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Henrik Tuxen

TRAS LA HUELLA DE PEARL JAM


Título original: I Pearl Jam Fodspor -for og efter Roskilde-
Henrik Tuxen

Traducción a cargo de Verónica Bravo


Corrección de la edición a cargo de Víctor Hugo Romo,
Luis Cruz y Mauricio Sanhueza

Tras la huella de Pearl Jam


Henrik Tuxen

ISBN: 978-956-9136-18-4
Editorial Librosdementira Ltda.
en coedición con Curiche Ediciones
Composición y diseño por Librosdementira
Fotografía de cubierta por Danny Clinch/Sony BMG
Fotografía de contracubierta por Susan Nielsen.

Primera edición, octubre 2015


Santiago de Chile

Editorial Librosdementira
Santa Isabel 0151, Providencia, Santiago de Chile
contacto@librosdementira.org

* Todos los derechos reservados. Se prohibe la reproducción total o parcial


de esta obra sin la autorización de los editores.
Índice

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Introducción

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Primera parte:
Seattle, Barcelona, Maui

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Segunda parte:
Roskilde 2000

103
Tercera parte:
Stone Gossard en Escandinavia

167
Cuarta parte:
Cinco años más tarde

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Apéndice
Dedicado a la memoria de Henrik Bondebjer, Carl-Johan Gustafsson,
Lennart “Leo” Nielsen, Allan Tonnesen, Jakob Folke Svensson, Fredrik
Thuresson, Anthony Hurley, Frank Nouwens y Marco Peschel.
Introducción

TRAS LA HUELLA DE PEARL JAM

Nunca hemos deseado que se escriba una biografía oficial de nuestro


grupo, con declaraciones y cosas por el estilo, y todavía seguimos
pensando lo mismo. Pero si optas por escribir sobre tus propias opiniones
y experiencias basándote en todo lo que ha sucedido, en todo lo que
hemos experimentado juntos, realmente me gustaría cooperar en lo que
se pueda. Me parecería una historia súper interesante de leer y relatar.

El párrafo anterior es la esencia de la respuesta que el guitarrista


de la banda Pearl Jam, Stone Gossard, entregó a mi pregunta
el mes de octubre del año 2004, cuando le sugerí escribir una
biografía actualizada del grupo. Seguí sus consejos y el resultado
es este libro, el que en forma relativamente cronológica describe
la experiencia con Pearl Jam, mi banda favorita, primero como
fan y periodista, y luego como amigo y persona de enlace.
La historia comienza en Seattle, en 1996, continúa los cuatro
años siguientes en Barcelona, pasando por Hawái y Roskilde, y
culmina con el concierto de Pearl Jam en el Festival Roskilde el
año 2000, en Dinamarca, donde nueve jóvenes perdieron la vida
durante un fatal accidente.
Dos años después de este último hecho, a petición del vocalista
del grupo, Eddie Vedder, hago el trabajo de enlace entre Eddie y
los familiares de las víctimas danesas. Sin embargo, cuando me

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vi realmente involucrado en este asunto, fue cuando me convertí
en el acompañante de Stone Gossard, quien por iniciativa propia
viajó a Escandinavia en noviembre de 2003 y visitó a varios de los
familiares de las víctimas del accidente.
Si en esa oportunidad Stone no me hubiese contactado o
no hubiese viajado a Dinamarca, este libro no se habría escrito
nunca. Porque tampoco era la idea original.
Durante la visita de Stone Gossard no escribí una sola línea en
mi libreta de apuntes ni en la revista GAFFA, y no disparé ni un
solo tiro con mi máquina fotográfica. Con el tiempo, sin embargo,
la historia fue creciendo y las ganas de escribir también, así que
cuando Stone, al año siguiente, me dijo que le parecía buena la
idea y las familias también lo veían como algo positivo, me senté
frente al computador y comencé a escribir.
Este libro que, por una parte, es un relato admirable de un
fanático que compartió experiencias delante y tras bambalinas con
una de las más grandes bandas de rock de los años 90, y, por otra, es
un retrato profundo de la vida y los sentimientos de los familiares
de las víctimas, a quienes llegué a conocer gracias a Eddie Vedder
y Stone Gossard. Me refiero principalmente a las familias de las
víctimas de Henrik Bondebjer, Carl-Johan Gustaffson, Leo’Nilsen y,
en menor grado, de Allan Tonnesen, Jakob Folke Svensson y Fredrik
Thuresson. Aunque las referencias a las últimas tres víctimas del
accidente y sus familiares sólo se producen muy sutilmente.
Se trata entonces de una historia desarrollada desde la base del
amor a la música rock, a Pearl Jam y al Festival Roskilde, hasta
la descripción de cómo sobrellevar la pena, la reconciliación y la
importancia de un diálogo sin prejuicios en la batalla por sobre-
vivir al dolor, para salir adelante en la lucha por la vida.

—¿Por qué gastas tu tiempo en esto?


Esta pregunta me la hizo Michael Berlin en 2002. Él también
estaba entre el público aquel 30 de junio de 2000, durante el

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concierto de Pearl Jam en el Festival Roskilde. Él sobrevivió,
no así su amigo de infancia, Jakob Svensson, ni el chico alemán
que estaba al lado de estos dos amigos durante el concierto. Me
puse en contacto con Michael luego de que el vocalista Eddie
Vedder, ante mi propuesta, me encargara la misión de establecer
contacto entre él y los familiares de las víctimas danesas que así
lo desearan.
Mi respuesta inmediata ante su pregunta fue “no lo sé”. Hasta
ese momento no le había dedicado ni el más mínimo pensa-
miento a ese tema, pero al mismo tiempo sentía algo muy fuerte
sobre este asunto. Luego de haberlo pensado un poco, contesté
algo inseguro: “La música rock siempre ha sido mi gran pasión y
Pearl Jam es mi banda favorita. He estado en el Festival Roskilde
veinte veces, y todo lo que ese festival representa ha contribuido
a formarme a mí y a fortalecer mi círculo social y la industria en
la que trabajo”.
Me di cuenta de algo que ya sabía de antemano. El accidente
también me afectaba a mí, a mi propio fundamento y a mi propia
identidad. Por lo que el papel de mediador me era casi tan impor-
tante como para el resto de los involucrados.
Que Pearl Jam fuera justamente una parte de ese accidente,
no aminoraba mis sentimientos. Ellos cabalgaban sobre una ola
que, para mí, era una inyección de impulsos audiovisuales de
envergadura. Era una banda que musical y personalmente había
significado mucho. Después de los decadentes años 80, con ese
rock pomposo, el heavy metal y la onda disco (período en el que
yo escuchaba a The Who, Dylan y Motown), apareció el metal funk
de los Red Hot Chili Peppers. Esa primitiva fuerza melódica de
Metallica, más la fuerza de la ola de Seattle, llegaron como una
verdadera liberación.
Por primera vez, en años, no había necesidad de cerrar los
ojos frente a los consumidores de ácido de los 60 o al movimiento
punk de los 70 para sentir ese aire liberador. El presente, de un

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momento a otro, se encontraba colmado de buenas vibras, de un
rock muy vital, y esta vez no se trataba de un subgénero de encar-
nados freaks, sino de los primeros lugares de los rankings, que
rugían su ira. ¡Increíble!
Personalmente me serví y disfruté con ganas de estos sucu-
lentos menús, y me sentí especialmente golpeado por el poder de
Nirvana, Chili Peppers, Soundgarden y Metallica. Pearl Jam era,
en ese momento, sólo una banda más para mí. El superventas
Ten me gustó, pero no me convenció totalmente. Cuando en 1993
apareció el álbum Vs., me quedé un poco con la boca abierta al
sentir el poder de una canción como “Rearviewmirror”, pero me
entregué mucho más al álbum Superunknown del año siguiente.
Cuando a final de año un amigo muy entusiasmado me presentó
el álbum Vitalogy, no supe qué pensar, era difícil establecer una
opinión. Aunque toda esa ola de Seattle tenía un significado
muy especial para mí, considerando que yo llevaba diez años
tocando en Sharing Patrol, banda que compartía con dos habi-
tantes de Seattle y que casualmente habían vivido en el mismo
colectivo con el bajista de Pearl Jam, Jeff Ament, cuya habitación
consistía en 200 vinilos hardcore punk y una cama. En segundo
lugar, teníamos planes de mudarnos a la ciudad y por otra parte
seguían floreciendo las anécdotas inspiradoras en la metrópolis
rockera de la época.
En 1996 nuestra banda Sharing Patrol grabó un álbum en
Seattle, y unos años más tarde me tocó trabajar de roadie en un par
de conciertos de nuestra banda productora, The Fastbacks, en su
gira por España. Luego, los Fastbacks fueron teloneros de Pearl
Jam en una gira europea. Eddie Vedder pasaba la mayor parte
del tiempo en la habitación de los Fastbacks y yo me llené de ese
atractivo ambiente, sin jerarquías, que flotaba entre la banda prin-
cipal y sus teloneros. Pero no fue hasta que Pearl Jam apareció en
escena que se produjo la transformación. Me bastaron los primeros
acordes de la introducción de “Wash” para darme cuenta.

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Estaba perdido y en un par de segundos me hice fan y sentí
algo que nunca antes había experimentado. Fue en la misma
época en que las ventas de la banda decayeron notablemente y
yo, con 33 años impresos en mi cédula de identidad, ya estaba
demasiado mayor para esa mierda. Desde entonces los sigo en
las buenas y en las malas. Primero, desde la audiencia y, luego,
en una relación más cercana, lo cual derivó, entre otras cosas,
que durante el concierto de Roskilde en junio del 2000, me tocara
estar al costado del escenario.
Más tarde, como ya lo he mencionado, me vi involucrado
personalmente en los acontecimientos posteriores a la invitación
a acompañar a los miembros de la banda. Las páginas siguientes
son una descripción absoluta de mis experiencias y observaciones
en torno a Pearl Jam, partes de las cuales han sido descritas en
la revista GAFFA. Una historia que transcurre desde la perspec-
tiva de un fan-amigo, pasando desde el éxtasis del rock and roll
al proceso del dolor. Una historia que abarca mucho más, pero
cuyo motivo principal es el accidente en el Festival Roskilde y los
encuentros posteriores con las familias de las víctimas.
No es mi intención tratar de identificar –o tomar parte– de
todo el proceso jurídico en torno al accidente, ni tampoco clasi-
ficar la historia de cada una de las familias de las víctimas. Estos
temas de todas maneras saltan a la luz, ya que el marco jurídico
es una arista importante de muchas de las partes implicadas en
el accidente. Pero, antes que todo, se trata del relato de un testigo
que se basa en acontecimientos experimentados personalmente,
por casualidad o iniciativa propia.
El accidente del Festival Roskilde fue una terrible tragedia, y
las vidas que allí se perdieron nunca podrán recuperarse. Se trata
de un acontecimiento que, evidentemente, ha golpeado más fuerte
a las familias de estos nueve jóvenes, pero que, al mismo tiempo,
ha remecido a un sinnúmero de personas –personal del festival,
público, equipos de emergencia, la industria disquera, etc.–, en

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donde muchos, de una u otra manera, han sido afectados y aún
sufren las secuelas de la angustia y los sentimientos de culpa.
Muchas veces me he preguntado si mi esfuerzo personal no
ha hecho más daño que bien. ¿Por qué escarbar en una herida
abierta que, de todas maneras, nunca podrá cerrar? Si he conti-
nuado, a pesar de todo, ha sido porque he recibido muchas
respuestas positivas de las personas involucradas en el tema y
que la terapia de conversación, honestidad y contacto personal
siempre ayudan. Si hay algo que ilustra muy bien esta historia
ante mis ojos, es que la evolución del dolor es algo que atraviesa
a cada persona, a menudo, de forma impredecible y a diferentes
velocidades.
Stone Gossard relata más adelante en este libro que el acci-
dente ocurrió hace cinco años, pero que a veces siente como si
hubiese ocurrido ayer. El tiempo no sana todas las heridas y
ciertas pérdidas nunca pueden ser reemplazadas, pero pasan a
formar parte de la integridad de las personas afectadas. Por eso es
que la comprensión y la transparencia contribuyen a una mayor
paz mental y mejor calidad de vida, lo cual, siento, queda muy
bien ilustrado en esta historia.
Considerando que desde un comienzo estaba previsto que las
reuniones con los familiares de las víctimas no fueran publicadas
de ninguna manera, ha sido crucial para mí contar con su apoyo
y reconocimiento para seguir adelante con el proyecto.
Todos los familiares han leído y aprobado lo que aquí se cita,
y muchos —a pesar de su dolor— me facilitaron fotografías
privadas, las que se pueden ver en este libro. Mi agradecimiento
sin reserva para todos ellos y mis respetos por su generoso gesto.

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Primera parte

SEATTLE, BARCELONA, MAUI

Seattle, enero 96
La estadía en Seattle de nuestra banda Sharing Patrol, aquel enero
de 1996, fue como una inyección de energía para nuestro grupo,
de ésas que te dejan marcado. Habíamos pasado años muy duros
en Dinamarca, éramos una banda de rock dinámica, con un don
especial para estar en el lugar correcto, pero en el momento equi-
vocado. Johnny Sangster y Jonathan Stibbard, de diecinueve y
veinte años, respectivamente, habían abandonado Seattle en 1984,
ciudad que, según ellos, estaba tan muerta para el rock como una
culebra en el desierto, arruinada por el paso del tiempo y otras
restricciones. Al mismo tiempo subimos el volumen a nuestro
amplificador en Dinamarca en plena época de los 80, decididos a
hacer nosotros mismos todo el trabajo, para finalmente terminar
siempre en compañías disqueras a quienes les importábamos un
carajo y que estaban más preocupadas de Keld & Hilda que del
sonido estridente de The Jam o The Who y del rock de garaje, que
era nuestra inspiración en esos días.
A pesar de todo, hicimos una gira por casi toda Europa con un
sonido, estilo y música a años luz de lo que era la época de los 80.
En 1990, después de mucho esperar, conseguimos un contrato
y alcanzamos a lanzar dos álbumes con un par de buenos produc-
tores. A su vez, nos encontrábamos amarrados de pies y manos al

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ser calificados como una banda de etiqueta y fuimos excluidos de
las ofertas que surgían de los países vecinos. Tuvimos que saber
esperar y aceptar nuestra dependencia de esas compañías extran-
jeras que nos prometían el cielo y la tierra o no hacer nada. Dos
años más tarde nos encontrábamos sofocados en otra gran fusión y
habíamos vuelto al estilo “arréglatelas como puedas”. Durante un
período de cuatro a cinco años, contamos con el tecladista Jakob
Palitsch en la banda, pero luego volvimos a ser el trío de siempre.
Paralelamente, la trágica muerte de la esposa del baterista dejó
a la banda sumida en las tinieblas. Volviendo a nuestras raíces
como trío, en 1994 lanzamos el EP Yikes. Nos sentíamos revitali-
zados musicalmente y en casa. El rock con guitarra volvía a ser
aceptado. Al mismo tiempo, los vientos internacionales del rock
and roll llegaban volando hasta nuestra diminuta Dinamarca,
dando como resultado que una serie de bandas jóvenes de rock
aparecieran en los titulares nacionales y en las listas de ventas
del país. Y mientras muchas de estas bandas se hacían más y más
populares, las cosas iban mejorando para nosotros.
A pesar de que todavía éramos una banda underground,
nuevas canciones seguían emergiendo, más y más público se
iba sumando a nuestros conciertos y las críticas mejoraban.
Una dirección nueva, más juvenil y entusiasta, inyectaba aire
nuevo y fresco al grupo, por lo que de pronto, a mediados de
1995, pudimos darnos el lujo de elegir entre varios contratos de
grabación. Los contratos no eran de lo más lucrativos o realistas,
pero decidimos tomar una decisión rápida y optamos por nego-
ciar un presupuesto y reservar las horas necesarias en el estudio
de grabación. Sin embargo, y a sólo un par de días de comenzar
las grabaciones, la compañía disquera suspendió el contrato,
tratando de responsabilizar a nuestro mánager en un intento de
lavar sus propias manos.
Teníamos que actuar rápidamente, así que en cosa de minutos
hicimos los acuerdos con una nueva compañía de Seattle,

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incluyendo un presupuesto mucho más bajo. Las ganas de
retornar a casa las teníamos desde hacía años, pero las habíamos
postergado en parte por mis estudios universitarios y también
por el hecho de haber sido padre a los veinticuatro. Pero ahora, ya
graduado de la universidad y con mi hijo comenzando un largo
viaje por América Latina con su madre, todo era distinto. En
otras palabras, estaba libre, listo para partir y con mis dos compa-
ñeros igual de excitados de volver a visitar su ciudad natal. El
proceso de grabación, los shows que estábamos presentando
y el socializar con el público rockero de Seattle, nos daban una
tremenda inspiración. Al fin parecía que nuestra banda estaba en
el lugar indicado y a la hora precisa. Fue un tiempo fantástico,
pero también marcaba el principio del fin de The Sharing Patrol.
Nuestro vocalista, Johnny Sangster, estaba tan feliz de volver a
casa, que a finales de ese año decidió mudarse definitivamente a
Seattle.
Y si bien la fuerza de la “ola de Seattle” estaba un poco redu-
cida, la ciudad, relativamente pequeña, llamaba tremendamente
la atención de los medios internacionales por la dinámica de su
escenario musical.
Soundgarden, Alice in Chains y especialmente Pearl Jam se
vendían como pan caliente en el extranjero y la banda de rock
alternativo más grande de esos tiempos en Estados Unidos eran
los bufones de The Presidents of the United States of América.
En ese tiempo, el ambiente rockero de Seattle todavía se percibía
como un pueblo pequeño y acogedor donde todos se conocían
y todos tocaban con todos. Durante esa época, The Presidents
nos prestó su equipo de batería, tuvimos de teloneros a Scott
McCaughey y Ken Stringfellow (ambos tocaban en R.E.M. y otras
bandas) y nos encontramos con los integrantes de Mudhoney
mientras caminábamos por la ciudad.
En nuestra estadía en Seattle, nunca nos encontramos con
ninguno de los integrantes de Pearl Jam, pero alguien nos

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comunicó que dos de sus músicos habían asistido a uno de nues-
tros conciertos (hasta el día de hoy, no sabemos cuáles de ellos).
De acuerdo con los comentarios que los demás hacían, daba la
impresión de ser un grupo de chicos muy sencillos y que siempre
estaban dispuestos a devolverle la mano a su comunidad. Stone
Gossard, por ejemplo, tenía su propia compañía disquera en
Seattle, Loosegroove, además, todos los miembros de la banda
integraban las filas de otras bandas locales y siempre estaban
participando en conciertos de beneficencia, organizando eventos
propios e invitando a agrupaciones relativamente desconocidas
a sus giras y conciertos. Corría el rumor en la ciudad de que si te
encontrabas con un tipo de baja estatura y con su cabeza cubierta
por un gran sombrero, lo más probable era que por debajo apare-
cieran los rizos dorados de Eddie Vedder.
Un día, en que junto a nuestro mánager decidimos salir a
comprar unas hamburguesas y jugar una partida de pool en un
bar cercano, nos encontramos con dos tipos que querían saber
qué hacía un danés como yo en este sector de Seattle. Y les conté
mi historia. Uno de ellos dijo con orgullo que él había sido compa-
ñero de escuela de Stone Gossard, describiéndolo como un chico
sencillo y simpático.
En fin, donde fuéramos nos contaban el mismo cuento. La
gente se sentía orgullosa de estos ciudadanos, siempre dispuestos
a ayudar a su ciudad.

Pearl Jam vs. Nirvana


En el momento en que estalló la rivalidad entre las bandas, ya me
había enterado de los comentarios de Kurt Cobain en contra de
Pearl Jam a través de la prensa extranjera, donde los calificaban
como hipócritas comerciales y de ser una banda disfrazada de
rock alternativo, caracterizando su música como “rock corpora-
tivo” y agregando que Jeff Ament y Stone Gossard sólo estaban
interesados en el dinero. En otras palabras: a millas de distancia de

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la ética política del punk rock. La respuesta que entregó Pearl Jam
fue en un tono más humorístico. Luego del comentario insidioso
de Cobain, la banda decidió presentarse en su próximo concierto
luciendo unas llamativas camisetas con la siguiente inscripción
en el pecho: “CORPORATE ROCK” (Rock Corporativo). Pero
tras la fachada, se sentían realmente heridos, como me lo hicieron
saber Mike McCready y Stone Gossard, siete años más tarde:
—Kurt estaba realmente diciendo esas cosas y los medios de comu-
nicación lo estaban llevando a dimensiones desproporcionadas. Estar
en medio del llamado “rock corporativo” y pensar que realmente estás
haciendo “rock corporativo”, nos ofendió muchísimo. A mí realmente
me gustaba Nirvana como banda, así es que sus palabras me dolieron
profundamente, pero, al mismo tiempo, aprendí a no tratar a otras
bandas de la misma manera. Nunca les respondimos públicamente.
Alguna vez tuve ganas, pero nunca lo hicimos y luego de un tiempo nos
olvidamos de eso —dijo Mike, mientras Stone agregó:
—Era el tipo de chismes y discusiones que podrías encontrar en
cualquier banda pequeña, pero en esta situación en particular teníamos
la presión internacional picoteando cada palabra que pronunciábamos.
Ya sabes: todos decimos un montón de tonterías cada día, pero resulta
muy vergonzoso verlas impresas más tarde por ahí. Dices cualquier cosa
acerca de algo o de alguien que no te gusta y de pronto lo ves con letras
grandes en todos los periódicos y revistas; al final no te sientes tan orgu-
lloso de tus propias palabras. Pero con el tiempo vas aprendiendo cómo
funciona este sistema y vas adquiriendo más conciencia de lo que dices
y haces, y creo que Kurt pensaba lo mismo. Sobre todo era importante
averiguar cómo se hacen las entrevistas y acostumbrarse a que le gente
te pregunte una y otra cosa y, generalmente, tu opinión sobre otras
bandas. Puedo ver lo fácil que debe haber sido para él decir las cosas que
dijo y para cualquier persona que se encontrara en la misma posición. Y,
de todas formas, algo de verdad había en sus palabras. Actuábamos de
una forma bastante agresiva, pero de ahí a que fuéramos veneno puro,
que es lo que realmente quiso decir, eso ya es otra cosa. Tal vez fue bueno

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para nosotros cosechar esta experiencia; con el tiempo nos hizo mucho
más precavidos, dijo Stone pensativo el otoño de 2002.
Durante el invierno del 95/96 pude observar un gran respeto
de la comunidad rockera de Seattle tanto por Pearl Jam como por
Nirvana, así como también un distanciamiento del fenómeno de
masas. En términos generales de lo que es el movimiento under-
ground, todo lo que se vuelve popularmente famoso no es consi-
derado cool y es algo por lo que no vale la pena interesarse. En
esos tiempos encontrar una banda más grande que Pearl Jam era
literalmente imposible. Simultáneamente, la vieja polarización
Nirvana vs. Pearl Jam jugaba un gran papel en el sentido de que
los integrantes de Pearl Jam, contrariamente a los de Nirvana,
eran personajes que se habían hecho conocidos y populares en
los escenarios de rock local a través de los años. Ese invierno,
durante la estadía de Sharing Patrol en Seattle, la que mejor podía
relatar esa historia era la buena amiga y ex novia de Kurt Bloch,
Mary-Ellen, que siempre conocía todos los chismes picantes de
los backstage del rock:
—Cuando estos dos grupos realmente empezaron a sonar, yo perte-
necía a los fanáticos de Nirvana y tenía muy poco interés en Pearl Jam.
Pero poco a poco los fui conociendo y descubrí que eran unos tipos real-
mente agradables y súper cool. La última vez que salí con ellos, está-
bamos fumándonos unos porros de marihuana y descubrí que todos eran
realmente muy simpáticos, relajados y tremendamente divertidos.

Kurt Bloch
Nuestro buen amigo y productor, Kurt Bloch, quien previamente
había compartido el local de ensayo con Cobain, tenía una posi-
ción única en la ciudad y era tremendamente respetado, tanto
por sus cualidades musicales como por su baja estatura y su gran
sentido del humor. Entre otros sobrenombres lo llamaban “Sr.
Un-montón-de-grunge”, por la gran cantidad de discos que había
producido dentro de este género. Él era un talentoso compositor

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y guitarrista: durante un concierto con su segunda banda, The
Young Fresh Fellow, se dice que Kurt tocó todo el tiempo sin
quitar las manos de su guitarra. La voz de Kurt era casi un falsete,
pero al mismo tiempo conseguía sacar el sonido más pesado en el
bajo, especialmente cuando se trataba de entregar chistes irónicos.
Contar con la compañía de Kurt en Seattle era como tener pegado
en la frente el timbre de acceso gratuito a todo el mundo y a todos
los escenarios de conciertos de rock. Este alegre músico conocía a
toda la ciudad y era conocido por todos los del ambiente musical.
Entre otros amigos, estaban los integrantes de la banda Pearl Jam
y en uno de esos días en que Kurt no estuvo junto a nosotros, tocó
con Eddie Vedder en el Festival de Cine Sundance, organizado
por Robert Redford en Utah, algo que llegué a descubrir mucho
tiempo después. Entonces pensé que era una locura que no nos
hubiese contado. Kurt no había mencionado una palabra sobre el
hecho. Siempre hizo hincapié en tratar a todos por igual y no le
parecía muy importante tener que contarnos algo así. Además, y
a fin de cuentas, ¡yo no se lo había preguntado!

Copenhague
Repletos de entusiasmo y recuerdos, los Patrol regresaron a
Copenhague para lanzar el álbum Take you there e iniciar una
gran gira. Varios de los conciertos resultaron muy buenos, pero
el ambiente no estaba a la altura de las circunstancias ni de las
sensaciones que habíamos experimentado al tocar en Seattle. Esa
época fue dominada por una versión desabrida del DM en rock
y los organizadores y el público empezaron a prestar más interés
a los locales vecinos, donde tocaban bandas poco interesantes.
Nos sentíamos irremediablemente provincianos y gradualmente
en decadencia. La escena del rock había muerto y veíamos cómo
desaparecía la dinámica positiva entre las bandas. La interacción
con el público ya no existía. Nuestro propio adversario fue un
concierto en vivo con invitados de diferentes grupos, el cual fue

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publicado más tarde en el álbum Live at Vega, el 22 de octubre
de 1996. Para nosotros fue una sorpresa lograr reunir a más de
mil doscientas personas, y el concierto —en todos los sentidos—
fue un gran evento, convirtiéndose al mismo tiempo en el último
álbum de la banda.
Mientras tanto, mi pareja y futura esposa, Anne, quedó emba-
razada y yo había conseguido un empleo de jornada completa
como redactor en la revista de rock Wild. Una de mis primeras
tareas en este medio fue comentar el nuevo álbum de Pearl Jam:
No Code. Me sentí profundamente sorprendido por el tono acús-
tico y silencioso del álbum y quedé atrapado y abrumado por el
contenido: pensé que estaba frente a una versión más moderna de
los álbumes de Neil Young. Casi al mismo tiempo, me enteré por
Kurt Bloch que su banda, The Fastbacks, sería la banda telonera
de Pearl Jam durante su gira europea. Los ahora desaparecidos
Fastbacks estaban integrados, aparte de Kurt y el baterista Mike
Musburger, por una chica mitad asiática muy fascinante y tempe-
ramental, Lulu Gargiulo en bajo y voces, y un ya bastante mayor e
impetuoso, último grito del rock and roll, Kim Warnick en guitarra
y voz. Cabe decir que los Fastbacks fueron una banda muy
querida y que, más que cualquier otra, encarnaron la historia del
rock de los años 80 y 90 en Seattle. Es decir, fueron parte medular
del movimiento, aunque nunca alcanzaron un público masivo.
Kurt produjo un sinnúmero de bandas underground locales, Lulu
grabó varias películas y videos con su marido, Kim trabajó para
la revista SubPop, justo cuando explotaba la ola del grunge y si,
casualmente, uno hace un repaso por las bandas locales de la
época –y por qué no también bandas actuales–, lo más seguro es
que Mike esté o haya estado sentado tras la batería. Kurt Bloch
toca actualmente en la banda Sgt. Major.

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Barcelona 1996
Como escritor novato en el área, me empecé a hacer la idea de
aprovechar la oportunidad y realizar una pequeña visita a Pearl
Jam y a Fastbacks durante la gira. Le conté a mi jefe de redac-
ción en Wild, a quien se le iluminaron los ojos y me dijo que sería
genial que yo pudiera participar de la gira y escribir on-the-road
un reportaje sobre una banda tan “hermética”. De ahí comenzó
un animado intercambio de fax con Kurt Bloch, quien al prin-
cipio se mostró entusiasmado, pero no sabía si esto podía llegar a
concretarse. Yo, paralelamente, sentía la presión desde mi hogar.
Wild se fue a la mierda. Sharing Patrol estaba por grabar el álbum
ya antes mencionado y mi pareja estaba a punto de dar a luz. Pero
luego de mucho trabajo y esfuerzo, las cosas empezaron a caminar
y el 21 de noviembre de 1996 me encontraba volando sobre Barce-
lona con un álbum en vivo recién salido del horno y, en mi libreta de
apuntes, una fotografía de mi hija Lulu, de tan sólo catorce días. Lo
que sucedería después estaba menos claro. Kurt se comunicaba sola-
mente vía fax y en el último tiempo había sido imposible contactarlo,
lo que significaba que todos mis planes estaban totalmente en ascuas.
Por ejemplo, no tenía idea de si existía una entrada para mí para el
concierto de esa noche. Lo único con lo que contaba era con la direc-
ción de un hotel en la ciudad donde, según Kurt, él estaría alojando,
además de un pasaje de retorno en avión para cuatro días más tarde.
Al llegar a Barcelona, me fui directo al hotel y al primero
que encontré abajo, en el lobby, fue a Kurt Bloch, quien se veía
realmente agotado. Sin embargo, hubo un gran reencuentro y,
mientras fluía la conversación, me ofreció el sillón de la pieza que
compartía con Mike para dormir esa noche.
Después de un par de horas, con Kurt nos dirigimos rumbo
al estadio olímpico Sport Palace, donde el concierto comenzaría
en cualquier minuto. El estadio de básquetbol estaba repleto de
impacientes fans. Era otoño, el sol todavía brillaba y el calor se
sentía en el aire. Varios de los fanáticos reconocieron a Kurt,

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lo saludaron y golpearon la espalda como símbolo de aprecio.
Entramos a la sala con forma de cúpula, donde había lugar para
ocho mil personas –según Kurt, el lugar más pequeño de toda la
gira—. Alguien me ensartó una credencial de Pearl Jam Crew en
la camisa y fui tras la música. Generalmente, Pearl Jam no hace
prueba de sonido, contó Kurt, pero esa tarde se rumoreaba sobre
una sesión de ensayo. Tocaron fragmentos de canciones nuevas y
una versión del comentario de Neil Young por la muerte de Kurt
Cobain y de fondo “Sleep with angels”. Ahora bien, se suponía
que no trabajaría durante los próximos días, el acuerdo era que
sería el asistente del afinador de los Fastbacks. Luego de la mini
sesión de Pearl Jam, me llevaron a los ensayos de los Fastbacks
durante una prueba de sonido. Previamente, Eddie Vedder
había declarado públicamente que los Fastbacks eran su banda
favorita y que era en compañía de esta banda telonera donde él
se sentía mejor, hecho que confirmaría yo mismo con asombro
durante los días siguientes. Ya en la primera prueba de sonido
de los Fastbacks, Eddie se acercó a observarlos. Y más tarde se
sentaron juntos a comer. Estaban todos los integrantes de Pearl
Jam acompañados por los miembros de la tripulación, por Fast-
backs, amigos, novias y algunos niños. El ambiente era tranquilo
y relajado.
Una hora antes de que Fastbacks subiera al escenario, alguien
golpeó la pared del encargado de la gira de la banda telonera,
entonces escuché a Eddie Vedder preguntar si podían bajar un
poco el volumen porque estaba dando una entrevista a un perio-
dista del L.A. Times. Esa fue la entrevista más rara que Eddie
Vedder dio en esos tiempos. La revista Rolling Stone tituló inme-
diatamente “Reinventing Eddie Vedder” (La reinvención de
Eddie Vedder) y sacó a relucir antiguas relaciones que Vedder
había tenido con chicas de su escuela, con la intención de ofrecer
un “verdadero retrato” del vocalista. Un proyecto al que Eddie se
opuso enérgicamente y que nunca quiso comentar. Al momento

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de esa única vez en que Eddie Vedder se decidió a romper el
silencio, se acababa de publicar un artículo gigante que además
ponía en duda la autenticidad de Vedder como representante
de las generaciones de jóvenes de padres separados. A pesar del
estatus de Pearl Jam a mediados de los 90, como una de las bandas
de rock más vendedoras de la época, el grupo no había concedido
entrevistas o hecho videos para los tres últimos álbumes y sólo se
presentó en unos cuantos conciertos.
Fastbacks hizo su presentación sin interrupciones y el
concierto se llevó a cabo en forma ordenada. El público esperaba,
naturalmente, a la banda principal. Mike McCready, el guitarrista
de Pearl Jam, estuvo sentado junto al escenario durante todo el
concierto con algo parecido a un cigarrillo extra largo en su boca
y una mirada de agradecimiento. Cuando volvimos al backstage,
Eddie Vedder irrumpió muy acelerado y con lágrimas en sus ojos
dijo:
—Estuve gran parte del concierto tras el amplificador de Kurt espe-
rando a que ustedes hicieran una pausa para entrar corriendo a escena,
tomar el micrófono y decir: “mantengan el silencio, por favor, estamos
tratando de dar una entrevista”. ¡Pero ustedes no hacen pausa entre las
canciones!
Dos minutos más tarde, Pearl Jam estaba sobre el escenario.
El sonido era formidable. Yo estaba a un costado, junto a Kurt
y a otros integrantes de la banda. Desde el primer momento el
público estuvo totalmente encendido y continuó con fuerza todo
el concierto. Pearl Jam se paseó sin esfuerzo a través del mate-
rial de sus cuatro últimos discos, improvisó y experimentó y el
público respondió con una entrega que no había visto antes en
ningún otro espectáculo. La banda tocó seis números extras y
siguió con el repertorio, lo que puso en aprietos a los roadies. La
guitarra que Eddie usa en “Around the Bend” ya estaba empa-
quetada. Cuando el pobre roadie llegó jadeando con la guitarra
en la mano, Eddie lo toreó con un paño blanco en su mano. ¡No

23
por nada estábamos en Barcelona! La escena se repitió unas cinco
o seis veces ante el entusiasmo del público, que respondió vito-
reando “¡olé, olé!”. El ambiente era un éxtasis y yo pasé de ser un
simpatizante a un discípulo musical. Habían transcurrido más o
menos dos horas y media del inicio del concierto y Vedder dirigía
las masas como cualquier líder popular.
De vuelta al camarín de Fastbacks, la adrenalina todavía estaba
alta, pese a que tanto Kim como Lulu habían vuelto al hotel, ya
que, de acuerdo con sus propias palabras, habían sufrido una
sobredosis de rock and roll. A su vez, Kurt y Mike aún estaban
encendidos y no más de cinco minutos después de que Pearl Jam
por fin cerrara su concierto, apareció Eddie en nuestro camarín.
Estaba de muy buen humor y en todo el resto de la noche no se
refirió a Pearl Jam ni al concierto, sino que se dedicó a pasear
por ahí sirviendo vino a todo el mundo. Nos quedamos un par
de horas más y pronto apareció el mánager de Pearl Jam, Kelly
Curtis, Stone Gossard, el baterista Jack Irons, además de un par
de groupies muy insistentes. La conversación fluyó sobre temas
como la excelencia de Gaudí, Barcelona y la colaboración de
Eddie Vedder con el (ahora fallecido) Nusrat Fateh Ali Kahn
para la banda sonora de la película Dead Man Walking, de Tim
Robbins. Eddie nos mostró cómo el maestro del estilo qawwali le
puso la mano sobre el hombro y le dijo, como un maestro dice a
su alumno, “tienes una voz realmente buena”. El resto del backs-
tage en Barcelona no hicimos otra cosa que largarnos a reír.
A pesar de la buena compañía y del fantástico ambiente, el
cansancio comenzó a vencerme. Había sido un día largo y agitado
desde que me había bajado del avión. Me dormí por un momento,
pero desperté de un sobresalto al sentir que una persona pasaba
por sobre mis piernas y ponía su brazo sobre mi hombro. Confun-
dido, levanté la vista y me encontré con la sonrisa de Eddie
Vedder, mientras Kurt tomaba fotos. Claramente, un amigo de los
Fastbacks es también un amigo de Eddie Vedder y un asistente de

24
roadie de la banda telonera es igual de bienvenido que el vocalista
de la banda que era la atracción principal de la noche.
Eddie me preguntó de qué parte del mundo venía y Kurt le
contó que era un buen amigo suyo y que Sharing Patrol era una
banda que por el momento pateaba culos. Aproveché la ocasión
y le entregué a Eddie una copia de nuestro último álbum, el
que, me aseguró enfático y sin ironías, se moría por escuchar.
Entonces volvió atrás en el tiempo y recordó la caótica presen-
tación de Pearl Jam en el Festival Roskilde en 1992, esa noche
de locura cuando Dinamarca ganó la Copa Europea de Fútbol
y Nirvana participaba del festival. Normalmente, Eddie hacía el
stage diving más tarde, cuando gritaba a los guardias que aban-
donaran el escenario. Fue un concierto dramático y caótico, que
trajo como consecuencia que Pearl Jam cancelara el resto de la
gira y estuviera a punto de disolverse. Una culminación salvaje
para los miembros de la banda, que significó pasar de ser una
banda underground a mega estrellas en tiempo récord.
Abandonamos el recinto por la puerta trasera pasadas las 2.30
de la madrugada. Fuimos los últimos en dejar el lugar, afuera
esperaban un sinnúmero de fans. Una chica le suplicó a Eddie
una fotografía y de inmediato pensé en la frase de Corduroy:
“Toma mi mano, no una foto”, que Eddie cantaba desde el esce-
nario. De hecho, Eddie levantó discretamente su mano izquierda
en un gesto de querer dársela, pero, en cambio, le dio la botella
de vino que sostenía en la derecha. Luego, él y Charles Peterson,
el fotógrafo que cubrió todo el período de Seattle con gran inten-
sidad, saltaron al bus que los esperaba, mientras Kurt y yo nos
dirigimos hacia el hotel donde, después de un santiamén, me
dormí profundamente.
Al día siguiente nos dirigimos con los Fastbacks a San Sebas-
tián en su minivan. El ambiente estaba muy tenso porque le
habían sustraído una cámara muy costosa a Lulu. Ella estaba
furiosa y dimos vueltas por Barcelona buscando una estación de

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policía para que alguien la rastreara. Mientras conducíamos, Kim
me contó sobre su cercana relación con el vocalista de Pearl Jam.
—Él viene a nuestro camarín antes y después de cada presentación.
Por eso nuestro cuarto siempre está repleto de personas, porque todos
saben que si quieren encontrar a Eddie, es seguro que está en nuestro
camarín. Lo conozco hace mucho tiempo.
Todo comenzó cuando Stone y Jeff me contaron que habían conse-
guido un vocalista fantástico para su banda Mookie Blaylock (nombre
de un jugador de básquetbol). Al principio, yo no había escuchado nada
sobre la banda, pero luego comenzaron a dar una serie de pequeños
conciertos y el rumor de que algo grande se estaba gestando empezó
a correr. Un día en que Fastbacks estaba tocando, se me acerca este
hombre pequeño y me dice que él era un gran fan de los Fastbacks. Le
dije: “gracias, ¿y quién eres tú?”. “Me llamo Eddie Vedder”, contestó.
Desde entonces que somos amigos. A pesar de que al principio no me
entusiasmaba mucho Pearl Jam. Pero Eddie es el tipo de persona en la
cual realmente se puede confiar. Recientemente me había separado (de
Ken Stringfellow). Borracha y llorando toqué la puerta de Eddie y Beth
(la primera esposa de Eddie) en medio de la noche. Me hicieron pasar,
ordenaron una cama, me consolaron y me ayudaron en una situación
donde yo había perdido totalmente el control. Eddie es un amigo verda-
dero, siempre puedes contar con él.
Ya en la ruta, poco a poco nos fuimos acercando al País Vasco y
llegamos a San Sebastián, donde las dos bandas tocarían esa noche.
A pesar de que en todas partes las entradas se habían agotado, la
gira todavía iba a pérdida. Contó Kurt que se debía a que el nuevo
baterista de Pearl Jam, Jack Irons —quien previamente había
tocado con Eleven y los Red Hot Chili Peppers, además de ser un
buen amigo de Eddie Vedder en San Diego y el hombre que origi-
nalmente lo recomendara a Stone Gossard como vocalista— tenía
problemas con su columna, lo que significaba que no podría tocar
más de dos noches a la vez y máximo cuatro veces por semana.
Pearl Jam aceptó la situación plenamente, lo que se tradujo en una

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pérdida para la caravana rockera. Le dieron un par de días libres
a los Fastbacks y en algunas ocasiones montaron conciertos en
clubes más pequeños sin los teloneros. Uno de ellos en Groningen,
Holanda, y para gran sorpresa de los Fastbacks, luego de la prueba
de sonido, apareció un viejo amigo de la banda. Así lo cuenta Kurt:
—Un par de días atrás habíamos acordado con Eddie hacer juntos
algunos temas de los Who. Eddie estaba muy entusiasmado con la idea,
pero más tarde ya no nos acordamos del tema. Sin embargo, ese día Eddie
se encontraba en nuestro camarín, había tomado el tren de Amsterdam
a Groningen y me preguntó si todavía estaba de acuerdo en que tocá-
ramos juntos algo de los Who. Ahí mismo armamos la banda The What
y teloneamos para Fastbacks. Mike en batería, yo al bajo y voz y Eddie en
guitarra y voz. Tocamos tres temas de los Who: “Naked eyes”, “The kids
are alright” y “Can’t explain” y algunos de Pearl Jam: “Lukin”, “Not
for you” y “Rearviewmirror”. Resultó algo increíblemente entretenido.

San Sebastián
Estaba sentado atrás del escenario en San Sebastián comiendo
algo. De pronto alguien puso su mano sobre mi hombro. Era
Eddie Vedder. Sólo quería saludar y agradecerme por la velada
del día anterior, pero luego se llevó sus manos hacia su sien y se
lamentó por haber bebido tanto esa noche. La cuñada de Johnny
Sangster, que conozco de antes, había llegado desde Seattle
para celebrar el cumpleaños de una amiga en compañía de los
Fastbacks. Supimos de pronto que había sido compañera en la
universidad de Mike McCready. Aparentemente no se habían
visto en años y no pasó mucho tiempo antes de que comenzaran
a aparecer los viejos recuerdos.
Fastbacks salió al escenario en el Velódromo de Anoeta, un
recinto para quince mil personas, y esa noche las cosas resultaron
mucho mejor que en Barcelona. Comencé a hacer mi trabajo y
reparé un bajo extra que Kim iba a necesitar más adelante.
Fiel a los Fastbacks, Eddie apareció en el camarín después de

27
la presentación del grupo y para regocijo de los presentes nos
mostró un afiche que decía: “The Kim & Lulu Band”. Posterior-
mente, Pearl Jam apareció en escena y se sintió como si entrara un
huracán musical.
El set list era totalmente diferente al de la noche anterior y
rápidamente se armaron tumultos frente al escenario. Los guar-
dias de seguridad retiraron amablemente a los más atrevidos de
las barreras. El personal estaba preparado para prestar primeros
auxilios, respiración artificial, masajes cardiacos, estabilizar
fracturas o cualquier urgencia que así lo ameritara. Un tipo visi-
blemente dopado se puso furioso con los guardias porque no le
permitieron regresar con el público inmediatamente. Al mismo
tiempo, uno de sus amigos se abalanzó sobre ellos y comenzó
a golpearlos. El público estaba vuelto loco, pero finalmente los
guardias controlaron la situación. A pesar de portar mi creden-
cial, me encontraba entre el público, frente al escenario, y el ritmo
tan exaltado me puso nervioso. Observé el resto del concierto
desde un costado del escenario.
La respuesta del público fue paralizante y superó lo vivido
la noche anterior en Barcelona. Fue un concierto íntimo y Eddie
llevó las cosas a su antojo. En un momento comenzó a saltar e
inmediatamente la multitud lo siguió y empezaron a saltar con
él: todo el recinto se estremeció. La masa era como un trozo de
cera que él podía moldear con sus manos. El espectáculo era
fascinante y aterrador al mismo tiempo. Luego, Eddie le pidió al
público que se cuidaran entre ellos y aprovechó el momento para
elogiar a los Fastbacks. La intensidad del show alcanzó alturas
insospechadas y culminó con los encores. Cuando el éxtasis
estuvo en su punto más álgido, Eddie lanzó el micrófono hacia
el cielo, muy arriba, lo más alto posible. En el segundo intento
tuvo éxito y consiguió enredar el micrófono en los focos gigantes
que colgaban de un pequeño puente a diez metros sobre el esce-
nario. Dio un salto y se agarró del cable del micrófono y empezó

28
a balancearse. Tanto el público como los miembros del equipo
técnico del grupo quedaron con la boca abierta. La construcción
se remeció sin control y todos instintivamente tuvieron el mismo
pensamiento: “Cuánto falta para que toda esa mierda se venga
abajo”. Pero antes de que se disipara el asombro en las personas,
Eddie dio otro salto y volvió a balancearse. Triunfo total.
Después del concierto la fiesta se llevó a cabo en el camarín de los
Fastbacks. Excepto Jeff Ament, participaron todos los integrantes
de Pearl Jam y nuevamente el ambiente estuvo bueno y tranquilo,
de ninguna manera electrizante, lo que me resultó casi antinatural
respecto a lo que había ocurrido un par de horas atrás. Kurt hacía
chistes sobre Shadow, la antigua banda de Mike McCready, la que
Mike estaba dispuesto a rearmar ahí mismo con Kurt como guita-
rrista invitado. Al mismo tiempo, acordaron salir juntos a comprar
CD usados. Jack Iron también se lo pasó muy bien, aunque tenía
más que suficiente con la supervisión de su hijo de cinco años.
Conversé por primera vez con Stone Gossard. Con su gran sonrisa,
cabello corto y anteojos, parecía más un estudiante de física que el
guitarrista, compositor y miembro fundador de la banda de rock
más grande de los 90. Stone me contó sobre el nuevo álbum y los
planes futuros de la banda, sin embargo, otro tema se metió en la
conversación cuando le dije que era de Dinamarca. Resultó ser que
era un lector apasionado de Peter Høeg y me contó detalles de la
novela La señorita Smila y su especial percepción de la nieve. Luego
Stone me presentó a una sonriente pareja de adultos muy bien
vestidos a los que también les apasionaba Høeg. Eran los padres
de Stone que habían viajado a España desde Seattle. La madre de
Stone me comentó lo feliz que la hacía ver a Eddie tan bien y de tan
buen humor. No cabía duda que los altibajos de la salud mental
del cantante habían llegado a su fin, tanto los del pasado como los
que experimentó luego de la muerte de Kurt Cobain.
Mike McCready se unió al grupo y, al igual que el resto,
también había repasado algo de la literatura de Peter Høeg. Le

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conté que vivía en la calle Strangade, el mismo lugar donde ocurre
parte de la historia de la novela, y no pudo ocultar su sorpresa.
Pero salvo la señorita Smila, ni Dinamarca ni el Festival Roskilde
de 1992 le traían muy buenos recuerdos.
—Estábamos jodidos. Recuerdo que sentía que estaba a punto de
volverme loco. Era demasiado fuerte para nosotros. Era la segunda
banda en la que tocaba y ya todo explotaba en nuestro entorno, había
demasiado que digerir en tan poco tiempo. Después del concierto no
dimos más y tuvimos que cancelar todo. Esa fue la tarde en que Eddie se
lanzó hacia el público y no pudo volver al escenario. Nadie tenía control
sobre nada.
Eddie se sumó a la conversación y comenzó a rememorar
Roskilde, donde, por un momento, el campeonato de la Copa
Europea de Fútbol dejó el recinto completamente vacío y luego,
inesperadamente, la gente se había vuelto completamente loca. Pero
a pesar de eso, todos estuvieron de acuerdo con que Dinamarca es
un lugar que se debe conocer y Stone Gossard concluyó diciendo
que estaría absolutamente incluida en la próxima gira europea de
la banda. Más adelante, la historia sería totalmente diferente.
Era tiempo de agradecer por esos estimulantes y maravillosos
días en compañía de Pearl Jam y los Fastbacks. Le di las gracias a
Eddie por el concierto y me comentó que había visto dos shows
totalmente diferentes en España. Me deseó suerte con mi hija,
me agradeció nuevamente por el álbum de Sharing Patrol y me
preguntó, si es que alguna vez tocaban en Escandinavia, si estaría
interesado en abrir para Pearl Jam. “Sí, creo que sí, veremos”,
tartamudeé abrumado ante tal invitación. Luego de un par de
palmadas en la espalda y un see you somewhere, volví al hotel con
Kurt y Mike. La verdad es que había pensado reservar una habi-
tación, pero no contaba con un detalle: “Pearl Jam en la ciudad”
significaba hoteles agotados en un radio bastante considerable.
A la mañana siguiente, Pearl Jam era cosa del pasado y los
Fastbacks venían llegando en la van para su último concierto en

30
Lisboa. Le dije adiós a los Fastbacks y me disculpé con Kurt por
ese mes de insistencias para que me llevaran con ellos de gira. We
need someone like you to come along, respondió.
Luego de un corto vistazo a San Sebastián, tomé el tren local a
Barcelona. Me fui sentado junto a un par de jovencitos que iban
cargados con merchandising y discos de Pearl Jam. Durante el
trayecto repasaron entre veinticinco y treinta canciones, palabra
por palabra, por lo que al fin pude comprender muchas de las
letras más complicadas de la banda. Antes de llegar a nuestro
destino, me acerqué para preguntarles sobre unas calles en Barce-
lona, pero tanto el chico como la chica me miraron resignados:
¡No hablaban inglés!

Cierra la revista
De vuelta en Dinamarca, y luego de bajar un poco las revolu-
ciones, escribí una entusiasta bitácora de la gira para Wild. A
juzgar por la reacción de los colegas en la redacción, esta era una
primicia absoluta. Varias otras buenas historias llegaron a la mesa
del editor, pero finalmente la directiva no quiso publicar el artí-
culo. Wild cerró, mientras que las revistas juveniles Mix y Vi Unge
quedaron bajo la misma dirección y propiedad, y se siguieron
realizando en la misma oficina de redacción.
Mi principal interés era que el artículo fuese publicado en su
totalidad. En cuál revista era lo de menos. Tuve que luchar para
evitar que se publicara una versión muy deslavada de la historia
en una revista de pop adolescente. Finalmente logré imprimir la
historia completa en la revista GAFFA, en febrero de 1997.
Es natural que cualquier experiencia novedosa brille como
el oro por un tiempo y que luego desaparezca gradualmente y
sea sustituida por nuevos acontecimientos. Esta vez fue todo lo
contrario. Sentía cómo la experiencia, las impresiones y el entu-
siasmo aumentaban progresivamente. La siguiente correspon-
dencia con Kurt amplificaba aún más ese sentimiento. La gira de

31
los Fastbacks había terminado en Lisboa el día después de mi
regreso a Copenhague y Kurt me había escrito que The What
había reaparecido y había tocado cuatro temas con Eddie —que
había usado una máscara— y Jeff Ament como bajista invitado, y
que Stone Gossard se había unido a los Fastbacks en el escenario
y había cantado “Mankind”, de Pearl Jam.
En mi hogar, en Christianshavn, Copenhague, con dos niños
en la escuela y un pequeño bebé, no era fácil olvidar el estallido de
España. La fascinación aumentó convirtiéndose en una obsesión.
Desde que era un bebé, mi hija se crió con las canciones de Pearl
Jam tronando desde los altavoces y se quedaba dormida escu-
chando versiones de baladas como “Around the bend” y “Better
Man”, interpretadas por su propio padre en la guitarra. Las
paredes, que tradicionalmente están adornadas con retratos fami-
liares, en mi apartamento estaban cubiertas con fotos ampliadas
de Eddie Vedder, Kurt Bloch y yo. En Pearl Jam había encontrado
diferentes cualidades que me atraían, una combinación que no
había experimentado antes. Primero que todo, el sonido musical
puro y potente. A los nueve años era adicto a Black Sabath, Deep
Purple y Led Zeppelin, y los últimos trece años había tocado en
una banda extremadamente ruidosa, inspirada en The Who. Para
mis oídos, Pearl Jam contaba con una “velocidad extra”, algo que
yo no había escuchado antes ni después. Luego estaba la psicosis
masiva y el hipnotismo que provocaban, el drama y la excitación
del fenómeno de masas, y el hecho de que todo el mundo se inspi-
raba y se dirigía hacia ese mismo punto. El público en España no
venía solamente a ver un concierto. Ellos eran discípulos dedi-
cados, que digerían hambrientos, casi crudo, todo lo que viniera
desde la escena y conocían cada palabra de cada canción. A
pesar de su éxito comercial, Pearl Jam poseía un lado alternativo
claro, tanto en sonido como en actitud, cosa que me fascinaba.
Reconocía un sonido y también una atmosfera del punk, con un
compromiso social directo que no oía desde los tiempos de The

32
Jam. A su vez, había elementos de rock duro, algo así como el
sentimiento trovadoresco de Neil Young y también el legado del
heavy rock de los 70. Líricamente, percibía una banda intensa y
expresiva, con versos salidos del fondo del alma, y el corazón
de un vocalista cuyas palabras y voz, sentía (y sigo sintiendo)
magnéticamente atractivas.
Igualmente me conmovía la autenticidad y la sinceridad de
la banda. La combinación de compromiso político, desenfreno,
el dolor y la belleza en la música, el sentido de inspiración y que
siempre había algo nuevo que descubrir y desplegar —cosas que
yo no había entendido o comprendido totalmente al principio—,
aumentaban mi fascinación por el conjunto. Y, sobre todo,
la actitud relajada y poco pretensiosa, basada en la dignidad
humana y el respeto que logré apreciar con mis propios ojos en
España. Finalmente, estaba la tensión de que todo podía colapsar
en cualquier momento. Había visto a Eddie Vedder con gran
ánimo entre sus amigos, pero no había dudas de que la combi-
nación entre la presión externa y sus demonios internos podían
hacer que la fiesta terminara con una explosión.

The Who
Otra cosa que nos ligaba era nuestra fascinación mutua por The
Who. Algo que de alguna manera me sorprendió, ya que no era
una banda que yo asociara directamente con la música de Pearl
Jam. Descubrí que la fascinación de Eddie con The Who en su
juventud era increíblemente similar a la mía. Yo nací un año
antes que Vedder, así es que los dos estábamos a pocos kilóme-
tros de distancia de las tendencias musicales de la época. The
Who escribió las mejores canciones pop, eran los más salvajes y
trastornados instrumentalistas: la banda más demente y brutal
de ese tiempo, que consecuentemente destrozaba instrumentos,
habitaciones de hoteles y a ellos mismos. Pete Townshend
trataba implacablemente de romper todas las formas y barreras

33
artísticas, y a menudo terminaba despedazado por causa de esto.
Leí en alguna parte que los álbumes más atesorados por Vedder,
en años, fueron Quadrophenia y Who’s Next: los mismos con los
que yo me identificaba plenamente hasta el día de hoy. Quadro-
phenia es un álbum doble, conceptual. El set de la escena es sobre
un Londres de clase obrera a mediados de los 60, visto desde la
perspectiva de los mod y del fanático de The Who, Jimmy. Jimmy
no es esquizofrénico, pero sí una persona con cuatro personali-
dades diferentes que representan a los cuatro miembros de The
Who. Quadrophenia es la despiadada batalla de Townshend y su
propio papel en la subcultura, una manera de lidiar con cuestio-
namientos básicos acerca de la identidad y la demencia juvenil.
Es intensamente crudo en la confrontación entre Townshend y su
público. Por ejemplo, en el diálogo representado entre The Punk
y El Padrino, donde la pregunta “quién determina qué” se pone
despiadadamente a la vanguardia. Para Townshend esto fue una
búsqueda filosófica de su propia alma, en la que se retrata a sí
mismo, por un lado, como un líder carismático de una subcultura
dinámica y, por el otro, como la pieza incompetente de un rompe-
cabezas en donde la cultura juvenil (otra más) es condenada por
un vacío absurdo. The Punk ataca a El Padrino con acusaciones
como: “Has declarado ser tres pulgadas más alto, sólo te conver-
tiste en lo que te hemos hecho” y “Somos los esclavos de un líder
falso, respiras el aire que nosotros te soplamos”. Las últimas
líneas de The Punk son interpretadas por Townshend con una
gran melancolía: “Debo de ser cuidadoso y no predicar, no puedo
pretender que puedo enseñar, y sin embargo viví tu futuro en
etapas de rescate como un payaso y sobre la pista de baile con
cristales rotos. Los rostros sangrientos pasan lentamente. Las
butacas numeradas en caminos vacíos, todo me pertenece, ya
sabes”.
En 1979 aparece la película Quadrophenia junto a la banda
sonora. Básicamente las cosas se caen a pedazos para Jimmy y,

34
paulatinamente, se mete en serios problemas con su familia, sus
empleados, su novia, sus amigos y, para finalizar, sufre la última
pérdida: ser abandonado para convertirse en un mod. Como
un aperitivo de la película Thelma and Louise, de 1991, la cinta
termina con Jimmy montando su Vespa a toda velocidad, en las
imponentes rocas de Brighton, para ser tragado por las olas del
Canal de la Mancha.
Probablemente, Vedder había observado más de una vez
durante los 90 que las palabras y pensamientos de Townshend
eran sobre sí mismo, consciente o no, por lo que fue etiquetado
como el vocero de una generación perdida de jóvenes de padres
separados, quienes deseaban, entre otras cosas, expresarse a
través de melodías fuertes y melancólicas de rock and roll.
The Who eran tan dinámicos, enérgicos y disfuncionales como
cualquier otra banda. Cuatro personalidades distinguidas y dife-
rentes, quienes, por partes iguales, a través de su mutuo amor,
peleas de gallos y una rivalidad sin cuartel, crearon un arte inol-
vidable, así como anécdotas hilarantes del rock and roll.
Mientras repetidamente escuchaba las canciones del catá-
logo de Pearl Jam, luego de regresar de España, leí, para mi gran
asombro, que The Who presentaría Quadrophenia en concierto y
que, entre otros lugares, tocarían en Dinamarca. Mientras estaban
en la ciudad conseguí una entrevista con Roger Daltrey, el voca-
lista de The Who, quien tenía 53 años en esa fecha (aunque no
se veía de más de 35). Invité a Johnny Sangster y le regalamos a
Daltrey el álbum de los Sharing Patrol, manifestándole nuestro
amor eterno a su banda. La conversación se convirtió rápida-
mente en algo más íntimo y varias veces Daltrey expresó cosas
como “Ya sabes cómo es Pete, nunca escucha lo que le digo”, para
luego, minutos más tarde, declarar su incombustible amor por el
mago de la guitarra. Al momento de escribir este libro, sólo dos
miembros de la banda estaban vivos. Tres años más tarde, ellos
dos ayudaron a Vedder en un momento crítico.

35
Yield
Desde la distancia, de regreso a Dinamarca, profundicé en las
actividades de Pearl Jam. Después de un tiempo conocía todo su
catálogo, varios proyectos paralelos, páginas de fans club e incon-
tables historias sobre la banda. Comencé a descubrir lo fuerte que
era la cultura de los fans y los esfuerzos que la agrupación hacía
con el fin de garantizar ofertas exclusivas para los miembros del
fans club: singles sólo para los miembros, no para el mercado
comercial, seguridad durante los conciertos, etc. Gracias a mis
diferentes fuentes en Seattle, me enteré de muchas de sus acti-
vidades, pero no estaba en contacto con ninguno de los miem-
bros de la banda. Por un lado, estaba completamente dedicado al
grupo y, por otra parte, mi entrega era total. Llegaba a ser vergon-
zoso lo preocupado que estaba por saber el paradero de cada uno
de sus miembros. Sabía que Pearl Jam estaba ocupado en grabar
un nuevo álbum de estudio en 1997. Por eso, cuando tuve el ejem-
plar de Yield en mis manos —siendo la primera persona en Dina-
marca que recibía el disco—, temblaba entero. Al ponerlo en el
reproductor pensé: “¿Y qué hago ahora si esto es una mierda?”.
En fin, sobreviví.
Como era uno de los principales escritores de la revista GAFFA,
estaba acostumbrado a estar en una buena posición para entre-
vistar a artistas extranjeros de forma exclusiva. Sin embargo, el
mensaje de Pearl Jam era muy claro: ¡Olvídalo! Traté de ponerme
en contacto con Eddie Vedder a través de Kurt Bloch. Nos
habíamos conocido en España y había sido genial, pero imaginé
que ésa era la sensación que todo el mundo tenía después de cono-
cerlo en persona. Sabía que Kurt le había remitido la carta que yo
le había enviado, pero tampoco podía seguir presionándolo en
mi cacería de estrellas de rock. Probablemente, ya había explo-
tado lo suficiente a mi buen amigo y a la gran aura de respeto
que lo rodeaba; un hombre cuya buena voluntad –aparte de tener

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Eddie Vedder promoviendo a Sharing Patrol.
Eddie Vedder y Kurt Bloch. Barcelona, 22.11.96. Foto: Henrik Tuxen.
Al centro: “Maximun Rock ’n’roll chicks” Lulu Gargiulo y Kim Warnick, integrantes
de Fastbacks. San Sebastián, 23.11.96. Foto: Henrik Tuxen. Abajo: Kurt des-
cubre el fenómeno europeo de los huevitos “Kinder Sorpresa”. San Sebastián,
23.11.96. Foto: Henrik Tuxen.
Arriba: Somnoliento escritor es despertado abruptamente. Henrik Tuxen y Eddie
Vedder. Barcelona, 22.11.96. Foto: Henrik Tuxen.
Abajo: “Kurt Bloch conquista España”. San Sebastián, 22.11.96. Foto: Henrik
Tuxen.
Arriba: Autógrafo de Roger Daltrey, vocalista de The Who.
Abajo: Saludo de Eddie Vedder a Tobias.
La vida es bella. Marianne Soendergaard, Jan Poulsen y Thomas Søie Han-
sen. Maui, Hawái, 23.02.98. Foto: Henrik Tuxen.

Henik Tuxen y Eddie Vedder. Nueva York, 19.09.02. Foto: Nicole Vandenberg.
Pearl Jam, 2002. Foto: Danny Clinch / Sony Bmg.
Manifestantes de “Vota por el cambio”, a favor y en contra de Bush. Florida y
Whashinton DC, octubre 2004. Foto: Henrik Tuxen.
Stone “Pinocho” Gossard. El texto de la nariz “Enron” simboliza las mentiras de
Bush y Cheney. VFC, Asheville, Carolina del Norte, 06.10.04. Foto: Kerensa Wight.
Pearl Jam volando. Asheville, Carolina del Norte, 06.10.04. Foto Kerensa Wight.
El actor de Hollywood, instructor y cantante punk Tim Robbins. Rumbo a la batalla
con Eddie Vedder. Octubre 2004. Foto: Kerensa Wight.

Tim Robbins a dúo con Vedder interpretando “The new world” del Álbum Xs. VFC,
Kissimmee, Florida, 08.10.04. Foto: Kerensa Wight.
Peggy y Neil Young, artistas invitados de Pearl Jam. VFC, Grand Rapids, Michigan,
03.10.04. Foto: Kerensa Wight.

Ovacionados de pie por el público. VFC, St. Louis, Missouri, 05.10.04. Foto Kerensa
Wight.
Mike McCready. VFC, Kissimmee, Florida, 08.10.04. Foto: Kerensa Wight.
un corazón puro de rock and roll– se originaba precisamente en
el hecho de nunca haber presionado o usado a otras personas y
siempre trataba a los demás con justicia y equidad.
Los años 97 y 98 fueron buenos para la industria disquera.
Las descargas digitales, más que una realidad, eran el temor del
futuro. Además, los catálogos de discos de oro de los días del
vinilo todavía se podían convertir a formato CD y volverlos a
vender.
Verme enfrentado a que la banda que había sido por años la
gallina de los huevos de oro de Sony no estuviera dispuesta a
hablar con la prensa, me hizo pensar en que debía tomar otras
medidas. La alternativa era viajar a Hawái para ver dos de las
pequeñas presentaciones que serían la antesala para los conciertos
en Estados Unidos y Asia. Conseguí unirme a la gira en el último
minuto. Así, mientras el hielo y la nieve dominaban las calles
de Copenhague, a mí me daban la bienvenida en el Aeropuerto
Internacional de Maui con “aloha” y flores. Era el 20 de febrero
de 1998.
En la idílica isla del Pacífico aparecieron brotes de fiebre,
fiebre de Pearl Jam, claro. Que una banda mundialmente famosa
hiciera dos conciertos en una isla tan pequeña, en territorio y
población, provocó impacto. Ya en el aeropuerto de San Francisco
me encontré con grupos de fanáticos que se dirigían al mismo
destino. Más o menos la mitad de los pasajeros en el avión a Maui
habían llegado a Hawái para escuchar a Pearl Jam. Las autori-
dades se jactaban de venir directo desde Seattle para sacar rápi-
damente a los pasajeros del lugar. Sentado junto a mí y a mis tres
acompañantes, venía Marco, un joven italiano. Él había gastado
todo su dinero en el pasaje y planeaba quedarse a dormir en la
playa. Una vez que llegué a Maui, Pearl Jam estaba en cada sitio
donde uno mirara. Las personas vestían su merchandising y los
automóviles llevaban stickers de la banda. Siempre ha sido tradi-
ción que grandes grupos tomen su camino hacia las exóticas islas

53
del Pacífico (el último concierto del tour original de Ten se llevó a
cabo en una escuela de enseñanza media, cinco o seis años antes),
pero estos conciertos contaban con la producción más grande
en la historia de Maui. Esta vez Pearl Jam haría dos recitales al
aire libre, cada uno con capacidad para cuatro mil personas. La
banda se presentaría en un entorno perfecto, cosa que contras-
taba con el bajo nivel de los equipos técnicos. El sistema de ampli-
ficación era más apropiado para un local de música luau (música
típica de Hawái) que para una banda con el valor de Pearl Jam.
Ésta fue, probablemente, la razón principal por la que estos dos
conciertos estuvieron lejos de las encendidas presentaciones que
había presenciado quince meses antes en España. Sin embargo,
fue genial, salvaje y loco disfrutar de la banda en este entorno y
haber formado equipo con los fans más incondicionales de todo
el mundo.
Durante el primer concierto el público gritaba cosas como:
“¿Viajé cinco mil millas para esto?”, mientras batían banderas que
decían “Salven a Mallea”, un mundialmente conocido resort para
surfistas de Hawái que era mantenido bajo propiedad militar.
Pearl Jam interpretó alrededor de veinte canciones, nuevas y
antiguas, y a pesar de algunos chispazos por aquí y por allá, la
impresión general era de decepción, considerando la capacidad
de la banda. El grupo estaba muy consciente de ello. Después de
una versión bastante floja de “Jeremy”, Eddie se disculpó direc-
tamente con la multitud por el pobre desempeño de la banda. A
pesar de todo, el ambiente entre la gente era bueno. El público
cantaba, gritaba, surfeaba, hacía el pogo, fumaba y bebía. Las
personas venían de todo el mundo, estaban viviendo una explo-
sión y regresarían el próximo día. ¡Hawái rocks!
Nuestra pequeña agrupación viajera la integraba yo y otras
tres personas, dos colegas daneses, Jan Poulsen y Thomás Soie
Hansen, y la representante de Sony, Marianne Soendergaard.
Durante nuestra estadía en Maui hice bodysurf, volé en helicóptero

54
sobre el desierto, la selva tropical, volcanes, y disfruté un paseo
de avistamiento de ballenas. En esencia, gocé plenamente de la
exótica isla. El único inconveniente era el gran desfase de horario
—estamos hablando de once horas de diferencia— y que, como
era el único que portaba licencia de conducir, tuve que hacerlas
de chofer. Debido a la impostergable fecha de entrega del artí-
culo, escribí la historia completa desde la isla.
Tras el primer concierto, vimos al menos nueve ballenas
jorobadas desde un pequeño velero. Pero luego dejamos a las
ballenas, al capitán Willy y su Cazador de Ballenas, y al hambriento
miembro de la tripulación, Kitt, cuya principal tarea era servir los
tragos, y nos preparamos para recibir otra dosis de Pearl Jam bajo
las palmeras.
Esta vez, el concierto estuvo mucho mejor que el del día ante-
rior y el sonido también. No fue un concierto que pasaría a la
historia de Pearl Jam, pero sin duda fue muy bueno. Una noche
exótica, excelente. Después del show hubo una fiesta al aire libre
y nos las arreglamos para asistir. Neil y Peggy Young estaban
allí junto a su hijo, y Chris Cornell resplandecía con un equipo
gringo muy bien diseñado, junto a su esposa del momento,
Susan Silver, que trabaja como mánager de Soundgarden y Alice
in Chains desde hacía años. Eddie Vedder descendió desde
una camioneta por un momento breve, claramente no estaba
interesado en ser atacado por la multitud. Cuando estuvo lo
suficientemente cerca, lo saludé. Primero me quedó mirando,
pero rápidamente me reconoció, estrechó mi mano y me agra-
deció por el tiempo en España. Muchos de los fanáticos habían
conseguido entrar a la carpa. Eddie notó que un gran grupo de
personas lo había descubierto y que venían hacia él. Desapareció
rápidamente en una camioneta estacionada en la cercanía. En
compensación, me encontré con un hombre alto y musculoso,
era el bajista, Jeff Ament, original de Montana. Jeff me habló
sobre la gira Europea y aprovechó la oportunidad para declarar

55
su aprecio incondicional por los Fastbacks. Jeff admitió que el
primer concierto en Maui estuvo bajo los estándares aceptables
de Pearl Jam, me contó lo que esperaba de Yield y lo maravi-
lloso que era el snowboard en Utah. La conversación también giró
en torno a mis viejos compañeros de banda, con los que había
compartido habitación. Luego de un momento, Jeff me preguntó
qué me trae a Maui. “Vengo a ver a Pearl Jam”, le repliqué para
su gran asombro. Me contó que la banda se quedaría en la isla
por un tiempo y que todos, excepto Eddie, estaban alojando en
un hotel de la ciudad: “Eddie está de incógnito en otro lugar
de la isla”, me dijo. Por Kurt y otras personas me enteré de que
ésta era la situación: A Eddie nunca se le permitía andar solo
en paz. En donde quiera que estuviera, siempre había alguien
que quería conocerlo y lo perseguían hasta encontrarlo. Pero la
banda y las otras personas que trabajan para ellos eran capaces
de organizarse para permitirle mayor espacio y libertad, y las
lagunas azules de Maui han sido siempre uno de los lugares
favoritos para los surfistas de San Diego que ahora necesitaban
recargar baterías.
Mientras tanto, Marco, nuestro amigo italiano, había conse-
guido atravesar la cadena de hierro del backstage al aire libre y
se acercó a Jeff con un CD en sus manos. Probablemente, la meta
principal de todo su tour. Muchos de los amigos de Jeff —inclu-
yendo aquellos que deseaban serlo— se unieron a la conversa-
ción y, antes de volver a la playa, Jeff me contó que a él poco
le importaba que gente tan diversa estuviera descargando o
grabando la música de Pearl Jam, en tanto esto no produjera un
alza descabellada en los precios ni ganancias para distribuidores
no autorizados.
Antes de volver, tomé otro tour de avistamiento de ballenas
y me uní a un par de nadadores en el océano. En el avión me
senté junto a una chica que ostentaba ser la fanática más grande
de Pearl Jam. Salimos juntos más tarde a un pequeño paseo de

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turistas en San Francisco y luego retorné a Copenhague una vez
más con Pearl Jam en los pensamientos, en las palabras y en mis
audífonos.

57
Segunda parte

ROSKILDE 2000

El preludio
Durante el tiempo que pasó, luego de nuestra despedida en
Hawái, no tuve contacto con ninguno de los miembros de Pearl
Jam. Y aunque ya no eran la banda que vendía más discos del
mundo, para mí seguían siendo la mejor. Al principio los rumores
cundían, pero cuando finalmente se corroboró que Pearl Jam
estaba confirmado para tocar en el Festival Roskilde 2000, sentí que
había llegado el tiempo de celebrar. ¡Y cómo no! Los conciertos en
Hawái habían sido más exóticos que emocionantes, así que ahora
estaba más que preparado para ver a la banda con todo su poder y
en suelo danés por primera vez después de ocho años.
La última presentación del grupo en Dinamarca había sido
justamente en Roskilde, el año 1992. Debido a la Copa Europea
de Fútbol, agendada para el mismo día, el concierto se tuvo
que adelantar y comenzó dos horas antes de lo originalmente
planeado. Pero yo desconocía esta medida, así es que cuando
llegué a Roskilde aquel junio de 1992, pensando que me sobraba
tiempo, resultó que a Pearl Jam sólo le quedaban cinco minutos
para terminar su caótico concierto.
La noticia de que volverían al festival en el año 2000 había sido
muy bien recibida. Se trataba del retorno de la única banda de la
época de Seattle —la más renombrada ola de música rock desde
los años 70— que había sobrevivido a trampas como la heroína,

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la muerte, los suicidios, el estancamiento artístico y la discordia
personal. Por fin la teníamos aquí.

30 de junio de 2000
El anuncio del concierto era tema de conversación en los círculos
musicales daneses y las expectativas eran altas. Mi carga laboral
para Roskilde en la revista GAFFA, donde había comenzado
como coeditor por tiempo completo, era relativamente modesta
y me aseguré de tener toda la tarde libre el viernes 30. Dos días
antes del concierto, para mi sorpresa, Lars Puggard, empleado
de promoción en Sony Dinamarca, me telefoneó para decirme
que era muy probable que pudiera conseguirme una entrevista
con Pearl Jam durante el festival, pero que no podía prometerme
nada. ¡Cómo deseaba esa entrevista! Al fin tenía la oportunidad
de seguir con la experiencia vivida en Hawái y especialmente
en España, pero esta vez acordada de antemano. A esa altura
ya había entrevistado a un gran número de estrellas internacio-
nales, pero tener la oportunidad de entrevistar a Pearl Jam era
algo surrealista. Recuerdo estar ahí preparando las preguntas,
sentado en mi coche en el estacionamiento del festival, para
hablar con Eddie Vedder y su tropa. Sin embargo, algo salió mal
y la entrevista se canceló el mismo día. Una pena, pero no fue una
sorpresa. Ni yo, ni la revista GAFFA, ni ningún otro medio danés
había conseguido entrevistar a la banda para el lanzamiento, un
mes y medio antes, del álbum Binaural.
Entonces me junté con mi novia Anne. Ella también estaba
en el festival, habíamos convenido encontrarnos con algunos
amigos, salir a cenar y ver algunas de las presentaciones juntos.
Ella no tiene mis genes de “bulldozer”, así que acordamos que
elegiríamos los asientos traseros y no la primera fila durante las
presentaciones. Pero le aclaré, más allá de toda duda y discusión,
que con Pearl Jam sería diferente, porque para ese concierto yo
iba a estar frente al escenario desde el comienzo hasta el final.

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Unas pocas horas antes del concierto, sonó mi celular. La
llamada era de Sony. Mi compañera en Hawái, Marianne Soen-
dergaard, y Lars Puggard habían decidido entregarme uno de sus
backstage pass para el concierto de Pearl Jam. Sabían lo que signi-
ficaba para mí, no obstante, ¡no sospechaban lo que sucedería si
no lo hacían! Me presenté para agradecerles por su generosidad y
aceptar su excelente oferta. De regreso al concierto, vi a la banda
sueca Kent en el Escenario Naranja y, más tarde, en un escenario
diferente, gran parte del concierto de Travis. Este último show
con impacientes y frecuentes miradas a mi reloj. Abandoné la
presentación de los británicos poco antes de que se anunciara el
comienzo de Pearl Jam y acordamos con Anne encontrarnos en el
área del backstage después del concierto.
Con el backstage pass de Pearl Jam colgado al pecho, pude
entrar fácilmente a la zona trasera del Escenario Naranja, aproxi-
madamente diez minutos antes de que empezaran a tocar. Como
buen fanático, me las arreglé para localizar a Eddie Vedder y
llamar su atención. Llevaba un sweater algo roto y parecía un
poco agotado, pero de todas formas se veía relajado y de buen
humor. Me acerqué y le recordé los días en España; asintió con
su cabeza a modo de reconocimiento. Le entregué una fotografía
que le había tomado junto a Kurt Bloch usando unos ridículos
sombreros. Él la recibió con gran entusiasmo, diciendo que la
colgaría en la pared de su casa en Seattle. Justo antes que la banda
subiera al escenario, quise hacer algo que no me había atrevido
hacer ni en España ni en Maui. Le acerqué a Eddie mi desgastado
disco Vitalogy y le pedí su autógrafo. Lo conseguí. Emocionado le
pregunté si tocarían “Rearviewmirror”. Dijo “no te preocupes” y
desapareció.
Al costado del escenario me encontré con Marianne Soender-
gaard y Lene Westen, empleada de Sony con quien compartimos
la misma pasión. Lene conversaba con el técnico de guitarras de
Mike McCready y de pronto nos miramos con una expresión de

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it’s show time. Al comienzo estábamos a unos cinco metros de los
amplificadores de McCready, pero rápidamente nos movimos
hacia el frente del escenario entre el camarógrafo y los guardias
de seguridad. Recuerdo que miré a la enorme multitud mecién-
dose como una ola, de adelante hacia atrás. Estaba oscureciendo
y había un rumor de impaciencia entre el público. Estuve un
momento allí observando al gentío, pero no noté nada dramá-
tico o amenazador, sólo un montón de personas bajo el cielo que
comenzaba a nublarse gradualmente.
Cuando el sonido de “Baba O’Riley” de The Who comenzó
a sonar en los amplificadores, supe que la acción había llegado.
Pearl Jam hizo su entrada y sin más preámbulos comenzaron los
acordes de “Corduroy”.
Al rato, un guardia de seguridad nos ordenó movernos hacia
el costado del escenario, frente a Mike McCready. Lene retomó
su conversación con el técnico de sonido, quien se veía algo
atareado, pero aun así se las ingeniaba para hacer chistes entre
las canciones. Todos gritábamos, aullábamos y cantábamos. El
sector central, frente al escenario, estaba repleto, pero la reac-
ción del público no alcanzó el nivel esperado. Aunque era difícil
juzgar desde el costado del escenario, considerando el viento, las
condiciones del tiempo y la calidad del sonido. Pearl Jam estaba
tocando sólidamente, a pesar de no llegar a la intensidad de la
que había sido testigo, antes y después. A pesar de todo, me
sentía fantástico y canté las canciones a todo pulmón. Pearl Jam
en el Festival Roskilde: ¡No puede haber nada mejor!
Doce temas después, durante “Daughter”, el clima pasó de
malo a horrible, la visibilidad se hizo nula y la lluvia comenzó
a caer sobre el escenario. En la siguiente pausa pude escuchar,
tras los primeros acordes suaves de Jeff Ament en su bajo, que el
próximo tema sería el más grande éxito de Pearl Jam a la fecha:
“Alive”, un himno a los headbanger. Pero cuando estaban a punto
de comenzar, algo ocurrió. Un hombre se aproximó a Vedder

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desde el otro lado del escenario. Asumí que tenía que ver con
problemas de seguridad, dada la peligrosa combinación de agua
y cables de alta tensión sobre el escenario, pero se trataba de algo
peor. Eddie intentó calmar a la multitud y pacientemente les
pidió un par de veces dar tres pasos atrás y cuidarse entre ellos.
El vocalista anunció que harían una pequeña pausa y luego el
mánager de Pearl Jam pidió que se encendieran las luces princi-
pales.
Mientras gritábamos con impaciencia para que la banda conti-
nuara, vimos a Eddie con los ojos húmedos ponerse de rodillas.
“Oh, vamos”, protestó Lene en voz alta. Lentamente nos fuimos
percatando de que algo realmente malo estaba pasando. Al prin-
cipio, Mike McCready saltaba sobre el escenario rezongando
para que el show continuara, pero entonces alguien se acercó y le
entregó noticias alarmantes. McCready le entregó la guitarra a su
técnico y éste se volvió hacia nosotros y nos dijo en voz baja “creo
que ha muerto un chico”. El ambiente agradable de hace unos
instantes desapareció. Las personas que nos rodeaban entraron
en pánico, se miraron desconcertadas y preocupadas, mientras
un sinnúmero de policías subía al escenario. El concierto de Pearl
Jam se fue disolviendo gradualmente. Aun así, no nos daban
ningún tipo de información clara, sin embargo, y a juzgar por el
movimiento sobre el escenario, la expresión en los rostros de los
miembros de la banda y del personal técnico, comprendimos que
algo horrible había sucedido.
Las cosas estaban realmente caóticas sobre, enfrente y tras el
escenario. Caminé con cuidado hacia el frontis y vi cómo reti-
raban algunos cuerpos malheridos de entre la multitud y los
ubicaban en el área de los fotógrafos. Pánico y caos. Miré hacia
mi izquierda y vi a un joven mulato inconsciente. No había duda:
estaba muerto. Nunca había visto una persona muerta en toda
mi vida, pero sentí instintivamente que el muchacho frente a mí
había dado su último aliento. No vi huellas de sangre ni de daño

63
físico, la expresión de su rostro era de una calma profunda, no
había dolor ni desesperación. Luego me enteré que su nombre era
Allan Tonnesen, de Varde, Dinamarca.
Atrás del escenario vi a los miembros de Pearl Jam cami-
nando sin rumbo. El baterista Matt Cameron pasó ante mí con
una mirada de angustia. En medio de toda la confusión, perdí mi
pase de backstage, pero no había guardias revisando ni haciendo
preguntas. Lo que ocurría detrás del escenario era angustiante:
personas en camilla recibiendo primeros auxilios y unas cuantas
ambulancias acercándose al área del backstage con sus sirenas
encendidas. Discretamente me acerqué a uno de los hombres
de blanco y le pregunté qué tan serio era el accidente. Afligido
respondió que en ese momento estaban tratando de resucitar a
cinco personas.
Detrás del Escenario Naranja, en el backstage de los artistas, vi
a Eddie Vedder caminando cabizbajo. Con lágrimas y una expre-
sión de dolor y desesperación, pasó por mi lado. Lo vi correr
hacia la zona de los músicos, gritando en voz alta, al tiempo que
pateó un recipiente con agua.
Desde el escenario anunciaron que se había producido un
serio accidente, que había vidas involucradas, pero nadie parecía
tener idea de la magnitud de la tragedia. Abandoné el área del
backstage cuarenta y cinco minutos después de que se detuvo el
concierto: no quería entorpecer el trabajo de los encargados del
rescate.
Cada persona que vi estaba en shock y cuando abandoné el área
del backstage del Escenario Naranja y entré al sector de los medios
de comunicación, fui rodeado rápidamente por periodistas frené-
ticos que buscaban testigos de lo que había ocurrido. Relaté al noti-
ciario TV2 (Televisión Nacional Danesa) lo que había visto, pero
con la condición de tener una hora para retirar mi declaración. Lo
hice —para gran pesar del periodista— por consejo de Marianne
Soendergaard. La opinión de Marianne era que nadie ahí tenía una

64
visión clara de la magnitud de la tragedia y lo que la gente dijera
en este momento podía ser transmitido mundialmente y resultar
contraproducente. A esas alturas, escuchamos rumores que
hablaban de cuatro a cinco muertos, pero nada era seguro. En el
área de las comunicaciones, la gente estaba paralizada. Mi amigo y
colega, Peter Ramsdal, me abrazó bañado en llanto. Yo, en cambio,
no derramé ni una lágrima, pero sentí como si hubiera un vacío
negro y profundo en mi mente y en mi cuerpo. Luego vi a Anne
consternada e intenté consolarla. El resto de la noche se desvaneció
en la oscuridad y a la mañana siguiente Anne condujo nuestro
auto camino a casa. Luego de un largo y fosco camino, donde
grandes afiches en la carretera anunciaban la inauguración oficial
del puente Oeresundsbro (puente que une a Suecia y Dinamarca),
llegamos a nuestro hogar al norte de Copenhague. Al entrar vi
que el contestador del teléfono estaba atestado de mensajes, cada
uno con la misma pregunta de preocupación. Mi familia y amigos
estaban al tanto de mis planes de ver a Pearl Jam en primera fila.

El día después
Luego de informarles a mi familia y amigos que me encontraba
bien y de una noche de sueños intranquilos y nebulosos, regresé
rápidamente al lugar del festival. Las impactantes noticias acerca
de la gran cantidad de fallecidos y heridos de gravedad copaban
los medios de prensa. En el recinto del festival el ambiente era
melancólico y desesperanzado, más que de caos o pánico. La
tarea más importante para el editor Peter Ramsdal y para mí
era escribir un artículo sobre el accidente en la página web de
GAFFA, incluyendo la decisión de los organizadores de conti-
nuar con el festival. Yo tenía mis serias dudas. Por un lado me
parecía grotesco, cínico e irresponsable seguir con el evento, pero
por otra parte iba a ser tremendamente caótico finalizarlo en ese
momento. Peter estaba más repuesto que el día anterior y opinaba
que era importante que el festival continuara, en parte pensando

65
en el caos logístico que ocasionaría la suspensión y también por la
colaboración conjunta y el reconocimiento del público, los artistas
y la dirección del festival. Un punto de vista que con los años
he llegado a compartir completamente. Escribimos el artículo en
conjunto el mismo día e imprimimos una versión profundizada
en el número siguiente de GAFFA.
A raíz de esta incomprensible tragedia, la gente y los medios de
comunicación trataban desesperadamente de encontrar un chivo
expiatorio. Entre otras cosas, aparecieron fuertes ataques hacia
Pearl Jam, increpándoles una supuesta reputación de generar
disturbios en sus shows y presentar comportamientos desinhi-
bidos. Las acusaciones provenían de una agencia internacional
de seguridad para grandes eventos, acusaciones que también
corroboró la policía y que fueron difundidas en varios medios de
comunicación. El antecedente sobre el caótico concierto que Pearl
Jam había dado ocho años antes, sólo sirvió para arrojar más leña
a la hoguera: se había iniciado una verdadera cacería de brujas.
A modo de ejemplo, el periódico BT publicó un artículo donde
se indicaba que Pearl Jam deliberadamente instaba al público a
causar desorden. Al leer el artículo con más atención, quedaba
claro que éste se refería a un conflicto puntual con los guardias de
seguridad que habían provocado al público durante un concierto
en USA, seis años atrás. Pero ¿cuántos leyeron el artículo en su
totalidad? Se trataba de rumores grotescos e infundados sobre
una banda que hacía lo mejor posible por resguardar la seguridad
de su público. Rumores que yo, con el apoyo de Peter Ramsdal, y
de buena fe, traté de rebatir en las páginas de la revista GAFFA.
El resto del festival continuó como en cámara lenta, irreal y
cargado de dolor, pero, de alguna forma, se respiraba un aire
de comunidad entre el público. Lo peor fue el regreso a casa.
¿Cómo digerir tamaña experiencia? Personalmente, no derramé
jamás una lágrima, pero me sentía vacío por dentro, agotado,
como petrificado, mientras las escenas del accidente aparecían

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incesantes en la retina de mis ojos. Leí todo lo que pude encontrar
sobre el tema, devorándolo con ansias, sin apartarlo de mí.

La policía en Roskilde
Al llegar a casa después de mis vacaciones, fui contactado por
la policía de Roskilde. Un simpático funcionario llegó un par
de veces hasta la oficina de GAFFA en Copenhague para soli-
citar mi versión de los hechos. Qué había visto y qué creía que
era lo que había sucedido. Había pasado algo así como un mes
desde el accidente y me llamó la atención la poca información
que, al parecer, manejaba la policía. Otra cosa que descubrí
fue que tenían problemas para establecer la hora exacta en que
ocurrió la tragedia. El oficial estaba especialmente interesado
en saber si yo llevaba mi reloj ese día, si por casualidad sabía a
qué hora había comenzado a tocar la banda y cuántos minutos
habían pasado después del concierto hasta que vi los primeros
heridos. En esos momentos la policía trabajaba con un margen
de quince minutos desde el momento en que había comenzado
el show. Algo increíble porque, como ya se sabe, había allí varias
personas capaces de indicar a qué hora había empezado a tocar
la banda. Yo podía calcular más o menos el punto de partida, ya
que había mirado el reloj cuando abandoné el concierto de Travis
en la Carpa Verde. Les dije que había visto el cuerpo de Allan
Tonnesen inmediatamente después de que se detuvo el concierto.
El oficial prestó especial atención a esto y me dijo que mis decla-
raciones eran, hasta ahora, las que señalaban con mayor precisión
la hora en que estos nueve jóvenes habían perdido la vida.
El oficial también estaba muy interesado, entre otras cosas,
en saber cuál era el contacto que yo tenía con Pearl Jam y sobre
las políticas de seguridad de la banda y su relación con los fans.
Agregó que dos agentes viajarían a USA para presenciar un
par de conciertos y observar personalmente un show “normal”
de la banda, y que lamentaba profundamente no ser uno de

67
ellos. Tuve un par de conversaciones agradables con el oficial y
traté de recordar lo que más pude, pero mi cerebro rechazaba
esos recuerdos y otros ya se habían desvanecido. Me puse en
contacto con Lene Westen, quien había estado a mi lado durante
el concierto, pues pensaba que ella tendría que haber visto algo
que tal vez yo no recordaba, pero Lene no estaba interesada en
hablar con la policía ni con nadie que le recordara aquel traumá-
tico evento.
El mismo oficial se contactó nuevamente un par de semanas
más tarde para preguntarme si quería agregar algo al informe
policial. Esta situación me sorprendió un poco. El hecho era que
un experto en seguridad estadounidense había escrito un informe
donde se enfocaba en los problemas de seguridad relacionados
con la organización de conciertos de rock masivos y en los riesgos
específicos que él creía que existían en los shows de Pearl Jam.
Debía dar una especie de contrarrespuesta donde explicara la
seguridad en los conciertos del grupo, el comportamiento de las
multitudes y la seguridad de los fans en general. Exageré lo más
que pude y, al parecer, la nota fue utilizada en el apéndice del
caso. Nunca supe ni leí nada de este apéndice. Desde octubre
en adelante no volví a ser contactado, salvo por una tarjeta de
navidad que recibí de la policía de Roskilde meses más tarde.
Aparte de la declaración oficial de Pearl Jam luego del acci-
dente, titulada Devastated (ver apéndice), no encontré ningún otro
pronunciamiento de la banda, y su mánager Kelly Curtis asumió
como vocero oficial. Pero había actividad al interior del grupo y
esto se podía apreciar en las grabaciones de los CD bootlegs de los
conciertos en vivo.
Los cassettes, vinilos y CD bootlegs de Pearl Jam habían sido
por años un negocio lucrativo para intermediarios no autori-
zados. Pearl Jam era y es una banda dedicada a sus fans, quienes
trataban de conseguir todo el material que estuviera disponible.
Para garantizar grabaciones de calidad de los conciertos en vivo

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y precios moderados, la organización de la Gira Binaural deter-
minó grabar, editar y publicar todos los conciertos del grupo. La
mayoría sólo se podía conseguir a través del fan club oficial, Ten
Club, pero algunos también fueron lanzados al público general.
Una de las grabaciones más memorables fue la del concierto
en Seattle el 6 de noviembre de 2000. Este fue uno de los dos
conciertos solidarios ofrecidos en Seattle, donde viejos amigos
de Pearl Jam, como Red Hot Chili Peppers, consiguieron reunir
más de medio millón de dólares para los sin casa en esa ciudad.
Durante el concierto, Eddie Vedder relató un poco balbuceante
el trágico accidente en Dinamarca y cómo, más tarde, Pearl Jam
se puso en contacto con la familia y amigos de Anthony Hurley,
la víctima australiana, a quien la banda dedicó en homenaje la
balada “Of he goes”, del álbum No code.

Otoño 2001
El fatídico 11 de septiembre de 2001, salió a la luz Bayleaf, el primer
álbum solista del guitarrista de Pearl Jam, Stone Gossard. Había
conocido a este calmado, alegre y elocuente músico en España
cinco años atrás, y a través de Sony tuve la suerte de hacerle una
entrevista telefónica en octubre del año 2000.
Luego de una grata conversación sobre la preparación de su
nuevo álbum y sobre Pearl Jam, el diálogo se volvió más oscuro
cuando tocamos el asunto del Festival Roskilde. Kelly Curtis, el
mánager de la banda, ya se había referido al tema anteriormente,
pero ésta era la primera vez que un integrante de la banda hablaba
sobre el accidente con un medio danés. Stone, obviamente, estaba
muy conmovido por el accidente y dijo lo siguiente:
—Me resulta terriblemente difícil hablar de esto, ya que todos
nos sentimos sinceramente tristes y conmocionados por lo que pasó.
Las interrogantes de “cómo pudo suceder”, “qué hizo que todos esos
elementos se juntaran y permitieran que algo así sucediera” y “cómo
pudo ser que pasáramos de estar tocando un tema para luego llegar a

69
una situación de este tipo”, todavía flotan en el aire. Por una parte, nos
sentimos como si hubiésemos sido testigos de un tremendo accidente
automovilístico, pero, por el otro lado, fuimos parte. Participamos de
ese acontecimiento en donde algo realmente terrible había sucedido y, de
alguna u otra forma, nos sentimos responsables por lo que pasó. Estoy
seguro de que volveremos a tocar en Dinamarca, de eso estoy seguro.
Será una experiencia muy fuerte.
Es muy doloroso hablar de esto, pero también es importante
hacerlo. Debemos hacer algo por Dinamarca, pero creo que todos en la
banda necesitamos más tiempo para digerir lo que realmente ocurrió
y aprender a vivir con ello. Yo creo que en algún momento haremos
algo específico por el accidente, me comentó Stone, prediciendo la
iniciativa que llevaría a cabo él mismo exactamente dos años
más tarde.
De pronto la entrevista dio un vuelco, ya que Stone estaba
muy interesado en saber cómo había reaccionado el público
danés ante el accidente. Pude decirle que había y seguía exis-
tiendo una gran cobertura de la prensa, con muchos conflictos,
disputas y acusaciones, pero que el festival de 2001 había sido un
éxito, que se mejoraron las medidas de seguridad como gesto de
respeto y entendimiento por las víctimas y sus familiares. Estos
sentimientos eran la preocupación principal de Stone.
—En lo único que puedo pensar es en los familiares de las víctimas,
en cómo esto ha cambiado sus vidas. Es lo único que me preocupa. Es
natural que la gente trate de entender y aclarar qué fue lo que pasó y por
qué. Pero lo único que en realidad importa son las familias, cómo en un
día cambiaron sus vidas, cómo a todos les cambió la vida.
Hablando de manera muy directa, Stone aseguró que Pearl
Jam nunca más volvería a actuar en un festival de esa enverga-
dura y que jamás tocarían si no estaban seguros de que su propio
personal tuviera completo control sobre la seguridad y los posi-
bles escenarios de emergencia, y que, tanto en el frontis como
en el backstage del local, hubieran carpas de primeros auxilios.

70
Concluyó con estas palabras:
—Nuestra principal prioridad es la seguridad del público durante
nuestros conciertos. Depende de nosotros tomar las decisiones necesa-
rias; lamentablemente ahora es demasiado tarde respecto a lo que sucedió
en Roskilde.

New York City, septiembre 2002


—¿Puedes viajar a Seattle pasado mañana? —me preguntó una
mañana de septiembre de 2002 Marie Hecht de Sony.
Y luego siguió:
—Parece una locura, pero ¿podrías hacer una entrevista a solas con
Eddie Vedder?
—Sí, claro —contesté.
Éste era el tipo de preguntas que había estado esperando
durante seis años y ahora, de manera inesperada, llegaba a través
de los canales oficiales. Probablemente, esta oportunidad se debía
a que Pearl Jam, ahora más relajado, había cambiado su actitud
con la prensa y a que la banda ya no vendía la misma cantidad de
discos que hace tres o cuatro años. Además, Dinamarca merecía
atención especial por lo de la tragedia.
Me preparé rápidamente, pero, tres horas antes del despegue
de mi avión, recibí una llamada de aviso: “Hola, te informamos
que la entrevista se ha cancelado”. Afortunadamente, resultó ser
una tormenta en un vaso de agua y un par de semanas más tarde
me encontraba volando sobre el Atlántico rumbo a New York.
Al llegar comprendí que la solicitud no tenía nada que ver
con el Festival Roskilde, sino que era para promover el álbum de
estudio Riot Act. Más tarde, los acontecimientos del día del acci-
dente darían un giro y yo pasaría de ser un mero fan observador
de festivales a un interlocutor directo de la banda.
Luego de mi llegada a New York, las cosas comenzaron
a funcionar rápidamente. En la recepción del hotel recogí un
discman sellado con el nuevo CD en su interior, donde además se

71
apuntaba una hora y una dirección donde debía presentarme al
día siguiente.
Al traspasar la puerta del Soho Grand en Tribeca, me di cuenta
que había estado en ese mismo lugar hacía tres años para una
entrevista con Beck. El entorno era perfecto: habitación con balcón
en la cima del hotel, día caluroso, sol radiante y vista panorámica
sobre todo Manhattan.
Eddie Vedder llevaba el cabello corto —anteriormente se
había dejado la corona de mohicano en signo de protesta contra
la invasión de USA a Irak, probablemente emulando a El último de
los mohicanos— y se veía tranquilo y feliz. Lo primero que hice fue
recordarle el concierto en España seis años atrás. Eddie asintió
con la cabeza y dijo que me recordaba perfectamente: El mismo
corte de pelo de siempre, dijo. Sí, desde luego, no soy muy original, pero
debo cuidarlo, tomando en cuenta que más tarde lo puedo perder, le
respondí. Llevaba conmigo el antiguo artículo que escribí sobre
la gira en la revista GAFFA, en donde, entre otras cosas, apare-
cían fotografías del vocalista con los miembros de Fastbacks y
este servidor. Para mi sorpresa, me contó que ya tenía ese artí-
culo, que no hace mucho había ordenado su escaparate y lo había
encontrado y que lo había conservado justamente por las fotogra-
fías. Eddie permaneció un momento contemplando el artículo y,
con una sonrisa en los labios, hizo algunos comentarios pícaros
sobre Kurt Bloch y Fastbacks. Le agradecí por la gran experiencia
vivida esa vez en España y recibió con satisfacción mis agrade-
cimientos por el nuevo álbum, el que sólo había escuchado un
par de veces. Pese a eso, de una cosa estoy muy consciente: en el
álbum abundan las canciones sobre la angustia y el sufrimiento
amoroso. Eddie explica:
—Sí, primero llega el amor, luego el dolor y todos somos como una
gran recolección de contorsionistas. Pero ¿quién nos dirige? ¿Será esa
gran mano que viene del cielo? Quizás de dónde viene esa tremenda
fuerza impulsora. Cómo tratar de compensar aquel amor que nunca se

72
tuvo o cómo buscar ese amor que uno ha leído que experimentan los
otros: nunca va a terminar, el molino nunca para de girar.
Percibí las palabras de Eddie de forma positiva, como una
especie de continuación del desesperado éxito del álbum Vita-
logy y la conversación nos llevó, inevitablemente, al capítulo más
oscuro en la vida de Pearl Jam:
—Es correcto, tú estabas allí, ahora lo recuerdo —dijo Eddie
después de haberle mencionado brevemente aquella trágica tarde
en que llegué a casa y el contestador del teléfono estaba saturado
de mensajes preguntando cómo me encontraba.
—Para asegurarse de que estabas bien —acotó Eddie, después de
lo cual su voz se volvió débil e incoherente. Se llevó las manos a la
cabeza y advertí un par de lágrimas que comenzaron a florecer en
sus ojos—. Es extraño, he hablado de esto en cada una de las entrevistas
estas últimas dos semanas, pero el hecho de que tú estuvieras tan cerca
trae algunos recuerdos realmente fuertes. He tratado de contarles a otras
personas lo que sucedió, pero el hecho de que tú realmente estuvieras allí
es como si no tuviera nada más que decirte.
—Tal vez podemos volver a eso más tarde —se me ocurrió decir
repentinamente.
Cambiamos de tema y Eddie comenzó a narrarme lo difícil que
había sido disfrutar del éxito durante los primeros días del grunge
(así denominaba la prensa al movimiento de Seattle), cuando la
gente constantemente lo acosaba, al punto de hacerle imposible
continuar, pero que ahora que “ha disminuido la multitud”, se le
había hecho mucho más fácil mantener la cabeza fría y mirar a las
personas a los ojos, comunicarse y disfrutar la música y el ambiente.
Ante la pregunta de cómo él, a diferencia de tantas otras estre-
llas de la música, había salido ileso de la centrífuga del rock and
roll y de cómo Pearl Jam había logrado sobrevivir y permanecer
juntos como banda, contestó:
—Una de las cosas que personalmente hago es escabullirme afuera
en la naturaleza por largo tiempo sin estar en contacto con nadie. —Y

73
agregó—: A una ballena de veinte pies de largo le importa un carajo
quien soy. Estar en contacto directo con la naturaleza por períodos
largos es una experiencia de humildad y, por lo general, recargo ener-
gías. Otras de las razones por la cual creo que salí intacto puede ser
porque nunca nadie me ha ofrecido heroína y también creo que los cinco
miembros de la banda amamos la música, pero también hacemos otras
cosas: tocamos en otras bandas, participamos en diferentes campañas
humanitarias, etc. Como individuos no somos definidos por Pearl Jam,
todos tenemos una vida aparte.
Lo que se traducía en que Eddie puede cuidar de sí mismo.
Es surfista, pintor, practica deportes y es un activista político
comprometido. Un hombre que, a pesar de su estatus de supe-
restrella, siempre ha luchado duramente por poder mirarse a sí
mismo a los ojos.
—Sin exagerar, siento que he tratado de comportarme lo mejor
posible frente al planeta. Aunque debo confesar que durante los últimos
años he tenido que afrontar tremendos desafíos en mi vida, también antes
de Roskilde (Eddie pasó por un difícil divorcio junto a su novia de
juventud, Beth Liebling, de la cual se separó cinco meses después
del accidente en Roskilde). Yo sé que suena un poco egoísta, pero
sentía que estaba en posesión de una cierta cantidad de buen karma.
Cuando aparecen tantos desafíos que se levantan frente a ti, uno está
obligado a enfrentarlos, no hay manera de evitarlos. Ya en Roskilde había
pasado por muchas cosas que me habían debilitado y esa noche fue salva-
jemente intensa. 45 minutos antes de subir al escenario, recibimos una
llamada desde USA. La esposa de Chris Cornell (Susan Silver, ahora
separados), acababa de dar a luz a una niña. Estaba tan feliz por ellos
que tuve que abandonar la habitación para derramar un par de lágrimas.
Chris es uno de mis amigos más cercanos, lo amo intensamente, ellos
habían deseado tener un hijo por mucho tiempo. Incluso había pensado
decir algo sobre esto durante el concierto, sin nombrar a nadie, sola-
mente darle la bienvenida a este mundo a esa pequeña criatura. Esto
también significaba mucho para Matt Cameron (Cameron, baterista

74
de Pearl Jam, había tocado en Soundgarden con Cornell anterior-
mente). Me encontraba muy conmovido y una hora y media más tarde,
veía el otro lado del ciclo de la vida desplegado ante nuestras miradas.
Pero no importa lo que yo diga acerca de lo que sentimos y pensamos,
no quiero que se escriba una palabra antes de que las familias y amigos
de estos jóvenes, cuyas vidas fueron tan brutalmente interrumpidas, así
lo determinen. Hemos estado ya en contacto con la familia y amigos del
chico australiano Anthony Hurley. Invitamos a su hermana y a algunos
de sus amigos a Seattle, nos mostraron fotos familiares y nos contaron
historias de su vida. Esto nos ayudó un poco a lidiar con algo que parecía
inalcanzable y si hay otros familiares que quieran ponerse en contacto
con nosotros, estamos más que dispuestos a recibirlos.
Apagué por un instante el micrófono y le dije que si de alguna
manera podía ayudar a ponerlos en contacto con las familias
danesas, estaba dispuesto a hacerlo. Eddie recibió gratamente mi
propuesta y se mostró gustoso de poder entablar contacto con
los amigos y familiares de las víctimas que así lo desearan. Un
contacto que, hasta ese momento, dos años después del accidente
y para mi gran sorpresa, aún no existía. Eddie, a excepción del
chico Anthony Hurley, me aseguró no haber oído nada de los
familiares o amigos de las otras víctimas. Este es un tema que,
para el vocalista de Pearl Jam, requería la mayor discreción y
me pidió hacer lo mismo: Lo último que quiero es que esto atraiga la
atención de los medios. Acordamos dejar los temas prácticos para
después de la entrevista. Eddie volvió atrás en su memoria, a esa
fatídica noche, pero nuevamente pareció abrumado por la pesa-
dilla y su voz se hizo débil:
—Si solamente hubiese podido… Es difícil no lamentar las cosas,
aunque sepamos que no podemos cambiarlas… pero también pienso que
influyó la forma en que se había instalado el escenario. El público que
estaba más cerca, junto a las barreras, había sido ubicado demasiado
arriba, lo que dificultaba ver sobre ellos. Si escuchas las grabaciones de
los conciertos anteriores en Europa, durante la misma gira, te vas a dar

75
cuenta que detuvimos el concierto entre veinte y treinta veces y no hubo
ningún problema. Se plantearon un montón de preguntas y estoy seguro
de que todas fueron investigadas. Sin embargo, una cosa que sentimos
fue que la coordinación de la seguridad no estaba clara. Tal vez, algunos
de los agentes de seguridad no estaban bien familiarizados con la situa-
ción. No eran nuestros propios agentes los que trabajaban ese día; ellos
nunca han tenido problemas en avisarme cuando ocurre algo irregular.
Mi impresión fue que ellos observaron algo que se percataron no era
posible controlar, lo que es totalmente comprensible habiendo cincuenta
mil personas presentes. Pero son situaciones a las que nosotros estamos
acostumbrados, por eso todavía pienso que si hubiese podido mirar lo
que estaba pasando… pero la lluvia cubría el escenario y tenía los focos
sobre mi vista…
Eddie no fue el único que no notó que algo sumamente grave
estaba pasando, aunque yo mismo pensé que el concierto se
detendría por fallas técnicas debido a la lluvia sobre el escenario
y parte del público, en las inmediaciones del lugar del accidente,
sí imaginaba algún peligro.
—Si solamente hubiese ocurrido por cualquier otra razón. Pero
cuando nos dimos cuenta, fue como si una de las peores pesadillas pasara
ante nuestros ojos. Cuando sucedieron los ataques al World Trade
Center, yo podía sentir lo que significaba encontrarse aquí en New York
o tener algún miembro de la familia en uno de esos edificios. Nosotros
sentimos la tragedia en Roskilde al mismo nivel y así, evidentemente, lo
vivió también tu ciudad. Hay que ser muy cuidadoso. Cuando se crea
una situación en donde muchas personas pueden mirar, escuchar y
beber lo que quieran, hay que saber crear una “buena vibra”. No puedes
esperar que las personas se cuiden mutuamente. Sin importar el precio,
debes hacer todo lo imaginable para garantizar la seguridad necesaria.
Como en un parque de diversiones: dejas pasar al público, ellos pagan
sus entradas para divertirse y sentirse seguros. Creo que eso es algo que
Roskilde ha aprendido ahora. Tal vez todo había funcionado bien durante
mucho tiempo, tal vez se relajaron demasiado con algunas cosas. Pero

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yo opino que el festival debió haberse suspendido: uno, porque no había
suficiente tiempo para mejorar las condiciones de seguridad, y dos, por
respeto a las víctimas.
Personalmente, recuerdo el ambiente caótico tras el Escenario
Naranja: las caras petrificadas de los miembros de Pearl Jam y
Eddie Vedder, con lágrimas en los ojos, descargando su frustra-
ción con una patada voladora a un tanque de agua. En realidad,
pasaron varios días antes de que Pearl Jam abandonara Dina-
marca. Afortunadamente, en medio del dolor recibieron asis-
tencia psicológica de una de las pocas personas en el mundo que
había experimentado algo similar.
El 3 de diciembre de 1979 fallecieron once personas durante un
concierto de The Who, en Cincinatti. La relación de Eddie Vedder
con Pete Townshend, mucho antes de Roskilde, ha sido tremen-
damente estrecha, tanto que Eddie considera a Pete Townshend
como su mentor. Al mismo tiempo que la fama del vocalista
aumentaba, las dos bandas aparecían actuando juntas y Vedder
y Townshend se fueron haciendo amigos cercanos. Cuando Pete
Townshend y Roger Daltrey se enteraron de lo sucedido en
Roskilde, reaccionaron rápido y tomaron el primer vuelo directo
a Kastrup (Copenhague), para proporcionar apoyo en la emer-
gencia, algo que, ciertamente, sólo las personas que han estado
en la misma situación pueden entregar. Vedder aseguró que la
asistencia fue de gran ayuda:
—Algo que fue súper importante para mí, que nos ayudó a seguir
adelante, fue esa conversación que tuve con Pete Townshend en Copen-
hague, el día después del accidente. Casi no podía hablar, pero le dije a
Pete que no podía entender el karma de esta situación. Siempre hemos
hecho todo lo que está en nuestro poder para brindar entornos seguros
y proteger a nuestros fans durante los conciertos. Me parecía increíble
que nos sucediera justamente a nosotros. Pete me respondió: “Tal vez
les ocurrió justamente a ustedes, porque pueden enfrentarlo, tal vez ése
sea el karma: le ocurrió a tu banda por el respeto que ustedes transmiten,

77
porque realmente se preocupan del bienestar de otras personas”. Una
reflexión que me hizo cambiar de parecer en 180 grados. Pero en ese
momento no creía que podíamos superarlo y no, no podemos: nunca seré
capaz de superarlo, dijo Eddie y continuó:
—Luego volvimos a casa en Seattle, la banda y el personal instau-
ramos una especie de sistema interno de seguridad, nos llamábamos
constantemente por teléfono, porque sentíamos que no podíamos hablar
con otras personas sobre lo que había sucedido. Los amigos y la familia
nos entregaban su apoyo, pero no podíamos estar agobiándolos por
meses. Para nosotros pasó a ser algo en lo que pensábamos cada cinco
minutos. Era imposible comer, no podíamos hablar de otra cosa y si
alguien comentaba algo sobre un partido de básquetbol o un álbum, era
imposible concentrarse porque no nos parecía importante. No podíamos
huir de la pesadilla y nos siguió durante los siguientes conciertos en
América. Estábamos en la encrucijada de cancelar los conciertos o
no. Tocábamos porque era importante para nosotros y nuestro equipo
mantenernos unidos y hacer frente a la tragedia en comunidad. Cuando
hicimos nuestro primer concierto en agosto, me dirigí al costado del esce-
nario y vi la presentación de Sonic Youth, que era la banda que abría.
Estaban tocando “Teenage riot” y fue la primera vez que sonreí después
del accidente. Esto me dio razones para creer que hay una fuerza y una
alegría en la música por la que vale la pena seguir. Ahora hemos estam-
pado la historia en la canción “Love boat captain”. Cuento con que la
interpretaremos en todos los conciertos de la gira. Nos da la oportunidad
de recordar y homenajear a las víctimas. Eso nos hace sentir bien.
“Love boat captain” contiene el verso: Lost nine friends we’ll never
know two years ago today (Hace dos años perdimos nueve amigos que
nunca conoceremos hoy) y termina con una variación del mensaje
all you need is love (todo lo que necesitas es amor). Hasta hoy, es la
única referencia de Pearl Jam hacia el accidente y una forma de
homenaje a las nueve víctimas de la tragedia. Cuando más tarde
conversé con Stone Gossard, me confirmó la importancia que este
tema tenía para la banda.

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De vuelta en la terraza, conversé más de una hora y media con
Eddie Vedder, obviamente, sobrepasando el tiempo acordado. En
un principio me habían concedido media hora para la entrevista,
a pesar de que yo había pedido el doble, ante lo cual Vedder, con
tono conciliador, le dijo a Nicole Vandenberg, publicista de la banda,
“creo que ocuparemos un poco más de tiempo”. Volví a mi habi-
tación a recoger el próximo set de preguntas, Vedder me siguió y
preguntó si estaba interesado en que nos tomáramos una foto juntos.
Por primera vez en la vida había recordado llevar mi cámara foto-
gráfica de bolsillo, así que posamos frente al Manhattan Skyline y
Nicole Vandenberg nos fotografió.
Cada vez que entrevisto alguna estrella de rock, trato de
conseguir un autógrafo para mi hijo. Luego de la historia de
Vedder sobre el encuentro con Townshend, le conté que la debi-
lidad por The Who había traspasado generaciones en mi familia.
Mi hijo, que entonces tenía catorce años, me había, literalmente,
robado los discos de The Who y sin decirme nada había escrito
un gran artículo sobre ellos para la escuela. Más tarde, se había
pasado la mayor parte del verano de 2005 cultivando la película
Quadrophenia. Eddie buscó papel y lápiz y escribió la siguiente
dedicatoria:
Tobias
Who are you?
Who am I?
You are you
I am Me
I am Mine
You are Yours.
Con amor,
Eddie Vedder.

Más tarde, le hice una entrevista a Jeff Ament y Matt Cameron


sobre cada canción del álbum Riot Act, y a Stone Gossard y Mike

79
McCready quería entrevistarlos sobre la historia de Pearl Jam. Stone
pensó que era tanto lo que había por contar, que preguntó si podía
regresar al día siguiente. Y así lo hice. Cuando ya había ordenado toda
la entrevista, me encontré con Jeff Ament fuera del hotel y lo acom-
pañé hasta el Ground Zero. Por el camino me fue relatando distintas
anécdotas, como la vez que había tocado con el recién fallecido bajista
de The Who, John Entwhistle. Días más tarde, cuando tomaba el avión
de regreso al aeropuerto JFK, no sólo iba recargado de impresiones y
material para los artículos que luego produciría, sino que había adqui-
rido también una tarea como enlace, cuya naturaleza, alcance y viabi-
lidad, no tenía ni la más remota idea de cómo enfrentar.
Mi primera reacción fue una mezcla de asombro y extrañeza.
¿Por qué Pearl Jam no había tenido ningún contacto con las familias
si el accidente había dejado a la banda tan afectada y había marcado
su vida adulta y profesional, especialmente la de Eddie, quien era
el rostro que la mayoría relacionaba con el accidente? Mi sorpresa
era aún más grande, ya que estaba al tanto de que la banda había
desarrollado estrechas relaciones con los familiares y amigos de la
víctima de Australia, Anthony Hurley.
La mejor explicación que se me ocurrió en el momento era,
por una parte, lo que había declarado Eddie Vedder respecto a
no querer llamar la atención innecesariamente y, por otro lado,
la cárcel mental en la que Vedder (y por qué no decirlo, también
las otras celebridades) se encontraba sumido. En teoría, se tiene
acceso a todo y a todos, pero en la práctica no se puede mover un
dedo sin que aparezca inmediatamente publicado en los tabloides
sensacionalistas. De ahí la especial sensibilidad, comprensión y
discreción que se requería para una misión tan importante como
ésta. Si la prensa se hubiese enterado del contacto que existía
entre Eddie Vedder y las familias danesas, después del acci-
dente, las cosas no hubiesen resultado tan fáciles y las buenas
intenciones de entablar contacto entre la banda y los familiares
hubiesen quedado sólo en eso, en buenas intenciones.

80
Esa era una parte de la explicación. La otra era que ni Eddie
ni el resto de la banda habían sido informados sobre los correos
y las comunicaciones que los familiares habían entablado con los
órganos representativos de Pearl Jam, mediante una oficina danesa
y también a través de la administración del sello discográfico de la
banda. En New York, Eddie fue claro respecto a que no había reci-
bido ninguna carta, ni de parientes daneses ni suecos. Más tarde
descubrí que varias cartas habían sido enviadas, pero que lamen-
tablemente nunca llegaron a las manos de los miembros de la
banda. También es seguro que hubo períodos en que las personas
que manejaban a la banda evitaron exponer a los músicos a una
confrontación directa con el conflicto. Nicole Vanderberg, repre-
sentante de Curtis Management, publicista de Pearl Jam y amiga
personal, me lo explicaría más tarde en 2003. Curtis Management
trató de proteger a los miembros de la banda de las secuelas del
accidente.
—Cada vez que tocábamos el tema, de una u otra manera, se ponían
tan tristes, deprimidos y ensimismados, que no lo podíamos soportar.
Como es comprensible, después del accidente y varias veces,
Pearl Jam estuvo a punto de disolverse. Todos tenían reacciones
fuertes respecto al tema y también diferencias. Había nuevas
ideas, pero el desarrollo creativo y la felicidad podían derrum-
barse en un instante, sólo bastaba mencionar Roskilde. Por otro
lado, el contacto anterior que la banda había tenido con los fami-
liares había sido bloqueado, en parte, porque los involucrados así
lo habían requerido.

Lennart “Leo” Nielsen


De vuelta a Dinamarca no quedaba más que respirar profundo,
con mucha cautela, y abocarme a lo que se me había encomen-
dado. Inicialmente me puse en contacto con el nuevo vocero
del Festival Roskilde, Esben Danielsen, para averiguar nombres
y direcciones de los familiares de las víctimas. Esben, a quien

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yo conocía muy bien, en un principio se mostró abierto a mis
requerimientos, pero, no sé si porque no podía o no quería entre-
garme los nombres —es algo que no recuerdo con exactitud—,
finalmente no me dio la información. Tampoco tuve suerte con
la Policía de Roskilde. Fue gracias a la periodista de DR (Radio
Dinamarca), Dorte Palle Joergensen, que finalmente pude conse-
guir los datos.
Poco tiempo antes, ella había producido dos excelentes programas
sobre la tragedia. Uno había sido la reconstrucción secuencial de los
hechos, junto a una grabación pirata que se complementó con una
entrevista ya editada del público que había estado entre la multitud
y que con mucha suerte había salido ileso. El otro programa era
un retrato del fallecido joven de 22 años, Lennart Nielsen, o “Leo”,
entre los amigos: Un fan incondicional de Pearl Jam, el que junto a
otros amigos tenía un campamento permanente en el festival. Era
la historia dramática de un hijo de testigos de Jehová que le había
vuelto la espalda a su congregación —y viceversa— por preferir la
música rock y los amigos. A través de su trabajo, Dorte entrevistó a
más de cien personas, todos relativamente jóvenes, que habían visto
y participado del festival.
Con la ayuda de Dorte, tuve la suerte de conseguir direcciones y
números telefónicos de los familiares y también de algunos amigos
de las víctimas suecas y danesas. La próxima fase sería mucho más
rigurosa. Con las palabras de Eddie Vedder atención innecesaria
en mis pensamientos y con un temblor en la voz y en las manos,
marqué el número de teléfono de Tore Rasch, amigo de Leo.
Pero mis temores resultaron infundados. Tore Rasch se mostró
acogedor, pero sorprendido y muy afectado con la llamada. Prin-
cipalmente, estuvo abierto a mantener una relación más cercana,
y la idea de estar en contacto directo con Eddie Vedder lo dejó
como flotando en el aire.
Tore dijo que se pondría en contacto con los amigos más
cercanos de Leo, especialmente con Matthias, su amigo de infancia,

82
y también con Astrid, la ex novia de Leo. Ellos habían terminado
su relación un poco antes del Festival Roskilde 2000, pero aún eran
muy buenos amigos. Tore, un par de días después, me comentó
que todo había sido tan extraño después de nuestra charla, que no
había podido asistir a su trabajo al día siguiente; repentinamente
volvía a vivir la pesadilla. Los amigos con los que Tore se había
comunicado habían reaccionado de la misma forma, pero la idea
de conocer a Vedder los alentaba. Tore les agradeció y les dijo que
sentía un gran respeto por el deseo del vocalista de Pearl Jam de
entablar contacto con ellos.
La historia de Leo es la historia de un joven rebelde de alma
vibrante que, siendo adolescente, fue expulsado de los testigos
de Jehová y se vio envuelto en serios conflictos con parte de
su propia familia. Era una persona, según contaron todos sus
camaradas al unísono, que no pasaba desapercibida ni para sus
amigos ni para los que no lo eran. Tiempo después de que Eddie
Vedder se pusiera en contacto con los familiares y luego de la
visita de Stone Gossard a Escandinavia, recibí una llamada de
Benita Rasmussen, la hermana de Leo, quien estaba interesada
en el artículo sobre Pearl Jam que yo había escrito para la revista
GAFFA. Durante varias y extensas conversaciones telefónicas,
Benita me entregó un retrato pormenorizado de su hermano
menor y de su crecimiento. Hoy está casada y tiene dos hijos.
Es testigo de Jehová, pero no es del tipo que sólo conoce la vida
a través de las paredes de la iglesia. Benita es muy consciente
de lo que la juventud rebelde puede llegar a hacer y es también
una amante de la música, especialmente de bandas como U2 y
Depeche Mode. Benita, como un libro abierto, me contó los altos
y bajos de haberse criado en una familia disfuncional, determi-
nada por la violencia, los abusos, las enfermedades mentales y
el amor.
—Mi hermano pequeño y yo tuvimos una relación muy estrecha,
apenas nos separaban catorce meses, habíamos pasado juntos muchas

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cosas, como una infancia turbulenta. La historia comienza así: Cuando
mi madre era muy joven, hizo un viaje por Europa acompañada de un
hombre. Regresaron a Dinamarca y tuvieron a mi hermana mayor,
Desirée, que hoy tiene 30 años. Pero esa relación no funcionó y conoció
a otro hombre, mi padre y el de Lennart. Vivimos juntos con nuestro
padre los primeros cinco años; él tenía problemas psiquiátricos y era
tremendamente violento con nosotros y con mi madre, así que nos esca-
pamos de él una noche. Luego, cuando teníamos entre siete y ocho años,
mi madre se involucró con los testigos de Jehová y conoció a otro hombre,
que también resultó tener problemas psiquiátricos, con todo lo que eso
implica. Hoy me doy cuenta de que era su propia debilidad, pero en ese
momento nuestra vida cotidiana era muy inestable y se caracterizaba
por una gran incertidumbre. Finalmente, nuestro padre cayó más y más
en su enfermedad y se suicidó con una sobredosis cuando Lennart tenía
13 y yo 14 años. Nuestro padrastro y Lennart no tenían una buena rela-
ción y a menudo entraban en conflicto. Lennart era un chico muy inteli-
gente, verbalmente fuerte y un gran maestro en el arte de la provocación.
Era el tipo que sin haber estudiado nada para un examen y totalmente
borracho, conseguía las mejores calificaciones. Nuestro padrastro no era
un hombre de muchas palabras y a Lennart le gustaba provocarlo hasta
avergonzarlo. Conseguía que él perdiera por completo el control, creo
que Lennart tenía la madurez e inteligencia que le faltaban a nuestro
padre. Nuestro padrastro, Jakob, intentó con sus recursos limitados
hacer lo posible para que las cosas funcionaran. Pero cuando salíamos de
vacaciones o pasábamos más tiempo juntos, los conflictos estaban tan a
flor de piel que casi siempre todo salía mal.
Mi padrastro y mi madre tuvieron dos hijas: Liv, que hoy tiene 21
años, y Jennifer de 15. Lennart quería mucho a Jennifer. Era una rela-
ción bastante rara porque él tenía un tremendo conflicto con el hombre
que era el padre biológico de su media hermana, a quien amaba profun-
damente. La relación de Lennart con Desirée también estaba plagada de
conflictos, así es que vivíamos en un hogar muy turbulento, en donde
Lennart y yo pasábamos mucho tiempo conversando y apoyándonos.

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Sharon, la madre de Lennart y Benita, había tenido una vida
relativamente desordenada junto a su familia y amigos. Las
drogas formaron parte de su rutina, pero se encontró con el cris-
tianismo en los testigos de Jehová y comenzó a llevar una vida
más tranquila, antes de que Lennart y Benita alcanzaran los diez
años. Pero la decisión final la tomaron algunos años después los
hermanos por iniciativa propia, narró Benita:
—Los testigos de Jehová bautizan a sus hijos cuando ya son adultos.
Lennart eligió bautizarse por iniciativa propia a los 15 años y, en
realidad, le hubiese gustado hacerlo antes, pero a mi madre y padrastro
les parecía que era muy temprano. Cuando uno elige bautizarse siendo
adulto, existen reglas morales y éticas que se deben respetar. Y en tanto
que Lennart se iba haciendo mayor, se alejaba cada vez más de esas
reglas. Se trataba de cosas como las relaciones sexuales antes del matri-
monio, el alcohol y las drogas.
El Consejo de Ancianos, que tiene el deber de expulsar a los miembros
de la Iglesia que no viven de acuerdo con las normas éticas y religiosas,
se puso en contacto con Lennart varias veces para llamarle la atención,
pero él no cambiaba su estilo de vida. En un momento, cuando ya había
abandonado nuestro hogar y tenía alrededor de 18 años, el Consejo de
Ancianos decidió expulsarlo. Y, paralelamente, le aconsejaron a mi madre
que le permitiera volver a casa, que lo cuidara y le diera su apoyo para que
Lennart siguiera el camino correcto y tomara control de su vida.
Después, ya casi no lo veíamos, aunque mi madre y yo lo seguíamos
amando. A menudo le escribía cartas. Yo sentía que él sólo necesitaba un
poco más de tiempo para encontrarse consigo mismo y rehacer su vida.
Hace poco encontré todas las cartas que le había escrito muy bien conser-
vadas en una pequeña caja en su departamento. Eso me alegró el corazón.
Lennart cargaba el peso tremendo de los errores cometidos por
sus padres y siempre estaba al filo de la navaja. Él también era un
chico frustrado que trataba de hacer bien las cosas, pero que no
siempre priorizaba correctamente. Por una parte, era extrovertido

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y carismático, pero, por otra, era una persona que buscaba los
problemas. Comenzó a mezclarse con pequeños grupos de delin-
cuentes, al parecer había acumulado algunas deudas y le debía
dinero a unos rockeros.
Desde la infancia, continuó Benita, su hermano menor tuvo
un carácter fuerte y sabía poner las cosas en su lugar, sobre todo,
gracias a su gran inteligencia y su exquisita elocuencia. Todo esto
combinado con su furia exterior, lo hacían capaz de vivir e inter-
pretar diferentes roles. De los que no siempre tenía el control.
—A veces, y dependiendo de con quien estuviera, parecía tener dos
personalidades. Por ejemplo, era muy rebelde cuando se juntaba con sus
amigos callejeros. Tengo la impresión de que sus amigos y conocidos
le tenían una gran admiración, porque era simpático, inteligente y se
le ocurrían las cosas más locas. Por ejemplo, escuché por ahí que había
consumido ácido para el Festival Roskilde. Yo creo que él caía en roles
equivocados, de los cuales intentaba alejarse. Era una persona muy
compuesta, con muchos altos y bajos. Lennart tenía una chica a la que
creo amaba profundamente. Se llama Astrid y es una muchacha increí-
blemente dulce. He aprendido a conocerla mucho mejor después del acci-
dente, pero creo que él se la estaba jugando para que ellos terminaran
juntos. Entre otras cosas, le había prometido que iría al psicólogo para
poner en orden su vida. Había también otras señales que indicaban que
se estaba calmando. Es triste que él tuviera que cargar con tantas cosas.
Yo también pasé por lo mismo, pero todos reaccionamos de forma dife-
rente. Un chico tiene mucha más necesidad de la figura paterna que una
chica y yo también he tenido mi religión en donde he buscado refugio.
Es imposible saber si Lennart hubiese regresado a la Iglesia alguna vez,
pero sé que había comenzado a leer la Biblia nuevamente. La encontré
después de su muerte en su departamento con un marcador en medio del
libro y las puntas dobladas en las páginas del primer capítulo.
En mi conversación previa con Astrid, a su vez, ella me aseguró
que su ex novio jamás regresaría a la Iglesia.
Aproximadamente, al mismo tiempo en que Lennart rompía
con los testigos de Jehová, se fue de Randers y se mudó a Århus, en

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donde comenzó la HF (educación superior). Consiguió un nuevo
y más amplio grupo de amigos y ocupaba su tiempo escribiendo
y escuchando música. Leo tenía destreza con el lápiz y, entre otras
cosas, era un colaborador habitual del programa de la estación P3,
Elektriske Barometer, y antes de su muerte había escrito una solicitud
a la Escuela de Periodismo. Pero su impresora se había estropeado,
por lo que nunca envió la solicitud. “Típico de Leo”, me comentó
Astrid Roerdam, años más tarde, con una leve sonrisa.
Astrid y Leo fueron pareja durante un año y medio. Habían
roto su relación poco antes del festival, el año 2000, pero mante-
nían contacto y seguían siendo amigos. Astrid relató que la brusca
ruptura con la Iglesia había impactado significativamente en la
personalidad de Leo y que pasó años muy duros luego de esa
separación. Ella me aseguró que hasta el día de su muerte él había
roto totalmente con la Iglesia, pero no así con algunos miembros
de la familia:
—Con el pasar de los años, mi relación con su madre, Sharon, y su
hermana, Benita, ha sido buena. Nunca las conocí mientras era la novia
de Leo, pero estoy segura de que, a pesar de todos los conflictos, se amaban
profundamente. En medio de la discordia también existía el amor y sé
que su madre ha experimentado enormes sentimientos de culpa los años
posteriores. A menudo pienso en Leo, me parece que era una persona
atrevida y apasionada, a la que se amaba o simplemente se odiaba.

Quien mejor describe su personalidad, es su amigo Matthias


Forrest Clausen en su obituario:
“Vivir la vida ahora”, como a menudo lo decías tú, Leo. Eras uno de
los pocos que literalmente practicaba el aforismo. Como alguien que en
una etapa temprana de su vida decidió negarse a un pasado cristiano
fundamentalista, sabías que el camino entre las palabras y la acción a
veces es inalcanzable y este conocimiento te hizo único, porque con tu
destacada personalidad, profesabas tu propia fe.
Dudo que exista alguien que, aunque te conociera poco, te logre
olvidar. Porque fuiste una persona consecuente en todos los aspectos

87
de la vida. Cuando tenías que estar presente, estabas presente y cuando
tropezabas, se escuchaba así… como ahora.
Por una parte, eras un provocador exquisito y, por otra, un gran caba-
llero. Desvergonzado, encantador, obsceno y con una inteligencia que a
veces daba miedo. Pero, antes que todo, siempre estabas ahí.
Ahora ya no estás entre nosotros y cuesta aceptarlo. Pero, en honor
a lo que fuiste, nosotros tus amigos debemos retribuir tu lealtad y vivir
la vida ahora. Así hubieses querido que fuese. Ser fiel a tu memoria es
beberse una cerveza en lugar de derramar una lágrima; hacer una fiesta
en lugar de sentarse a sufrir, desnudarse en lugar de vestir de negro.
Sabías del dolor y por eso sabías que había que “relajarse” y “disfrutar
la vida”, como a menudo lo recomendabas. El Festival Roskilde era prác-
ticamente tu vida, porque aquí se elevaba temporalmente tu odiada civi-
lización y aquí se vivía el momento.
Tu banda favorita era Pearl Jam. La señal es clara y realmente bella.
Si alguna vez morías, tenía que ser así”.

Lennart “Leo” Tobias Nielsen tenía 22 años.

El amor entre Sharon y sus hijos era fuerte, a pesar de las


controversias de la fe. Sin embargo, los amigos confirmaron casi
al unísono la historia de Benita respecto a que la relación de Leo
con su padrastro era, por decir lo menos, mala. Leo era un fan
incondicional de Pearl Jam, estaba cautivado especialmente por
el tema “Inmortality”, del álbum Vitalogy, y de acuerdo a Benita,
su tema favorito era “Better Man”, del mismo álbum.
Luego de escuchar las historias de su hermana y amigos, me
sorprendió el increíble paralelo entre la historia de Leo y la de la
infancia y juventud de Eddie Vedder. La ira y rebelión de ambos
tienen similitudes sorprendentes. En “Alive”, Vedder cuenta
que a los trece años se enteró por su madre que el hombre que
toda su vida había creído que era su padre, en realidad era su
padrastro. Su padre biológico era un amigo de la familia que de

88
vez en cuando los visitaba y que, lamentablemente, había falle-
cido hacía dos años. Sorry you didn’t see him, but I’m glad we talked!
Al entonces joven Eddie le afectó mucho esta conversación y cayó
en un colapso existencial y emocional, algo que ha expresado de
manera muy fuerte e intensa en parte de sus textos. La declaración
de la madre es quizás un acontecimiento único en relación al conte-
nido autobiográfico del tema “Alive”, además del efecto provo-
cado por Pearl Jam en el medio grunge. Este tema llegó a simbolizar
el fracaso de la generación de padres separados, a la que la escena
musical de Seattle, entre otras, se había opuesto rotundamente.

Tras la confesión de su madre acerca de su padre biológico, la


relación de Eddie con su padrastro se tornó explosiva, algo que él le
haría ver con su comportamiento. Eddie se quitó el apellido Mueller,
que era el de su padrastro, y comenzó a usar el apellido de soltera de
su madre, Vedder. En los textos de sus canciones empezó a describir
el odio que sentía por su padrastro, como en el tema “Better Man”:
She lies and says she’s in love with him. Can’t find a better man; canción
que Eddie había escrito originalmente en San Diego, cuando tocaba
con su antigua banda, Bad Radio, muchos años antes de que exis-
tiera eso llamado Pearl Jam. Con el tiempo se convertiría en uno
de los temas más grandes del álbum Vitalogy. Cuando Pearl Jam
interpretó esta canción, en un concierto en vivo transmitido a gran
parte del mundo, el 3 de abril de 1994 –dos días antes del suicidio
de Kurt Cobain–, Eddie hizo la siguiente declaración: Esta canción
está dedicada al bastardo con el que se casó mi madre. Nunca sabremos si
Leo se sentía identificado con estas palabras, pero las similitudes en
la actitud y la forma de expresarse resultan sorprendentes. Parado-
jalmente, Dorte Palle llegó a la conclusión, después de más de cien
entrevistas y profundas investigaciones, de que el público habría
perdido el control justamente cuando interpretaban esta canción.
Que Leo se encontrara justo enfrente del escenario durante el
concierto de Pearl Jam, era casi inevitable. El Festival Roskilde

89
era uno de los eventos más importantes en la existencia de Leo y
ese año el interés por el festival era gigantesco, pues Pearl Jam se
encontraba en el programa. El día lunes Leo ya estaba allí con su
carpa junto a otros tres camaradas de Århus: su viejo amigo Tore
y otros dos buenos compañeros de “callejeo”, Martin y Asbjoern.
El grupo se instaló en el campamento donde estaba la mayoría
del público que venía de Århus, quienes se congregaban desde
1997. Un campamento que, cuatro días después, se componía
de alrededor de 30 a 35 muchachos de más o menos la misma
edad. Al igual que Leo, su amigo Asbjoern Auring Grim era un
gran fanático de Pearl Jam y el concierto del día viernes era un
tema de conversación obligado. A pesar de que Asbjoern y Leo
se conocían más por sus salidas al centro de la ciudad, la química
entre ambos era buena y se quedaron juntos durante Roskilde
2000. Asbjoern se vio involucrado en los turbulentos sucesos que
tuvieron lugar inmediatamente después del accidente. Posterior-
mente llegué a conocer a Asbjoern, quien me habló del trágico
final de su buen amigo la noche del accidente.
Para los cuatro amigos daneses, Roskilde 2000 comenzó regado
de alcohol, y a medida que el viernes se acercaba, más bebieron.
El día de la presentación de Pear Jam lo hicieron desde temprano.
Leo y Asbjoern realizaron el precalentamiento para la noche del
concierto y fueron a un restaurante, compraron whisky y ciga-
rrillos, los que llevaron al campamento donde solemnemente
fueron consumidos como preparación para el esperado clímax
del festival. Acordaron ver a Kent primero y luego desplazarse
hasta el frontis del escenario para conseguir los mejores lugares
para el concierto de Pearl Jam. Pero Asbjoern había bebido dema-
siado, tanto que a las cuatro de la tarde regresó al campamento
temblando de frío, y no despertó sino 45 minutos antes de que
Pearl Jam apareciera en escena. Leo no estaba por ninguna parte.
Asbjoern se apresuró al sector del Escenario Naranja y trató
de ubicarlo, sin embargo, sólo recordó que habían convenido

90
ubicarse al costado derecho del escenario. Cuando Asbjoern por
fin consiguió acercarse al Escenario Naranja, le resultó práctica-
mente imposible avanzar hacia el frontis, entonces encontró un
lugar bastante bueno y allí se quedó disfrutando el concierto.
Había tumulto, la multitud se empujaba, sí, claro, pero eso es lo
que siempre ocurre cerca del escenario durante los conciertos de
bandas importantes.
Cuando el concierto se detuvo, Asbjoern creyó que se debía
a que Eddie había hecho el stage diving o algo parecido. Sólo se
percató de la tragedia cuando alguien anunció desde el escenario
que el concierto de The Cure se cancelaba debido al accidente con
víctimas fatales que acababa de ocurrir. Asbjoern volvió al campa-
mento con el ánimo por el suelo, por decir lo menos. Pasaron
varias horas y Leo no retornaba. Todos sabían dónde se dirigía
cuando abandonó el campamento esa tarde, contó Asbjoern y, a
su vez, recordó la sensación de inquietud que reinaba entre ellos.
Aún no tenían noticias y el ambiente se hacía cada vez más
caótico en el campamento y en el recinto del festival. Asbjoern se
durmió cerca de las cuatro o cinco de la mañana, pero se despertó
un par de horas después. Leo aún no regresaba al campamento,
por lo que Asbjoern decidió poner fin a su incertidumbre. Perma-
neció veinte minutos en una fila frente a uno de los campamentos
de emergencia. Cuando llegó su turno, se acercó al policía de
guardia y le preguntó si un chico de nombre Lennart Nielsen
estaba entre los lesionados que fueron ingresados al hospital.
El policía danés le respondió que no podía decirle si Lennart
estaba en la lista de los lesionados del concierto, pero que le
podía asegurar que no estaba entre los fallecidos. Todos los falle-
cidos habían sido identificados, continuó el policía, y el nombre
Lennart Nielsen no figuraba en la lista. Asbjoern corrió de vuelta
al campamento anunciando la buena noticia: “Leo estaba vivo”.
El alivio fue enorme en el campamento y entre risas maldijeron
a Leo que aún no se dignaba a aparecer. Luego discutieron sobre

91
si debían abandonar el lugar y regresar a Århus o quedarse en
el festival. El grupo acordó no dejar el campamento. Pasaron
las horas, pero Leo no apareció. Entonces se dirigieron al lugar
del concierto, aproximadamente al mediodía, y, a pesar de la
categórica respuesta que anteriormente había dado la policía, la
angustia reapareció:
—Mi hermano, un amigo de Leo, Martin, su novia y yo decidimos ir
a averiguar al otro centro de emergencia. Allí nos dimos cuenta que no
todas las víctimas habían sido identificadas, como erróneamente me lo
habían informado. Nos describieron a una víctima con algunos tatuajes
que podrían ser de Leo, pero no era seguro. El policía nos pidió que espe-
ráramos y la espera pareció una eternidad. Luego vino un oficial y nos
dijo que quería conversar con uno o dos de nosotros para hacer algunos
trámites oficiales. Sonaba extraño, pensé. Fui junto a mi hermano John
y nos condujeron a una especie de escuela en las cercanías. Nueva-
mente nos preguntaron el nombre de la persona que buscábamos; les
confirmé que se trataba de Lennart Nielsen y el policía dijo: “Sí, es
él”. Mi hermano quedó totalmente choqueado. Yo traté de mantener la
calma. El policía nos condujo a la entrada de nuestro campamento. John
y yo caminamos como zombis tomados de la mano y alguien nos gritó
“maricones”. Reunimos a todas las personas de nuestro campamento,
les contamos lo que había sucedido y me quebré totalmente. Comencé a
beber y quedé totalmente bloqueado, no podía creer lo que estaba pasando.
Algunas personas a nuestro alrededor se dieron cuenta de lo que nos
había pasado y tuvieron la energía para ayudarnos y empacar, pero yo
me negué a aceptar cualquier tipo de ayuda, sólo quería salir de ahí. No
sé cómo conseguimos agruparnos y volver a Århus. Lloramos, reímos y
nos emborrachamos juntos. Estábamos en un sube y baja de emociones,
estar juntos nos ayudaba. Logramos sobrevivir a su funeral, lo vimos en
el féretro; Bo –uno de los amigos de Leo– y yo mismo tocamos e interpre-
tamos el tema “Inmortality”. Luego fuimos por unas cervezas a casa de
Tore, el viejo amigo de Leo.

92
No hice el intento de poner a Benita en contacto con Eddie
ese otoño de 2002, ya que en esa época no la conocía, pero varios
de los amigos de Leo sí conocieron a Vedder en ese momento.
Tore Rasch y otros de los amigos de Leo eligieron escribirle a
Eddie Vedder por iniciativa propia, a través de Curtis Manage-
ment. Hice el nexo y aproximadamente dos meses después recibí
un correo muy agradecido de Tore Rasch. Él, Matthias, Jakob y
Astrid habían recibido mensajes personales de Eddie Vedder.
Tore se mostró alegre por haber conocido a Eddie Vedder, pero
también experimentó una gran tristeza al notar el gran peso y la
culpa que el vocalista de Pearl Jam sentía en relación al accidente.
Astrid también recuerda el tono prudente y sincero en la carta
de Vedder. Todos le enviaron sus respuestas, pero no volvieron
a recibir nuevos mensajes de parte del ícono del rock. Astrid
perdió la dirección postal y los otros la dirección de correo elec-
trónico. ¿Qué fue lo que realmente pasó? Se torna un poco difuso
para ella. Se estableció un contacto positivo y afectuoso, pero no
continuó y eso generó desilusión en algunos de los amigos. Sin
embargo, contribuyó enormemente a que Stone Gossard apare-
ciera en Copenhague algunos años más tarde.

Jakob Folke Svensson


La familia de Jakob Svensson, de la ciudad de Soeborg, vive en
las afueras de Copenhague. Desde el día del accidente no han
querido tener ningún tipo de contacto público o referirse al
accidente de su hijo en el Festival Roskilde 2000. En relación a
un eventual contacto con Eddie Vedder, en lugar de la familia,
conseguí con Dorte Palle el número telefónico del mejor amigo
de Jakob, Michael Berlin, quien había estado junto a él gran parte
del concierto, pero que en el último minuto había escapado de la
estampida. En ese momento Jakob tenía 17 años y Michael 18, y
ambos estaban realizando su práctica como fontaneros. Habían
sido amigos desde la época del jardín infantil, jugaban fútbol,

93
al doctor y más tarde escuchaban música, iban a fiestas y perse-
guían chicas. A pesar de su espíritu tranquilo y retraído, Michael
tenía una historia bastante macabra que contar.
El día del accidente, Jakob y Michael alojaron en carpa junto
a otro amigo de infancia, Thomas, quien también asistió al
concierto de Pearl Jam, pero que, al igual que Michael, y cuando
notó la fuerte presión de la multitud, se devolvió. Jakob y Michael
son dos grandes fanáticos de Pearl Jam y ambos se propusieron
instalarse frente al escenario. Lo consiguieron, aunque Michael
comenzó a preocuparse y, un poco agotado, optó por irse. Sin
embargo, la multitud estaba tan apretada que no consiguió salir.
Michael en un principio sintió temor, pero luego se calmó, espe-
cialmente después de ver que Jakob estaba muy tranquilo. Final-
mente, tras varios intentos, Michael logró retirarse gracias a que
Jakob y un chico alemán que estaba con ellos pudo levantarlo
por sobre la multitud para que flotara sobre las cabezas, como en
la cresta de una ola, hacia donde se encontraban los guardias de
seguridad. Recién medio año más tarde, cuando Michael fue inte-
rrogado por la policía sobre el accidente, pudo identificar al chico
alemán que lo ayudó a salir a él y a Jakob de entre la multitud. Este
chico resultó ser la víctima alemana, Marco Peschel, de 26 años.
La última vez que Michel lo vio, Marco sonrió con los brazos en
alto, admirando su surfeo sobre las cabezas de las personas. Al
llegar al Escenario Naranja, un médico constató que Michael no
estaba herido y rápidamente recuperó el aliento. Pero el infierno
ya se había desatado justamente en el lugar donde se encontraba
su amigo. Al abandonar el concierto, Michael se volvió a mirar
por última vez el escenario. Vio a Eddie sentado y llorando:
comprendió que algo serio había pasado.
El show se detuvo y Michael retornó a su carpa para encon-
trarse con Thomas. Temerosos conversaron un momento: les
preocupaba no saber qué es lo que estaba pasando. Esperan un
rato a Jakob, pero como no apareció deciden ir a dormir o al menos

94
a tratar de hacerlo. Cada vez que escucharon algo, pensaron que
se trataba de Jakob que venía llegando. A la mañana siguiente,
cuando los dos amigos fueron a comprar algo para desayunar,
revisaron el periódico oficial del festival, Politiken, donde apareció
publicado que en el accidente durante el concierto de Pearl Jam
había un par de fallecidos. Instintivamente, ambos se miraron y
pensaron en Jakob.
Pero se consolaron imaginando que, tal vez, Jakob se había
quedado a dormir con su prima, quien había armado su carpa en
otro lado del recinto. Al rato consiguieron dar con ella, pero les
relató que no habían estado juntos. Como Jakob seguía sin aparecer,
Michael y Thomas decidieron reportarlo como desaparecido.
Cuando regresaban, notaron un letrero luminoso que aconsejaba
al público tomar contacto con sus respectivas familias. Michael y
los otros telefonearon a sus hogares para contar que estaban bien
y que sólo habían pasado un gran susto. Otro muchacho, cercano
al circuito de los padres de Jakob y que por años fue un amigo
cercano, también había asistido al festival. Todos coincidieron en
que era él el más indicado para telefonear a los padres de Jakob.
El chico consiguió hablar con sus propios padres y les pidió que
dieran aviso a los padres de Jakob, ya que no tenían noticias de él
desde la noche anterior. Rápidamente contactaron a los padres de
Jakob quienes de forma inmediata se dirigieron a un hospital de
Roskilde y más tarde al Hospital del Condado de Roskilde. Luego
de haber entregado la descripción de Jakob en ambos lugares, los
derivaron al Roskilde Amts Hospital (Hospital Nacional), donde
fueron trasladadas todas las víctimas. En ese lugar identificaron
a Jakob. A las 17.00 horas, los padres de Jakob telefonearon a sus
amigos en el festival y les contaron lo sucedido.
Fue como si hubiese caído una bomba, explicó Michael y muy
angustiado recordó el momento tras el accidente.
—Salí en la portada de la revista Ekstra Bladet, tres días después
del accidente. Mi madre estaba furiosa porque no nos habían dado apoyo

95
psicológico o algo así. Nuestros padres no podían entrar al recinto
porque no portaban el brazalete de identificación del festival. Entonces
eran sospechosos de querer colarse en el recinto. ¿Pero qué podían pensar
los guardias cuando veían a dos muchachos llorando porque su amigo
de infancia había muerto? No podíamos ir a ninguna parte por lo que
nos dirigimos, por iniciativa propia, hacia la unidad de psiquiatría del
Roskilde Amts Hospital, para preguntar en qué podíamos cooperar. La
historia de la revista Ekstra Bladet era principalmente mi historia y
el titular era algo así como: Él me salvó la vida pero falleció cinco
minutos después.
Con el correr de los años, Michael ha tenido contacto con
la familia de Jakob de forma esporádica. Después de nuestra
conversación en 2002, se puso en contacto con la familia Svensson
y nuevamente le informaron que no estaban interesados en tratar
con Eddie Vedder. Michael también tenía dudas, pero finalmente
accedió a contactarse con Vedder a través de su mánager. Michael
envió dos mensajes pero nunca recibió respuesta.

Allan Tonnesen
Allan Tonnesen, de 17 años, oriundo de Nordenskov en Varde,
fue también uno de los nueve jóvenes que falleció durante
Roskilde. Respecto a mi tarea de representar a Eddie Vedder ante
los familiares de las víctimas, los padres de Allan, Eunice y Finn
Tonnesen, fueron los más fáciles de contactar, pues habían sido
los más abiertos con los medios de comunicación. La pareja critica
abierta y severamente al Festival Roskilde. Piensan que la falta de
seguridad, los errores de reacción ante las emergencias, la falta
de voluntad para admitirlo y la negligencia de la organización,
fueron las causas principales de la tragedia. Por eso, la pareja cree
que el festival debería asumir la responsabilidad.
Allan era el hermano pequeño de Alex Tonnesen, y era un
chico alegre y extrovertido, como contó Finn Tonnesen, quien,
más tarde, caracterizó al muchacho de la siguiente manera:

96
—Era un niño feliz, con apetito y ganas de vivir. Era muy sociable
y tenía un gran círculo de amigos que a menudo visitaban nuestra casa.
Varios de sus viejos amigos todavía nos visitan. Era un gran explorador
y pasaba mucho tiempo pescando en el río, pedaleando en su bicicleta de
montaña y divirtiéndose. Originalmente, a Allan no le gustaba mucho
ir a la escuela, pero cuando pasó al décimo grado, comenzó a asistir a la
Escuela Flakkebjerg y la amó. Allí era muy querido y tocaba guitarra y
batería en dos bandas diferentes. Era tradición entre los alumnos asistir
al Festival Roskilde después de terminar el año escolar. Lo hicieron el
año 1999, luego de terminar el décimo grado. Allan estaba muy emocio-
nado por compartir la música y el ambiente con sus amigos.
Después del verano, Allan comenzó la escuela de agronomía, asis-
tiendo a clases y trabajando en la granja Silkeborg en Nordjylland. Esto
le acomodaba, era una opción que lo hacía muy feliz. Pronto, el primero
de julio del año 2000, comenzaría la práctica con cerdos en otra granja,
pero había puesto una condición: tenían que esperarlo hasta el 3 de julio
porque —sí o sí— tenía que asistir al Festival Roskilde. Mi esposa Eunice
es de Kenya y toda la familia tiene como tradición pasar el verano allí, algo
que ella y yo hacemos todavía. Allan no fue con nosotros los dos últimos
años, pero en 1998 ascendí al Kilimanjaro junto con él y viajamos juntos
a Zanzibar. El año 2000 viajamos a Kenya y nos despedimos de Allan el
día viernes, previo al Festival Roskilde. Se fue a los pocos días y estuvo en
el festival toda la semana, hasta el día anterior a la inauguración oficial.
Estaba en el campamento junto con sus amigos de la escuela y también fue
acompañado por alguno de sus viejos amigos de la ciudad de Nordenskov.
Lo que más le emocionaba del festival era ver a Pearl Jam. Cuando después
de mucho tiempo tuve el valor de mirar el folleto con el programa del
festival que él llevaba en el bolsillo del pantalón el día del accidente, pude
ver que había marcado los conciertos y actividades en las cuales quería
participar: había líneas y cruces por todas partes, pero, por sobre todo, el
que más estrellas tenía, era Pearl Jam. Obviamente era lo que esperaba con
mayor interés ese verano. Cuando posteriormente revisamos su colección
de CD, vimos que los de Pearl Jam llenaban una fila completa.

97
Allan asistió al concierto junto a su mejor amigo, Nicolaj,
también residente de Nordenskov. Ambos habían ido a la misma
escuela desde la primaria, nueve años en total. Para empezar, se
ubicaron un poco más lejos de la multitud. A Nicolaj le parecía que
el público estaba demasiado encendido y no quiso acercarse más
al escenario. Allan, en cambio, sí lo hizo, por lo que se despidió de
su amigo con una sonrisa y comenzó a avanzar, adentrándose en
la multitud con mucha presión y se las arregló para llegar hasta el
frontis del escenario. Más tarde su cuerpo sería identificado por
su hermano Alex, quien vivía en Roskilde y también participaba
del concierto, pero desde mucho más atrás.

Cuando me puse en contacto por primera vez con la familia


Tonnesen el otoño de 2002, Eunice, la madre de Allan, se mostró
proclive a la idea de tomar contacto con Eddie Vedder, pero
también me manifestó sus dudas, ya que como familia habían
intentado hacerlo anteriormente, pero sin éxito. A través de una
agencia de comunicaciones danesa, que se formó después del
accidente, se trató de establecer contacto entre familiares, auto-
ridades, medios y la administración de Pearl Jam. Los Tonnesen
habían enviado una carta dirigida a Eddie Vedder, la carta incluía
fotografías personales del ahora fallecido joven, pero a pesar de
que la familia había presionado repetidamente por una respuesta,
los Tonnesen nunca recibieron nada. La idea de que una carta
personal y con fotografías privadas hubiese ido a dar a manos
ajenas molestó enormemente a Eunice. Más tarde traté de dar
con esa carta, pero lamentablemente no fue posible. Sin embargo,
estaba en condiciones de asegurar a Eunice que la citada misiva
nunca había llegado a manos de Eddie Vedder y que no era un
gesto de arrogancia por parte de ellos que ella y su familia nunca
hubiesen recibido una respuesta.
No obstante, y ahora que ya estaba en contacto con la familia,
sentí que debía hacer todo lo posible por averiguar la situación de

98
esa carta. En ese momento tuve dificultades para contactarme con
Nicole Vandenberg, de Curtis Management, por lo que le pregunté
a mi viejo amigo Johnny Sangster, en Seattle, si podía contactarse
con Stone Gossard y exponerle el caso directamente. Poco tiempo
después recibí un mensaje muy molesto de parte de Johnny que
decía que, al parecer, Gossard prefería que cualquier contacto
fuese a través de la administración del grupo, en quienes confiaba
plenamente: al parecer, Johnny sintió que lo había utilizado como
recadero en un intento por saltarme el conducto regular.
Personalmente, me sentía con el deber de agotar todas las
posibilidades, ya que yo mismo me había ofrecido como interme-
diario de Eddie Vedder con las familias y no al revés. Le expliqué
a Johnny mi posición de una forma más precisa y casi al mismo
tiempo recibí un llamado de Nicole Vanderberg, quien ya se
había puesto en contacto con la familia Tonnesen.
Eunice y Finn Tonnesen me comentaron que habían recibido
una larga y reconfortante carta de Eddie Vedder, donde les expli-
caba que el accidente había sido un acontecimiento que había
calado hondo en su corazón. Ese gesto significó mucho para la
pareja, aunque nunca pudieron reunirse los tres para hablar del
asunto.

Eddie Vedder
Cuando Stone Gossard visitó Dinamarca el año 2003, le pregunté
qué sabía él sobre el contacto de Vedder con las familias de las
víctimas danesas. Él tampoco lo tenía muy claro, pero creía que la
correspondencia se había estancado. Stone me comentó que algo
había ocurrido con Eddie en el intertanto y se refirió a su amigo y
colega de la siguiente manera:
—Es parte de la naturaleza de Eddie comprometerse firmemente con
los problemas de los demás, tomar la iniciativa y hacer todo lo posible
por ayudar a otros. Esto hace que algunas veces se sienta agobiado y se
encierre en sí mismo. Eddie es una persona extremadamente abierta,

99
feliz y extrovertida, pero, al mismo tiempo, tremendamente vulnerable
y receloso de su privacidad, por eso tiene períodos en que sencillamente
se aparta del mundo.
Sin estar completamente seguro, Stone creía que algo así
había sucedido con la correspondencia entre Eddie y las familias
danesas: de pronto se sintió abrumado por la pena y tuvo la nece-
sidad de apartarse de todo eso.
La descripción de Stone sobre su amigo y socio de banda hizo
que yo, dentro de mi cabeza, consiguiera poner un par de cosas
en orden. Recordaba lo abrumador que había sido mi primer
encuentro con Eddie Vedder. Como activo escritor de artículos de
rock durante la última década, me he reunido regularmente con
grandes estrellas de la música en privado, incluidos mis propios
ídolos. Pero ninguno me ha causado una impresión tan profunda
como Eddie Vedder. Por supuesto que yo tenía menos expe-
riencia en esos años y me impresionaba mucho más estar en el
centro del huracán de la escena musical, pero la humanidad y la
integridad del cantante me llamaron mucho la atención. Cuando
miro hacia atrás, surge la misma clase de sentimiento y de inte-
gridad en mi memoria. Yo había escuchado que Bill Clinton
poseía una memoria fotográfica y tenía la capacidad de hacer que
cada persona que veía o conocía se sintiera como el centro de su
universo. Cuando conocí a Eddie Vedder, después del concierto
en Barcelona el año 1996, se me ocurrió que tenía una capacidad
similar y que cada persona que entraba en contacto con él podía
sentir que su encuentro había sido particular y único. Eddie es el
tipo de persona que se dirige directamente, pregunta y escucha
con atención, pero, aparentemente, no siempre consigue dosificar
sus emociones y compromisos; a menudo se siente agobiado, se
bloquea y se aleja. Cuando eres una de las más grandes estre-
llas del rock y se te clasifica como el portavoz de una generación,
y no puedes caminar solo por la calle, esto obviamente no hace
la situación fácil. En pocas palabras, Stone dejó entrever en su

100
descripción algo de la psiquis de Eddie Vedder, algo que clara-
mente tiene mucho sentido para mí.
La conversación con Stone tuvo lugar mucho tiempo después.
A finales del año 2000 yo consideraba que mi tarea estaba
terminada y que las partes se comunicarían mutuamente según
fuera necesario. En los siguientes siete u ocho meses, el Festival
Roskilde fue desapareciendo gradualmente de mi memoria, hasta
que recibí un mensaje a finales de septiembre de 2003. Al prin-
cipio, estuve a punto de eliminarlo, el extraño remitente parecía
un mensaje de spam. Luego de una revisión más detallada, me
di cuenta que era un correo del guitarrista de Pearl Jam: Stone
Gossard.

101
Tercera parte

STONE GOSSARD EN ESCANDINAVIA

Gossard había llegado a una etapa de su vida en que sentía que


tenía que hacer algo con respecto a las víctimas del accidente.
Quería ver todo por sí mismo, volver a visitar Dinamarca y los
lugares del país al que pertenecían varias de las víctimas y, a su
vez, ver dónde habían hecho sus vidas. Si alguno de los fami-
liares, de una u otra manera, quería encontrarse con él, en forma
privada y sin ningún compromiso, con mucho gusto se pondría
a su disposición. La pregunta para mí era, en primer lugar, si yo
creía que algunas familias podían beneficiarse con esa reunión
y, en segundo lugar, si era posible, y cuando fuera pertinente,
tramitar el contacto con las familias. Stone además me preguntó
si le podía contar un poco más sobre el sentimiento de culpa de
los daneses en relación con el accidente en Escandinavia y el
grado de cobertura de los medios.
Como fan incondicional de la música rock, de pronto me
parecía una locura estar intercambiando mensajes con el guita-
rrista de mi banda favorita, pero mi temor fue rápidamente reem-
plazado por pensamientos de naturaleza más práctica. No cabía
ninguna duda de que Stone hablaba en serio, había recibido mi
mensaje de manos de Johny Sangster y estaba decidido a “hacer
algo” personalmente, no como representante de una banda, sino
como persona privada, sin agenda secreta.
Durante el siguiente mes, los mensajes iban y venían a través
del Atlántico. Gracias a Dorte Palle, había conseguido todos los

103
nombres y direcciones de los familiares y cercanos de Lennart y,
a pedido de Stone, comencé a comunicarme con ellos, uno por
uno. Stone y su novia, Liz Webber (la pareja contrajo matrimonio
en 2005), planearon viajar a Copenhague la primera semana de
noviembre. Acordamos que yo contactaría a todos los implicados
y me ofrecí como traductor o mediador si era necesario.
Comencé por llamar a Asbjoern. No cabía duda: los amigos
de Leo tenían muchas ganas de conocer a Stone, y Stone quería
conversar con ellos sobre sus sentimientos, actitudes y de cómo
enfrentaban el duelo después de la muerte de su amigo en el Festival
Roskilde. Sólo faltaba acordar la fecha y hora del encuentro.
La familia Tonnesen también se mostró proclive a reunirse con
Stone, pero me aclararon que estaban interponiendo una demanda
en contra de los organizadores del Festival Roskilde, en donde no
podían descartar que los miembros de Pearl Jam fueran citados
a declarar como testigos y que eso podía acarrear inconvenientes
legales. Pero para Stone esto no era problema, ya que él se presen-
taba como persona privada, no como representante de su banda. De
esta manera, la familia Tonnesen estuvo dispuesta a encontrarse con
Stone, pero querían que fuera a solas y en su casa en Nordenskov.
Dejé un mensaje muy detallado en el contestador a la familia
de Jakob Svensson, pero nunca obtuve respuesta. Como lo he
dicho antes, la familia se negaba categóricamente a hacer público
el caso de su hijo, así que no insistí en llamarlos. Por otro lado,
había perdido todos los medios de contactos con Michael Berlin y
no sabía cómo comunicarme con él.
Hasta ahora no me había contactado con ninguno de los
familiares suecos y, aparte de sus nombres y edades, sabía muy
poco sobre las víctimas. Me comuniqué primero con la familia
Thuresson que vivía en las afueras de Malmoe. Conseguí ubicar al
hermano mayor del fallecido Fredrik Thuresson, quien me señaló
claramente que ni él ni sus padres deseaban ningún contacto con
los miembros de Pearl Jam: eso me lo podía asegurar. Reacio,

104
anotó mi número de teléfono en el caso improbable de que
cambiaran de opinión.
La próxima llamada tampoco resultó mucho mejor. Conseguí
comunicarme con el padre de Henrik Bondebjer, quien inmedia-
tamente me preguntó qué interés tenía ahora Pearl Jam en hablar
con ellos después de que habían pasado tres años del accidente.
Le transmití lo mejor que pude las razones de Stone Gossard. La
respuesta de Sven Anders Bondebjer fue breve: dijo que consul-
taría con su esposa y familia y que me devolverían la llamada en
el caso hipotético de que estuviesen interesados.
A los últimos que llamé fue a los padres de Carl-Johan Gusta-
fsson, quienes vivían en las afueras de Jönköping. Pero una
grabación femenina muy amable pareció explicarme que, lamen-
tablemente, no estaban en casa. No entendí completamente el
mensaje y colgué (los Gustafsson son suecos y a veces no es fácil
entender su idioma, más aún en un contestador automático).
En cuanto colgué el teléfono comenzó a sonar. Al otro lado del
auricular estaba Sven Anders Bondebjer. En realidad, la familia
sí tenía ganas de conocer a Stone Gossard, a Liz y a mí, y es por
eso que quiso invitarnos a desayunar, pero con una sola condi-
ción: que por ningún motivo la prensa realizara algún tipo de
cobertura de la reunión, lo que, por supuesto, pude garantizar.
Bondebjer me explicó que habían tenido muy malas experien-
cias con la prensa, que fueron intimidantes y sobrepasaron los
límites luego del accidente y agregó que su familia había repe-
tido esa mala experiencia con las autoridades y representantes
del Festival Roskilde. También dijo que las familias suecas habían
organizado una pequeña red de apoyo y que se juntaban un par
de veces al año. Ante la pregunta de si me había comunicado con
las otras familias, le conté de la negativa de la familia Thuresson
y del recado en el contestador de los Gustafsson.
Bondebjer dijo que la tragedia había golpeado duramente a
Gert Thuresson, quien había perdido a su esposa el año 1999, y

105
que la muerte de su hijo, de entonces 22 años, el año siguiente, lo
había marcado enormemente, lo que podría explicar la actitud
de su hijo mayor cuando hablé con él por teléfono, quien sólo
estaba tratando de proteger a su padre. Pero Bondebjer señaló
que no se sorprendería si ellos, de todas maneras, se comuni-
caban conmigo, a pesar de las aseveraciones de su hijo mayor.
Los Thuresson y Gustafsson enfrentaban su duelo de una forma
distinta, dijo Bondebjer.
No pasaron muchas horas hasta que fui contactado por Birgitta
Gustafsson, la madre de Carl-Johan. Una mujer acogedora, reflexiva
y tranquila, que expresó su deseo de invitar a Stone Gossard y Liz
a su hogar en Tranås, y también a este escritor para que oficiara
como traductor. Más tarde, el mismo día, recibí la llamada de Gert
Thuresson, quien luego de conversar con los Gustafsson, también
se encontraba dispuesto a conocer a Stone y Liz.
De pronto me vi con las manos llenas y con un gran rompe-
cabezas por armar. Siguiendo la recomendación de Eunice
Tonnesen, mientras tanto me comuniqué con Alex, el hermano
mayor de Allan, que vivía en Roskilde e iba a la universidad en
esa ciudad. Eunice me pidió que fuera cuidadoso cuando me
comunicara con Alex, pues él había quedado muy afectado por la
muerte de su hermano y los hechos posteriores al accidente. Me
contacté rápidamente con Alex y me dijo que le gustaría mucho
encontrarse con Stone, pero, al igual que sus padres, no quería
que yo estuviera presente. Le envié por correo toda la informa-
ción para que se coordinara con Stone, sin embargo, poco tiempo
después, me envió un mensaje muy molesto diciéndome que
nunca recibió contestación por parte de Stone. Felizmente, no
mucho después, Stone estableció contacto con él.
Durante este período, Stone me envió varios mensajes.
Nombraba, entre otras cosas, que estaba considerando comu-
nicarse con Leif Skov y el director responsable de la Policía
de Roskilde, que había estado a cargo de la investigación del

106
accidente, y me pedía consejo. Le contesté que me parecía una
buena idea, ya que, como es sabido, todo caso tiene diferentes
ángulos, y un diálogo directo con Leif Skov probablemente podría
dilucidar algunas inquietudes y arrojar luces sobre el tema. Como
el itinerario era muy extenso y Stone, en total, se quedaría alre-
dedor de una semana, acordamos que, en primer lugar, debía
concentrarme en contactar a los familiares y luego, una vez que
Stone y Liz estuvieran en Dinamarca, comunicarme con Leif Skov
o con la policía y autoridades.

En suelo danés
Stone y Liz lograron tomar un vuelo más temprano que el que
originalmente habían previsto. La pareja se registró en un hotel
en el centro de Copenhague el 31 de octubre. Luego de una buena
noche de sueño, preguntaron al recepcionista del hotel si Chris-
tiania (conocida comunidad hippie del año 1972) era un lugar
bueno y seguro para visitar. El recepcionista pensó que no era
una buena idea, justo después de que Stone le pidiera un taxi
que los llevara hasta allá. De todas formas, los estadounidenses
visitaron la “ciudad libre” por su cuenta y pasaron el resto de la
tarde disfrutando muy relajados. Mientras tanto, yo, utilizando la
mejor de mis habilidades, había ordenado una agenda completa
con actividades para los próximos días. Esa noche me reuní con
Stone y Liz.
Stone estaba muy bien y no parecía cansado, a pesar de que
Pearl Jam había hecho cuatro conciertos esa misma semana. Liz
demostró ser muy simpática, tranquila y silenciosa. Llevaban un
par de años juntos y se habían conocido en un lugar muy ajeno
al círculo del rock. Liz me contó que no había tenido ninguna
conexión previa con Pearl Jam y que había conocido a Stone en
la celebración de la boda de unos amigos en común. Stone y Liz
claramente disfrutaban estar juntos y eran una pareja armoniosa.
Liz me contó que su trabajo consistía en crear lugares de trabajo

107
favorables con el medio ambiente, edificios y cosas así. A primera
vista, lo más lejos del rock and roll que se puede estar, pero, al
mismo tiempo, muy a tono con las actividades ambientales y
políticas de Stone.
Comenzamos tranquilamente. Paseamos bajo el frío invierno
de Copenhague y luego cenamos pastas en un restaurant y
hablamos de cosas irrelevantes, de esto y de lo otro, incluyendo
algunas noticias frescas sobre Pearl Jam. La banda acababa de
concluir la gira Riot Act con tres días de anticipación y cuatro
conciertos benéficos, de los cuales el último fue especialmente
único, y no sólo por el número de estrellas que se presentó esa
noche.
Durante el concierto en apoyo a un centro contra el cáncer
de próstata, el 28 de octubre en Santa Bárbara, Pearl Jam contó
con la presencia de artistas invitados, como el ex baterista de la
banda, Jack Irons, el guitarrista de los Red Hot Chili Peppers,
John Frusciante, el compositor y cantante Jack Johnson, el icónico
David Crosby y Chris Cornell. El que se convertiría más tarde en
el vocalista de la banda Audioslave, se reunía por primera vez en
once años con el grupo para interpretar temas de Temple of the
Dog. Estos últimos se habían iniciado al mismo tiempo que Pearl
Jam y comenzaron como un tributo a Andrew Wood, el último
vocalista de la banda precursora de Pearl Jam, Mother Love
Bone. Además de los principales miembros que posteriormente
formarían Pearl Jam, Temple of The Dog estaba compuesto,
además de Chris Cornell, por otro integrante de Soundgarden:
Matt Cameron, quien era el baterista de Pearl Jam desde 1998.
Un fenómeno único que obtuvo estatus de culto a pesar de que
sólo existió en la forma de su álbum homónimo y del concierto ya
mencionado. Stone dijo:
—Ahora que contamos con Matt en la banda y que Chris hizo algunas
apariciones como artista invitado, le dije a los otros “hagamos algo de
los Temple of The Dog”. Terminamos interpretando dos temas, pero si

108
hubiese sido por mí, hubiésemos hecho unos cinco o seis. Durante esa
misma semana, Pearl Jam dio una presentación acústica por sexta vez
en el concierto benéfico anual organizado por Neil Young en el Bridge
School, tocando con Young en persona.
Con relativa premura, nuestra conversación giró hacia el verda-
dero propósito de su viaje. Stone me preguntó en qué medida los
medios escandinavos habían cubierto la tragedia y cómo había
sido el impacto entre el público en general. Respondí que tanto la
pena como la cobertura habían sido enormes. Su rostro se ensom-
breció. Fue como si de pronto se percatara de que estaba de vuelta
en el país donde tres años y medio atrás había sido partícipe de
una tragedia nacional que tuvo resonancias mundiales. Después
de un momento recobró la compostura y volvimos al tema de la
agenda que había tratado de programar para los próximos cinco
o seis días. De acuerdo con nuestro plan, Stone y Liz se encontra-
rían con Alex Tonnesen y visitarían a varios de los amigos de Leo
en el departamento de Asbjoern al otro día.
Al día siguiente Stone estaba de un humor fantástico. Primero
él y Liz se encontraron con Alex Tonnesen, con quien congeniaron
de inmediato. Era la primera vez que se reunían en persona con
un escandinavo que tenía conexión directa con la tragedia. La
reunión resultó tan buena y el diálogo tan cordial, que ambas
partes acordaron incluir una cita extra en la ya agitada agenda
de Stone y Liz.
Más tarde, ese mismo día, la pareja se dirigió al departamento
de Asbjoern, en donde la adrenalina y el ambiente estaban igual
de excitados. Claramente, Asbjoern y sus amigos apreciaban la
iniciativa de esta estrella del rock. Según Stone, el grupo había
conversado largo y extenso sobre la vida de Leo y, especialmente,
por su devoción por Pearl Jam y el Festival Roskilde, al que ellos
aún asistían cada año. Stone y Liz se quedaron un par de horas
más de lo inicialmente planeado y no todo fue conversación. En
algún momento, uno de los amigos de Leo le acercó una guitarra

109
a Stone y le pidió que tocara algunas notas de “Immortatility”
(ver letra en el apéndice), del álbum Vitalogy, un título paradójico
teniendo en consideración la alusión a la muerte. Esta canción,
como lo había mencionado antes, fue interpretada en el funeral
de Leo y habla sobre la inmortalidad. Finaliza con las siguientes
palabras: Cannot stay long, some die just to live (no puedo quedarme
mucho tiempo, algunos mueren sólo para vivir). Los amigos
opinaron que ya era hora de escuchar el tema interpretado por
uno de sus compositores. Stone recibió la guitarra y fue coreado
por varios de los que se encontraban alrededor de la mesa. Más
tarde, Stone me contó que, debido a la emoción del momento,
había tenido que hacer serios esfuerzos para concentrarse, ya que
olvidó algunas partes de la letra, sin embargo, dijo, la atmósfera
que se había creado tuvo una fuerte sensación de “presencia”.
Cuando nos entrevistamos un año y medio después, Asbjoern
recordó que Stone había interpretado el tema demasiado lento y
agregó con una gran sonrisa que había sido un poco embarazoso.
Al finalizar la canción, Jakob y Matthias se armaron de coraje y
le preguntaron a Stone si le gustaría escribir unas palabras de
dedicatoria a Leo en la cubierta del álbum Vitalogy, más especí-
ficamente, en la página 26, donde aparece la imagen de un indio
americano junto a la letra de “Immortality”, originalmente escrita
en una antigua máquina de escribir propiedad de Eddie Vedder,
al igual que las láminas de las letras de la mayoría de los discos
de Pearl Jam. Las palabras de Stone para Leo fueron enmarcadas
e instaladas en su tumba en Århus.
Astrid Roerdam, la ex novia de Leo, más tarde me contó que
había tenido dudas sobre el encuentro con Stone y Liz. Final-
mente asistió a la casa de Asbjoern, aunque tuvo que aban-
donar el lugar luego de media hora debido a los abrumadores
sentimientos y recuerdos. Aun así, más tarde me dijo que había
apreciado profundamente el encuentro de Stone con los mejores
amigos de Leo.

110
Esa misma noche había invitado a cenar a mi casa a Stone
y a Liz. Anne, mi esposa, me había ordenado limpiar la casa
a pesar de mi insistencia sobre lo simpático y relajado que era
Stone Gossard. Ella fue enfática al decirme que, después de todo,
habíamos invitado a comer a un millonario estadounidense.
Nuestros hijos también estaban presentes. Las niñas, que en esa
época tenían siete y doce años, se emocionaron al descubrir que
una de nuestras visitas era un famoso, así que qué importaba lo
demás, y mi hijo de quince años, quien a esas alturas ya soñaba
con ser el próximo Jimmy Page, también estaba muy feliz. En vista
de que teníamos tan prominentes invitados en nuestro hogar, no
había otra cosa que hacer que servir lo mejor que la casa pudiese
proporcionar. Pero todo ocurrió tan rápido y yo había estado tan
ocupado hasta el instante mismo en que Stone y Liz llegaron, que
el menú del día resultó ser sopa hecha de carne orgánica, ¡pero
sopa al fin y al cabo! Tal como había predicho, nuestros invitados
resultaron ser las visitas más relajadas del mundo y, aparente-
mente, ¡no habían probado mejor sopa en sus vidas! La jornada
fue breve pero intensa; la combinación entre las nueve horas
de diferencia horaria y las reuniones mentalmente extenuantes,
habían terminado por agotar a la pareja, por lo que no estábamos
en condiciones de conversar toda la noche.
Los niños se veían felices por la compañía, y tanto Stone como
Liz prestaron mucha atención a mi hija menor, Lulu, e indagaron
con gran interés detalles acerca de todos los miembros de nuestra
familia. Stone tenía un as bajo la manga para Lulu: conocía al
baterista de Avril Lavigne, su más grande heroína. Aproveché la
oportunidad de poner algunas bandas danesas, las que esperaba
fueran del agrado de nuestros invitados. Stone me comentó con
aprobación que podía distinguir en Tim Christensen (vocalista
de rock danés) la influencia de Pink Floyd en el álbum Honey-
burst, que había estado girando en nuestro estéreo por algunos
minutos. Y cuando más tarde escuchamos y conversamos acerca

111
de la banda Kashmir y su álbum Zitilites, recordé la escena final
del DVD documental Rocket Brothers, en donde la cámara se
transporta desde un close up a una vista panorámica de la actua-
ción de Kahsmir en el Festival Roskilde 2013: una imagen que
ilustraba las nuevas y mejoradas instalaciones de seguridad en el
Escenario Naranja.
Con gran entusiasmo les sugerí a nuestros invitados que
viéramos el video, pero rápidamente descubrí que no había sido
una buena idea. Ver imágenes de ese escenario en ese festival no
era precisamente lo que Stone necesitaba esa noche. Nos sepa-
ramos un poco más tarde. Teníamos un largo día por delante.

Henrik Bondebjer
Al día siguiente, los tres viajamos a Suecia para reunirnos con
la familia Bondebjer y, más tarde, esa misma jornada, con los
Gustafssons. Como era el único escandinavo, tuve el honor de
conducir el auto que habíamos alquilado ese frío día de noviembre.
Me había asegurado de llevar un arsenal de discos, pues planeaba
presentarle a Stone el gran y reciente mundo de la música rock
danesa, pero el equipo de música del auto no funcionaba. Eso
no aminoró el espíritu al interior del Ford Focus, registrado en
Dinamarca, que se abría paso a través del sector occidental de
Suecia. El sueño reponedor de la noche anterior claramente había
hecho sus efectos en los estadounidenses. Stone y Liz estaban muy
felices con el comienzo de su viaje escandinavo y me expresaron
haber compartido una sanación mutua con las personas que
habíamos conocido hasta ahora, a pesar del motivo de su viaje.
Tenía previsto encontrarnos con Sven Anders Bondebjer en
una gasolinera en las cercanías de Falkenberg, un pueblo ubicado
aproximadamente a una hora conduciendo al sur de Gotenburgo.
Desde ahí él nos guiaría hasta su casa familiar, en donde su esposa
nos esperaba con algunos bocadillos. Pero olvidé comunicarle
esto último a mis compañeros de viaje, de modo que mientras

112
esperábamos a nuestros anfitriones, Liz estaba muy ocupada
saboreando una gran hamburguesa. Rápidamente localizamos la
gasolinera en donde el señor Bondebjer nos esperaba junto a sus
hijos: Lars de 29 y Johan de 20 años.
Sven Anders Bondebjer, un hombre mentalmente fuerte, canoso,
de aproximadamente cincuenta años, nos dio la bienvenida al llegar
a Falkenberg. Luego de las presentaciones, seguimos el auto de
Bondebjer por alrededor de diez minutos y llegamos al hogar de
la familia: una gran casa, muy exclusiva, ubicada en un sector tran-
quilo y que también servía como lugar de veraneo para la familia.
Al parecer no estábamos visitando a personas de pocos medios,
pero era evidente que desde la muerte de Henrik habían pasado por
tremendos sufrimientos emocionales y vivían una vida sombría.
Justo al salir del automóvil y caminar hacia la casa, noté que
mi bolso traía impreso el logo del periódico Roskilde Daily (GAFFA
había sido la productora del periódico oficial de Roskilde durante
los tres años anteriores) y decidí dejarlo en el auto por la eventua-
lidad de que produjera alguna confusión. Buena idea, comentó
Stone. ¡No sé cómo pude ser tan desconsiderado y llevar particu-
larmente ese bolso conmigo!
La familia nos recibió de una forma muy amistosa. Una vez
sentados en el cómodo sillón de la sala, Stone tranquilamente
rompió el silencio. Cortésmente agradeció la invitación y ofreció
su total apoyo a la familia por la incomprensible tragedia que los
dejó sin su hijo. Les hizo saber lo profundo que lo había afectado,
al igual que al resto de la banda, pero que obviamente nunca se
iba a igualar o comparar siquiera con el dolor que ellos habían
sentido. También hizo hincapié en que él se encontraba ahí en
calidad de persona privada, sin agenda oculta, y que mi presencia
era la de un buen amigo de la banda, no la de un periodista que
escribe una historia.
A pesar del abundante y delicioso almuerzo que Ann Charlotte
Bondebjer había preparado, fue imposible no sentirse afectado por

113
el incómodo aire que se respiraba en la habitación. La vida de la
familia Bondebjer terminó el 30 de junio del año 2000, tan simple
como eso. Sven Anders Bondebjer nos contó su historia, mientras
sus dos hijos escuchaban muy atentos. Nos explicó que él perte-
necía a la sexta generación de una familia de criadores de cerdos
que se había arraigado en esta finca. Cuando tuvo que referirse a
su difunto hijo, el hombre fuerte y ya maduro rompió en lágrimas.
Nadie en la familia ocultaba el hecho de que Henrik era el centro
en torno al cual giraba el resto de la familia. Era el hijo favorito;
un hecho que, al parecer, era totalmente aceptado por sus otros
hermanos. Henrik sufría de una enfermedad a la vista y sólo podía
usar el diez por ciento de la visión de uno de sus ojos y era comple-
tamente ciego del otro. Por otro lado, su capacidad de audición era
reducida. Henrik era inteligente, con conciencia social, extrover-
tido, muy querido y un apasionado de la música.
Había sido un muy buen alumno en la escuela y estaba estu-
diando para titularse de ingeniero en la Technical School in Lund
(ciudad universitaria, situada al suroeste de Suecia).
Henrik era la luz de la familia y era igualmente apreciado entre
sus amigos. Le encantaba viajar. El año anterior al accidente, él y
Ludde, su mejor amigo, viajaron a Londres para ver a los Rolling
Stones en Wembley. A pesar de las preocupaciones de la familia,
el viaje resultó fantástico; Henrik había disfrutado a full la música
y el viaje. Su padre contó que a su hijo le encantaba ir a conciertos
y que era un seguidor apasionado de la música rock. Sus bandas
favoritas eran los Rolling Stones y Pearl Jam. Cuando Henrik se
enteró que el grupo tocaría en el Festival Roskilde del año 2000,
sintió que dos cosas enormemente importantes se estaban fusio-
nando: el sueño de Roskilde y el sueño de ver a Pearl Jam en
vivo. Con los recuerdos aún vivos del viaje a Londres, Henrik
estaba feliz con la posibilidad de ir a Dinamarca. Y en vista de la
gran alegría que había experimentado Henrik al ver a los Rolling
Stones, sus padres no se opusieron al ardiente deseo de su hijo.

114
Henrik llamaba constantemente a sus padres desde su celular y
su familia recibía, al principio, sólo noticias positivas del festival.
La mañana del 30 de junio, Henrik se ubicó en el frontis del esce-
nario, mucho antes del concierto, y telefoneó a sus padres. Henrik
estaba muy contento. Esa sería su última llamada.
La mañana del sábado primero de julio, mientras la familia
visitaba a unos amigos en Gotemburgo, se enteraron por la radio
que había ocurrido un accidente en el Festival Roskilde. Los
Bondebjer estaban preocupados, al igual que las familias y amigos
de los cien mil asistentes del festival. Llamaron inmediatamente
al teléfono de Henrik sólo para escucharlo a través de la casilla de
voz del celular. Al poco rato, su hermano Lars telefoneó diciendo
que su hermano se encontraba desaparecido y que debían viajar
a Roskilde inmediatamente. Anton, el amigo con quien Henrik
había viajado, no logró contactarse con los padres de Henrik,
pero sí logró dar con Lars. Sven Anders Bondebjer nos contó que
a esas alturas Anton ya había identificado el cuerpo de Henrik,
pero que la policía sueca le había ordenado de manera enfática no
informar a la familia sobre la muerte de su hijo.
El matrimonio Bondebjer se dirigió entonces de inmediato a
Roskilde. El camino se hizo interminable y angustiante, ya que
nadie les daba información concreta sobre dónde dirigirse. Unas
pocas horas después de rodar por la carretera, a los Bondebjer
les entregaron otra dirección. Uno de los tres policías suecos que
acostumbraban a prestar apoyo durante el festival, telefoneó a la
familia indicándoles a qué sección del National Hospital debían
dirigirse en Copenhague. La pareja llegó al hospital, en donde
todo era un caos. Repentinamente apareció mucha información
y demasiado rápido. Sin aviso, un tanatólogo del hospital se
acercó a los Bondebjer y les pidió que identificaran el cadáver
del joven que yacía en una camilla de la habitación continua.
Mientras avanzaban hacia la habitación, el hombre les informó
que si se trataba de su hijo, no debían permanecer en el lugar

115
más que el tiempo necesario, debido a que estaban colapsados y
otras personas también esperaban. En la desesperación, la pareja
constató que efectivamente era su hijo el que yacía sin vida en la
camilla: “Por su rostro supe que su muerte había sido violenta y
muy dolorosa”, dijo la señora Bondebjer.
Aún choqueados, después de unos minutos los Bondebjer
fueron conminados a abandonar el lugar donde se encontraba
Henrik, porque la policía sueca necesitaba hacerles un par de
preguntas. El policía a cargo les entregó sus condolencias y luego
les dijo que en parte ellos eran responsables de lo que había
pasado: “Personalmente, ni en sueños enviaría a mis hijos o a
otros jóvenes al Festival Roskilde”, les dijo el policía, tras lo cual
se encargó de describir el festival como una guarida de drogas
y crímenes. Poco después la atribulada pareja volvió a su auto y
regresó a Falkenberg. Una hora después de su retorno llamaron a
la puerta y se encontraron de frente con los reporteros de Kvälls-
posten y Expressen, dos periódicos suecos que deseaban, sin tino
aparente, entrevistar a la desconsolada familia.
Mientras el señor Bondebjer, apoyado por su esposa, nos
describía el día de horror y la insensibilidad de la prensa y las
autoridades, el miembro más joven de la familia, Johan, asentía
en silencio cada palabra de su padre. En ese momento, el señor
Bondebjer pasó a relatar el momento en que debieron explicarle
a sus dos hijos menores la tragedia que acababa de azotar a la
familia. Sven Anders Bondebjer recordó que por esa fecha Johan
se encontraba de intercambio en Colorado, USA, con una beca del
Rotary Club. En este punto, su hijo menor comenzó a narrar por
primera vez su parte de la historia:
—Por alguna extraña razón no pude dormir esa noche. Encendí el
televisor, sintonicé el canal de noticias CNN, allí anunciaban que habían
fallecido algunas personas en el Festival Roskilde e inmediatamente
pensé en Henrik. Sabía que estaba en el festival junto a un amigo. Al rato
sonó el teléfono. Era de Suecia. Instintivamente supe de qué se trataba.

116
Tras concluir, el hermano menor de Henrik comenzó a llorar
desconsoladamente.
Luego de hablar con sus padres y colgar el teléfono, Johan viajó
directamente a Suecia y su estadía como estudiante de recambio
se interrumpió.
Al momento del funeral, todo era caos para la familia que, en
medio del horror, era asediada por la prensa de la manera más
irrespetuosa. Bondebjer se puso de pie, caminó hasta el gran
ventanal de la sala y nos mostró una pequeña carretera que corre
paralela a la casa de la familia: nos explicó que durante días esa
vía estuvo repleta por los automóviles de los numerosos medios
de comunicación que seguían hasta el más mínimo paso de los
miembros de la familia con sus lentes y cámaras.
La experiencia con el personal del Festival Roskilde no fue la mejor,
continuó el padre de Henrik. Salvo las flores enviadas para el
funeral, no se supo más de ellos. Más tarde, la familia recibió una
carta de quien era el director del festival en esos días, Leif Skov,
donde se ofrecía a reunirse con ellos. Luego de un intercambio
de cartas, Skov finalmente visitó a la familia cinco meses y medio
después del accidente. Una situación muy difícil para ambas
partes y una experiencia muy desagradable para la familia en
Falkenberg, Sven Anders Bondebjer dijo:
—Nunca nos gustó Leif Skov. Nos pareció muy arrogante el día que
nos visitó. De ninguna manera quería reconocer algún tipo de respon-
sabilidad por el accidente y no expresó ningún tipo de emoción cuando
estuvo aquí. Para nosotros esto fue abrumador. No se trataba de que
estuviéramos exigiendo algún tipo de compensación económica por
nuestra pérdida, pero para nuestra tranquilidad hubiese tenido un gran
significado que el festival hubiese reconocido su responsabilidad por la
falta de seguridad en el recinto, lo cual, a todas luces, causó el accidente.
Pero Skov insistía en que el festival no tenía ninguna responsabilidad.
Entonces no tiene sentido que más tarde se aplicaran nuevas medidas
de seguridad y, así, muchas cosas y procedimientos fueran cambiados.

117
Nuestro hijo mayor había estado antes en el festival y nos había contado
sobre la falta de seguridad en los conciertos.
Posteriormente, la familia instauró un fondo de ayuda en
nombre de su hijo para jóvenes que sufrían los mismos problemas
que Henrik. Le escribieron una carta al Festival Roskilde pregun-
tándoles si deseaban hacer una donación, considerando el perfil
filantrópico del festival, pero la propuesta fue rechazada. Según
Bondebjer, la carta estaba cargada de términos legales y en el
último párrafo se justificaba el rechazo aduciendo que era impo-
sible debido a las leyes fiscales danesas. Para la familia esta fue
otra bofetada por parte del Festival Roskilde.
Más tarde, los Bondebjer recibieron un cheque —al igual que
las otras familias afectadas, excepto los Tonnesen, que devol-
vieron el suyo— para cubrir gastos de funerales y apoyos psico-
lógicos.
Tiempo después, el Festival Roskilde les ofreció un cheque
de 40 mil coronas danesas (aproximadamente US$ 6.500) por
el dolor que habían sufrido y también para poner fin al caso.
Aconsejados por su abogado, los Bondebjer rechazaron la oferta
debido a que implicaba su “silencio”, en tanto ellos esperaban el
reconocimiento de la responsabilidad más que la compensación
económica.
Durante nuestra visita, tres años y medio después del acci-
dente, Bondebjer nos resumió las malas experiencias con la
organización del festival y nos mostró una carta enviada por el
abogado de la organización, donde se le pedía a la familia que no
se volvieran a contactar con el Festival Roskilde.
Luego de esta horrible historia, Bondebjer nos anunció que
ya era hora de almorzar. Quedé con un nudo en la garganta del
tamaño de una pelota de fútbol cuando miré a Stone y Liz. Stone
estaba profundamente afectado y Liz tenía lágrimas en sus ojos.
El ambiente se relajó un poco durante el almuerzo. Los chicos
Bondebjer hicieron las preguntas que normalmente se le hacen a

118
una estrella de rock. Stone respondía complacido cosas como: Sí,
supongo que hemos vendido más de 40 millones de discos (de acuerdo
con la compañía disquera de Pearl Jam, la banda ha vendido más
de 60 millones de copias. Nota del autor). No sé si nos sentimos
viejos, pero hay un número de jóvenes que hoy no saben quiénes somos.
No, no arrasamos cuartos de hoteles ni nos volvemos locos y prefiero una
buena cena con un buen vino entre amigos cercanos.
En un momento me encontré en la cocina de la familia reco-
giendo algunos platos y por un minuto me quedé a solas con
Ann Charlotte Bondebjer, quien me llevó hacia un lado donde
no pudieran escucharnos. ¿Qué es lo que quieren de nosotros? Estas
estrellas de rock no pueden entender lo que estamos pasando, dijo. Le
respondí que tenía razón, pero que ellos deseaban sinceramente
contribuir al establecimiento de un diálogo sin prejuicios, como
forma de aliviar un poco el dolor. Y la señora Bondebjer asintió
silenciosamente.
Bondebjer nos contó acerca de la vida en Falkenberg y la finca.
Como herederos de una generación de criadores de cerdos, era
obvio que existía una presión tácita sobre los hermanos que debían
llenar el vacío dejado por el favorito de la familia. Junto a su esposa,
Bondebjer nos dijo que la vida de la familia se había detenido ese
30 de junio del año 2000 y que nada volvería a ser igual.
—Mientras estamos sentados aquí, comiendo, su asiento está vacío.
Cuando estamos de vacaciones, extrañamos su compañía. Su espíritu
está siempre presente, pero lo extrañamos profundamente, explicó el
padre de familia.
Con mucho orgullo, la señora Bondebjer nos contó sobre los
logros de Henrik en la escuela, a pesar de su discapacidad. Nos
mostró una gran fotografía de su hijo en su traje de graduación.
Hasta ese instante, ella era el único miembro de la familia que había
mantenido la calma, pero, en ese momento, se quebró por completo.
Yo era sus ojos, sus oídos, pero ¿qué podía decir, qué podía hacer?,
dijo casi gritando entre lágrimas con el retrato de su hijo entre

119
las manos. Liz, que estaba a su lado, cuidadosamente le puso las
manos sobre sus hombros.
Continuaron apareciendo los álbumes con fotos familiares y
las cosas se fueron calmando de a poco. Entonces llegó hasta mis
manos una fotografía de Henrik con un vaso de cerveza en sus
manos durante el concierto de los Rolling Stones en Londres.
Era hora de despedirse, pues debíamos reunirnos con la
familia Gustafsson de Tranås, a las afueras de Joenkoeping, lo
que significaba dos o tres horas en auto. Mientras nos conducían
a la salida, el señor Bondebjer nos comentó que el abogado danés
Tyge Trier se había ofrecido para demandar a Roskilde en favor
de su familia, sin costo alguno. Previo a nuestra visita, el padre de
Henrik le había informado a Trier acerca de los planes de Stone
de visitarlos y agregó que tal vez podía interesarle conversar
con Gossard. Esto no era problema para Stone y le entregué mi
número de celular al señor Bondebjer para servir de enlace entre
Stone y la familia.
Antes de irnos, Bondebjer muy sentidamente nos dijo que
nuestra visita había sido la primera experiencia positiva que
había tenido la familia con personas vinculadas al accidente. Nos
contó que mantenían contacto con otras tres familias suecas y que
se reunían al menos cada seis meses. Nos pidió que saludáramos
de su parte a los Gustafsson, una familia que, debido a sus creen-
cias religiosas, había sobrellevado la tragedia en forma diferente.
Algo que confirmaríamos más tarde.
En el camino, Sven Anders y Lars iban delante de nuestro auto
para guiarnos a la ruta más rápida hacia Falkenberg. Luego de apro-
ximadamente diez kilómetros, los Bondebjer detuvieron su auto,
el padre se bajó y me señaló el camino que debía seguir. Volvió a
agradecer a Stone y Liz y acto seguido se dirigió directamente hacia
mí y dijo: “Lo has hecho muy bien” y volvió a romper en llanto.
Abrumados nos quedamos allí sin decir palabra. Le dijimos adiós a
los Bondebjer y retomamos viaje en dirección a Joenkoeping.

120
Festival Roskilde 2000. El día después. Foto: Per Houby.
Vitalogy autografiado, cinco minutos antes del concierto Roskilde 2000.
“Me reencuentro con Eddie y le enseño esta foto de él y Kurt Bloch, cada uno con
un sombrero ridículo, que les tomé en Barcelona el año 1996, Eddie me cuenta que
ya la tiene colgada en la pared de su hogar. Diez minutos más tarde, Pearl Jam abre
el concierto de Roskilde con el tema Corduroy. Un show que más tarde pasaría a la
historia por razones muy diferentes (me enteré de la existencia de esta foto a finales
del verano del año 2014)”. Foto: Susan Nielsen.
Liz Weber y Stone Gossard . Tranås. Suecia. 03.11.03. Foto: Briggitta
Gustafsson.
Ebbe, Birgitta y Sandra Gustafsson, 2003. Foto privada.

Carl-Johan Gustafsson, 2000. Foto agencia de modelos.


Arriba: Sandra, Ebbe, Birgitta y Carl-Johan Gustafsson, Tranås, 1994. Foto
privada.
Abajo: dedicatoria en el libro “Después de Roskilde: de la crisis al perdón”.
Carl-Johan Gustafsson, Tranås, mayo de 2000. Foto privada.
Ludde Ahlström y Henrik Bondebjer, Wembley Arena, en concierto de Rolling Sto-
nes, 1999. Foto privada.
Arriba: Los hermanos Bondebjer, Lars, Johan y Henrik, 1998.
Abajo: Henrik Bondebjer, estudiante sonriente, 1998. Fotos
privadas.
Ann Charlotte, Sven Anders, Lars, Johan y Henrik Bondebjer, 1998. Foto privada.
Arriba: Lennart y Sharon Nielsen Abajo: Benita, Liv, Lennart, 1985. Fotos
privadas.
Arriba: Lennart, Desirée y Jakob, 1990.
Abajo izquierda: Lennart, Desirée, 1996. Fotos privadas.
Abajo derecha: Benita Rasmussen frente a la tumba de su hermano,
septiembre 2005. Foto: Henrik Tuxen.
Lennart “Leo” Nielsen, 2000. Foto privada.
Arriba: Bo, Sandra, Leo, Festival Roskilde, al inicio del concierto de Pearl Jam
30.06.00.
Abajo: Campamento en el Festival Roskilde 2000, Leo consumiendo Whisky y
habanos mientras Asbjoern duerme en otro lugar de la carpa 30.06.2000. Fotos
privadas.
Arriba: Letra de” Inmortality” del álbum Vitalogy
Abajo: Portada del concierto en vivo, Seattle, donde Eddie Vedder se refiere
en extenso al accidente de Roskilde y al posterior contacto que tuvo con los
amigos y familiares de Anthony Hurley, una de las víctimas de la tragedia.
Posteriormente Pearl Jam le dedicó el tema “Off He Goes” a Anthony Hurley.
La familia Gustafsson
De vuelta en la carretera, en algún lugar a las afueras de Falken-
berg, lentamente retomamos la conversación. La gran pregunta
que se hacían los estadounidenses en el automóvil era si su
visita no había empeorado las cosas para el duelo de las familias.
Volvimos una y otra vez sobre lo emotivo que había sido nuestro
encuentro, pero las palabras de Sven Anders Bondebjer ilustran
mucho mejor lo que fue esa reunión: Gracias, esta visita nos ha
vuelto a abrir las heridas, pero nos ha hecho muy bien.
En ese momento, Stone nos explicó lo mucho que apreciaba
la ronda de visitas y lo bien que lo había hecho sentir reunirse el
primer día con los amigos de Leo y de Alex Tonnesen, jóvenes
cuyos estilos de vida, intereses y orientación estaban cerca de
los suyos, y para quienes la pérdida de un ser querido no era un
oscuro vacío sin fin que eclipsaba sus vidas. La conversación que
Stone y Liz habían sostenido con los amigos de Leo el día anterior,
además había sido una charla sobre música, arte y opiniones polí-
ticas, en donde reinó un gran sentimiento de solidaridad. Ambos
expresaron lo importante que había sido tener esta conversación
previa a la reunión con la familia Bondebjer.
El automóvil seguía su camino y nuestro ánimo cambiaba
gradualmente. Stone se fue relajando y comenzó a bromear acerca
de mi estilo de conducir y mi falta de sentido de orientación.
Durante los últimos quince años había llegado a conocer un
buen número de personas del círculo musical de Seattle y sabía
de su buen humor, especialmente su humor negro, un denomi-
nador común en todas las bandas, así como también la expresión
musical de rock pesado por la cual el grunge se hizo tan famoso.
Un año antes, en una entrevista con Stone que duró dos días conse-
cutivos, descubrí que su arsenal de comentarios agudos, de doble
sentido y graciosos era sólo una característica de su personalidad,
tal como su forma de tocar la guitarra. Camino a Joenkoeping,

137
ambos continuamos con nuestros comentarios y Liz sonriendo nos
dijo que parecíamos hermanos, que claramente teníamos mucho
más en común que la devoción por el rock and roll. Estúpidamente
extravié la ruta en una rotonda en la zona de Joenkoeping, lo que
demoró nuestro viaje significativamente. Lo único que se nos
ocurrió fue parar en la gasolinera más cercana y comprar un par
de hot dogs. Los tres estábamos agotados, el tiempo había pasado
rápido, pero aún con nuestro buen humor intacto, nos mantuvimos
firmes en nuestra misión. Tal vez ya era demasiado tarde para dar
con la dirección en Tranås, que, por lo demás, todavía estaba muy
lejos. Telefoneé a los Gustafssons desde mi celular para pregun-
tarles si podíamos posponer nuestra reunión hasta el día siguiente
debido a nuestro retraso y recibí la siguiente respuesta: “Lleguen a
la hora que lleguen, no habrá problemas”.
Volvimos al auto rumbo a lo desconocido. Stone recordó su
aprecio incondicional por The Cardigans, oriundos de Joenkoe-
ping, quienes eran una de sus bandas favoritas, al igual que la de
este escritor.
Todavía nos faltaban algunos kilómetros para llegar a Tranås
y comenzamos a hablar en torno al hecho de que Pearl Jam se
había mantenido unido por tanto tiempo. Stone, modestamente
señaló: Somos súper, súper afortunados. A esas alturas, la banda
estaba vendiendo quizás una sexta parte de lo que vendían
cuando Seattle lideraba el mundo de la música rock, no obstante,
todavía vendían millones. Mientras todas las otras bandas de la
época se habían separado o sus miembros habían fallecido por
distintos motivos, este núcleo de cuatro personas se había mante-
nido unido todos estos años (¡o de cinco personas, en realidad!,
ya que Matt Cameron, el baterista de la banda desde 1998, era
un viejo amigo que tocó en aquel demo que Stone envió a Eddie
Vedder, vocalista y amigo de Jack Irons, quien lo recomendó para
la nueva banda que en ese entonces armaba Stone). A pesar de
Roskilde y de un sinnúmero de altos y bajos al interior del grupo,

138
todos se veían sanos, felices y en buena forma. La banda tiene una
base de fanáticos que son increíblemente leales y todavía reúnen
una enorme cantidad de público, sin importar donde toquen. De
paso, Liz mencionó que la gira norteamericana de ese año —alre-
dedor de setenta conciertos— había sido la más rentable en USA
el año 2003 y en algún momento hablamos de un concierto en
Ciudad de México, que había reunido a más de 25 mil fanáticos.
Tocaron allí sólo un concierto, entonces, dije. No, de hecho tocamos tres
noches consecutivas a estadio lleno, respondió Stone y agregó que
algunas ciudades y lugares eran mejores que otros: Boston, por
ejemplo, había sido uno de los mejores lugares. En la gira Riot Act,
que acababan de finalizar, Pearl Jam había reunido una audiencia
cercana a las 80 mil personas cuando visitaron la ciudad univer-
sitaria.
Casi dos horas después de haber abandonado Falkenberg,
Tyge Trier, el abogado que había ofrecido sus servicios a la
familia Bondebjer, llamó a mi celular. Le pasé mi teléfono a Stone,
quien le confirmó que haría lo posible por incluir una cita con él
durante la misma semana. Continuamos conversando de lo uno
y de lo otro, cuando de pronto, ya en Tranås, encontramos la calle
de melancólico nombre: “Rägnvadergatan” (Calle del Arcoíris),
en las afueras de Joenkoeping. Habíamos llegado a casa de Ebbe
y Birgitta Gustafsson, el lugar en donde Carl-Johan Gustafsson
había nacido, crecido y vivido hasta hacía ocho meses atrás,
cuando su vida terminó en el lodo del Festival Roskilde.
Birgitta o Gittan, como la llamaban, me había pedido que
estuviera presente en esa reunión como traductor. Esto no fue
necesario, pues rápidamente descubrí que el nivel de inglés de la
pareja era totalmente adecuado para poder entablar un diálogo
significativo y preciso. Birgitta y Ebbe nos recibieron sonrientes y
nos ofrecieron cervezas y sándwiches.
Una de las primeras cosas que Birgitta quiso dejar abso-
lutamente en claro, fue que la familia jamás había querido

139
responsabilizar a Pearl Jam por lo que había sucedido. Pasamos
horas conmovedoras en compañía de la armoniosa pareja. Gene-
ralmente, era Birgitta quien tomaba la palabra y los tres tuvimos
la sensación de que existía un acuerdo tácito entre ambos: Birgitta
era la parte abierta y conversadora y Ebbe era el encargado de
entregar la calma y estabilidad. A pesar de ser diferentes en su
comportamiento y apariencia, ambos se complementaban exce-
lentemente. Birgitta era más bien baja y de pelo oscuro, en tanto
que Ebbe era alto y rubio.
Llevábamos poco tiempo sentados en el comedor, cuando
Birgitta le preguntó a Stone si deseaba conocer el dormitorio de
Carl-Johan, también llamado Kalle, el cual había permanecido
casi intacto desde el día del accidente. Mientras Stone visitaba
el cuarto del joven Carl-Johan, Liz mantuvo una conversación
cálida y serena con Ebbe, quien le contó que la mayor parte de su
vida había sido bombero y que luego del accidente había comen-
zado a participar en diferentes tipos de trabajos voluntarios, prin-
cipalmente ayudando a jóvenes con problemas sociales.
Mientras la familia Bondebjer aún se sentía herida y con
rabia, los Gustafsson habían elegido perdonar, a pesar de que los
esfuerzos para llegar a ello fueron y siguen siendo duros y dolo-
rosos. Supongo que sólo aquellos que han sufrido algo similar
lo pueden comprender. Cada vida humana es única y la historia
de la vida de Carl-Johan Gustafsson, que se truncó demasiado
temprano, resultó muy trágica y desgarradora a la luz de su
destino.
La familia Gustafsson ha sido miembro del Movimiento
Pentecostal por años, llevan un estilo de vida de acuerdo con
sus valores cristianos y están estrechamente conectados con
la iglesia Brunnsparkkyrken, en Tranås. Así como su hermana
mayor Sandra, Kalle nació y se crió dentro del ambiente de la
iglesia, pero a pesar de haber crecido arraigado en la creencia
cristiana, también hubo, a los ojos de sus padres, otra influencia

140
parcialmente conflictiva en la vida del joven alto y bien parecido:
la pasión por el rock pesado, en particular, el de Pearl Jam. A
diario, nos contaron sus padres, se escuchaba desde el cuarto de
Kalle los acordes del álbum Ten, el chico, además, no prestaba
mucha atención a los consejos bien intencionados de su madre
de escuchar música un poco menos agresiva y los discos de Pearl
Jam estaban constantemente sonando en la habitación de Kalle en
la calle Rägnvadergatan.
Birgitta y Ebbe nos mostraron los álbumes familiares, donde
vimos diferentes imágenes de Carl-Johan con sus amigos y familia.
Claramente amaban a su hijo, pero no apreciaban su amor por la
música rock y su estilo de vida desordenado. Por la misma razón,
no tenían idea de que su hijo estaba en el Festival Roskilde aquel
verano del año 2000. Él no se los dijo. Kalle se había mudado de
Tranås a Joenkoeping, una ciudad más excitante, hacía más de
ocho meses y estaba feliz y satisfecho llevando una vida de soltero.
Compartía una pequeña casa con un par de sus amigos. Se encon-
traba, en gran medida, buscando su destino. Generalmente salían
a divertirse con su grupo de amigos a su bar favorito, The Bongo
Bar, escuchaban y tocaban música, leían, estudiaban y vivían la
vida. El muchacho alto y amigable de Tranås no era solamente
popular entre las chicas, además tenía un rostro y un carisma que
hacían valer su peso en oro. Durante el último tiempo de su vida
se había dedicado a modelar y auguraba una carrera promete-
dora. A pesar del hecho de que siempre estaba falto de dinero,
nunca dejó que éste dirigiera su vida. A comienzos del verano de
2000 le ofrecieron un trabajo rentable y prestigioso como modelo
en Estocolmo, pero él tenía otros planes.

En lugar de dirigirse hacia la capital, Kalle cambió su rumbo


hacia Roskilde junto a sus amigos Patrick y Tomás, mientras que
sus padres estaban disfrutando de unas cortas vacaciones en
Alemania. Tomás sería quien más tarde identificaría su cuerpo.

141
Posteriormente, Patrick describiría lo feliz que Kalle se sentía
estando en Roskilde y cómo a menudo repetía la siguiente frase:
¡Ésta sí que es vida!
La noche del viernes era la gran noche para el par de amigos.
Comenzaron bailando bajo la lluvia con los acordes reggae de
Ziggy Marley, quien precedía al gran número de la jornada, Kent,
la banda favorita de Patrick y también del gusto de Kalle. Luego
vendría Pearl Jam, la banda que Kalle llevaba en su corazón y
que tocaría en el mismo escenario. Desde que habían abando-
nado Suecia, los amigos habían pasado juntos las 24 horas del día.
Los dos disfrutaron juntos el concierto de Kent, pero por alguna
razón se perdieron el rastro entre la multitud luego del concierto.
Más tarde, Patrick se recriminaría por no haber acordado de ante-
mano un punto de encuentro antes del concierto de Pearl Jam.
Patrick disfrutó el comienzo desde un lugar bastante alejado del
escenario y no se enteró sino hasta mucho rato después de que
algo grave había sucedido, específicamente, cuando el espectá-
culo se detuvo de golpe y se anunciaron los problemas a través
de los parlantes. Como una de las primeras víctimas, el cuerpo de
Carl-Johan Gustafsson fue trasladado hasta el Hospital Roskilde,
en donde aún no se conocían los problemas en el festival, y a
medianoche fue declarado muerto por sofocamiento.
Ese mismo día, Ebbe y Birgitta habían estado en las cercanías
de Roskilde, a pesar de que no estaba en sus planes. Las vaca-
ciones de la pareja sufrieron un cambio debido a las malas condi-
ciones del clima, de modo que decidieron regresar a Suecia un
poco más temprano de lo programado. La mañana del viernes 30,
Ebbe y Birgitta condujeron a través de Dinamarca dejando atrás
los letreros que daban la bienvenida a Roskilde.
Birgitta telefoneó a Kalle desde Helsingborg, ciudad Sueca
en la frontera con Dinamarca, sin obtener respuesta. Más tarde
volvió a telefonear, pero esta vez a Joenkoeping. Uno de los
amigos de Kalle contestó –siguiendo las propias instrucciones de

142
Kalle– que él había salido. Mientras viajaban a través de Dina-
marca, la pareja observó varios afiches y avisos comerciales que
anunciaban la inauguración del puente Oeresundsbro (puente
que une Dinamarca y Suecia).
De regreso a casa, la mañana del primero de julio, Ebbe y
Birgitta vieron la transmisión televisiva de la inauguración
oficial del puente. En algún momento en televisión anunciaron
que harían un minuto de silencio en homenaje a las víctimas que
perdieron la vida en el Festival Roskilde el día anterior. Esa fue
la primera vez que los Gustafsson escucharon sobre el accidente
y en ese momento la pareja lo comentó con la distancia de estar
hablando de una tragedia ocurrida en algún lugar muy lejano.
Durante el día, Birgitta se quejó por haber telefoneado varias
veces a su hijo sin obtener respuesta, mientras Ebbe y Sandra,
que también estaban en casa, se ocupaban tranquilamente de sus
cosas. Con el correr de las horas, Birgitta trató de contactarse con
algunos de los padres de los amigos de Kalle, pero no tuvo suerte.
Aparentemente, nadie sabía dónde se encontraba Kalle.
A las once de la noche, alguien tocó repentinamente la puerta.
Cuando Birgitta abrió, del otro lado se encontró con el religioso
de la iglesia Brunnsparkkyrken, Daniel Alm, acompañado de las
madres de dos de los amigos de Carl-Johan y ambas lloraban
desconsoladamente. El sacerdote, amigo personal de la familia,
no quiso seguir prolongando el tormento de los padres y les
comunicó con mucho tino, pero de forma directa, que Carl-Johan
había fallecido y que —hasta ese momento— era una de las ocho
víctimas del Festival Roskilde.
Tres años y medio más tarde, Birgitta y Ebbe se veían más
calmados y compuestos, mientras, una vez más, recordaban el
peor momento de sus vidas. Birgitta quedó paralizada al escu-
char las palabras de Daniel Alm, se quedó petrificada y en ese
momento fue incapaz de comprender lo que le acaban de decir,
al tiempo que Ebbe y Sandra se derrumbaron en el piso gritando.

143
Los siguientes días fueron irreales para la familia. Entre los
remordimientos más profundos, los sentimientos de culpa y la
agresiva presencia de la prensa, intentaron lidiar con el dolor.
La familia tuvo que enfrentar la difícil y triste situación de
tener que conseguir un lugar donde dejar descansar a su hijo y
tramitar el funeral. El dolor caló hondo en la familia, aunque reci-
bieron gran apoyo de sus amigos y de la iglesia, en particular del
cura Daniel Alm, quien hizo lo que estuvo en sus manos para
ayudar a la familia a enfrentar la terrible situación.
Pronto Birgitta comenzó a tener problemas para dormir. No
estaba en condiciones de trabajar y a menudo rompía en llanto
sin control. Era como caer al vacío, explicaba. Ebbe estaba más
calmado y compuesto, a pesar de la tremenda dificultad de tener
que aceptar la pérdida de su hijo. El dolor enfermó a Birgitta y, en
una de sus crisis nerviosas, debieron llamar a una ambulancia ya
que de un momento a otro su cuerpo se paralizó.
Después de esta crisis, Birgitta comenzó a trabajar una cuarta
parte de lo que lo hacía antes de la tragedia. Ahora trabajaba en
una tienda de artículos para oficina, pero sólo en la parte adminis-
trativa. No quería tener ningún contacto directo con los clientes
y gradualmente comenzó a rechazar todo tipo de contacto con
otras personas. Leía todo lo que encontraba en relación al acci-
dente, lo que a veces la hacía sentir mucho peor. Ebbe conservó
su trabajo, pero se cambió al servicio de alarmas para que Birgitta
no tuviera que pasar tanto tiempo sola. Ebbe era quien mantenía
unida a la familia, pero también había perdido la alegría de vivir.
El verano del año 2000 pasaba lentamente y el 21 de agosto,
día en que Carl-Johan habría cumplido 21 años, sus amigos
organizaron un concierto-homenaje en Joenkoeping, donde
participaron varias bandas locales. Como una especie de terapia,
Birgitta comenzó a trabajar en los planes para decorar la cabaña
que la familia había planeado adquirir ese otoño. Mientras
hurgaba entre sábanas viejas y manteles, para su gran sorpresa,

144
encontró el diario de vida de Carl-Johan y sintió la necesidad de
leerlo inmediatamente. Las palabras que allí encontró le cayeron
como un rayo: Ayer leí un libro sobre el paraíso. Todo va a estar bien
en un par de años más, cuando me encuentre con Jesús, escribió Carl-
Johan en su diario el mes de mayo de 1998. Birgitta siempre había
presentido que no tendría a su hijo para siempre y Carl-Johan, a
pesar de su amor a la vida, aparentemente también sabía que su
tiempo en la Tierra era limitado.
Después de seis meses, el único contacto que la familia había
tenido con el Festival Roskilde eran las flores que les enviaron el día
del funeral de Carl-Johan. El hasta ahora tranquilo Ebbe Gustafsson
se puso furioso cuando en una entrevista leyó que Leif Skov hizo
hincapié en la importancia del contacto personal con los familiares
y añadió que había estado personalmente en contacto con todas
las familias. Ebbe consiguió la dirección de Skov y le envió un
agrio mensaje. Y Leif Skov respondió rápidamente. Resultó que la
organización del festival había escrito a la familia, pero sin suerte. La
única vía legal que el festival tenía para contactar a las familias era
a través de la policía. Entonces la policía había enviado la carta a la
dirección de Carl-Johan en Joenkoeping. Pero la familia Gustafsson
nunca recibió esa carta. Luego de haber hecho el contacto, Leif Skov
se ofreció a coordinar una reunión, siempre y cuando ellos quisieran.
Para la familia, el Festival Roskilde representaba el monstruo horrible
que le había arrebatado a su hijo, y el rostro público de ese monstruo
era Leif Skov. Pero a pesar de las dudas, del dolor y los sentimientos
de odio, la familia estuvo convencida —aunque resultó ser más fácil
en la teoría que en la práctica— que el perdón y la reconciliación era
la única solución.
Luego de una cuidadosa discusión acerca de la propuesta de
Leif Skov, en enero de 2001 Ebbe y Birgitta invitaron al líder del
festival a su casa en Tranås. Sandra, la hermana de Kalle, no se
sentía emocionalmente preparada para participar de la reunión,
así que no lo hizo.

145
Leif Skov tocó a la puerta a la hora exacta en que habían acordado
la cita. La impresión de los Gustafsson fue de un hombre humilde
y servicial. Cargaba fotos del memorial en el lugar del festival, les
habló acerca de la tragedia, el proceso de seguridad y de cómo su
hija era hostigada en la escuela por la posición de su padre. Daniel
Alm también estuvo presente ese día y a menudo intervino en
favor de la familia. Le dijo a Leif Skov que los Gustafsson, como
buenos cristianos, deseaban la reconciliación. Ebbe se disculpó por
las duras palabras del mensaje que le había enviado anteriormente
y Leif Skov aceptó las disculpas compresivamente. Más tarde,
los Gustafsson le enviaron un mensaje a Leif Skov, en donde le
expresaron su profundo agradecimiento y comprensión por su
propio dolor. Le dijeron que, desde ahora, él y su familia también
estarían en sus oraciones.
Cuando nos reunimos con Ebbe y Birgitta en noviembre de
2003, me enfatizaron que la reunión con Leif Skov había sido
crucial para sobrellevar de mejor forma el duelo. Más tarde, el
festival donaría 50 mil coronas danesas para las actividades de
los jóvenes de la iglesia, algo que los Gustafsson habían solici-
tado. Ebbe me pidió que le enviara sus saludos a Leif Skov si me
reunía con él. Lo hice un año y medio después.
Durante los primeros seis meses después de la tragedia,
Birgitta y Sandra vivieron sus duelos de forma muy dolorosa.
Ebbe, en tanto, había reunido todas sus fuerzas para evitar que
la familia se desintegrara por completo. Pero en la primavera del
año 2001 no pudo seguir soportándolo.
Perdió diez kilos. El otrora hombre atlético, ahora tenía
problemas respiratorios hasta para correr distancias cortas.
Sabía de catástrofes humanas, puesto que era un bombero física
y psicológicamente experimentado, pero esta vez era diferente:
la tragedia llegaba a su propio hogar. Ebbe ya no disfrutaba de
sus vacaciones esquiando con sus amigos, despertaba gritando
en medio de pesadillas y, finalmente, terminó por colapsar

146
psicológicamente. Sufrió problemas cardiacos y se le concedió
licencia médica, pero la situación no mejoró y fue hospitalizado.
Por esa época conoció a Ronny, el cura que se convertiría en su
guía espiritual y la persona crucial para Ebbe en la lucha por
superar el duelo.
El tiempo pasó lentamente y las cosas fueron mejorando en
forma gradual. A pesar de que todavía había días en que el dolor
presionaba con fuerza sobre sus hombros, el apoyo de su familia,
amigos, la iglesia, los más cercanos, su fe cristiana, que aseguraba
que algún día se reunirían con Carl-Johan en el cielo, y la voluntad
de perdón y reconciliación, hacían la vida un poco más fácil de
llevar para los Gustafsson. No obstante el agobiante dolor, consi-
guieron encontrar motivos para seguir viviendo. Reforzaron su
amistad con las familias de las otras víctimas suecas, asimismo
se contactaron con otra familia sueca que había perdido a su hija
en el accidente del barco Estonia, el año 1994, un barco de pasa-
jeros que naufragó una noche en las afueras de Suecia, donde 852
personas murieron ahogadas. Dicha familia ahora estaba encar-
gada de dar conferencias acerca de cómo vivir el duelo y cómo
superarlo.

Después de Suecia
Dijimos adiós a la familia Gustafsson y nos entregaron, entre
otras cosas, un ejemplar del libro Después de Roskilde, de la crisis a
la reconciliación, la historia que Ebbe y Birgitta relataron al escritor
Jonathan Sverker.
Volvimos al automóvil con una sensación reconfortante en el
cuerpo y en el alma, a pesar de la historia brutal que acabábamos
de oír. Reunirnos el mismo día con dos de las familias que habían
enfrentado esta crisis de forma tan diferente fue chocante. Del
mismo modo, pensar en el rol que cumplieron en el accidente
Leif Skov y el Festival Roskilde, resultaba una pregunta difícil de
contestar.

147
El día siguiente, Stone tomó un vuelo de Joenkoeping a
Copenhague y desde allí a Billund, en Jutland, Dinamarca, donde
se reunió con la familia Tonnesen. Liz y yo, en tanto, viajamos en
auto hasta Copenhague. Antes de dejar a Stone en el aeropuerto,
tomamos un pequeño desayuno en un café de las cercanías y ahí
aprovechamos de leer los titulares de algunos periódicos. En uno
de ellos venía un pequeño artículo acerca de uno de los conocidos
escándalos de Courtney Love. Stone sonrió con ironía y dijo que
no la conocía personalmente, pero que imaginaba lo difícil que
debía ser habitar ese cuerpo.
Nuestra conversación retornó al tema Pearl Jam y la falta de
singles en los últimos años. Stone me preguntó cómo le había ido
al single “Love boat captain” en Escandinavia. No pasó nada, hasta
donde sé, le contesté. Stone, aparentemente satisfecho, remató que
la era de los singles de Pearl Jam había concluido.
Me reuní con Liz y Stone al día siguiente. Stone se manifestó
alegre por el encuentro con la familia Tonnesen. La conversación
se había alargado tanto que terminaron pasando la noche en un
motel en las cercanías de Varde en lugar de volver a Copenhague,
como lo habían planeado. Stone me contó en ese momento que,
de todas maneras, volvería a reunirse con la familia, sobre todo si
la demanda en contra de Roskilde acababa en Tribunales.
Más temprano, esa misma mañana, Stone y Liz recibieron la
visita de los amigos de Leo, Asbjoern y Dorte Palle de DR (Radio y
Televisión Nacional Danesa). A pedido de Dorte, me había contac-
tado con Stone antes de que éste partiera a USA para consultarle
si podían dejarla filmar algunas de las reuniones, específicamente
el encuentro con los amigos de Leo. Una petición difícil, pensé,
pero anteriormente Dorte me había ayudado mucho, por lo que no
me negaría sin al menos intentarlo. Nada se pierde con preguntar,
sugirió Dorte desde su óptica periodística. Si no lo haces, cierta-
mente, nada ocurrirá, dijo, además ellos siempre tienen la oportu-
nidad de decir que no. Le envié la dirección del correo electrónico

148
de Dorte a Stone con las mejores recomendaciones. Pero Stone no
aceptó la propuesta, sin embargo, expresó gran respeto por Dorte y
su trabajo, agregando que le gustaría mucho conocerla en persona.
El propósito de la reunión en Copenhague eran las preguntas
que Dorte le haría a Stone, pero para sorpresa de la periodista de
DR, rápidamente los roles cambiaron. Stone tenía un sinnúmero
de preguntas para Dorte. Más tarde, ella recordó lo siguiente:
—Asbjoern y yo bajamos a desayunar al restaurant del hotel San
Petri. Asbjoern estaba visiblemente nervioso porque iba a reunirse con
uno de sus ídolos, pero el ambiente pronto se relajó. Inmediatamente
sentí que Stone y Liz eran dos personas muy simpáticas y agradables,
pero también me sentí muy sorprendida de que Stone no estuviera al
tanto sobre un montón de información del accidente. Tenía muchas
preguntas para mí, porque yo había entrevistado a más de cien personas,
de las cuales la mayoría habían asistido al concierto. Stone estaba muy
interesado en conocer mi opinión sobre si el público sentía que, en
parte, Pearl Jam tenía alguna responsabilidad en el accidente o de si la
cantidad de drogas y alcohol habían influido en el desenlace. Le respondí
que ninguna de las personas con las que había conversado, hasta ahora,
atribuía a Pearl Jam la responsabilidad del accidente, pero que algunos
jóvenes se habían visto afectados por un sentimiento de culpa. De todas
las personas que entrevisté, sólo una de ellas había actuado como “héroe”
en el estilo clásico, es decir, una persona rápidamente se percató de lo que
estaba sucediendo y comenzó a ayudar a la gente a salir de la multitud.
Varios habían conseguido llegar al frontis del escenario, surfeando sobre
las cabezas de los demás o empujando. Otros contaban cómo en algún
momento sentían haber estado parados sobre un saco de papas o de
alguna cosa blanda, mientras otros observaban con impotencia cómo la
gente estaba muriendo aplastada. Más tarde, muchos se culparon y se
preguntaron cosas como: “¿Actué como un egoísta al preocuparme sólo
de salvarme a mí mismo?”; “¿podría haber hecho algo que salvara la
vida de otras personas?”; “¿por qué no me di cuenta antes de lo serio de
la situación?” y así sucesivamente, explicó la periodista.

149
Al conversar con Dorte, un año y medio más tarde, me habló
sobre lo duro que había sido contarle a Stone todas esas horribles
historias, incluso llegó a pensar que él jamás lo superaría, pero no
fue el caso:
—Me detuve varias veces para comprobar si debía continuar,
pero Stone seguía asintiendo con la cabeza y haciendo preguntas. Le
conté acerca de una joven muchacha a la que había entrevistado, ella
había quedado profundamente traumatizada por su propia reacción al
momento del accidente. Había asistido al concierto junto a una amiga,
pero cuando de pronto todo se volvió caótico, ella sólo pensó en escapar y
protegerse en un lugar seguro. Haciendo grandes esfuerzos, finalmente
consiguió escapar de la multitud. Sólo cuando estuvo fuera de peligro,
empezó a preocuparse por su amiga. Muchos de los afectados estaban
sufriendo el mismo tipo de trauma.
Le conté a Stone que las autopsias de los fallecidos indicaban que la
cantidad de alcohol y drogas era bastante limitada, algo que, para mi
sorpresa, él no sabía. También le conté que, de acuerdo con mis investi-
gaciones, las primeras víctimas habían fallecido durante “Better Man”.
Le manifesté mi agradecimiento y simpatía por viajar hasta acá y le
hablé de lo mucho que su gesto significaba para las familias y amigos;
asimismo, le hice notar lo importante que era, a pesar de su estatus de
estrella de rock, que se hubiese mostrado ante todo como un personaje
humilde, sencillo y muy centrado. Algo que pude comprobar directa-
mente al ver la expresión de Asbjoern, quien estaba sentado junto a mí.
Tuvimos una reunión muy positiva, con sólo una pequeña cosa que
lamentar. Stone dijo que si hubiese sabido que todo iba a salir tan bien,
no se hubiese opuesto a que yo participara de la reunión y llevara una
cámara fotográfica conmigo.
“Lo sabía”, pensé en mi interior, pero así era como tenían que
ser las cosas.

150
De vuelta a casa
La agenda de Stone estuvo llena hasta el último día. Se reunió con
Tyge Trie y le ofreció dos testigos en caso de un posterior juicio y,
a su vez, le explicó lo que había visto y experimentado la noche
en que ocurrió el accidente. Culminando su estadía en Escan-
dinavia, Liz y Stone volvieron a cruzar la frontera hacia Suecia,
pero sólo hasta Malmoe y para encontrarse con Gert Thuresson
y su familia. Cenaron en casa del padre de Fredrik junto a dos
de sus hermanos y a la esposa de uno de ellos. Fue una velada
placentera y muy positiva. Gert Thuresson se veía bien, a pesar
de todo lo que había debido pasar durante el último tiempo.
Además de lo que la familia Bondebjer le había contado, Gert
Thuresson le dijo a Stone y a Liz que los periodistas habían acam-
pado frente a su hogar durante días después de la tragedia y que
cada vez que aparecía alguna noticia sobre el Festival Roskilde en
los medios suecos, venía acompañada de una fotografía de su hijo
menor del tamaño de la pantalla.
Stone nunca llegó a conversar ni con Leif Skov ni con el inspector
de policía a cargo de la investigación, pero se sentía tan satisfecho
de haber hecho este viaje, que aventuró la posibilidad de retornar
a Escandinavia con la banda completa dentro de los próximos seis
meses. Le dije que si él o cualquier otro miembro del grupo deci-
dían volver, haría lo que fuese necesario para localizar y pudieran
reunirse con las dos familias de las víctimas (Marco Peschel, de
Alemania y Frank Nouwens, de Holanda) con las cuales ni Stone
ni Pearl Jam habían podido contactarse. Stone estaba muy entusias-
mado con la idea, pero acordamos que yo no haría nada hasta que él
me informara de cómo y cuándo la banda retornaría a Escandinavia.
Durante esa semana traté de retomar mi trabajo en la oficina
de GAFFA en Copenhague. De hecho, me encontraba allí el día
en que Liz y Stone volvieron a su país. Antes de seguir su camino
hacia el aeropuerto, hicieron un recorrido turístico alternativo,
en una parte de la zona de Vesterbro, donde se ubica GAFFA.

151
Como se hallaban en las cercanías, Liz y Stone se aparecieron por
mi oficina. Allí también había otros fanáticos incondicionales de
Pearl Jam, por lo que Stone tuvo que firmar algunos autógrafos y
contar algunas anécdotas sobre sus conciertos. Por cierto, Stone
andaba bastante perdido en cuanto a dónde y cuándo Pearl Jam
había actuado y se equivocó en varias de las fechas de los espec-
táculos.
La pareja volvió a agradecerme por mis esfuerzos y yo sólo
pude repetirles que Pearl Jam, Roskilde y el accidente también
eran parte de mi historia y que mis esfuerzos eran tanto por mi
propio bien como por el del resto de los involucrados. Al cruzar la
puerta de salida, Stone me entregó un sobre y sonriendo añadió:
Esto te puede ser útil. El sobre contenía una giftcard de Fona (cadena
de tiendas de computadores y CD) por 13.300 coronas danesas, el
precio exacto de un iBook nuevo: el mío había dejado de funcionar
pocos días antes.

Juicio o demanda
Después de los agitados días junto a Liz y Stone, recibí varios
saludos de las personas que habíamos conocido. Sven Anders
Bondebjer nos volvía a agradecer haberlo visitado y quería saber
si habíamos tenido noticias de Tyge Trier, además, me informó
que la próxima vez que estuviera en Copenhague me buscaría.
También me llamó Eunice Tonnesen para contarme que la familia
estaba muy conforme con la visita de Stone y en Navidad recibí
el ramo de flores más grande que alguna vez haya visto con los
saludos cariñosos de la familia Gustafsson de Tranås.
En el Festival Roskilde del año 2004, me encontré con el amigo
de Leo, Asbjoern Grimm. Mirándome a los ojos me dijo que él y
sus amigos, antes de la reunión con Stone, consideraban supe-
rado el duelo, pero que pronto descubrieron que no era así, que
fue justamente la visita de Stone la que les dio la paz en una forma
más íntegra. Asimismo, Stone me envió varios mensajes donde,

152
entre otras cosas, me expresó su felicidad y satisfacción con los
resultados de su viaje y de la correspondencia que estaba mante-
niendo con varias de las familias y sus más cercanos.
Durante el verano del año 2004, la acción legal que se entabló en
contra del Festival Roskilde recibía nuevamente la atención de los
medios. El Ministerio Público había determinado anteriormente
que no se podía establecer la responsabilidad legal por el acci-
dente, sino que éste había sido el resultado de una combinación
de coincidencias y circunstancias desafortunadas. Sin embargo,
el Condado del Estado de Roskilde había decidido garantizar el
apoyo legal gratuito a la familia Tonnesen en su demanda civil
contra el festival, al igual que otras cuatro parejas de padres de
las víctimas, en un caso paralelo y representados por Tyge Trier.
A través de su abogado, Bruno Maanson, el Festival Roskilde
rechazó la petición la primavera del año 2004, basándose en los
argumentos de que los padres podían ser indemnizados econó-
micamente sin tener que ir a la Corte. Por lo que, desde su punto
de vista, la demandan resultaba irrelevante.
Sin embargo, para la familia Tonnesen se trataba de un asunto
de principios, no se trataba netamente de un asunto privado, pues
prevalecía en ello el interés del público de tener un fallo judicial
que estableciera si era posible o no determinar responsabilidades
en un accidente de este tipo. Unos pocos meses antes de reunirse
con Stone, los Tonnesen habían recibido un cheque con la suma
de 40 mil coronas danesas como compensación legal, pero devol-
vieron el cheque al festival a través de su abogado.
La posición de Trier estaba a la par con la de la familia
Tonnesen. En vista de la decisión del Ministerio Público, escribí
una nueva historia en la revista GAFFA sobre el caso. En el artí-
culo, Tyge Trier, entre otras cosas, dijo:
—Es una señal positiva que al fin podamos seguir adelante con
este caso. Esta ha sido la única vía posible, ya que el Festival Roskilde
ha rechazado todos mis intentos de establecer un diálogo entre ambas

153
partes. La Corte podrá confirmar que el festival debe pagar por los daños
y ofensas causados. El objetivo principal de este caso es establecer que
el Festival Roskilde reconozca que tiene una responsabilidad legal por la
falta de seguridad que se tradujo y derivó en el accidente.
Al mismo tiempo, me puse en contacto con el vocero oficial del
Festival Roskilde, Esben Danielsen, quien comentó lo siguiente:
—Queremos participar de todas las formas posibles para que esto
arroje luces y aclare el accidente del año 2000. Por eso esperaremos la
respuesta a estas demandas por parte de las autoridades pertinentes.
Pero creemos que estos casos deben mantenerse dentro de las personali-
dades jurídicas y no a través de la prensa.
En el mismo artículo, en representación de Pearl Jam, Stone
Gossard expresó su satisfacción por el hecho de que sería la Corte
quien establecería la responsabilidad legal del caso.

Vote for change – Vota por el cambio


Una parte significativa del debate público en Estados Unidos en
2004, estaba enfocada en las elecciones presidenciales.
Rara vez —o tal vez nunca— tantos músicos famosos se habían
dedicado a promocionar un candidato a presidente o, mejor dicho,
a rechazar a su oponente. Por iniciativa de Pearl Jam, entre otros
célebres adherentes, la organización Vota por el cambio vio la luz un
día de octubre del año 2004 a través de una caravana musical itine-
rante con el sólo propósito de tener a John Kerry y no a George
W. Bush en la presidencia. Incluía, además, recaudar fondos para
la inscripción de votantes y mantener la base de la organiza-
ción America Coming Together, grupo de interés que establecía
debates, organizaba reuniones de votantes y escribía cartas a los
editores, entre otras actividades políticas. Aunque, como se supo
más adelante, la campaña no cumplió con su objetivo principal,
pero la iniciativa y su organización causaron gran impacto.
Estuve junto a Pearl Jam unos tres o cuatro días en la fase final
de la campaña. Una experiencia lo más alejada de Roskilde y de

154
los bosques suecos que se podría imaginar, pero, a pesar de todo,
fue el lugar en donde junto a Stone Gossard reflexionamos acerca
de su visita a Escandinavia, así como también se establecieron las
directrices y se tomó la decisión de escribir este libro.
Vota por el cambio consistió, más precisamente, en seis giras
paralelas de bandas tocando el mismo día en el mismo Estado,
prioritariamente en los llamados “estados indecisos”, en donde
el margen entre demócratas y republicanos es tradicionalmente
muy estrecho. Como una gran final, todas las bandas tocaron
juntas en un solo gran concierto en pleno centro del poder ameri-
cano, Washington D. C., a sólo tres semanas de las elecciones.
Absolutamente toda la elite de la música americana estaba en
la palestra; desde el rock, rap, pop y el country. Nombres como
R.E.M., John Fogerty, John Mellemcamp, Dixie Chicks, Bonnie
Raitt, Dave Matthews Band, Jurassic 5, Pearl Jam y la primicia
absoluta, Bruce Springsteen, el gran compositor norteamericano
que durante décadas dejó que sus palabras y música hablaran
por él, esta vez rompía el silencio de treinta años, tomando una
posición política directa y específica.
Una iniciativa en la que la banda —y particularmente su
mánager, Kelly Curtis, Eddie Vedder y Stone Gossard— había
sido clave. Stone se desempeñó como el portavoz no oficial ante
los medios para la iniciativa política y colectiva más grande esta-
blecida por la música americana. Un proyecto que, a todas luces,
resultaba demasiado interesante para un periodista musical.
Estuve presente en el concierto final de Pearl Jam en Orlando,
Florida, el 8 de octubre, y tres días más tarde en La Gran Final,
en Washington D. C. Pero esta instancia también fue una buena
oportunidad para resumir todo lo relacionado al contacto con las
familias de las víctimas.
Este era mi primer concierto de Pearl Jam después del acci-
dente, un evento del que era imposible no tener una opinión en
términos de su calidad musical. Los conciertos que había visto en

155
Hawái, en 1998, eran más acogedores que fantásticos, así que, de
hecho, tuve que volver atrás, a 1996, la última vez que había visto
a Pearl Jam triunfante. Por la misma razón tenía mis dudas sobre
si la banda sería capaz de revivir su antiguo nivel, pero mis preo-
cupaciones se desvanecieron rápidamente esa noche en Florida.
Al principio, mi asistencia estaba en duda. Stone me había
asegurado que conseguiría entradas para mí, pero no me había
especificado dónde y cuándo debería pasar a retirarlas. Y, estando
de gira con conciertos diarios, actividades políticas y conferencias
de prensa, Stone no era precisamente un tipo fácil de contactar.

Florida
Mi viaje tuvo un comienzo desafortunado, debido a múltiples
retrasos y a un taxista distraído que me dejó en el hotel equi-
vocado. Arribé a mi habitación alrededor de las cinco de la
madrugada de ese día. Combinado con el cambio de horario,
esta situación se traducía en que al día siguiente mi capacidad
de pensar y reflexionar se encontraría seriamente dañada. Sin
embargo, concluí que todo saldría bien, ya que el hotel estaba en
la misma avenida que el recinto del concierto. Sólo que había olvi-
dado un pequeño detalle: las avenidas estadounidenses pueden
llegar a ser infinitas, como era este caso. No había entradas para
mí en la recepción del hotel y cuando finalmente pude localizar el
lugar del evento, al día siguiente, me informaron que las entradas
VIP estarían disponibles sólo momentos antes del comienzo del
show. En todo caso, fue una gran experiencia compartir con la
muchedumbre en las afueras del lugar. Una temperatura aproxi-
mada de veinte grados no estaba mal para una tarde de octubre,
teniendo en cuenta los estándares escandinavos a los que estaba
acostumbrado. Mucho antes de comenzar el concierto, ya todos
se preparaban para iniciar la fiesta. Tres estaciones radiales
transmitirían en vivo el evento y un número de agitadores polí-
ticos y otras organizaciones estaban presentes. Mi temor sobre

156
si la popularidad de Pearl Jam iba en descenso desapareció. Me
encontraba entre fanáticos incondicionales de la banda. Creo que
nunca en mi vida había visto una fila tan larga enfrente de los
puestos de merchandising como esas que vendían productos de
Pearl Jam y de Vote for change. Es más: esta fila era más larga que
la fila para entrar al recinto del concierto. Aproximadamente la
mitad del público usaba camisetas de Pearl Jam, tal vez unos 300
modelos diferentes, la mayoría de ellos diseñados por el bajista
Jeff Ament y su hermano. El público —un poco más joven de lo
que imaginaba— seguía llegando al Spurs Arena y yo todavía no
tenía noticias de mis entradas VIP ni de Pearl Jam. Las diez mil
entradas se habían vendido en su totalidad los días anteriores,
así que, si no las conseguía, iba a tener que recurrir al mercado
negro o volverme al hotel. Justo cuando ya comenzaba a ponerme
realmente nervioso, veo a la persona con la que había hablado
momentos antes sonriéndome y haciendo señas con sus manos.
Me entregó un sobre cerrado con mi nombre, el cual contenía una
entrada y un pase con un sticker para el backstage con las iniciales
“SG” grabadas.

Antes de la actuación de los teloneros, y mucho antes de


que Pearl Jam hiciera su aparición, en un recinto medio vacío
y mientras el público trataba de ubicar sus butacas, de pronto
escuché una voz muy familiar resonar desde el escenario. Como
a menudo hace, Eddie Vedder subió al escenario acompañado
sólo de su guitarra acústica y comenzó a cantar un tema de Cat
Stevens y luego el himno de los Beatles “You’ve got to hide your
love away”. El público gritaba desenfrenado y los demás que
estaban aún en la fila de entrada, aceleraron su ingreso. Antes de
abandonar el escenario, Eddie se dirigió al público en nombre de
la libertad de expresión y presentó a un antiguo senador republi-
cano. El senador llegó al escenario en silla de ruedas, aludiendo a
Hitler, el personaje de Peter Sellers en el film Dr. Strangelove, y se

157
adueñó del micrófono para exclamar lo patética que era esta cria-
tura llamada Eddie Vedder, y de inmediato su silla explotó en un
infierno de fulgores eléctricos. El supuesto “senador” resultó ser
Tim Robbins junto a su salvaje banda punk Gus Roberts. Luego
de los Gus, subió al escenario Death Cab for Cutie, una melancó-
lica y esotérica banda indie proveniente del estado de Washin-
gton, quienes gradualmente se han ido haciendo más populares
en los Estados Unidos. Todavía me encontraba luchando contra el
cambio de hora con la única medicina que conozco, el café negro,
y al tiempo que Death Cab hacía su retirada, de pronto las luces
se apagaron y la introducción agresiva de “Last exit” rompió la
barrera del sonido. Una sensación de éxtasis invadió inmediata-
mente el recinto. Corrí rápidamente de vuelta a mi butaca con la
taza de café en la mano, salpicándome hasta las piernas, y miré
hacia arriba. Los espacios medios vacíos de antes, ahora estaban
repletos hasta el borde. El sonido era masivo y preciso y Pearl
Jam estaba en llamas. Al igual que en el concierto Vote for change,
el show estaba dividido en varias partes. Un primer set de aproxi-
madamente doce temas, una pausa seguida por cinco o seis temas
acústicos, otra pausa, luego canciones más rockeras y finalmente
la despedida. Esa noche, junto al espíritu de su gran amigo Neil
Young, interpretaron su tema “Rockin’ in the free world”, con
DCFC y Tim Robbins, además del tradicional broche de oro:
“Yellow Ledbetter”. Cuatro días antes, el mismísimo Neil Young
había aparecido en el escenario junto a su esposa Peggy como
invitados sorpresa.
Un triunfo de rock and roll cautivante, estímulos bien articulados
para ir a sufragar, baladas atmosféricas y, de vez en cuando, verda-
deras fiestas sobre el escenario; en un momento Robbins y Vedder
comenzaron a luchar y luego Vedder, de manera muy espontánea,
invitó a bailar a la esposa de Robbins, la actriz Susan Sarandon.
El público cantó todas las canciones; conocían los versos
desde “Alive” hasta “Do The Evolution”. Pearl Jam interpretó

158
varios covers del punk pop, como “I believe in miracles”, de The
Ramones, “The american in me”, de The Avengers, y el dueto
irresistible e inevitable junto a Tim Robbins en “The new world”,
grabado originalmente por el grupo punk X. Dinámico, variado,
político y liberador rock and roll.
Uno no debería ser tan absoluto, pero ése fue uno de los
mejores conciertos que he visto en mis 28 largos años como
seguidor de conciertos de rock y, al mismo tiempo, muy repre-
sentativo de cómo Pearl Jam se ha ido convirtiendo en una banda
de conciertos en vivo. Por lo general, sus shows son de larga dura-
ción y muy variados, siempre con alguna sorpresa. Eddie puede
aparecer solo en el escenario, mucho antes de que el público haya
ingresado por completo al local del evento, los grupos teloneros o
artistas invitados pueden tocar por separado o junto a Pearl Jam.
Y, en el acto principal, pueden tocar toda la noche sin parar, inter-
pretando diferentes set list, y también incluyendo largas sesiones
acústicas. Nunca sabes con certeza qué te encontrarás ni qué
temas vas a escuchar. Hasta lo que yo sé, la banda nunca ha repe-
tido un set list en sus 15 años de carrera. Jeff Ament me comentó,
dos días después del concierto en Florida, que Pearl Jam había
tocado alrededor de cien temas diferentes en toda la gira Riot Act
y, por lo menos, sesenta temas distintos en la gira Vote for change.
Todos estos elementos hacían más entretenido y emocionante ser
un fanático de la banda y es una de las razones por las cuales
todavía cuentan con una enorme base de fans leales y de diversas
nacionalidades, los que retornan a sus conciertos una y otra vez.
Luego del concierto, me reuní con Liz y Stone (y su perro, que
los acompañaba durante la gira) por primera vez después de esos
intensos días en Escandinavia un año antes. Los dos se veían felices
y complacidos por mis cumplidos sobre lo fantástico del concierto.
Pearl Jam estaba con un calendario muy exigente, agenda copada,
pero Stone me sugirió que nos reuniéramos dos días más tarde en
Washington D.C., el día antes del último concierto.

159
Washington D. C.
Acepté la oferta y, después de hacer unas horas de turismo por
cuenta propia, dando vueltas por el Capitolio y otros lugares de
interés en Washington, me dirigí al The Mandarin Oriental, mi
hotel, donde R.E.M. y otros prominentes artistas también estaban
alojados. Fui contactado por el antiguo mánager de la banda,
Mark “Smitty” Smith, a quien recordaba claramente desde aque-
llos días en España, el año 96, y quien además acostumbraba
jugar tenis con Stone mientras la banda andaba de gira. Todos
los miembros del grupo estaban allí, Eddie Vedder dormitaba en
un sillón, pero al verme fue sonriendo hacia mí y dijo que por
supuesto que me recordaba. Apuntó a su cuello diciendo “te
daría un gran abrazo si no fuera por ‘esto’”. Pero nunca supe a
qué se refería con “esto”, probablemente se trataba de una gripe
o algún dolor por culpa de la lucha que había tenido la noche
anterior con Tim Robbins sobre el escenario. Stone y Liz también
estaban allí, acompañados de una pareja mayor de nativos ameri-
canos miembros de una ONG, cuyo nombre no recuerdo. Ellos
no habían estado nunca en Washington, me dijo Stone, así es que
él decidió invitarlos a pasar el fin de semana con todos los gastos
pagados.
Más tarde partimos en dos automóviles al gigantesco MCI
Center, en donde Pearl Jam tocaría al día siguiente. Conversaban
de si tocar o no el tema “Bushleaguer”, el cual incluye el verso He’s
not a Leader, he’s a Texas leaguer (Él no es un líder, es un jugador de
la liga de Texas). A todas luces, un tema altamente controversial
y que había causado furor cuando Eddie se puso una máscara
con la cara de Bush y luego la colgó sobre el micrófono durante
el concierto de inauguración de la gira Riot Act, en Denver, el
año anterior. En ese momento, Eddie Vedder tenía mucho interés
en interpretar el tema en Washington D. C., dijo Stone, pero no
estaba totalmente convencido de la idea.

160
Luego de un viaje corto y placentero, nos dirigimos al came-
rino de Pearl Jam. Pasamos por habitaciones con los letreros
“R.E.M. 1”, “R.E.M. 2”, “Dixie Chicks”, “Dave Matthews Band”,
“John Fogerty”, entre otros. Y desde el escenario pudimos escu-
char a Michael Stipe: R.E.M. realizaba su prueba de sonido.
En el camerino de Pearl Jam quedaba bastante tiempo para
entablar pequeñas conversaciones con los diferentes miembros
de la banda, y nuevamente tuve la sensación de que si te habían
dado la bienvenida una vez, la puerta al corazón de Pearl Jam
siempre estaría abierta. Mike McCready, el miembro de la banda
que ha tocado más de cerca las trampas del rock and roll, proba-
blemente nunca había lucido mejor. Me saludó con una gran
sonrisa y dijo con ironía: Hey, chicos, miren: Henrik está aquí, como
un director de circo presentando a la gran sensación del show.
Smitty se me acercó y amablemente me dijo que cualquier cosa
que necesitara, sólo debía avisarle. Nicole Vandenberg también
estaba allí y aproveché de consultarle algunas cosas prácticas
para el artículo que estaba escribiendo sobre Vote for change. Ella
me entregó el número telefónico y la dirección electrónica del
organizador de la gira y me aconsejó que mencionara su nombre
y que dijera que era amigo de la banda. Jeff Ament resultó ser
igual de conversador que yo y me contó acerca de su último
trabajo de diseño gráfico para la gira Vote for change y que tenía
un mal presentimiento sobre el resultado de la elección. Hacia el
final de nuestra charla, me hizo comentarios muy buenos acerca
de David Beckham y Neil Young. Según el bajista, este último se
había robado el show la semana anterior junto a su esposa Peggy.
Eddie Vedder también se mostró amigable y muy atento y
me preguntó si iba a asistir al concierto del día siguiente. Luego,
Stone le presentó a sus amigos nativos de Estados Unidos, a
quienes Vedder saludó de una forma amigable y humilde. Un
hombre se aproximó a Eddie y le acercó una fotografía ampliada,
la cual el vocalista de Pearl Jam recibió con gratitud y entusiasmo.

161
La gente alrededor también comenzó a comentar la fotografía de
la misma manera. Y como Vedder no es el hombre más alto del
mundo, aproveché yo también la oportunidad para darle una
mirada por sobre su hombro. Era una foto en blanco y negro de
Eddie Vedder junto a Bruce Springsteen abrazados frente a la
Casa Blanca. Parece el tipo de retrato típico de Anton Corbijn o
tal vez de Danny Clinch. No reconocí al holandés que tomó la
foto, pero a juzgar por la conversación y la reacción de los demás,
al parecer también se encontraba allí. Más tarde traté de localizar
la fotografía, ya que me pareció una buena idea proponerla como
portada del siguiente número de la revista GAFFA, pero nunca la
conseguí.
Aún restaba tiempo para que comenzara la prueba de sonido
de la banda y Stone me preguntó si estaba interesado en realizar
una entrevista oficial. Conversamos largo rato acerca de Vote for
change y Pearl Jam y, extraoficialmente, comenzó el proyecto que
luego tomaría la forma de este libro.
Stone me explicó que la idea de Vote for change había emergido
como iniciativa de varias bandas que, en forma independiente,
deseaban contribuir de manera activa a la campaña presidencial,
y que el proyecto empezó a tomar forma para Pearl Jam luego de
que su mánager, Kelly Curtis, les informara que Bruce Springs-
teen también participaría.
Stone era de la opinión de que ya no existía ninguna iniciativa
parecida por parte de otros músicos estadounidenses en apoyo
al partido Republicano y que Vote for change era una expresión
genuina y representativa de la oposición general que existía hacia
George W. Bush. Ante la pregunta de si los compromisos polí-
ticos y filantrópicos de la banda estaban poniendo en peligro la
existencia del conjunto, éste respondió:
—Es realmente un arte ser capaz de conjugar nuestras ideas artís-
ticas y hacer de algunos aspectos políticos una parte de todo eso. Pienso
que Eddie, dentro de su fanatismo, es capaz de escribir canciones que,

162
siendo muy políticas, de todas maneras vienen directo del corazón. De
un lugar muy real e inmediato, sin ánimo de sermonear o ser grandi-
locuente. Creo que es capaz de conmover a otras personas y ayudarlas
a comprender y enfrentar situaciones y escenarios que ni siquiera se
imaginaban que existían. Él también es capaz de sorprenderte y la banda
todavía puede rockear. Tú mismo presenciaste un buen concierto antes
de ayer y, por lo mismo, nadie puede acusarnos de ser unos políticos si
todavía somos capaces de hacer eso; se trata principalmente de pasarlo
bien, liberar energías y vivirlo de una manera impredecible.
Luego de un par de palabras acerca del próximo álbum Pearl
Jam Greatest Hits y sobre el trabajo que demandó, además de las
actividades de la próxima gira, Stone dijo que aún era impor-
tante para todos los miembros de la banda regresar a Dinamarca
y volver a establecer el contacto con ese público. Aproveché el
cambio de tema para preguntarle algo en particular: contraria-
mente a muchas otras bandas del mismo nivel e incluso de un
nivel más bajo en popularidad, aún no se ha escrito la biografía
de Pearl Jam. Sólo un número limitado de títulos se han publi-
cado y la mayoría de ellos basados en fuentes de tercera mano,
como el que incluye comentarios del antiguo baterista, Dave
Abbrussese, quien a menudo estaba en desacuerdo con Eddie
Vedder. Pero lo cierto era que no existía ninguna biografía oficial
de la banda. Le planteé la idea de escribir algo juntos sobre la
historia reciente, con especial énfasis en la relación de la banda
con sus fans, su esfuerzo por las acciones humanitarias y todo lo
que había ocurrido antes y después del Festival Roskilde. Recibí
la siguiente respuesta:
—Nunca hemos deseado que se escriba una biografía oficial de
nuestro grupo con declaraciones y cosas por el estilo, y todavía seguimos
pensando lo mismo. Pero lo que sí creo que sería interesante de leer
es tu propia interpretación de todo lo que ha pasado. De esta manera
no seríamos nosotros quienes estaríamos poniéndole un nombre a un
artículo o un libro, pero sí nos gustaría leer tu interpretación y las

163
experiencias vividas, basadas en lo que ha pasado y lo que hemos vivido
juntos. Creo que eso sería súper interesante, hay una historia impor-
tante que contar. Realmente aprecio tu discreción durante el curso de
los acontecimientos pasados, lo que también ha sido importante para las
familias de las víctimas. Y en realidad esperaba que escribieras algo en
algún momento. Si eliges hacerlo, me gustaría mucho contribuir con lo
que pueda.
Una respuesta ligeramente diferente a la que esperaba, pero
no menos interesante. Tenía mucho para pensar mientras buscaba
un lugar donde sentarme en esa gigantesca sala de básquetbol
donde Pearl Jam iniciaba su prueba de sonido, consistente en
poderosas canciones políticas y covers de los Dead Kennedys,
entre otras cosas.
Luego de la prueba de sonido, me reuní con la banda que se
dirigiría al Mandarín Oriental Hotel. Junto a Liz y Stone subí a
su lujosa suite, en compañía de Jeff Ament, quien alojaba en la
habitación vecina. Jeff estaba cansado, pero mencionó que tal vez
bajaría al restaurant del hotel más tarde. Liz me preguntó cómo
iba lo de la biografía, a lo que Stone se apresuró en responder:
Kashmir. Cuando la pareja estuvo en Dinamarca, el año 2003, yo
trabajaba en la biografía de la banda danesa Kashmir.
Stone me invitó a cenar junto a él y Liz, acompañados de un
amigo de Seattle y a Tim Robbins. Robbins era histéricamente
divertido y durante la cena se comportó como un verdadero
anarquista. Llevaba un traje de dudosa calidad en tan exclusivo
restaurant y hablaba muy alto sobre su insatisfacción con la
nueva política de los restaurantes que prohíben fumar; también
se refirió a la controversia en la banda de su hijo (el padre de
uno de los músicos era extremadamente pro Bush y no estaba
muy satisfecho con las convicciones políticas de Robbins) y de
la llegada de su cuñada, la hermana de Susan Sarandon, al día
siguiente. Robbins resultó ser un personaje agudo, relajado y
muy entretenido.

164
Durante la comida, Tim y Stone llegaron a la conclusión de
que el presidente Bush aparentemente se había sentido tan
amenazado por la campaña Vote for change, que tomó la decisión
de iniciar la partida de su campaña al mismo tiempo que la gira,
con el propósito de acaparar los titulares más grandes en los
periódicos locales. ¡El hecho de que un par de tipos como noso-
tros pueda asustar al Presidente es una locura!, reflexionó Stone
sonriendo.
Es el momento del gran final. Personalmente, nunca le había
puesto mucha atención a grupos como John Mellemcamp o
Jackson Brown, pero verlos en su propio terreno, por así decirlo,
fue realmente una experiencia.
En las afueras del MCI Center había un sinnúmero de mani-
festaciones —algunas más imaginativas que otras— a favor y en
contra de Bush. Reporteros de radio, televisión y diferentes perió-
dicos se paseaban micrófono en mano y tuve la rara sensación de
estar en una película de Hollywood. Parecía como si todos los
artistas hubiesen estado mentalizados para el evento, pues sus
actuaciones fueron impresionantes. La mayoría invitó a artistas
de otras bandas. Eddie Vedder, por ejemplo, fue el artista invi-
tado de R.E.M.
Me encontraba en la sección de visitas de Pearl Jam, junto
a Liz, quien se mostraba de muy buen humor. Me contó muy
emocionada que ella y Stone acababan de comprometerse en
matrimonio y yo me alegré mucho por la pareja. Además, me dijo
que Pearl Jam estaba considerando dar una gira por Europa la
primavera del 2005, gira que posteriormente fue reprogramada
debido a los atrasos en la grabación del último álbum. Stone y
Mike estuvieron sentados junto a nosotros casi todo el tiempo,
excepto cuando debieron subir al escenario. La mayoría de las
bandas tocó sus grandes éxitos, mezclados con duros comentarios
contra Bush. No así Pearl Jam, que mantuvo su irreconciliable y
dura crítica política. La banda abrió con el tema “Grievance” y

165
la frase I pledge my grievance to the flag/ cause you don’t give blood/
then take it back again (Juro mi agravio a la bandera/ porque usted
no es donador de sangre/ la da y después la quita). Siguieron en
el mismo estilo y finalizaron con el tema de Bob Dylan “Master
of War”, enfatizando la última frase: And I will stand over your
grave/ ‘till I’m sure that you’re dead (Pisaré tu tumba/ hasta
asegurarme de que estés muerto). Luego de la actuación de Pearl
Jam, continuaron Dixie Chicks y Dave Matthews Band, quienes
en parte fueron opacados por la increíble actuación de Bruce
Springsteen. Todo finalizó con todos los artistas juntos sobre el
escenario. La cultura estadounidense en su mejor momento.

166
Cuarta parte

CINCO AÑOS MÁS TARDE

El 30 de junio de 2005 se cumplieron cinco años del accidente


donde nueve jóvenes perdieron la vida durante el concierto de
Pearl Jam en el Festival Roskilde en Dinamarca. Fue un año de
conmemoración para todos los involucrados y también un tiempo
de reflexión para los familiares más cercanos de las víctimas,
quienes estaban preocupados por el resultado del juicio del acci-
dente.
La primera audiencia en la Corte del caso Tonnesen versus
el Festival Roskilde, se llevó a cabo el 8 de agosto de ese año
en Copenhague. El objetivo principal de la Corte era decidir si
existían razones legales para iniciar una acción civil por daños y
perjuicios contra el Festival Roskilde. El juez declaró más tarde
que entregaría una decisión final, a más tardar, el 8 de noviembre
de ese año.
Fui citado en calidad de testigo, puesto que el día del accidente
me encontraba al costado del Escenario Naranja y posteriormente
estuve a cargo de establecer, iniciar y mantener el vínculo entre
Pearl Jam y los familiares de las víctimas, tomando contacto con
un sinnúmero de personas clave que se vieron involucradas en
ese triste evento y así preguntarles acerca de sus opiniones, expe-
riencias, emociones y, tal vez, conclusiones cinco años después
de la tragedia.

167
Dorte Palle
Dorte Palle Jorgensen es una periodista que investigó el accidente
en profundidad, más que cualquier otra persona, lo que además
la acercó mucho a varios de los amigos de Leo. Me reuní con ella
en la oficina de la Danmark Radio un caluroso día de verano el
mes de junio, luego también durante el Festival Roskilde de ese
año, por lo que estábamos en permanente contacto telefónico. En
opinión de Dorte, el accidente en el Festival Roskilde estaba lejos
de ser olvidado y, por el contrario, se trataba de una historia muy
presente e importante:
—Creo que sería un desastre olvidar esta historia. Después del acci-
dente, quizá un par de años más tarde, se estableció que durante los
conciertos se debía poner más atención en los asuntos de seguridad y
se reconoció la necesidad de preocuparse de lo que estaba ocurriendo
alrededor. Pero me da la impresión de que estos asuntos se van olvidando
a medida que pasa el tiempo y quedan almacenados en el inconsciente
colectivo. Me di cuenta con más nitidez de aquello hace un año, cuando
acompañé a mi hija de 14 años a un concierto de Britney Spears. Esa vez
le recomendé que usara zapatillas, que amarrara su pelo en una cola y
que recordara beber mucha agua. Pero ella, evidentemente, pensaba que
me estaba comportando como una vieja histérica. Conversamos el tema
varias veces y le dije: “no te olvides del accidente del Festival Roskilde”.
Y me contestó: “¿Qué accidente?” Quedé pasmada. Desde mi perspec-
tiva, éste era un evento del cual todo el mundo tenía conocimiento, pero
ahora, cinco años después, observo que gran parte del público que asiste
a presentaciones en vivo no tiene idea de lo que allí ocurrió. Y no importa
lo efectivos que sean los procedimientos de seguridad en un concierto o
festival, los factores determinantes son que el público se preocupe de sus
semejantes y de la situación en la que se encuentran, y que sean capaces
de descifrar la señales de peligro para prevenir accidentes similares en
el futuro. Es al público del presente y del futuro a quienes tenemos que
concientizar. Es importante que tengan claro que siempre algo puede
salir mal y que deben comportarse en forma respetuosa entre ellos. En

168
todo caso, algunas cosas han cambiado, ya no se ve a jóvenes haciendo
el stage diving, ni buceando sobre las cabezas de los demás, explicó
Dorte a fines de junio.
Sin embargo, debí corregir su última opinión. Al comienzo de esa
misma semana, asistí a un concierto de Queens of the Stone Age en
el Vega de Copenhague, en donde un grupo de jóvenes del público
practicaba el stage diving sin consideración, a lo que Dorte agregó:
—Okey, esto sólo hace el tema aún más interesante para mí. Me
parece que es algo llamativo para un periodista. Y también me parece
importante que los responsables sean llevados a la Corte. Es positivo
que sea un tema abierto para todos y por eso estoy a favor de un litigio,
pues le entrega a los padres una verdadera oportunidad de comprender
qué pasó esa noche y de qué se trata el Festival Roskilde. Una vez dicho
esto, me parece que es tremendamente importante que no se concluya
con la idea de que el festival es algo malo, aunque sea una expresión de
las culturas jóvenes. Por la misma razón, me parece que es fantástico que
Asbjoern y Tore sigan participando del festival. Personalmente, asistiré
este año.

Festival Roskilde
No puedo asegurar que Leif Skov, el ex líder del Festival Roskilde,
haya estado presente en 2005 en el sitio que por más de tres
décadas fue su lugar de trabajo. El accidente fue un golpe duro
para este profesor de escuela, quien luchó durante casi toda su
etapa como líder del festival para que éste llegara a ser lo que es,
además de colaborar en el trabajo social juvenil.
Debido a la posición de Leif Skov respecto del accidente y sus
consecuencias, me puse en contacto con él para conversar acerca
de su quinta conmemoración y la posibilidad de un eventual
juicio en el futuro. No quiso hacer declaraciones al respecto, pero
accedió a que citáramos el siguiente comentario:
—Durante la preparación de este libro, Henrik Tuxen se puso en
contacto con Leif Skov para solicitar su opinión sobre el diálogo que él

169
mantuvo con los familiares de las víctimas y sobre sus conclusiones y
pensamientos, cinco años después del accidente.
Leif Skov no desea contribuir con ningún uso o explotación comercial
del accidente y hace hincapié en que todas las reuniones con familiares
han sido confidenciales y en un ambiente de confianza. Leif Skov desea
contribuir, como antes, a mitigar el dolor y la pena de los deudos y a un
diálogo tolerante y aclarador entre las partes involucradas.

Como Leif Skov no deseaba dar declaraciones, me decidí a


contactar a Esben Danielsen, el portavoz oficial del festival desde
que Leif Skov abandonara el Festival Roskilde en marzo del año
2002. Por iniciativa propia y muy amablemente, Esben me ofreció
acceso sin condiciones a los documentos del caso sobre el acci-
dente del año 2000, después del juicio en el Tribunal Superior el 8
de agosto de 2005. Una oferta que, finalmente, decidí no aceptar,
ya que mi objetivo, como lo señalé anteriormente, no era iniciar
una investigación exhaustiva del accidente. Por la misma razón,
Esben no tenía nada que ver con esta historia y nunca fue citado
o mencionado por los familiares ni por los miembros de Pearl
Jam en mi presencia. Pero como Esben era quien continuaba con
el legado de Leif Skov y era la persona quien representaba al
festival, le ofrecí una declaración. Le envié algunos datos sobre
el proyecto, a modo de introducción. Luego de un intercambio
de correos, Esben llegó a la conclusión de que ni él ni el festival
deseaban hacer declaraciones al respecto.

Asbjoern
Luego de varias conversaciones telefónicas con Asbjoern respecto
de la visita de Liz y Stone a Dinamarca, me encontré con él por
primera vez en el Festival Roskilde 2004. Más tarde lo volví a
encontrar, por casualidad, en el conocido recinto de conciertos
Stengade 30, en Copenhague, donde se desempeñaba tempo-
ralmente como productor de eventos. Al igual que yo, Asbjoern

170
seguía intercambiando mensajes con Stone, quien le había escrito
que tal vez viajaría a Dinamarca en julio de 2005. Asbjoern me
consultó si yo sabía algo más sobre esto. Le dije que Stone me había
escrito que planeaba un viaje a Europa por una o dos semanas
en algún momento durante las vacaciones de verano, pero que
tenía la impresión de que este viaje no incluiría Escandinavia. En
ese momento le conté a Asbjoern sobre el proyecto de este libro,
ante lo cual se mostró entusiasmado y muy dispuesto a colaborar.
Nos reunimos en el gran balcón de Stengade 30. Asbjoern tragaba
tazas de café, una tras otra, mientras sus recuerdos circulaban en
torno a su amistad con Lennart “Leo” Nielsen y su confuso final.
—Tengo sentimientos encontrados respecto al hecho de que varias de
las familias están llevando el festival a la Corte. Me temo que ninguna
de estas personas tiene presente que el festival es una parte vital en la
vida de la cultura juvenil, y de todo lo que este megaevento ha hecho y
significa para nosotros. Me parece que es realmente importante que la
gente comprenda y se enfoque en eso. Pero también pienso que la gente
del Festival Roskilde debería haber hecho un esfuerzo mayor en acercarse
a las familias de las víctimas y comunicarse con ellos de una manera
real. Sólo una semana después del accidente le escribimos un mensaje a
Leif Skov, contándole que apoyábamos al festival y que no creíamos que
ellos fueran los culpables de lo que había sucedido. Pero nunca tuvimos
respuesta y eso no me gusta. Es por eso que la visita de Stone Gossard
ha sido tan valiosa para nosotros. Es importante constatar esta preocu-
pación, saber que para ellos también significa algo. Es contradictorio,
porque en cierta forma pienso que ya lo superé y, por otra parte, me
da la sensación de que todo se vuelve a repetir en este momento que
conversamos sobre ello. Me gusta pensar que la mayor parte del Festival
Roskilde 2000 fue fantástica y que Leo, antes de morir, estaba pasán-
dolo muy bien. Todavía visito su tumba de vez en cuando y a menudo
pienso en él. Sigo participando del festival y cada año visito el memorial.
En 2001 no fue fácil; me sentía demasiado abrumado. Pero ahora se ha
convertido en una tradición, en algo que considero importante. Mi novia

171
y mis padres no lo entienden completamente, pero es importante para
mí, declaró Asbjoern.

Astrid
Astrid Roerdam Ibsen fue una de las cinco personas que llegó al
departamento de Asbjoern el día que Liz y Stone pasaron por ahí,
pero realmente no era parte del grupo de amigos más cercanos que
estaban con Leo, el niño rebelde, durante el Festival Roskilde 2000.
Le envié a Astrid varios mensajes y tuvimos conversaciones
telefónicas durante el verano del año 2005. A pesar de que ella
había roto su relación con Leo poco tiempo antes de Roskilde
2000, todavía se conmovía cuando el tema surgía. Y mientras
Asbjoern y sus amigos empacaban sus cosas para el camping en
las cercanías del Festival Roskilde, ella prefería permanecer en
casa en Amager, Copenhague.
—No puedo decir que tengo ganas de ir al Festival Roskilde. Tal
vez algún día, pero aún no. Siento que he procesado realmente lo que
pasó y no tengo necesidad de profundizar más en ello. Comprendo a
esos padres que tienen la necesidad de encontrar a los responsables del
accidente, pero eso es algo que no es tan importante para mí. Pienso que
hay asuntos donde el festival ha prometido a las familias de las víctimas
más de las cosas que puede cumplir, pero no creo que se pueda culpar
al festival como los únicos responsables del accidente. Puede resultar
liberador tener a alguien en quien derramar tu ira, pero personalmente
no tengo la necesidad de sentir rabia contra el festival.
No cabía duda de que los sentimientos de Astrid por Leo
todavía estaban muy vivos. Ello saltaba a la luz en el hecho de
que continuaba hablando sobre él en presente, aun cuando habían
pasado cinco años desde su muerte. Fue ella, tal vez, la persona del
grupo que más se conmovió con la visita de Stone Gossard:
—Cuando Tore me contó que Stone vendría de visita, no podía
decidirme a participar de la reunión. Anteriormente había recibido un
mensaje de Eddie Vedder, muy emotivo, pero cometí un error: de alguna

172
manera perdí su dirección de correo electrónico. La idea de conocer a uno
de los miembros de la banda personalmente era algo muy intenso para mí.
Al final decidí ir y resultó ser una buena experiencia. Sin embargo, me
sentí tan abrumada por las emociones, que tuve que abandonar el depar-
tamento media hora después. Espero que Stone no lo haya visto como una
respuesta negativa, porque no fue esa mi intención. Él fue muy humilde y
se veía verdaderamente afectado por lo que había pasado, y el hecho de que
nos encontráramos como amigos, a un mismo nivel, fue muy placentero y
positivo. Además, tenía muchas preguntas para nosotros.

Benita
Un día, a finales del verano de 2005, me encontraba en Århus por
una asignación de trabajo y me reuní con Benita, quien me mostró
la tumba de su hermano menor, Lennart. Hablamos del impacto
por la muerte de su hermano, el largo y difícil proceso de sana-
ción y sus pensamientos sobre el epílogo legal tan complicado.
—Como testigo de Jehová, creo que hay ciertas formas de vida que
son regidas por la Biblia. Perder a un cercano no es algo que se supera
sin dejar cicatrices, aunque tengas una creencia religiosa. ¡Recibí tanto
apoyo de los testigos de Jehová! Si tú le preguntas a personas que han
estado en crisis si hay algo en que las puedas ayudar, generalmente te
dicen que no, a pesar de que en realidad tienen una necesidad enorme
de apoyo. Los hermanos venían a cocinar para mí, lavaban mi ropa y
me consolaban lo mejor que podían. Creo que también recibí unas cien
cartas de apoyo de personas muy diferentes, incluyendo un gran número
de personas que no conocía. Pero a pesar de todo ese apoyo, inexplica-
blemente mi salud se deterioró y dos meses después del accidente me
hospitalizaron. Desperté a media noche con un tremendo dolor en los
huesos y desde entonces fui diagnosticada con reumatismo crónico en
mi columna. No sé cuál es la causa, pero se produjo durante el tiempo
del duelo, me explicó Benita, mientras sus recuerdos regresaban
al día en que recibió el mensaje de la suerte que había corrido su
hermano menor.

173
—La muerte de Lennart ha sido el golpe más grande de mi vida. Dos
policías golpearon a la puerta, en casa de mi madre, y le informaron lo
que había ocurrido ese sábado. Yo estaba en una fiesta, pero mi madre me
llamó por teléfono y me contó todo. No recuerdo mi reacción inmediata,
pero más tarde me contaron que sólo gritaba. Ahora que ha pasado tanto
tiempo, es extraño describir los días y horas posteriores al accidente.
Volviendo a ese momento, sentí como si hubiese estado sumergida en un
gran hoyo negro del cual nunca podría escapar. Se sentía tan extraño
que todo el mundo continuara viviendo sus vidas como siempre, mien-
tras tu propia existencia se había detenido completamente. Para mí, las
personas a mi alrededor eran como fantasmas a los que no me atrevía
a acercarme. Todos los titulares eran acerca del accidente en Roskilde;
para la mayoría de la gente sólo se trataba de una terrible tragedia, pero
para mí era algo que cambiaba completamente mi vida. Que alguna vez
tuviera que identificar a mi amado hermano pequeño y tenderlo frío y en
paz en su tumba con su mortaja, es algo que nunca imaginé. Algo en mi
interior se quebró y nunca podré repararlo. Sé que el tiempo lo cura todo,
pero Lennart no volverá.
Y no fue sólo la Iglesia quien le prestó apoyo a Benita, también
comprendió que necesitaba ayuda profesional.
—Decidí asistir a un psicólogo dos meses después del accidente. Mi
marido había sido un apoyo increíble. Pero algo me faltaba para ser capaz
de recuperar poco a poco el control y la estructura de mi vida. Y fui
muy afortunada de encontrar un terapeuta que fue capaz de proveerme
de las herramientas necesarias para procesar todas esas impresiones y
emociones que me eran tan difíciles de enfrentar. Era como si el primer
año debía pasar y luego de eso las cosas empezaron a mejorar lentamente.
Fue también una gran ayuda para poder manejar el sentimiento de culpa
que cargaba; de si pudimos haber hecho mejor las cosas para que Lennart
se hubiese venido a vivir conmigo… si sólo hubiésemos conseguido
decirle un par de cosas, aunque ahora es demasiado tarde para decirlas.
Para mi madre esto ha sido más duro, ella ha tenido enormes sentimientos
de culpa. Pudo usar el impacto del accidente para reordenar su vida. Se

174
deshizo de mi padrastro y consiguió relacionarse con mis hermanas, Liv
y Jennifer, de la mejor forma. Desearía que Lennart hubiese visto lo bien
que estamos ahora, a pesar de todo, y que él pudiese haber formado parte
de este proceso.
En 2005, Sharon Nielsen, la madre de Benita y Leo, fue repre-
sentada por el abogado Tyge Trier en el juicio en contra el Festival
Roskilde y apareció en el programa de televisión Soendagsmaga-
sinet, en DR1, en junio de 2005. En ese momento comentó que
un eventual reconocimiento de la responsabilidad del festival
en el accidente, a estas alturas no tenía mayor importancia para
Benita.
—No tengo la necesidad de que se encuentren culpables o respon-
sables por lo que pasó. Soy madre de dos niños pequeños y no podría
dedicarles el tiempo que se merecen si ocupara toda la energía que se
necesita para enfrentar el desenlace del juicio. Para mí lo más impor-
tante es dedicar tiempo a mis hijos. Cuando recuerdo las hermosas flores
que envió el Festival Roskilde para el funeral de Lennart, siento paz;
no los puedo imaginar como demonios. Y cuando más tarde Leif Skov
visitó a mi madre, me dio la impresión de ser una persona muy dulce y
humilde. Pero hay un montón de cosas que me dejan un sabor amargo
en la boca. Recuerdo haber tenido una reunión con un doctor llamado
Allan Horn, quien estuvo a cargo de la seguridad del Festival Roskilde.
Él había trabajado con el festival desde los años 80 y dijo que el problema
del público presionando frente al escenario había existido por décadas y
que había sido un milagro que nada serio hubiese sucedido años atrás.
Tampoco me agradó la forma en que la policía trató de disculparse.
Al comienzo sentía claramente cómo la policía trataba de culpar a Pearl
Jam; eso fue lo que nos dijeron. Seguramente eso quedó escrito en el
primer informe de la policía, porque la fuerza policial de Roskilde estaba
tratando de absolverse de toda responsabilidad. Mi familia y yo jamás, en
ningún momento, hemos culpado a Pearl Jam por lo que pasó. Personal-
mente siempre he tenido una gran simpatía por esta banda. Recuerdo que
Lennart me contó, por ahí por el año 94, que Pearl Jam había considerado

175
separarse después de la muerte de Kurt Cobain, cuyo suicidio imitaron
varios de sus seguidores y que, según Leo, la banda pensaba que ese tipo
de incidentes podían ser el resultado de tocar rock. Es completamente
diferente de cuando una banda como AC/DC continuó tocando después
de que tres personas fallecieron en los tumultos (Salt Lake City, Utah,
enero de 1991, Nota del autor). Los integrantes de Pearl Jam son
buenas personas, lo creía en aquel entonces y lo sigo creyendo ahora.

Sharon Nielsen
Un día, durante el verano del año 2005, sonó mi teléfono. Era
Sharon Nielsen, la madre de Lennart, quien estaba del otro lado
del auricular. Como habíamos acordado con Benita, Sharon me
enviaría algunas fotos de su hijo y de la familia. Luego de esto,
conversamos un par de horas y, entre otras cosas, me contó de la
época en que vivió la peor pesadilla que puede sufrir una madre,
el momento en que la policía tocó su puerta el primero de julio
del año 2000:
—Me dijeron que estaban casi seguros de que Lennart había fallecido
durante el Festival Roskilde. No llevaba identificación, pero le habían
tomado sus huellas. Les dije: eso es imposible, no puede ser él. La mañana
siguiente toda la familia se dirigió al Instituto Médico Legal y luego al
recinto del Festival Roskilde para saber con certeza qué había pasado. En
ese momento sentí a la policía demasiado reservada, tal vez para proteger
a los líderes del festival. Quería saber exactamente qué había pasado
con Lennart y cómo habían procedido ellos minuto a minuto. Pero fue
muy poco lo que me informaron. Sentí que la policía era increíblemente
insensible.
La relación entre Sharon Nielsen y las autoridades no mejoró
luego de ser contactada por las autoridades judiciales del país.
—La Corte me escribió una carta preguntándome si autorizaba una
autopsia al cuerpo de Lennart. Les dije que no, pero ellos ya la habían
practicado. Me dijeron que estaban en su derecho. No podía negarme, es
cierto, pero debieron consultarme de acuerdo a las leyes. Benita me contó

176
que se podía ver en el cuerpo de Lennart que los cirujanos le habían
cortado la parte trasera del cráneo.
El Festival me envió cartas sentidas y ese tipo de cosas, pero seguía
aborreciéndolos. Cuando me enteré del Memorial con los nueve pinos
plantados en recuerdo de las nueve víctimas, pensé que era ridículo, ya
que eso no los traería de regreso. Ahora estamos en medio de un litigio del
cual no quiero entrar en detalles, pero siempre he opinado que el Festival
Roskilde debió haber reconocido su responsabilidad en los hechos.
En un plano más privado —y también para el resto de los
familiares—, el accidente cambió su vida dramáticamente:
—He dicho que la muerte de Lennart ha cambiado mi manera de ver
un sinnúmero de cosas. En primer lugar, he dejado de ser tan cuadrada:
ahora soy capaz de aceptar las elecciones y diferencias de otras personas.
Mirando hacia atrás, veo que tal vez fuimos demasiado conservadores
y esperábamos que nuestros hijos eligiesen la fe que creíamos correcta
para nosotros. Siempre he creído que existe un Dios, no es algo que
me contaron mientras crecía, pero cuando leo la Biblia encuentro la
respuesta a todas mis preguntas. Lennart escogió la dirección opuesta
a lo que nosotros tratamos de inculcarle en su crecimiento y me costó
muchísimo entender eso. Mi hija menor, Jennifer, tiene 15 años a la
fecha. A ella también le enseñamos la palabra de la Biblia, pero es su
opción aceptarla, tal como lo fue para Lennart. Debemos aprender que
ser padres puede ser una tarea difícil.

Michael Berlin
Estaba molesto por no haber podido contactarme con Michael
Berlin, mientras Stone Gossard estuvo de visita en la ciudad. Sobre
todo porque, hasta donde yo sabía, Michael era la única persona
que no había logrado contacto ni respuesta de Eddie Vedder.
Afortunadamente, esta vez conseguí dar con él. Dorte, quien me
había hablado de Berlin, ya no tenía sus datos de contacto y ni
siquiera recordaba su nombre. Como una última solución, llamé
a la madre de Jakob Svensson. Ella contestó el teléfono y como

177
yo estaba al tanto de la decisión de la familia de evitar cualquier
exposición pública del tema, simplemente le pedí el nombre del
amigo de Jakob y nada más. Ella me dio su nombre y luego fue
fácil para mí dar con su número en la guía telefónica. Más tarde,
Michael me contaría que la madre de Jakob lo había visitado en su
lugar de trabajo para contarle que yo estaba tratando de ubicarlo.
Él le preguntó si ella tendría algún problema en que discutiera el
tema conmigo y recibió su aprobación.
Inmediatamente restablecí el contacto con Michael quien, en
retrospectiva, tenía la convicción de haber escapado sólo por
unos cuantos segundos a una muerte segura. Michael me relató
cómo este trágico evento había cambiado significativamente su
vida y su comportamiento, asimismo, me contó de las terribles
imágenes de esa noche que no había logrado hacer desaparecer y
de su molestia por el interminable epílogo legal.
—El juicio a raíz del accidente, pero sobre todo ver que hay gente
que no puede olvidar y dejarlo ir, realmente me ha molestado mucho.
¡Fue un accidente, maldita sea! ¡Estuve allí! Y como constantemente ha
aparecido en las primeras páginas de la prensa, se hace mucho más difícil
superarlo. También estuve enfadado el primer año, pero no tenía otra
opción más que aceptarlo, dijo Michael y continuó:
—La otra cosa que me ha molestado profundamente es la idea que
existe de que todos estábamos drogados. Es lo típico que me preguntan si
converso con alguien sobre el accidente. ¡Qué pregunta más insidiosa!
Es obvio que puedo hablar sólo por Jakob y por mí. Definitivamente
nunca estuvimos drogados y habíamos bebido sólo un par de tragos.
Por una parte, creo haberlo superado, pero, por otra, aún no lo he
hecho. Cada vez que hablo sobre el tema me quiebro por completo y rompo
en llanto. Aún sigo sintiéndolo de esa manera. Pero quiero ser sincero,
no tengo nada que ocultar. De hecho, me he convertido en una persona
mucho más extrovertida después de la tragedia. Lo primero que hice
después del accidente, fue visitar a todos nuestros amigos y contarles lo
que había sucedido. Sólo me cambié de ropa, ni siquiera tomé una ducha.

178
Antes del accidente, yo era más bien un tipo tranquilo, de bajo perfil, y
dejaba que todos hablaran y gritaran antes que yo. Pero ahora no tengo
problemas en ser el primero que toma la palabra. Esto es algo que cambió
en ese entonces y que luego pasó a ser parte de mi personalidad. Esta es
una experiencia que jamás podré olvidar y mientras más pienso en ello,
más me doy cuenta de lo increíblemente cerca que estuve de la muerte.
Hay dos imágenes que particularmente se grabaron en mi memoria. La
primera es la última mirada que nos dimos con Jakob, mientras yo nave-
gaba sobre las cabezas de la multitud hacia el lugar de la prensa, y la otra
es la imagen de Eddie Vedder arrodillado y llorando sobre el escenario.
Esas imágenes han quedado grabadas en mí para siempre. Son como
destellos que a menudo provocan que reviva toda la tragedia.

Tonnesen
Yo ya había conversado telefónicamente varias veces con Finn y
Eunice Tonnesen antes de encontrarme personalmente con ellos
por primera vez en Oestre Landsret, el 8 de agosto de 2005. Habían
aprendido a hacer la diferencia entre lo que era el duelo personal
y privado, la responsabilidad general y la justicia. Su punto de
vista principal era que todo esto no se trataba sólo de un asunto
privado, sino también de un hecho de interés público, de modo
que se debía conocer en quien recaerían las responsabilidades de
un accidente de tamañas dimensiones. En consecuencia, dicha
decisión sentaría un precedente para el futuro. La opinión de la
familia era que el Festival Roskilde caía en un problema ético y
moral al momento de pagar indemnizaciones y, al mismo tiempo,
asegurar no tener ninguna responsabilidad en los hechos, con el
objetivo de ahuyentar una audiencia en la corte que podía llegar
a considerarlos responsables del accidente.
Un par de meses antes de la visita de Stone Gossard a
Nordenskov, la familia Tonnesen había recibido un cheque
por 40 mil coronas danesas del festival para cubrir gastos sin,
según ellos, tener ninguna obligación legal por el accidente. Los

179
Tonnesen se negaron a recibir el dinero y lo devolvieron a través
de su abogado, acción por la cual Eunice Tonnesen comentó lo
siguiente:
—El festival nos ha ofrecido otras sumas de dinero, pero no las hemos
aceptado. No se trata de un regalo que se les entrega a los amigos. El
poder del dinero no debe gobernar en esta situación, no creemos que
sea digno, ni por los fallecidos ni por nuestras familias. Si tenemos que
recibir algo, deberá ser en forma de indemnización cuando el festival
reconozca que no cumplieron con los objetivos de mantener el orden y la
seguridad entre el público durante el concierto de Pearl Jam. Si la suma
es dos coronas danesas o un millón, resulta insignificante.
La pareja llevó al Festival Roskilde a la Corte en un juicio civil
a través de su abogado, Morten Winsloev. Al principio, la pareja
decidió tomar el caso porque no podían aceptar la decisión del
fiscal Merlung de absolver al festival de toda responsabilidad, de
acuerdo con la ley penal. Finn Tonnesen explicó:
—Estábamos totalmente en desacuerdo con la conclusión del fiscal
Merlung. No tenía sentido para nosotros que el Festival Roskilde no
quisiera reconocer ninguna responsabilidad por el accidente. Nueve
personas fallecieron y más tarde se realizaron una serie de cambios en el
festival. ¿Por qué lo hacían si según ellos no habían hecho nada malo?
¿Y por qué fallecieron nueve personas si todo estaba en completo orden?
¿Cuántas personas más tienen que fallecer para que ellos reconozcan sus
errores y sean declarados legalmente responsables de sus tantas fallas de
cálculo y de otras negligencias mencionadas en el informe de Merlung?
Cuando conversé brevemente con Finn y Eunice, después de
nuestra reunión en Oestre Landsret, la pareja tuvo que volver
rápidamente a Nordenskov. Pensaron que era demasiado pronto
para comentar la audiencia en la Corte. Quedamos de acuerdo
en conversar por teléfono una semana más tarde. Durante esta
siguiente conversación, Finn Tonnesen dio la siguiente opinión:
—Creemos que la reunión en la Corte, el 8 de agosto, fue un acto
muy confuso, basado principalmente en pláticas irrelevantes. Estamos

180
seguros de que nuestro abogado describió el caso de una manera clara y
sencilla. Eunice y yo estamos de acuerdo en seguir con el litigio hasta el
final. Tratamos de hacer lo mejor al mantener las cosas separadas. No
queremos aparecer ante el público como una pareja en duelo rogando
la piedad de los demás. Mantenemos las cosas privadas entre nosotros.
Esta es la razón por la cual no estamos interesados en que se publiquen
fotos de Allan en el libro.
Nos sentimos atrapados en una causa legal que ya no tiene sentido,
pero seguiremos luchando hasta hacerle entender a las autoridades y a la
sociedad que algo está mal cuando nueve personas mueren y no se puede
responsabilizar a nadie por el accidente ni hay reconocimiento de culpas.
Aunque la pareja deseaba distinguir cuidadosamente entre el
aspecto privado y el público de este caso, Eunice estuvo dispuesta
a conversar sobre la positiva reunión con su nuevo amigo esta-
dounidense:
—La reunión y el posterior contacto con Stone Gossard ha sido una
experiencia muy positiva para nosotros. Él está profundamente conmo-
vido por lo que ocurrió esa noche y de alguna manera se siente como el
agresor, mientras que nosotros somos las víctimas. Nos alegró mucho
conocerlo y saber de su experiencia y escuchar su versión de lo que
ocurrió la noche del accidente. Nuestra reunión con Stone se convirtió,
posteriormente, en un contacto más estrecho y personal, el que aún
persiste y que nosotros apreciamos enormemente.

Bondebjer
Luego de la visita con Liz y Stone a los Bondebjer, el otoño de 2003,
en la ciudad de Falkenberg, todos sentimos que estábamos frente
a una familia que había sido golpeada duramente por el acci-
dente. Sin embargo, el contacto con ellos fue muy positivo. Sven
Anders Bondebjer se mostró muy amistoso, abierto y conversador
cuando le hablé pocos días antes de la quinta conmemoración
del accidente. Lo mismo sucedió cuando me encontré con él seis
semanas más tarde, acompañado de su esposa y su hijo menor, en

181
la sala de la Corte en Copenhague. Fueron representados por el
abogado Tyge Trier y Bondebjer dijo sin asomo de dudas:
—No queremos dinero, pero nos gustaría ver condenados a los culpa-
bles y que los responsables asuman y reconozcan su culpa. Esto no termi-
nará con nuestro dolor, pero creo que nos ayudará a conseguir nuestra
paz mental. Nunca nos gustó Leif Skov y no quedamos conformes con
el último contacto que tuvimos con el Festival Roskilde. En realidad,
habíamos perdido las esperanzas, pero luego fuimos contactados nueva-
mente por Skov y ahora sólo nos queda esperar a ver qué sucede.
En nuestra reunión en Falkenberg, un año y medio antes,
Bondebjer nos contó que la vida de su familia había cambiado
radicalmente desde el día del accidente, un tema que ya pasado
un poco más de tiempo definió de la siguiente forma:
—Todo ha cambiado. Teníamos una gran red social cuando Henrik
aún estaba vivo, especialmente en el sector donde residimos. Pero
hoy la mayoría ha desaparecido. Cuando nos encontramos con viejos
amigos y conocidos, nos da la impresión de que cruzan la calle para
evitarnos. Hace un par de años hemos establecido contacto con un
grupo llamado ‘Los que hemos perdido a nuestros hijos’. Todos nos
dicen que la nuestra es la clásica historia: Al comienzo tus amigos te
tratan con gran simpatía y compasión y más tarde te evitan. Te quedas
aislado y tus viejos amigos y conocidos tratan de rehuirte. Nos hemos
comprometido firmemente con este grupo de apoyo desde hace un año
y medio. Nos sentimos como en casa, compartiendo con personas que
han pasado por lo mismo que nosotros. Nos reunimos dos o tres veces
al mes y eso incluye excursiones, lecturas o solamente pasar juntos un
rato agradable.
A su vez, nos hemos hecho grandes amigos con otras dos fami-
lias suecas que también perdieron a sus hijos en el Festival Roskilde.
Al principio nos reuníamos unas dos o tres veces al año. Pero ahora
lo hemos reducido a sólo una reunión anual. Este año somos los anfi-
triones. Cuando se conmemore el quinto año del accidente, se quedarán
acá de viernes a domingo. Todos hemos enfrentado el duelo en formas

182
diferentes, pero obtenemos grandes beneficios con estas reuniones, ya
que todos cargamos el mismo dolor.
Últimamente, cada vez que nos encontramos hablamos de muchas
cosas, pero no del accidente. La verdad es que este tema lo conversamos
lo menos posible y supongo que esa es una buena señal. A comienzos de
este año, mi esposa y yo participamos del cumpleaños número cincuenta
de Birgitta Gustafsson en Tranås. Todo quedó cabeza abajo desde que
Henrik falleció. Me gustaba pensar que teníamos una vida bastante
común y corriente y que nuestros amigos eran verdaderos amigos, pero
no era el caso. Me he dado cuenta de eso ahora, pero no estoy tan seguro
de si esto es bueno o malo. Hemos sufrido enormemente y todavía lo
hacemos. También ha sido sumamente difícil para nuestro hijo Johan,
quien todavía vive en casa con nosotros. Él ha sido testigo de nuestros
sufrimientos y ha sufrido junto a nosotros.

Luego de nuestra reunión en Falkenberg, les comenté a Liz y


Stone lo duro que debió ser la situación para Johan. Viajó desde
Estados Unidos para vivir en el campo con sus padres y la fuerte
tradición de trabajo de la familia. Lars, su hermano mayor, se había
mudado hace un tiempo a Estocolmo a trabajar en una empresa
de publicidad. No tengo la menor idea de si existía presión por
parte de la familia sobre Johan para que continuara con el trabajo
en el campo, siguiendo la tradición familiar, aunque no nece-
sitas un diploma para darte cuenta de que esta situación no es
nada fácil. En la reunión en la Corte el 8 de agosto de 2005, Johan
Bondebjer, quien se había convertido en un joven buenmozo, me
contó acerca de sus paseos a Los Alpes para practicar esquí, sin
embargo, también se vio incómodo debido al ambiente en la sala
de la Corte. Más tarde, el mismo día, su madre, Ann Charlotte,
me contó que ella y su marido estaban sumamente preocupados
por su hijo.
—Ha sido tremendamente duro para nuestro hijo mayor, Lars, pero
probablemente lo ha aliviado un poco vivir en Estocolmo. Johan se ha

183
quedado en casa acompañándonos. Ha sido testigo de nuestro sufri-
miento. Hemos cambiado, nos hemos convertido en otras personas y
Johan se ha tenido que acostumbrar a otro padre y otra madre y aún está
increíblemente preocupado por nosotros. Me enfermé seriamente después
del accidente y me tuve que internar, situación que fue tremendamente
dura para Johan. Congeló sus estudios y pasó mucho tiempo ayudando
a su padre en la finca. Prácticamente se negaba a salir de casa, porque
temía que algo pudiera ocurrirle a Sven Anders. Afortunadamente, ha
estado trabajando como instructor de esquí en un resort en Los Alpes un
par de inviernos. Eso me da esperanza; creo que disfruta tomar distancia
de todo el dolor que aún llena el tiempo y el espacio en nuestro hogar.
Luego Sven Anders agregó:
—El tiempo pasa rápido. Ya han transcurrido cinco años, pero es
inevitable recordar a nuestro hijo en su cumpleaños, en Navidad y en
otros eventos. La vida siempre se ha encargado de recordarnos cuánto lo
extrañamos todavía. La vida continúa, pero nunca será lo mismo y las
relaciones con nuestro entorno cambiaron casi totalmente.
Cuando abandonamos Falkenberg, en noviembre de 2003, fue
difícil para nosotros juzgar si hubiese sido mejor mantenernos
alejados de este conflicto. Como lo dije antes, las últimas palabras
de Sven Anders en esa oportunidad fueron “Lo has hecho bien”,
pero ¿lo había hecho bien o la visita de Stone sólo había contri-
buido a reabrir heridas apenas ya cicatrizadas, transformando la
situación de mala a pésima? Lo que dijo Bondebjer, 18 meses más
tarde, respondió mi pregunta.
—La visita de Stone Gossard fue un punto de inflexión para nosotros.
No lo conocíamos y pensamos que probablemente tendríamos sentado en
nuestra sala a un rockero pelucón y con chaqueta de cuero. Pero resultó
ser completamente normal y además muy simpático, sincero y agradable.
Esto ha cambiado nuestra visión de la música rock y los músicos en
general. Además, imaginarnos al ídolo más grande de Henrik viajando
desde el otro lado del mundo para reunirse con nosotros ¡y en nuestra
propia casa!, es algo de lo que hemos hablado mucho en nuestra familia y

184
ha sido también muy importante para nuestros otros hijos. Fue increíble,
dijo Bondebjer con la voz quebrada.

Stone Gossard
Mantuve correspondencia electrónica frecuente con Stone Gossard
entre los meses de mayo y junio y, por un momento, parecía que
nos reuniríamos ese verano. Me habían ofrecido una entrevista
oficial con Pearl Jam en Seattle a fines de julio, pero más tarde se
canceló, pues la banda aún no finalizaba su último álbum.
Al acabar la primavera, Stone me escribió para contarme que
la familia del chico holandés, Frank Nouwens, se había puesto
en contacto con Pearl Jam y quería saber si yo había estado en
contacto con ellos. Le recordé nuestro acuerdo y le dije que no
había hecho nada para ubicar a las dos familias restantes, ya que
ni él ni Pearl Jam me habían informado sobre alguna posible
gira a Europa. Stone le respondió personalmente a la familia y
me escribió a principios de junio que él y Liz tenían planeado un
viaje a Holanda para reunirse con ellos en julio. Stone me sugirió
que nos reuniéramos en Ámsterdam durante su estadía para
discutir bien las cosas. Lamentablemente, eso no encajaba con los
planes de vacaciones de mi familia, así que acordamos discutirlo
por teléfono. Stone y Liz tuvieron una agradable reunión con la
familia Nouwens en Holanda, que más tarde elogió en detalle a
través de un correo electrónico a la familia Gustafsson.
Unas pocas horas antes de dirigirme al Festival Roskilde
número 23, telefoneé a Stone que en ese momento se encontraba
en USA. Él acababa de terminar su café matutino y se encontraba
en el rancho de los padres de Liz, ubicado en el sector norte de
Washington. Tomando en consideración el cambio de horario,
sólo unas pocas horas nos separaban del momento exacto en que
ocurrió el accidente cinco años atrás. Stone comenzó a divagar y
me habló de las cosas que experimentó y con las que ha luchado
personalmente en relación con el accidente.

185
—Por un lado, han pasado cinco años, y por otro, todavía lo siento
como si hubiese sido ayer. Siento que aún está todo muy presente para
todos los que estuvimos allí esa noche, guardias de seguridad, personal
del festival, el público y todos aquellos que participaron. Ese día quedará
para siempre en sus mentes. Sin embargo, y en primer lugar, encon-
trarme con las familias que perdieron a sus hijos durante el festival
me ha dado una sensación de alivio y liberación definitiva. No puedo
explicar por qué tomé la iniciativa para hacer todo esto. Hay ciertas
cosas por las cuales sientes el impulso de llevarlas a cabo y simplemente
lo haces. En un comienzo esto fue algo a lo que también me sentí obli-
gado. Así lo sentía como individuo. Mirando hacia atrás, no conocía a
ninguna de estas personas, pero sentía una necesidad interior de tener
algún tipo de conexión con todos esos sentimientos de pérdida y con el
dolor que habían sufrido estas familias. Debido a que participé en los
eventos que ocurrieron ese día, sentía que, si alguien estaba interesado
en pedírmelo, tenía que tenderle una mano. A través de las reuniones
con estas familias lentamente comencé a sentir y a comprender lo que
ellos habían pasado y mi deseo fue participar creando un lugar para
recordar y aprender a vivir con lo que pasó. No estoy pensando en el
momento preciso en que sucedieron las cosas, sino en poner las expe-
riencias en otro contexto que no fuera el sentimiento de que te estás
hundiendo sin ninguna esperanza, deseando que juntos podamos crear
una nueva plataforma basada en el perdón y la honestidad. Nunca había
tratado de expresar esto con palabras, ni antes ni después, pero expe-
rimenté una vaga sensación que apuntaba hacia esa dirección, siempre
con la esperanza de poder contribuir. Observándolo más profunda-
mente, creo que sólo quería seguir adelante con el proceso. Cuando tú y
yo nos pusimos en contacto, sentí que paso a paso iba conociendo a esas
familias a través de ti. Pensé: tú eres el eslabón y debido a tu compren-
sión de lo sensible de la situación, tuve la oportunidad de expresar mis
sentimientos y que el contacto se manifestara en una nueva forma. Le
dio una paz y seguridad diferente a las circunstancias. Estoy tremenda-
mente agradecido por la forma en que llevaste el proceso, pues significó

186
tener la oportunidad de expresarme y de que si alguien deseaba contac-
tarme, pudiera hacerlo.
No cabe duda de que los cinco miembros de Pearl Jam, más
los miembros del personal, quedaron profundamente afectados,
algo que fácilmente pudo haber significado el fin de la banda.
A modo de ejemplo, Mike McCready se tatuó para simbolizar y
recordar el accidente. A pesar de esto, es sumamente importante
para Stone enfatizar que él ha estado actuando en forma personal
y no como representante del grupo.
—Cada miembro de Pearl Jam ha enfrentado la tragedia en forma
diferente. No es algo de lo que conversamos muy a menudo y cada uno
ha tomado distintas direcciones en relación con lo que ha ocurrido.
Probablemente, me he sentido más impulsado a enfrentar la tragedia que
experimentamos juntos. Cada uno de nosotros ha tratado de encontrar
una comprensión personal de lo que pasó, pero no es el mejor recuerdo en
común que tenemos. Por mi parte, apareció de pronto el enlace contigo,
ya que los dos somos amigos de Johnny (Sangster) y fue a través de él
que pude contactarte. De manera que lo siento más como mi propio viaje
y no como algo que hice en representación de la banda.
Como lo mencioné, Stone había pensado ponerse en contacto
con Leif Skov y con el oficial a cargo de la investigación. Pero al
momento de escribir este libro, este plan aún no se había concretado.
—Originalmente, no sabía lo que estaba haciendo ni a quien debía
contactar. Quería reunirme con las familias de las víctimas, pero por
supuesto hubo un montón de otros componentes que también fueron
parte del mismo proceso. Por ejemplo, las personas del festival y los poli-
cías que investigaron el accidente fueron factores importantes y tenía
curiosidad por conocer sus evaluaciones y juicios. Creo que por respeto a
las familias es sumamente importante contar con un tipo de declaración
oficial sobre lo que pasó, basada completamente en la honestidad, donde
se investiguen todos los componentes. Pienso que una declaración de
este tipo sería como una especie de final para muchas de las familias
afectadas y les daría la posibilidad de seguir adelante con sus vidas.

187
Lamentablemente, muchas de estas preguntas han terminado judiciali-
zándose, lo que es triste y es algo que también ocurre con Pearl Jam. Al
comienzo, mucha gente nos señalaba como los culpables del accidente
y eso realmente nos aterrorizaba. Así que, en lugar de tener un diálogo
abierto y personal, se convirtió en un caso de nuestro abogado en contra
del festival y así sucesivamente. Debido a la crítica y a la situación de
ese entonces, esto era, tal vez, comprensible. Ahora, cinco años después,
ojalá exista la voluntad de observar todos los aspectos de lo que pasó
antes, durante y después de la tragedia. No he estado en contacto con
ninguna de las autoridades ni con Leif Skov, pero personalmente deseo
un final pacífico para este caso y que la responsabilidad legal sea esta-
blecida, basada en una nueva forma de honestidad acerca de qué fue lo
que pasó. Aunque no sé si tengo el derecho de sentir de esta manera,
espero que el Festival Roskilde reconozca su responsabilidad en el caso
de una forma distinta a como lo han hecho hasta ahora. Si se estableciera
algún tipo de reunión entre los abogados representantes del festival o
Leif Skov, por un lado, y las familias, por el otro, yo estaría dispuesto a
participar, siempre que el punto de partida sea positivo, es decir, si es que
todos nosotros, en una especie de solidaridad, nos pudiésemos ayudar
mutuamente trazando todos los factores que contribuyan a aclarar la
situación. Dicho eso, personalmente siento que mientras más detalles
salen a la luz, más difícil es hacerse una imagen clara de lo que realmente
pasó y de quién tiene la responsabilidad de lo ocurrido. Mi solidaridad
está con las familias; muchos han sufrido innecesariamente y cargan con
culpas que no son suyas. El hacerse escuchar en público y llevar el caso
a los tribunales, ha sido la única forma para algunas familias de seguir
adelante con sus vidas, ya que nadie ha reconocido su responsabilidad.
Stone mencionó que en un comienzo muchos culparon a
Pearl Jam por el accidente. No obstante, Dorte Palle me dijo que
ninguna de las más de cien personas que ella había entrevistado
ha culpado a la banda por lo sucedido y Stone ha recibido el
mismo tipo de opinión de todas las familias con las cuales se ha
reunido. Pero cuando Dorte Palle se reunió con Stone, sintió que

188
él aún deseaba saber qué pensaba la gente sobre la participación
de Pearl Jam en la tragedia, cosa que todavía lo atormentaba:
—Mi mayor temor antes de reunirme con las familias era qué respon-
sabilidad o papel pensaban ellos que Pearl Jam había tenido en la tragedia.
Porque a pesar de que existían varios factores, como por ejemplo la falta
de seguridad, el consumo de alcohol y todos los otros aspectos legales,
era un hecho que nuestra banda había estado en el escenario durante la
tragedia. Independientemente de cómo lo mires, fuimos parte de lo que
sucedió ese día y, siendo como soy, éste fue el peor aspecto para mí. La
dinámica del grupo y el hecho de que mucha gente ame nuestra banda,
también influyó. Estos han sido temas difíciles de enfrentar, pero espero
que todas estas aristas sean consideradas y se integren a las medidas de
seguridad en el futuro.
Algo que llamó poderosamente mi atención cuando me reuní
con Eddie en Nueva York el año 2002, y luego con Stone al año
siguiente, era la cantidad de elementos básicos sobre los que ellos
no tenían conocimiento. Dorte Palle tuvo la misma sensación con
Stone. Entre otras cosas, no estaban al tanto, por ejemplo, de que
las autopsias practicadas a los nueve cuerpos no mostraban ningún
indicio de consumo de drogas o alcohol. Stone admitió que Pearl
Jam había sido resguardado de los detalles.
—Hemos estado completamente aislados en lo que a información se
refiere. Personalmente, me tomó más de dos años involucrarme en este
proceso que, por lo demás, ha avanzado lentamente. Dicho eso, creo que
el tema del consumo de alcohol es como una papa caliente que nadie
quiere tocar. Las multitudes se comportan de manera distinta cuando
han consumido grandes cantidades de alcohol, eso es un hecho. Y da la
impresión de que nadie quiere reconocer este problema por temor a que
no les permitan beber sus cervezas en paz. Pero, definitivamente, creo
que lo del alcohol es un tema relevante que se debe tomar en considera-
ción en el proceso de poder comprender qué fue lo que causó el accidente.
Aunque el tiempo y la información no necesariamente han
entregado a Stone una imagen más clara o menos inequívoca del

189
accidente, las relaciones personales que ha entablado han sido
tremendamente significativas para la paz de su espíritu.
—Esto no se puede subestimar. Me hace sentir ciento por ciento
mejor haber establecido estas relaciones que me han entregado un tipo
diferente de paz interior. Pienso en la tragedia a diario, como también
lo hacen muchas otras personas. Siempre la llevaré conmigo, pero ahora
está instalada en un lugar diferente y mejor que antes. Los hechos y la
naturaleza de lo sucedido nunca podrán cambiarse, pero estoy tratando
de vivir mi vida en relación a los hechos y proyectarme con una especie
de espiritualidad en torno a esto, lo que me permite profundizar en esos
sentimientos en lugar de reprimirlos. Solamente deseaba participar
como uno más de aquellos que se encontraban en medio de esta tragedia
y tratar de encontrar una nueva fórmula para enfrentar todos estos
sentimientos. Por un momento reuní la energía necesaria para hacer
algo y, de acuerdo con la persona que soy y al rol que ejercía mi banda en
el evento, sentí que era lo correcto. Personalmente, seguí mi intuición y,
viendo hacia atrás, me satisface haberlo hecho. No he visto esto con una
mirada analítica, ni nunca deseé hacerlo.
Lo más grande para mí ha sido experimentar la amabilidad y hospi-
talidad de los familiares. Me siento profunda y humildemente agrade-
cido. Todos han sido muy abiertos y hospitalarios y me han recibido
con calidez y aceptación. Después de todo lo que han pasado, debe haber
requerido un enorme esfuerzo y cariño abrirme las puertas de sus casas.
Me han dado la oportunidad —como miembro de una banda— de sentir
apego hacia estas personas. Llegar a estar tan cerca de ellos me ha dado
un nuevo y mejor tipo de entendimiento, concluyó Stone antes de
preparar el desayuno para Liz y su suegra.

Roskilde 2005
El Festival Roskilde 2005 se inició oficialmente el mismo día de
la conmemoración del accidente, el 30 de junio, pero no fue una
decisión de los organizadores. Hace tan sólo cinco años la banda
sueca Kent tocaba en el Escenario Naranja y en 2005 lo hicieron

190
un par de horas más tarde que el día del accidente. En otras pala-
bras, iban a tocar casi en el momento y en el lugar exacto donde
los horrores se habían desatado hacía un lustro atrás.
No se sabe si Joakim Berg, el vocalista de Kent, pensó en la
coincidencia o conscientemente optó por guardar silencio, pero
lo cierto es que no se mencionó una palabra sobre el tema en el
escenario. Mi colega Soeren McGuire me preguntó más tarde qué
me había parecido el concierto y le mencioné el evidente silencio
respecto a la tragedia. Me dijo que él conscientemente trataba de
no pensar en eso, ya que el accidente le había afectado dema-
siado, al punto de tener que ver a un psicólogo.
Cinco años antes, Soeren se encontraba justo en medio del
lugar donde ocurrió el accidente gritándoles a los guardias que
detuvieran el concierto. Soeren me señaló que se había dado
cuenta de lo realmente apretados que estaban cuando se percató
de que sus pies no tocaban el suelo. La gente comenzó a desma-
yarse y en un momento vio a una joven aterrorizada, a punto de
perder la conciencia, desaparecer entre el mar de gente. Soeren
fue arrastrado hacia el mismo lugar, pero, en el último segundo,
consiguió tomar a la muchacha y con gran dificultad se abrió paso
entre la multitud junto a ella. Por alguna razón que él desconoce,
decidió regresar luchando al mismo lugar en que se encontraba
minutos antes y permaneció allí el resto del concierto hasta que
todo se detuvo, sin comprender lo crítica de la situación. Unas
horas más tarde se enteró de lo sucedido y quedó totalmente
devastado. No estaba en condiciones de continuar con su trabajo
en la radio del festival. De camino a casa, al norte de Jutlandia, las
cosas no mejoraron. Soeren explicó:
—En ese entonces existían dos grandes bandas para mí: R.E.M. y
Pearl Jam. Cuando regresé a mi habitación en Aalborg, no pude evitarlo
y tuve que poner las canciones más oscuras de Pearl Jam. Estaba fuera
de control y sólo permanecí allí sentado, llorando. La imagen de Eddie
Vedder de rodillas, llorando en el escenario, quedó grabada en mi

191
conciencia. No podía superarlo. Creo haber tenido una infancia feliz y
todo eso, pero el accidente gatilló algo en mí y, luego de esto, estuve
largo tiempo en terapia. Tenía temor de estar entre grandes multitudes,
dejé de ir al barrio Jomfru Ane Gade (en Aalborg, donde existe gran
cantidad de bares y clubes nocturnos) y estuve deprimido por mucho
tiempo. Antes de que comenzara el Festival Roskilde 2001, mi terapeuta
me aconsejó firmemente que asistiera al festival con algunos amigos y
visitara el memorial de las víctimas. Mi terapeuta incluso se ofreció a
acompañarme, pero finalmente lo hizo desde el celular todo el tiempo.
Algo loco y salvaje ocurrió en mi cabeza cuando caminaba hacia el lugar
exacto, frente del Escenario Naranja, en donde había estado durante el
concierto de Pearl Jam un año atrás y donde había sacado a esa joven de
entre la multitud. Nunca la volví a ver, pero una vez leí una carta en el
periódico en donde una madre le agradecía al hombre que había salvado
a su hija de morir en el concierto. Pero, evidentemente, se pudo haber
referido a otra persona.
Hoy lo he superado, aunque sigo reaccionando frente a grandes
multitudes y siempre averiguo dónde están las vías de escape. En ese
sentido, antes mi mayor preocupación en situaciones como ésta era saber
cómo lo haría para salir a orinar. Y aunque en general me siento bien,
la experiencia ha tenido un impacto duradero y se ha manifestado en
distintas situaciones. Por ejemplo, todavía no puedo escuchar a Pearl
Jam. Incluso hoy, cinco años después, sigue siendo muy duro.
Ésta es una historia personal de la cual no tenía idea y uno de
los tantos ejemplos de cómo la tragedia traumatizó y afectó a un
gran número de personas.
El año 2005 participé del festival como crítico y cubrí, entre
otras cosas, la calurosa y atmosférica actuación de Brian Wilson
el domingo por la noche. Antes de empacar mi maleta, luego de
cuatro días estupendos, con la misma cantidad de sol, música,
cerveza y buen humor, sólo había una cosa que me quedaba por
hacer. Con mi saco de dormir en una mano y mi cepillo dental en
la otra, me detuve junto a los nueve álamos distribuidos en un

192
círculo, aproximadamente a 150 metros a la izquierda del Esce-
nario Naranja: era el memorial en honor a las víctimas. Al pie de
los árboles había cartas y tarjetas y, en algunos casos, fotografías
de los fallecidos. También había flores, artículos escritos acerca
de la tragedia, afiches y stickers del Festival Roskilde 2000. Cerca
del monolito en el centro encontré una postal con una firma que
no fui capaz de dilucidar. La lluvia había borrado algunas de las
palabras, pero pude entender el contenido. Era una transcrip-
ción, palabra por palabra, de la canción “Light Years”. De pronto,
abrumado por el simbolismo, tomé la tarjeta en mis manos y por
un momento pensé en llevármela conmigo para, tal vez, incluirla
en este libro. De lo contrario se perdería entre la multitud o desa-
parecería junto con los desperdicios del festival que finalizaría
en un par de horas. Pero la duda me roía. ¿Qué derecho tenía yo
de tomar y utilizar este gesto de otra persona, un símbolo que
quizás alguien, en su propia manera de lidiar con el dolor, la
había depositado allí en memoria de un amigo o de un miembro
de su familia? Hay ciertas cosas que no se deben tocar, a pesar
de que puedan desaparecer. Hay eventos que permanecen para
siempre grabados en la mente, con los que todas las partes tratan
de lidiar, de modo que sus reacciones pueden ser impredecibles y
no necesariamente racionales. Y es algo que debes respetar. Puse
la tarjeta nuevamente donde la encontré y me dirigí hacia el tren.

193
Apéndice

Víctimas del accidente del 30 de junio del año 2000 en el Festival


Roskilde. Nombre, edad y nacionalidad:

Henrik Bondebjer, 22 años, Suecia

Carl-Johan Gustafsson, 20 años, Suecia

Anthony Hurley, 24 años, Australia

Frank Nouwens, 23 años, Holanda

Marco Peschel, 26 años, Alemania

Jakob Folke Svensson, 17 años, Dinamarca

Allan Tonnesen, 17 años, Dinamarca

Fredrik Thuresson, 22 años, Suecia

Lennart “Leo” Nielsen, 22 años, Dinamarca

195
PEARL JAM
Set list Festival Roskilde 30.06.2000

Corduroy

Breakerfall

Hail Hail

Animal

Given to Fly

Even Flow

MFC

Habit

Better Man

Light Years

Insignificance

Daugther

196
Canciones seleccionadas

Immortality

Vacate is the word...vengeance has no place on me or her


Cannot find the comfort in this world
Artificial tear...vessel stabbed...next up, volunteers
Vulnerable, wisdom can’t adhere...
A truant finds home...and a wish to hold on...
But there’s a trapdoor in the sun...

Immortality...

As privileged as a whore...victims in demand for public show


Swept out through the cracks beneath the door
Holier than thou, how?
Surrendered...executed anyhow
Scrawl dissolved, cigar box on the floor...
A truant finds home...and a wish to hold on too...
He saw the trapdoor in the sun...

I cannot stop the thought...I’m running in the dark...


Coming up a which way sign...all good truants must decide...
Oh, stripped and sold, mom...auctioned forearm...
And whiskers in the sink...
Truants move on...cannot stay long
Some die just to live...

Letra y música por Pearl Jam, 1994.

197
Love boat captain

Is this just another day,... this god forgotten place?


First comes love, then comes pain. Let the games begin,...
Questions rise and answers fall,... insurmountable.

Love boat captain


Take the reigns and steer us towards the clear,... here.
It’s already been sung, but it can’t be said enough.
All you need is love

Is this just another phase? Earthquakes making waves,...


Trying to shake the cancer off? Stupid human beings,...
Once you hold the hand of love,.. it’s all surmountable.

Hold me, and make it the truth,...


That when all is lost there will be you,...
Cause to the universe I don’t mean a thing
And there’s just one word I stil believe
And it’s

It’s an art to live with pain,... mix the light into grey,..
Lost 9 friends we’ll never know,.. 2 years ago today
And if our lives became too long, would it add to our regret?

And the young, they can lose hope cause they can’t see beyond today,...
The wisdom that the old can’t give away
Hey,...
Constant recoil...
Sometimes life
Don’t leave you alone.

Hold me, and make it the truth,...

198
That when all is lost there will be you.
Cause to the universe I don’t mean a thing
And there’s just one word that I still believe and it’s
Love,... love. love. love. love.

Love boat captain


Take the reigns,.. steer us towards the clear.
I know it’s already been sung,... can’t be said enough.
Love is all you need,.. all you need is love,..
Love,.. love,...
Love.

Letra por Vedder - música por Vedder y Gaspar , 2002.

Light Years

I’ve used hammers made out of wood


I have played games with pieces and rules..
I’ve deciphered tricks at the bar...
But now you’re gone,... I haven’t figured out why...
I’ve come up with riddles... and jokes about war...
I’ve figured out numbers and what they’re for...
I’ve understood feelings.. and I’ve understood words...
But how could you be taken away?...

And wherever you’ve gone...and wherever we might go...


It don’t seem fair...today just disappeared...
Your light’s reflected now,... reflected from afar...
We were but stones,... your light made us stars

With heavy breath,... awakened regrets...


Back pages and days alone that could have been spent,
Together... but we were... miles apart...

199
Every inch between us becomes light years now...
No need to be void,... or save up on life...
You got to spend it all.....

And wherever you’ve gone... and wherever we might go...


It don’t seem fair...you seemed to like it here...
Your light’s reflected now,... reflected from afar
We were but stones,... your light made us stars

And wherever you’ve gone... and wherever we might go...


It don’t seem fair...today just disappeared...
Your light’s reflected now,... reflected from afar...
We were but stones,... your light made us stars

Letra por Vedder - música por Vedder, McCready y Gossard, 2000.

Better man

Waitin’, watchin’ the clock, it’s four o’clock, it’s got to stop
Tell him, take no more, she practices her speech
As he opens the door, she rolls over...
Pretends to sleep, as he looks her over
She lies and says she’s in love with him, can’t find a better man...
She dreams in color, she dreams in red, can’t find a better man...
Can’t find a better man
Can’t find a better man

Ohh...

Talkin’ to herself, there’s no one else who needs to know...


She tells herself, oh...

Memories back when she was bold and strong

200
And waiting for the world to come along...
Swears she knew it, now she swears he’s gone
She lies and says she’s in love with him, can’t find a better man...
She dreams in color, she dreams in red, can’t find a better man...
She lies and says she still loves him, can’t find a better man...
She dreams in color, she dreams in red, can’t find a better man...
Can’t find a better man
Can’t find a better man

She loved him, yeah...she don’t want to leave this way


She needs him, yeah...that’s why she’ll be back again
Can’t find a better man (can’t find a better man)
Can’t find a better man (can’t find a better man)
Can’t find a better man (can’t find a better man)
Can’t find a better... man...

Letra y música por Vedder, 1994.

201
Declaración oficial de Pearl Jam ante la
tragedia del Festival Roskilde

Copenhague, Dinamarca. Esto es tan doloroso… creo que todos nosotros


esperamos a que venga alguien, nos despierte y nos diga que todo fue
sólo una horrible pesadilla.
No tenemos palabras para expresar nuestra angustia a los padres y
seres queridos de esas nueve preciosas vidas que se perdieron.
Aún no sabemos qué fue exactamente lo que pasó, pero pareció
tratarse de algo fortuito que ocurrió en una fracción de segundo… no
tiene sentido.
Cuando te comprometes a tocar en un festival de esta envergadura y
reputación, es imposible imaginar un escenario tan desgarrador.
Nuestras vidas nunca serán las mismas, pero sabemos que nada se
puede comparar al dolor de las familias y amigos de las víctimas.
Es todo tan trágico… no tenemos palabras.
Devastados,

Pearl Jam

202
GAFFA, agosto 2000
LA CULTURA SIGUE LATENTE

Año 0, el fin de una cultura juvenil, día del fin del mundo.
El accidente en el Festival Roskilde aquel 30 de junio ha reci-
bido un sinnúmero de nombres, y a raíz de la tragedia, han apare-
cido varios intentos por explicar lo inexplicable.
No es tarea de GAFFA emitir un juicio sobre si la dirección
del festival pudo o no haber detenido el concierto antes, de si las
medidas de seguridad eran óptimas, de si el público se comportó
en forma violenta, o si la lluvia, la acústica u otros factores fueron
cruciales al momento del accidente. Pero aun así, nos gustaría
agregar algunos comentarios sobre el evento.
Una cosa es que GAFFA sea la revista oficial del Festival
Roskilde y que, por la misma razón, nos haya tocado trabajar en
estrecha colaboración con la dirección del festival, antes, durante
y después del desarrollo del evento. Otra cosa es que GAFFA haya
estado presente en el festival y que gran parte de los miembros
de la revista haya participado en él desde su temprana juventud,
igual que otras miles de personas del público habitual del Festival
Roskilde.
Por lo tanto, todo el mundo sabe que en la trayectoria de
GAFFA, desde su fundación, no hay nada que tenga más signifi-
cado que la existencia del Festival Roskilde.
Para nosotros en la revista, el Festival Roskilde representa uno
de los pilares sociales que, junto a Danmark Radio, los clubes
juveniles, los campamentos de verano, H. C. Andersen, Gasolin,
etc., han contribuido a formarnos como las personas que somos

203
hoy. Es por eso que nuestra conclusión es clara: un accidente, por
más trágico o sin sentido que parezca, no debe ni puede destruir
treinta años de espíritu y cultura. El festival y la vida deben conti-
nuar.
Quien firma, y todos los miembros de GAFFA, están profunda-
mente afectados por el accidente y sienten la mayor solidaridad
con los familiares y amigos de los fallecidos.
La fiesta terminó con el sonido de las sirenas de las ambulan-
cias. En retrospectiva, creemos que la directiva tomó la decisión
correcta al permitir que el festival siguiera su curso. Nosotros,
al igual que muchas otras personas, hemos conversado intensa-
mente sobre la tragedia durante los días posteriores. Y ha sido
justamente esta reflexión colectiva, incluyendo a la directiva del
festival, el apoyo del público, el respeto por los fallecidos y las
bandas participantes, lo que ha permitido enfrentar el shock y
superar la tragedia. Y como Youssou N’Dour lo dijera desde el
Escenario Naranja el día después de la tragedia: En todas partes del
mundo se recuerda y muestra respeto a los fallecidos con música y canto.
Y ese fue el caso del 1 y 2 de julio en el Festival Roskilde.
Tras el accidente se ha hablado mucho en relación a que la
gente se habría comportado como matones de fútbol, y que tanto
las reglas de seguridad como el comportamiento del público deben
mejorar. Desde GAFFA apoyamos cualquier medida que aporte a
un mejoramiento constructivo en estos aspectos. Sin embargo, la
cultura juvenil no tiene necesidad de ningún tipo de sermón polí-
tico o moral. No es el comisario de Roskilde, Frank Jensen, quien
decidirá de qué forma debe comportarse el público de Roskilde.
Eso lo puede decidir la misma audiencia.
Desde que Elvis sacudiera sus caderas, este tipo de cultura de
masas se ha expandido por el mundo entero en diferentes formas.
Jamás con las manos cruzadas, pegados a los asientos numerados
como silenciosos devotos, lo han hecho con una energía común, con
una misma expresión corporal y con el entusiasmo como eje central.

204
Comparar el accidente de Roskilde con la violencia organizada
de los barristas del fútbol, resulta engañoso. El público asiste a un
festival por la fiesta, música y cerveza, no para golpearse unos
con otros.
Dicho esto, es hora de reflexionar sobre la multitud en los
conciertos. Toda (sub)cultura existe en virtud de un consenso ante
una serie de reglas no escritas. A los que van a conciertos de rock
les diríamos que se debe asistir al que salta del escenario, que lo
debes ayudar a levantarse si es necesario, que se debe dejar pasar
al que prefiere salir de la multitud, y así sucesivamente. Tal como
debe ser, es la complicidad que surge entre el público lo que hace
mágico un concierto, tanto para la audiencia como para el artista.
No la actitud individual y atropelladora.
En muchos medios de comunicación, así como en el primer
informe policial sobre el accidente, se hace a Pearl Jam “respon-
sable moral”, ya que, según los informes, tienen la costumbre de
incitar a la violencia. Éste es un insulto a una banda que a lo largo
de su carrera ha ido a los extremos con el fin de asegurar condi-
ciones óptimas para sus seguidores. Pearl Jam no tiene culpa del
accidente y la indignación posterior de la banda es perfectamente
comprensible.
Accidentes de tráfico, accidentes de avión. Acontecimientos
trágicos que llenan las páginas de los medios, pero que no conducen
a cambios políticos. Ciudades sin automóviles no hacen que la gente
tome sus vacaciones en bicicleta. Hace tiempo que nos acostum-
bramos a correr riesgos mientras nos transportamos de un lugar a
otro. Luego del accidente, también deberemos calcular los riesgos
en el Festival Roskilde de este año.
Una de las razones de por qué el accidente recibió tanta
atención de los medios fue, justamente, la sorpresa de que una
tragedia así pudiese ocurrir. Aun cuando el director del Festival
Roskilde, Leif Skov, lo explicara en una entrevista en un número
anterior de GAFFA y se refiriera de esta manera a la seguridad en

205
los festivales: Diría que la probabilidad de que pueda haber un acci-
dente durante nuestro festival no es muy grande. Aunque, por supuesto,
puede ocurrir. Nadie se podía imaginar que un accidente como el
que ocurrió durante el concierto de Pearl Jam, pudiese suceder.
Ahora el público está advertido. Ahora saben que desde el
momento en que cruzan la puerta del recinto de un festival, están
expuestos a cierto riesgo, especialmente si quieren acercarse a sus
estrellas o ubicarse cerca del escenario. También es de esperar que
la atención adicional que se le entregó a los conciertos después
del accidente, continúe los próximos años.
El fondo conmemorativo “The Roskilde 2000 Tragedy” fue
creado para apoyar la investigación y el mejoramiento de las
condiciones médicas y de seguridad, preferentemente, en rela-
ción con eventos musicales.
El público y los familiares de las víctimas crearon de forma
espontánea un monolito conmemorativo en memoria de los falle-
cidos, y está en marcha la creación de un monumento.
Familiares y amigos de dos de los fallecidos usaban las
pulseras del Festival Roskilde durante el funeral.
El Festival Roskilde nunca volverá a ser el mismo. Pero el espí-
ritu sigue vivo. ¡Nos vemos el verano de 2001!

Henrik Tuxen y Peter Ramsdal

206
La Historia Continúa, Mayo 2015

Ha pasado el tiempo. Hoy es viernes por la tarde y estoy en


Copenhague, en mi departamento con mi hija Lulu, que ahora
tiene 18 años y que acaba de salir a correr luego de haber cenado
y de haber visto juntos la película Lost Highway, de David Lynch.
Puedo asegurar que ha sido una tarde como cualquier otra,
compartiendo y tocando guitarra.
Al cumplir su mayoría de edad, hace unas semanas atrás, le
regalé a Lulu uno de mis tesoros más preciados, mi vieja guitarra
acústica, una Levin recién restaurada con la que tocamos a dúo
todo tipo de música, pero principalmente temas de Pearl Jam que
ella misma escoge. Mi hija es una chica moderna y, por supuesto,
tiene oído para muchos estilos musicales, solistas y bandas dife-
rentes, pero ya se sabe que ciertas pasiones se transmiten con la
sangre. Lo que no sucede con mi hijo, quien prefiere escuchar
artistas como Chet Baker, John Mayer o Kanye West (aunque
en el bar donde trabaja, las últimas tres veces en que he estado
allí, he escuchado temas como “Rearviewmirror”, “Alive” y
“Sirens”). Este chico es un fanático de Led Zeppelin. En cambio
Lulu lleva a Pearl Jam bajo la piel y le gusta cantar canciones
como “Light Years” y “Better Man”, con tonos claros y precisos.
Esta tarde hemos pasado las horas tratando de encontrar inspi-
ración, buscando el ritmo correcto y liviano del beat. Mientras,
tocamos “Daughter” en la guitarra acústica.

207
Lo anterior suena como algo casual, pero podría citar cual-
quier día del calendario y, de una u otra manera, aparecería algo
relacionado con la banda de Seattle.
De pronto descubrí que habían transcurrido varios años desde
que este libro vio la luz. Se publicó en danés —somos un país
pequeño—; pensábamos publicarlo en inglés, sin embargo algo
salió mal, no recuerdo qué, pasó el tiempo y me vi envuelto en
otros proyectos.
Finalmente, el libro se publicó y ese mismo día recibí un
mensaje de Esben Danielsen, vocero oficial del Festival Roskilde,
quien en representación de los organizadores se mostró muy
satisfecho por la forma en que había descrito el papel del festival
en mi libro. Por cierto, recibí cientos de mensajes de personas que
habían estado allí el día del accidente y que habían guardado esos
recuerdos en lo más profundo de su memoria. Muchos de ellos,
después de leer el libro, experimentaron una especie de catarsis,
otros, decididamente, una redención. Recibí finos regalos (sobre
todo whisky) de parte de varios de los que aparecen en el libro.
Muchos (realmente muchos) aún lo mencionan cuando nos
encontramos por ahí. ¡Hace tiempo me encontré con un tipo que
dijo haber leído el libro más de seis veces! (Debería buscarse un
hobby mejor, pienso yo).
No fueron muchos los centavos que junté con esta publicación,
pero en mis ya 18 años como escritor y periodista, no hay duda de
que para mí —y para muchas de las personas que se han tomado
el tiempo de leer lo que he escrito a través de los años— éste es el
proyecto más importante.
Una de estas personas es Verónica Bravo, nacida y criada en
Santiago de Chile, y que por distintos motivos emigró a principio
de los años 80 a Noruega, casualmente, el mismo país donde vive
mi madre. Verónica ha vivido más de veinte años en Noruega,
ha dado a luz y ha criado a sus hijos, y ahora se reparte entre
los dos continentes. Ella, como tantos otros, me contactó a través

208
de la red. Pedía mi consentimiento para traducir este libro al
español, en parte porque era una gran fanática de la banda y
se había conmovido con la historia, como me lo hizo saber, y,
además, porque los latinoamericanos aman a muchas bandas de
rock, pero sobre todo a Pearl Jam. Otra de las razones que conci-
taban su interés era el tema de la seguridad, algo que no estaba lo
suficientemente claro y presente en las conciencias del público y
de los organizadores de conciertos. “Allá todos aman a Pearl Jam,
pero nadie sabe sobre el accidente de Roskilde”, me dijo.
Verónica opinaba que ésta era una historia que también debía
conocerse en las latitudes donde nació, considerando que en su
país, como en todo el mundo, aún pueden ocurrir accidentes
fatales en los conciertos. Ya lo saben las personas que han leído este
relato. Lamentablemente, una tragedia recientemente ocurrida en
Chile le dio la razón a Verónica: En abril de 2015 cinco personas
perdieron la vida entre los tumultos durante el concierto de una
banda británica de punk rock en Santiago.
A pesar de los años, esto es, por desgracia, todavía un tema
actual.
Le dije a Verónica sí y no le di más importancia. Luego seguimos
manteniendo el contacto hasta que finalmente nos reunimos una
tarde mientras yo disfrutaba de mis vacaciones en Noruega. La
comunicación se enfrió por un tiempo. Recuerdo que un día, dos o
tres años más tarde, me volvió a contactar con un renovado entu-
siasmo: “¡Ahora debemos hacerlo!”. Y así fue.
Pero si el libro se volvía a publicar después de tantos años
y en español, era necesario actualizarlo. Por lo menos debíamos
agregar un par de capítulos dando cuenta de los últimos sucesos.
Sin embargo, no ha sido tan fácil agregar sólo un par. Esta historia,
para mí y para muchos otros de los implicados, aún continúa
desarrollándose de una forma bastante fantástica, teniendo en
cuenta el trágico evento que la originó. Verónica y sus colegas de
las editoriales Curiche y Librosdementira lo habían decidido: el

209
libro saldría en Chile para ser distribuido en el mercado latinoa-
mericano, a lo que se sumó el decidido respaldo de la Embajada
de Dinamarca. Durante los últimos años, desde que terminé este
libro, he seguido de cerca a Pearl Jam, especialmente a su guita-
rrista, Stone Gossard. Tenemos entre 150 a 200 mensajes enviados
de ida y vuelta, un montón de reuniones y conciertos a través de
los años, desde Nueva York a Berlín y Praga, varias entrevistas
y relatos y el desarrollo de una amistad creciente que ha tenido
un significado tremendamente valioso para mí. La relación de
amistad con Stone, Pearl Jam y mi papel después del accidente
me han influenciado y hecho evolucionar a nivel personal y profe-
sional de una forma que me cuesta explicar con palabras simples.
He podido disfrutar de cinco conciertos de la gira europea y he
recibido un montón de entradas gratuitas. Un ejemplo: tres años
atrás el concierto en Copenhague 2012 vendió todas sus entradas
en media hora. ¡Yo recibí once entradas con derecho a visitar el
backstage! Es así como muchos amigos y familiares han tenido
experiencias fantásticas gracias a este vínculo. Se puede decir
que Pearl Jam me ha dado la posibilidad de realizar el sueño de
muchas personas y entregarles momentos especiales sin gastar
una corona. Lo regalado es siempre bien recibido. Soy un hombre
agradecido por eso.

Mi madre generalmente nombra a la familia Gustafsson como


mi “familia sueca” y Stone Gossard se refiere a Birgitta como su
“ángel guardián”. Algo que yo pude corroborar: Hace un par de
meses atrás, Stone telefoneó a Birgitta para avisarle que iba con
su esposa en la ambulancia camino a la clínica: “Creo que el bebé
viene en camino”, le dijo en esa oportunidad. Una niña llegó a
este mundo al día siguiente. Tiempo después Birgitta me dijo
sonriendo: “Sabía que éramos cercanos, pero no creí que tanto”.
Las personas relacionadas con esta banda y con la tragedia se han
transformado de una manera muy profunda. Lo ocurrido esa

210
fatídica tarde en Roskilde, hace quince años a la fecha, caló hondo
en todos nosotros, tal como lo explicó Eddie Vedder durante una
entrevista que le hice años atrás en Seattle, cuando abordamos el
tema.
—Es increíble que estemos aquí sentados conversando sobre las fami-
lias y los amigos, años después del accidente, y todavía podamos sentir
este aspecto positivo. Es inconcebible. Esto demuestra que, de una u otra
forma, siempre hay una luz al final del túnel. A veces la encontramos,
pero nunca sabemos en qué momento. O como dice Tom Waits: “Incluso
cuando estés en el fondo del pozo, aún puedes ver el cielo estrellado por
la noche”. Pero no siempre puedes contar con ello, porque cuando los
accidentes ocurren, tu corazón queda destrozado. Tus pensamientos, tu
cerebro y las reacciones químicas que ocurren en tu cuerpo son devas-
tadores y no tienes idea de cómo sobrevivir. La única forma es dejar
pasar los días y de pronto descubrir que las cenizas de lo que algún día
se quemó se han convertido en tierra fértil. Impresionante. La vida es
impresionante.
He seguido en contacto con muchos de los familiares que conocí
durante la visita de Stone a Escandinavia, todavía soy un perio-
dista musical y, con excepción de 2001, año que me encontraba en
Seattle, he seguido asistiendo al Festival Roskilde sagradamente.
Tengo muchos temas para escribir, pero qué tan profundo puedo
llegar con mi escritura. Estamos hablando de relaciones muy estre-
chas, tremendamente profundas, hasta el hueso.
En medio de la satisfacción por el fantástico desafío de conti-
nuar con esta excepcional historia, de pronto me atemoricé. ¿Qué
hago si Pearl Jam no está conforme con los resultados o si sienten
que estoy pasando a llevar su confianza?
Pensando en esto le envié un mensaje a Stone ofreciéndole
traducir al inglés y de forma oral todo lo que había escrito para
comentárselo vía Skype, pues si algún miembro de la banda tenía
las más mínima objeción o algún presentimiento negativo sobre
el proyecto, lo suspendería en el acto. ¡No!, dijo Verónica cuando

211
le conté a través de la pantalla. Pero al despertar la mañana del
primero de octubre de 2014 en la pieza de un hotel en Londres, sólo
cuatro horas antes de mi entrevista a Jimmy Page y el mismo día
en que Pearl Jam comenzaba su gira por USA, recibí el siguiente
mensaje en un conocido y reconocible estilo. Preciso y exacto:

—Sorry, slow. It’s all good. Do your thing, I trust you. Love to you.
I am on tour. All is well.
Love, S.1

Era la luz verde para continuar, pero mi pluma se atascó durante


el invierno de 2014-2015 a causa de otras tareas y obligaciones. De
todas maneras, fueron seis meses muy positivos. He trabajado
duro, he vuelto a pisar los escenarios como músico nuevamente y
a saborear “el amor”, y en cuanto a lo que este proyecto se refiere,
sucedieron muchas cosas. Viajé a USA, incluyendo un par de días
en Seattle, tomé el camino de vuelta a través de Suecia, donde
reviví gran parte del viaje que originalmente hice con Stone. Y
como siempre suele suceder cuando comienzas a observar, oler y
tocar, de pronto encontré algo inesperado bajo las piedras.
Son experiencias emocionalmente fuertes. Esta historia, por
definición, no tiene fin. Tuve una larga conversación en la oficina
del Festival Roskilde con Henrik Bondo Nielsen, responsable de
la seguridad del Festival el año 2000. Un diálogo impresionante,
chocante y espantoso con Jane Jaque, quien sobrevivió milagro-
samente al accidente. Cuando conversamos estaba junto a Henrik
Bondebjer, que en un principio se mostró feliz, pero que luego
entró en pánico. Michael Berlin y su historia, que hizo brotar
lágrimas de mis ojos, pero algunas de esas lágrimas también

1 Perdón por la demora. Está todo bien. Haz lo que tienes que ha-
cer. Confío en ti. Te quiero. Estoy en gira. Todo bien. Cariños, S.

212
fueron de alegría. El reencuentro en casa de Ebbe y Birgitta, donde
resulta tan natural, cálido y normal traspasar la puerta. La espe-
cial estrechez con los Bondebjer, un destino común y especial en
buena compañía de los amigos de Leo; una conversación telefónica
con su dulce y sufrida madre y también con su accesible hermana.
Mensajes y conversaciones con Stone, Jeff, Eddie y los otros. Una
entrevista pública con Steve Turner de Mudhoney, quien fue
compañero de escuela de Stone y ha tocado en la misma banda con
él desde el año 1981; Johnny Sangster produjo el último álbum de
Mudhoney, el mundo es pequeño. Estuve en Litho, el estudio de
Stone en Seattle. Tuve un fuerte y emotivo reencuentro con Sharing
Patrol en Copenhague, en febrero de 2015.
En fin. A diario me ocurre que se me acercan personas, me
miran a los ojos, dicen algo sobre Pearl Jam o sobre mi contribu-
ción a la superación del accidente o sobre alguna de las personas
que estuvieron allí, y cuentan una historia, una nueva perspec-
tiva, una nueva cicatriz en el alma, un nuevo corazón latiendo o
uno que dejó de hacerlo. De pronto apareció el instructor de cine
Tor Kolding con un documental casi terminado sobre los hechos
ocurridos ese 30 de junio del año 2000.
Ahora bien, ¿qué he aprendido de todo esto? Mucho más de
lo que estoy en condiciones de entender. Pero hubo algunas cosas
que logré asimilar durante el verano de 2014, en el concierto de
Pearl Jam en Wuhlheide, Berlín, el 27 de junio. Más concreta-
mente, una tarde típica de verano a dos horas y nueve minutos de
que comenzara el espectáculo. Me encontraba junto a mi amigo
del alma y compañero de deportes, Kasper Schulz, y un grupo de
noruegos borrachos y felices a los que había conocido ocho meses
antes en el concierto de Pearl Jam en Nueva York. El día, total-
mente despejado, de un cielo azul impresionante, se convirtió
de súbito en uno nublado y oscuro. Lo estábamos pasando
divino. De pronto escuché desde los amplificadores de un esce-
nario completamente en tinieblas la voz de Eddie: “Tenemos un

213
amigo llamado Henrik y esta noche está aquí con nosotros. Sólo
quiero saludarlo… y también a Susan. Amigos nuestros desde
hace mucho tiempo. Hemos pasado muchas cosas juntos y aún lo
seguimos haciendo”.
Uno de los noruegos se volteó y me gritó: “¿eres tú?”. Los otros
no escucharon nada. “¡No lo sé, seguramente!”, dije. El ambiente
era relajado, así que no quise darle importancia. Posteriormente
tuvimos una noche maravillosa con Jeff, donde pensativo me
entregó información confidencial sobre Led Zeppelin, su relación
con Roskilde y un montón de cosas sobre Eddie.
Después de un sueño reparador, me desperté con un tremendo
dolor de cabeza en un colectivo para jóvenes donde acostumbro
a pernoctar cuando estoy en Berlín (la mayoría de los que ahí
se alojan tienen la edad de mi hijo). Revisé mis mensajes, cinco
en total, uno era de Stone y otro de Jeff. Recordé débilmente las
palabras del día anterior, no así el buen ambiente.
La primera vez que me encontré con Eddie, en 1996, mucho
antes de Roskilde y su tragedia, tenía casi una obsesión por ser
su amigo. En ese momento era algo tan imposible como que un
vendedor de diarios de Bombay fuera invitado a cenar a la casa
de la familia Obama en el Día de Acción de Gracias.
No salté de júbilo cuando escuché las palabras de Eddie. Por
cierto, el único saludo que dio en todo el concierto. Solamente
sentí una gran paz interior. Luego dudé. Tal vez conocían a otro
Henrik. Pero cuando recibí el mensaje de Birgitta, me convencí
del todo: “Stone dice que te enviaron un saludo ayer”. Y pensé:
“OK, humildemente agradecido, retiro los 18 años de acoso”.
Misión cumplida. De una manera extraña, tan diferente, directa,
conmovedora e inclusiva de lo que me hubiese imaginado hace
18 años. Dejé caer algunas lágrimas en el vuelo entre Estocolmo y
Dinamarca un par de días más tarde, luego de otro concierto. Esa
fue la primera vez que reflexioné —una semana después— sobre
todo lo que había pasado.

214
Mi relación con Pearl Jam, y especialmente con Stone y con
Ed, de una u otra manera, se ha convertido en un largo viaje
y en un proceso de aprendizaje interno. He tenido también
momentos fantásticos con Jeff y Mike. A Matt no lo conozco muy
bien y nunca he hablado con Boom. Encontré a mis maestros
en términos humanos, musicales y de autoconocimiento. Una
forma de actuar basada en la dignidad y el respeto por la huma-
nidad, una capacidad para interpretar situaciones y comportarse
tranquilo y relajado, aunque sea bajo presión, me han dado una
especie de educación académica que se ha convertido en la base
de mi trabajo como periodista y, por qué no decirlo, en mi trato
con otras personas también. Al menos, así espero que sea. Pero,
fundamentalmente, si las personas que yo clasifico en lo más alto
de la lista artística y humana pueden conocer a otras personas,
interesarse en ellas, tratarlas con respeto y entregarles su aten-
ción, entonces es tremendamente difícil para mí poder tomar en
serio a esas estrellas superficiales del pop.
Hay momentos en los que me siento miserable y otros en los
que me siento bien, como ahora. Esto me ha entregado más posi-
bilidades, pero también más responsabilidad. Son momentos que
requieren una forma de paz interior, otro enfoque, más presencia
y una visión relajada de mí mismo. No conozco a nadie mejor que
Stone para dominar estos aspectos.
Si tengo en cuenta la cantidad de mails y mensajes de texto que
puedo recibir en un día, no me atrevo a imaginar cuántos debe
recibir él. A pesar de lo abrumador que debe ser, Stone responde
generalmente dentro de media hora. Siempre relajado, siempre
presente. Algunas veces ocupado, yendo a dejar a sus pequeñas
hijas al jardín infantil por la mañana o ayudando a algún miembro
de la familia o paseando su mascota o haciendo alguna compra o,
simplemente, camino a una reunión de “The Salmon Movement
In The Pacific” (Movimiento en Defensa del Salmón en el Océano
Pacífico). Él responde siempre y es del tipo que hace preguntas

215
y muestra interés. Tranquilo y silencioso, con ese humor especial
que tienen los habitantes de Seattle, pero también muy conmo-
vido cuando la conversación se vuelve profunda, sobre todo
cuando el diálogo gira en torno al accidente.
Aprendí mucho más sobre Pearl Jam durante la gira europea,
donde pude presenciar cinco de los once conciertos. Ahí descubrí
la gran presión que pesa sobre Eddie y lo importante que es para
otras personas. Así lo expresó Stone en respuesta a un mensaje
que le envié saludando a aquellas personas que se preocupan de
la seguridad de Eddie y que, de vez en cuando, nos cierran la
puerta cuando lo único que queremos es entrar.
In general it’s always good to try to be low key back stage so I appre-
ciate your thoughts about Smitty and Pete. They are just making sure
Ed doesn’t get swamped by people cause he wants to visit with everyone
but this isn’t always possible. I think, in general, with us, the more you
“need” the less you get .2

¿Nunca te cansas de ver a Pearl Jam?, me preguntó un amigo.


No, le respondí, siempre aprendo algo nuevo. Cada vez me
vuelvo un poco más sabio, más rico, más feliz.
Los encuentros, las reuniones y conversaciones con los fami-
liares y amigos cercanos de esos nueve jóvenes cambiaron mi
forma de ver la vida. Un par de años después de la publicación
de este libro caí en un período oscuro que duró, por decirlo en
forma diplomática, más de lo necesario. Estoy agradecido del
apoyo que muchos me entregaron. Las personas con las que más
conversé durante ese tiempo fueron mi padre y Birgitta.

2 Generalmente es necesario mantener un perfil bajo tras el esce-


nario, por lo que aprecio mucho tus pensamientos hacia Smitty y Pete. Ellos
sólo se aseguran de que Ed no sea devorado por todas las personas que
desean estar a su lado. Pero esto no siempre es posible. Creo que, en general,
con nosotros siempre es así. Mientras más “necesitas”, menos consigues.

216
De hecho, la imagen se ha ido desvaneciendo con el tiempo.
Con el paso de los años, mi fascinación por la música se ha ido
convirtiendo en amistades estrechas y relaciones personales
a través del mundo. Un proceso de formación. Las relaciones
se han extendido. ¿De qué manera se puede seguir siendo un
fanático cuando lo inalcanzable se ha convertido en un estado
normal? Creo que sí se puede, pero de otra manera. Por supuesto
que la fascinación de intercambiar mensajes con Stone Gossard
ha disminuido un poco, pero el contenido no ha cambiado.
Los sentimientos y las experiencias evolucionan con el tiempo,
y cuanto más cerca se llega a algo, más reflexivo y personal se
convierte el punto de vista sobre lo mismo.
Me reuní con mi héroe de juventud, Jimmy Page, un par de
veces durante 2014. Comencé la entrevista más o menos así:
“Esta es la segunda vez que me reúno contigo. La última vez fue
junto a Robert Plant, quince años atrás. Estoy un poquito menos
‘tiritón’ esta vez, pero siento, si es posible, mucho más respeto”.
De hecho, era verdad, pues tenía quince años más de experiencia
en el cuerpo. Pero lo inalcanzable sobre la leyenda que recae en
Jimmy Page se desvaneció ligeramente luego de compartir más
de 45 minutos con este hombre de sonrisa fácil. Fui lo suficien-
temente sinvergüenza como para interrumpir la entrevista y
proponerme a mí mismo como su nuevo bajista, tomarnos fotos
y luego volver a encontrarnos cinco meses más tarde. El respeto
y la admiración por su obra no han permanecido intactos, no, se
han visto reforzados. El mismo fanático, pero con más fuerza que
antes y otra visión.
Por supuesto que a Pearl Jam los conozco de una manera
distinta. Y tal vez sea Vitalogy el álbum que lleve conmigo a la
tumba, sin embargo, creo que la banda ha seguido desarrollán-
dose con el tiempo, algo que queda demostrado con su último
trabajo: Lightning Bolt. He visto a la banda nueve veces en poco
más de dos años y siempre he creído que cada concierto es todavía

217
más fenomenal que el anterior. Y sólo para que no queden dudas:
sigo siendo un fanático. Para mí, Pearl Jam aún es la mejor banda
del mundo. Y existen millones que opinan lo mismo. Todas esas
personas continúan asistiendo a sus conciertos una y otra vez.
Por eso es que resulta tan importante que sepamos cuidarnos
unos a otros, incluso cuando lo estemos pasando muy bien y la
música esté al máximo volumen.
Como lo dijera Birgitta cuando la visité a ella y a su marido
Ebbe sólo hace un par de meses:
—Si tuviera algo que decir a los lectores de este libro y a los que
asisten a los conciertos sería: Protéjanse unos a otros para que nunca
más suceda algo parecido. Se los dice una madre que perdió a su hijo en
uno de ellos.
En fin, ¿qué sigue? La continuación de esta historia de nunca
acabar, narrada cronológicamente por más de una década, donde
mis pasos fueron tras la huella de Pearl Jam.

218
Nota de la edición en español

Tras la Huella de Pearl Jam representa el esfuerzo colectivo de un


grupo humano dispuesto a compartir una historia y una tragedia, el
testimonio de sus víctimas, el consuelo de las familias y el compromiso
del arte y la música como formas catalizadoras del dolor ante el desastre.
Tanto Henrik, en su calidad de autor y testigo vivencial de los
hechos narrados, como Verónica, en su condición de traductora y fiel
seguidora de la banda, lograron transmitir y retratar la tragedia desde
una perspectiva que no deja indiferente. Las nueve víctimas del acci-
dente compartían esa intensa devoción que sólo bandas como Pearl Jam
pueden desatar, y que se manifiesta en los distintos sacrificios que están
dispuestos a realizar con tal de vibrar junto a sus ídolos, tal como ocurrió
aquella trágica noche del 30 de junio de 2000 en Roskilde.
Tras la Huella de Pearl Jam es un libro que nos conmovió desde un
comienzo, pues se trata de la crónica de una tragedia que enlutó a fami-
liares, amigos y también a los integrantes de Pearl Jam, pero también es
una tremenda lección de aprendizaje cuyos ecos se perciben hasta hoy.
La empatía y la ternura que se respira a través de este volumen fue lo
que nos impulsó a unir esfuerzos y creatividades para sacar una versión
en español, revisada y corregida, y vuelta a corregir, que estuviera a
disposición del público chileno y latinoamericano.
Publicar este libro, distribuirlo y difundirlo ampliamente es también,
a nuestro modo, una forma de contribuir al “cuidarnos entre nosotros”,
tantas veces señalado por Eddie Vedder a sus seguidores y fans, quienes
quince años más tarde siguen llenando cada sitio en donde se presenta
Pearl Jam.

Luis Cruz Víctor Hugo Romo


Editorial Librosdementira Editorial Curiche

219

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