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Un enorme porcentaje de las historias escritas (o cantadas, o representadas) en los veinte

siglos que anteceden al actual, han tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el
desencuentro y la incomunicación. Han podido existir gracias a la ausencia de telefonía móvil.

Ninguna historia de amor, por ejemplo, habría sido trágica o complicada, si los amantes
esquivos hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa. La historia romántica por
excelencia (Romeo y Julieta, de Shakespeare) basa toda su tensión dramática final en una
incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree muerta y se mata, y
entonces ella, al despertar, se suicida de verdad. (Perdón por el espoiler.)

Si Julieta hubiese tenido teléfono móvil, le habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el
capítulo seis:

M HGO LA MUERTA,

PERO NO STOY MUERTA.

NO T PRCUPES NI

HGAS IDIOTCES. BSO.

Y todo el grandísimo problemón dramático de los capítulos siguientes se habría evaporado. Las
últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca, si en la
Verona del siglo catorce hubiera existido la promoción "Banda ancha móvil" de Movistar.

También nosotros nos cansaríamos, nos aburriríamos, con estas historias de solución
automática. Todas las intrigas, los secretos y los destiempos de la literatura (los grandes
obstáculos que siempre generaron las grandes tramas) fracasarían en la era de la telefonía
móvil y del wifi.

Todo ese maravilloso cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por la
ciudad, a contra reloj, porque su amada está a punto de tomar un avión, se soluciona hoy con
un SMS de cuatro líneas.

Ya no hay ese apuro cursi, ese remordimiento, aquella explicación que nunca llega; no hay que
detener a los aviones ni cruzar los mares. No hay que dejar bolitas de pan en el bosque para
recordar el camino de regreso a casa.
La telefonía inalámbrica —vino a decirme anoche la Nina, sin querer— nos va a entorpecer las
historias que contemos de ahora en adelante. Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho
más predecibles.

Y me pregunto, ¿no estará acaso ocurriendo lo mismo con la vida real, no estaremos
privándonos de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente? ¿Alguno de
nosotros, alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer que ama que
no suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora?

No. Le enviaremos un mensaje de texto lastimoso, un mensaje breve desde el sofá. Cuatro
líneas con mayúsculas. Quizá le haremos una llamada perdida, y cruzaremos los dedos para
que ella, la mujer amada, no tenga su telefonito en modo vibrador. ¿Para qué hacer el
esfuerzo de vivir al borde de la aventura, si algo siempre nos va a interrumpir la
incertidumbre? Una llamada a tiempo, un mensaje binario, una alarma.

Nuestro cielo ya está infectado de señales y secretos: cuidado que el duque está yendo allí
para matarte, ojo que la manzana está envenenada, no vuelvo esta noche a casa porque he
bebido, si le das un beso a la muchacha se despierta y te ama. Papá, ven a buscarnos que unos
pájaros se han comido las migas de pan.

Nuestras tramas están perdiendo el brillo —las escritas, las vividas, incluso las imaginadas—
porque nos hemos convertido en héroes perezosos.

Acto iv escena I final fray Lorenzo promete a Julieta que enviará una carta

Casciari describe un mundo en el que la conexión permanente reduce las incertidumbres


hasta el punto en que lo personal se priva de la aventura y lo literario pierde brillo si es que
directamente no existirían las tramas que nos conmueven. Ferraris (2010) sostiene que la
existencia del celular nos habría negado la experiencia de ciertas películas pasadas, mientras
que la imaginación narrativa debe tomarlo en cuenta para las presentes. Todos hemos
sucumbido a una especie de necesidad interactiva frente a determinados desenlaces literarios,
en parte porque en nuestra época la práctica lectora, de acuerdo con Gutiérrez (2009), se
orienta a cargar de sentido al texto connotándolo de presente. Según el punto de vista
propuesto por Murray (1997), no cambiaría el sentido del acto lector a lo largo de distintas
épocas y formas de representación, siendo estas vehículos que facilitan nuestra
autocomprensión frente a los interrogantes que proponen las obras literarias (citado en
Gutiérrez, 2009. El punto de vista de Gutiérrez (2009) en cambio, es que las formas de
representación “no se reducen a nuevos empaques para las comprensiones ya existentes, sino
que las nuevas tecnologías y sus formas de representación atienden (y en algún sentido
emergen de) la transformación en el modo de ser humanos…” (p. 150).
Dado que la consigna permite una reflexión libre, mi posición –basándome en el ejemplo de
Rome y Julieta ironizado por Casciari- sobre al menos esta obra de teatro (la cual consta de
actos y no de capítulos) no es simplemente una trágica historia de amor, hay algo más que nos
angustia y es la existencia de poderes desconocidos que escapan a nuestro control y que llevan
a desenlaces inevitables, con o sin mensajes de texto al final de la escena I del acto IV (a
Casciari la mordacidad no lo exime de rigurosidad). Shakespeare acordaría con que “El
teléfono móvil es clave para mantener la cohesión imaginaria de estas espacios familiares
seguros donde habitan nuestras certezas, cuando nos cubre bajo el manto protector de estar
siempre comunicados con ´los nuestros´” (Winocur, 2010, p. 33) y nos hubiera hecho
reflexionar sobre el destino inexorable de princesas engañadas con mensajes desde perfiles
falsos, secuestradas y nunca encontradas o halladas muertas, de guerreros ahogados sin datos
de triangulación y geolocalización pese a tener celular; en definitiva nos devolvería la
conciencia de que el mundo es un lugar peligroso.
FERRARIS, M. (2010): “¿Dónde estás? Ontología del móvil” (Where are you? Mobile ontology).
En: Aranzueque, G. (Ed.), Ontología de la distancia. Filosofías de la comunicación en la era
telemática. Madrid: Abada Editores, pp. 55-74

GUTIERREZ, E. (2009): “Leer digital: la lectura en el entorno de las nuevas tecnologías de la


información y la comunicación”. En: Signo y Pensamiento Vol. 28 Nro. 54. Bogotá:
Departamento de Comunicación – Pontificia Universidad Javeriana, pp. 145-163

WINOCUR, R. (2010): “Introducción” y “Capitulo 1”. En: Robinson Crusoe ya tiene celular.
México: Siglo XXI, pp. 13-47

De acuerdo con Thompson (1997) las interacciones cara a cara configuraban una experiencia
de simultaneidad que suponía localidad, esto es: lo que sucedía al mismo tiempo implicaba
necesariamente que se desplegaba bajo el mismo espacio. La “simultaneidad despacializada”
(Thompson,1997, p. 53) surgida como producto de las telecomunicaciones permite la
percepción del ahora sin que esto implique su despliegue sobre un lugar concreto. Si
aceptamos, junto a este autor, que los productos mediáticos ponen en circulación formas
simbólicas que modifican la percepción del pasado y amplían la cobertura espacial más allá de
lo inmediato, reconoceremos que nuestro propio sentido de pertenencia a determinados
grupos sociales –con las experiencias vitales que conlleva- está precedido y constituido en
parte por nuestra exposición a productos mediáticos, fenómeno que el autor denomina
“sociabilidad mediática” (Thompson, 1997, p. 57). Este tránsito espacio-temporal entre la
aldea y la ciudad, entre formas actuales de feudalismo y modernidad complejamente tejidas
en Latinoamérica se manifiestan en el género narrativo de ficción televisiva conocido como
telenovela, en tanto que las mismas, afirman Martín-Barbero y Rey (1999) “hicieron también
visible la otra contradicción que más profundamente desgarra y articula nuestra modernidad:
el desencuentro nacional con lo regional, la centralización desintegradora de un país plural, y
la lucha de las regiones por hacerse reconocer como constitutivas de lo nacional” (p. 130).

Bibliografía:

MARTÍN-BARBERO, J. y REY, G. (1999): “III. Narrativas de la ficción televisiva”. En: Los ejercicios
del ver. Hegemonía audiovisual y ficción televisiva. Barcelona: Gedisa, pp. 89-144
THOMPSON, J.B. (1997): “1. Comunicación y contexto social”, “3. El desarrollo de la interacción
mediática” y “5. La globalización de la comunicación”. En: Los media y la modernidad. Una
teoría de los medios de comunicación. Barcelona: Paidós, pp. 25-68, 115-160, 199-236

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