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Por Raquel Ramírez Salgado

Feminista y maestrante en Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales


de la UNAM

* Cuando de experiencias de violencia en la pareja se trata, dice la autora,


leer, comprender y reflexionar no es fácil, es doloroso, pero también
esclarecedor y alentador.

Parte 1. De cómo retomé la experiencia propia para encontrar respuestas.

Hace un año, cuando cursaba el segundo semestre de la maestría, expuse mi proyecto de


investigación en un seminario que dirigían las maravillosas doctoras Norma Blázquez
Graf y Martha Patricia Castañeda Salgado; comenté que decidí estudiar la representación
mediática del amor de pareja como un mecanismo de violencia contra las mujeres porque
yo había experimentado este tipo de violencia y me parecía urgente revisar cómo los
medios de comunicación, uno de los bastiones del sistema patriarcal, legitimaban el ideal
amoroso en el que las mujeres somos oprimidas. Al instante de terminar mi breve
intervención, un compañero me replicó que basar un proyecto de investigación en la
experiencia personal no era científico; evidentemente, a través de las enseñanzas de mis
sabias maestras feministas traté de contestarle.

Me sorprendió que me dijera que la experiencia personal no puede ser un detonante


legítimo para generar conocimiento, ya que justamente el tema de nuestro seminario era
la epistemología feminista y una de sus líneas más importantes es la teoría del punto de
vista, la cual pondera el privilegio epistemológico de quien conoce a partir de su
condición de opresión, es decir, la misma violencia que el sistema patriarcal ejerce contra
las mujeres, la infancia, los homosexuales, las personas con alguna discapacidad o
ancianas, contra los pueblos originarios, puede proporcionarnos los elementos para tomar
conciencia, para buscar respuestas e, incluso, para tratar de contrarrestar y erradicar la
violencia patriarcal. Pero, atención, la teoría del punto de vista no se queda como la toma
de conciencia instantánea por el simple hecho de poseer una condición vulnerable, y
mucho menos, en la presentación de anécdotas, más bien, requiere de un profundo trabajo
teórico y metodológico.

Una de las principales representantes de la teoría del punto de vista es la filósofa


feminista Sandra Harding, quien explica que la investigación feminista debe tener por
uno de sus objetivos intentar mejorar las condiciones de vida de las mujeres. Asimismo,
dice Sandra Harding, la experiencia de las mujeres, uno de los temas centrales de la
investigación feminista, es construida a través de la teoría, o sea, que no se trata
únicamente de rescatar relatos, sino de que en los testimonios de vida de las mujeres
ubiquemos las categorías de análisis que el feminismo ha construido. En el caso de mi
investigación, retomé mi propia experiencia amorosa, ubiqué en cada episodio de mi vida
la violencia que ejercieron mis parejas contra mí; desde luego que previamente hice
lecturas con posicionamientos críticos muy potentes sobre el amor patriarcal y así me
acerqué a mis maestras Simone de Beauvoir, Shulamit Firestone, Franca Basaglia, Celia
Amorós, Amelia Valcárcel, Marcela Lagarde, Anna Jónasdottir, Graciela Hierro, Mabel
Burín y Clara Coria.

Leer, comprender, reflexionar, no fue fácil, fue doloroso, pero también fue esclarecedor y
alentador porque descubrí varios puntos por demás interesantes:

• El amor es histórico;

• Las mujeres no somos por naturaleza amorosas, tiernas, sensibles y cuidadosas;

• El amor es una experiencia que define la vida de las mujeres;

• El amor patriarcal oculta formas de violencia sutil contra las mujeres, sin soslayar los
ejercicios de violencia extrema;

• El amor debe ser el gran proyecto ético de nuestro tiempo;

• Existe un proyecto alterno para amar en libertad, se llama FEMINISMO.

Incluir la experiencia personal en la investigación feminista no es una ocurrencia, y ni


siquiera es necesario que la investigadora esté presente de manera explícita en el trabajo,
ya que lo está desde el principio, guardando una relación íntima con su objeto de estudio.
La diferencia entre la investigación feminista y la investigación no feminista es que
nosotras sí aceptamos que la objetividad es una falacia y que retomamos la experiencia
íntima porque comprendemos que lo personal es político; al mismo tiempo, entendemos
que debemos estudiar mucho, para ilustrarnos y para enfrentar las constantes
descalificaciones.

* Cuando de experiencias de violencia en la pareja se trata, dice la autora,


leer, comprender y reflexionar no es fácil, es doloroso, pero también
esclarecedor y alentador.

Parte 2. La crítica feminista frente al amor patriarcal. Simone de Beauvoir, la


enamorada.

La maternidad y la conyugalidad de las mujeres, afirma Marcela Lagarde, no involucran


directamente la procreación ni el erotismo porque las mujeres podemos ser madres
temporales o permanentes, además de nuestras hijas o hijos, de amigos, hermanos, novios,
esposos, nueras, yernos, allegados, compañeros de trabajo o de la escuela, y de muchas
otras personas; y el rol de la maternidad con todos ellos se cumple al relacionarnos y
cuidarlos maternalmente (Lagarde, 2005: 364).

¿Qué significa cuidar a alguien maternalmente según el mandato patriarcal? "Renunciar"


al bienestar propio con tal de satisfacer necesidades y deseos de los otros, aunque se
ponga en peligro la integridad física y mental.
Para las mujeres, ser madres y esposas consiste en realizar actividades de reproducción y
tener relaciones de servidumbre con los demás, es decir, expresar nuestro ser a partir del
mandato del ser para los otros (Lagarde, 2005: 363). El papel de las mujeres como
proveedoras de afectos se ha naturalizado y esto obstaculiza la visibilización de las
consecuencias nocivas de este mandato en la calidad de vida de las mujeres.

La servidumbre de las mujeres se aprende e internaliza en lo más profundo de nuestras


subjetividades, producto del confinamiento en el espacio doméstico; sin embargo, la
servidumbre aparece también en la subjetividad de mujeres que poseen recursos
económicos, sociales y culturales que les permitirían vivir en mejores condiciones,
insertas incluso en sociedades avanzadas, con tendencias genéricas democráticas
(Lagarde, 2005: 165), llámese Islandia, Noruega o Finlandia

¿Dónde encontrar la explicación a esto?

La explicación, afirma Marcela Lagarde, debe buscarse en la dependencia, en sus más


variadas formas y manifestaciones, que presiona a las mujeres a vivir en cautiverio, bajo
condiciones de opresión, renunciando a su libertad económica, social, subjetiva o política.
La dependencia es la metodología operativa de la opresión patriarcal (Lagarde, 2005:
165).

¿A qué se refiere la crítica feminista con la dependencia de las mujeres?

A continuación, presentaré brevemente los argumentos de la filósofa francesa Simone de


Beauvoir sobre la opresión de las mujeres a través del amor.

Cuando el amor no significa lo mismo para las mujeres y para los hombres

En el capítulo La enamorada de su célebre ensayo El segundo sexo, la gran Simone de


Beauvoir afirma que el amor no tiene el mismo sentido para las mujeres que para los
hombres, ya que para las primeras, el amor es una dimisión total en beneficio de un amo
(De Beauvoir, 1999: 636).

Encerrada en la esfera de lo relativo, destinada al hombre desde su infancia y habituada a


ver en él un soberano con el que no tiene permitido igualarse, lo que soñará la mujer será,
unirse y confundirse con este ser soberano como única salida para trascender su ser,
perderse en el cuerpo y el alma de este ser que le es designado como lo absoluto y
esencial (De Beauvoir, 1999: 637).

La dedicación absoluta al ser soberano, dice De Beauvoir, resulta la única salida para las
mujeres que aceptaron el destino femenino tradicional, o bien han conocido una dura
soledad, o han apostado a alguna empresa que ha fracasado, entonces entrevén la
oportunidad de salvar su vida decepcionante dedicándosela a un ser excepcional (De
Beauvoir, 1999: 637).
"Mi pequeña, mi querida niña" son halagos dichos por el ser excepcional que provocan
gozo en toda enamorada, las hace resucitar el amparo que de niñas tuvieron en el hogar
familiar y así ocultar su desamparo en el mundo, el sufrimiento que muchas han
experimentado para volverse adultas: volver a ser niña en los brazos de un hombre que
las colma de felicidad (De Beauvoir, 1999: 639).

Al entregar su vida al ser excepcional, la enamorada se somete a los caprichos masculinos


y puede jugar el papel de mujer, esclava, reina, flor, sirvienta, cortesana, musa,
compañera, madre, hermana o hija, según los sueños fugaces o las órdenes imperiosas de
los amantes. Si la enamorada fracasa en saciar los deseos del amante, se encarnizará en
reprochárselo, ya sea durante una corta o larga temporada, y tal vez a lo largo de su vida
(De Beauvoir, 1999: 646-647).

La dicha suprema de la enamorada consiste en que el hombre amado la reconozca como


parte de él y así ella comienza a ver el mundo con los ojos de éste: lee los mismos libros,
prefiere los cuadros y la música que él prefiere, no le interesan sino los paisajes que ve
con él, las ideas que proceden de él, adopta sus amistades y enemistades, sus opiniones; el
centro del mundo ya no es el lugar donde ella está, sino aquel en donde se halla su amado,
todos los caminos parten de su casa y allí la llevan (De Beauvoir, 1999: 647).

La enamorada depende de su amado, se ha enajenado en otro, quien a su vez no depende


de ella, está seguro de que le pertenece y en todo caso, otra podría ocupar su lugar (De
Beauvoir, 1999: 655). Con esto se cumple la regla patriarcal que nos ubica a las mujeres
en el espacio de las idénticas, de aquellas estructuradas para cumplir las mismas
funciones proveedoras de afectos, por lo que otra puede sustituir a la otra sin problema.

Durante la ausencia del ser amado, la enamorada se siente en peligro, "no hay mucha
distancia entre la traición, la ausencia y la infidelidad", y ésta se vuelve celosa y cómo no
si en cada mirada que el hombre amado dirige a otra mujer pone en juego su destino y
supervivencia, puesto que ha enajenado en él todo su ser. Imprecisos o definidos, sin
fundamento o justificados, los celos son para la enamorada una tortura enloquecedora
porque si la traición es cierta, habrá que renunciar a ese amor (De Beauvoir, 1999: 658).

Simone de Beauvoir concluye este capítulo afirmando que el amor auténtico debería
basarse en el reconocimiento recíproco de dos libertades, y así ninguno de los amantes
abdicaría su trascendencia ni se mutilaría. Cuando las mujeres seamos capaces de amar
con nuestra fuerza y no con nuestra debilidad, el amor será para nosotras, como para los
hombres, fuente de vida y no de mortal peligro.

Tal vez Simone de Beauvoir reflejó todas estas ideas, miedos y preocupaciones sobre la
opresión de las mujeres a través del amor en su obra... el sufrimiento que le provocó la
relación con Jean Paul Sartre está presente en La invitada, en La fuerza de las cosas y en
La ceremonia del adiós.

Después de todo, el amor entre Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre no era el
reconocimiento recíproco de dos libertades porque ella no era libre, estaba ahí para
satisfacer las necesidades afectivas e intelectuales del ser amado, era la enamorada . Una
vez más, la experiencia personal nutre a la crítica feminista.

Simone de Beauvoir escribió El segundo sexo en 1949, pero pareciera que sus reflexiones
están vigentes en el 2012...¿por qué? ¿Cómo se desarrolló la crítica feminista al amor
patriarcal en las décadas subsecuentes a la publicación del ensayo de Simone de Beauvoir?
En la próxima entrega, la crítica feminista al amor patriarcal durante la tercera ola del
feminismo.

El amor, sin duda, es un estado emocional por el cual la mayoría ha pasado,


sin embargo, ¿por qué no puede existir una relación de pareja sin dejar de
lado estereotipos que la sociedad ha designado a la mujer? La autora describe
y reflexiona sobre la opresión de las mujeres al momento de formalizar o
no con alguien.

Parte 3. La crítica del feminismo de la tercera ola al amor patriarcal: ¿Por qué el
amor es aún una experiencia insatisfactoria y frustrante para las mujeres?

Tras la publicación de El segundo sexo de Simone de Beauvoir, el movimiento feminista


repensó los cuestionamientos al sistema patriarcal e, innegablemente, se produjo una gran
organización política y se construyeron y visibilizaron los derechos humanos de las
mujeres.

El derecho de las mujeres al voto, al trabajo, a la educación, a la salud se colocaron como


garantías fundamentales del ejercicio de la ciudadanía, pero existe otro derecho humano
de las mujeres que es básico, que se conecta con los anteriores y que es violado
constantemente, muchas veces sin que lo sepamos: nuestro derecho humano a una vida
libre de violencia.

El feminismo de la tercera ola, éste que se ubica en la segunda mitad del siglo XX, colocó
a la violencia contra las mujeres en la agenda internacional como un tema vital para el
desarrollo humano. Justamente, este ejercicio feminista de nombrar, visibilizar y
caracterizar a la violencia contra las mujeres exigió una reflexión profunda para
identificar en qué espacios se reproducía ésta; la crítica feminista de la tercera ola llegaba
a la conclusión de que en la dinámica de las relaciones de pareja estaba presente la
violencia contra las mujeres.

Shulamit Firestone, en su obra clásica Dialéctica sexual , afirma que la principal opresión
para las mujeres ha sido el amor, ya que mientras los hombres construían la cultura, las
mujeres estábamos ocupadas amando; desde luego que Shulamit Firestone no se refiere a
esto como un acto premeditado de las mujeres, sino que se refiere a toda una construcción
social del ideal amoroso, que coloca a la mitad de la humanidad en condiciones de
opresión y sufrimiento.

El 21 de mayo de 1984 el periódico español El País publicó una entrevista con Kate
Millet [1], importantísima feminista estadounidense que se consagró como un referente
obligado de la teoría feminista con su obra Política sexual; en esta entrevista Kate Millet
afirmó que "el amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas", y
no es que "el amor sea en sí malo", sino que se ha empleado para "engatusar a las mujeres
y hacernos dependientes en todos los sentidos".

Y aunque Simone de Beauvoir ofreció una explicación filosófica monumental sobre la


opresión de las mujeres, nuestras ancestras feministas de la tercera ola debían buscar
respuestas en concordancia al contexto social que vivían.

Alguna vez, durante un encuentro de mujeres en Nicaragua, Marcela Lagarde decía a las
asistentes que imaginaran la película de su vida y pensaran en la forma en que aún se
sentían atrapadas por las obligaciones e imposiciones patriarcales, y al mismo tiempo, en
la que se sintieran emancipadas, con ciertas libertades y recursos (Lagarde, 2000: 50). Las
mujeres presentes coincidieron que, en definitiva, el amor era una experiencia lastimosa,
ya que conjuntaba las contradicciones que vivimos las mujeres contemporáneas, es decir,
que somos ciudadanas (con muchas o pocas garantías y derechos), pero sentimos la
frustración y el dolor en una experiencia que define nuestra identidad de género.

Esta situación llena de contradicciones, la de las contemporáneas, se llama sincretismo de


género; Marcela Lagarde lo caracteriza así:

"Las mujeres del mundo actual experimentamos la contradicción entre tener vidas
marcadas por hitos obligatorios y al mismo tiempo, por acciones transgresoras. Esta
contradicción es el resultado de la configuración de género en un tiempo de tan agudas
transiciones, habiendo, por un lado, una carga de tradicionalidad y por el otro, de
modernidad" (Lagarde, 2001: 16).

Y cómo no si, por un lado, la ideología patriarcal impone a las mujeres nuevas exigencias,
aunadas a las ya establecidas, por ejemplo, cuando en los medios de comunicación
masiva se exalta la figura de las superwomen o de las todólogas , mujeres bellas, felices,
ilustradas, liberadas sexualmente, pero que deben aspirar a lo más tradicional, como la
conyugalidad y la maternidad. Y aquí retomo a Kate Millet, no se trata de afirmar que ser
esposa o madre de alguien sea en sí malo, sino que desde la crítica feminista se ha
visibilizado cómo estas construcciones sociales son utilizadas para alimentar a la opresión
de las mujeres.

En el amor pasa lo mismo, la dinámica de pareja está llena de contradicciones lastimosas


para las mujeres, donde las dudas son muchas y no tenemos certeza de cómo conducirnos:
¿Debo aspirar a casarme? ¿Dónde está el hombre de mi vida? ¿Cómo lo encuentro? ¿El
amor es para mí? ¿Por qué tengo tan mala suerte en el amor? ¿Es bueno tener sexo con
alguien en la primera cita? ¿Los hombres prefieren a una mujer que no tome la iniciativa
y que se dé a desear ? Si él no me llama, ¿debo llamarlo? ¡Tengo miedo a estar sola!
¡Para amar a alguien debo empezar por amarme a mí misma!

Podría llenar hojas enteras con más dudas y temores insertados en la subjetividad de las
mujeres, pero lo que en realidad debo resaltar es que estas ideas devienen de un proceso
histórico, económico, político y social muy complejo, y no se trata de que por naturaleza
las mujeres seamos amorosas y tiernas. Ahí está una clave feminista vital para ubicarnos
como sujetas que viven situaciones concretas: el amor es histórico y no ha sido vivido de
la misma forma a lo largo del tiempo.

Debemos recordar que la opresión de las mujeres a través del amor puede presentar
expresiones de violencia física y no física, como la psicológica, la económica o la
patrimonial, pero también puede presentar las expresiones más crueles y extremas contra
las mujeres, como lo son la violencia sexual y la violencia feminicida; a través de la
investigación feminista se ha evidenciado que en buena medida, los asesinos de mujeres
son sus parejas, ex parejas o algún hombre que haya estado vinculado afectivamente con
la víctima. La violencia feminicida está latente para todas, por ser mujeres, sin importar
que seamos ricas o pobres, ilustradas o no.

¿Por qué la ideología patriarcal fomenta la contradicción? ¿Cuál es el objetivo tácito?


Conservar el miedo femenino a la soledad y que de esta forma tengamos aún la necesidad
de validar nuestra existencia a través de la experiencia amorosa con los hombres, algo así
como que nosotras sigamos amando y ellos gobernando, aunque tengamos posgrados, una
vida profesional exitosa u ocupemos posiciones de poder.

El amor debe ser, dicen las grandes filósofas feministas Celia Amorós y Graciela Hierro,
el gran proyecto de la humanidad, porque exige el desmontaje de jerarquías de género
que oprimen a la mitad de la humanidad bajo argumentos sociales naturalizados. Es por
eso que la sabiduría de nuestras ancestras feministas nos ofrece aun más respuestas.

Las claves feministas propuestas por Marcela Lagarde.

La doctora Lagarde propone un nuevo pacto amoroso, con las mujeres como sujetas
históricas y políticas. Para empezar, hablar del amor significa hablar de la soledad,
porque el amor, como vínculo, sólo es posible entre seres que se asumen en soledad. Las
mujeres debemos deconstruir nuestra soledad y entender que estar solas no pone en riesgo
nuestra sobrevivencia, al contrario, nos ayuda a reconocer que somos seres
autosuficientes y así no generaremos dependencias (Lagarde, 2001: 39).

La soledad es indispensable para el fortalecimiento personal, para desarrollar nuestra


individualidad, para saber quiénes somos, qué queremos, qué deseamos, qué necesitamos,
qué podemos. Experimentar la soledad nos ayuda a vivir la mismisidad, esa experiencia
donde nadie interfiere con nuestra subjetividad, en el cual podremos encontrarnos,
reconocernos por nosotras mismas (Lagarde, 2001: 40).

Tras vivir en la mismisidad, las mujeres podremos reconocernos como seres individuales,
y tendremos la capacidad de crear vínculos, no dependencias: no es lo mismo hacer
vínculos y elegir cómo serán esos vínculos que convertirse en el apéndice de otra persona
y vivir subsumidas en otra persona (Lagarde, 2001: 41).
Que las mujeres vivamos en la mismisidad exige un nuevo paradigma amoroso, en el que
cada una viva el amor desde el yo-misma, como autoafirmación de la identidad, para vivir
con los otros, no para los otros (Lagarde, 1999: 248).

Este es un esquema que Marcela Lagarde presenta como confrontador de los ejes
amorosos femeninos:

Deber ser Existencia

Ser para los otros. Ser yo misma.

Ser para mí.

Para vivir con los otros.

El amor como cuidado. Cuidar de mí y cuidar de los otros en la


reciprocidad.

Yo como ofrenda. Intercambio entre mortales.


Sacralización de los hombres. Humanización de los hombres.

Reconocimiento de su identidad.

Eliminación de la servidumbre voluntaria,


del sacrificio y la ofrenda.

Deseo por el otro para que constate mi Deseo por el otro-la otra por su diversidad.
existir.

Cuerpo-objeto-para los otros. Cuerpo-eros-para mí.

Escisión de eros y amor. El eros y el amor pueden confluir.

Viejas y nuevas formas del amor femenino:


Heteroerotismo. Polierotismo.
Fidelidad. Sólo en reciprocidad.
Confesión. Nueva ética: intimidad y secreto.
Monogamia. Sólo como pacto temporal. Poligamia.
Amor: esencia vital. Amor: parte del quehacer vital.

Lo que engloba este esquema es que las mujeres debemos tener la calidad de pactantes y
construir un nuevo paradigma amoroso, en el cual seamos humanas y ciudadanas, para
construir vínculos que nos fortalezcan y no que nos mantengan en la opresión.

Pero como las mujeres no somos idénticas y vivimos situaciones de vida diferentes,
debemos hacernos una pregunta crucial: ¿Qué puedo? ¿Con qué recursos cuento para
construir un nuevo pacto amoroso? ¿Vivo en violencia? ¿Qué herramientas he construido
hasta ahora?

Dice mi maestra de la vida, Marcela Lagarde, que el camino no es idéntico para todas, a
veces se alarga o se retrasa, otras ocasiones encontramos atajos, pero lo que sí es seguro
es que nos toca seguir, seguir caminando para encontrar a otras y a otros que quieran
unirse y, sobre todo, encontrarnos a nosotras mismas.

El hecho es que el amor no siempre es color rosa, en muchas ocasiones se


convierte en un sistema de opresión que es real en muchas mujeres; la autora
nos narra su experiencia y actual forma de ver el amor; porque en las
relaciones amorosas también existen derechos humanos.

Y después de todo, ¿cómo se conecta la crítica feminista con mi vida? Los costos del
amor patriarcal en mi propia experiencia

Hago una retrospectiva y me doy cuenta de que para llegar al punto de reflexión sobre mí
misma en el que estoy, he tenido que pasar por muchas situaciones, unas dolorosas y
otras felices, alucinantes, divertidas, frustrantes y otras confrontadoras. Definitivamente,
a través de la sabiduría de mis maestras feministas he podido construir recursos para
desmontar ideas, creencias o prácticas lastimosas y debo confesar que en esta
deconstrucción está situada la idealización del amor romántico (patriarcal), porque
reconozco que en mi biografía amorosa, al igual que en la de otras (muchísimas) mujeres,
hay episodios de mucho sufrimiento.

He aquí el testimonio de una mujer sincrética que busca compartir su experiencia con
otras sincréticas no para victimizarse, sino para compartir y encontrar claves que, como
escribió Simone de Beauvoir, nos hagan capaces de amar con nuestra fuerza y no con
nuestra debilidad, para que el amor sea para todas fuente de vida y no de mortal peligro.

La crítica feminista en mi biografía amorosa


Desde que era niña el amor se colocó como una necesidad, pero no hablo de un hecho
concientizado por mí, simplemente asumí como una de mis "obligaciones" ser bonita para
tratar de gustarle a los niños y de esta forma, ser aun más bonita, ya que me convertiría en
una especie de estatua que los demás admirarían; claro que ser bonita, en términos del
arquetipo patriarcal, es muy complicado por lo que no alcanzarlo resultó frustrante... Y
bien, no era bonita según el patriarcado, pero requería serlo, entonces eso hice y me di
cuenta de que los demás me veían como tal, por lo que comencé a posicionarme de esa
forma en todos los espacios. Aunque en el exterior lucía bien, por dentro me sentía
carente, siempre temerosa de no ser lo suficientemente bonita y valiosa. Así pasaron 10
años más y tres hitos amorosos.

D., el músico fallido

Lo conocí cuando tenía 20 años. Ahora puedo entender que la clave principal para que
estableciéramos una relación asimétrica fue que consideré que yo era menos valiosa que
él, quien estudiaba guitarra clásica en la Escuela Nacional de Música y parecía ser todo
un chavo de mundo, era guapo, intelectual, culto y hasta algo fresa. Cuando salimos por
primera vez yo estaba nerviosa y pensaba ¿de qué puedo hablar con un chavo como él si
no pertenezco a su mundo?

A pesar de mi nerviosismo e inseguridad, todo salió bien, la plática fue muy divertida y
descubrí que teníamos muchas cosas en común, como la afición por la fotografía, el gusto
por el arte y el cariño especial por el Día de Muertos. Ese día no nos besamos, pero él me
invitó a salir de nuevo.

A la segunda cita nos hicimos novios y comencé a vivir en una especie de sueño, me subí
a una nube, y lo coloqué en otra, una más arriba que la mía, para poder admirarlo e
idealizarlo cada vez más. Ese 23 de febrero de 2002 que nos hicimos novios fue un día
esplendoroso, desayuné con mi mamá y mi hermano, prendí la radio y escuché Love song
de The Cure y mi madre me prestó su perfume favorito.

D., el músico fallido, y yo estuvimos juntos casi siete años. Ahora sé que lo que me hizo
se llama violencia de género. D. era celoso, posesivo, arrogante, envidioso, inseguro,
misógino, y yo, tan sólo era una mujer de 20 años con la subjetividad de una niña
pequeña, insegura que buscaba aceptación, amor, protección y compañía.

Sinceramente no tengo muy claro cuándo se llevó a cabo el primer ejercicio de violencia,
sólo sé que mi vida ya no me pertenecía, giraba en torno a él, siempre con él y para él.
Me volví una mentirosa profesional, ya que debía ocultar que en las escasas
oportunidades que no estaba a su lado, salía con mis amigos o con mi familia; cuando
sonaba mi teléfono celular, el miedo me paralizaba, no quería que se enojara o que
pensara que lo engañaba con otro hombre.

Cuando salí de la universidad, evidentemente comencé a buscar empleo. Esa búsqueda se


tornó desgastante y tortuosa porque en tres ocasiones conseguí quedarme con el empleo
que solicité, pero D. se mostraba enojado y me decía que si ya no pasábamos tiempo
juntos, nos alejaríamos y terminaríamos por separarnos; temí hacerlo enfadar, y con
mucha tristeza, desistí en su momento de cada uno de las tres ofertas laborales. Al músico
fallido no sólo le preocupaba perder el control sobre mí, sino también que lo superara a
nivel intelectual y profesional.

Los costos de esta relación incluyen violencia sexual, violencia patrimonial y el límite,
aquello que me impulsó a dejarlo fue que vi mi vida en peligro ante sus amenazas. Eso
significó el fin, me negué a verlo de nuevo, pensaba si ya me zafé, no vuelvo a meterme
en eso, ya no. Eso sucedió a fines de agosto de 2008 y en noviembre recibí un mensaje en
mi teléfono celular: No puedo soportar esta espera, yo te amo, pero dime si tú aún me
amas; escribí firmemente NO.

Ahora el reto para mí era aprender a estar sola y aprender qué hacer con tanta libertad.
Por cierto, D. es el músico fallido porque aunque tenía talento y ejecutaba obras de Bach
y Ponce en su guitarra, no trascendió y jamás logró montar el concierto para su examen
profesional.

A., el hombre-niño que buscaba una madre. Yo, la mujer-niña que buscaba alguien
que la abrazara y amara tal cual

No era fácil, ¿qué carajos podía hacer sin él? Caray, tenía tanto tiempo, podía hacer e ir a
donde quisiera, ¿cómo lidiar con eso si durante casi siete años todo giraba en torno al
músico fallido?

Lo que hice fue experimentar. Me enfrasqué con un antiguo compañero de la escuela y


ocasionalmente teníamos sexo, pero yo me quedaba más vacía, aún no entendía que debía
estar sola para fortalecerme. En ese contexto de confusión y malas decisiones, la vida de
A., el hombre-niño que buscaba una madre, se cruzó con la mía.

Nuestra historia estuvo llena de excesos, de alcohol, de violencia, de expectativas que


jamás se cumplirían. Tenía una relación distinta y no había entendido la lección, el peso
de mi historia con el músico fallido estaba todavía presente y no quería que de nuevo me
lastimaran o abusaran de mí; me preocupé tanto por eso que descuidé las señales de
alarma.

Nuestra primera pelea fue apenas con un mes como pareja. Nos encontramos con su ex
novia en el bar de la Roma, ella iba con alguien más, se pararon junto a nosotros, se
besaron y simularon golpearse, A. se enceló, bebió mucho, yo le dije es obvio que
hicieron todo eso frente a ti para molestarte, e inesperadamente me contestó ¿cómo es
posible que apoyes la violencia contra las mujeres? La situación fue muy bizarra, me
desconcerté, no entendía nada...¿apoyar la violencia de género? ¡Jamás! Sólo fue un
comentario y él no se atrevía a aceptar que estaba celoso.

Manejó borracho hasta su casa. Se sentó en el sillón, yo le rogaba platicar y aclarar las
cosas, le decía que todo era absurdo, pero cuando me acerqué más, me empujó muy fuerte
tanto que me caí; desde abajo lo miré más desconcertada, me levanté y recibí lo mismo;
sólo me senté en un rincón, tenía miedo. Después de unos minutos se durmió y sentí que
debía cerciorarme de que no estuviera vinculado con su ex novia, así que hice algo
terrible, muy malo, revisé su celular y me di cuenta de que no se trataba de ella, sino de
otra mujer, con quien actualmente él está casado. No encontré algo precisamente explícito,
pero sí muy sugerente; sé que no me equivoqué, sé que a lo largo de nuestro noviazgo, A.
mantenía comunicación y salía con mujeres a quienes les gustaba, algo así como lo que el
lenguaje coloquial llama mantener velitas prendidas. Él se dice monógamo, y de ahí una
de nuestras grandes discrepancias, la lealtad, para mí, no sólo consiste en no acostarte con
otras, sino en no mantener vínculos ambiguos con otras como reserva por si la relación en
turno no funciona.

Al igual que en todos los episodios de violencia, al día siguiente venían las disculpas y la
reconciliación. Dos meses después vino algo más bizarro: anunciamos que nos
casaríamos; los planes siguieron, no obstante, y afortunadamente, jamás se consumaron.

Pero también siguieron las peleas, las heridas, la indiferencia, aunque con una diferencia,
era él quien tenía por completo el control y diciembre fue un infierno, terminamos y el
hombre-niño ya no quería estar conmigo y ¿qué podía hacer para retenerlo? Rogarle que
se quedara a mi lado, hasta el cansancio, hasta humillarme y aguantar maltratos, abusos
psicológicos, físicos y sexuales. Finalmente, él regresaba y eso era lo importante para mí.
Ahora entiendo que el desamor estaba presente, A. ya no me quería, pero yo a él sí y por
eso me utilizaba para engrandecerse y sentirse poderoso maltratándome... eso se llama
desamor.

Una vez le pregunté por qué ejercía violencia contra mí. Su respuesta: ¿no te das cuenta?
Lo hago porque tú me lo permites, porque tienes una autoestima muy baja. Me gusta ser
el centro de atención y por eso me busco novias obsesivas, para que siempre estén al
pendiente de mí. Según su punto de vista, yo era la responsable de que él fuera violento.
La evasión e impunidad absoluta.

Estando cautiva en el desamor tuve un poco de lucidez y decidí acercarme al feminismo,


lo cual me ayudó a tener voluntad y a obtener respuestas para salir de ese infierno; no era
fácil, las contradicciones que vivimos las mujeres sincréticas me hacían sentir por
momentos fuerza para dejar a A., otras veces me preguntaba qué iba a hacer sin él.

Una vez en clase, la doctora Marcela Lagarde nos dijo: "Quien está en violencia no puede
pactar y el amor debe ser un pacto entre seres libres", y así me di cuenta de que yo no era
pactante y que debía poner fin a una relación tan lastimosa; sólo era cuestión de algunas
semanas, de algunos meses, mis miedos provocaban que postergara la decisión y entonces
A. se me adelantó...¡qué tristeza, qué vacío! Su ausencia sólo podría disiparse con la
muerte, con la mía, claro.

Obviamente mi intento de suicidio no resultó "exitoso" y tras un año de terapia, incluso


de antidepresivos, de estar sola para fortalecerme la pérdida se tornó una ganancia porque
ya no estaba en violencia y descubrí que si A. no estaba yo podía continuar con mi vida.
Carlos, mi compañero de ruta

Una noche me puse como reto que la próxima vez que tuviera una relación, ésta debería
ser diferente, debería estar llena de solidaridad, respeto y justicia. No deseo llegar a un
clichesco final feliz, porque ni siquiera es el final, pero ahora entiendo por qué pasó todo,
por qué debía vivirlo para llegar a este punto en mi vida.

El 7 de marzo de 2011 conocí a mi compañero de ruta. Mi compañero de ruta es un


hombre solidario que respeta y apoya políticamente al feminismo, y por si fuera poco, es
noble, dulce, generoso, ético, intenso. Y sí, esta vez he tratado de deconstruir la estética y
el ideal hegemónico del amor, de ese que daña, que debilita, que destruye. No ha sido
fácil, no puedes sacudirte de repente la influencia estructural de lo ya establecido, pero la
toma de conciencia es el primer paso de un largo recorrido.

A partir de que me posicioné de otra forma, mi vida cambió, y entiendo por qué me siento
aún débil, comprendo qué es la violencia, la detecto, trato de sacarla de mi vida, aunque
también entiendo que desmontar la violencia de género no es una tarea de índole personal,
es una articulación compleja de acciones políticas y colectivas, y con esto hay que
recordar la clásica consigna feminista "lo personal es político", ya que para vivir el amor
con justicia, las mujeres debemos tener derechos humanos.

Ahora pienso en otra clave feminista: asumo que, como afirma la doctora Marcela
Lagarde, para amar hay que tener conocimiento, de nosotras mismas y de los otros, de
que existen otras formas de amar diferentes a las que oprimen a las mujeres.

A lo largo de 31 años he aprendido, con la experiencia del cuerpo, de la piel, ¿qué he


aprendido? Que jamás debo ponerme en riesgo, que la persona más importante de mi vida
soy yo, que el amor no debe doler, que el amor no se suplica y que la lección más
importante que he venido a aprender es el desapego (por las personas, por las cosas, por
los lugares, por los ideales).

Y sé que persistirán las contradicciones: escribir esto fue inspirador, me dio fuerzas y
seguramente, no sé cuándo, pero sé que pasará, después vuelvan algunos
cuestionamientos, inseguridades y miedos, en la vida íntima y en la pública, en la casa, en
la cama; estoy consciente de que las prácticas del amor patriarcal pululan por el aire y que
es posible que me resulten aún tentadoras, porque toda la estructura social las reproduce y
legitima a través de distintos mecanismos, y debido a que es muy complejo desmontar de
mi mente por completo una forma de vida de tres décadas.

¿Qué hago cuando vuelven las dudas, los miedos y las contradicciones? Soy indulgente
conmigo y me doy la oportunidad de ser humana, de reconocerme, de saberme como una
mujer con el derecho a equivocarse y de aprender; reconozco que lo que me queda es
seguir, construir día a día una nueva ética que no me coloque en riesgo y que me incite a
respetar la dignidad de todas las personas, incluida la mía, por supuesto.
Y mientras, sigo aquí, entendiendo que soy y estoy sola, aunque tenga una pareja, sin que
eso sea una tragedia; soy y estoy sola porque me reconozco como una mujer que lucha
por crear vínculos con las personas, no dependencias.

Ah, y aparte de lo anterior, para vivir el amor con justicia estoy cerca de otras mujeres,
amigas, conocidas, familiares, que buscan y desean formas de amar distintas a las que nos
impone el patriarcado, porque a su lado logro entender que no es coincidencia que
nuestras experiencias amorosas se asemejen, sino que esto es reflejo de un sistema de
opresión de las mujeres que proporciona privilegios de género a los hombres. Hay
esperanza, pero más que eso, hay respuestas para todas y por todas.

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