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Fabián Sebastián González Mazo

CC 1.036.955.939
(Esto lo escribí pero todavía no tengo establecido en qué parte de la narración irá. Es
probable que sea parte del nudo)

Ascender por medio de las cuatro escaleras, caminar alrededor de 20 pasos en línea
recta, girar a la derecha y dar otros 5 pasos. El camino a la tranquilidad, aunque
obsesivamente mecanizado, no era complicado para alguien que buscaba respirar sin
apuros. No era tan dramático como el golpecito que te dan al nacer o la categórica
respuesta exigida en la ceremonia matrimonial.
Al entrar se apreciaba un gran espacio extrañamente situado al interior del espeso
bosque, como si se tratara de un trono en medio de un laberinto. Así, cuando él
ingresaba, después de haber estado a punto de extraviarse, inhalaba tanto aire como
sus pulmones lo permitían y se tiraba en el centro de aquel lugar, mirando hacia arriba
y dejando que los escasos rayos de luz tocaran su cuerpo.
Mientras yacía en la hierba, ya no tan húmeda como en la mañana, mirando hacia
arriba y sintiendo los insectos protestar bajo su espalda, pensaba en cuánto había
deseado estar allí. A su vez, maldecía por no tener las agallas suficientes para aislarse
definitivamente del mundo, para renunciar a los sueños que tanto aclamaban quienes
lo conocían. Porque eso son los sueños, decía para sí, estados utópicos que vienen
desde afuera y que misteriosamente se convierten en las motivaciones de tu propia
vida. De manera reiterada él se preguntaba cómo es que había llegado a convertirse
en un médico y, peor aún, en qué momento se había convertido en su oficio
irrenunciable.
Después de pasar alrededor de una hora tirado sobre la hierba, él levantaba el torso
de manera que quedaba sentado. Veía lucecitas parpadeando por unos pocos
segundos, miraba al frente y se dejaba caer de nuevo, como si el golpe en su espalda
simulara la acción del desfibrilador: un choque eléctrico fuerte que, ocasionalmente,
tiene la facultad de amarrarnos a la vida por un poco más de tiempo. Siempre le
pareció paradójico que él, siendo un gran médico, estuviera en busca de una curación.
Una que no logró encontrar nunca en ningún principio activo, de esos que él prescribía
día tras día con la plena convicción de que a sus pacientes les resultaría conveniente.
Iba tras una cura del tipo de aquel sitio en medio del bosque, de la humedad de la
hierba y del bondadoso frío de los árboles. Una sin contraindicaciones, sin estrictas
indicaciones.

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