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Toma de decisiones
Nos pasamos la vida tomando decisiones, algunas de ellas de forma tan automática que nos pasan
prácticamente inadvertidas. Cada día decidimos a qué hora nos despertamos, qué desayunamos, qué
ropa nos ponemos …
Sin embargo, existen ocasiones en las que tomar una decisión no resulta precisamente una tarea
fácil: por más que reflexionemos intentando valorar las distintas alternativas, nos sentimos
incapaces de decidir.
La clave de esta dificultad se encuentra en el propio proceso de toma de decisiones, basado en dos
aspectos íntimamente relacionados. Uno es emocional e intuitivo y el otro racional y lógico.
Cuando razón y emoción van en la misma dirección nos resultará más fácil tomar una decisión. Si
entiendo que los problemas con mi pareja son insalvables y que una separación sería lo mejor para
ambos y me siento, además, seguro y confiado para afrontar y superar una ruptura, me resultará más
fácil decidirme a dejar la relación.
Es decir, las opciones lógicamente claras y de bajo o nulo coste emocional permiten una toma de
decisiones más rápida en condiciones normales.
Decisiones con alto coste emocional
Sin embargo, a veces la vida nos coloca en situaciones en las que las opciones que se nos presentan
no son tan inócuas y tomemos la decisión que tomemos tendremos que acabar enfrentándonos a una
situación dolorosa.
En estas circunstancias es fácil suponer que si una opción nos genera menos sufrimiento que el resto
acabaremos decantándonos por ella.
El problema surge cuando todas las opciones conllevan un alto coste emocional, en estos casos
podemos vernos envueltos en un interminable proceso de análisis lógico que frena o impide la toma
de una decisión.
Siguiendo con el ejemplo anterior, si soy consciente de que mi relación de pareja es insostenible y
solo me causa sufrimiento pero emocionalmente no me encuentro preparado para hacer frente a una
ruptura, bien por miedo a un futuro incierto o por mi dependencia emocional hacia esa persona, me
resultará muy difícil tomar la decisión de separarme.
Cuando por evitar el sufrimiento que me generan las consecuencias de una decisión, dedico tiempo
y recursos mentales a sopesar constantemente las distintas opciones, sin poder decantarme por
ninguna de ellas, puedo acabar cayendo en una trampa inconsciente. Sin darme cuenta he tomado
una decisión: he decidido no decidir. Esta decisión inconsciente puede perpetuarse en el tiempo.
La falta de confianza en uno mismo
Este interminable proceso de indecisión contiene un error de base del que no somos conscientes.
Por un lado estamos dando por supuesto que no disponemos de los recursos emocionales suficientes
para calmar el sufrimiento que pueden generar nuestras decisiones. Y por otro lado suponemos
también que no seremos capaces de desarrollar nuevas habilidades que nos ayuden a hacer frente al
sufrimiento.
Calma y confianza
Solo se aprende a tocar el piano tocando el piano, a montar en bici montando en bici, a andar
andando, y a calmar … calmando.
Responsabilidad y libertad
Desde esa confianza que nos aporta el saber que somos capaces de calmar nuestro malestar
emocional nos resulta más fácil tomar decisiones difíciles porque nos sentimos preparados para
afrontar sus posibles consecuencias.
Este proceso de toma de decisiones independiente de su coste emocional nos hace más libres y nos
permite responsabilizarnos de nuestras decisiones y de nuestra vida.