You are on page 1of 5

No es fácil permanecer en silencio

Y no me refiero al hecho de hacer un esfuerzo por callar y escuchar a quien nos


habla en lugar de apresurarnos a exponer nuestra opinión. Cosa que, por
cierto, también nos cuesta.

Me refiero a un silencio que va mucho más allá, aquél que es difícil de


mantener incluso cuando nos encontramos físicamente solos. Incluso en estas
ocasiones nos seguimos relacionando con los demás, rememorando
conversaciones pasadas o fantaseando conversaciones futuras.

Más aún cuando algo nos angustia, damos vueltas y vueltas al tema, ya sea
pensando en lo desdichados que somos, o en cómo seremos capaces de rehuir
aquello que nos amenaza.

Continuamente nos mantenemos inmersos en un incesante parloteo mental


que nos impide disfrutar de una mente en calma.

Ruido mental negativo

Miles de años de evolución han moldeado nuestro cerebro para garantizar


nuestra supervivencia. De ahí su especial predilección por detectar y atender
posibles amenazas a fin de prepararnos para hacerles frente.

No es de extrañar, por tanto, que el ranking de nuestra activad mental esté


encabezado por pensamientos negativos, preocupaciones, miedos y emociones
negativas.
El problema es que nuestro cerebro es incapaz de distinguir entre una amenaza
real y una imaginaria, por lo que toda esta actividad mental negativa es
percibida como una auténtica señal de amenaza capaz de desencadenar en
nuestro cuerpo una respuesta de estrés.

La paradoja del ruido mental positivo

Una estrategia defensiva “engañosamente” efectiva que solemos poner en


práctica para evitar el sufrimiento emocional es la de intentar distraer nuestra
mente con pensamientos positivos.

Si estoy “rumiando” mi tristeza, puedo hacer un esfuerzo por enviarme


mensajes positivos que me motiven y me hagan sentir mejor. Puedo animarme
con frases positivas del tipo: “No voy a dejarme llevar por la tristeza”, “Tengo
que sacar fuerzas y levantar cabeza”, “Ésto no va a poder conmigo”, “Todo
cambiará”… Posiblemente al poco tiempo comenzaré a encontrarme mejor de
ánimo, pero a la mínima que me descuide mis pensamientos negativos
volverán.

Sin darme cuenta he caído en un error estratégico. Al creer que mi problema


son los pensamientos negativos, he luchado contra ellos generando
pensamientos positivos.

Inconscientemente he creado un problema mayor: para dejar de pensar cosas


negativas, tengo que estar constantemente pensando cosas positivas. Es decir,
no puedo parar de pensar, con lo que estoy reforzando mi hábito de “rumiar”.
Lo contrario a pensar

¿Qué es lo contrario a pensar?

Si te paras un momento a responder ésto, posiblemente lo primero que te


venga a la mente sea “no pensar”. Pero si lo intentas podrás comprobar la
dificultad de la tarea. Es muy probable que te descubras al instante dándote
mensajes del tipo “no tengo que pensar”, “debo dejar mi mente en blanco” o
algo similar. Y déjame decirte que ésto es seguir pensando.

A nivel psicológico lo contrario a pensar no es no pensar, es sentir.

Antes de continuar leyendo puedes hacer un pequeño ejercicio que te ayudará


comprobarlo.

Busca la colaboración de una persona de tu confianza y pídele que desplace


lenta y suavemente su dedo índice sobre tu antebrazo, mientras tanto tu debes
mantener los ojos cerrados y centrar tu atención en las sensaciones que
provienen de tu brazo.

Por favor, si te apetece, haz el ejercicio y después continúa leyendo.

Si pusiste toda tu atención en percibir las sensaciones producidas por el roce


del dedo sobre tu piel habrás podido comprobar cómo tu pensamiento
disminuyó o incluso desapareció mientras realizabas el ejercicio.
¿ Quieres mantener tu mente en calma ? Presta atención

Nuestra mente lleva tantos años parloteando sin parar que ésto ha llegado a
convertirse en un mecanismo automático totalmente ajeno a nuestra voluntad.
De ahí la dificultad para acallarla a pesar de haber tomado consciencia de este
problema.

Comprender el problema no es suficiente para resolverlo: es necesario


“desaprender” el hábito de “rumiar” y reemplazarlo por uno más adaptativo
que nos permita disfrutar de mayor calma y serenidad.

La práctica de la atención plena es un ejercicio básico que puede ayudarte no


solo a combatir el incesante parloteo mental, sino también a tomar conciencia
de su contenido.

Sólo con sentarte diez minutos diarios a prestar atención a tu respiración


puedes comenzar a crear el hábito de sentir, lo que favorecerá que vaya
disminuyendo el poco recomendable hábito de rumiar.

Como todo nuevo hábito necesita de su repetición para asentarse por lo que
debes tener paciencia y no desesperar si al principio te cuesta. Si perseveras,
con un mínimo de confianza y práctica diaria pronto podrás comprobar sus
beneficios.

No sólo disfrutarás de una mente más calmada y serena. A medida que el


parloteo mental negativo disminuye, también lo hará la respuesta de estrés
asociada al mismo, tu cuerpo se equilibra y mejora su funcionamiento general.
Tomar conciencia de tu estado interior es, además, el primer paso para
aprender a manejar tus sentimientos, a responder a los acontecimientos de
forma consciente en lugar de reaccionar impulsivamente, y a poner en práctica
estrategias encaminadas a desactivar tus automatismos generadores de
sufrimiento.

En definitiva, te ayuda a sentar las bases de una vida más sosegada, plena y
satisfactoria.

You might also like