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provocar un efecto cómico, ridículo o denigrante. Ahora bien, en griego, para
puede querer decir “al lado de”, lo que sugiere mucho más un acuerdo, una
intimidad y no un contraste. Esta segunda significación –y desatendida- del prefijo
autoriza, como veremos, la extensión del alcance pragmático de la parodia.
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significación textual al menos en parte de las relaciones entre el lector y la obra.
La ironía, la parodia y la sátira no existen más que virtualmente en los textos así
codificados por el autor; pero ellas no son actualizadas más que por el lector que
satisface ciertas exigencias (de perspiscacia, de formación literaria adecuada). En
general, tal afirmación implica una competencia ideológica antes que genérica. Así
como lo explica Todorov3, esto sucede en el dominio del contexto paradigmático (y
no sintagmático) del saber compartido por los locutores y de la sociedad a la cual
ellos pertenecen. El lector que no puede captar la ironía (la parodia, la sátira) es
aquel cuya atención es de una forma u otra insuficiente. (Los problemas
planteados por la cuestión de la atención defraudada, desde el punto de vista de la
recepción como del de la intención, han sido estudiados por los teóricos alemanes
de la recepción, lo mismo que por los psicoanalistas, comenzando por Freud y su
noción del deseo de estar “concertado” con lo cómico, y hasta por Edmund
Bergler y su idea tan extravagante de una agresión sadomasoquista deliberada de
la atención del lector4).
La comprensión de la ironía, como de la parodia y de la sátira, presupone
alguna homología de valores institucionalizados, ya sean estéticos (genéricos), ya
sean sociales (ideológicos), condición que Kristeva denomina la consolidación de
la ley. Si, a menudo, es verdad que se trata aquí de una situación hermenéutica
fundada sobre las sanciones o las normas, se manifiesta inmediatamente una
paradoja: cuando se toma como ejemplo el caso de la parodia, se ve que el
género no existe más que en la medida en que ella transgreda las mismas normas
estéticas que garantizan su propia existencia bitextual. Puede que esa sea la
operación de esa misma paradoja en el plano social, la que explique el temor que
parecen padecer los regímenes totalitarios frente a ese potencial revolucionario de
la sátira. De hecho, uno se siente casi transportado al terreno de lo carnavalesco 5
3
Los géneros del discurso, Paris, Ed. du Seuil, 1978, p. 291
4
Ver Hans Robert Jauss sobre la Erwartungshorizont del lector en su Literaturgeschichte als
Provokation der Literaturwissenschaft, Konstanz, 1967, p. 35; Freud, SE, t. VIII, p.219; Bergler, The
Writer and Psychoanalysis, 2ª edición, New York, Robert Brunner, 1954, p. 225. Según Bergler,
algunos artistas modernos crean obras deliberadamente difíciles de comprender y por ese hecho
autorizan al lector a disculparse, haciéndole compartir una culpabilidad inconsciente, a saber,
aquella de una pasividad masoquista con respecto a la Madre pre-edípica.
5
Véase La Poétique de Dostoievsky, Paris, Ed. Du Seuil, 1970, p. 175. A propósito de esta noción
de censura, véase Margaret Rose, op.cit., p. 167 s.
3
cuando lee la sátira irónica de un Milan Kundera, sátira que se inscribe entre
líneas con el fin de eludir a la censura checoeslovaca.
6
“Semiótica intertextual: el interpretante”, op.cit. p. 128.
7
Introducción al architexto, op.cit. p. 84.
8
“La ironía como mención”, op.cit. p. 339-412. Para una crítica de esta perspectiva y para el
postulado de una ironía no citacional desde el punto de vista lingüístico, ver Kerbrat-Orecchioni, “La
ironía como tropo”, op.cti., p.122-123-
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ironía literaria es una mención, que reenvía al lector a los otros casos de la
expresión en el texto. A modo de ejemplo, se podría tomar en consideración el
efecto poderoso producido por el famoso verso de Marco Antonio que no es más
que un efecto sacado de un empleo único de una anti-frase – “Bruto es un hombre
honorable”- sino, al contrario, de la repetición séxtuple del verso, o de una
variante del mismo. La verdadera ironía se crea y aumenta solamente cuando
Marco Antonio ha hecho su propia designación del noble Bruto. Al estar dada la
ambigüedad del primer empleo de la frase, aquella tiene la apariencia de ser un
halago, mientras que su repetición en contextos diferentes la transforma en una
condena feroz, sin que los términos mismos hayan cambiado. La ironía antifrástica
se despliega de ese proceso de alabanza que devienen reproche, por la repetición
que efectúa la diferenciación. Entonces, es evidente que, en un contexto literario,
la ironía debe ser considerada en tanto que producto de una interacción entre una
intención evaluadora y una inversión semántica.
Como en el caso de la estructura y de la memoria genérica de la parodia, la
ironía literaria opera también en medio de la repetición y de la diferencia. Un
método exclusivamente semántico de examinar el tipo de ironía -generalmente
desplegado en la literatura-, oscurece la repetición desvalorizando la diferencia.
Sin embargo, es siempre un método crítico que continúa siendo necesario, aunque
no suficiente. No es más que a partir del reconocimiento -al mismo tiempo- de la
especificidad semántica (contraste) y pragmática (evaluación) de la ironía que se
puede remontar al origen de la confusión taxonómica que rodea a la parodia, a la
sátira, y, en conclusión, a todos los otros géneros que ponen de relieve a ese
tropo retórico.