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François Furet
Publicado originalmente como
La Révolution dans l’imaginaire politique française
Le Débat N° 26, 1983
La revolución en el imaginario político francés
Francois Furet
social. Se trata de una ambición universal cuya abstracción se parece a la del mensaje de
las religiones pero que se diferencia de él por su contenido puesto que esa regeneración
inglesa y norteamericana.
en que aparece como un desarrollo de acontecimientos, una historia sin fin. Ella no
posee una escena central sobre la cual fundar la nueva sociedad, ni un freno que la
contenga, ni un ancla que la sostenga. No posee un 1688 como para crear una
otro lado, los dos fines de la Revolución inglesa y de la revolución americana no son
de las Santas Escrituras; finalmente, en 1688, la sustitución final de una antigua dinastía
por una nueva funda un régimen durable sobre una tradición reencontrada. Un siglo
políticos, portados por los primeros inmigrantes y como la restauración de una promesa
tiempo, el vínculo religioso cristiano (se trata de reencontrar un orden original querido
por Dios) y el anclaje de la continuidad histórica inmemorial (la common law inglesa),
la Iglesia católica y con la monarquía, es decir, con la religión y con la historia. Quiere
fundar la sociedad, al hombre nuevo, pero ¿sobre qué fundamento? Al hacerlo, descubre
que es una historia, que no tiene ni a Moisés ni a Washington, nadie ni nada, donde fijar
su rumbo.
su desarrollo, entre 1789 y 1799. Es imposible enumerar los momentos y los hombres
que tuvieron por tema o por ambición principal esta ambición de terminar la
Revolución. Mounier, desde de julio de 1789, luego Mirabeau, La Fayette, Barnave, los
Girondinos, Danton, Robespierre, cada uno para su propio beneficio hasta que
Bonaparte pudo lograrlo por un tiempo pero, justamente, solo por un tiempo (y
filosófica. Ni siquiera la fiesta del Ser Supremo (junio de 1794), que es probablemente
el esfuerzo más patético realizado por la Revolución francesa para superar lo efímero y
lo inmanente, logra aparecer ni por un solo instante como otra cosa que una tentativa de
sobre ellos, como si la Revolución en tanto que historia no pudiera superar su propia
la política.
acontecimientos y de regímenes, una cascada de luchas por el poder, para que el poder
sea del pueblo, principio único e incontestado, pero encarnado en hombres y en equipos
reconstruida sin cesar después de que ella ha sido destruida. En lugar de fijar el tiempo,
cual se engendran conflictos sin reglas: nada entre la idea y las luchas por el poder, lo
que la mejor fórmula para la deriva histórica. Sin ninguna referencia en el pasado, sin
postergado. La Revolución francesa oscila sin cesar entre lo que la fija y lo que la
las circunstancias. Es la Declaración de los derechos del hombre pero también las
Terror. De suerte que su verdad termina por ser dicha en 1793, en una fórmula según la
cual el gobierno de la revolución es simplemente “revolucionario”. Se trata de una
colectivas que se relacionan con ella: de allí, la elasticidad indefinida de las apuestas por
el poder en la política que ella inaugura, y los intentos ponerle un término, todos vanos
y todos recomenzados.
enraizar jamás ese principio en instituciones. Por una parte, alrededor de la pareja
fundamental, destinada a tener casi la fuerza de una querella religiosa en torno de dos
concepciones del mundo. Por otro lado, crea en el interior de los hombres y de las ideas
izquierda está unida contra la derecha pero no tiene ninguna otra cosa en común con
ella.
República atestigua esta realidad. No existe ningún historiador, ningún político del siglo
XIX que no haya tenido como referencia inicial, para explicar su tiempo, no solamente
la Revolución francesa sino sobre todo el hecho de que ella continuaba repitiendo sus
secretos solo ella poseía. La historia de esta época puede ser estructurada alrededor de
después de la primera e incluso un segundo Bonaparte, siendo que el primero había sido
revolución francesa sobre la política francesa del siglo XIX. Por otro lado, a mediados
del siglo XIX, el régimen más marcado por el mimetismo revolucionario, la Segunda
República, reprodujo por sí solo el gran ciclo de los diez últimos años del siglo XVIII,
con la única diferencia que comenzó con la República y que la fase jacobina nació
muerta (las jornadas de junio). Pero, todos los actores están allí, adosados a los grandes
ancestros: la farsa luego de la tragedia, diría Marx. El final de la pieza por un segundo
segundo año del siglo XIX, por el reencuentro aleatorio de una coyuntura excepcional y
Revolución francesa: el del siglo XVIII y el del XIX. El primero, se opera en ausencia
caracteriza en el siglo XIX por un consenso profundo sobre las estructuras del estado y
por un conflicto permanente sobre las formas de ese mismo Estado. Es un consenso,
sustancia, su solución es tan difícil: el consenso sobre el Estado administrativo hace que
las revoluciones sean técnicamente fáciles, y el conflicto sobre la forma del Estado hace
que sean inevitables. Por otro lado, el consenso es ignorado incluso por los actores de la
política; el conflicto se renueva incluso para los más indiferentes a la política. Este se
nutre no solamente del recuerdo de la revolución sino también de la creencia que ésta
legó a los franceses, a todos los franceses, tanto de derecha como de izquierda: a saber,
que el poder político detenta las claves del cambio de la sociedad. Esta doble realidad
explica la paradoja, tan a menudo subrayada, de un pueblo que es, a la vez, conservador
y revolucionario. A través de la revolución francesa, los franceses aman una tradición
mucho más antigua que ella, puesto que es la tradición de la realeza; si los franceses
son ese pueblo que no puede amar juntas las dos partes de su historia, y que no deja,
contradictorios.
II
1793, a los partidarios de 1789 y a los partidarios de 1793. Por un lado, se trata de fijar
fines de siglo. Por el otro, al contrario, se trata de negar y de superar 1789 en nombre de
1793 y de recusar 1789 como fundación y de celebrar 1793 como una anticipación de la
promesa cuya realización todavía está inconclusa. En ese sentido, la revolución francesa
legado. Es preciso o bien terminarla, o bien continuarla; signo de que, en ambos casos,
está siempre abierta. Para terminarla, el único punto de cierre disponible es 1789, la
nacional. Sólo falta encontrar un gobierno definitivo para esa nueva sociedad. Pero a
que se acepte considerar 1793 no como una dictadura provisoria de auxilio, sino como
períodos la crítica teórica del liberalismo, imaginada por Rousseau treinta años antes.
Hace descender a la historia real el problema filosófico por excelencia del siglo XVIII:
¿qué es una sociedad, si somos individuos? La filosófica liberal clásica –“a la inglesa”-
resolvía esa dificultad con una petición de principio sobre el carácter social del
individuo natural: el secreto del orden final nace del juego de las pasiones o de los
intereses. Pero toda la obra política de Rousseau, casi un siglo antes de Marx, es una
crítica a esa petición de principio: para pasar del hombre natural al hombre social, es
abstracto, único actor concebible del Contrato social. Es fácil comprender cómo este
medida en la que se deje de relacionar 1793 únicamente con una coyuntura excepcional.
Por lo demás, los mismos jacobinos habían mostrado el ejemplo aislando a Rousseau
del resto de los filósofos del siglo, como el único pensador de la igualdad y de la
negación del individualismo liberal de 1789, los hombres del siglo XIX no tuvieron que
realizar un gran camino: solo releer a Robespierre, y a Rousseau después de
En efecto, la generación liberal de los años 1820 es ejemplar, puesto que ella
trabajos prácticos con los acontecimientos de julio de 1830. Thiers, Mignet, Guizot
dialéctica histórica. 1793 no es más que un episodio pasajero, y por cierto deplorable, de
ese punto de vista una de dos historias constitutivas de la identidad europea, es decir, de
la civilización, junto con la historia inglesa. Posee sobre esta última la superioridad de
que la victoria de la democracia es mucho más neta, pero también la desventaja de que
ejemplo de un pueblo que también ejecutó a su rey, que conoció la escalada igualitaria,
Respecto de este punto, 1830 es una fecha clave, un punto de inflexión. Guizot,
Thiers y sus amigos están preparados y al pie del cañón. Los Tres Jornadas Gloriosas
deben fundar un nuevo 1789; pero el advenimiento de un Orléans debe evitar un nuevo
puesto que dejaba un lugar, aunque más no sea por una necesidad secundaria y
deplorable, a la dictadura del año II. Pero su 89 político sí lo era. Por ello, se trataba de
inicial a través del recurso a Luis Felipe. En suma, rehacer un 1789 mejorado con el
modelo de 1688 inglés, osando aquello delante de lo cual los hombres de 1789 habían
puesto que instaura la monarquía de Julio pero que recubre, sin embargo, en
1830.
En primer lugar, en el orden de las ideas. Si para evitar la dictadura terrorista,
conflicto con Luis XVI que se arraiga la escalada revolucionaria. Pero esta misma idea
puede verse en los acontecimientos que siguieron su acceso al trono, no suprime esa
escalada. Su advenimiento al trono fue seguido por cuatro años de batallas muy duras
entre el nuevo poder y la calle republicana y popular, frustrada “con” revolución. Esas
batallas finalmente ganadas por los hombres de Julio testimonian, en un sentido, a favor
del realismo político de esos hombres: su 1789 exitoso no abrió la vía más que a un
1793 abortado. Pero en el orden del análisis intelectual, es cierto que ese nuevo 1789
calle. Al contrario, ofrece la prueba de que sin un rey de Antiguo Régimen, sin
aristócratas, sin guerra exterior o civil, sin “circunstancias” para decirlo rápidamente,
ese jacobinismo sale de la revolución de 1789 como un río de su lecho. Si puede existir
quiere exorcizar pero ¿cómo podría hacerlo? La burguesía de Julio rehizo en la calle lo
que había aprendido en los libros: la experiencia de que la revolución es una dinámica
Revolución, esta burguesía tiene más conciencia de clase, más experiencia política y
menos escrúpulos humanitarios. Pero, con las mismas incertidumbres, redescubre y trata
traicionada a mitad de camino. La confiscación, por parte del orleanismo, de las Tres
Buonaroti habían señalado que en esa fecha, una burguesía thermidoriana de pudientes
había derrocado al héroe de una República igualitaria y favorable a la causa del pueblo.
El régimen del justo medio de 1830, que se instaló luego de la insurrección parisina,
envuelto: la lucha de clases, tomada de los historiadores liberales, pero situada, esta vez,
habrían originado, puesto que atraviesa todo el siglo XIX y constituye mucho más que
para la historia de la Revolución. Los liberales habían tirado el ancla en 1789. Los
dominante justamente este período, que Mignet había marginalizado como el reino
exteriores, al mismo tiempo que dibuja una imagen verdaderamente igualitaria del
contrato social.
sino simplemente el culto del Estado, en todas sus formas, ya sea que se trate de su rol
significativo que los grandes historiadores jacobinos de la Revolución sean incluso más
sus predecesores liberales, cuyos trabajos, por otro lado, utilizan ampliamente. Al igual
clases, en nombre del pueblo entero; pero también ven en ella una garantía para las
contra la crueldad del mercado. Bajo este ángulo, el Estado jacobino retoma y magnifica
una tradición que Louis Blanc celebra también en Sully, Colbert o Necker. Guizot,
Tercer Estado y de los reyes de Francia para hacer una nación moderna. Buchez y Louis
Blanc no admiran en ella más que lo que prefigura 1793: la encarnación, la salvación
pública, el gobierno de las almas, la protección de los pequeños. Y es que para los
1789 (redoblada y radicalizada por la negación de 1830), ese 93 absoluto rechaza toda
los poseedores; la Convención es hija de Rousseau, trabaja para las masas populares,
era de la fraternidad. La Revolución deja de ser un combate entre el Tercer Estado y los
atraviesa incluso a 1793. Los Montagnards de Esquiros son el partido del proletariado
indispensable, puesto que esta dictadura debe ser, al contrario, celebrada como
encarna, al contrario, el sentido mismo de la Revolución. Así, el criterio que pone aparte
revolución como su período más importante, en todo caso como el período más decisivo
más que cerrar el Antiguo Régimen, 1793 inventa el futuro (Quinet dirá exactamente lo
desentrañar. Al recorrer nuestros siglos XIX y XX, vemos que la historia de nuestras
primer tercio o en la primera mitad del siglo XIX. Al incorporar los acontecimientos,
los regímenes o las ideologías de nuestra vida pública desde hace dos siglos, ella los
reintegra en su marco original. Existe un ir y venir constante entre los dos niveles: la
temprano, desde la primera mitad del siglo XIX, en torno de un conflicto radical y de un
consenso oculto sobre el Estado. El conflicto es el que define el arco iris político
consenso es el que explica que la meta del cambio social, para nosotros, implica la toma