculares;
no del Derecho canónico, sino del civil.
Un emperador pagano, es el primero que ataca la herejía y se le puede considerar como el
iniciador de la Inquisición. Diocleciano, así como perseguidor sañudamente a los discípulos de
Cristo, del mismo modo trató de exterminar a los maniqueos con un decreto del año 287,
registrado en el Código teodosiano, según el cual "los jefes serán quemados con sus libros; los
discípulos serán condenados a muerte o a trabajos forzados en minas". Este decreto lo agravará
en cierto modo Justiniano, al decretar, en 487 o 510, pena de muerte contra todo maniqueo
donde quiera que se le encuentre, siendo así que el Código teodosiano tan sólo condenaba al
ostracismo.
Constantino el Grande les confisco los bienes a los donatistas y los condenó al destierro en 316;
al hereje Arrio y a los obispos que rehusaron suscribir el símbolo de Nicea los desterró. El gran
Teodosio amenazó con castigos a todos los herejes en el 380, prohibió sus conventículos en el
381, quitó a los apolinaristas en 388, a los eunomianos y maniqueos en el 389, el derecho de
heredar e impuso la pena capital a los encratitas y a otros herejes en el 382, leyes confirmadas
por Arcadio en el 395, por Honorio en 407, por Valentiniano III en el 428, a las que Teodosio II,
Marciano y Justiniano I añadieron otras, declarando infames a los herejes y condenándolos al
destierro, privación de los derechos civiles y confiscar sus bienes.
Los emperadores bizantinos del siglo IX dictaron severísimas leyes contra los paulicianos; y Alejo
Comneno al fin de su reinado, mandó buscar al jefe de los bogomilos, Basilio, y a sus secuaces;
muchos de éstos fueron encarcelados y aquél quemado en la hoguera.
En Occidente, tal vez porque no surgieron sectas de tipo popular y sedicioso hasta el siglo XI, no
tuvieron que padecer mucho los herejes.
Justificación de la Inquisición
Según Villoslada, los príncipes y reyes vivían profundamente la fe religiosa de sus pueblos, los
cuales no toleraban la disensión en lo más sagrado y fundamental de sus creencias. Y esto no se
atribuye a fanatismo propio y exclusivo de la Edad Media.
Todos los pueblos de la tierra, mientras han tenido fe y religión, antes de ser victimas del
escepticismo o del indiferentismo, igual en Atenas que en Roma, en las tribus bárbaras que en
los grandes imperios asiáticos, han dictado la pena de muerte contra aquellos que blasfeman de
Dios y rechazan el culto legítimo.
Algunos cronistas medievales refieren muchos casos en que el pueblo exigía la muerte del
hereje y no toleraba que las autoridades, por ejemplo aquel que cuenta Guillermo Norgent:
descubiertos en Soissons en 1114 algunos herejes, y no sabiendo qué hacer el obispo Lisardo de
Chálons, dirigiéndose en busca de consejo al concilio de Beauvais; en su ausencia asaltó el
pueblo la cárcel y, "clericales veneres mollitiem", sacó fuera de la ciudad a los herejes detenidos
y los abrasó entre las llamas
LA REFORMA PROTESTANTE
Se conoce como Reforma protestante, o simplemente la Reforma, al movimiento
religioso cristiano, iniciado en Alemania en el siglo XVI por Martín Lutero, que llevó a un
cisma de la Iglesia católica para dar origen a numerosas iglesias agrupadas bajo la
denominación de protestantismo.
La Reforma tuvo su origen en las críticas y propuestas con las que diversos religiosos,
pensadores y políticos europeos buscaron provocar un cambio profundo y generalizado
en los usos y costumbres de la Iglesia católica, además de negar la jurisdicción del papa
sobre toda la cristiandad. El movimiento recibirá posteriormente el nombre de Reforma
protestante, por su intención inicial de reformar el catolicismo con el fin de retornar a un
cristianismo primitivo, y la importancia que tuvo la Protesta de Espira, presentada por
algunos príncipes y ciudades alemanas en 1529 contra un edicto del Emperador Carlos V
tendiente a derogar la tolerancia religiosa que había sido anteriormente concedida a los
principados alemanes.
Este movimiento hundía sus raíces en elementos de la tradición católica medieval, como
el de los Alumbrados y la reforma del Cardenal Cisneros en España,1 y también el
movimiento de la Devoción moderna en Alemania y los Países Bajos, que era una piedad
laica antieclesiástica y centrada en Cristo. Además, la segunda generación del humanismo
la siguió en gran medida. Comenzó con la predicación del sacerdote agustino Martín
Lutero, que revisó la doctrina de la Iglesia católica según el criterio de su conformidad a
las Sagradas Escrituras. En particular, rechazó la teología sacramental católica, que, según
Lutero, permitía y justificaba prácticas como la «venta de indulgencias», un secuestro del
Evangelio, el cual debía ser predicado libremente, y no vendido.