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La Escritura es la Palabra de Dios santa y


verdadera en todo

Creo que la Biblia no solamente contiene, sino ES la Palabra de Dios;


absolutamente cierta, verdadera y confiable en todo lo que dice
acerca de la relación entre Dios y el hombre,
de la ética, de la historia y de la creación.
La Biblia contiene toda la información necesaria para nuestra salvación,
siendo, por ello, fuente suficiente para la enseñanza
y norma absoluta para discernir entre lo verdadero y lo falso.
Todo lo que la contradice, se considera alejado de la verdad
y no hay doctrina sana que no emane de ella.
La Biblia no es solamente el documento de lo que Dios habló,
sino que palabra viva, poderosa y creativa,
para engendrar vida nueva, transformar y fortalecer,
por el Espíritu Santo que la inspiró y nos ilumina,
impartiéndose a sí mismo a través de ella,
así que, en la Biblia, miramos a Cristo y conocemos al Dios vivo.

Creo que la Iglesia no tiene autoridad para criticar la Biblia


sino que debe someterse a la autoridad de ella,
creerla y obedecerla en todo.

REVELACIÓN Y CONOCIMIENTO DE DIOS


No hay conocimiento de Dios sin revelación. Dios es invisible, sobrenatural e inentendible
sin que Él mismo se dé a conocer. Toda información acerca de Dios, su naturaleza, su voluntad,
la manera de relacionarse con Él, que no se basa en revelación, es especulación, es falsa. Hay
una sola manera de enterarse de lo que hay detrás del velo que es producto de la infinita
superioridad de la naturaleza de Dios y también de la ceguera que nos da el pecado – hay que
remover el velo. Nosotros no lo podemos remover, ésta es sólo tarea de Dios.
Todo culto que no se basa en revelación es idolatría, apunta a una imagen que nos hemos
creado nosotros, pero no al Dios vivo. Toda fe que no basa en la revelación es apostasía del
Dios santo. Se puede reflexionar desde una base de revelación, pero no se puede encontrar
nada acerca de Dios a través de la reflexión. Ni esfuerzos intelectuales, ni ritos, ni prestar
atención al propio interior, ni ninguna otra cosa nos hace conocer a Dios, sino, únicamente, la
revelación.
Teología sin revelación es seducción, teólogos sin revelación son maestros falsos, lobos
en traje de oveja, porque apartan del Dios vivo que se revela a sí mismo a los que les creen.
El objeto de la investigación teológica es la revelación sobrenatural de un Dios sobrenatural.
Esto distingue la teología de cualquier otra ciencia. Teología es el esfuerzo de entender la
revelación divina mejor para conocer más y dar a conocer más al Dios vivo.

REVELACIÓN Y SANTA ESCRITURA


La Biblia es el documento de la revelación divina. Su autoridad se basa en ser palabra de Dios.
Es así porque es:
• el fiel registro de la revelación de Dios en la historia con su pueblo
• es usada por el mismo Espíritu para impartir vida a los que la escuchan.
• es escrita por autores inspirados por el Espíritu Santo
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La Revelación en la historia
La Biblia es el registro de hechos que han ocurridos y a través de los cuales Dios se ha
revelado. La revelación histórica antecede la revelación escrita. Antes de que se narren los
milagros de Jesús en los evangelios, Jesús los hizo. La revelación está, principalmente, en el
hecho de que el texto bíblico registra e interpreta para transmitir esta revelación.
Lucas da a su evangelio un prefacio que nos da a conocer su intención de dar mayor
seguridad y convicción a la fe de Timoteo, presentándole en forma ordenada los hechos que
realmente han ocurrido y que Lucas, con diligencia, ha investigado, usando la información de
testigos oculares. Es decir, que la intención de Lucas es que la Fe de sus lectores se base en
factos históricos. Eso es incompatible con el frecuente prejuicio de que la Biblia no quiere
darnos información histórica exacta, sino que es un testimonio de Fe, así que la veracidad de
los hechos que la Escritura narra, no importa tanto, sino su mensaje religioso.
La verdad es que no solamente Lucas, sino que toda la Biblia, quiere impartirnos Fe
realista, que se basa en hechos que realmente han ocurrido, a través de los cuales Dios se ha
revelado y nos ha hablado, haciendo que a través de ellos, lo conozcamos. Por eso, gran parte
de la Escritura son narraciones históricas, pero también todos los otros textos tienen relación
con la historia y dan testimonio de la intervención de Dios en ella.
La historia bíblica se concentra, para ello, en lo que llamamos la historia de la salvación.
Es la historia entre Dios y su pueblo. En ella, Dios se da a conocer más y más, revela sus
principios y su santa voluntad, ordena sus mandamientos y desarrolla la promesa de salvación
a través de profetas y hechos proféticos. Dios es dueño de toda la historia y opera y también
se comunica en toda la historia, pero él mismo santificó una área de la historia, la apartó de lo
profano y se dio a conocer en ella.
Historia de la revelación o revelación histórica, sería tal vez un nombre más apropiado
para esta área que historia de la salvación. A través de Fe e incredulidad, apostasía y
renovación, juicio y restauración del pueblo de Dios, esta historia apunta a Cristo; que es la
promesa del Antiguo Testamento, avisada por los profetas e ilustrada en ritos, personas y
acontecimientos que, en el Nuevo Testamento, se cumple y cuyo cumplimiento final se avisa.
Ésta, es una historia de milagros; tan sencilla y sobria, sin ninguna tendencia de
sensacionalismo, hablan las Escrituras de tan grandes cosas. Somos enfrentados en la Biblia
con un Dios real y vivo, que actúa y que habla, al cual nada es imposible. Por su
sobrenaturalidad, la historia bíblica no encaja en la ciencia histórica crítica con sus principios
de analogía y correlación.
Los milagros bíblicos no tienen analogía en la experiencia del mundo incrédulo y no se
puede interpretar la historia bíblica en base a relaciones causales inmanentes como resultado
de factores socioeconómicos, políticos y religiosos. La Biblia, cuenta su historia sin
consideración a los criterios y preguntas de historiadores modernos. No solamente la historia
bíblica, en sí, es sobrenatural; sino también la historiografía bíblica es inspirada
sobrenaturalmente y refleja una percepción e interpretación de la historia, que también es
producto de la misma inspiración sobrenatural. No muestra interés académico, sino que es
anuncio del Dios viviente. Es Dios que se revela y el que no puede percibir esta revelación, no
entiende ni los textos ni la historia que registran.
En este sentido, los hechos bíblicos son hechos en la historia pero no son asunto de la
historia como disciplina científica secular. Pasaron realmente en espacio y tiempo y el
historiador puede investigar su ambiente pero en respecto a lo propio, a las intervenciones por
las cuales Dios se revela, el instrumental de la ciencia histórica secular no puede sino fallar.
Pero si la razón crítica esconde su ateísmo metódico bajo una ropa teológica, dándose el
nombre “método histórico crítico” y trata a juzgar cuáles datos históricos de la Biblia son
correctos y cuáles no, “corrigiendo” y remplazando la historia bíblica por sus propias
construcciones históricas, postulando que los textos transmiten verdades que no tienen que
ver con su veracidad histórica, nos quita la revelación de Dios.
La Biblia nunca indica darnos una enseñanza religiosa vestida de historia que en realidad
no ha ocurrido así. Para Jesús y los apóstoles eran Adán y Eva, Abraham y otras personas
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históricas y el diluvio un hecho histórico. Acerca de los hechos de la salida de Israel de Egipto,
que Pablo menciona en 1Co: 10 interpretándolas (los hechos, no el texto de Éxodo) como
revelaciones proféticas de Cristo escribe:”Estas cosas sucedieron...” (1Co 10:6). El autor a
la carta a los Hebreos, refiere a los personajes del Antiguo Testamento que mencionó en el
capítulo 11 de su carta, como personas reales de la historia cuando escribe: “Por tanto, puesto
que tenemos en derredor nuestra tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo
peso...” (Heb. 12:1).
Las Escrituras solamente nos pueden dar testimonio de la revelación divina en la historia
y así ser revelación para nosotros si son veraces en todas sus informaciones históricas. El Dios
al cual la Biblia nos hace conocer a través de contarnos lo que hizo, se vuelve un desconocido
y es sustituido por ídolos filosóficos-teológicos cuando perdemos la seguridad acerca de la
veracidad de los hechos narrados en las Escrituras. ¿No hay una diferencia si creo en un Dios
del que sé que Israel testificó su Fe en Él a través de historias como las de Abraham o si creo
en el Dios que de veras habló a Abraham y le guió y protegió e hizo pacto con Él – y ¡Este Dios
de Abraham es mi Dios! -? Así podríamos añadir miles de ejemplos.
El creyente tiene la experiencia de que su propia vida es sobrenatural e inentendible para
el mundo y reconoce en sí el mismo Espíritu que opera en la historia de la salvación e inspiró
las Escrituras. “El Espíritu sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene
ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.” (Jn 3:8) – así también el todo de la
historia de salvación. Por eso, los relatos de las escrituras le son hechos reales. Además la
arqueología confirma los hechos bíblicos y la crítica ha debido, una tras otra vez, reconocer
que algo de la Biblia que había considerado un mito tiene confirmación histórica.

La eficacia y la autoridad de la Escritura


La Escritura es la Palabra de Dios que tiene el poder para impartir vida (Dt 32:47, Sal
119:50, Jn 6:63.68), nos hace nacer de nuevo y nos hace crecer en esta vida nueva (Stg
1:18; 1P 2:2). Las preciosas y maravillosas promesas que encontramos en las Escrituras son el
medio por el cual llegamos a ser participes de la naturaleza divina (2P 1:4). Citando la Torá,
Jesús confirma que el hombre no vive sólo de pan, sino de cada palabra que sale de la boca de
Dios (Dt 8:3, Mt 4:4). Todos creyentes pueden testificarlo, hay una multitud de millones de
testigos que han experimentado el poder vivificador y santificador de la Escritura.
Este testimonio del Espíritu Santo, también formó el canon bíblico. No hubo, ni en el judaísmo
ni en la iglesia, ninguna autoridad que decidió cuáles libros entran y cuáles no en el canon. La
tesis de Heinrich Graetz acerca de un sínodo de Jamnia que determinó el canon del AT ya no es
sostenible. También, respecto al Nuevo Testamento, hay que destacar que ningún concilio y
ninguna autoridad eclesiástica jamás decidieron cuáles libros forman y cuáles no parte del
Nuevo Testamento. El consenso tanto de los judíos, como de la iglesia acerca del canon, es
producto de que los libros bíblicos mismos convencieron de que son Palabra de Dios.1 Las
Escrituras se oponen fuertemente al Espíritu del mundo sobre todo al del mundo religioso,
critican a los líderes y sacerdotes de Israel, contradicen a las tendencias clericales que crecen
ya en la iglesia de los primeros siglos y proclaman un mensaje que también en el pueblo de
Dios, con su carnal tendencia de apostasía, era todo lo contrario de popular – ¡sin embargo,
son justo estos libros los que llegan a ser reconocidos como Escritura Santa! La autoridad de la
Biblia no es derivada de ninguna autoridad clerical, tampoco de ningún dogma sino es el santo
y efectivo poder de Dios inherente en la escritura misma.
Jesús reconoce la autoridad de las Escrituras del AT. Dice a los judíos en Jn 5:45-47: “No
penséis que yo os acusaré delante del Padre; el que os acusa es Moisés, en quien vosotros
habéis puesto vuestra esperanza. Porque si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de
mí escribió él. Pero si no creéis sus escritos, ¿cómo creeréis mis palabras?” Estas palabras
llaman la atención porque el mismo Jesús se somete a la autoridad de las Escrituras
reclamando Fe para sí, porque todo lo que hacía y enseñaba era bíblico.
Para Jesús “la Escritura no puede ser quebrantada” (Jn 10:35). Para no ser
malentendido aclaró: “No penséis que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido
para abolir, sino para cumplir. Porque en verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la
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tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla.
Cualquiera, pues, que anule uno solo de estos mandamientos, aun de los más pequeños, y así
lo enseñe a otros, será llamado muy pequeño en el reino de los cielos; pero cualquiera que los
guarde y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.” (Mt 5:17-19) Con
estas palabras, atribuye hasta a los mínimos detalles de la Escritura autoridad divina. La
Escritura le es garante de verdad y la ignorancia acerca de ella garante de equivocación (Mt
22:29). A sus adversarios refuta una y otra vez con las Escrituras, oponiéndose a la tradición
teológica que se había puesto por encima de la Palabra de Dios con la directa autoridad y el
verdadero sentido de la Escritura (Mt 5:17-48, Mr 7:1-13, Mt 22:23-33). Después de su
resurrección, abre a sus discípulos las Escrituras (Lc 24:27-32).
También los apóstoles apelan a la autoridad de la Biblia. El evangelio es el mensaje de
que las promesas de las Escrituras se han cumplido en Jesús y es por eso conectado con la
formula “según las Escrituras” (Rom 1:2s, 16:26, 1Co 15:3s). Cuando los apóstoles
predicaban el evangelio exponían las Escrituras y mostraron a través de ellas que Jesús es el
Mesías. A los judíos que conocían las Escrituras dieron la posibilidad de examinar su
predicación, si era de acuerdo con ellas o no. Los judíos de Berea “eran más nobles que los de
Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando diariamente las
Escrituras, para ver si estas cosas eran así.” ( Hch 17:11) Pedro apunta, en su segunda carta,
al hecho de que el evangelio no tiene que ver con fábulas, sino con hechos reales de los cuales
él es testigo ocular y describe como ejemplo su experiencia con Jesús en el monte de
transfiguración. Pero después escribe: “Tenemos también la palabra profética más segura...”
(2P 1:19) Este comparativo da mayor autoridad a la Escritura que al testimonio de Pedro.
Avisando el cumplimiento de las escrituras, Jesús y los apóstoles no solamente las
interpretaron, sino que dieron a conocer un nuevo nivel de la revelación de Dios. El que en las
Escrituras fue avisado ahora ha llegado. Era por eso necesario registrar, también, la historia y
enseñanza de Cristo y de la iglesia primitiva en Santas Escrituras. Así como Dios antes había
hablado a través de los profetas y el registro de esto es el Antiguo Testamento, así ha hablado
al fin de los tiempos a través de Cristo (Heb 1:1-2) y el registro es el nuevo Testamento.
La Escritura es Palabra de Dios, por eso su autoridad es la autoridad de Dios. Creerle y
obedecer a la escritura es creerle y obedecer a Dios y trae vida - no creerle y no obedecer a la
Escritura es no creerle y no obedecer a Dios y trae juicio. En frente a la Biblia estamos en
frente al Dios vivo que habla.
Como Palabra de Dios, ella manifiesta algunos atributos divinos. Dios es santo y su
Palabra es santa. Dios es absolutamente veraz, Él no puede mentir y tampoco se equivoca,
nunca tiene que arrepentirse o corregirse (Tit 1,2, Num 23:19). Por eso, su Palabra es verdad
eterna (Sal 119:160) en todo lo que dice y es la regla autoritativa para distinguir entre mentira
y verdad y entre error y verdad (Hch 17:11, Mat 22:29). Este incluye los datos históricos que
según el testimonio que la Escritura da sobre sí mismo no son fábulas sino hechos reales (2P
1.16; Jn 21:24; Lc 1.4; Mt 12:3; Mt 22:31s).

La inspiración de los autores bíblicos


La Biblia muestra características de ser un libro sobrenatural. Es, por ejemplo, un milagro y un
testimonio del origen sobrenatural de las Escrituras que una colección de 66 libros escritos en
un periodo largo de más que mil años se muestra como tal unidad. Desde Génesis, el libro del
origen del mundo hasta Apocalipsis, el libro de la consumación del mundo, observamos el
desarrollo progresivo de los mismos principios e ideas directrices. ¡Cuán maravilloso es por
ejemplo ver el desarrollo de la promesa de Gé 3:15 a través de toda la Escritura como una
secuencia aclarativa de muchas palabras, señales y eventos proféticos hasta su cumplimiento
final en la consumación de los tiempos!
De cada verdad central de nuestra Fe se puede mostrar un desarrollo orgánico desde el
comienzo hasta el fin de las Escrituras. Por eso el Resucitado pudo mostrar a los dos discípulos
de Emaus, lo que refiere a Él en toda la Escritura. Sabemos que también el Nuevo Testamento
trata de Él. Los distintos libros de la Biblia dependen uno del otro y se necesitan el uno al otro
para su interpretación: no se entiende por ejemplo Hebreos sin Levíticos, ni Gálatas sin
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Génesis y a revés. En total ,es la Biblia una perfecta unidad sobrenatural. La historia nos
muestra muchos ejemplos de profecías bíblicas cumplidas. Pensamos en las que se han
cumplido en Jesús, pero también en las profecías que avisan juicios por ejemplo contra Tiro,
Nínive, Babylon ... Ellas son una clara evidencia de que la Santa Escritura es un libro
sobrenatural.
Para los creyentes, el origen divino de la Biblia, es un hecho empírico porque reconocen en
todas partes de ella al mismo Espíritu que les hizo nacer de nuevo y que les guía y vivifica
cada día. Que la Biblia es Palabra de Dios a la cual agradecen su vida nueva y con la cual la
alimentan, perfeccionan y fortalecen, es para ellos no un “teologúmenon”, sino una experiencia
innegable.
La explicación para el origen divino de la Biblia es la inspiración. El Señor inspiró los autores de
las escrituras con el mismo Espíritu que se manifiesta en las intervenciones divinas en la
historia dándoles entendimiento y la capacidad de dar a conocer los hechos, profecías,
mandamientos y promesas de Dios fiel y verazmente, transmitiendo junto con ellos la
revelación y el mensaje divino. Las personas inspiradas eran todos imperfectos y falibles pero:
“Las palabras del SEÑOR son palabras puras, plata probada en un crisol en la tierra, siete
veces refinada.” (Sal 12:6) También Sal 119:140 y Prov 30:5 dicen en el texto orginal no
solamente que la Palabra del Señor es pura sino que pasó por un proceso de purificación y
refinación. Dios se preocupó de que no tengamos una mezcla entre Su Palabra y palabra de
hombre con errores y equivocaciones sino que la inspiración incluye un proceso de purificación
y refinación que garantiza que toda la Escritura es pura verdad.2 Si no consideramos la
Escritura como Palabra no solamente inspirada, sino también purificada y refinada y
postulamos equivocaciones y errores humanos en ella la bajamos al nivel de cualquier
inspiración y la hacemos inútil para ser la regla para probar todo lo que se presenta como
producto de inspiración, sean sermones o profecías o doctrinas cuyas autores reclaman una
experiencia de revelación para sí. Sometemos entonces la Escritura a la regla que está en
nosotros mismos en lugar de usarla como regla para distinguir entre lo verdadero y lo falso.
Nosotros no tenemos que distinguir que es y que no es divino en la Biblia porque:
“Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para
instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena
obra.” (2Ti 3:16-17)
La palabra “toda” dice que no hay parte de la Escritura que no sea inspirada y por ello
autoritativa. Por eso muchas veces cuando en el NT se cita textos del AT se las introducen a
menudo con formulaciones como “el Señor dice” o “el Espíritu Santo dice” y “Palabra de Dios”
llega a ser un sinónimo de “Escrituras”. (2Cr 24:31, Salmo 119, Mr 7:10-13, Jn 10:34s, Heb
4:1-13)
El como de la inspiración puede ser diferente: los diez mandamientos fueron escritos por el
mismo Dios y después de la destrucción de las tablas copiados por Moisés, algunos profetas
hablaban las palabras del Señor así como literalmente habían recibido para escribir después
todas o solamente una selección de ellas, otros vieron, otros investigaban como Lucas, otros
escribían para solucionar problemas concretas – tal vez la mayoría de los autores de la Biblia
no tenían consciencia de que escribían las Santas Escrituras. Pero el resultado es en cada caso
el mismo: Palabra de Dios. Así que creer en Dios significa creerle lo que dice, es decir creer en
su Palabra, la Escritura.

La Palabra escrita en relación a la Palabra predicada y a la


Palabra encarnada
Jesús es la Palabra (RV: el verbo) de Dios (Jn 1:1-18). Después de hablar a través de los
profetas Dios habló a través de su hijo (Hch 1:1-2). Como hemos visto arriba también a la
Escritura se atribuye ser Palabra de Dios. En la mayoría de las veces que en el NT se habla de
la “Palabra de Dios” no refiere al texto estático de las Escrituras sino a la predicación (vea
sobre todo las ocurrencias en el libro Hechos, 1Ts 2:13) y esta es mayormente la predicación
del Evangelio (Hch 8:25, Col 1.5).3
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La Palabra escrita y la Palabra predicada


En la Biblia podemos observar que mayormente las Escrituras no desarrollan su efectividad en
“estado crudo”, sino a través de un proceso pedagógico que aumenta y profundiza el
entendimiento de ellas. Para ello, se la transmite la Palabra bíblica no solamente a través de la
lectura sino a través de enseñarla, es decir de explicarla, interpretarla y aplicarla. Los padres
deben enseñar a sus hijos, los sacerdotes al pueblo, los pastores y maestros a la iglesia y los
creyentes deben enseñarles mutuamente. Es por culpa de los sacerdotes que no enseñan que
el pueblo “es destruido por falta de conocimiento” (Os 4:6). Cuando Esra lee ante la asamblea
de todo el pueblo la ley, también la explica (Neh 8:8) y provoca un avivamiento (Neh 8-10). A
Timoteo Pablo manda: “Entretanto que llego, ocúpate en la lectura, la exhortación y la
enseñanza [de las Escrituras].” (1Ti 4:13) La bendición de que casi cada creyente tenga una
Biblia para leerla y estudiarla privadamente es bastante nueva. Antes resultó el conocimiento
bíblico de la lectura y enseñanza pública. El justo del Salmo 1 que medita día y noche sobre la
ley del Señor no tiene el texto del Pentateuco siempre disponible para leerlo, sino que tiene su
lectura pública y enseñanza en memoria para meditar sobre ella.
Dentro de la Biblia encontramos dos clases de enseñanza bíblica:
Una es una interpretación profética de los textos bíblicos ya existentes, que incluye revelación
nueva y lleva a un progreso de la revelación. Es un proceso del desarrollo de las verdades
reveladas centrales. Moisés mismo da en Deuteronomio enseñanzas sobre los 10
mandamientos y el libro del pacto. Los profetas interpretan la Torá y aclaran y concretizan las
profecías de ella. Pero para ello reciban revelación profética del Señor. Jesús enseña la
Escritura pero él viene del Padre y conoce al padre y es en persona el cumplimiento de las
Escrituras. También los apóstoles y los predicadores de la iglesia primitiva predicaron el
evangelio enseñando las Escrituras pero lo hacen a base de la revelación de Cristo encarnado,
crucificado y resucitado y en el poder del Espíritu Santo. En todo esto no solamente hay una
interpretación sino un progreso de la revelación. Sin embargo concuerda el progreso de la
revelación siempre con la Escritura ya existente y es aclaración, profundización, aplicación y
desarrollo del poder de la misma y ella es la norma con la cual la revelación tiene que
concordar y por ente puede y debe ser examinada (Dt 13:2-6, Hch 17:11). En otro lugar, hace
el progreso de la revelación crecer las Escrituras Santas añadiendo nuevas partes a ellas. Este
proceso es inseparable del progreso de la revelación histórica. Después de la manifestación del
Cristo y de la génesis de la Iglesia, no hay otro evento de revelación histórica de este rango
hasta la segunda venida de Cristo, así que la Escritura está terminada y por ente la
interpretación de ella no incluye más un progreso de la revelación sino solamente un progreso
en el entendimiento de ella. La enseñanza de los apóstoles se hizo Santa Escritura – lo mismo
no pasa con la enseñanza de la iglesia de hoy.
La otra clase de enseñanza bíblica es la predicación que explica y aplica simplemente la
Escritura impartiéndola en la vida del pueblo de Dios, de cada creyente y también de los
incrédulos, para que vuelvan al Señor. También ésta, para que sea efectiva, no debe ser “con
palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que la
fe no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1Co 1:4s), es decir:
hay una inspiración del Espíritu también para la predicación, igual como hay una acción del
Espíritu en los que escuchan. Sin embargo es la autoridad de la predicación como Palabra de
Dios solamente derivada de la Escritura pues ella es su fuente, su contenido y lo que junto con
el Espíritu Santo desarrolla el poder de la predicación. “Así que la fe viene del oír (= resulta de
la predicación)4 , y el oír (la predicación), por la palabra de Cristo (= por la Escritura)5.“(Ro
10:17) Se puede decir Palabra de Dios a la predicación porque a través de ella la Palabra
escrita se hace efectiva. Pero mientras la Biblia es Palabra de Dios con autoridad absoluta y
normativa para distinguir lo verdadero de lo falso debe la predicación comprobar su autoridad
por transmitir el mensaje bíblico. En diferencia a las Escrituras no se puede dar a la predica el
atributo de inerrancia. Un predicador que nunca se equivoca en nada no existe. Hay que
examinar todo para mantener lo bueno y desechar lo malo. (1Ts 5:21)
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La Palabra encarnada y la Palabra escrita


Cristo es el tema de todas las Escrituras. La promesa del Cristo es el contenido de lo que
Dios hablaba “hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres
por los profetas” (Heb 1:1) - el registro de esto es el Antiguo Testamento. “En estos últimos
días nos ha hablado por su Hijo” (Heb 1:2) que al fin se manifestó en la historia - el registro de
esto es el Nuevo Testamento. La Biblia es el registro de la revelación divina pero su contenido
es Cristo. Como hemos visto arriba es también Cristo que confirma la autoridad de las
Escrituras. Y es el Espíritu de Cristo que opera en los profetas del Antiguo y del Nuevo
Testamento (Hch 16:7, Ro 8:9, 1P1:11). La fuente, el centro y la meta de la revelación
histórica que está registrada en la Escritura es Cristo.
No el Cristo que ahora está a la diestra del Padre e igual como esto es invisible es la
revelación de Dios, sino el Cristo encarnado, crucificado y resucitado. El verbo encarnado es el
Jesús histórico, en Él vemos la “gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de
verdad” (Jn 1:14)6. Cristo es el verbo que, desde el principio, estaba con Dios pero esta
palabra fue hablada a nosotros cuando se hizo carne y vino para dar a conocer a Dios que
nadie jamás ha visto (Jn 1:1-18, 1Jn 1:1-3, Heb 1:2). El hombre Jesús, una persona concreta
que era como era e hizo lo que hizo es la revelación de Dios. El que lo ve a él ve al Padre.
Acerca de este hombre profetizaba el Antiguo Testamento y acerca de este hombre se trata el
Nuevo Testamento la única fuente para saber cómo era, que hizo y de que habló. El único
acceso a Él son para nosotros las Escrituras.
No podemos ni debemos reconstruir un Jesús histórico que encontramos detrás de los
textos bíblicos. Por ende, no podemos repetir el error del siglo 19 y tratar escribir una biografía
de Jesús al gusto de historiadores modernos tratando de llenar los vacíos de nuestro
conocimiento con especulación aguda - pintaríamos un ídolo. No tenemos más datos que el
Nuevo Testamento. Esto no satisface la curiosidad de los historiadores. Los evangelios carecen
en gran parte de una clara cronología y no cuentan los eventos con el afán de dar una
descripción completa de lo que pasó, sino que los narran interpretando así que podamos ver la
revelación en ellos.
Los autores de los evangelios (como los de toda la Biblia) no son historiadores sino
testigos, no “monografean”, sino que testifican y anuncian a Jesús. Pero ellos testifican factos
y anuncian a base de estos factos a Jesús como Cristo. El Jesús histórico no es un desconocido,
no conocemos todos los detalles biográficos pero lo conocemos como persona lo suficiente – el
Jesús anunciado en los evangelios, es el Jesús histórico (y no solamente el reflejo del efecto
del mismo) y es el mismo que resucitó y ahora vive y reina a la diestra del Padre y es Señor de
los señores. Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre. Al mismo que conocí a través de la Biblia y
conozco en una relación personal, lo reconozco en el Jesús histórico del Nuevo Testamento y lo
conozco a través de eso más y más.
Dios se revela en Cristo y a Cristo lo revela en las Escrituras lo que incluye toda la
historia registrada en ella. Ni siquiera los apóstoles que conocían a Jesús cara a cara recibían la
revelación de Cristo independiente de las Escrituras. Si Pedro dice: “Tu eres el Cristo...” es
porque reconoce en Jesús al Mesías que conocía de las Escrituras. Si no tenemos seguridad
acerca de la historicidad del Antiguo Testamento, perdemos el testimonio profético y con esto
la prueba de que Jesús realmente es el Cristo que lo cumple. Si no tenemos seguridad acerca
de la historicidad del Nuevo Testamento, no conocemos al Cristo que se reveló en la historia. Si
la Biblia no es históricamente cierta en todo, no conocemos al verbo encarnado. Nuestro Cristo
necesariamente será un Cristo diferente que el revelado.7 Solamente las Escrituras nos dan a
conocer a Cristo, y si no somos ciegos por causa de un velo mental, vemos en ellas no
solamente información sino la gloria de Cristo tan real y efectivo que contemplándola y
reflejándola8 somos transformados en la misma imagen por el Espíritu que es de Cristo, que
inspiró las Escrituras y nos da vida a través de ellas (2Co 3:15-18). Es así como conocemos a
Cristo, según el Espíritu y es así, que conocemos a Dios.
Cuando Cristo se encarnó, se transformó, a pesar de todas las limitaciones humanas, en
hombre perfecto que pudo decir acerca de sí mismo: “Yo soy la verdad ...” - el producto de su
“enverbación” en las Escrituras son palabras que, a pesar de todo lo notablemente humano, en
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ellas son perfecta verdad.

La Palabra de Dios y el Espíritu Santo


Si buscamos un factor común entre la Palabra encarnada, escrita y predicada, encontramos la
obra del Espíritu Santo. Sin Espíritu Santo no se da, ni se recibe ni se hace efectiva la
revelación. Jesús se encarnó por el Espíritu Santo, fue ungido por el Espíritu Santo, lo que le
da el título Cristo, hizo sus obras a través del Espíritu Santo, inclusive su obra en la cruz y
resucitó a través del Espíritu Santo. Jesús es efectiva y objetivamente la máxima revelación de
Dios. Sin embargo, ni siquiera los que lo acompañaban en su ministerio pudieron percibir esta
revelación, sin que les fue revelada específica y personalmente (¡Mt 16:16!). Recibieron
definitiva claridad cuando el Espíritu Santo les recordó todo lo que Jesús había enseñado. (Jn
14:26; 16:12-14) Esto por nada significa que Jesús recién en el momento que es reconocido
como Cristo “sucede” como Palabra de Dios. Ya lo es objetivamente, pero el Espíritu Santo
tiene que transmitir la revelación al corazón duro y pecaminoso del hombre.
Cristo nos es revelado a través de la Escritura, que también es objetivamente Palabra de
Dios, porque registra obras del Espíritu Santo; fue inspirada por el Espíritu Santo, sus palabras
son Espíritu y el Espíritu Santo da testimonio de ella y la hace evidente y efectiva. Esta
revelación objetiva, tiene que ser transmitida por el mismo Espíritu Santo para que, a través
de él, la Palabra se transforme en vida en nosotros. Cuando Dios se revela, no solamente nos
llena la cabeza con información, sino se da a sí mismo, es decir, la revelación de la Escritura
consiste en impartirnos el mismo Espíritu Santo por el cual fue inspirada9. Esto puede pasar al
leer la Biblia o, sobre todo, al oír o leer la predicación y enseñanza de la Palabra de
predicadores o escritores (que en realidad también son predicadores) ungidos con el Espíritu
Santo. Teología sin unción del Espíritu, que no es instrumento para que el Espíritu pueda ser
impartida a través de la Palabra, es teología muerta e impartirá muerte.
El Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo que glorifica a Cristo y nos une con Cristo. La
comunión con Cristo es la participación del mismo Espíritu de Cristo. Pero el que se une al
Señor, es un espíritu con Él. (1Co 6:17) Por eso estamos en Cristo si estamos en Espíritu y
el Espíritu en nosotros es Cristo en nosotros. Si hablamos, entonces, de una impartición del
Espíritu, hablamos de llenarnos con Cristo para que Él sea formado en nosotros y nosotros
transformados en su gloriosa imagen, “como por el Señor, el Espíritu” (2Co 3:18). Para ello el
Espíritu de Cristo nos quita el velo mental y nos muestra la gloria de Cristo en las Escrituras
(2Co 3:15-18).
La obra del Espíritu Santo, que está conectada con la Escritura, la hace efectiva y se imparte a
través de ella; es lo que distingue la Santa Escritura de todas otras escrituras (que pueden
tener este efecto solamente derivada de la Escritura enseñándola a ella teniendo su fuerza
solamente de ella) y que da a la Iglesia el testimonio de que ella es Palabra de Dios, norma de
la verdad, divina autoridad, fuente de vida para la Iglesia. Creer o no creer a este testimonio
determina nuestro destino eterno.
El Espíritu Santo es autor, agente, intérprete, comunicador y ejecutivo de la Palabra de Dios.

ENTENDER LA BIBLIA
No hay un método ni técnica que asegura a entender en forma correcta y completa la Palabra
de Dios. Es el Espíritu Santo que transmite la Palabra y ni a Él ni a la Palabra podemos manejar
y disponer de Él o de ella. Es que el Espíritu que usa la Palabra para manejar y disponer de
nosotros. Además es nuestro conocimiento parcial. Somos discípulos, aprendices, lo que
acerca de la Palabra significa que estamos en un proceso de aprendizaje para entenderla más
y más. En este proceso, no entendemos todo a la vez, hay mucho que todavía no entendemos
o que todavía entendemos mal; o que entendemos, pero todavía no en su completa
profundidad y claridad. El Espíritu es el maestro que nos guía paso por paso y ni la mejor
exégesis puede abstraer de este proceso. Así que no hay método seguro. Pero hay actitudes y
paradigmas condicionales para entender la Palabra de Dios. Quiero mencionar algunos:
9

(1) Arrepentimiento No criticamos la Biblia, sino que nos exponemos a la “palabra de


Dios viva y eficaz y más cortante que toda espada de dos filos, y que penetra hasta
partir el alma y el espíritu...y es poderosa para discernir los pensamientos y las
intenciones del corazón. Y no hay cosa creada oculta a su vista, sino que todas las
cosas están al descubierto y desnudas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar
cuenta.” (Heb 4:12-13) Nos sometemos al juicio de la Palabra sobre nosotros y nos
refugiamos en la gracia que ella nos avisa, recibiendo perdón y poder para cambiar.
(2) Fe. Fe es el contrario de crítica, es la confianza de que en este libro me habla Dios y,
por ende, puedo confiar en todo lo que me dice. Este libro no me entregará ninguna
información errónea, porque el Espíritu que lo inspiró es el Espíritu de verdad que guía
a toda verdad.
(3) Ser humilde y enseñable como un niño ante Dios. Cuanto más conocimiento
teológico tenemos, cuanto mayor sea el nivel académico, tanto más nos desafía esta
condición. Los Saduceos y Fariseos, y de los últimos sobre todo los escribas, eran
expertos en asuntos teológicos y la mayoría de ellos rechazaron al Cristo. Jesús no cavó
en sus sistemas e ideologías religiosos. No podemos escuchar la voz de Dios en la Biblia
si nos acercamos con una actitud de crítica a ella, sabiendo de antemano las cosas
mejor que ella. Tampoco puede ella hablar a nosotros si tratamos de encorsetarla en la
camisa de fuerza de nuestros sistemas teológicos e ideologías “cristianas”, sean ellos
liberales o fundamentalistas. Necesitamos ordenar las cosas sistemáticamente para
aprender y entender, pero no se debe confundir los sistemas teológicos con la Palabra
de Dios y se tiene que permitir a la Escritura a romperlos y corregirlos – en caso
contrario son ideologías que ponen velo ante nuestra mente. Jesús prometió el Reino de
los cielos a los pobres en espíritu (Mt 5:3) y exclamó: Te alabo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las
revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así fue de tu agrado. (Mt 11:25s) El niño
no cree saberlo todo, pero es convencido de que sus padres saben todo. Así debe ser
nuestra actitud. Dios ha escogido lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios.
(1Co 1:26) por eso hay que renunciar a la sabiduría propia y al deseo de ser reconocido
por ella, para que la Palabra nos pueda dar sabiduría de lo alto. Nadie se engañe a sí
mismo. Si alguno de vosotros se cree sabio según este mundo, hágase necio a
fin de llegar a ser sabio. (1Co 3:18). Con esta actitud no adaptamos la Palabra a
nuestros conceptos sino cambiamos nuestros conceptos mundanos por los de la Palabra
de Dios y somos así transformados a través de la renovación de nuestra mente. (Ro
12:2) En este proceso sabemos siempre que nuestro conocimiento es parcial y que
todavía no sabemos como deberíamos. (1Co 13:9, 1Co 8:2)
(4) Dependencia del Espíritu Santo. Podemos ser muy hábiles en analizar los textos
bíblicos usando los mejores herramientas académicas y parecernos a un profesor de
música, experto en música de Johann Sebastian Bach, que tiene la mejor habilidad de
analizar las partituras de las obras de Bach, capaz de ver toda la simbología
matemática y todos los mensajes escondidos en ellas – pero es sordo, sin capacidad de
poner un CD, sentarse en el sillón y escuchar y disfrutar la música. Otra persona no
tiene la habilidad de analizar las partituras de Bach pero sí puede escuchar la música.
¿Quién entiende más? Si los análisis de las partituras son algo adicional a lo que se
recibe al escuchar la música de Bach pueden ser útiles para profundizar la
interpretación. Necesitamos orar y buscar y confiar más en el Espíritu que en nuestras
habilidades y herramientas sobre todo si somos teólogos académicos. La Palabra de
Dios, en primer lugar, no hay que analizarla e interpretarla, sino escucharla. Sin el
Espíritu Santo, somos sordos a la voz de Dios en ella. El hombre natural no acepta
las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede
entender, porque se disciernen espiritualmente.” (1Co 2:11-14) Este problema
tienen muchos teólogos. Podemos orar y pedirlo y confiar en el Espíritu Santo pero no
podemos disponer de Él y manejarlo sino que Él quiere disponer de nosotros. ¡Él es
Dios!
(5) Obediencia. No es necesario explicar este punto.
10

(6) Adoración. Estoy hablando de una actitud que busca la gloria de Dios y no el
reconocimiento de los hombres. Jesús pregunta:¿Cómo podéis creer, cuando recibís
gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único? (Jn
5:44) Esto es un principio hermenéutico incontrastable. El mundo académico es todo un
sistema de recibir gloria los unos de los otros y esto es una de sus fuerzas motrices.
Lamentablemente, se puede decir lo mismo de la teología académica 10. Pero también en
las congregaciones fácilmente caemos en un sistema de buscar gloria el uno del otro. Si
tratamos brillar con nuestra habilidad de entender la Biblia, con nuestra inteligencia,
con cuan espirituales somos y cuanta revelación recibimos, entrará el engaño y matará
(sin que nos damos cuenta) la Fe y la vida se va. El conocimiento con el que quiero
brillar no edifica sino envanece11, el amor, que es resultado del conocimiento genuino
que viene de Dios, sí edifica. ¡Qué Dios nos ayude!
(7) Pasión. No se puede escudriñar la Escritura con la frialdad de un patólogo que hace
una autopsia. ¡El que nos habla es el Dios viviente! Es al que amamos con todo el
corazón, con toda el alma y con toda la mente. Si es así, no puede haber indiferencia y
distancia a su Palabra, la apreciamos, la amamos, la anhelamos con hambre, nos
deleitamos en ella, pero también temblamos de ella. El Señor detesta a los tibios que se
creen ricos y no saben cuán pobres, desnudos y ciegos son. (Ap 3:14ss)
(8) Esfuerzo y diligencia. La dependencia del Espíritu Santo no se debe confundir con un
misticismo que nos pone pasivos y nos hace apagar la mente para asegurar que no
seamos nosotros sino el Espíritu que interpreta los textos. El Espíritu Santo no nos
apaga, sino que nos enciende, no nos quiere como títeres sino que nos activa como
personas llenas de vida con todas sus expresiones, porque es el Espíritu de vida. Por
eso, para entender la Palabra, no somos pasivos sino activos y diligentes. Motivado por
la pasión a la Palabra, se une el esfuerzo de la oración, de buscar a Dios y de buscar
entendimiento de lo alto con el esfuerzo intelectual de investigar la Palabra y meditar
sobre ella.12 Este doble esfuerzo echó Jesús de menos en aquellos dos discípulos, y echa
de menos muchas veces en nosotros, cuando critica: “¡Oh insensatos y tardos de
corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!” (Lc 24: 25)
11

1
Las inseguridades que la iglesia tenía en los primeros siglos acerca de algunas cartas del NT (las católicas, Heb y
de Ap) y de algunos escritos que al final no entraron en el canon (Clemente, Bernabé, Pastor Hermas y Didajé) no
cambian el hecho de que hubo un proceso de reconocer lo que es Palabra pura de Dios y por ente Santa Escritura y
distinguir de ello lo que no lo es a pesar de lo bueno y edificador que sea. Este proceso tiene un claro resultado que
es el canon, no por las autoridades eclesiásticas sino por el testimonio del Espíritu Santo. Ni siquiera las dudas de
Lutero y de los teólogos de los últimos dos siglos podían debilitar la convicción de la iglesia entera en respecto al
canon del NT. Toda la iglesia lee 2°P como Santa Escritura.

2
Inspiración es un fenómeno que no se limita a la génesis de la Escritura. Un predicador también es inspirado, lo
que en este caso no incluye que no pueda equivocarse en su sermón. Lo mismo se puede decir al respecto de los
dones del Espíritu, especialmente de la profecía, sabiduría, y ciencia – se trata de inspiración, sin embargo hay que
examinarlo todo porque las personas inspiradas son falibles. Cada creyente tiene experiencias de momentos
cuando fue inspirado por el Espíritu, sin embargo no se atribuye inerrancia a las cosas que se dice en estos
momentos. El concepto de inspiración en sí no excluye que la persona inspirada mete equivocaciones y errores en
la transmisión de lo revelado. Lo que distingue la Escritura de otros productos inspirados es su función de ser la
norma para diferenciar entre lo verdadero y lo falso para lo cual no es solamente palabra inspirada sino también
refinada así que toda escoria fue excluida. De una enseãnza, una palabra profética u otro don practicado en la
iglesia se puede decir que fue inspirado pero no que Dios lo ha purificado y refinado siete veces, no que es palabra
pura de Dios. La inspiración de los autores de la Biblia incluyó mucho más que el escribir el texto bíblico. David
ejerció todo su ministerio real bajo inspiración y es muy probable que escribió más salmos que los que tenemos en
el AT, también los apóstoles buscaban siempre la guía, autoridad y sabiduría del Espíritu Santo y no todos sus
sermones o escritos están en el NT. Creo que la génesis del canon bíblico tiene una función muy importante en el
proceso de la refinación. En este fue probado que es palabra pura y eliminado lo que no lo es. Es interesante que
por ejemplo una carta de Pablo a los Corintios que fue escrita entre la primera y la segunda que tenemos en el NT
no se guardó en Corinto y no entró en el canon. Ni Clemens que 40 años más tarde escribe a la misma iglesia la
conoce. Seguro que hubo también inspiración cuando Pablo escribió esta carta, pero la iglesia primitiva no recibió
el testimonio del Espíritu Santo de que esta carta sea Palabra de Dios en el rango de Santa Escritura ni hubo una
preocupación divina para que sea guardada y conocida por las próximas generaciones.

3
En analogía a la doctrina de la Trinidad postuló Karl Barth una triple forma de la única Palabra de Dios: la Palabra
revelada / encarnada que es Cristo, la Palabra predicada y la Palabra escrita. Karl Barth era un pastor formado en
la teología liberal, que se dio cuenta de que con este tipo de teología, no tenía nada que predicar en el púlpito. Eso
le llevó a buscar a Dios y Su revelación y se transformó en un teólogo de la revelación. Su teología se puede
caracterizar como la victoria de la Fe sobre la teología incrédula. Con esto se transformó en una voz profética de su
tiempo. Pero, tal como Israel, hace tiempo, no conquistó la tierra prometida completa, sino que dejó enclaves
desde donde los enemigos más tarde atacaron, oprimían y esclavizaron; fue también Barth inconsecuente e hizo
concesiones al liberalismo. Para Barth la “Palabra escrita” no es idéntica con la Biblia ni es algo estáticamente
inherente en ella, sino que sucede de repente como revelación desde los textos bíblicos.
Emil Brunner es más claro: para él la Biblia no es, ni contiene inherentemente la Palabra de Dios sino que es
un medio de ella. No en sino por medio de la Biblia, pero tampoco sin o contra ella, que recibimos la Palabra de
Dios como un encuentro con el que habla. Este permite mantener una actitud crítica hacia la Biblia. La historia
muestra que esta levadura más tarde fermentó toda la masa. Rudolf Bultmann se acoge a Barth y se considera en
lo fundamental unánime con él. Pero pocos teólogos de la historia desarrollaron tanto poder destructivo para la Fe
como él y su escuela, la teología hermenéutica, con su programa de la desmitificación e interpretación existencial.

4
La palabra traducida con “oír” (a˙koh;) puede significar el acto de escuchar pero en la mayoría de las ocasiones
neotestamentarios refiere al objeto de lo oído así también en el versículo anterior donde es traducido como
“anuncio” y refiere al anuncio, es decir la predicación, del Evangelio.

5
La Palabra de Cristo es la palabra cuyo autor y contenido (se puede entender el genitivo como subjetivo u objetivo)
es Cristo. El Evangelio es prometido en las Escrituras (Rom 1:1-3) y la enseñanza de Jesús y de los apóstoles
también ahora es parte de las Escrituras. Palabra de Cristo además es aquí como en Col 3:16 sinónimo de Palabra
de Dios.

6
Es muy probable que por eso recibe el título verbo. Si Juan habla en su prologo de la Palabra que desde principio
estaba con Dios quería decir que este Jesús histórico a través del cual Dios habló y se reveló existe desde
eternidad y es Dios.
7
El dilema de la teología histórica crítica se muestra sobre todo en la cristología. Toneladas de tinta se ha
consumido para referir sobre la relación entre el “Jesús histórico” con el “Cristo dogmático” de la Fe de la Iglesia.
(1) El camino liberal es la reconstrucción de un Jesús histórico de los pedazos que deja la crítica de los datos
históricos del NT y datos de la historia, cultura y religión de su época. Esta reconstrucción se postula
como el Jesús verdadero (o al menos más probable) en contraste al Jesús tradicional-dogmático. Hay una
escala desde muy conservador y poco liberal que postula muy pocos diferencias entre el Jesús de los
evangelios y su reconstrucción histórica hasta completamente liberal que postula “Jesús históricos” que
casi no tienen nada que ver con el de los evangelios. Como las diferencias son graduales (aunque a veces
de muchos grados) y el método es el mismo no se puede definir hasta que grado se puede ir. Por eso
implica la versión conservador de este camino una natural declive hacia el otro lado de la escala.
(2) Otra opción es decir que no el Jesús histórico sino el Cristo anunciado, el Cristo del “kerigma” es la base
de nuestra Fe. Los tópicos de esta postura aparecen la primera vez en una charla publicada de Martin
Kähler, El Jesús historicista y el Cristo histórico bíblico (Der sogenannte historische Jesus und der
geschichtliche, biblische Christus): (1) Sabemos muy poco del Jesús histórico y los datos no alcanzan para
12

una biografía (2) Pero como dato histórico seguro tenemos en el NT el reflejo del impacto histórico de
Jesús en la predicación de la iglesia primitiva acerca de Cristo y hacia más atrás no tenemos que ir (3) El
énfasis en el Jesús histórico es “conocer a Cristo según la carne” (4) No un “Jesús histórico” sino el Cristo
proclamado por la iglesia primitiva como lo vemos en el Nuevo Testamento es nuestro Señor. --- Kähler
abrió con esta charla la puerta para separar la Fe en Cristo del Jesús que de hecho ha vivido en la historia.
30 años más tarde refutó Karl Barth un argumento de Adolf von Harnack acerca de la necesidad de tener
claridad histórica acerca de Jesús así: ”Al que todavía no sabe que a Cristo ya no conocemos según la
carne le puede decir la ciencia bíblica crítica. Este puede ser lo que el conocimiento histórico puede
aportar para la tarea propia de la teología.” Con otras palabras: el Jesús histórico no interesa para la Fe y
la inseguridad que la crítica ha creado acerca del Jesús histórico es por eso un apoyo porque imposibilita
este interés. Esto guía a una esquizofrenia: Barth inspira toda su dogmática en la Escritura y postula a un
Cristo con todos sus atributos bíblicos – pero esto no es identíco con el Jesús histórico. Hay que reconocer
a favor de Barth que desde su cristlogía llega a reconocer los hechos fundamentales para la Fe en Cristo
como la resurrección y también la partogénesis (también aquí vence en él la Fe a la teología) pero
mientras el NT deriva del hecho de la partogénesis la evidencia de que Jesús es el hijo de Dios (por eso lo
santo que nacerá será llamado Hijo de Dios -Lc 1:35- , Mt 1:22-23) y de la resurrección que Jesús es
Señor anda Barth el camino a revés y postula estos hechos casi independiente de la revelación histórica.
Otros que lo siguen en este camino no ven ninguna obligación para llegar a la misma conclusión y
completan la independencia de la Fe (mejor dicho: lo que consideran la Fe) de los hechos. Rudolf
Bultmann que siempre se consideró un teólogo en total acuerdo con Barth diferiendo solamente en
algunos asuntos metódicos dice: “No se debe regresar atrás del Kerigma usándolo como fuente para
reconstruir un Jesús histórico … No el Jesús histórico sino Jesucristo el predicado es el Señor.” Así que
trata entender a Jesucristo predicado: El “Kerigma” es el mensaje propio del NT que, según Bultmann,
está envuelto en una cosmovisión y lenguaje mítico que no es esencialmente parte de él, sino solamente
una manera típica de la gente de la antigüedad para comunicarlo - así es que hay que quitarle esta
cáscara. El resultado es un Jesús “kerigmático”, desmitificado. Este no es Hijo de Dios en el sentido real,
no es preexistente, resucitó en el Kerigma pero no resucitó corporalmente y no va a venir otra vez.
(3) Una combinación (1) a y (2).

8
El verbo “katoprivzomai” en 2Co 3:18 puede significar “mirar como en un espejo”, “mirar el reflejo” o “reflejar” ,
creo que el texto une los dos significados.

9
Por eso dice Jesús: El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado
son espíritu y son vida. (Jn 6:63) Mira también 2Co 3:14-18: Donde está el Espíritu del Señor hay libertad, es
decir el velo mental que impide ver a Cristo en la Escritura es quitado y se puede ver en ella la gloria del Señor
para ser transformado en la misma imagen a través del Espíritu. Si hablamos de ser nacido o de crecer por la
Palabra hablamos de la misma impartición.

10
Hay una disertación excelente de Eta Linnemann a cerca de esto: Orginal oder Fälschung? (¿Orginal o
falsificación?), CLV, Dillenburg 1994/ 1999. Linnemann era una teóloga crítica, alumna de Bultmann, Fuchs y
Ebeling cuyo primer libro todavía pertenece a la literatura de estandardo en los facultades teológicas críticas de
Alemania. Ella gozaba un gran reconocimiento en el mundo académico teológico crítico cuando de repente tuvo un
encuentro con el Señor que cambió su vida completamente. Ella renunció a la teología crítica y dedicó su vida a
enseñar la Palabra de Dios como misionera en Indonesia. Escribió también algunos libros para refutar la crítica. En
el mencionado arriba analiza también las fuerzas motrices en los facultades teológicas críticas (en realidad no hay
otros en las universidades de Alemania) y como aquellas mantienen con vida y progresando la crítica. La fuerza
motriz principal en esto es el sistema de reconocimiento o negar reconocimiento con sus condiciones y reglas no
expresadas pero implícitas. De hecho creo que esto es la causa principal porque la crítica ha podido lograr tan
influencia en la teología universitaria. El orgullo, el afán de reconocimiento es su mayor motivación.

11
Sea liberal o sea superbíblico o superespiritual.

12
Salmo 1:2, Jn 5:39, Hch 17:11, Pr 2:1-6

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