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Leer, comprender, reflexionar, no fue fácil, fue doloroso, pero también fue esclarecedor y
alentador porque descubrí varios puntos por demás interesantes:
• El amor es histórico;
• El amor patriarcal oculta formas de violencia sutil contra las mujeres, sin soslayar los
ejercicios de violencia extrema;
Cuando el amor no significa lo mismo para las mujeres y para los hombres
La dedicación absoluta al ser soberano, dice De Beauvoir, resulta la única salida para las
mujeres que aceptaron el destino femenino tradicional, o bien han conocido una dura
soledad, o han apostado a alguna empresa que ha fracasado, entonces entrevén la
oportunidad de salvar su vida decepcionante dedicándosela a un ser excepcional (De
Beauvoir, 1999: 637).
"Mi pequeña, mi querida niña" son halagos dichos por el ser excepcional que provocan
gozo en toda enamorada, las hace resucitar el amparo que de niñas tuvieron en el hogar
familiar y así ocultar su desamparo en el mundo, el sufrimiento que muchas han
experimentado para volverse adultas: volver a ser niña en los brazos de un hombre que
las colma de felicidad (De Beauvoir, 1999: 639).
Durante la ausencia del ser amado, la enamorada se siente en peligro, "no hay mucha
distancia entre la traición, la ausencia y la infidelidad", y ésta se vuelve celosa y cómo no
si en cada mirada que el hombre amado dirige a otra mujer pone en juego su destino y
supervivencia, puesto que ha enajenado en él todo su ser. Imprecisos o definidos, sin
fundamento o justificados, los celos son para la enamorada una tortura enloquecedora
porque si la traición es cierta, habrá que renunciar a ese amor (De Beauvoir, 1999: 658).
Simone de Beauvoir concluye este capítulo afirmando que el amor auténtico debería
basarse en el reconocimiento recíproco de dos libertades, y así ninguno de los amantes
abdicaría su trascendencia ni se mutilaría. Cuando las mujeres seamos capaces de amar
con nuestra fuerza y no con nuestra debilidad, el amor será para nosotras, como para los
hombres, fuente de vida y no de mortal peligro.
Tal vez Simone de Beauvoir reflejó todas estas ideas, miedos y preocupaciones sobre la
opresión de las mujeres a través del amor en su obra... el sufrimiento que le provocó la
relación con Jean Paul Sartre está presente en La invitada, en La fuerza de las cosas y en
La ceremonia del adiós.
Después de todo, el amor entre Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre no era el
reconocimiento recíproco de dos libertades porque ella no era libre, estaba ahí para
satisfacer las necesidades afectivas e intelectuales del ser amado, era la enamorada . Una
vez más, la experiencia personal nutre a la crítica feminista.
Simone de Beauvoir escribió El segundo sexo en 1949, pero pareciera que sus reflexiones
están vigentes en el 2012...¿por qué? ¿Cómo se desarrolló la crítica feminista al amor
patriarcal en las décadas subsecuentes a la publicación del ensayo de Simone de Beauvoir?
En la próxima entrega, la crítica feminista al amor patriarcal durante la tercera ola del
feminismo.
Parte 3. La crítica del feminismo de la tercera ola al amor patriarcal: ¿Por qué el
amor es aún una experiencia insatisfactoria y frustrante para las mujeres?
El feminismo de la tercera ola, éste que se ubica en la segunda mitad del siglo XX, colocó
a la violencia contra las mujeres en la agenda internacional como un tema vital para el
desarrollo humano. Justamente, este ejercicio feminista de nombrar, visibilizar y
caracterizar a la violencia contra las mujeres exigió una reflexión profunda para
identificar en qué espacios se reproducía ésta; la crítica feminista de la tercera ola llegaba
a la conclusión de que en la dinámica de las relaciones de pareja estaba presente la
violencia contra las mujeres.
Shulamit Firestone, en su obra clásica Dialéctica sexual , afirma que la principal opresión
para las mujeres ha sido el amor, ya que mientras los hombres construían la cultura, las
mujeres estábamos ocupadas amando; desde luego que Shulamit Firestone no se refiere a
esto como un acto premeditado de las mujeres, sino que se refiere a toda una construcción
social del ideal amoroso, que coloca a la mitad de la humanidad en condiciones de
opresión y sufrimiento.
El 21 de mayo de 1984 el periódico español El País publicó una entrevista con Kate
Millet [1], importantísima feminista estadounidense que se consagró como un referente
obligado de la teoría feminista con su obra Política sexual; en esta entrevista Kate Millet
afirmó que "el amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas", y
no es que "el amor sea en sí malo", sino que se ha empleado para "engatusar a las mujeres
y hacernos dependientes en todos los sentidos".
Alguna vez, durante un encuentro de mujeres en Nicaragua, Marcela Lagarde decía a las
asistentes que imaginaran la película de su vida y pensaran en la forma en que aún se
sentían atrapadas por las obligaciones e imposiciones patriarcales, y al mismo tiempo, en
la que se sintieran emancipadas, con ciertas libertades y recursos (Lagarde, 2000: 50). Las
mujeres presentes coincidieron que, en definitiva, el amor era una experiencia lastimosa,
ya que conjuntaba las contradicciones que vivimos las mujeres contemporáneas, es decir,
que somos ciudadanas (con muchas o pocas garantías y derechos), pero sentimos la
frustración y el dolor en una experiencia que define nuestra identidad de género.
"Las mujeres del mundo actual experimentamos la contradicción entre tener vidas
marcadas por hitos obligatorios y al mismo tiempo, por acciones transgresoras. Esta
contradicción es el resultado de la configuración de género en un tiempo de tan agudas
transiciones, habiendo, por un lado, una carga de tradicionalidad y por el otro, de
modernidad" (Lagarde, 2001: 16).
Y cómo no si, por un lado, la ideología patriarcal impone a las mujeres nuevas exigencias,
aunadas a las ya establecidas, por ejemplo, cuando en los medios de comunicación
masiva se exalta la figura de las superwomen o de las todólogas , mujeres bellas, felices,
ilustradas, liberadas sexualmente, pero que deben aspirar a lo más tradicional, como la
conyugalidad y la maternidad. Y aquí retomo a Kate Millet, no se trata de afirmar que ser
esposa o madre de alguien sea en sí malo, sino que desde la crítica feminista se ha
visibilizado cómo estas construcciones sociales son utilizadas para alimentar a la opresión
de las mujeres.
Podría llenar hojas enteras con más dudas y temores insertados en la subjetividad de las
mujeres, pero lo que en realidad debo resaltar es que estas ideas devienen de un proceso
histórico, económico, político y social muy complejo, y no se trata de que por naturaleza
las mujeres seamos amorosas y tiernas. Ahí está una clave feminista vital para ubicarnos
como sujetas que viven situaciones concretas: el amor es histórico y no ha sido vivido de
la misma forma a lo largo del tiempo.
Debemos recordar que la opresión de las mujeres a través del amor puede presentar
expresiones de violencia física y no física, como la psicológica, la económica o la
patrimonial, pero también puede presentar las expresiones más crueles y extremas contra
las mujeres, como lo son la violencia sexual y la violencia feminicida; a través de la
investigación feminista se ha evidenciado que en buena medida, los asesinos de mujeres
son sus parejas, ex parejas o algún hombre que haya estado vinculado afectivamente con
la víctima. La violencia feminicida está latente para todas, por ser mujeres, sin importar
que seamos ricas o pobres, ilustradas o no.
El amor debe ser, dicen las grandes filósofas feministas Celia Amorós y Graciela Hierro,
el gran proyecto de la humanidad, porque exige el desmontaje de jerarquías de género
que oprimen a la mitad de la humanidad bajo argumentos sociales naturalizados. Es por
eso que la sabiduría de nuestras ancestras feministas nos ofrece aun más respuestas.
La doctora Lagarde propone un nuevo pacto amoroso, con las mujeres como sujetas
históricas y políticas. Para empezar, hablar del amor significa hablar de la soledad,
porque el amor, como vínculo, sólo es posible entre seres que se asumen en soledad. Las
mujeres debemos deconstruir nuestra soledad y entender que estar solas no pone en riesgo
nuestra sobrevivencia, al contrario, nos ayuda a reconocer que somos seres
autosuficientes y así no generaremos dependencias (Lagarde, 2001: 39).
Tras vivir en la mismisidad, las mujeres podremos reconocernos como seres individuales,
y tendremos la capacidad de crear vínculos, no dependencias: no es lo mismo hacer
vínculos y elegir cómo serán esos vínculos que convertirse en el apéndice de otra persona
y vivir subsumidas en otra persona (Lagarde, 2001: 41).
Que las mujeres vivamos en la mismisidad exige un nuevo paradigma amoroso, en el que
cada una viva el amor desde el yo-misma, como autoafirmación de la identidad, para vivir
con los otros, no para los otros (Lagarde, 1999: 248).
Este es un esquema que Marcela Lagarde presenta como confrontador de los ejes
amorosos femeninos:
Reconocimiento de su identidad.
Deseo por el otro para que constate mi Deseo por el otro-la otra por su diversidad.
existir.
Lo que engloba este esquema es que las mujeres debemos tener la calidad de pactantes y
construir un nuevo paradigma amoroso, en el cual seamos humanas y ciudadanas, para
construir vínculos que nos fortalezcan y no que nos mantengan en la opresión.
Pero como las mujeres no somos idénticas y vivimos situaciones de vida diferentes,
debemos hacernos una pregunta crucial: ¿Qué puedo? ¿Con qué recursos cuento para
construir un nuevo pacto amoroso? ¿Vivo en violencia? ¿Qué herramientas he construido
hasta ahora?
Dice mi maestra de la vida, Marcela Lagarde, que el camino no es idéntico para todas, a
veces se alarga o se retrasa, otras ocasiones encontramos atajos, pero lo que sí es seguro
es que nos toca seguir, seguir caminando para encontrar a otras y a otros que quieran
unirse y, sobre todo, encontrarnos a nosotras mismas.
Y después de todo, ¿cómo se conecta la crítica feminista con mi vida? Los costos del
amor patriarcal en mi propia experiencia
Hago una retrospectiva y me doy cuenta de que para llegar al punto de reflexión sobre mí
misma en el que estoy, he tenido que pasar por muchas situaciones, unas dolorosas y
otras felices, alucinantes, divertidas, frustrantes y otras confrontadoras. Definitivamente,
a través de la sabiduría de mis maestras feministas he podido construir recursos para
desmontar ideas, creencias o prácticas lastimosas y debo confesar que en esta
deconstrucción está situada la idealización del amor romántico (patriarcal), porque
reconozco que en mi biografía amorosa, al igual que en la de otras (muchísimas) mujeres,
hay episodios de mucho sufrimiento.
He aquí el testimonio de una mujer sincrética que busca compartir su experiencia con
otras sincréticas no para victimizarse, sino para compartir y encontrar claves que, como
escribió Simone de Beauvoir, nos hagan capaces de amar con nuestra fuerza y no con
nuestra debilidad, para que el amor sea para todas fuente de vida y no de mortal peligro.
Lo conocí cuando tenía 20 años. Ahora puedo entender que la clave principal para que
estableciéramos una relación asimétrica fue que consideré que yo era menos valiosa que
él, quien estudiaba guitarra clásica en la Escuela Nacional de Música y parecía ser todo
un chavo de mundo, era guapo, intelectual, culto y hasta algo fresa. Cuando salimos por
primera vez yo estaba nerviosa y pensaba ¿de qué puedo hablar con un chavo como él si
no pertenezco a su mundo?
A pesar de mi nerviosismo e inseguridad, todo salió bien, la plática fue muy divertida y
descubrí que teníamos muchas cosas en común, como la afición por la fotografía, el gusto
por el arte y el cariño especial por el Día de Muertos. Ese día no nos besamos, pero él me
invitó a salir de nuevo.
A la segunda cita nos hicimos novios y comencé a vivir en una especie de sueño, me subí
a una nube, y lo coloqué en otra, una más arriba que la mía, para poder admirarlo e
idealizarlo cada vez más. Ese 23 de febrero de 2002 que nos hicimos novios fue un día
esplendoroso, desayuné con mi mamá y mi hermano, prendí la radio y escuché Love song
de The Cure y mi madre me prestó su perfume favorito.
D., el músico fallido, y yo estuvimos juntos casi siete años. Ahora sé que lo que me hizo
se llama violencia de género. D. era celoso, posesivo, arrogante, envidioso, inseguro,
misógino, y yo, tan sólo era una mujer de 20 años con la subjetividad de una niña
pequeña, insegura que buscaba aceptación, amor, protección y compañía.
Sinceramente no tengo muy claro cuándo se llevó a cabo el primer ejercicio de violencia,
sólo sé que mi vida ya no me pertenecía, giraba en torno a él, siempre con él y para él.
Me volví una mentirosa profesional, ya que debía ocultar que en las escasas
oportunidades que no estaba a su lado, salía con mis amigos o con mi familia; cuando
sonaba mi teléfono celular, el miedo me paralizaba, no quería que se enojara o que
pensara que lo engañaba con otro hombre.
Los costos de esta relación incluyen violencia sexual, violencia patrimonial y el límite,
aquello que me impulsó a dejarlo fue que vi mi vida en peligro ante sus amenazas. Eso
significó el fin, me negué a verlo de nuevo, pensaba si ya me zafé, no vuelvo a meterme
en eso, ya no. Eso sucedió a fines de agosto de 2008 y en noviembre recibí un mensaje en
mi teléfono celular: No puedo soportar esta espera, yo te amo, pero dime si tú aún me
amas; escribí firmemente NO.
Ahora el reto para mí era aprender a estar sola y aprender qué hacer con tanta libertad.
Por cierto, D. es el músico fallido porque aunque tenía talento y ejecutaba obras de Bach
y Ponce en su guitarra, no trascendió y jamás logró montar el concierto para su examen
profesional.
A., el hombre-niño que buscaba una madre. Yo, la mujer-niña que buscaba alguien
que la abrazara y amara tal cual
No era fácil, ¿qué carajos podía hacer sin él? Caray, tenía tanto tiempo, podía hacer e ir a
donde quisiera, ¿cómo lidiar con eso si durante casi siete años todo giraba en torno al
músico fallido?
Nuestra primera pelea fue apenas con un mes como pareja. Nos encontramos con su ex
novia en el bar de la Roma, ella iba con alguien más, se pararon junto a nosotros, se
besaron y simularon golpearse, A. se enceló, bebió mucho, yo le dije es obvio que
hicieron todo eso frente a ti para molestarte, e inesperadamente me contestó ¿cómo es
posible que apoyes la violencia contra las mujeres? La situación fue muy bizarra, me
desconcerté, no entendía nada...¿apoyar la violencia de género? ¡Jamás! Sólo fue un
comentario y él no se atrevía a aceptar que estaba celoso.
Manejó borracho hasta su casa. Se sentó en el sillón, yo le rogaba platicar y aclarar las
cosas, le decía que todo era absurdo, pero cuando me acerqué más, me empujó muy fuerte
tanto que me caí; desde abajo lo miré más desconcertada, me levanté y recibí lo mismo;
sólo me senté en un rincón, tenía miedo. Después de unos minutos se durmió y sentí que
debía cerciorarme de que no estuviera vinculado con su ex novia, así que hice algo
terrible, muy malo, revisé su celular y me di cuenta de que no se trataba de ella, sino de
otra mujer, con quien actualmente él está casado. No encontré algo precisamente explícito,
pero sí muy sugerente; sé que no me equivoqué, sé que a lo largo de nuestro noviazgo, A.
mantenía comunicación y salía con mujeres a quienes les gustaba, algo así como lo que el
lenguaje coloquial llama mantener velitas prendidas. Él se dice monógamo, y de ahí una
de nuestras grandes discrepancias, la lealtad, para mí, no sólo consiste en no acostarte con
otras, sino en no mantener vínculos ambiguos con otras como reserva por si la relación en
turno no funciona.
Al igual que en todos los episodios de violencia, al día siguiente venían las disculpas y la
reconciliación. Dos meses después vino algo más bizarro: anunciamos que nos
casaríamos; los planes siguieron, no obstante, y afortunadamente, jamás se consumaron.
Pero también siguieron las peleas, las heridas, la indiferencia, aunque con una diferencia,
era él quien tenía por completo el control y diciembre fue un infierno, terminamos y el
hombre-niño ya no quería estar conmigo y ¿qué podía hacer para retenerlo? Rogarle que
se quedara a mi lado, hasta el cansancio, hasta humillarme y aguantar maltratos, abusos
psicológicos, físicos y sexuales. Finalmente, él regresaba y eso era lo importante para mí.
Ahora entiendo que el desamor estaba presente, A. ya no me quería, pero yo a él sí y por
eso me utilizaba para engrandecerse y sentirse poderoso maltratándome... eso se llama
desamor.
Una vez le pregunté por qué ejercía violencia contra mí. Su respuesta: ¿no te das cuenta?
Lo hago porque tú me lo permites, porque tienes una autoestima muy baja. Me gusta ser
el centro de atención y por eso me busco novias obsesivas, para que siempre estén al
pendiente de mí. Según su punto de vista, yo era la responsable de que él fuera violento.
La evasión e impunidad absoluta.
Una vez en clase, la doctora Marcela Lagarde nos dijo: "Quien está en violencia no puede
pactar y el amor debe ser un pacto entre seres libres", y así me di cuenta de que yo no era
pactante y que debía poner fin a una relación tan lastimosa; sólo era cuestión de algunas
semanas, de algunos meses, mis miedos provocaban que postergara la decisión y entonces
A. se me adelantó...¡qué tristeza, qué vacío! Su ausencia sólo podría disiparse con la
muerte, con la mía, claro.
Una noche me puse como reto que la próxima vez que tuviera una relación, ésta debería
ser diferente, debería estar llena de solidaridad, respeto y justicia. No deseo llegar a un
clichesco final feliz, porque ni siquiera es el final, pero ahora entiendo por qué pasó todo,
por qué debía vivirlo para llegar a este punto en mi vida.
A partir de que me posicioné de otra forma, mi vida cambió, y entiendo por qué me siento
aún débil, comprendo qué es la violencia, la detecto, trato de sacarla de mi vida, aunque
también entiendo que desmontar la violencia de género no es una tarea de índole personal,
es una articulación compleja de acciones políticas y colectivas, y con esto hay que
recordar la clásica consigna feminista "lo personal es político", ya que para vivir el amor
con justicia, las mujeres debemos tener derechos humanos.
Ahora pienso en otra clave feminista: asumo que, como afirma la doctora Marcela
Lagarde, para amar hay que tener conocimiento, de nosotras mismas y de los otros, de
que existen otras formas de amar diferentes a las que oprimen a las mujeres.
Y sé que persistirán las contradicciones: escribir esto fue inspirador, me dio fuerzas y
seguramente, no sé cuándo, pero sé que pasará, después vuelvan algunos
cuestionamientos, inseguridades y miedos, en la vida íntima y en la pública, en la casa, en
la cama; estoy consciente de que las prácticas del amor patriarcal pululan por el aire y que
es posible que me resulten aún tentadoras, porque toda la estructura social las reproduce y
legitima a través de distintos mecanismos, y debido a que es muy complejo desmontar de
mi mente por completo una forma de vida de tres décadas.
¿Qué hago cuando vuelven las dudas, los miedos y las contradicciones? Soy indulgente
conmigo y me doy la oportunidad de ser humana, de reconocerme, de saberme como una
mujer con el derecho a equivocarse y de aprender; reconozco que lo que me queda es
seguir, construir día a día una nueva ética que no me coloque en riesgo y que me incite a
respetar la dignidad de todas las personas, incluida la mía, por supuesto.
Y mientras, sigo aquí, entendiendo que soy y estoy sola, aunque tenga una pareja, sin que
eso sea una tragedia; soy y estoy sola porque me reconozco como una mujer que lucha
por crear vínculos con las personas, no dependencias.
Ah, y aparte de lo anterior, para vivir el amor con justicia estoy cerca de otras mujeres,
amigas, conocidas, familiares, que buscan y desean formas de amar distintas a las que nos
impone el patriarcado, porque a su lado logro entender que no es coincidencia que
nuestras experiencias amorosas se asemejen, sino que esto es reflejo de un sistema de
opresión de las mujeres que proporciona privilegios de género a los hombres. Hay
esperanza, pero más que eso, hay respuestas para todas y por todas.