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culturas enfrentadas
Francisco Vivar
University of Memphis
En los últimos años hemos asistido a un aumento de actitudes y movimientos racistas que,
por la gravedad de los hechos, han provocado un replanteamiento y una amplia discusión
de este viejo tema. En algunos de estos textos la España de los siglos XVI y XVII se
menciona como campo de observación y referencia de un racismo histórico que no ha
desaparecido. De modo que contemplamos la reaparición de conflictos culturales entre
musulmanes y cristianos en los mismos lugares de hace ya varios siglos. El clima de
hostigamiento y persecución hacia el musulmán que se vive en Europa ha traído a la
memoria de algunos intelectuales el pasado trágico de los moriscos en España. Teniendo
en cuenta la mención de estos paralelismos históricos, y para mostrarlos con claridad, me
ha parecido oportuno acercarme a un texto del siglo XVI para proyectar luz sobre este
hecho pasado y presente. El conflicto con los moriscos fue, sobre todo, un enfrentamiento
cultural, y podemos usarlo como lente para entender el reciente conflicto de Bosnia o
Kosovo, así como la actitud hacia los inmigrantes norteafricanos en Europa.
Este trabajo aspira a mostrar la contemporaneidad y clarividencia de la escritura de
Diego Hurtado de Mendoza que convierte la Guerra de Granada en un texto duradero para
la reflexión de los enfrentamientos culturales del presente. Es, pues, mi intención llamar la
atención sobre este libro que plantea en el siglo XVI problemas tan de actualidad hoy como
los enfrentamientos culturales. Y, también, destacar la novedad que representa el escritor
que se adelantó a plantear este problema y lo abordó con una claridad poco corriente en su
época. Y no es que crea que la historia se repite o que dos hechos históricos separados por
más de cuatrocientos años sean iguales; sino que no he podido evitar la yuxtaposición para
aprender desde el pasado. El libro de Hurtado de Mendoza ilumina nuestra reflexión y su
sentido está vivo al acercarlo al presente. Por supuesto, las diferencias son enormes y el
anacronismo es simplista. En la guerra de Granada nos encontramos con una política de
colonización distinta a la de Kosovo, y el racismo en Europa es un problema de
A racism which does not have the pseudo-biological concept of race as its main
driving force has always existed […]. Its prototype is anti-Semitism. Moderm
anti-Semitism –the forms which begins to crystallize in the Europe of the
Enlightenment, if not indeed from the period in which the Spain of the
Reconquista and the Inquisition gave a statist, nationalistic inflexion to
theological anti-Judaism- is already a ‘culturalyst’ racism […]. This consideration
is particularly important for the interpretation of contemporary Arabaphobia,
especially in France, since it carries with it an image of Islam as a ‘conception of
the world’ which is incompatible with Europeannes. (23–24)
Siguióse la victoria por nuestra parte hasta que del todo se rindió Galera, sin dejar
en ella cosa que la contrastase que todo no lo pasasen a cuchillo. Repartióse el
despojo y presa que en ella había y púsose el lugar a fuego; y así por no dejar nidos
para rebelados; como porque de los cuerpos muertos no resultase corrupción: lo
cual todo acabado ordenó don Juan que el ejército marchase para Baza a donde
fue recibido con mucho regocijo. (345)
Las tropas de don Juan de Austria han seguido un proceso desgraciadamente muy
conocido a lo largo de la historia: limpiar la tierra de impurezas. Asesinados sus habitantes
se pone fuego, para que la tierra quede purificada de la mancha. Así, se quema el conocido
estigma que siempre dejan los otros, los no-reconocidos, los indeseados. Cuando ya no
queda ninguna marca de identidad de los moriscos, “acabado todo,” la tierra va a poder ser
repoblada por los verdaderos cristianos y españoles.10
El fuego es el caso más extremo que se ha utilizado para borrar las marcas de
identidad de un pueblo o para borrar su memoria de la tierra. Más usado para alejar el
estigma que representan los otros ha sido la alienación física en guetos o la expulsión a otras
tierras. Llegamos así al final de la guerra de Granada con estas palabras que ya preveíamos:
“Quedó la tierra despoblada y destruida: vino gente de toda España a poblarla, y dábanles
las haciendas de los moriscos con un pequeño tributo que pagan cada año” (403). No hace
falta comentario, damos la razón a Hurtado de Mendoza y confirmamos hoy que ese
desenlace ha sido “común a muchas naciones”; pero, también que con la fuerza de las
palabras la historia cumple su propósito de mostrarnos “nuestras culpas o yerros” (92), nos
hace más comprensible la experiencia del presente; y, si prestamos atención, nos ayuda a
saber lo que es probable que ocurra en el futuro cuando se repitan una serie de hechos
semejantes.11
Unido al desposeimiento de la tierra se encuentra la intención de destruir la
identidad cultural de los moriscos. Antonio Domínguez Ortiz y Bernard Vincent, al
estudiar la tragedia de los moriscos en España, observan un cambio de táctica muy
importante en la relación entre vencedores y vencidos, entre la mayoría y la minoría:
El poder religioso se une al poder político para usar contra los moriscos la mayor
represión. Los ataques de la Inquisición se dirigen a todos los aspectos que dignifican el
vivir humano. El acoso brutal del poder real pretende limpiar todo rastro de identidad
cultural, borrar del cuerpo y del espíritu las señales de identidad dejadas por la familia y la
comunidad a lo largo de tantos años de historia. De modo que el poder real y religioso
pretenden que los moriscos no vivan sus propias vidas, actuando como nunca han actuado,
van a ser forzados a tener comportamientos y usos que no proceden de su propio carácter
o de su historia, sino de la imposición de fuerzas externas.
La primera prohibición es la lengua, lo que supone la destrucción de su vida y de su
condición de seres humanos, puesto que al perderla, se convertirían en un grupo sin voz,
sin memoria y sin posibilidad de resistencia. La lengua constituye un elemento de
identidad y de comunicación fundamental, es el eje de la vida en común. A continuación,
Hurtado enumera todos aquellos elementos culturales que distinguían a los moriscos y que
el Rey les prohibe continuar usando. Recordamos algunas de estas prohibiciones: “el hábito
morisco […] obligándolos a vestir castellano; […] que las mujeres trajesen el rostro
descubierto; [les prohibieron] los baños, música, fiestas, bodas […]” (108–9), y, de esta
manera, el autor enumera todas la prácticas de la vida cotidiana que distinguen al morisco.
Como resultado de todas estas prohibiciones y obligaciones a los moriscos “les hizo tanta
impresión que antes pensaron en la venganza que en el remedio” (109). Estas resoluciones
del Rey y de la Inquisición eliminan toda posibilidad de convivencia y provocan un
enfrentamiento inevitable, ya que pretende anular de manera completa a la persona. Lo
Mándannos dejar nuestro hábito, y vestir castellano. Vístense entre ellos los
tudescos de una manera, los franceses de otra, los griegos de otra, los frailes de
otra, los mozos de otra y de otra los viejos: cada nación, cada profesión y cada
De nuevo, palabras que manifiestan tolerancia y posibilidad de diálogo entre los dos
grupos. Aben Xahuar quiere, en verdad, decir que los moriscos y los castellanos pertenecen
al mismo género humano, y las tradiciones, como el vestido, deben respetarse. Sin
embargo, uno quiere ver sólo las diferencias, donde el otro aprecia semejanzas. Los dos son
españoles y los dos pueden ser cristianos porque ni la lengua ni el traje conllevan una
creencia.16
Una vez expuesto que castellanos y moriscos pertenecen al mismo género humano,
Aben Xahuar muestra la incomprensión e intolerancia del poder real y religioso al
enumerar las amenazas que ejercen hacia su pueblo. Las prohibiciones son las mismas que
había expuesto anteriormente Hurtado de Mendoza. Se les va a exigir a los moriscos que
las mujeres lleven la cara destapada, que las casas tengan las ventanas y las puertas abiertas,
que los entretenimientos, como los bailes, la música y la comida, se prohiban en sus bodas,
y que los baños públicos se cierren. Para los moriscos son costumbres de sus antepasados
que ellos continúan, todas ellas necesarias. Para los cristianos son manchas que determinan
un comportamiento intolerable que debe ser aniquilado.17 Ante la imposición de la fuerza
del poder real y religioso sólo les queda a los moriscos la unidad del pueblo para la
resistencia y la guerra. Aben Xahuar les presenta la débil situación de las tropas cristianas,
ya que los ejércitos están disminuidos por los diferentes frentes de batalla que tienen que
atender –Flandes, Francia e Inglaterra-. Y, para animarlos, les recuerda que el conocimiento
que tienen de su geografía les favorece para luchar. En definitiva, la determinación de Aben
Xahuar debe quedar clara para los suyos: “Cuanto más que ni las ofensas podían ser
vengadas, ni deshechos los agravios, ni sus vidas y casas mantenidas, y ellos fuera de
servidumbre; sino por medio del hierro, de la unión y concordia, y una determinada
resolución con todas sus fuerzas juntas” (119). Animados por este discurso comienza la
rebelión de los moriscos.18
Pero la guerra ya no es el tema de este trabajo. Mi intención ha sido considerar el
valor inmediato y práctico que tiene la Guerra de Granada en el diálogo que mantiene con
el tiempo. Más en concreto, demostrar que es un texto que ilumina el análisis y la reflexión
de quien se acerque a los conflictos culturales modernos. En definitiva, llamar la atención
sobre un texto que merece mayor atención del lector y de la crítica de lo que hasta ahora
ha tenido. Diego Hurtado de Mendoza nos sitúa en la problemática de los enfrentamientos
culturales, de los conflictos civiles, y nos explica con claridad que el desposeimiento de la
tierra y la anulación de la cultura, conllevan siempre la resistencia, porque la tierra y la
cultura son los dos elementos que ofrecen pertenencia e identidad al individuo con los
otros. Si el poder o el Estado establece como ley el no-reconocimiento del otro, destruye el
individuo y lo convierte en un ser fuera del espacio y del tiempo, queda anulada de manera
completa la persona. El documento histórico se convierte en realidad experimentada, tan
cercana que es actual y parte de nosotros, debido al análisis sociológico, político y
psicológico que hace el autor de los acontecimientos y de los personajes que intervienen.
Con la lectura nos damos cuenta que nuestro presente puede “tomar ejemplo o
de Juan Goytisolo en Crónicas sarracinas: “el Islam ha representado de cara al mundo cristiano occidental
un papel autoconcienciador en términos de oposición y contraste: el de alteridad, el del otro, ese ‘adversario
íntimo’ demasiado cercano para resultar totalmente exótico y demasiado tenaz, coherente y compacto para
que pueda ser domesticado, asimilado o reducido” (34).
4
Véase mi artículo “Tucídides y la Guerra de Granada de Hurtado de Mendoza.” También el apartado
“Constancia y variación en la naturaleza” en Antiguos y modernos de José Antonio Maravall, pp. 393–397;
Maravall señala que este principio de continuidad “ha estado vigente en Europa durante siglos, desde la gran
invención historiográfica de Tucídides hasta, por lo menos, los filósofos que en el siglo XVIII meditan sobre
la estructura del acontecer” (393).
5 Por su parte Eric Hobsbawn nos advierte que “history as inspiration and ideology has a built-in tendency
to become self-justifying myth. Nothing is more dangerous blindfold than this, as the history of modern
nations and nationalisms demonstrates”; por lo tanto es tarea del historiador “to try to remove these
blindfolds, or at least to lift them slighlty or occasionally –and, insofar as they do, they can tell
contemporary society some things it might benefit from, even if it is reluctant to learn them” (36).
6 Louis Cardaillac señala que “para los Reyes Católicos, el Estado, en tanto representación política y
jurídica de la nación española, tiene el deber de tomar medidas para preservar la unidad religiosa del
país[…] La Inquisición será precisamente la expresión y la garantía de la ortodoxia: traducirá el rigor que
emplean la Iglesia y el Estado en hacer respetar la unidad religiosa fundamento de la sociedad española del
siglo XVI” (43).
7 Para Miguel Angel de Bunes Ibarra don Diego Hurtado de Mendoza “va a rastrear con su reflexión y juicio
los motivos sicológicos de los acontecimientos, no quiere ofrecernos solamente el relato de una contienda
militar, sino que da valor a la acción individual del hombre” para concluir que don Diego “no pretendió
nunca escribir una crónica de guerra sino un ensayo de historia” (25).
convendría el dictado de plebeya; atrevida al hablar cuando se sentía libre, medrosa y servil ante los
superiores y capaz de grandes desaguisados como fueron los asaltos y saqueos referidos” (181).
9 Don Diego el cinco de mayo de 1569 advierte sobre este peligro a las autoridades religiosas en una carta
dirigida al cardenal Espinosa: “Porque hay algunos [frailes] muy escandalosos y córrese riesgo, según son en
esta tierra atrevidas sus paternidades, que alteren el pueblo un día y se junten con los soldados y saqueen el
Albaicín sin que lo podamos estorbar” citado por Julio Caro Baroja en p.13. Respecto a nuestro presente y
en relación con los hechos de El Ejido, Juan Goytisolo señala: ‘En nuestro país de nuevos ricos, nuevos libres
y nuevos europeos, la clase política ni ha intentado aclimatar una cultura moral ni fomentar un civismo que
sirvan de contrapeso a la ignorancia y al desprecio de lo ajeno. El 56% de los beneficiarios de la prosperidad
económica de El Ejido son analfabetos funcionales.”
10 Henry Kamen describe este mismo hecho así: “cuando cayó [Galera], sus 2.500 habitantes, incluídos
mujeres y niños, fueron degollados, el pueblo fue arrasado y sus ruinas se cubrieron con sal. De manera
lenta y brutal, la cruel guerra se acercaba a su fin” (135). Imágenes del horror en las que el siglo XX ha
abundado. José Saramago en su diario comenta el viaje que hizo a Lidice, una aldea arrasada por las tropas
alemanas, para saber “a qué extremos los alemanes llevaron, por represalia, la destrucción de la aldea: casas
arrasadas hasta los cimientos, configuración del terreno modificada, todos los árboles arrancados, profanado
el cementerio, Lidice desaparecida de los mapas y de la memoria para siempre” (299), ésto lo anota el 13
de abril de 1994; tres días más tarde en el avión a Madrid lee en el periódico “que en Ruanda tiraron a
personas dentro de pozos con neumáticos ardiendo. Personas vivas, entiéndase. El catálogo de horrores de
este campo de concentración llamado Mundo es inagotable” (302).
11 Este aspecto es fundamental en el historiador, no adivina el futuro pero si nos avisa de lo posible. En
relación con el tema que estamos tratando; pero situado en nuestro presente, Eric Howsbawm nos advierte
sobre las barbaridades que se avecinan con estas palabras: “after about 150 years of secular decline,
barbarism has been on the increase for most of the twentieth century, and there is no sign that this increase
is at an end” (253); para concluir unas páginas más adelante: “under these circumstances of social and
political desintegration, we should expect a decline in civility in any case, and a growth in barbarism[…]
We have learned to tolerate the intolerable” (264–5).
12Véamos la explicación del proceso de asimilación en la sociedad francesa contemporánea según Etienne
Balibar: ‘The true ‘French ideology’… lies rather in the idea that the culture of the ‘land of the Right of
man’ has been entrusted with a universal mission to educate the human race. There corresponds to this
mission a practice of assimilating dominated populations and a consequent need to differentiate and rank
individuals or groups in terms of their greater or lesser aptitude for resistance to assimilation” (24).
13
En efecto como señalan Domínguez Ortiz y Bernard Vincent en el sínodo de Granada de 1565 “sólo se
hablaba de represión. Ningún aspecto de la cultura morisca quedaba olvidado: uno a uno se mencionan la
lengua, los vestidos, los baños, las ceremonias de culto, los ritos que las acompañaban, las zambras…” (32).
14
Acercándonos a nuestro presente sería oportuno recordar aquí la posibilidad de diálogo que siempre
existe, ya que “the defenders of the ethnic nation (Voksnation) overlook the fact that we can take as our guide
precisely the impressive historical achievements of the democratic nation state and its republican
constitutional principles in dealing with the problems currently posed by the inexorable shift to
postnational forms of society” (XXXVI); y recordar que “the continuing tribal conflicts in formally
independent postcolonial states serve as a reminder that nations only arise once they have traversed the
difficult road from ethnically based commonalities among people who know one another to a legally
mediated solidarity among citizens who are strangers to one another” (153), según la acertada opinión de
J. Habermas.
15 Juan Goytisolo habla del memoricidio como “la devastación programada de monumentos y edificios a
fin de crear espacios vacuos sobre los que erigir otra historia” y pone los ejemplos de Palestina y la supresión
de la memoria escrita; pero también Granada con la quema de millares de manuscritos árabes por el
cardenal Cisneros: “había que despojar a los moriscos de su lengua y memoria para justificar después su
expulsión en razón de su resistencia proterva a la empresa memoricida” (1999, 51).
pues, como señala Márquez Villanueva “mientras estuvieron en España, la conciencia islámica de los
moriscos estuvo sugestionada bajo la doble estrella del mesianismo esperanzador y del acercamiento o
‘concierto’ del Alcorán y el Evangelio” (88).
17Como señala Etienne Balibar “culture can also function like a nature, and it can in particular function as
a way of locking individuals and groups a priori into a genealogy, into a determination that is immutable
and intangible in origin” (22).
18 “El enfrentamiento entre ambas comunidades se manifestó sin ambages desde que la mayoritaria intentó
a partir de 1500 asimilar a la otra (como hicieran en el Zagreb los musulmanes con los cristianos), y las dos
estaban legitimadas, o así se juzgaban para esgrimir las armas a su alcance, cada cual las suyas” (71), según
Serafín Fanjul. Para un análisis detenido del enfrentamiento entre estos dos grupos véase el capítulo tercero,
“¿Eran españoles los moriscos?,” del libro de Serafín Fanjul, La quimera de al-Andalus.
Obras citadas
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1991.
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Elliott, John H. La España imperial. 1469–1716. Barcelona: Vincens-Vives, 1991.
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del VI Congreso de la Asociación Internacional Siglo de Oro. Editadas por Maria Luisa Lobato y
Francisco Domínguez Matito. Madrid: Iberoamericana Vervuert, (2004): 1819–26.