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IGLESIA, SACRAMENTO DE SALVACIÓN, ES SIGNO Y ES SIGNIFICATIVA

12. La misionariedad de la Iglesia, si de verdad quiere llegar a tocar el corazón de las


personas y de la sociedad actual, exige la renovación de las estructuras pastorales para
que sean capaces de sintonizar con sus interlocutores que viven en determinadas
situaciones culturales, especialmente nuestras periferias existenciales prioritarias. La
Iglesia, desde Pentecostés, debe hablar todos los lenguajes, que la hagan cercana a todos
los seres humanos en sus circunstancias particulares. Es signo del Reino de Dios y de la
salvación, pero para ser signo eficaz, como todo sacramento, necesita ser también
significativa, es decir, remitir a esa realidad espiritual en un lenguaje comprensible y
concreto, que vincule con la realidad de la que es signo.

13. La Iglesia realiza su misión en un contexto particular que reclama la presencia salvífica
del Evangelio, para impregnarlo de la vida nueva de Cristo. Como Sacramento Universal de
Salvación, es signo porque tiene un depósito espiritual perenne que trasciende todo
contexto particular, toda realidad; a este depósito, que ha recibido por Cristo desde los
Apóstoles, ha permanecido siempre fiel y lo ha mantenido inalterable por la asistencia del
Espíritu Santo. Sin embargo, en su mismo carácter sacramental debe ser significativa para
el mundo, debe ser un signo claro de ese depósito en diversas realidades, por ello el
mensaje esencial, el depósito espiritual de la fe cristiana inalterable, debe vaciarse en
vasijas conceptuales que lo hagan comprensible y significativo para las personas concretas
que viven situaciones concretas.

14. A lo largo de la historia, la Iglesia, para cumplir fielmente su misión evangelizadora, se


ha valido de estructuras ya existentes en la sociedad, ha creado nuevas estructuras y ha
tenido que renovarlas o dejarlas porque ya no responden al tiempo, porque han perdido
validez y significatividad. Dejaron de ser útiles para la misión, e incluso han “llegado a
condicionar un dinamismo evangelizador” (EG 26). Hemos de ser conscientes de la gran
tentación de confundir lo esencial del depósito de la fe con aquello que sirve para un
tiempo determinado; con mucha facilidad podemos identificar la forma con el fondo, o
más que pensar en la misión pensamos en la autopreservación de nuestras estructuras por
comodidad o por no perder privilegios.

15. Nuestras estructuras eclesiales deben ser renovadas para que, manteniendo la
fidelidad a lo esencial, sean significativas a esta nueva realidad, marcada por acelerados
cambios que nos llevan a pensar que se trata de un cambio de época. Los obispos
mexicanos señalan, junto con el Papa Francisco, que hoy vivimos signos de una crisis
antropológica y cultural que genera megatendencias sociales 6 a las que debemos
6
Estas megatendencias, entre otras, son la multiculturalidad: No hay ya una cultura cristiana homogénea; la
Iglesia ya no es el centro de la sociedad y tiene menos poder e influencia, no puede imponer, acaso
proponer. Se nos considera una oferta más, entre otras. El subjetivismo: Se da más importancia a la
experiencia personal que a los principios doctrinales o morales. No importa lo que es bueno, sino lo que es
útil, práctico, placentero, agradable, barato. Se producen individuos aislados, indefensos, consumidores, sin
necesidad de nadie. El relativismo moral: La ética y la moral no se fundamentan en Dios, sino en el consenso
y la política correcta. Lo bueno es ahora por mayoría, lo aceptable, lo correcto; lo malo es lo que desagrada,
lo que no es placentero, lo que coarta la libertad. La cultura líquida: Mientras que la modernidad se funda en
mantener una mirada critica, para descubrir en ella los gritos de nuestra gente que anhela
una plenitud humana que no puede lograrse fuera de Aquel que es verdadero hombre y
verdadero Dios, modelo de la humanidad nueva y reconciliada, pues “el misterio del
hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (cf GS 22).

16. Ante los desafíos de esta nueva época, podemos ser tentados por el repliegue en lo
que funcionó para tiempos pasados, caer en el desánimo o en una tristeza dulzona, en el
activismo o la acedia pastoral, en el desear ser como el mundo utilizando sus criterios, en
encerrarnos en nosotros mismos y aislar las comunidades parroquiales del proceso
pastoral diocesano; nos puede llevar al descontento con todo lo que se realiza en la Iglesia,
a la lucha entre nosotros, al clericalismo: mal de males en la Iglesia.

EL CLERICALISMO, EXPRESIÓN DE UNA IGLESIA AUTORREFERENCIAL


17. La palabra clero tiene su origen en el griego kléros, que se traduce como herencia,
posesión, parte o lote, por esa razón san Jerónimo, leyendo los pasajes de la Escritura de
Nm 18,20; Dt 10,9; 18,2, a la luz de Hech 1,26, la aplicó a aquellos que entran a formar
parte de la herencia del Señor, una categoría de personas que son “parte” de la Iglesia y
ejercen en ella una función especial, con la autoridad y poder de los Apóstoles, por medio
de una consagración. Los clérigos, por ende, deben ejercer una función de servicio y de
testimonio en la Iglesia y en el mundo7.

18. Con el tiempo, se fue haciendo una distinción discriminatoria de cristianos entre los
clérigos y los laicos, a los que se les llamaba Pueblo de Dios, como si el clero, por su
función directiva, no lo fuera; por esa razón los laicos fueron paulatinamente segregados
de toda responsabilidad eclesial, teniendo un rol meramente pasivo, discente hasta caer
en el clericalismo, que es una actitud eclesial de los clérigos y de algunos laicos, por la que
se ve cualquier responsabilidad en la Iglesia como un privilegio de estamento, de clase,
verdades sólidas, fuertes, objetivas, científicas, demostrables; la posmodernidad no se puede fundamentar,
todo es líquido, pasajero, light. Hay estabilidad hasta que “me” deja de gustar o “me” conviene. No se
buscan fundamentos sino experiencias, no hay compromisos duraderos. La espiritualidad no institucional:
Se piensa que las religiones generan violencia y discriminación, por lo que se buscan experiencias religiosas
holísticas al margen de toda institución religiosa. Espiritualidad intimista e individual. Por otra parte, el
fundamentalismo religioso cobra nuevos bríos. La sensibilidad ecológica: Ha crecido la sensibilidad por el
cuidado y conservación del medio ambiente, pasando del antropocentrismo moderno al biocentrismo
posmoderno. Se ve al cristianismo como una religión antiecológica por lo que se crece en el aprecio de las
religiones orientales o ancestrales. Las Nuevas formas de vivir en familia: Está en jaque el concepto de
matrimonio y familia porque hay una gran variedad de vivir las relaciones primarias. La familia deja de ser la
transmisora natural de la fe. La pobreza creciente: El mundo está marcado por el mercado con un sistema
neoliberal; crece el número de pobres sin poder satisfacer sus necesidades más básicas. Esto genera el
comercio informal o el enlistarse al crimen organizado. El deterioro del tejido social: La pobreza ha generado
una escalada muy grave de corrupción y de violencia. Se han diversificado las acciones del crimen
organizado: narcotráfico, secuestro, trata de blancas, cobro de plaza, robo y venta de productos, etc. ante la
mirada abúlica de las autoridades. No hay estado de derecho porque sentimos estar en el filo de la navaja
entre el poder corrupto de la autoridad o el poder violento del crimen, lo que genera miedo, inseguridad,
descontento, muerte. Cf PGP 27-42. L. CASALÁ, ¿Tendremos la audacia? Transfiguremos la Iglesia, Madrid,
2016, 19-31.
7
Cf K. RAHNER – H. VORGRIMLER, “Clergé” en Petit Dictionnaire de Théologie Catolique, Paris, 1970, 76.
donde se busca más servirse de la Iglesia que servirla, querer ser “señores”, “amos”,
“dueños” y no servidores o administradores. En el clericalismo desaparece la intención de
Jesús y la búsqueda de su Reino, por ello el Papa Francisco lo ve como el mal más
pernicioso para la misionariedad de la Iglesia, como la enfermedad eclesial más grave.

19. El clericalismo es hipocresía farisaica porque resulta ser una caricatura del ministerio
ordenado, limita el horizonte, coarta las iniciativas del Espíritu, apaga el fuego profético de
la Iglesia, silencia y excluye a los que no piensan igual, se olvida de la visibilidad y de la
sacramentalidad de la Iglesia, genera narcisismo que conduce a la mundanidad espiritual,
aleja de quienes son interlocutores de la misión especialmente de los pobres, engendra
actitudes empresariales y búsqueda de status económico, usa la misión para fines
terrenos, forja una ideologización e instrumentalización del Evangelio, pone el interés en
cosas banales y artificiales, crea un lenguaje remilgado alejado de la vida, sitúa en el rígido
esquema del legalismo, es un obstáculo para que madure el Pueblo de Dios, empobrece el
encuentro con Cristo, hace vencer la función burocrática sobre el testimonio, aísla de la
comunidad, hace caer en el engaño y en la corrupción, deja muchos heridos, aleja a las
personas por el mal trato, amplifica la autorreferencialidad. 8

20. El clericalismo nos desvía de lo esencial a lo superficial, manifiesta que no somos


discípulos de Cristo: “Puede ocurrir que alguien desarrolle ininterrumpidamente
actividades asociacionistas en la Iglesia, y que sin embargo no sea absolutamente
cristiano”9. El clericalismo se expresa en el deseo insaciable de protagonismo, de que nos
volteen los reflectores, olvidando que no somos nosotros los protagonistas, sino apenas
pobres instrumentos de los que Dios se vale. Una actitud clericalista es el pensar, sin una
mínima autocrítica, de que estamos en proceso de conversión pastoral porque estamos de
acuerdo con el Papa, porque nos agrada lo que dice cuando exige la renovación de la Curia
Romana o es inflexible con los obispos, pero no hay ningún cambio en nuestras acciones
pastorales, nos quedamos en el discurso sin aplicación práctica, es palabra sin acción,
moción del Espíritu en la mente sin bajar al corazón y menos a la concreción práctica.

21. Otra forma de clericalismo es el esperar que se nos ordene por disposición pontificia,
episcopal o por disposición del clero, lo que hemos de hacer y cómo hemos de renovar
nuestras estructuras sin aportar lo propio, sin iniciativa, sin compromiso personal.
Clericalismo también es pensar que renovar consiste exclusivamente en la elaboración de
un plan pastoral bien pensado, correcto metodológicamente, pero sin espíritu.

22. El clericalismo tiene otra expresión en el burocratismo, en el hacer nuevos y pesados


reglamentos para todo, en hacer que se vaya de una ventanilla a otra, en hacer esperar lo
que debe ser expedito y eficaz. ¡Cuántas notarías parroquiales parecen más una aduana
que un espacio pastoral de encuentro! ¡Cuánta desconfianza y corrupción eclesial! ¡Cuánto
nepotismo favorecedor de los amigos y los cercanos!

8
Expresiones todas del Papa Francisco en diversos discursos.
9
RATZINGER, J. La Iglesia, una comunidad siempre en camino, Madrid, 1992, 87.
RENOVACIÓN EN LA IGLESIA
23. Sin duda alguna, todos sentimos la necesidad de una profunda renovación en la Iglesia
que la haga capaz de encender los sueños más sublimes de la humanidad, lo que nos lleva
al deseo de edificar una Iglesia mejor, más humana, más cercana, más generosa, más
creativa, capaz de estar a la altura de los desafíos de la cultura actual. ¿Cuáles deben ser
los criterios de esa renovación? Existe el peligro de querer hacer una reforma a nuestra
medida, con criterios meramente humanos y hasta empresariales, marcados por el
capitalismo expansionista. Si hacemos una Iglesia desde nosotros mismos, tendrá el sabor
a nosotros y pronto revelará su pequeñez, nuestra cortedad de miras.

24. La Iglesia no puede renovarse desde la óptica de cualquier otra sociedad ni con
criterios humanos, ni siquiera los criterios de participación democrática, porque la Iglesia
es un misterio, es más grande que nuestro corazón y que nuestros deseos. Una reforma
desde nosotros nos llevaría a la condena de los otros, a ver la paja en el ojo del hermano y
no la viga que cada uno tenemos (cf. Mt 7,3), a imponer el criterio de la mayoría y no el del
Evangelio. Podemos afirmar con Joseph Ratzinger: “Lo que necesitamos no es una Iglesia
humana, sino una Iglesia más divina; sólo entonces será también verdaderamente
humana”10.

25. El mismo Cardenal Ratzinger afirmaba que “la reformatio, la que es necesaria en todo
tiempo, no consiste en que podamos remodelar siempre de nuevo nuestra Iglesia como
nos plazca, en que podamos inventarla, sino en que prescindamos continuamente de
nuestras propias construcciones de apoyo a favor de la luz purísima que viene de lo alto y
que es al mismo tiempo la irrupción de la pura libertad” 11. Para ilustrar esta idea, el futuro
Benedicto XVI, refiere que cuando se le preguntaba a Miguel Ángel cómo era capaz de
labrar la piedra y crear obras de tal perfección, él decía que no había creado la obra, que
ella ya estaba en la piedra; que él sólo la sacaba a la luz, su trabajo consistía en eliminar, en
quitar lo que es inauténtico; esa es la tarea de renovación eclesial: quitar lo inauténtico y
permitir sacar a la luz a la auténtica Esposa de Cristo, vestida con lino fino.

26. No se trata de cambiar de Iglesia, sino de cambiar lo que en la Iglesia no es evangélico,


lo que no corresponde a su identidad y misión de ser Cuerpo de Cristo, Esposa del
Cordero, Pueblo de Dios, Sacramento de Salvación. La Iglesia tiene que desnudarse del
ropaje fastuoso que tanto agrada a los faraones de este mundo, pero oculta su belleza
originaria; la Iglesia debe revestirse sólo del “lino fino” nupcial de las bodas del Cordero
para que sea agradable sólo a su único Esposo y Señor, Jesucristo. ¿Qué ropajes fastuosos
tiene nuestra Iglesia de Guadalajara, de los que se debe desnudar? ¿Cómo soñamos
evangélicamente nuestra Iglesia diocesana?

RENOVAR ESTRUCTURAS ECLESIALES

10
RATZINGER, J. La Iglesia… 87.
11
RATZINGER, J. La Iglesia… 84.
27. Las estructuras en la Iglesia son necesarias porque son un apoyo para cumplir su única
misión de evangelizar en una determinada época o circunstancia, por lo que, aún siendo
necesarias e indispensables, al ayudar para determinada época o circunstancia, envejecen
y corren el riesgo de apartar de lo esencial y quedarse en la superficie, como se ha
mencionado líneas arriba. Por tanto, deben siempre pasar por el escrutinio de una
constante renovación guiada por el Espíritu, mirando a Jesús de Nazaret y a la luz del
misterio de la Iglesia, para que toda estructura eclesial esté al servicio de ese misterio que
es la Iglesia y de su misión de evangelizar, y no se confunda ésta con sus estructuras, que
siempre serán esfuerzos humanos penúltimos y caducos.

28. La finalidad de las estructuras es garantizar la permanencia y la organización de un carisma que


el Espíritu suscita en determinados momentos de la historia y que conviene que permanezcan para
facilitar la acción evangelizadora. Sin embargo, si no se confrontan permanentemente con el
Evangelio y con el carisma fundacional que las anime, las sostenga y las juzgue, pronto la
estructura ahoga al Espíritu y se puede transformar, desgraciadamente, en un obstáculo o en una
rémora para la misión de la Iglesia. Por tanto, la revisión y la consiguiente renovación de
estructuras es una exigencia de la conversión pastoral, lo que supone una gran madurez espiritual
y un espíritu generoso, haciéndose “sin prohibiciones ni miedos” (EG 33).

29. Para una auténtica renovación hemos de mantenernos en la dimensión de la fe, en el


horizonte de lo eterno, pues “la Iglesia no existe en efecto con el fin de tenernos ocupados
como una asociación cualquiera intramundana y mantenerse ella misma, sino que existe
para hacerse en nosotros acceso a la vida eterna” 12. Al existir para evangelizar, para ser
simiente del Reino de Dios, existe para Cristo, como su fecunda Esposa, y para el mundo,
como su fecunda Madre. La Iglesia no existe para sí misma, por eso no puede ser
autorreferencial.

IGLESIA NO AUTORREFERENCIAL SINO CRISTOREFERENCIAL


30. Los Santos Padres al hablar de la Iglesia utilizaban la imagen sugestiva de la luna que
nos habla de su referencia al sol, como la Iglesia la tiene hacia Cristo. Leyendo el salmo
19,6: “En lo alto, para el sol, plantó una tienda, y él como esposo que sale de su alcoba, se
recrea, como atleta, corriendo su carrera”, los Padres veían a Cristo como “el Sol que nace
de lo alto para iluminar” al mundo que vive en tinieblas (cf Lc 1,78), como el Esposo de la
Iglesia colocada por él, como la luna en lo alto, para ser resplandor de su gloria, signo de
fecundidad y vida para que por ella el mundo participe de su vida y de su luz. La luz de la
luna es reflejo de la luz solar, sin ella la luna es un astro opaco, que en la medida en que
resplandece el sol, se reintegra en la luz solar 13.

12
RATZINGER, J. La Iglesia… 88.
13
En las religiones ancestrales, la luna era símbolo de fecundidad y fragilidad, de la muerte y de la caducidad
de las cosas, pero también de la esperanza en el renacimiento, símbolo “patético” y “consolador” de la vida
humana. Cf J. RATZINGER, ¿Por qué permanezco en la Iglesia? Salamanca, 2005, 79-84. Y. CONGAR, Verdadera y
Falsa Reforma en la Iglesia, Salamanca, 2014, 79-81.
31. La Iglesia recibe toda su luminosidad no de sí misma sino de Cristo, su Esposo. Como
sociedad constituida por frágiles hombres pecadores, la Iglesia no brilla por sí misma;
podríamos decir que es ambivalente, pues por una parte tiene un rostro oscuro y opaco,
fruto del pecado de sus miembros, mientras que por otro, resplandeciente y puro,
iluminado por Cristo. San Agustín afirma que la Iglesia debe a Cristo toda su claridad, y de
la conciencia de ello, debe encontrar el sentimiento y la necesidad de ser purificada por la
fuente de su belleza: “¿Quieres agradarle? No puedes mientras estés deforme. ¿Qué
tienes que hacer para ser hermosa? Lo primero es que te horrorice tu deformidad, y sólo
después merecerás la hermosura de aquel mismo a quien quieres parecer hermosa. Pues
es tu reformador aquel que fue tu formador” 14.

32. La primera y fundamental referencia de la Iglesia es el mismo Dios, Uno y Trino, del
que es ícono. Más allá de los mecanismos y estrategias de organización, incluso de
participación que se puedan dar en la Iglesia, su función principal, como sacramento de
salvación, es la presencia de Dios y de su salvación en el mundo. Un espejo que no refleja
no es espejo; una ventana que no abre horizontes no tiene sentido. La segunda referencia,
en cuanto Sacramento de Salvación, es el Reino; para él vive y se desvive, siendo su
simiente y su servidora. La tercera referencia de la Iglesia sacramental es el mundo, al que
está destinada para llevar la salvación, para ser buena noticia de la presencia de Dios, para
engendrar hijos para Dios, como Esposa fecunda del Cordero.

REFERENCIA A JESUCRISTO
33. Conversión personal y pastoral, y su consecuente renovación de estructuras, es volver
a Jesús, retomar lo que él quiso cuando llamó a sus discípulos, entusiasmarnos por su
proyecto que es el Reino, y en ello poner todo nuestro esfuerzo, gastar todos nuestros
recursos por él; sólo Jesús y su Reino merecen nuestros anhelos y nuestros desvelos. Los
agentes de pastoral no podemos tener otro empeño más fuerte que no sea el Reino de
Dios.

34. Volver a Jesús del Evangelio, que siendo Dios se hizo semejante a nosotros y “pasó por
uno de tantos” (Fil 2,7), sometido a la autoridad de sus padres, migrante desplazado,
aprendiz de carpintero, bautizado por Juan y conducido siempre por el Espíritu.
Convertirse y renovarse es aprender de Jesús a dirigirnos familiarmente a Dios como Abbá
y hacer siempre su voluntad hasta la muerte. Volver a Jesús es hacer presente los valores
del Reino: la justicia, la paz, la solidaridad, la fraternidad, el amor. Volver a Jesús es tratar a
todos como hermanos, con ternura y solicitud, compadeciéndonos especialmente de los
más desprotegidos15.

35. San Pablo le decía a Timoteo: “reaviva el don de Dios en ti” (2Tim 1,6). Renovarnos es
reavivar el don de Dios en cada uno de nosotros y de nuestras estructuras, recordar que

14
SAN AGUSTÍN, Sermo 1,4.
15
Cf PGP 109-124.
estamos llamados de forma permanente a reencender el amor, reenamorarnos de Jesús,
apasionarnos por él. El amor de Jesús nos lleva al cambio de mentalidad, de posturas, de
actitudes muchas veces tan clericales, de inercias, seguridades, comodidades, que quizá
llevamos ya muy fincadas en nuestro ser agentes de pastoral.

36. La conversión, la metanoia - cambio de mentalidad, es de-construir muchos de


nuestros imaginarios eclesiológicos que nos han mantenido en posturas clericalistas y
comenzar a re-construir una nueva mentalidad que brote fundamentalmente del
Evangelio. Estar enamorado de Jesús nos lleva a compartirlo como nuestro gran tesoro, la
perla más valiosa, por la que todo queda relativizado (cf Mt 13,44-46; Fil 3,8). Toda
renovación eclesial es volver a Jesús, volver al Evangelio sin glosas. Es contemplar a la
primitiva comunidad cristiana como modelo e inspirarnos en ella, porque en ella estaba
muy fresca la memoria de Jesús y trataba de hacer de la vida del Redentor un paradigma
para le existencia concreta de los cristianos.

HACIA UNA IGLESIA SINODAL


37. Volver a Jesucristo y al modelo de Iglesia primitiva es asumir la sinodalidad, como
forma de ser Iglesia. San Juan Crisóstomo decía que el nombre de la Iglesia es Sínodo. Esta
expresión viene del griego sin-(con) y odòs-(camino), lo que significa “caminar juntos”.
Sinodalidad es sabernos escuchar y caminar juntos; se realiza en la capacidad de escucha
recíproca, es decir, la escucha a Dios escuchando a los demás y la escucha a los demás
escuchando a Dios, para poder tomar, por el discernimiento, las decisiones pastorales que
el Señor nos está pidiendo hoy. Para ello es necesario asumir la pedagogía del diálogo y del
encuentro que utiliza Jesucristo, siendo sensibles más allá de nuestras ideas, “abriendo e
impulsando caminos operativos de comunicación transversalidad e interlocución” 16.

38. Una expresión de sinodalidad es la Asamblea de Pastoral, así como la creación, el


fortalecimiento y la eficacia de los diversos consejos de pastoral, previstos en el Derecho
Canónico17. En nuestra Arquidiócesis de Guadalajara se está discerniendo la posibilidad del
Consejo Diocesano de Pastoral, y se está urgiendo a que todas las parroquias hagan
efectivo el Equipo Coordinador Básico, y los Decanatos y Vicarías Episcopales al Equipo
Eclesial (sacerdotes, religiosos y laicos). De esta manera, la autoridad ministerial no se
realiza como el ejercicio autoritario y arbitrario de poder, semejante a «los jefes de las
naciones que dominan sobre ellas y poderosos que les hacen sentir su autoridad» (Mt,
20,25), aunque tampoco se trata de un poder democrático, en el que se escucha sólo
horizontalmente, pero no a Dios, y por ello en la democracia las decisiones corresponden a
mayorías y no a la voluntad divina.

39. Los diversos consejos diocesanos son la expresión estructurada de una forma de ser
Iglesia, una Iglesia sinodal, capaz de escuchar a todos sus miembros, representados
conforme a su ministerio, carisma o servicio ejercido en la Iglesia; conforme a su estado de

16
PGP 147.
17
Cf. CIC 495-514.
vida, ya sea del presbiterio, la vida consagrada o agentes laicos; conforme al ejercicio
pastoral, sea de la pastoral territorial o de la pastoral funcional o ambiental. Son un
mecanismo elocuente de comunión y participación para que, por medio del diálogo
pastoral, se fomente en la acción pastoral una comunión dinámica, abierta y misionera (cf.
EG 31), una auténtica pastoral orgánica y de conjunto.

40. La sinodalidad se fundamenta en la espiritualidad de comunión, signo claro de la


renovación de las estructuras eclesiales, pues evita los recelos, las divisiones, las
mezquindades, los intereses personales, la murmuración, el individualismo. La
espiritualidad de comunión es la capacidad de sentir al hermano como un don de Dios
para mí y para la Iglesia. ¡Cuánto gusto nos deben dar los éxitos pastorales de nuestros
hermanos! Porque es para la gloria de Dios y fortalecimiento de la misión encomendada a
toda la Iglesia (cf NMI 43). Cualquier “éxito” pastoral de un hermano agente, debe ser un
motivo de regocijo personal y comunitario, porque ha actuado en nombre de la Iglesia y
movido por el Espíritu Santo, por lo que participamos, como miembros de la comunidad
eclesial, de todo lo que acontece en la Iglesia.

HACIA UNA IGLESIA COMUNIDAD PARTICIPATIVA


41. Participar significa, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, “tener o ser
parte en una cosa” o “compartir algo”. En la parroquia, donde tenemos la experiencia de
Iglesia, todos los bautizados “son parte” de la Iglesia y participan, por el bautismo, del
ministerio profético, sacerdotal y regio de Jesucristo, en cuanto que son miembros de la
Iglesia, Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios. Por otra parte, también “comparten” el Pan de la
Eucaristía y los bienes, tanto espirituales como materiales. Dentro de los bienes
espirituales están los carismas, gracias especiales que el Espíritu Santo derrama sobre
algunas personas para el enriquecimiento de la Iglesia y en vistas a la evangelización, es
decir, para hacer presente a Cristo y su Reino.

42. La parroquia es la experiencia eclesial básica por la proximidad, de tal forma que en
ella se comparten problemas comunes, necesidades básicas, esperanzas e ilusiones,
proyectos, que se realizan en beneficio común de la comunidad. La participación, por
ende, tiene un sentido de pertenencia. En la parroquia es donde se pueden desarrollar
liderazgos eclesiales y sociales, y se pueden generar verdaderos procesos bien
estructurados que respondan a la realidad concreta de la comunidad parroquial. Sin
embargo, también se tiene la experiencia de la participación de forma extra-parroquial, de
manera especial de aquellos que son parte de las Comisiones de la pastoral funcional y de
sus respectivas Dimensiones y Departamentos, así como de la Vida Religiosa, del
Seminario y de movimientos o asociaciones pías.

43. Podemos mencionar varios niveles de participación: El primer nivel es el personal,


donde cada miembro de la Iglesia participa de la vida divina y del ministerio de la Iglesia
por medio de los sacramentos, de la oración personal, de la formación cristiana y
mediante la vivencia ética del amor cristiano en las acciones cotidianas, así como cuando
se anuncia con palabras u obras la verdad del Evangelio. El segundo nivel es el
comunitario, cuando se toma parte en las actividades de la comunidad prestando algún
servicio, ejerciendo algún ministerio o compartiendo algún carisma. El tercer nivel es el
institucional o de representación, que recoge la voz de aquellos que representa para
hacerla oír en las instancias superiores o donde se toman las decisiones sobre la vida de la
Iglesia diocesana o de las instancias intermedias, así como es portavoz de estas instancias
diocesanas en los pequeños grupos o comunidades.

HACIA UNA IGLESIA MISIONERA


44. El proceso pastoral que se ha emprendido, en sintonía con la Nueva Evangelización, se ha
propuesto pasar de una Iglesia de conservación a una Iglesia de audacia misionera. Esto exige que
la Iglesia deje de ser sedentaria, autorreferencial, timorata, burocrática. “Fiel al modelo del
Maestro, es vital que la Iglesia salga hoy a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en
todas las ocasiones, sin demora, sin repulsiones, sin miedo” (EG 23). Los modos como se haga la
pastoral pueden variar, pero la salida no es una alternativa, es el modo de ser de la Iglesia
misionera, lo que supone una conversión personal y pastoral. La conversión implica precisamente
una actitud de permanente salida, de dejar la comodidad de lo que se ha logrado o “del cómodo
criterio pastoral del ‘siempre se ha hecho así’” (EG 33), para lanzarse al plus del Evangelio.

45. Jesús resucitado mandó a sus discípulos a la periferia del pueblo elegido: a Galilea,
porque quiere resaltar que la misión que nos confía es, en primer lugar, salir a encontrarlo
resucitado en todas las realidades, especialmente en las periferias: “ahí me verán” (Mt
28,10). Hoy Jesús resucitado nos invita a encontrarlo a él en nuestras periferias
existenciales, porque ahí está Jesús sufriendo con los que lloran, alegrándose de sus
auténticas alegrías. Jesús está en medio de las personas en sus complejas realidades
compadeciéndose. Lo encontramos en esas periferias y, paradójicamente, lo llevamos a
todas las realidades y lo hacemos presente con nuestro modo renovado de vivir según el
Evangelio. Por tanto, la misión no es ir a echar discursos ni levantar condenas ni a censurar,
sino a vivir el Evangelio en medio de las personas, con la alegría de testimoniar el gozo de
la salvación, incluso en este mundo tan desconcertante.

46. Una pastoral renovada con los criterios del Evangelio y enviada al mundo a evangelizar,
nos ayuda a tener conciencia clara que se ha terminado ya el régimen de cristiandad, que
las nuevas generaciones quizá no hayan oído hablar de Jesús ni de la Iglesia o tengan una
imagen distorsionada de la fe cristiana. Por ello, todas nuestras acciones pastorales deben
llevarnos a todos, los agentes e interlocutores, a un encuentro con Jesús vivo.
“Necesitamos reencontrarnos con el Dios de Jesucristo, necesitamos volver al Evangelio.
Porque solamente desde allí podemos comprender quiénes somos y a qué estamos
llamados como Iglesia”18. Hoy nos debe mover la obligación moral de acompañar a las
nuevas generaciones a un encuentro con Cristo, pues ellos tienen derecho a conocerlo y
nosotros la obligación de anunciarlo.

18
PGP 102.
47. La misión, por tanto, debe considerarse no como proselitismo sino como contagio, por
contacto personal, por una llamada al corazón. Jesús no hace proselitismo sino que mueve los
corazones para que las personas lo acepten libremente. El anuncio con parresía implica una misión
que no se autolimita, que deja los miedos y las precauciones; una misión en la que se tiene el valor
de anunciar con alegría, libertad y creatividad. La misión por contagio hace pasar de considerar al
otro alter a considerarlo frater, una nueva fraternidad que se vive como compasión y solidaridad.

HACIA UNA IGLESIA QUE VIVE LA ESPIRITUALIDAD DE SAMARITANEIDAD


48. Un signo de renovación de la Iglesia y de sus estructuras es la diakonía, la
samaritaneidad, es decir, el servicio a los más pobres, destinatarios privilegiados del
Evangelio y a los que Jesús veía con tanta ternura y cariño (cf DA 550). Vivir la
espiritualidad de la samaritaneidad es dejarnos mover de misericordia, detenernos al
borde del camino ante la humanidad herida y curar con el vino del consuelo y el aceite de
la esperanza (cf Lc 10,25-37). En los pobres la Iglesia encuentra a Cristo sufriente, por ello
el mandamiento del amor es “el signo de identidad y único criterio de relación fraternal…
la credibilidad del discipulado dependerá de la fuerza testimonial de la vivencia del
amor”19. Esta es la “piedra de toque” por lo que nos hacemos creíbles en el mundo y valida
lo que decimos, pues “una visión del mundo que no puede dar sentido también al dolor y
hacerlo precioso no sirve para nada”20.

49. Los pobres y los que sufren son el “tesoro” de la Iglesia, pues con ellos se identifica el
mismo Jesús, en ellos servimos al mismo Jesús, ellos son su presencia sacramental y en
ellos encontramos las puertas abiertas del cielo (cf Mt 25,31ss; Lc 16,19-331). “Una Iglesia
pobre y para los pobres significa en el momento presente estar siempre disponibles, desde
la austeridad de nuestros recursos, para servir y manifestar su solidaridad a los más
necesitados”21. Estamos llamados a ser sus amigos, escucharlos, comprenderlos y
atenderlos (cf. EG 198). El seguimiento de Jesús nos lleva necesariamente a la opción
preferencial por los pobres, porque ésta no puede tener su fundamento en razones
sociológicas ni políticas ni estratégicas, sino meramente evangélicas, es parte esencial del
seguimiento de Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos a todos (cf 2Cor
8,9).

BAJO LA MIRADA DE MARÍA DE GUADALUPE


50. Los obispos mexicanos en el Proyecto Global Pastoral (151-164) nos invitan a preparar
los 500 años de las apariciones poniéndonos bajo la mirada maternal de María de
Guadalupe. La voluntad de ella es que sigamos construyendo una “casita”, donde ella
pueda mostrar a su Hijo y su amor, pueda seguir mirándonos con compasión y ofreciendo
su auxilio. Esa “casita” trasciende su Basílica, pues se refiere más a la actitud de encuentro,
cercanía y convivencia, donde todos propiciemos el sentirnos en casa. María de Guadalupe

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PGP 122.
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RATZINGER, J. La Iglesia… 93.
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PGP 150.
es modelo de la Iglesia misionera, pues ha venido a traernos a Jesucristo, su Hijo. Con su
“proximidad” es el rostro maternal y misericordioso de la cercanía del Dios verdadero a los
que sufren. Incultura el Evangelio respetando el sentimiento religioso y la cultura de sus
interlocutores. Con su rostro mestizo une en la comunión de un solo pueblo a quienes los
prejuicios separaban.

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