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com/2017/04/10/la-relacion-entre-los-dos-mundo-doxa-y-episteme-la-alegoria-de-la-
caverna
10 de abril de 2017
En cuanto la idea del Bien es el fundamento de las demás ideas, constituye a la vez el
fundamento de todas las cosas sensibles, puesto que estas deben su ser e inteligibilidad a
las ideas: éstas son justamente el “aspecto” bajo la cual las cosas sensibles se
representan, es decir, son.
Las ideas según sabemos tienen carácter metafísico, porque representan la realidad
perfecta, verdadera, autentica, el puro ser y valor. En segundo lugar, son esencias, es
decir, lo que hace que los entes sean lo que son, aquello que hace ser a los entes, la cosa
misma en su ser más propio. En tercer lugar, son la causa, el fundamento de las cosas
sensibles. En último lugar representan su término, su fin (télos), la meta de todo lo que es,
su sentido; lo cual implica una especie de tendencia o apetencia hacia la idea, por lo que
se dice en el Fedón que todo lo sensible quiere ser como la idea, se esfuerza por copiar la
idea o asimilarse a ella.
Platón sugiere que ideas y cosas sensibles constituyen dos mundos aislados, y así
interpreto la cuestión Aristóteles, quien vio entre ambos mundos una separación; pero que
estén separados no significa, en modo alguno, que no haya relación entre uno y el otro. El
mundo inteligible representa el modelo (paradigma¹) del sensible. Pero la dificultad está en
determinar con exactitud y precisión el tipo de relación que se da entre ambos ordenes de
cosas, porque la mayor parte de las expresiones que Platón emplea tienen más carácter
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metafórico que propiamente conceptual; y no falta además la ocasión (en el Parménides)
en que el propio filósofo critica estas expresiones o giros, sin que, sin embargo, parezca
proponer otros mejores. Es este pues uno de los tantos problemas que Platón deja sin
respuestas, como estímulos quizás o interrogaciones que quedan abiertos al lector, y con
la cual sigue fiel a la actitud eminentemente problematicista de su maestro Sócrates.
No han faltado los interpretes que no admiten la separación de los dos mundos, y que
sostienen que tal separación no representa nada más que un modo de expresarse. Pero
esta teoría tropieza con ciertas dificultades, entre otras, la circunstancia de que Aristóteles,
discípulo de Platón durante casi veinte años, y que por tanto debió haber conocido bien el
punto de vista de su maestro, se expide en sentido contrario. De todas maneras, no puede
dejarse de apuntar que se trata de un problema no resuelto.
Platon se vale de una alegoría para dar forma a las teorías que se acaban de esbozar, y al
mismo tiempo para representar “dramáticamente” la condición y el destino del hombre, se
trata de la alegoría de la caverna, uno de los pasaje más famosos de la literatura filosófica.
Para comprender lo que Platón dice, conviene valerse del esquema presente.
Supongamos la ladera de una montaña, sobre la cual se abre la entrada de una caverna.
Dentro de la caverna hay dos hombres que estan sentados y encadenados, de tal manera
que no pueden girar sus cabezas o inclinarlas, sino que se ven obligados a mirar
solamente la pared que tienen a su frente, en el fondo de la caverna. A sus espaldas, y
hacia arriba, subiendo la pendiente de la caverna, hay una especie de tapia o paredilla,
detrás de la cual corre un camino por el que marchan hombres llevando sobre sus cabezas
objetos artificiales que sobre salen por encima de la tapia. Todavía más atrás y más arriba
hay una hoguera, que lanza su luz sobre estos objetos, los cuales a su vez proyectan sus
sombras sobre la pared del fondo de la caverna y a la cual miran los prisioneros. Aún más
arriba, siguiendo la pendiente, se termina por salir al mundo exterior, donde están los
árboles, los animales, los cuerpos celestes y en definitiva el sol.
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La alegoría pretende representar simbólicamente nuestra naturaleza, nuestro ser-hombres.
La situación en que se encuentran los prisioneros es la situación con que comienza
nuestra humana existencia: comenzamos estando como “dormidos”, es decir, “olvidados”
de lo que en realidad somos. Se dirá entonces que, en primera instancia, y ante todo,
vivimos en el anonimato, en el olvido de nosotros mismos, porque en nuestra vida diaria
somos, no nosotros mismos como autenticas personalidades libres, sino que nos
encontramos sometidos al poder de un tirano impersonal. En efecto, en la mayor parte de
nuestros actos no nos comportamos como personas autónomas que libremente deciden
hacer esto o lo otro, sino que hacemos lo que la “gente” hace. Se trata entonces, de
actitudes, inclusive “ideas”, que se adoptan por una especie de imposición social en que se
vive; y esa tiranía o dominación impide que llevemos una existencia auténtica, nos impide
descubrir en lo que nosotros mismos somos y ocultar nuestra verdadera realidad con la
especie de mascara que nos impone.
Nuestro objeto, puesto que nos dedicamos a la filosofía, y en general el objeto de todo
hombre que no quiere ser victima del engaño, es llegar a la verdad que se esconde tras los
fenómenos de este mundo sensible, o tras las opiniones del impersonal. Por tanto, si se
quiere alcanzar la verdad debemos empezar por eliminar el error. Por eso Sócrates había
enseñado que el método filosófico ha de comenzar con la refutación, que consiste en
purgar el alma de los falsos conocimientos que la tienen encadenada y le impiden el
acceso a la verdad; luego, ya purificada, podrá volverse así misma y reconocerse tal como
en realidad es.
Este proceso es un proceso gradual, y Platón habla simbólicamente de los paso que se
deberá seguir: primero aprenderá a discernir las sombras de las cosas exteriores a la
caverna, luego sus imágenes reflejadas, más tarde las mismas cosas, más adelante los
cuerpos celestes de noche, luego de día y finalmente el sol.
En cierto sentido aquí se encuentran una de las fallas de los sofistas: haber cometido el
error de discutir con cualquiera los temas morales, políticos o metafísicos, sin la necesaria
preparación pata ello -como quien quisiera hablar de física atómica con quienes
desconocen el álgebra elemental. Y lo que Platón dice de los sofistas quizás podría
aplicarse hoy día a las cuestione políticas, que por suponer temas éticos y metafísicos sólo
podrían abordar adecuadamente quienes tuvieran la necesaria preparación filosófica.
El sol es la cusa de todas las cosas y su vez lo que las gobiena (la palabra “principio”,
“fundamento”, tiene en griego estos dos matices, según hemos señalado anteriormente).
El sol representa la idea suprema, la idea del Bien.
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Recuerda su vida anterior y siente alegría por haberla dejado, a pesar de que en primer
momento aborrecía la nueva morada. Y a la vez siente cierto desdén y compasión por sus
compañeros que aún viven en las sombras; porque el “saber” que allí se tiene no es
verdadero saber, sino el grado inferior de la opinión (la dóxa), a saber, la imaginación o
conjetura (eikasia).
Notas y referencias.
El mito de la caverna.
Leer el Fedón.
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