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El ejercicio de la Caridad en la Sagrada Escritura

Caridad en el Antiguo Testamento


¿Como se percibe la caridad en el Antiguo Testamento? En el contexto del judaísmo clásico, la caridad
es la bondad mostrada hacia los necesitados, una traducción del hebreo ẓedaḳah que equivale a
justicia (Dt 24,13; Is 32,17; Pr 14,34; Sal 54,3; Dn 4,24). Gemilut ḥesed (otorgar bondad) es el término
rabínico para la caridad personal, un concepto que puede significar un homenaje de amor gratuito,.
También, puede ser equivalente a libri, un término de la antigua Roma, donde el nacido
libre, afortunado en cuestiones económicas, proporcionaba ayuda a los menesterosos.
En el judaísmo, caridad es un deber a cargo de los hombres, una manera de atender a los necesitados;
es la justicia, en la medida en que Dios, el dador de todas las bendiciones pide para el pobre ciertas
porciones de sus bienes (el huérfano, el levita, el extranjero y la viuda), Dt 15,10-11. Se trata de una
reclamación de justicia y amor; cada disfrute de los dones de Dios debe ser compartida con los
necesitados.

¿Qué dice Jesucristo sobre el gran mandamiento?

— La Ley constitutiva del Reino en el programa de Jesús


Aunque con métodos y características muy diversas al mítico Prometeo, también Jesús aparece desde
el comienzo de su vida pública como la expresión de la filantropía divina (Tit 3, 4), como el amigo de los
hombres, sobre todo de los pobres. Ya desde el discurso programático del Reino, en el sermón de la
montaña (Mt 5-7) o en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-22), la actividad de Jesús tiene por objetivo
revelar a los pobres la “misericordia entrañable” de Dios (Lc 1, 78).
Recordemos que la misericordia, la piedad o compasión, como expresiones del amor equivalen a
los rahamím hebreos o los splagjna griegos, que son las vísceras, el útero de la madre, o sea, la sede de
los sentimientos y emociones y del hesed o éleos, del amor misericordioso… Son las entrañas
compasivas de Jesús que se conmueven en ciertos momentos de su vida, v.gr. ante las turbas sin
pastor y famélicas Mt 9, 13; 15, 32, los dos ciegos de Jericó Mt 20, 30, un leproso Mc 1, 41, la viuda de
Naím Lc 7, 13, el buen samaritano Lc 10, 33, y el padre del hijo pródigo Lc 15, 20.
Su breve discurso en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-22), comentando el pasaje de Isaías 61, 1, son el
programa de las entrañas compasivas de Jesús, el Mebaffer o “mensajero alegre” de las buenas nuevas
que hacen presente el “Año de gracia” esperado, el jubileo que realiza la justicia y el equilibrio social
del pueblo, no a través del también esperado “Día de venganza” (Is 61, 2), que se suprime, sino con el
amor misericordioso y gratuito a todos los pobres, los menospreciados y perdidos.

— La Regla de Oro en el programa de Jesús


Jesús debió de conocer, por vía oral o escrita, el breve tratado moral de Los Dos Caminos, porque se
sabe que es anterior al Evangelio de Mateo y en éste encontramos, en boca del Maestro, la
famosa Regla de Oro de la moral cristiana, incrustada como una joya en el sermón programático de la
montaña.
Es una sentencia de sabiduría popular, tan antigua casi como el Libro de Tobías, con la que el anciano
padre recomienda a su hijo: “No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan” (Tb 5, 15). Pos-
teriormente el Targum la identificó con el Lv 19, 18, pues al comentar este texto, en paralelismo
sinónimo dice: “Amarás a tu prójimo, es decir, lo que a ti no te agrada no se lo hagas a otro”. También
el rabino Hillel, contemporáneo de Jesús, la enunciaba así: “No hagas al prójimo lo que a ti te molesta”,
y añadía: “aquí está toda la Ley, el resto es comentario”.
Jesucristo, según Mt 7, 12 (Lc 6, 31), toma la misma Regla de Oro y la pone como centro de la vida
nueva del Reino, pero la formula de una manera positiva: así como de lo negativo en el enunciado de
los mandamientos en las famosas antítesis del sermón del monte, Jesús había pasado a lo positivo,
también al enunciar la Regla de Oro afirma: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo
también vosotros a ellos” (Mt 7, 12). Y añade, casi como algo que merece la pena subrayar en nuestro
tema: “Porque esta es la Ley y los profetas”. Por consiguiente, para Jesús la Ley y los Profetas se
resumen en el texto del Lv 19, 18, formulado positivamente.

— El amor al prójimo antes que las leyes


Por encima de la Ley divina sobre el descanso sabático, están las obras de humanismo y caridad al
prójimo. Son múltiples las ocasiones en que Jesús quebranta la Ley del descanso sabático por amor al
prójimo (Mt 12, 1-8, par., las espigas arrancadas; Mt 12, 9-14, par., la mano paralizada; Lc 13, 10-19, la
mujer encorvada; Lc 14, 1-6, el hidrópico; Jn 5, 10-18, el enfermo de Betesdá; Jn 9, 14s el ciego de
nacimiento). Tantas, que obliga a pensar que elegía expresamente el sábado, cuando podía hacerlo
otros días (cf. Lc 13, 14), para dar a entender pedagógicamente, con obras y palabras, que el amor al
prójimo está por encima de las leyes, aún divinas: “El sábado está hecho para el hombre, y no el
hombre para el sábado” (Mc 2, 27).
En la misma línea de los antiguos profetas (v.gr. Is 1, 11-17; Am 5, 21-27), cuya enseñanza se resume
en la frase de Os 6, 6, “Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios más que holocaustos”,
Jesús, citándola al menos en dos ocasiones (cuando es criticado por compartir la mesa con los
pecadores, Mt 9, 13, y por no observar el descanso sabático, Mt 12, 7), nos enseña también que el
amor al prójimo está por encima del culto, que expresa el amor a Dios. Eso es lo que aplaude del buen
samaritano, como hemos visto, a diferencia del sacerdote y el levita. Y ese es el culto verdadero que
propone a la samaritana (Jn 4, 23s), como lo entendió después el Apóstol Santiago (1, 27). (Da la
impresión que Mc 12, 33b equivale a la parábola del buen samaritano en Lucas).

— El amor al prójimo, criterio en el juicio escatológico


Como hemos visto, Jesús comenzó la proclamación del Reino con una opción decidida y central en
favor de los pobres (Mt 5, 3ss). Cuando Jesús culmine ese su Reinado en este mundo para entregárselo
en orden al Padre (Mt 25, 31-46), se sentará en su trono de gloria como Rey-Juez y Pastor de su
rebaño, separará las ovejas de los cabritos y pronunciará la sentencia benéfica o condenatoria. ¿Cuál
es la medida o el criterio para dictar la sentencia?: “Muchos me dirán aquel día: “Señor, Señor, ¿no
profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios y en tu nombre hicimos muchos mi-
lagros?”. Y Yo entonces les declararé: ¡Jamás os conocí: apartaos de mi, agentes de iniquidad!” (Mt 7,
22s). Para Jesús no cuenta lo espectacular, la profecía, el exorcismo, los milagros; ni las obras hechas
en nombre de Dios; lo que cuentan son las obras de amor compasivo hacia el prójimo necesitado. Es lo
mismo que dice san Pablo en el himno de la caridad (1 Cor 13, 1 ss). El amor o su omisión es lo que
diferencia la sentencia de bendición o maldición. Esa es la ley del Rey, el nómos basilikós, que dice
Santiago (2, 28). “Lo que hicisteis,,, o no hicisteis… a uno de estos hermanos míos más pequeños”, a los
míos, a mis “amigos”, a mi alter ego… a mi me lo hicisteis (Mt 25, 40.45).

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